sábado, 29 de marzo de 2025

La adoración que glorifica a Dios

La adoración que glorifica a Dios
Salmo 95

Dios nos creó para adorar, y ha puesto esta inclinación en cada corazón. Si las personas no adoran a su Creador, centrarán su devoción en algo o alguien más. Por eso hay tantas religiones en el mundo.

Como cristianos, podemos suponer que, dado que el Dios nuestro es el de la Biblia, debe estar satisfecho con la adoración que le rendimos. Pero puede que no sea el caso. Hebreos 9 se refiere al antiguo pacto, en el que el Señor dio instrucciones muy precisas acerca de cómo acercarse a Él. 

Aunque ahora tenemos acceso directo al Padre mediante Jesucristo, debemos adorarlo de maneras que lo glorifiquen.

Si queremos adorar a Dios en verdad, debemos evitar las siguientes trampas:

Conocimiento incorrecto de Dios. Si hemos imaginado a Dios de acuerdo con nuestros deseos, entonces nuestra adoración no tiene valor. Por eso es tan importante conocer al Señor como se ha revelado Él en su Palabra.

Adoración de labios. Cuando nuestros corazones están lejos de Dios, podemos adorarle de forma mecánica, sin pensar en lo que decimos o cantamos.

Enfoque equivocado. Si venimos a la iglesia solo para tener una experiencia emocional placentera, no comprendemos el verdadero sentido de la adoración.
La adoración tiene que ver con honrar, reverenciar y adorar a Dios con todo nuestro ser: mente, voluntad y corazón.

El Salmo 95 es un cántico maravilloso de alabanza. Pero el salmista incluyó una advertencia para no ser como los israelitas en el desierto, que erraron en sus corazones y no conocieron los caminos de Dios (Salmo 95.10). En vez de eso, que nuestro deseo sea conocer a Dios para glorificarlo con nuestra adoración.

La adoración de toda la vida

La adoración de toda la vida
Romanos 11.33—12.8

Para muchos cristianos, la palabra adoración es sinónimo de la música que cantamos en la iglesia. A menudo, esto está implícito cuando los directores de alabanza le dicen a la congregación: “Pongámonos de pie y adoremos”. Pero cantar alabanzas a Dios es solo un aspecto de lo que significa adorar: incluye mucho más, y no se limita al domingo por la mañana en el recinto de una iglesia.

Cuando la mujer samaritana le habló al Señor acerca de esto, Él le dijo que llegaría la hora en que el lugar no sería importante. Ese día, la adoración se haría en espíritu y en verdad (Juan 4.20-24), como parte integral de todo en nuestra vida cotidiana.

Consideremos las maneras de adorar a Dios:

Con nuestras palabras (Romanos 11.33-36). Luego de explicar acerca de la doctrina a la iglesia en Roma, el apóstol Pablo alabó al Señor. En la medida en que nuestra mente esté llena de las verdades de Dios, nuestra adoración se desbordará en oración y cánticos de alabanza y reverencia.

Con vidas entregadas (Romanos 12.1-2). En vez de adorar con sacrificios de animales, nos ofrecemos al Señor por medio de una vida de santidad y obediencia. Esto es posible gracias a que la verdad de Dios renueva nuestra mente y transforma nuestra vida.

Con el servicio a los demás (Romanos 12.3-8). Todo lo que hagamos puede ser un acto de adoración mientras lo hagamos como para el Señor. Por su gracia, nos ha dado dones espirituales que nos permiten servirnos unos a otros.

Piense en sus decisiones, acciones y palabras, tanto hacia Dios como hacia los demás. ¿Cómo pueden ser transformadas en adoración?

El objetivo principal de la Iglesia

El objetivo principal de la Iglesia
Hechos 2.37-47

Si alguien le preguntara cuál es el objetivo principal de la Iglesia, ¿qué respondería usted? Hay muchas opiniones con respecto a este tema, y dado que todas las actividades que realiza son vitales, resulta difícil señalar cuál es la más importante. Para ayudarnos a encontrar una respuesta, veamos lo que dice la Biblia acerca de la iglesia, la cual nació en la cruz.

