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miércoles, 3 de junio de 2020

El Tesoro de David; Salmo 56 C.H.Spurgeon



SALMO 56

Tenemos aquí los cánticos del siervo de Dios, que se regocija una vez más por su retorno del
destierro, y abandona los lugares peligrosos en que se había visto obligado a refugiarse y callar,
incluso ante lo bueno. Hay un conocimiento tan profundo y espiritual en este Salmo, que
podríamos decir de él: «Bienaventurado eres, David Bar-jonás, porque no te lo han revelado
carne y sangre.» C. H. S.

Vers. 1. Ten misericordia de mí, oh Dios. Ésta es para mí la fuente de todo lo que espero, la
fuente de todas las promesas: Miserere mei, Deus, miserere mei. Bernard
Porque me devoraría el hombre. No es más que una criatura, un mero hombre, pero es como un
monstruo, ávido de sangre; está acechándome; no sólo para herirme, alimentarse de mi sustancia,
sino que querría devorarme, poner fin a mi vida. Las bocas abiertas de los pecadores, cuando nos
rodean en su ira, deben hacernos abrir a nosotros la boca en oración. C. H. S.

Vers. 2. Todo el día mis enemigos me pisotean. No falla nunca en ellos su apetito de sangre. 
No es posible una tregua o armisticio. Son muchos y unánimes contra mí. No puedo hacer nada para
que desistan. A menos que me devoren no estarán contentos.
Son muchos los que pelean contra mí con altivez. Porque. Los pecadores son criaturas gregarias.
Los perseguidores van en hordas. Estos lobos de la iglesia raramente vienen uno a uno. C. H. S.

Vers. 3. En el día en que tengo miedo, yo en Ti confío. David no se jactaba, no era un
fanfarrón; no dice que nunca tenía miedo; no es un estoico que no teme nada y al cual falta
ternura. La inteligencia de David le impedía adoptar una actitud de indiferencia o ignorancia; se
daba cuenta del peligro y tenía miedo. Somos hombres, y por tanto podemos ser derribados;
somos débiles, y por tanto incapaces de impedirlo; somos pecadores, y por tanto lo merecemos, y
por estas razones tenemos miedo.

Pero la condición de la mente del Salmista era compleja, pues el temor no invadía toda su mente,
porque añade: yo en Ti confío. Es posible, pues, que el temor y la fe ocuparan la mente en el
mismo momento. Somos seres extraños, y nuestra experiencia en la vida divina es todavía más
extraña. Con frecuencia nos hallamos en un crepúsculo en que la luz y las tinieblas están
presentes las dos y es difícil decir cuál de las dos predomina.
Es un temor bendito el que nos lleva a la confianza. El temor no regenerado aleja de Dios; el
temor con la gracia lleva a El. Si temo al hombre, me basta con confiar en Dios, y tengo el mejor
antídoto. C. H. S.

No hay nada como la fe para ayudar en el momento de la necesidad; la fe disuelve las dudas
como el sol la niebla. Y para que no vaciles, recuerda que el momento para creer es siempre. Hay
momentos en que algunas gracias no son usadas, pero no hay un solo momento en que podamos
decir esto de la fe. Por lo tanto, la fe debe ser ejercida en toda ocasión.
La fe es el ojo, es la boca, es la mano, y uno de ellos por lo menos es usado durante todo el día.
La fe es ver, recibir, obrar, comer; y un cristiano debe ver, o recibir, u obrar, o alimentarse todo
el día. Que llueva, que truene o relampaguee, el cristiano debe seguir creyendo. «En el
momento» -dijo el hombre buen- «en que tema, confiaré en Ti.» John Bunyan

Una chispa divina puede vivir en el humo de las dudas sin que se levante en forma de llama.
Cuando hay gracia en el fondo de la duda, habrá dependencia en Cristo y súplicas vivas a El.
 La fe de Pedro vacila cuando empieza a hundirse, pero echa una mirada y dama a su Salvador,
reconociendo su suficiencia (Mateo 14:30): «Señor, sálvame.» Stephen Charnock

Es una buena máxima con la que entrar en un mundo de peligro; una buena máxima para entrar
en el mar; una buena máxima en la tormenta; una buena máxima cuando estamos en peligro en
tierra; una buena máxima cuando estamos enfermos; una buena máxima cuando pensamos en la
muerte y el juicio. «En el día en que tengo miedo, yo en Ti confío.» Albert Barnes

Vers. 4. En Dios alabaré su palabra. La fe hace brotar las alabanzas. El que puede confiar,
pronto va a cantar. C. H. S.

