La verdadera alabanza
Leer | JUAN 12.1-8
Podríamos concluir por los últimos capítulos de Salmos, que toda alabanza a Dios debe ser bulliciosa. Pero la alabanza puede también expresarse de manera silenciosa. Pocas personas piensan que el pasaje de hoy es una descripción de alabanza, pero la profundidad del amor de Dios por el Salvador requería una expresión más allá de las palabras.
María deseaba dar al Señor Jesús algo de valor, y rompió una botella de perfume cuyo valor equivalía al salario de un año. Al romperla, no guardó nada, sino que dejó que el exceso del perfume cayera en el suelo. La pérdida económica, las miradas de los espectadores y el cáustico comentario de Judas, no significaron nada para ella, en comparación con el valor de tener un Salvador.
Toda la casa se llenó de la fragancia de la adoración de María. La alabanza verdadera impregna la atmósfera alrededor de nosotros, es por eso que podemos sentir cuando otros están adorando a Dios. Pasar tiempo con personas que están rendidas al Señor —que lo alaban por medio de las acciones y el servicio— nos permite participar de su gozo. Adorar a Dios con todo nuestro ser nos proporciona el gozo más grande que podamos sentir.
Los creyentes expresan su alabanza de muchas maneras creativas —cantando, pintando, dando una caminata por la naturaleza, o limpiando la casa de una persona de edad avanzada. Cuando queremos comunicar nuestra devoción más allá de las simples palabras, no estamos limitados en cuanto a la forma de expresión. El Padre celestial se complace en aceptar la alabanza genuina de todo tipo.
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