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sábado, 24 de febrero de 2018

Dios es nuestro Padre amoroso


Dios es nuestro Padre amoroso

La humanidad tiende a proyectar su propia conducta en Dios. Piense en cómo muchas personas dan por hecho que tenemos que negociar, suplicar o esforzarnos para ganarnos el favor del Señor. Cuando en realidad, así como lo aprendió el hijo pródigo, el amor del Padre es incondicional.
El joven descarriado volvió al hogar, sin esperar ser amado como antes; la única esperanza que tenía era un lugar entre los sirvientes de la familia. Imagínese el recibimiento entusiasta de su padre. Las acciones del joven no merecían una demostración de amor, pero el tema de la parábola de Jesús es el de un Padre que ama incondicionalmente.
Un amor basado en la conducta mantendría a las personas preguntándose: ¿He hecho lo suficiente? Por el contrario, Dios le ama simplemente por ser usted quien es, y Él no espera nada a cambio. Piense en cómo fue la vida del hijo pródigo después de la fiesta de bienvenida. No se alojó entre los sirvientes, ni tuvo que trabajar como ellos. Fue restituido a su lugar como el hijo de un hombre rico, con todos los privilegios que eso suponía. De la misma manera, los creyentes son los hijos del Señor (2 Co 6.18). Cuando Dios los mira, no se centra en sus fracasos, faltas o pecados del pasado. Ve a los herederos de su reino que lo aman y desean pasar la eternidad en su presencia.
No importa cuán lejos podamos desviarnos de la perfecta voluntad de Dios, siempre somos bienvenidos al regresar. La Biblia enseña que el amor de Dios no puede perderse, a pesar de nuestro pecado o de nuestras malas decisiones. Los brazos de nuestro Padre están siempre abiertos.

jueves, 22 de febrero de 2018

Una lección necesaria pero difícil


Una lección necesaria pero difícil

Leer | Salmo 27.14
¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué el salmista une al consejo de esperar al Señor, con la exhortación de esforzarse y ser valiente? La razón es que, a veces, esperar es lo más difícil de hacer. De hecho, la práctica de la paciencia es una de las lecciones más importantes de la escuela de la obediencia; es esencial que el creyente aprenda a esperar en Dios.
La cultura moderna vive con mucha prisa: ¡Tengo que tenerlo ya! ¡Tengo que hacerlo ya! Hemos sido enseñados a permanecer en un estado permanente de alerta. Se necesita valentía para mantenerse quietos cuando todo el mundo está apresurado. Se necesitan fuerzas para obedecer cuando nuestro corazón nos dice: “¡Hazlo ya!”, mientras que Dios nos susurra: “Espera”. Pero la gente se apresura a actuar porque tiene miedo de perderse de algo. Los creyentes que aceptan esa actitud se apresuran a hacer cosas, y después esperan que el Señor los bendiga.
Dios no deja nada al azar. No pone delante de nosotros una decisión teniendo la esperanza de que hagamos lo correcto. Eso sería irresponsable y ajeno a su naturaleza. El Padre celestial está más que dispuesto a enseñarnos lo que debemos hacer, porque está interesado en nuestro bienestar. Pero hasta que el Señor deje claro cuál debe ser el camino a seguir, tenemos que hacer una pausa y esperar.
Esperar en Dios no es pasividad ni tampoco una excusa para evadir responsabilidades. De hecho, quienes buscan la voluntad de Dios son los que hacen una pausa para orar, escrudiñar la Palabra y ayunar antes de actuar; mientras siguen sirviendo a Dios dondequiera que puedan.