El pasaje de hoy describe lo que sucedió después de que Pedro (y los apóstoles) pronunciara su primer sermón: muchos judíos creyeron en Cristo, y la iglesia pasó de 120 a 3.000 personas (Hechos 1.15; 2.41). De esto, podemos concluir que predicar sobre Jesucristo es una actividad esencial de la Iglesia. Pero, ¿es la más importante?

Después vemos que los cristianos solían reunirse y estudiar las enseñanzas de los apóstoles, la comunión, la Cena del Señor y la oración. Además, se reunían en los hogares para compartir comidas y ayudar a creyentes necesitados.

Estas actividades, en verdad, hacen atractiva a una comunidad de fe, pero había otras actividades vitales que se llevaban a cabo en aquella congregación.

El amor y la generosidad para con los demás eran testimonios poderosos para los observadores, así como su fe y su alabanza a Dios. Hechos 2.47 dice que el Señor seguía aumentando el número de los creyentes, por lo que podemos decir que esta iglesia tenía un poderoso ministerio de evangelización.
Entonces, ¿acaso no es ese el objetivo primordial de la iglesia?

La respuesta es que todo esto junto puede resumirse como adoración a Dios y a su Hijo Jesucristo. La adoración es la función principal de la iglesia, siempre y cuando todo en ella se realice de acuerdo con la Palabra de Dios, y con el propósito de glorificar al Señor.

Buenos testigos de Cristo

Buenos testigos de Cristo
Filipenses 2.12-16

Algunos de los mejores testigos de Cristo son quienes han pasado por circunstancias dolorosas y difíciles. Piense en cómo se ha extendido el evangelio en algunas partes del mundo donde se vive bajo pobreza, opresión y dificultades. O en las historias de excriminales, de víctimas de abusos, o de encarcelados por la fe. El poder de Dios se manifiesta en los momentos de más debilidad del ser humano.

El que los creyentes se conviertan en testigos más firmes del Señor como resultado de las dificultades, dependerá de cómo reaccionen ante las crisis. Muchas personas cometen el error de enfocarse en la voluntad del hombre, en vez de hacerlo en la soberanía de Dios. Y, por tanto, les parece imposible creer que Dios sacará resultados positivos de su sufrimiento.
Quienes ven más allá de sus circunstancias entienden que Dios usa cada experiencia para bendición (vea Gn 50.20).

Para confiar en ese principio, debemos estar conscientes de que todo está bajo la autoridad de un Padre celestial bueno y misericordioso. La temporada del apóstol Pablo en la cárcel dio un fruto mejor y más abundante del que podría haber producido de otra manera (Fil 1.13). Extendió el evangelio a la guardia romana, porque estuvo encadenado a soldados día a día durante años. Cuando dirigimos nuestra atención a Cristo, Él nos muestra oportunidades para alcanzar a las personas con el evangelio. Son, con frecuencia, oportunidades que no habríamos tenido de no haber sido por las circunstancias difíciles.

Recuerde que estamos en las manos de Dios, y aunque no es fácil enfocarse en su voluntad soberana en medio de las pruebas, el Señor nunca permite que algo nos ocurra sin que sea de bendición para nosotros y para el reino.

jueves, 20 de marzo de 2025

Clamar a Dios

Clamar a Dios
Salmo 34.15-17

En medio de las crisis, el Señor está dispuesto a ayudarnos, y tiene el poder de hacerlo. Pero antes de que intervenga y libere su poder en nuestra situación, exige un corazón recto.

Esto, por supuesto, no significa que debamos ser perfectos, lo que nuestro Padre sabe que sería imposible. Cuando un pecador acude a Dios para salvación, el Señor limpia de iniquidad el corazón de la persona y le da una nueva naturaleza (2 Co 5.17). Sin embargo, habrá momentos en que el creyente seguirá los viejos patrones carnales, por eso el Señor nos pide que confesemos nuestras faltas y nos arrepintamos cuando fallemos. Entonces, Él nos limpiará de toda injusticia (1 Jn 1.9). Por fortuna, Dios nos escucha a pesar de nuestras imperfecciones, si deseamos andar en sus caminos. No obstante, el problema surge cuando el cristiano vive en pecado de manera intencional, y decide no apartarse de él. En momentos como esos, el Señor no escuchará un corazón que no se ha arrepentido.

