Romanos 5.1-4
La lista conocida como “el fruto del Espíritu” incluye la “paciencia” (Gálatas 5.22-23), pero eso no significa que el Espíritu Santo la imponga en la vida del creyente. Por el contrario, Él actúa como nuestro maestro confiable, y el que hace posible que crezcamos. El fruto espiritual es algo que madura con el tiempo a medida que obedecemos al Padre celestial y nos rendimos a su voluntad.
La paciencia para con Dios y para con nuestro prójimo es consecuencia de una fe firme. El Espíritu Santo nos impulsa a prestar atención a la obra del Señor a lo largo de nuestra vida. Nuestra confianza en Él se nutre por la oración contestada, por las ricas bendiciones que surgen de las circunstancias difíciles, y por cada migaja de bien que Dios saca de una situación negativa. A medida que crece nuestra confianza en su bondad y en su soberanía, nos hallamos más dispuestos a esperar las soluciones y las respuestas de Dios.
De hecho, creo que reconocer la soberanía de Dios es clave para desarrollar paciencia. Una parte importante de rendirse a su control absoluto es esperar que Él haga su voluntad. Es sabio comprender que nuestra vida se desarrolla de acuerdo con su plan maestro; la impaciencia no hace que Él se mueva más rápido. Dios espera que sus hijos sigamos su plan y seamos pacientes, sin importar el ritmo que Él fije.
La paciencia no es algo natural. Es por eso que tenemos al Espíritu Santo.
Él fortalece nuestra determinación a ser pacientes sin quejarnos cuando el avance parezca lento. Después de todo, Dios es lento solo desde el punto de vista humano; desde la perspectiva divina, Él trabaja siempre a la velocidad perfecta.
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