lunes, 5 de mayo de 2025

Cuando se hace caso omiso a la conciencia

Cuando se hace caso omiso a la conciencia
1 Timoteo 1.18-19; 4.1-2

¿Ha tomado alguna decisión en los últimos tiempos que su conciencia no le habría permitido en el pasado? Si es así, es posible que se haya vuelto insensible, lo cual es peligroso.

Como decíamos ayer, Dios nos ha dado un sentido interno de lo bueno y lo malo para que lo usemos junto con la guía del Espíritu Santo a la hora de tomar decisiones. La conciencia sirve como un “sistema de alarma”, que interviene cuando un cristiano está a punto de tomar parte en una conducta pecaminosa. De esa manera, ofrece protección. Pero el pecado puede alterar la sensibilidad del sistema.

El proceso dañino comienza si elegimos desobedecer, y después nos negamos a ocuparnos de nuestra rebelión. La conciencia nos avisa una y otra vez, pero con el tiempo se silenciará y se volverá ineficaz si persistimos en ignorar la señal de peligro. Cuando eso sucede, ya no hay señales del corazón que nos dirijan de regreso a la vida de santidad, en otras palabras, la conciencia se ha cauterizado.

Esta situación es similar a quitar todos los semáforos de una intersección muy transitada: es una receta para el desastre. Si esta es su situación, arrodíllese y arrepiéntase; sumérjase en la Palabra de Dios y en oración. Busque rendir cuentas a otros creyentes y congregarse con ellos.

Una conciencia sana bien vale el esfuerzo.
¿Funcionan bien sus señales internas o se han apagado? No espere más.

La Palabra de Dios nos advierte que tenemos un enemigo real que desea alejarnos de la vida de santidad y llevarnos a la destrucción. Dios usa una conciencia limpia para guiarnos, protegernos y conducirnos a su luz y paz.


Una conciencia limpia

Una conciencia limpia
Hechos 24.10-16

Cuando enfrenta decisiones difíciles, ¿le presta atención a su conciencia? ¿Cree usted que sea sabio confiar en esa voz interior?
Dios nos ha dado un sentido interno de lo bueno y lo malo. En realidad, reflejar la verdad del Señor en nuestro ser es una de las maneras que Él tiene para manifestarse a la humanidad. La conciencia es una alarma divina que nos advierte del peligro que se aproxima o de sus consecuencias. Su función principal es darnos protección y guía.

El problema, sin embargo, es que el pecado distorsiona la verdad y nos lleva por el mal camino.

Por tanto, es importante entender la diferencia que hay entre obedecer lo que nos dice nuestro corazón, y permitir que una conciencia limpia nos ayude a tomar decisiones. Antes de tomar una determinación, pregúntese: ¿Cómo influirá en mi moralidad? Si la opinión del mundo acerca de lo que es aceptable se ha infiltrado en su corazón, entonces su conciencia no es confiable. Pero si ha dejado que la Palabra de Dios impregne y transforme su manera de pensar (Ro 12.2), lo más seguro es que esa voz interior sea confiable.

El Espíritu Santo, junto con una conciencia instruida en santidad, guía a los creyentes. Para mantener saludable ese sistema interno de dirección, debemos meditar siempre en las Sagradas Escrituras. Los Diez Mandamientos son una base sólida para la moral, y somos sabios si los interiorizamos, en especial los dos que Cristo destacó: amar a Dios sobre todas las cosas y amar a los demás (Mt 22.36-40).

¿Qué diría usted que influye más en sus convicciones? ¿La verdad de la Biblia o la opinión del mundo en cuanto a lo bueno y lo malo? Dios sabe lo que es mejor para usted y le ha dado la conciencia para guiarle a tomar decisiones sabias.

No más yo, sino Cristo

No más yo, sino Cristo
Gálatas 2.20

Hudson Taylor fue un misionero que sirvió en la China a mediados del siglo XIX. En cierto momento, se sintió abrumado por los problemas económicos, la responsabilidad de dirigir una misión y el volumen de correspondencia que aguardaba su atención.

Todas las cartas que escribía a sus amigos y familiares estaban llenas de derrota y desaliento.

Al ver su necesidad, un amigo misionero le preguntó en una carta: “Hudson, cuando piensas en Cristo, ¿tiene Él el ceño fruncido? ¿Está preocupado y ansioso porque no sabe lo que sucederá, o si habrá suficiente dinero?”. Luego añadió: “Cuando tu vida se convierta en la de Cristo, no habrá necesidad de preocuparse, porque ya no será más Hudson quien soporte las cargas, sino el Señor; y Él nunca se verá abrumado por los problemas”.
Dios cambió a Hudson Taylor en ese momento.

Sus circunstancias eran las mismas; de hecho, los problemas aumentaron, pero la reacción de Taylor fue distinta. Antes estaba inquieto y luchando, ahora descansaba en el Señor y confiaba con un espíritu sereno, tranquilo y sosegado.

A veces pensamos que estar crucificado con Cristo se reduce a una vida de renuncia: a practicar la abnegación y decir no al pecado, a las tentaciones y a los placeres mundanos. Pero también incluye vivir en el poder de su vida resucitada. Jesucristo hace su morada en nosotros, dándonos poder para vencer el pecado y vivir en santidad. Pero, también lleva nuestras cargas y nos anima a confiar en Él.

Así como somos salvos por fe, también vivimos por fe, con confianza en el Señor, día tras día, para todas nuestras necesidades y preocupaciones.

Correr con perseverancia

Correr con perseverancia
Hebreos 12.1-3

Un maratón es una carrera agotadora. El corredor debe sobreponerse a los calambres musculares, las ampollas y el deseo de rendirse. Pero cada paso reafirma su compromiso de seguir adelante hasta cruzar en victoria la línea de llegada.

En muchos sentidos, la vida cristiana es así. No es una carrera a toda velocidad al cielo, sino un largo y obediente maratón. Hay obstáculos que podrían hacernos tropezar, y cargas que tenemos que dejar a un lado para poder correr sin obstáculos.

La palabra que resume nuestra carrera terrenal es perseverancia. Este término implica pasar por algo difícil sin darse por vencido. Incluye el concepto de soportar las dificultades con paciencia y constancia. Cristo no nos ha prometido una vida fácil. De hecho, les dijo a sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción” (Jn 16.33).

¿Cómo podemos seguir adelante? La respuesta es fijar nuestros ojos en Cristo, no en las dificultades y los obstáculos. Él estableció el ejemplo, al soportar la cruz por el gozo puesto delante de Él. Para enfocarnos en el Señor, debemos leer la Biblia. Entonces podremos ver lo que Él quiere que hagamos, cómo debemos reaccionar ante las diversas situaciones de la vida, qué recursos nos ha provisto para ayudarnos, y qué nos ha prometido en la línea de llegada.

El gozo puesto delante de nosotros incluye una herencia indestructible, inmarchitable, reservada en el cielo (1 P 1.4), y una gloria eterna mucho más abundante que nuestro sufrimiento terrenal (2 Co 4.17). Pero lo mejor de todo, cuando crucemos la línea de llegada, entraremos en la presencia de Cristo para estar con Él para siempre.