miércoles, 21 de febrero de 2018

La herencia de los hijos de Dios


La herencia de los hijos de Dios

La palabra herencia nos hace pensar, por lo general, en dinero y en propiedades que pasan de una generación a otra. Pero Dios tiene una herencia más grande para sus hijos —una que les da en el momento en que pasan a ser parte de su familia.
Gálatas 4.7 nos dice que los creyentes somos herederos de Dios. El primer tesoro de valor incalculable es una esperanza viva en Jesucristo que no nos puede ser quitada (1 P 1.3, 4). Además, el Señor ha prometido atender nuestras necesidades conforme a sus riquezas (Fil 4.19). En otras palabras, ya tenemos todo lo que necesitamos para disfrutar de una vida victoriosa.
No obstante, algunas personas quedan atrapadas en la pobreza espiritual, porque se niegan a verse a sí mismas como hijos de Dios. Por no aprovechar la herencia que tienen, deambulan por el mundo con la esperanza de mantenerse aferrados a su poca fe, hasta tener la suerte de morir e ir al cielo. Si vivimos así, por supuesto que nos perdemos las bendiciones que pueden ser nuestras en esta vida, pues no las estamos buscando.
¡Qué diferente se ven a sí mismo las personas cuando ven las cosas a través de los ojos de Jesús! Los cristianos que viven como los herederos de Dios que son, utilizarán su herencia de gracia para bendecir a todo el mundo.
Dios nos promete a todos los creyentes una herencia de su gracia infinita. Somos ciudadanos del cielo ricos espiritualmente, y por eso no debemos temerle a nada en este mundo. Decida vivir confiadamente en Cristo, y vea cuán abundante es la bendición de la herencia que su Padre celestial tiene ya reservada para usted.

martes, 20 de febrero de 2018

Lecciones de una buena vida


Lecciones de una buena vida

La segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo fue escrita desde la cárcel. Esta vez, estaba seguro de que el emperador lo haría ejecutar. Pero el fiel siervo de Dios estaba preparado para dar el siguiente paso de fe.
No debe sorprendernos que Pablo enfrentara la muerte con esa tranquila aceptación. Él vivió cada día —desde su conversión en el camino a Damasco, hasta sus momentos finales— sirviendo a Dios, lo que significaba soportar cualquier adversidad en el nombre de Jesús. “He peleado la buena batalla”, escribió a Timoteo. Por sus cartas, sabemos que Pablo batalló con los mismos enemigos que nosotros enfrentamos —la carne, el mundo y Satanás (Ro 7.14-251 Co 4.11-13Ef 6.12). Por eso, cuando usted se sienta tentado a pensar que Pablo era más santo que usted, medite en estos pasajes. Él perseveró por fe, y lo mismo debemos hacer nosotros.
A pesar de su gran sabiduría y de su capacidad como apóstol, misionero y líder de la iglesia, Pablo no era muy diferente a nosotros. No fue perfecto, y tuvo derrotas espirituales. Pero no se quedaba caído. Volvía de nuevo a la lucha. Por esta razón, y por la vida que había vivido, sabía que le aguardaba una rica recompensa en la eternidad. Dijo, además, que los tesoros del cielo eran no solamente para él, sino también para todos los que amaban la venida del Señor Jesús (cp. 2 Ti 4.8).
El apóstol Pablo tuvo las mismas luchas que tiene todo creyente. Pero conservó la fe, y usted puede hacer lo mismo. Pelee la buena batalla, hermano. Enfrente sus enemigos eligiendo poner su confianza y obediencia en el Señor. Así lo honrará, y almacenará tesoros en el cielo.

El Señor de nuestra vida


El Señor de nuestra vida

Leer | Lucas 6.46-49

La palabra Señor no debe utilizarse casualmente. Cuando aparece en relación con Jesucristo, se refiere al Dios que es soberano sobre la vida y toda la creación. En griego, este título para Jesús es kurios —aquel que gobierna la vida de otros para el bien de ellos.

Recuerdo la vez que, estando hospitalizado hace algunos años, llegué a reconocer que estaba allí porque Cristo no era el Señor de mi vida. Si alguien hubiera estado observando mi vida en ese tiempo, probablemente le habría parecido que yo estaba sirviendo a Dios con todo mi ser. Pues, estaba sobrecargado de proyectos y planes para la obra del reino. Pero ese era, en realidad, el problema. Cuando Dios me dijo que me detuviera, que redujera la velocidad, o que hiciera algo diferente a lo que ya había planeado, seguí adelante. Postrado en esa cama del hospital, estuve el tiempo suficiente para que el Señor me recordara que Él era el único que podía dirigir mi camino (Jer 10.23).