El pasaje de hoy enseña que el Padre celestial desea que sus hijos clamen a Él. En las pruebas, tendemos a orar con más enfoque, fervor y sinceridad. Ana es un buen ejemplo. Angustiada por su esterilidad, fue al templo e imploró al Señor con tanto sentimiento, ¡que el sacerdote pensó que estaba ebria! Dios respondió su ruego y abrió su matriz (1 S 1.1-20).

Cuando venga una crisis, clame a nuestro Dios todopoderoso, pero asegúrese de hacerlo con un corazón recto.

Entonces Él escuchará y responderá, ya sea concediéndole la petición que esperaba, o dándole una solución diferente. Por ser Dios omnisciente, amoroso y soberano, podemos confiar en que su respuesta será la mejor para nosotros.


miércoles, 19 de marzo de 2025

Razones para orar

Razones para orar
Salmo 25

¿Qué le motiva a hablar con Dios? A lo largo de la Biblia se nos ordena orar. De hecho, Cristo consideraba que la oración era tan esencial que se apartaba con regularidad de las multitudes para pasar tiempo a solas con su Padre (Mr 1.35; Lc 5.16). Cualquier relación requiere comunicación para crecer y florecer, y eso incluye nuestra relación con Dios.

David era un hombre que conocía al Señor de manera personal. Dado que puso por escrito sus oraciones en los salmos, podemos echar una ojeada a su corazón cuando derramaba su alma ante el Señor. El pasaje de hoy nos muestra cinco razones por las cuales debemos acudir a Dios en oración:

1. Guía (Salmo 25.4, 5). Si le preguntamos, el Señor nos guiará y enseñará.

2. Perdón (Salmo 25.7, 11). Cada día necesitamos la purificación de Dios por el pecado, y su poder para arrepentirnos y regresar a Él.

3. Decisiones (Salmo 25.12). Cuando tenemos temor reverente a Dios, Él nos dice qué camino debemos elegir.

4. Problemas (Salmo 25.16-18). Cuando nos sentimos abrumados por las dificultades, nadie puede consolarnos como el Señor.

5. Protección (Salmo 25.19-20). Dios es quien guarda nuestra alma y nos salva de los ataques del enemigo.

Cuando buscamos al Señor, Él se convierte en nuestro refugio. Dios entiende nuestras debilidades, y nos invita a acudir a Él con todas nuestras preocupaciones.

Es en la intimidad de la oración que aprendemos a conocer su fidelidad, su compasión y su amor. Entonces podemos decir, como David: “Dios mío, en ti confío” (Salmo 25.2).

Para eliminar la duda

Para eliminar la duda
Mateo 21.20-22

A medida que maduramos espiritualmente, nos arraigamos más en la confianza de que Dios es fiel. Pero, a veces, la duda debilitará nuestra fe. Para no retroceder, tenemos que actuar con decisión para reducir los temores. He aquí tres pasos que debemos dar:

1. Recordar la fidelidad de Dios en el pasado y sus promesas. Cuando dedicamos tiempo a dar gracias a Dios por su intervención en situaciones anteriores, recordamos su amor y su provisión. Meditar en las promesas de las Sagradas Escrituras nos asegura también que Él atenderá cada necesidad. Por ejemplo, Salmo 41.12 dice que el Padre celestial está siempre presente con sus hijos, y que nos ha dado su Espíritu Santo para fortalecernos y dirigirnos (Jn 16.13; Ef 3.16).

2. Regar la fe en crecimiento con la Palabra de Dios. Si usted pide dirección bíblica, el Señor le dirigirá a los pasajes que tienen que ver con su situación, y que le darán la ayuda emocional y espiritual que necesite. Pase tiempo meditando en esos versículos, y pensando en cómo aplicarlos a sus circunstancias.

3. Decida creer en Dios y sus promesas. El Señor ha demostrado ser fiel desde el primer momento de la creación hasta el presente. Somos sabios al poner nuestra confianza en Él.

