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sábado, 17 de febrero de 2024

Cuando clamamos a Dios

 


Cuando clamamos a Dios

Salmo 57.1-3

Lo más probable es que todos hayamos clamado a Dios en momentos de desesperación. Si era algo tan sencillo como temer a una prueba de la escuela, o algo tan grave como estar en la sala de espera durante la cirugía de un ser querido, sabemos lo que se siente cuando la única opción es invocar a Dios todopoderoso.

Es importante tener en cuenta que existe una diferencia entre nuestro clamor a Dios y nuestras oraciones. En la oración, traemos muchas cosas al Padre de una sola vez; vaciamos nuestros corazones delante de su trono, y escuchamos lo que Él quiera decirnos. Pero, cuando clamamos, sucede algo más. En ese momento estamos tan dominados por la emoción (ya sea de temor, pánico, dolor o incluso de ansiosa esperanza), que no podemos evitar arrojarnos de forma natural a la misericordia de Dios por nuestra necesidad inmediata. La Biblia registra muchos momentos de clamor. Hay gritos de desesperación (Mt 14.29-30), de impotencia (2 Cr 20.9-12), e incluso de fe (Sal 34.15-17).

Pero la verdad más poderosa que podemos aprender de nuestros clamores es que el Padre celestial escucha cada uno de ellos. En el desierto, el Señor escuchó el clamor de angustia de Moisés y respondió de inmediato (Ex 17.3-7). Asimismo, en Jueces 3.9-11, Dios escuchó al pueblo que clamaba por liberación y respondió justo a tiempo.

Nuestro Padre celestial quiere que sus hijos clamen a Él con las cargas que hay en sus corazones. ¿Ha clamado a Dios con fe? Tenga la seguridad de que Él está escuchando, y de que, aun cuando no sepamos qué decir, su Espíritu Santo intercede por nosotros (Ro 8.26).

martes, 6 de febrero de 2018

El alcance de nuestra gratitud


El alcance de nuestra gratitud

¿Se ha dado cuenta de que la Biblia contiene mandatos, pero no la explicación de cómo cumplir con ellos? Sabemos que la Biblia contiene todo lo que necesitamos saber para obedecer a Dios. Sin embargo, a veces desearíamos recibir instrucciones detalladas. Por ejemplo, el versículo 18 del pasaje de hoy dice simplemente: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”.
Ahora bien, ¡esas sí que son palabras mayores! Nos apresuramos a dar gracias al Señor por las bendiciones, tales como un nuevo bebé, una nueva casa, o un nuevo trabajo, pero ¿qué de la enfermedad, del dolor, de las dificultades o de las pérdidas? ¿Cómo podemos estar agradecidos por tales cosas? La respuesta es que no podemos —a menos que reconozcamos que Dios trae o permite el dolor y las dificultades en la vida por sus buenos propósitos para con nosotros, y para su gloria.
José es un ejemplo de esta verdad. Sus hermanos lo vendieron como esclavo, pero Dios usó su difícil situación para salvar la vida de muchas personas, entre ellas a sus mismos hermanos (Gn 50.20). Cuando elegimos la gratitud en vez de la amargura, reconocemos que el Señor es bueno, incluso cuando las circunstancias no lo sean.
Hay muchas cosas que nunca seremos capaces de entender en este mundo, pero hay algo de lo que podemos estar muy seguros: Nuestro Dios es bueno. Además, sus propósitos son buenos, y Él ha prometido estar con nosotros en cada circunstancia. Si creemos esto, podemos dar gracias en todo.

jueves, 11 de agosto de 2011

Dios Escucha Nuestras Oraciones


A él clamé con mi boca…
Ciertamente me escuchó Dios;
atendió a la voz de mi súplica.
Salmo 66:17, 19.

El primer versículo arriba citado expresa el agradecimiento hacia Dios por parte de una persona que atravesó una prueba muy dolorosa. No conocemos las situaciones que padeció, ni siquiera sabemos de quién se trata. Este caso es un ejemplo entre muchos otros, y es frecuente. Tal vez sea el del lector: usted se halla en una situación muy difícil. Le parece que todo está en su contra y no sabe cómo arreglárselas. Entonces hay un recurso: la oración. Por eso el autor del salmo escribió: “Me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica”.

Es extraordinario: el Dios creador, todopoderoso, justo y santo, escuchó y contestó. Es una experiencia que hemos hecho personalmente y a menudo. Él presta atención hasta a la voz de nuestra súplica; es decir, no necesita que le expliquemos cuál es nuestro estado ni nuestra situación. Él nos ve y nos conoce.

Si el autor del Salmo 66 hubiese acariciado el mal en su corazón, el Señor no le “habría escuchado” (v. 18). Pero consciente de sus pecados se atreve a pedir el socorro de Dios. Tanto él como todos nosotros somos pecadores, pero felizmente Dios nos ama y dio a su Hijo para que nuestros pecados fueran borrados. Pero para gozar de este privilegio es necesario depositar nuestra fe en la obra de Cristo. Finalmente, no olvidemos agradecer siempre a Dios por su ayuda y decir como el afligido del salmo: “Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia” (v. 20).

domingo, 11 de julio de 2010

NECESIDAD DE SER ESCUCHADOS


Frecuentemente mucha gente se contacta y dice: “No tengo a nadie con quien hablar, a nadie con quien compartir mi carga, a nadie que tenga tiempo para escuchar mi clamor. Necesito a alguien a quien le pueda abrir mi corazón”.

El rey David estaba constantemente rodeado por personas. Estaba casado y siempre había alguien a su lado. Aun así, escuchábamos el mismo clamor de él: “A quien iré”. Está en nuestra naturaleza, el necesitar a otro ser humano, con rostro, ojos y oídos, que nos escuche y nos aconseje.

Cuando Job estuvo abrumado por sus problemas, clamó con pena, “¡Quién me diera quien me oyese!” (Job 31:35). Él pronunció este grito mientras estaba sentado con quienes decían llamarse sus amigos. Aquellos amigos no tenían compasión por sus problemas; de hecho, eran mensajeros de la desesperanza.

Job sólo acudió al señor: “Mas he aquí que en los cielos está mi testigo, y mi testimonio en las alturas… Mas ante Dios derramaré mis lágrimas” (Job 16:19-20).

David le dice al pueblo de Dios que haga lo mismo: “Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; Derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio” (Salmos 62:8).

Eventualmente, el sufrimiento nos llega a todos nosotros, y ahora mismo, multitudes de santos están encadenados por aflicciones. Sus circunstancias han tornado su gozo en sentimientos de impotencia e inutilidad. Muchos se preguntan en su dolor, “¿Por qué me está pasando esto? ¿Está Dios enojado conmigo? ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué no responde mis oraciones?

Yo creo en mi corazón, que esta palabra es una invitación del Espíritu Santo para que usted encuentre un lugar privado, en donde pueda frecuentemente derramar su alma al Señor. David “derramó sus quejas”, y usted también puede hacerlo. Puede hablarle a Jesús acerca de todo: Sus problemas, sus pruebas presentes, su economía, su salud, y decirle cuán abrumado está, inclusive cuán desalentado se siente. Él lo escuchará con amor y simpatía, y no menospreciará su clamor.

Dios le respondió a David; le respondió a Job. Y por siglos ha respondido el clamor de todos aquéllos que han confiado en sus promesas. Él ha prometido escucharlo y guiarlo. Él ha prometido por juramento que será su fuerza, así que usted puede ir a Él y salir renovado.