lunes, 16 de agosto de 2010

El tesoro de David: Salmos 1, de Charles Spurgeon


Salmo 1

El tema de este salmo es la felicidad del justo y el juicio de los malos. El versículo 1 puede traducirse: «¡Qué felicidad la del hombre!» A cualquier parte de la Biblia que acudamos hallamos que Dios da gozo al obediente (aun en medio de la prueba) y a la larga aflicción al desobediente. Dios no ve sino a dos personas en el mundo: los justos, que están «en Cristo», y los malos, que están «en Adán». Véase 1 Corintios 15.22, 49. Miremos a estas dos personas.

I. La persona que Dios bendice (1.1–3)

Desde el principio de la creación Dios bendijo a la humanidad (Gn 1.28); fue sólo después que el pecado entró al mundo mediante la desobediencia de Adán que hallamos la palabra «maldición» (Gn 3.14–19). Dios siempre ha deseado que la humanidad disfrute de sus bendiciones. Efesios 1.3 nos dice que el creyente en Cristo ha sido «bendito con toda bendición espiritual». ¡Cuán ricos somos en Él! Es triste, pero muchos cristianos no toman posesión «de sus posesiones» (Abd 17) ni disfrutan de sus bendiciones en Cristo. En estos versículos tenemos una descripción de la clase de cristiano que Dios puede bendecir.

A. Una persona separada del mundo (v. 1).

La vida cristiana se compara al andar (véanse Ef 4.1, 17; 5.2, 8, 15). Empieza con un paso de fe al confiar en Cristo y crece a medida que damos pasos adicionales de fe en obediencia a su Palabra. Andar involucra progreso y los cristianos deben progresar al aplicar las verdades bíblicas a la vida diaria. Pero es posible que el creyente ande «en tinieblas», fuera de la voluntad de Dios (1 Jn 1.5–7). Las personas que Dios bendice se cuidan mucho en su andar: aun cuando están en el mundo, no son del mundo. En contraste, se requiere poca imaginación para ver a la persona andando cerca del pecado, luego deteniéndose para considerarlo y por último sentándose para disfrutar «los placeres temporales del pecado» (Heb 11.25). Vemos este triste desarrollo en la desobediencia de Pedro. Jesús le dijo que se fuera (Jn 18.8), pero en lugar de eso Pedro anduvo detrás de Jesús (18.15). Luego lo vemos junto a la gente equivocada (18.18) y antes de mucho sentado cerca del fuego (Lc 22.55). Usted sabe lo que ocurrió: entró directo en la tentación y tres veces negó a su Señor. Si los cristianos empiezan a escuchar el consejo (planes) de los malos, pronto estarán de lleno en su manera de vivir y a la larga se sentarán y estarán de acuerdo con ellos.

B. Una persona saturada de la Palabra (v. 2).

Las personas que Dios bendice no se deleitan con lo relacionado al pecado y al mundo; se deleitan en la Palabra de Dios. Es el amor y la obediencia a la Biblia lo que trae bendición a nuestras vidas. Véase Josué 1.8. Las personas que Dios bendice no sólo leen la Palabra diariamente, sino que la estudian, la memorizan y meditan en ella de día y de noche. La Palabra de Dios controla sus mentes. Debido a esto, son guiados por el Espíritu y andan en el Espíritu. La meditación es para el alma lo que la «digestión» para el cuerpo. Significa comprender la Palabra, «masticarla» y aplicarla a nuestras vidas, haciéndola parte de nuestro ser interior. Véanse Jeremías 15.16, Ezequiel 3.3 y Apocalipsis 10.9.

