La vida tiene cosas que no entendemos, y también tragedias. Pasamos por experiencias que no logramos comprender. De hecho, hay momentos en que resulta muy difícil estar agradecido. Sin embargo, 1 Tesalonicenses 5:18 nos ordena: «Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús».
En este momento podrías decir: «Pero hay una diferencia entre dar gracias en todo y dar gracias por todo». Pero el Señor quiere que hagamos ambas cosas. 1 Tesalonicenses 5:18 me ordena que dé gracias en todo, y Efesios 5:20 dice «dando siempre gracias por todo al Dios y Padre…». No puedes evitar la realidad de que Dios espera que estemos agradecidos independientemente de las circunstancias que vengan a nuestra vida.
Es fácil leer estos versículos, pero es difícil obedecerlos. Cuando un ser querido está enfermo o muere, no es fácil dar las gracias. ¿Es que Dios ordena algo imposible? ¿Se está burlando de nosotros, agravando aún más el sufrimiento? ¿No es bastante malo que padezcamos debido a las circunstancias, sino que además debemos sentirnos culpables por no estar agradecidos de verdad?
Empecemos con un hecho evidente: Dios nunca nos manda algo que no pueda capacitarnos para cumplir; de otro modo, se burlaría de nosotros y debilitaría su propia Palabra. Cuando Jesús ministraba en este mundo, sus mandamientos permitieron a las personas hacer lo imposible. Ordenó a un hombre con una mano seca que extendiese la mano, y el hombre lo hizo y fue sanado. Ordenó a un paralítico que se levantara y anduviese, y el hombre lo hizo. Se ha dicho con razón que cuando Dios manda algo, capacita para hacerlo. De modo que si Dios me manda dar gracias por todas las cosas en todas las cosas, es que me capacitará para obedecerle, y a consecuencia de ello seré una persona mejor.
¿Como nos capacita Dios para hacer esto? ¿Como es posible que nos despertemos en la unidad de cuidados intensivos de un hospital y aun así demos gracias? ¿Como podemos estar junto a una tumba abierta y dar gracias sin ser hipócritas? La respuesta se encuentra en esas tres grandes virtudes cristianas: la fe, la esperanza y el amor. Cuando la fe, la esperanza y el amor son poderes vitales en nuestra vida, entonces, sean cuales fueren las dificultades que vengan, podremos dar gracias a nuestro Padre celestial y dar la gloria a su nombre.
Si amas a alguien, no le tendrás miedo. El apóstol Juan escribe que «el perfecto amor echa fuera el temor» (1 Jn. 4:18), y es cierto. No puedo imaginar a un niño que ame a su padre o a su madre y que, al mismo tiempo, le tenga un miedo insuperable, a menos, claro está, que el niño padezca cierto tipo de inestabilidad emocional. Por eso la fe y el amor van de la mano: cuando amas a alguien, confías en él o en ella; no le tienes miedo.
Cuando tú y yo pasamos por las dificultades de la vida, nuestro Padre celestial nos dice: «Tú no entiendes todo esto, pero yo sí, y sé que es para tu bien. Confía en mí y no dudes de mi amor. Tengo cosas maravillosas reservadas para ti, no solo en esta vida, sino también en la próxima allá en la gloria, de modo que no te desanimes». La fe y el amor se combinan para producir esperanza, y cuando tenemos fe, esperanza y amor, ¡no nos cuesta estar agradecidos!
«Dad gracias en todo…». Por nuestras propias fuerzas no podemos obedecer este mandamiento; necesitamos el poder del Espíritu de Dios y el estímulo de su Palabra. Contemplamos la situación con los ojos llenos de lágrimas y nos preguntamos qué ha planeado Dios, pero sabemos que su amor nunca nos fallará. Como le amamos y Él nos ama, confiamos en Él, y a medida que se fortalece nuestra esperanza podemos alabar al Señor y darle gracias, en todas las cosas y por todas ellas.
¡Bendiciones!