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martes, 1 de agosto de 2017

Jesús, el Dios-hombre perfecto


Jesús, el Dios-hombre perfecto
Leer | Juan 20.30, 31
Existen tres posiciones en cuanto a Jesucristo: Primero, la de las personas que no creen que Él sea Dios, por lo que rechazan y restan importancia a su obra de salvación, afirmando que solo fue una buena persona. Segundo, la de quienes aceptan que Jesús es el Hijo de Dios, pero no tienen una relación personal con Él. Y tercero, la de los verdaderos creyentes que aceptan a Cristo como Salvador (Ro 10.9).
Efesios 2.1, 2 dice que antes de ser salvos, todos estamos muertos espiritualmente, y viviendo de acuerdo con nuestra naturaleza pecaminosa. Quienes no tienen una relación personal con el Señor Jesús se mantienen en ese estado. Sin embargo, cuando una persona pone su fe en Él, se produce el nacimiento espiritual y se convierte en una nueva creación que ya no vive más según la carne (Jn 3.3; Ef 2.5; 4.24).
Nuestra posición en el Señor afecta nuestras actitudes, emociones, conversación y conducta. La incredulidad de nuestra cultura ya no se ajusta a lo que somos. Como creyentes, tenemos que crecer en la semejanza a Cristo y abrazar las ideas, la manera de pensar y las actividades que agradan a Dios, al mismo tiempo que rechazamos todas las demás.
Jesús es el Dios–hombre perfecto que tomó voluntariamente sobre sí nuestros pecados y experimentó la ira divina en lugar nuestro. Dios aceptó su muerte como pago total por nuestros pecados, resucitó de los muertos para ahora estar sentado a la diestra del Padre Celestial (Ef 1.20), y su Espíritu vive ahora en nosotros. Por tanto, acepte quién es Jesucristo, y permita que ese conocimiento refuerce su propósito de ser como Él.

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