Cuando nos sintamos decepcionados
Leer | EFESIOS 3.17-19
¿No es maravilloso saber que no podemos desilusionar a Dios? Puesto que el Señor conoce cada decisión que haremos, Él nunca puede ser sorprendido o decepcionado por nuestras decisiones. El Señor no tiene falsas expectativas de lo que Él puede o no lograr, y nos ama, pase lo que pase.
Cuando otras personas pasan por experiencias difíciles, dolorosas o decepcionantes, algunos cristianos se apresuran a citar Romanos 8.28: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a sus propósito son llamados”. Pero, ¿aplicamos este versículo a los desafíos de nuestra propia vida? ¿Tenemos fe en que Dios está trabajando en nuestras circunstancias, no importa cuán preocupantes puedan ser, para al final traernos un beneficio?
Creemos que Jesús es el Mesías que vendrá otra vez. Creemos en la salvación por gracia solamente. Creemos que pasaremos la eternidad en el cielo. Decimos sinceramente “¡Amén!” a todo eso, pero cuando sufrimos una gran desilusión en la vida, clamamos: “Señor, ¿dónde estás? ¡Ayúdame!”
Una cosa es conocer esas verdades intelectualmente, pero otra cosa es vivir por fe. ¿Podemos aplicar los principios de las Sagradas Escrituras a nuestra vida diaria para que las desilusiones imprevistas no nos impidan ser las personas que Dios quiere que seamos?
Sufrir decepciones no significan que nuestro Padre no nos ama. Él desea que saquemos provecho de las circunstancias difíciles, y quiere lo mejor para nosotros. Recordemos que Dios está más interesado en nuestro crecimiento espiritual que en aliviar nuestro dolor. Es posible que lo mejor de Él no sea siempre lo que quisiéramos, pero debido a que su naturaleza es amarnos (1 Jn 4.8), podemos tener la absoluta seguridad de que hasta las desilusiones son para nuestro bien.
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