Ya habíamos caminado tres horas cuando dos de los misioneros, muy cansados, empezaron a quejarse de tanto caminar, por lo que nos detuvimos a descansar. En ese mismo instante pasó a nuestro lado un hombre a quien le habían amputado las dos piernas. Ese hombre solo avanzaba impulsado por sus brazos. Inmediatamente nuestro guía nos informó que el hombre sin piernas tenía que caminar más de ocho horas todos los lunes para comprar sus víveres.
Inmediatamente empezamos a caminar, y mientras lo hacíamos, escuchamos la oración de uno de los misioneros:
"Señor perdóname por quejarme tanto cuando otros están sufriendo más que yo, te prometo que mi corazón siempre estará agradecido".
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