Usamos la palabra Señor en la conversación y en nuestras oraciones, pero después olvidamos su significado cuando desafiamos su voluntad y su trabajo en nuestra vida. Nuestra resistencia es, por lo general, sutil. Por ejemplo, un creyente puede poner condiciones para obedecer, diciendo: “Haré lo que Dios me diga si . . .”, o “Quiero hacer lo que es correcto, pero . . .”

La pregunta del Señor Jesús a sus discípulos en Lucas 6.46 debió haberse sentido como un puñal en el corazón: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” Si hacemos una súplica al Señor, tenemos que estar listos para obedecerle sin pretextos. Él es quien nos gobierna para nuestro bien.

sábado, 17 de febrero de 2018

El derecho a entrar al paraíso


El derecho a entrar al paraíso

La muerte es inevitable. El ladrón en la cruz sabía cuándo ocurriría la suya, pero la mayoría de nosotros no podemos predecir la nuestra. Después de su muerte, el criminal crucificado fue a vivir en el paraíso con el Señor. De la misma manera, habrá quienes vivirán eternamente en la presencia de Dios, y quienes sufrirán el tormento eterno, separados de Él por toda la eternidad.
Si ponemos nuestra fe en el Señor Jesús como Salvador, el castigo que merecemos por nuestro pecado es pagado, somos adoptados en la familia de Dios, y el cielo es nuestro hogar eterno. Pero si rechazamos al Señor Jesús, nos mantenemos alejados de Dios y bajo condenación por nuestro pecado, destinados a enfrentar la condenación eterna. Dios no prestará oídos a ninguna excusa, porque no hay ninguna defensa aceptable por la incredulidad (Hch 4.12).
Únase a la familia de Dios, hoy mismo. Reconozca su pecaminosidad y declare su fe orando de la siguiente manera: “Señor, he pecado contra ti; he seguido mi propia voluntad, y he rehusado darte el derecho de gobernar mi vida (Ro 3.10-12, 23). Reconozco que estoy separado de ti, y que no puedo salvarme a mí mismo. Creo que Jesucristo es tu Hijo. Acepto que su muerte en la cruz pagó toda mi deuda de pecado, y te pido que me perdones (1 Co 15. 3, 41 Jn 1.9). Por fe, recibo al Señor Jesús como mi Salvador personal en este momento”. Si usted hizo esta oración a Dios, entonces, al igual que el ladrón en la cruz, ha recibido la salvación, un regalo de la gracia de Dios.
¡Gracias al Señor Jesús, el derecho a entrar en el paraíso le pertenece ahora!

viernes, 16 de febrero de 2018

Cómo enfrentar la muerte


Cómo enfrentar la muerte

El ladrón en la cruz —condenado por Dios y por el hombre— estaba a pocas horas de la muerte. Pero antes de dar su último suspiro, ocurrió algo absolutamente maravilloso. El criminal, que estaba a punto de morir, fue salvado por Jesús frente a la multitud. El nombre del ladrón fue escrito en el libro de la vida del Cordero, y el Señor le prometió un lugar en el paraíso en la presencia de Dios.
En esas tres cruces del Calvario, un ladrón murió en su pecado; otro hombre —el Hijo del Hombre— murió para pagar el castigo por el pecado; y el tercero, un ladrón al igual que el primero, fue redimido del pecado. Su deuda de pecado fue pagada en su totalidad, y se convirtió en parte de la familia de Dios. ¿Qué evidencias tenemos de su conversión?
• Tuvo un cambio de conducta. Al comienzo, ambos ladrones lanzaron insultos y blasfemias contra Jesús (Mt 27.44). En un cambio total de posición, el segundo ladrón reprendió luego al primero por sus palabras (Lc 23.40).
• Reconoció su culpa. El ladrón reconoció públicamente que estaba siendo castigado justamente por sus delitos (v. 41).
• Expresó fe en el Señor. El hombre llamó por nombre a Jesús, reconociendo que Él era un rey con un reino, creyó que había vida después de la muerte, y pidió al Salvador que lo salvara (v. 42).
• La promesa de Jesús al ladrón. El Señor le dijo: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 43).
Cada uno de nosotros está apenas a un paso de la muerte. Que esta solemne toma de conciencia le mueva a examinar su vida. ¿Es usted parte de la familia de Dios? ¿Vive para agradar al Señor?

