Salmo 94.19-22
Nuestras experiencias afectan lo que pensamos. A veces, las experiencias negativas desarrollan un patrón de pensamiento perjudicial que se repite una y otra vez en la mente de una persona; y cuando tales pensamientos se activan le provocan ansiedad. Desactivarlos definitivamente requiere fe en el Señor.
Permítame darle un ejemplo de lo que quiero decir.
Supongamos que los
esfuerzos de una niña de hacer las cosas bien eran a menudo rechazados por sus padres. Ella les escuchaba decir: “Puedes hacerlo mejor”, o “Tu hermana lo hacía mucho mejor a tu edad”. La niña rara vez recibía elogios por un trabajo bien hecho.
Ahora, como adulta, se niega a solicitar un ascenso en su empleo, a pesar de que su jefe la anima a que lo haga. ¿Por qué razón? Porque tiene miedo de que la consideren incompetente. Es posible que no diga que no lo hace por temor, pero sin duda la frena. Hay varias otras raíces potenciales de la ansiedad.
Una lista exhaustiva no cabría aquí, pero las más comunes son:
• La creencia de no poder lograr lo establecido.
• Sentimientos de culpa por pecados del pasado.
• La idea errónea de que Dios es condenador.
• Actitudes inculcadas en la infancia.
Cuando sienta ansiedad, pregúntese qué le produjo el desasosiego. Saber qué alimenta el temor puede indicarle la causa subyacente. Permita que Dios le ayude a rechazar la manera de pensar perjudicial, y reemplácela con la seguridad de que los que prestan oídos al Señor viven sin temor al mal (Pr 1.33).
viernes, 7 de marzo de 2025
Invertir en la eternidad
Marcos 16.15-16
Los cristianos debemos invertir en la vida de otros. Todas las riquezas materiales de este mundo pasarán, y solo aquellos que creen en Jesucristo irán al cielo. Como sus seguidores, debemos dedicarnos a ayudar a que otros lo conozcan.
Dios ofrece salvación a todo el mundo, pero hay personas que nunca han escuchado que Cristo las ama, y que murió en la cruz por sus pecados (Jn 3.16). No siempre asociamos la palabra inconversos con vecinos, compañeros de trabajo ni amigos, pero la realidad es que las personas más cercanas a nosotros pueden no conocer el mensaje del evangelio.
La iglesia ha encontrado muchas maneras de anunciar las buenas nuevas de Jesucristo. Hay distintos ministerios que por ejemplo, llegan al mundo entero por medio de literatura, radio, TV, e Internet. Pero la evangelización de persona a persona sigue siendo una de las maneras más efectivas de hablar del Salvador, ya que los no creyentes pueden recibir respuesta a sus preocupaciones de una manera personal. Quienes ponen su fe en Cristo pueden ser discipulados, lo cual es vital para su crecimiento espiritual. No es suficiente donar dinero para que los misioneros puedan hacer este trabajo en países distantes; los campos cercanos están también listos para la cosecha, pero los obreros son pocos (Mt 9.37).
Cuando se trata de alcanzar a los perdidos, todos los creyentes son responsables. El Señor dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Jn 20.21). Nadie podrá involucrarse jamás en una tarea más acertada o más perdurable, que la de derramar riqueza espiritual en la mente y el corazón de otra persona. Invertir en las almas es una labor de valor eterno.
Los cristianos debemos invertir en la vida de otros. Todas las riquezas materiales de este mundo pasarán, y solo aquellos que creen en Jesucristo irán al cielo. Como sus seguidores, debemos dedicarnos a ayudar a que otros lo conozcan.
Dios ofrece salvación a todo el mundo, pero hay personas que nunca han escuchado que Cristo las ama, y que murió en la cruz por sus pecados (Jn 3.16). No siempre asociamos la palabra inconversos con vecinos, compañeros de trabajo ni amigos, pero la realidad es que las personas más cercanas a nosotros pueden no conocer el mensaje del evangelio.
