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sábado, 23 de abril de 2011
La vida central de todos los tiempos
Nació en una oscura aldea, hijo de una mujer campesina. Creció en otra aldea, donde trabajó como carpintero, hasta la edad de treinta años. Entonces enseñó, predicó el evangelio, y sanó toda enfermedad y toda dolencia.
Nunca escribió un libro.
Nunca tuvo una oficina.
No estableció una familia ni poseyó un hogar.
No fue a la universidad.
Nunca visitó una ciudad grande.
Nunca viajó a más de 320 kilómetros del lugar de su nacimiento.
Nunca hizo ninguna de las cosas que se asocian usualmente con la grandeza.
Jamás presentó credenciales, porque no las tenía; el era su propia credencial.
Había llegado apenas a los 30 años cuando la corriente de la opinión pública se volvió en su contra.
Sus amigos huyeron.
Fue entregado a sus enemigos y se le sujetó a la farsa de un juicio.
Fue clavado en una cruz, entre dos ladrones.
Mientras agonizaba, sus verdugos echaban suertes sobre sus ropas, única propiedad que tuvo en este mundo.
Cuando murió, fue depositado en una tumba prestada, gracias a la piedad de un amigo.
Casi 20 siglos han pasado, y ahora es la figura central de la raza humana, y guía del progreso del hombre.
Ni todos los ejércitos que han marchado, ni todos las escuadras que hayan navegado, ni todos los parlamentos que hayan sesionado, ni todos los reyes que hayan reinado, puestos juntos, habrán afectado la existencia del hombre sobre esta tierra, como lo ha hecho esa única vida central de todos los siglos.
No fue médico - y curó todas las enfermedades.
No fue abogado - y explicó todos los principios básicos de la ley.
No fue escritor - e inspiró las obras cumbres de la literatura.
No fue poeta ni músico - y es alma de todos los poemas inmortales.
No fue artista - y llenó de luz a los genios de todos los tiempos.
No fue estadista - y fundó las más sólidas instituciones de la sociedad.
No fue general - y conquistó a millones de corazones en el mundo.
No fue descubridor - y demostró a los mortales los mundos de la inmortalidad.
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