jueves, 15 de febrero de 2018

La oración en el Espíritu

La oración en el Espíritu

Estoy convencido de que si los cristianos entendieran realmente lo que tiene lugar durante la oración, clamarían al Señor con más frecuencia y tendrían mejores resultados. La oración del creyente no es simplemente unas palabras dichas al vacío; el Espíritu Santo está con nosotros para guiarnos cuando presentamos nuestras peticiones al Señor.
El Espíritu Santo es parte de la Trinidad, por lo que conoce la mente del Padre íntimamente (1 Co 2.11). Puesto que Él, al igual que el Padre, es omnisciente y omnipotente, entiende perfectamente la circunstancia por la que estamos orando —incluso las partes que no vemos o que son totalmente confusas para nosotros. Asimismo, el Espíritu habita en cada creyente y conoce la mente y el corazón de cada uno de ellos. Con este conocimiento total, el Espíritu Santo lleva a cabo su responsabilidad de hacer que nuestras peticiones se ajusten a los deseos de Dios. A tal efecto, Él habla en nuestro espíritu y abre nuestra mente para que entendamos las Sagradas Escrituras.
El hecho de que Dios da su Espíritu a todos los creyentes, revela el valor que le da a la comunicación entre Él y sus hijos. Nuestro Padre nos da el mejor Ayudador posible para asegurarse de que podamos convertirnos en gigantes de la oración.
Por tanto, los cristianos jamás deberíamos tener sentimientos de culpa por no estar seguros de cómo orar. El Espíritu Santo que mora en nosotros conoce nuestras necesidades y nuestros deseos —como también la mente del Padre y los detalles de cada situación. Él habla a Dios a nuestro favor, y al mismo tiempo nos enseña a orar conforme a la voluntad del Padre.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Nuestro ayudador en la oración


Nuestro Ayudador en la oración
Los cristianos necesitamos la ayuda del Espíritu Santo en la oración. Algunas veces, en nuestra peregrinación de fe, nos damos cuenta de que no podemos . . .
  • Encontrar las palabras adecuadas
  • Discernir la voluntad de Dios
  • Reconocer lo que Él está haciendo, o
  • Entender una situación.
Los tiempos de lucha en oración son normales para los creyentes. Por eso, echemos un vistazo a dos ejemplos bíblicos de la oración en situaciones difíciles.
Primero, notemos que en la lectura de hoy, el apóstol Pablo reconoce su débil vida de oración. Su muy conocida petición era que Dios quitara un aguijón que había en su carne (2 Co 12.7). Pablo rogó con desesperación —y probablemente con gran esfuerzo— tener alivio. Pero con la ayuda del Espíritu Santo, llegó a entender la decisión del Señor de que soportara con paciencia, a pesar del dolor.
Un segundo ejemplo es la angustiosa oración de Jesucristo la noche antes de su crucifixión. Aunque estaba determinado a hacer la voluntad de su Padre, lo aterrorizaba el monstruoso sufrimiento espiritual que se aproximaba. Al clamar a Dios desde el Getsemaní, el Salvador dijo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt 26.39).
Dios sabía que necesitaríamos ayuda en la oración. Con nuestra limitada perspectiva humana, no podemos conocer todos los aspectos de las situaciones que enfrentamos. Pero el Espíritu Santo entiende nuestras necesidades y nuestras cargas. Él lleva nuestras peticiones a Dios, aun cuando no podamos expresarlas adecuadamente.