La iglesia ha encontrado muchas maneras de anunciar las buenas nuevas de Jesucristo. Hay distintos ministerios que por ejemplo, llegan al mundo entero por medio de literatura, radio, TV, e Internet. Pero la evangelización de persona a persona sigue siendo una de las maneras más efectivas de hablar del Salvador, ya que los no creyentes pueden recibir respuesta a sus preocupaciones de una manera personal. Quienes ponen su fe en Cristo pueden ser discipulados, lo cual es vital para su crecimiento espiritual. No es suficiente donar dinero para que los misioneros puedan hacer este trabajo en países distantes; los campos cercanos están también listos para la cosecha, pero los obreros son pocos (Mt 9.37).
Cuando se trata de alcanzar a los perdidos, todos los creyentes son responsables. El Señor dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Jn 20.21). Nadie podrá involucrarse jamás en una tarea más acertada o más perdurable, que la de derramar riqueza espiritual en la mente y el corazón de otra persona. Invertir en las almas es una labor de valor eterno.
Cuando nuestra fe vacile
Santiago 1.2-8
Todos experimentamos cambios en la fortaleza de nuestra fe. Si todo está bien, estamos seguros de que el Señor es digno de confianza, porque vemos que sus bendiciones nos rodean. Pero cuando aumentan los problemas, también crecen nuestras dudas en cuanto a la fidelidad de Dios.
Comenzamos a preguntarnos si responderá nuestras oraciones. Por mucho que tratemos, no podemos verlo en la situación. Y cuando nuestras pruebas se prolongan, comenzamos a perder las esperanzas y a buscar maneras de resolver el asunto.
El apóstol Santiago nos señala una perspectiva diferente. En vez de pensar que el Señor nos ha olvidado, nos recuerda el propósito del Señor al permitir las dificultades. Ellas prueban nuestra fe para producir perseverancia y madurez.
Nuestro Padre celestial no trata de destruirnos; por el contrario, quiere que crezcamos, y por eso nos da lo que le falta a nuestra vida espiritual.
Sabiduría es lo que en realidad necesitamos en nuestras pruebas, y eso es lo que Santiago 1.5 nos dice que pidamos a Dios.
En vez de enfocarnos en las circunstancias y dejar que los sentimientos se impongan sobre nuestra fe, debemos dirigir nuestros pensamientos al Señor y creer con confianza que Él nos dará la sabiduría que necesitamos, tanto para manejar la situación como para crecer.
Dudar es peligroso, ya que puede dar lugar a la incertidumbre espiritual, en la que somos “arrastrados por el viento” (Santiago 1.6). Cuando nos dejamos llevar por las dudas, con frecuencia tomamos decisiones que resultan costosas. Mucho mejor es anclarnos al Señor y a su Palabra, y sobrellevar la tormenta con tranquila seguridad.
Todos experimentamos cambios en la fortaleza de nuestra fe. Si todo está bien, estamos seguros de que el Señor es digno de confianza, porque vemos que sus bendiciones nos rodean. Pero cuando aumentan los problemas, también crecen nuestras dudas en cuanto a la fidelidad de Dios.
Comenzamos a preguntarnos si responderá nuestras oraciones. Por mucho que tratemos, no podemos verlo en la situación. Y cuando nuestras pruebas se prolongan, comenzamos a perder las esperanzas y a buscar maneras de resolver el asunto.
El apóstol Santiago nos señala una perspectiva diferente. En vez de pensar que el Señor nos ha olvidado, nos recuerda el propósito del Señor al permitir las dificultades. Ellas prueban nuestra fe para producir perseverancia y madurez.
Nuestro Padre celestial no trata de destruirnos; por el contrario, quiere que crezcamos, y por eso nos da lo que le falta a nuestra vida espiritual.
Sabiduría es lo que en realidad necesitamos en nuestras pruebas, y eso es lo que Santiago 1.5 nos dice que pidamos a Dios.
En vez de enfocarnos en las circunstancias y dejar que los sentimientos se impongan sobre nuestra fe, debemos dirigir nuestros pensamientos al Señor y creer con confianza que Él nos dará la sabiduría que necesitamos, tanto para manejar la situación como para crecer.
Dudar es peligroso, ya que puede dar lugar a la incertidumbre espiritual, en la que somos “arrastrados por el viento” (Santiago 1.6). Cuando nos dejamos llevar por las dudas, con frecuencia tomamos decisiones que resultan costosas. Mucho mejor es anclarnos al Señor y a su Palabra, y sobrellevar la tormenta con tranquila seguridad.
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