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martes, 15 de septiembre de 2020

Comentario Bíblico de Matthew Henry, Génesis 39

Génesis 12
CAPÍTULO 39
                                            José y la esposa de Potifar                                                  Gén 39:1 Llevado, pues, José a Egipto, Potifar oficial de Faraón, capitán de la guardia, varón egipcio, lo compró de los ismaelitas que lo habían llevado allá.                        Gén 39:2 Mas Jehová estaba con José,(A) y fue varón próspero; y estaba en la casa de su amo el egipcio.          Gén 39:3 Y vio su amo que Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su mano.  Gén 39:4 Así halló José gracia en sus ojos, y le servía; y él le hizo mayordomo de su casa y entregó en su poder todo lo que tenía.                            Gén 39:5 Y aconteció que desde cuando le dio el encargo de su casa y de todo lo que tenía, Jehová bendijo la casa del egipcio a causa de José, y la bendición de Jehová estaba sobre todo lo que tenía, así en casa como en el campo.         Gén 39:6 Y dejó todo lo que tenía en mano de José, y con él no se preocupaba de cosa alguna sino del pan que comía. Y era José de hermoso semblante y bella presencia.     Gén 39:7 Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo.           Gén 39:8 Y él no quiso, y dijo a la mujer de su amo: He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene.             Gén 39:9 No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?                                       Gén 39:10 Hablando ella a José cada día, y no escuchándola él para acostarse al lado de ella, para estar con ella,                                           Gén 39:11 aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio, y no había nadie de los de casa allí.           Gén 39:12 Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió.                             Gén 39:13 Cuando vio ella que le había dejado su ropa en sus manos, y había huido fuera,                                        Gén 39:14 llamó a los de casa, y les habló diciendo: Mirad, nos ha traído un hebreo para que hiciese burla de nosotros. Vino él a mí para dormir conmigo, y yo di grandes voces;                                       Gén 39:15 y viendo que yo alzaba la voz y gritaba, dejó junto a mí su ropa, y huyó y salió.                                          Gén 39:16 Y ella puso junto a sí la ropa de José, hasta que vino su señor a su casa.          Gén 39:17 Entonces le habló ella las mismas palabras, diciendo: El siervo hebreo que nos trajiste, vino a mí para deshonrarme.                          Gén 39:18 Y cuando yo alcé mi voz y grité, él dejó su ropa junto a mí y huyó fuera.          Gén 39:19 Y sucedió que cuando oyó el amo de José las palabras que su mujer le hablaba, diciendo: Así me ha tratado tu siervo, se encendió su furor.                                    Gén 39:20 Y tomó su amo a José, y lo puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey, y estuvo allí en la cárcel.  Gén 39:21 Pero Jehová estaba con José(B) y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel.  Gén 39:22 Y el jefe de la cárcel entregó en mano de José el cuidado de todos los presos que había en aquella prisión; todo lo que se hacía allí, él lo hacía.                                        Gén 39:23 No necesitaba atender el jefe de la cárcel cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba.                              
  
 En este capítulo, volvemos a la historia de José. Le vemos aquí hecho esclavo de Potifar, encumbrado por su amo, vencedor en grave tentación, traicionado por la mujer de Potifar, metido en la cárcel, y favorecido allí con grandes señales de la especial presencia de Dios con él. 

Versículos 1–6 

 I. José fue vendido a un oficial de Faraón, en cuya casa tuvo oportunidad de conocer a personas prominentes y enterarse de negocios importantes del país, con lo cual iba siendo capacitado para el alto puesto que después había de ocupar. Cuando Dios destina a una persona para algún servicio, también se cuida de equiparla para él, de un modo u otro. 

 II. José es bendecido maravillosamente, incluso en la casa de su esclavitud. 
1. Dios le prosperó (vv. 2–3). Aunque es de suponer que, al principio, sus manos tendrían que ocuparse en los oficios más bajos, aun en éstos se echaría de ver su diligencia, tanto como su competencia y honestidad; le acompañaba una bendición especial del Cielo, la cual se hacía cada vez más notoria conforme ascendía en su empleo. Sus hermanos le habían despojado de la túnica propia de la nobleza, pero no pudieron despojarle de la nobleza del corazón, ni de su prudencia y virtud. José estaba separado de su familia, pero no estaba separado de Dios; estaba exiliado de la casa de su padre, pero Jehová estaba con él (vv. 2, 3), y esto le servía de consuelo y sostén. 
2. Su amo comenzó a ascenderle, hasta hacerle mayordomo de su casa (v. 4). Es señal de sabiduría por parte de los que ocupan algún puesto de autoridad el poner los ojos en las personas fieles y favorecidas con una presencia especial de Dios y darles el empleo conveniente (Sal. 101:6). Potifar sabía lo que hacía al poner todo en manos de José. 3. Dios favoreció a su amo por causa de él (v. 5): Bendijo la casa del egipcio, a pesar de ser un extraño al pueblo de Israel y ajeno al verdadero Dios, a causa de José. Los buenos son una fuente de bendición para los lugares donde viven. 

  Versículos 7–12 

 I. La más vergonzosa muestra de imprudencia e inmodestia de la mujer de Potifar y dueña de José, vilmente entregada a su instinto sexual y desposeída de toda virtud y honor. 