martes, 13 de febrero de 2018

Un renovador encuentro con Dios


Un renovador encuentro con Dios

Leer | Isaías 6.1-9
Vivimos en tiempos llenos de actividades. Para muchos cristianos —es triste decirlo— la iglesia es un asunto más en su lista de cosas por hacer, y piensan que asistir a un servicio cumple con su “deber espiritual”. El resultado es que Dios les parece distante, por lo que no sienten ningún entusiasmo por la obra, y les falta compasión por los perdidos. A tales creyentes les resulta fácil comenzar a actuar de manera mundana.
Pero el Padre celestial desea tener una relación estrecha con sus hijos. Como en los tiempos de la Biblia, Él sigue teniendo encuentros personales con su pueblo —a veces para consolar o alentar, y en otros momentos para guiar o traer convicción de pecado.
En el pasaje de hoy, el profeta Isaías escribió de un encuentro que tuvo con el Señor. Su reacción ante la santidad de la presencia de Dios fue el profundo reconocimiento de su propio pecado: “¡Ay de mí! . . . porque siendo hombre inmundo de labios . . . han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (v. 5).
Tal como lo experimentó el profeta, cuando Dios nos revela su presencia, somos propensos a ser abrumados por un temor reverente y por la sensación de nuestra indignidad. Pero después, si respondemos con arrepentimiento y obediencia, sabremos que nuestros pecados han sido perdonados (v. 7).
¿Está usted pasando tiempo con el Señor, orando y leyendo su Palabra?
Pídale a Dios un encuentro personal con Él. Pase tiempo alabándolo, confesando sus pecados, y rindiendo a Él todos los aspectos de su vida. Y después, esté atento, con confianza, a lo que Él hará.

lunes, 12 de febrero de 2018

Un ancla en la tempestad


Un ancla en la tempestad

¿Qué hace usted cuando vienen las tormentas de la vida? ¿A quién acude? ¿Dónde busca alivio y seguridad?
Todos tenemos conciencia de que estamos sujetos a tormentas, sin previo aviso, a lo largo de la vida. Sin embargo, aun cuando los problemas nos hagan tambalear, la Palabra de Dios nos asegura que podemos mantener un asidero firme, sin importar las circunstancias.
Hay una verdad maravillosa en la Biblia que, una vez que usted se aferre a ella, le mantendrá firme durante las situaciones más angustiosas. Esa ancla para las tormentas de la vida es Jesucristo, aquel que nunca cambia.
Usted podría preguntarse: ¿Qué quiere decir “ancla”? Piénselo de esta manera: Todas las cosas que hay en su vida —profesión, relaciones, finanzas— están sometidas a cambios constantes. De hecho, usted está creciendo, aprendiendo y cambiando cada día. No hay nada que alguien pueda hacer para detener este cambio continuo. Por eso, si tratamos de aferrarnos a cosas como el dinero, los amigos, el trabajo o el prestigio durante tiempos de dificultad, no podremos evitar ser tambaleados de un lado a otro. ¿Por qué razón? Porque nos hemos aferrado a un fundamento que no es estable.
En cambio, cuando fijamos nuestras esperanzas en Cristo, podemos estar seguros de que el ancla se sostendrá. Él no se mueve, no cambia y no nos deja. No importa que todas las cosas de la vida puedan transformarse y cambiar, Él es el mismo de siempre. Jesús es el único asidero seguro en un mundo inestable, el cual también tiene el poder de mantenerle a usted estable.