C. Una persona junto a las aguas (v. 3).

El agua de beber es un cuadro del Espíritu Santo de Dios (Jn 7.37–39). Aquí se compara al cristiano con un árbol que recibe su agua de las profundas fuentes ocultas bajo las secas arenas. Este mundo es un desierto que nunca satisfará al creyente consagrado. Debemos enviar nuestras «raíces espirituales» muy hondo en las cosas de Cristo y beber del agua espiritual de la vida. Véanse Jeremías 17.7–8; Salmo 92.12–14. No puede haber fruto sin raíces. Demasiados cristianos se preocupan más por las hojas y el fruto que por las raíces, pero estas son la parte más importante. A menos que los cristianos pasen tiempo diariamente orando y leyendo la Palabra y le permitan al Espíritu que les alimente, se secarán y morirán. El creyente que bebe de la vida espiritual en Cristo será fructífero y tendrá éxito en la vida de fe. Cuando los cristianos cesan de llevar fruto es porque algo les ha ocurrido a las raíces (Mc 11.12–13, 20; y véase Lc 13.6–9). ¿Qué clase de fruto debemos llevar? Véanse Romanos 1.13; 6.22; Gálatas 5.22–23; Hebreos 13.15 y Colosenses 1.10.
Por supuesto, el ejemplo perfecto de esta persona justa de los versículos 1–3 es Jesucristo. Él es el Camino (v. 1), la Verdad (v. 2) y la Vida (v. 3); véase Juan 14.6.

II. La persona que Dios juzga (1.4–6)

«¡No así!» Esto significa que todo lo que el justo disfruta y experimenta no es cierto en la vida del malo. Al justo se le compara con un árbol: fuerte, permanente, hermoso, útil, fructífero. A los malos se les compara con el tamo: no tienen raíces; el viento los arrastra; son inútiles para los planes de Dios; no son ni hermosos ni fructíferos. Juan el Bautista usó un cuadro similar en Mateo 3.10–12 cuando describió a Dios como el segador, visitando la era y separando el grano del tamo. «Quemará la paja». Véanse también Salmo 35.5 y Job 21.18. Qué tragedia que una persona pase toda su vida en la tierra como paja y, en lo que toca a las cosas eternas, no sirve para nada.
¿Hay un juicio futuro? El versículo 5 nos informa que lo hay. Por supuesto, en el AT no hallamos la explicación completa de los juicios futuros como aparecen en el NT. Para el creyente en Cristo no hay juicio del pecado (Jn 5.24; Ro 8.1), pero para el incrédulo hay «una terrible expectación de juicio» (Heb 10.27). Este juicio de los perdidos se describe en Apocalipsis 20.11–15. No habrá cristianos en tal escena, sólo inconversos. El verdadero carácter de los malos se revelará en ese juicio; se les verá como paja, como almas perdidas indignas. Cuando el versículo 5 dice que los malos «no se levantarán» en el juicio, no significa que estarán ausentes; más bien significa que no soportarán el juicio. Cuando se abran los libros, estos individuos caerán de rodillas en confesión de pecados, de la verdad de la Palabra de Dios y del Hijo de Dios (Flp 2.9–11). A estos malos nunca se les permitirá entrar en la congregación celestial de los buenos, aun cuando quizás en la tierra fueron miembros de grupos religiosos. Véase Mateo 7.21–23.
La palabra «conocer» en la Biblia significa mucho más que la comprensión mental indicada cuando decimos: «Sé los nombres de los doce apóstoles». Lleva además la idea de escoger y cuidado. «Conoce el Señor a los que son suyos» (2 Ti 2.19). «Conozco mis ovejas[ … ] así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre» (Jn 10.14–15). La declaración de Cristo a los perdidos es: «Nunca os conocí» (Mt 7.23). El Señor conoce el camino de los justos: Él lo ha planeado y lo ha marcado (Ef 2.10), y mantiene sus ojos sobre el justo mientras este recorre el camino. ¡La vida del justo es un plan eterno de Dios! Lo que dice, a dónde va, lo que hace, todo tiene consecuencias eternas. Pero los malos se han apartado «por su camino» (Is 53.6). La senda de los justos lleva a la gloria (Pr 4.18), pero el camino de los malos perecerá.
El versículo 6 nos presenta la enseñanza familiar de los «dos caminos». Jesús concluyó su Sermón del Monte con este cuadro (Mt 7.13ss) y lo vemos mencionado en todo el libro de Proverbios (Pr 2.20; 4.14; 4.24–27, etc.). ¿Por qué los malos están perdidos? Debido a que no quieren someterse a Cristo y a su Palabra. Prefieren el consejo de los malos antes que «todo el consejo de Dios» en la Palabra (Hch 20.27). Prefieren la amistad de la gente sin Dios a la congregación de los justos. Pasan sus días pensando en el pecado y no en la Palabra de Dios (Gn 6.5). Piensan que están seguros en la tierra, ¡pero son sólo tamo!
¿Cómo puede el creyente practicar el Salmo 1.1–3? Empieza con sumisión al Señor, una sumisión diaria de todo lo que somos y tenemos (Ro 12.1–2). Incluye pasar tiempo con la Palabra de Dios, leyéndola y meditando en ella. Quiere decir vivir separados del mundo (no aislados, por supuesto, sino separados de su contaminación). Exige una vida con raíces que beben de los recursos ocultos de Dios. Qué vida bendecida, una que satisface aquí y en el más allá.

