domingo, 11 de julio de 2010
La Misma Gloria
“El que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:21). “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros…la gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad” (Juan 17:21-23, itálicas mías).
Échele otro vistazo a las itálicas en el versículo. Jesús está diciendo, en esencia: “La gloria que me diste, Padre, se la he dado a ellos”. Cristo hace una increíble declaración acá. Está diciendo que nos ha sido dada la misma gloria que el Padre le dio a Él. ¡Qué pensamiento tan impresionante! Pero, ¿cuál es esta gloria que fue dada a Cristo y cómo pueden nuestras vidas revelar dicha gloria? No se trata de un aura o una emoción; sino de ¡un acceso sin impedimentos al Padre Celestial!
Jesús nos dio un fácil acceso al Padre, abriéndonos una puerta por la Cruz: “Porque por medio de él [Cristo] los unos y los otros [nosotros y los que están fuera] tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios 2:18). La palabra “entrada” significa el derecho de entrar. Significa un pasaje libre y también fácil de acercarse: “En quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Efesios 3:12).
¿Ve lo que Pablo dice? Por fe, hemos alcanzado un lugar de acceso ilimitado a Dios. No somos como Ester en el Antiguo Testamento. Ella tenía que esperar la señal del rey antes de poder acercarse al trono. Sólo después que el rey extendiera su cetro, es que Ester podía acercarse.
En contraste, usted y yo ya nos encontramos en la presencia del Rey. Y tenemos el derecho y el privilegio de hablar con Él en cualquier momento. De hecho, estamos invitados a hacerle cualquier petición: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
Cuando Cristo ministró en la Tierra, Él no tenía que escabullirse hacia la oración para obtener la mente del Padre. Él dijo: “No puedo hacer nada por mí mismo, sino lo que veo hacer al Padre” (ver Juan 5:19). Hoy, el mismo grado de acceso al Padre que tenia Cristo, nos ha sido dado. Usted dirá: “Un momento, ¿yo tengo igual acceso al Padre que Jesús?”.
No se equivoque. Como Jesús, nosotros debemos orar con frecuencia y fervor, buscando a Dios, esperando en el Señor. No tenemos que escabullirnos para rogarle a Dios por fuerza y dirección, porque su mismo Espíritu vive en nosotros. Y el Espíritu Santo nos revela la mente y la voluntad del Padre.
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