sábado, 10 de febrero de 2018

La guía de Dios para las tormentas de la vida


La guía de Dios para las tormentas de la vida

Las tormentas de la vida pueden hacernos sentir que hemos quedado a la deriva, e inseguros en cuanto a hacia dónde nos dirigimos. Los discípulos sabían que estaban en el Mar de Galilea, que se dirigían a Genesaret, pero en medio del violento vendaval no podían determinar su dirección o la distancia de la costa. La tormenta oscurecía las luces del cielo que les servían de guía, y al mismo tiempo atacaba sus sentidos. ¿Alguna vez se ha sentido usted así?
La soberanía de Jesús. El Señor demostró que controlaba totalmente la naturaleza y la vida de sus seguidores. No hay un solo momento en que no tenga el control absoluto de nuestras tormentas. Jesús sabe exactamente dónde estamos, hacia dónde nos dirigimos, y qué tan fiera es la tormenta. Recuerde que Aquel que murió en nuestro lugar por amor, es Aquel que tiene al futuro en sus manos —y que también nos tiene a nosotros.
El poder protector de Jesús. El poder de Cristo para proteger fue evidente en esa tempestad. Estuvo pendiente de los discípulos que estaban en la barca, y cuidó también de Pedro sobre las aguas. Pero preste atención a una lección de vital importancia: Él permitió que Pedro se hundiera lo suficiente para que reconociera su propia impotencia, de modo que se volviera al Señor para que lo salvara. Nos beneficia recordar que estamos absolutamente indefensos sin Jesús, y que debemos acudir a Él rápidamente.
La soberanía y la presencia protectora de Jesús llevaron a los discípulos a adorarle como el Hijo de Dios. ¿Están sus labios desbordando alabanza al Señor por su protección y su presencia?

viernes, 9 de febrero de 2018

No tema


No tema

Podemos esperar en algún momento de la vida ser sacudidos por las turbulencias. Tal vez ya hemos experimentado algunas, y podemos estar seguros de que vendrán más. Nuestra situación puede ser tan grave que nos preguntamos: ¿Cómo voy a salir de esto?
Piense en la vez que los discípulos se encontraban en las turbulentas aguas del Mar de Galilea. La Biblia nos dice que las olas golpeaban su embarcación, y que el viento les era contrario. En medio de la tormenta, los discípulos pensaron que veían a un fantasma que se les acercaba. Estos hombres adultos, algunos de los cuales eran experimentados pescadores, gritaron atemorizados. Su temor no disminuyó hasta que se dieron cuenta de que era Jesús caminando hacia ellos.
¿Qué sucedió cuando reconocieron que era el Señor? Recibieron . . .
• Consuelo en medio de la crisis. Se tranquilizaron cuando se dieron cuenta de que Jesús estaba con ellos y de que Él los cuidaría.
• Valentía para enfrentar la prueba. Pedro encontró la valentía para obedecer a Jesús y salir de la barca.
• Confianza para su futuro. Entendieron que la presencia de Jesús no podía alejarse por los severos vientos.
¿Qué olas o vientos le están azotando? ¿Tiene temor? Pídale al Señor que le muestre su presencia en su situación y que llene sus sentidos con esa conciencia. Cierre sus ojos, e imagínelo a su lado sosteniéndole fuertemente. Deje que sus oídos escuchen su susurro de confianza y amor. Llene su mente con el conocimiento de sus promesas y sea fortalecido por la fuerza, el consuelo y el valor que Él ofrece.
Enviado desde el Templo Cristiano Pasos de Fe
Av. Fermín Errea 1386 Mar del Plata – Argentina

jueves, 8 de febrero de 2018

Cambió de enfoque


Cambio de enfoque

Leer | Juan 15.18-21
No hay nada que pueda tocar la vida de un creyente, a menos que le suceda porque Dios así lo haya permitido. Eso significa que Él tiene el control total, aun cuando parezca que se le ha permitido a Satanás desbocarse en nuestra contra.
Atrapado en una prisión romana, Pablo sabía que Dios podía rescatarlo; después de todo, Él había quitado las cadenas de Pedro (Hch 12.7). Pero Pablo no estaba esperando con impaciencia la liberación. Porque creía que Dios permitía todo por alguna razón, Pablo seguía haciendo el trabajo del reino —incluso encadenado.
En efecto, el Señor tiene un propósito para todo lo que trae a la vida de una persona. Aunque podemos desear desesperadamente que nuestras circunstancias cambien, Dios permitirá que pasemos por una situación determinada para que esto traiga, al final, el resultado más favorable.
El tiempo que pasó Pablo en la prisión resultó ser un beneficio para el evangelio, aunque, lógicamente, la difusión de la Palabra debió haber sido severamente obstaculizada por el confinamiento de un predicador tan grande. Durante dos años había estado custodiado por muchos de los selectos soldados pretorianos (Fil 1.13), y sabemos de lo que Pablo debió haberles hablado —¡de Cristo!
En la Biblia no hay ningún versículo que diga que a los creyentes se les ha prometido una vida fácil. En realidad, la Palabra de Dios advierte lo contrario; dice que tendremos problemas (Jn 16.33). Pero, al igual que Pablo, podemos elegir vivir por encima de nuestras circunstancias al comprender que Dios tiene un plan, con el fin de utilizar nuestras experiencias para nuestro bien y para el de los demás.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Vivir por encima de las circunstancias