sábado, 7 de agosto de 2010

LA PRUEBA MÁS ARDUA DE FE


En la vida de cada creyente – y también de la iglesia – viene un tiempo en que Dios nos pone en la prueba más ardua de fe. Es la misma prueba que Israel encaró en la parte desértica del Jordán... ¿Cuál es esta prueba?

Es mirar a los peligros que nos aguardan – los problemas gigantescos que encaramos, las altas murallas de aflicción, los principados y poderes que buscan destruirnos – y lanzarnos hacia delante dependiendo totalmente en las promesas de Dios. La prueba es para que nos comprometamos a toda una vida de confianza y esperanza en su Palabra. Es un compromiso de creer que Dios es más grande que todos nuestros problemas y enemigos.

Nuestro Padre celestial no está buscando una fe que trata con un problema en particular cada vez. El busca toda una vida de fe, un compromiso de toda la vida para creerle a él por lo imposible. Esa clase de fe trae una calma y un reposo a nuestras almas, no importa cuál sea nuestra situación. Y tenemos esta calma por que ya lo hemos decidido de una vez por todas de que, “Mi Dios es más grande. El es capaz de sacarme de todas y cualquiera de mis aflicciones.”

Nuestro Señor es amoroso y paciente, pero él no permitirá que su gente continúe mucho tiempo en incredulidad. Tal vez usted ha sido tentado una y otra vez, y ahora el tiempo ha llegado que usted tome una decisión. Dios quiere una fe que aguante la prueba más ardua, una fe que no permitirá que nada quite tu confianza en su fidelidad.

Hay mucha teología que envuelve el tema de la fe. Para ponerlo simplemente, no podemos conjurarla para que venga. No podemos crearla repitiendo, “Yo creo, yo realmente creo…” No, la fe es un compromiso que hacemos de obedecer a Dios. Mi obediencia refleja lo que yo creo.

Cuando Israel se enfrentó a Jericó, a las personas se les dijo que no dijeran ninguna palabra, y que simplemente marcharan. Estos creyentes fieles no susurraron entre sí, “Ayúdame a creer, Señor. Quiero realmente creer.” No, ellos se enfocaron en una cosa que Dios les pidió que hicieran: obedecer su Palabra e ir hacia delante.

Eso es fe. Significa fijar tu corazón en obedecer todo lo que está escrito en la Palabra de Dios, sin cuestionarla o tomarla a la ligera. Y sabemos que si nuestros corazones están determinados a obedecer, Dios se asegurará de que su Palabra para nosotros es clara, sin confusión. Es más, si él nos comanda hacer algo, él nos suplirá con el poder y fuerza para obedecer: “Diga el débil, fuerte soy” (Joel 3:10). “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Efesios 6:10).