Desarrollar una fe firme y bien arraigada, requiere que cooperemos con el Padre celestial. Nuestra naturaleza humana complica las cosas haciéndonos propensos a dudar. Pero cuando decidimos confiar en Dios, la incertidumbre no puede reducir nuestra fe.

Bendita seguridad

Bendita seguridad
Hebreos 10.22-23

¿Cómo podemos saber si nuestra salvación es real? ¿Hay manera de estar seguros, o debemos vivir en la incertidumbre, con temor a hacer o decir algo que pudiera anular la aceptación de Dios?

Aunque la Biblia nos asegura que podemos estar seguros de que somos salvos, muchos cristianos viven llenos de dudas. A veces, el pecado provoca la idea de que esta vez hemos ido demasiado lejos, o confiamos en las emociones cambiantes como confirmación de nuestra posición con Dios. Quizás nos hemos estado comparando con otros creyentes que parecen más consagrados, y concluimos que no podemos ser salvos. O tal vez hemos escuchado enseñanzas falsas que dicen que la vida eterna puede perderse.

Nuestra falta de seguridad se reduce a dos asuntos: no creemos lo que dice la Palabra de Dios, y creemos que somos nosotros quienes debemos aferrarnos a nuestra salvación. El Señor Jesús dijo que nadie puede arrebatar sus ovejas de su mano (Jn 10.27-29). Él es quien nos sostiene, y ha prometido que no perderá a ninguno de los que el Padre le ha dado (Jn 6.39). Si comenzamos a dudar por cualquier motivo, debemos volver a las Sagradas Escrituras y dejar que el Señor nos asegure su amor y provisión.

Los que somos salvos tenemos garantizada la vida eterna, pero ¿cómo podemos estar seguros de que nuestra salvación es real? Una evidencia es la perseverancia. Dios usa las experiencias dolorosas para probar nuestra fe (1 P 1. 6-7). Cuando llegan las pruebas y no nos derrumbamos, entonces nuestra fe ha demostrado ser genuina. Además de esto, Romanos 8.16 nos dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”.

viernes, 14 de marzo de 2025

Predica: La vida eterna


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Ira justa a la vista de todos

Ira justa a la vista de todos
Números 25.1-18

Piense en las veces que se ha sentido airado. ¿Cuáles fueron las causas? Con toda franqueza, la mayoría de nosotros tendríamos que reconocer que nuestra irritación suele ser por razones egoístas.

El libro de Santiago nos dice que “la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1.20). Sin embargo, existe la indignación justa, y puede ejercerse para favorecer el trabajo de Dios.

En el pasaje de hoy, encontramos un excelente ejemplo de esto en Finees, quien se levantó para ejecutar a Zimri y Cozbi por sus inicuas acciones.

Gracias a este acto, fue elogiado por Dios con las siguientes palabras: “Finees… ha apartado mi furor de los hijos de Israel porque demostró su celo por mí entre ellos” (Números 25.11). Dios miró el corazón de Finees, vio su pasión, y la llamó “su celo por mí”. Por supuesto, no podemos tomar la ley en nuestras manos y comenzar a ejecutar a las personas, pero podemos tener la misma actitud de corazón que tuvo Finees. Este era un hombre que amaba a Dios con tanto ardor que no podía evitar odiar el mal. Mostró la misma ira que llevó al Señor a atravesar el templo con un látigo de cuerdas. (Vea Jn 2.13-17). En ambos casos, el celo por los asuntos de Dios fue demostrado con ira.

¿Cómo podemos hacer lo mismo? Se trata de tener la perspectiva de Dios, y dar la cara por lo correcto. Podemos situarnos en la puerta de nuestro corazón y matar cualquier pensamiento pecaminoso que intente entrar a él. Asimismo, podemos echar fuera los ríos de suciedad e inmoralidad que nos rodean, que intentan entrar en nuestros hogares. A medida que nuestro amor por Dios crezca, también lo hará nuestro aborrecimiento del mal.