1. Su pecado comenzó por la vista: Puso sus ojos en José (v. 7). Ya hemos visto en ocasiones anteriores la importancia de los ojos como ventanas del alma, y la consiguiente necesidad de hacer un pacto con ellos, como lo hizo Job (Job 31:1). 
2. Vemos también el atrevimiento y la desvergüenza de esta mujer. 
3. Nótese la urgencia, la violencia y la persistencia con que acosaba a José. Hablaba a José cada día (v. 10). Esto hace ver: 
(A) La gran perversidad de ella, y 
(B) la gran tentación que esto suponía para José. 

 II. Vemos aquí uno de los más ilustres ejemplos de virtud y castidad, con admirable resolución, en José, quien fue capacitado por la gracia de Dios para resistir y vencer esta tentación. Considerando bien todo, su escape fue una muestra del poder divino tan grande como la liberación de los tres jóvenes del horno encendido (Dn. 3:20–27). 
1. La tentación que sufrió José fue muy fuerte. La tentadora era su dueña, de clase alta, a quien tenía la obligación de obedecer e interés en complacer, y cuyo favor hubiese contribuido más que nada a un mayor encumbramiento. Por otra parte, correría el mayor peligro si la despreciaba y la convertía así en enemiga. Para colmo, la oportunidad no podía ser mejor: la tentadora se encontraba sola con él en casa; su empleo le había llegado, al margen de toda sospecha, a donde ella estaba. 
2. Su resistencia a la tentación fue muy valiente, y su victoria quedó revestida del máximo honor. 
A) No estaba dispuesto a hacerle mal a su amo ni a ofender a Dios. Éste es el principal argumento con que refuerza su aversión al pecado: ¿Cómo haría yo este gran mal? (v. 9). No sólo ¿cómo haré? o ¿cómo me atreveré?, sino ¿Cómo podré? Id possumus quod jure possumus—dice el adagio latino—. Sólo podemos hacer lo que es según derecho. En realidad, el argumento en que José apoya su negativa, es triple: Primeramente, considera quién es la persona tentada: «Yo». Quizás otros puedan tomarse esa libertad yo no. Segundo, a qué pecado se le inducía: Esta gran maldad. Otros pensarían que era cosa de poca importancia, un pecadillo excusable, una aventura propia de la juventud; pero José tenía de ello una idea muy diferente. ¡Que el pecado se muestre pecado! (Ro. 7:13). Hay que llamar al pecado por su nombre y no intentar rebajar su malicia. Tercero, contra quién se le tentaba a pecar: Contra Dios, contra su santidad y dominio, contra su amor, sus designios y su providencia. El amor de Dios conlleva necesariamente el odio al pecado. 
B) Venció con prontitud y resolución. La gracia de Dios le capacitó para vencer la tentación y escapar de la tentadora. Ya dice el adagio latino: Principiis obsta: Resiste a los comienzos. No se entretuvo a conversar con la tentación, sino que huyó de ella con la mayor aversión: allí dejó su manto, como quien escapa por su vida. Nótese que es mejor perder un buen manto que una buena conciencia. 

Versículos 13–18 
 La dueña de José, después de haber intentado en vano hacerle criminal, se esfuerza ahora en presentarlo como a tal, para vengarse así de su virtud. El amor casto y santo persiste aunque se vea menospreciado, pero el amor pecaminoso, como el de Amnón a Tamar, fácilmente se cambia en odio profundo, también pecaminoso. Le acusa ante los consiervos de él (vv. 13–15), infamándole a los ojos de quienes estarían envidiosos de aquel extranjero que tan fácilmente había ascendido al puesto de mayordomo. Le acusó también ante el amo, que tenía en su mano el poder para castigarle. 
Obsérvese: 
1. La historia tan poco probable, tan poco creíble, que cuenta, pero la dice para vengarse de la virtud de José con una mentira de las más maliciosas. 
2. Consigue así encender el furor de su marido contra José (v. 19), haciendo repercutir, al mismo tiempo, sobre Potifar el ultraje que ella había sufrido—según su relato—de José: El siervo hebreo que nos trajiste, vino a mí para deshonrarme (v. 17). Cada palabra es una flecha envenenada: un esclavo, de esa maldita raza asiática, traído por ti mismo, que se viene a mí para herir mi honra y la tuya. 

Versículos 19–23 

1. José castigado por su amo. Potifar creyó la acusación, aunque quizá sólo en parte (¡la honra de las egipcias!); de estar seguro, hubiese condenado a José, no a prisión, sino a morir (vv. 19–20). Así se encontró José encerrado con los prisioneros del rey, presos del Estado. Fue echado a la cárcel del rey para que pudiese después ser presentado a la persona del rey. 
2. José se encontraba ahora distanciado de todos sus amigos, pero Jehová estaba con José y le extendió su misericordia (v. 21). No hay puertas, cerrojos ni rejas que puedan separar de los hijos de Dios la Presencia benévola del Padre, porque Él ha prometido que nunca los desamparará ni los dejará (He. 13:5). Quienes, aun en la cárcel, tienen buena conciencia, tienen allí a un buen Dios. José no está en prisión mucho tiempo sin que se convierta en un pequeño jefe: Jehová le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel (v. 21). Nótese que Dios puede hacer surgir amigos para sus hijos, incluso donde ellos tienen poca esperanza de encontrarlos. El jefe de la cárcel vio que Dios estaba con él y que todo prosperaba bajo su mano y, en consecuencia, le encargó del cuidado de todo lo que se hacía en la prisión (vv. 22–23).

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