Vivir por encima de las circunstancias

Pablo escribió su carta a los Filipenses durante un largo e injusto encarcelamiento. Sin embargo, esta corta epístola está llena de gozo. Nunca se queja o culpa a nadie de su situación, porque había aprendido a vivir por encima de sus circunstancias.
La mayoría de las personas reaccionan de otra manera a las dificultades. Primero, en un intento por sentirse mejor, tratan de culpar a otros por el problema. Luego, se quejan para inspirar compasión, y por último, buscan una salida a la situación, y eso, por lo general, agrava las cosas.
Pablo sabía que había una estrategia para vivir por encima de sus circunstancias, que consistía en un cambio de enfoque. En vez de examinar su problema y quejarse del mismo, buscó fortaleza en Dios. De sus labios brotó la alabanza: “Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Fil 3.8).
Dios quiere escuchar nuestras aflicciones e incluso la ira o confusión que sentimos por nuestras pruebas, pero también quiere que confiemos en que Él nos sacará adelante. Enfocarse en el Señor y alabarlo no significa fingir que nos agrada pasar por tiempos difíciles —porque eso no sería sincero. Pero podemos reconocer honestamente que Él está en control de la situación, y que guiará cada uno de nuestros pasos, tal como lo prometió (Pr 3.5, 6).
Los creyentes tenemos dos opciones: Podemos regodearnos en la autocompasión, o podemos mirar a Jesucristo y aprender a vivir por encima de nuestras circunstancias. ¿Cuál de las dos elegirá usted?

martes, 6 de febrero de 2018

El alcance de nuestra gratitud


El alcance de nuestra gratitud

¿Se ha dado cuenta de que la Biblia contiene mandatos, pero no la explicación de cómo cumplir con ellos? Sabemos que la Biblia contiene todo lo que necesitamos saber para obedecer a Dios. Sin embargo, a veces desearíamos recibir instrucciones detalladas. Por ejemplo, el versículo 18 del pasaje de hoy dice simplemente: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”.
Ahora bien, ¡esas sí que son palabras mayores! Nos apresuramos a dar gracias al Señor por las bendiciones, tales como un nuevo bebé, una nueva casa, o un nuevo trabajo, pero ¿qué de la enfermedad, del dolor, de las dificultades o de las pérdidas? ¿Cómo podemos estar agradecidos por tales cosas? La respuesta es que no podemos —a menos que reconozcamos que Dios trae o permite el dolor y las dificultades en la vida por sus buenos propósitos para con nosotros, y para su gloria.
José es un ejemplo de esta verdad. Sus hermanos lo vendieron como esclavo, pero Dios usó su difícil situación para salvar la vida de muchas personas, entre ellas a sus mismos hermanos (Gn 50.20). Cuando elegimos la gratitud en vez de la amargura, reconocemos que el Señor es bueno, incluso cuando las circunstancias no lo sean.
Hay muchas cosas que nunca seremos capaces de entender en este mundo, pero hay algo de lo que podemos estar muy seguros: Nuestro Dios es bueno. Además, sus propósitos son buenos, y Él ha prometido estar con nosotros en cada circunstancia. Si creemos esto, podemos dar gracias en todo.