El peligro de la ira 😡

El peligro de la ira
Efesios 4.26-27

La ira es una emoción poderosa que a menudo causa daño, aunque también puede ser justa. En Isaías 64.9 (LBLA), el profeta ora, diciendo: “No te enojes en exceso, Señor”. Este versículo implica que Dios mide su ira de una manera que se ajusta a cada situación. El pasaje de hoy nos enseña que el Señor también espera que aprendamos a controlar nuestra ira para que esta sea adecuada y no nos lleve a pecar.

Hay una línea que no debemos cruzar si queremos evitar la ira pecaminosa. Es obvio que aquí no están incluidos el abuso verbal y la violencia física, pero la ira puede conducir a otros pecados que son igual de letales.

Hemos cruzado la línea cuando observamos lo siguiente en nuestra vida:

Peleas. Proverbios 29.22 (DHH) dice: "El que es violento e impulsivo, provoca peleas...”. Aunque las peleas pueden tomar muchas formas, siempre hacen que una persona se enfrente a otra.

Ira. Salmo 30.5 dice que la ira del Señor es por un momento, y Efesios 4.26 nos advierte en contra de irnos a la cama enojados hasta el día siguiente. El enojo envenena, y luego conduce a la ira.

Aislamiento. El abrigar ira nos separa de las personas. Proverbios 16.28 dice que “el chismoso separa a los mejores amigos”.

Venganza. Romanos 12.19 (LBLA) se refiere a esto: “Amado, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios”.

¿Qué debe hacer si reconoce alguna de estas cosas en su vida? El primer paso es confesarla como pecado, y hacer el esfuerzo firme de apartarse de él. Cada vez que surja en usted un pensamiento airado, arrepiéntase y entrégueselo al Señor.

Cómo tener una fe firme

Cómo tener una fe firme
Hebreos 11.1-31

El apóstol Santiago nos desafía a comprender la relación que hay entre fe y obediencia. En Santiago 2.17, escribe que la fe sin obras está muerta. En otras palabras, no podemos tener creencias firmes sin obediencia.

Desarrollar una fe firme requiere tiempo. Nacemos espiritualmente por medio de una fe sencilla, como la de un niño que recibe a Cristo como Salvador.

Las convicciones se nutren de un conocimiento cada vez mayor de Dios, y de una confianza cada vez mayor en Él. Experimentar su protección, su provisión y su poder en los momentos de prueba fortalece nuestra fe. Daniel es un buen ejemplo de esto. Cada vez que su fidelidad era probada, elegía depender de Dios. A veces, era forzado por las circunstancias, como cuando tuvo que enfrentar la orden de comer alimentos sacrificados a los ídolos (Dn 1.8). En otras ocasiones, iniciaba voluntariamente una situación difícil con el fin de ayudar (Dn 2.24). En cada caso, seguía la dirección de Dios.

Hebreos 11 relata otros ejemplos de obediencia. Noé, cuando fue advertido acerca de cosas que no veía, obedeció a Dios y construyó el arca. Y Abraham dejó su tierra para irse a un lugar que aún no conocía, en obediencia al Señor. Luego, en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo se disponía arrestar a los cristianos cuando se encontró con el Salvador. Dio un giro a pesar de las amenazas, las golpizas y los naufragios, y obedeció a Dios y predicó el evangelio.

Conocer y confiar en Dios mediante su Hijo, experimentar su presencia, y vivir en obediencia a Dios son los elementos necesarios para desarrollar una fe inquebrantable. El Señor dijo que nuestra obra es creer en Él (Jn 6.29). Con la ayuda del Espíritu Santo, todos podemos tener una fe inquebrantable.

La iglesia cómoda

La iglesia cómoda
Isaías 6.8

Creo que es evidente que la sociedad en que vivimos es muy egocéntrica, y lo mismo podría decirse de la iglesia. Cuando un cuerpo local de creyentes tiene un enfoque interno, su efectividad en el ministerio comienza a disminuir, y el andar de fe de cada miembro se frena. Muchos creyentes quieren que su iglesia sea acogedora. 

Vienen a escuchar un sermón agradable, a tener compañerismo y a satisfacer sus necesidades. Pero Dios nunca ha querido que la reunión de su pueblo sea un club. Él nos llama a unirnos a un ejército que lleve el evangelio a territorio enemigo.

