Juan 21.1-9
Todos hemos dejado huellas en el valle del fracaso. Lo que importa es cómo actuemos después. ¿Nos damos por vencidos y vivimos derrotados, o creemos que Dios puede restaurarnos?
La historia del fracaso de Pedro y su posterior restauración nos alientan de tremenda manera.
Cristo le advirtió a Pedro que tropezaría, pero también oró para que la fe del discípulo no fallara. El Señor le aseguró a Pedro antes de que sucediera que su fracaso no sería el final de la historia: se levantaría de nuevo y fortalecería a otros (Lucas 22.31-32).
El Señor sabía que antes de que Pedro pudiera ser un líder fuerte pero humilde, su orgullo y su confianza en sí mismo tenían que ser abatidos y su corazón quebrantado.
Aunque Satanás quiso zarandear al discípulo para hacerlo inútil, Cristo tomó el control para hacerlo útil.
De la misma manera, Dios puede usar nuestros fracasos para prepararnos para ser siervos más efectivos. Aunque podamos sentir que ya no está con nosotros, Cristo ha prometido que nada ni nadie puede separarnos de su amor. Él está sentado a la diestra del Padre, intercediendo siempre por nosotros (Romanos 8.34).
Cuando nos sumimos en la lástima por nuestros fracasos, y cerramos nuestro corazón para negarle el acceso al Señor, nos resistimos al quebrantamiento y a la recuperación que necesitamos. Si queremos que Dios nos use, debemos permitirle que elimine lo que nos impida ser quienes Él desea que seamos. Si acudimos al Señor con humildad, Él nos dará un nuevo comienzo y una comprensión renovada de su misericordia y propósito.
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