
miércoles, 11 de noviembre de 2020
martes, 3 de octubre de 2017
En medio de las pruebas
En medio de las pruebas
Leer | Génesis 39.6-20
La esclavitud de José duró trece años, y fue de mal en peor. Perdió su posición privilegiada en la casa de Potifar, y fue echado en prisión cuando la esposa de su amo lo acusó injustamente. Su esperanza de salir de la cárcel murió cuando el servidor del rey olvidó la promesa que le había hecho (Gn 40.14, 23). El futuro se veía sombrío.
A pesar de la evidencia de las circunstancias, Dios estaba llevando a cabo su plan para bendecir a José y ayudar a su familia. José era la persona que Él había designado para salvarlos del hambre que vendría. Para lograrlo, José tuvo que aprender el idioma y familiarizarse con la cultura de Egipto, desarrollar habilidades de liderazgo y madurar espiritualmente. El plan del Señor logró todo esto.
José aprendió dos lecciones útiles. Primero, el Señor es un fiel compañero que utiliza nuestras aflicciones para prepararnos para su obra. Cuando llegó el momento, José estaba plenamente capacitado para convertirse en el segundo en autoridad, después de Faraón; el rey egipcio declaró incluso que la presencia de Dios estaba con José (41.38).
Segundo, cuando el Señor logra sus propósitos, la dificultad terminará. En el momento elegido por Dios, José fue liberado de la cárcel, recompensado con un alto cargo y reconciliado con sus hermanos. Es decir, fue bendecido grandemente por vivir en el centro de la voluntad del Padre celestial.
La adversidad puede ser dolorosa, pero el Señor la utiliza para llevar adelante sus propósitos y prepararnos para su plan, e incluso Jesús sufrió para cumplir con el propósito redentor de Dios (Mt 16.21).
martes, 29 de diciembre de 2015
Perseverancia en medio del silencio
Leer | Job 23.16, 17
Ayer decíamos que Dios siempre tiene un propósito al guardar silencio. Aprendí esta lección.
Un día, me preparé para orar sobre una situación que afectaría mi futuro. Pero cuando me puse de rodillas, sentí como si Dios se hubiera ido de repente. Por tres días y tres noches, su presencia parecía estar a kilómetros de distancia. La cuarta noche, unos amigos se reunieron para interceder a mi favor, pero fue en vano. Casi derrotado, regresé a mi habitación cuando vi luz en la habitación de mi amigo. Entré por su ventana, que estaba abierta, y oramos hasta el amanecer. Pero aún nada.
Le supliqué a Dios durante toda la semana. Luego, por fin, Él intervino de una manera asombrosa para comunicarme los pasos que debía dar. La lección fue que cuando Dios guarde silencio, ¡siga orando!
Muchísimas veces he escuchado a personas decir que no deben seguir orando por una necesidad porque no hubo respuesta. Pero Mateo 17.20 dice que la fe del tamaño de una semilla de mostaza puede mover montañas. ¡Imaginemos, entonces, lo pequeña que debe ser nuestra fe cuando nos rendimos, y no esperamos en el Señor! Los creyentes no podemos tratar las oraciones como una máquina que nos da una respuesta inmediata cuando le depositamos una moneda. Hablar con Dios es una inversión a largo plazo en la íntima amistad que tenemos con Él.
Aunque Dios puede estar en silencio durante un tiempo, nunca deja de trabajar por nosotros. En el momento preciso, Él da un resultado que se adecúa a su plan perfecto. Así que, amigos, ¡a seguir orando!