Una Iglesia efectiva —que represente una verdadera amenaza para el enemigo— es un grupo de personas al que se le ha enseñado la verdad de las Sagradas Escrituras, ayudado a madurar espiritualmente y capacitado para el servicio. Pero todo esto con el fin de que la Iglesia vaya al mundo, no para convertirse en un santuario exclusivo de comodidad cristiana.
La urgencia de la orden del Señor y la desesperada situación de la humanidad deben motivarnos a hacer a un lado nuestro compañerismo, para compartir el mensaje de salvación en Cristo. Evitar esta responsabilidad es desatender el plan del Padre celestial para nuestra vida y perder la oportunidad de ayudar a expandir su reino.

A ninguno de nosotros le gustaría desperdiciar tiempo o energías en cosas triviales y, por ende, perderse del emocionante gozo de hacer la voluntad de Dios. Él nos ha llamado a vivir una aventura de obediencia, y no a vivir cómodamente. Responda a su llamado y ayude a llenar el reino de Dios de personas de toda tribu y nación.

Cómo modelaba Cristo la humildad

Cómo modelaba Cristo la humildad
Filipenses 2.1-11

Aunque la humildad no es muy valorada en nuestra sociedad, es esencial en la vida cristiana. Y quién estableció el modelo para ella fue el propio Señor Jesucristo. Por consiguiente, como sus seguidores, debemos también procurar un espíritu humilde. Humildad es la ausencia de vanidad que busca exaltar o reafirmar el ego. Del pasaje de hoy aprendemos que la humildad se caracteriza por varios atributos:

La humildad fija nuestra atención en los demás (Filipenses 2.3-4). Cristo contempló nuestros intereses cuando vino al mundo para rescatarnos del pecado y la condenación.

La humildad no se aferra a nuestros derechos ni privilegios (Filipenses 2.6-7). Aunque Cristo era plenamente Dios, asumió las limitaciones de la condición humana.

La humildad nos hace servir de buena gana a los demás (Filipenses 2.7). El Señor no vino como un gobernante interesado que quería conquistar y someter al mundo. Por el contrario, vino como un esclavo humilde para servir a los demás.

La humildad nos impulsa a obedecer a Dios (Filipenses 2.8). El Hijo vino a la tierra en completa obediencia al Padre. Hizo y dijo solo lo que su Padre le ordenó (Jn 5.19), incluyendo su acto final de obediencia: entregar su vida en la cruz para pagar por los pecados de la humanidad.

Estas cualidades son exactamente lo opuesto a la ambición egoísta, la vanagloria y la viveza que el mundo valora. Desde la perspectiva del mundo, la humildad es debilidad. Pero, ¿qué requiere más esfuerzo: ser humilde o vanagloriarse? La humildad requiere el poder sobrenatural del Espíritu Santo para vencer nuestro egocentrismo natural. En vez de ser un signo de debilidad es, en realidad, una evidencia de la vida de Cristo en nosotros.

viernes, 7 de marzo de 2025

Las causas ocultas de la ansiedad

Las causas ocultas de la ansiedad
Salmo 94.19-22

Nuestras experiencias afectan lo que pensamos. A veces, las experiencias negativas desarrollan un patrón de pensamiento perjudicial que se repite una y otra vez en la mente de una persona; y cuando tales pensamientos se activan le provocan ansiedad. Desactivarlos definitivamente requiere fe en el Señor.
Permítame darle un ejemplo de lo que quiero decir.

Supongamos que los
esfuerzos de una niña de hacer las cosas bien eran a menudo rechazados por sus padres. Ella les escuchaba decir: “Puedes hacerlo mejor”, o “Tu hermana lo hacía mucho mejor a tu edad”. La niña rara vez recibía elogios por un trabajo bien hecho.

Ahora, como adulta, se niega a solicitar un ascenso en su empleo, a pesar de que su jefe la anima a que lo haga. ¿Por qué razón? Porque tiene miedo de que la consideren incompetente. Es posible que no diga que no lo hace por temor, pero sin duda la frena. Hay varias otras raíces potenciales de la ansiedad.

