lunes, 4 de noviembre de 2024
Un renovador encuentro con Dios
Isaías 6.1-9
Vivimos en tiempos llenos de actividades. Para muchos cristianos —es triste decirlo— la iglesia es un asunto más en su lista de cosas por hacer, y piensan que asistir a un servicio cumple con su “deber espiritual”. El resultado es que Dios les parece distante, por lo que no sienten ningún entusiasmo por la obra, y les falta compasión por los perdidos. A tales creyentes les resulta fácil comenzar a actuar de manera mundana.
Pero el Padre celestial desea tener una relación estrecha con sus hijos. Como en los tiempos de la Biblia, Él sigue teniendo encuentros personales con su pueblo —a veces para consolar o alentar, y en otros momentos para guiar o traer convicción de pecado.
En el pasaje de hoy, el profeta Isaías escribió de un encuentro que tuvo con el Señor. Su reacción ante la santidad de la presencia de Dios fue el profundo reconocimiento de su propio pecado: “¡Ay de mí! . . . porque siendo hombre inmundo de labios . . . han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (v. 5).
Tal como lo experimentó el profeta, cuando Dios nos revela su presencia, somos propensos a ser abrumados por un temor reverente y por la sensación de nuestra indignidad. Pero después, si respondemos con arrepentimiento y obediencia, sabremos que nuestros pecados han sido perdonados (v. 7).
¿Está usted pasando tiempo con el Señor, orando y leyendo su Palabra?
Pídale a Dios un encuentro personal con Él. Pase tiempo alabándolo, confesando sus pecados, y rindiendo a Él todos los aspectos de su vida. Y después, esté atento, con confianza, a lo que Él hará.
miércoles, 3 de junio de 2020
El Señorío de Jesús
El Señorío de Jesús
Filipenses 2.5-11
Ya sea que usted haya sido
creyente por muchos años, o puesto su fe en Cristo como su Salvador hace poco
tiempo, hay una cosa importante que debe determinar en su corazón. Muchos
cristianos entienden que Jesús murió en la cruz por sus pecados. Pero ¿quién es
Él hoy?
La Biblia nos dice que
Jesús es el Hijo de Dios, que se hizo carne y que entró en nuestro mundo en la
forma de un siervo. Vino a vivir entre nosotros y a hacer posible que
conociéramos a Dios. Luego, después de su muerte, su sepultura y su
resurrección, fue exaltado de nuevo a su legítimo lugar como Señor y Soberano.
Es esencial que todo creyente entienda la persona y la posición de Jesucristo.
A menudo lo llamamos
“Señor”, pero ¿qué significa eso? La respuesta es que, como Señor y Creador, Él
hizo y sostiene todas las cosas (Col 1.16-17). Al poner nuestra fe en
el Salvador, aceptamos su legítimo lugar en nuestra vida.
Como Señor, Él tiene
autoridad sobre cada aspecto de nuestra vida. Somos ovejas que debemos seguir
al Pastor (Jn 10.2-15). ¿Se niega usted a reconocer
que Él tiene el derecho de determinar lo que hace y dónde va? Puede tener la
seguridad de que el plan de Dios resulta siempre en plenitud de vida.
Jesús
no es un gobernante distante y arbitrario; es su maravilloso y comprensivo
Señor que le ama y ha preparado el terreno para que usted sea salvo, después de
haber vivido una vida humana y sufrido inimaginablemente. Por eso, cuando Él
dice: “Sígueme; yo haré que tu vida tenga significado”, puede tener la
seguridad de que el Señor es digno de su confianza en todo momento.
La sangre preciosa de Jesús
La sangre preciosa de Jesús
1 Pedro 1.17-19
¿Qué valora usted? Tal vez sea una reliquia familiar que no solamente es costosa sino que también tiene un valor sentimental. O tal vez los seres que más ama. O pueden ser su salvación, la Biblia, o su familia de la iglesia; pero si usted es realmente sincero, la sangre de Jesús probablemente no estuvo en la lista.
La cultura cristiana de hoy necesita una versión
objetiva de la salvación. Hablamos de la gracia y el perdón de Dios, y cantamos
de su amor por nosotros, pero rara vez mencionamos la sangre de Jesús. Sin
embargo, esa es la única base para nuestra salvación. Porque el Señor es recto
y justo, Él no puede amar a los pecadores de modo que alcancen el cielo, o
perdonarlos, simplemente porque se lo pidan. Cada pecado cometido tiene que
recibir su justo castigo, y la paga del pecado es la muerte (Ro 6.23).
El Señor tuvo solo dos disyuntivas para ocuparse de la
humanidad caída. Podía dejar que la justicia llevara a la condenación a toda la
humanidad, o podía proveer un sustituto para que pagara el castigo por cada
persona. Pero este sustituto tenía que ser sin defecto (Dt 17.1). La única manera de salvarnos de la separación
eterna en el infierno, fue enviar a su Hijo amado a la Tierra como el
Dios-hombre, quien viviría sin cometer pecado y moriría en nuestro lugar.
La sangre que manó de las heridas de Cristo compró nuestra salvación. Si quiere valorar realmente lo que Él hizo, piense en Él colgando en esa cruz solo por usted.
Con ese pensamiento en mente, considere cómo debería vivir.
Él se entregó sin reservas por usted, ¿qué le está dando
usted a Él?