Una lista exhaustiva no cabría aquí, pero las más comunes son:
• La creencia de no poder lograr lo establecido.
• Sentimientos de culpa por pecados del pasado.
• La idea errónea de que Dios es condenador.
• Actitudes inculcadas en la infancia.

Cuando sienta ansiedad, pregúntese qué le produjo el desasosiego. Saber qué alimenta el temor puede indicarle la causa subyacente. Permita que Dios le ayude a rechazar la manera de pensar perjudicial, y reemplácela con la seguridad de que los que prestan oídos al Señor viven sin temor al mal (Pr 1.33).

Invertir en la eternidad

Invertir en la eternidad
Marcos 16.15-16

Los cristianos debemos invertir en la vida de otros. Todas las riquezas materiales de este mundo pasarán, y solo aquellos que creen en Jesucristo irán al cielo. Como sus seguidores, debemos dedicarnos a ayudar a que otros lo conozcan.
Dios ofrece salvación a todo el mundo, pero hay personas que nunca han escuchado que Cristo las ama, y que murió en la cruz por sus pecados (Jn 3.16). No siempre asociamos la palabra inconversos con vecinos, compañeros de trabajo ni amigos, pero la realidad es que las personas más cercanas a nosotros pueden no conocer el mensaje del evangelio.

La iglesia ha encontrado muchas maneras de anunciar las buenas nuevas de Jesucristo. Hay distintos ministerios que por ejemplo, llegan al mundo entero por medio de literatura, radio, TV, e Internet. Pero la evangelización de persona a persona sigue siendo una de las maneras más efectivas de hablar del Salvador, ya que los no creyentes pueden recibir respuesta a sus preocupaciones de una manera personal. Quienes ponen su fe en Cristo pueden ser discipulados, lo cual es vital para su crecimiento espiritual. No es suficiente donar dinero para que los misioneros puedan hacer este trabajo en países distantes; los campos cercanos están también listos para la cosecha, pero los obreros son pocos (Mt 9.37).

Cuando se trata de alcanzar a los perdidos, todos los creyentes son responsables. El Señor dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Jn 20.21). Nadie podrá involucrarse jamás en una tarea más acertada o más perdurable, que la de derramar riqueza espiritual en la mente y el corazón de otra persona. Invertir en las almas es una labor de valor eterno.

Cuando nuestra fe vacile

Cuando nuestra fe vacile
Santiago 1.2-8

Todos experimentamos cambios en la fortaleza de nuestra fe. Si todo está bien, estamos seguros de que el Señor es digno de confianza, porque vemos que sus bendiciones nos rodean. Pero cuando aumentan los problemas, también crecen nuestras dudas en cuanto a la fidelidad de Dios.

Comenzamos a preguntarnos si responderá nuestras oraciones. Por mucho que tratemos, no podemos verlo en la situación. Y cuando nuestras pruebas se prolongan, comenzamos a perder las esperanzas y a buscar maneras de resolver el asunto.

El apóstol Santiago nos señala una perspectiva diferente. En vez de pensar que el Señor nos ha olvidado, nos recuerda el propósito del Señor al permitir las dificultades. Ellas prueban nuestra fe para producir perseverancia y madurez.

Nuestro Padre celestial no trata de destruirnos; por el contrario, quiere que crezcamos, y por eso nos da lo que le falta a nuestra vida espiritual.

Sabiduría es lo que en realidad necesitamos en nuestras pruebas, y eso es lo que Santiago 1.5 nos dice que pidamos a Dios.

En vez de enfocarnos en las circunstancias y dejar que los sentimientos se impongan sobre nuestra fe, debemos dirigir nuestros pensamientos al Señor y creer con confianza que Él nos dará la sabiduría que necesitamos, tanto para manejar la situación como para crecer.

Dudar es peligroso, ya que puede dar lugar a la incertidumbre espiritual, en la que somos “arrastrados por el viento” (Santiago 1.6). Cuando nos dejamos llevar por las dudas, con frecuencia tomamos decisiones que resultan costosas. Mucho mejor es anclarnos al Señor y a su Palabra, y sobrellevar la tormenta con tranquila seguridad.