No temeré; ¿qué puede hacerme el hombre mortal? Una vez mas no hemos de temer a la carne.
Nuestro Salvador (Mateo 10), tres veces, en el espacio de seis versículos, nos manda que no
temamos al hombre; si tu corazón tiembla ante él, cómo vas a comportarte en la lid contra
Satanás, cuyo meñique es mas Poderoso que los lomos del hombre? Los romanos tenían arma
proelusoria, armas para dar golpes, que usaban antes de llegar a las armas de filo.
Si no puedes aguantar los golpes de las armas contundentes del hombre, ¿qué harás cuando
tengas la espada de Satanás en tu costado? Dios considera que se le hace reproche cuando sus
hijos temen al hombre; por tanto, hemos de santificar al Señor y no temerlos a ellos. William
Gurnall

Eusebio nos cuenta que Ignacio, hallándose en manos de sus enemigos, poco antes de sufrir hizo
un notable discurso en el que presentaba un espíritu de gran elevación, por encima del mundo y
d,e sí mismo. «No me importa nada, visible o invisible, con tal que este con Cristo. Sea el fuego,
la cruz, las fieras, el quebrantamiento de huesos, el arrancar mis miembros o que trituren todo mi
cuerpo, y los tormentos de los demonios pueden venir sobre mí, con tal que tenga a Cristo.» De
Jeremiah Burroughs

El temor del hombre es un ídolo hosco con la boca sanguinolenta; ¡a muchos hombres ha
devorado y los ha pisoteado hasta el infierno! Sus ojos están llenos de odio a los discípulos de
Cristo. Hay burla y mofa en sus ojos. La risa del escarnecedor está en su garganta. Echa al suelo
este ídolo. Te impide la oración privada, el adorar a Dios en la familia, el presentar tu caso ante
los ministros, el confesar abiertamente a Cristo. Tú que has sentido el amor de Dios y su Espíritu,
desmenuza este ídolo. «¿Quién eres tú que debas tener miedo al hombre que es mortal?» «No
temas, gusano de Jacob.» «¿Qué tengo yo que ver con los ídolos?» Robert Murray M’cheyne

Vers. 5. Todos los días ellos retuercen mis palabras. Ésta es una forma común de guerrear de
los impíos. Ponen tus palabras en el potro; les extraen significados que no contienen. Así la
profecía de nuestro Salvador con referencia al templo de su cuerpo, e innumerables acusaciones
contra sus siervos que fueron basadas en tergiversaciones y hechas a propósito. Hacen esto cada
día y adquieren en ello gran destreza. Un lobo siempre puede hallar en las palabras del cordero
una razón que justifique que se lo coma. Puedes hallar que las oraciones son blasfemias si
quieres leerlas de abajo arriba o diagonalmente. C. H. S.

Todos sus pensamientos contra mí son para mal. No hay mezcla de buena voluntad que atenúe
su malicia. Tanto si le consideraban como un rey, un salmista, un hombre, un padre, un guerrero,
un paciente, lo mismo daba; lo veían todo en un cristal coloreado y no había pensamiento alguno
generoso hacia él. Incluso se esforzaban por menospreciar las acciones suyas que habían sido una bendición indudable a la comunidad. ¡Oh fuente turbia, de la cual no mana ni una gota de
agua pura! C. H. S.

Vers. 6. Se esconden. Los hombres maliciosos son cobardes.

Vers. 8. Pon mis lágrimas en tu redoma. No hay alusión a los pequeños lacrimatorios que
estaban de moda entre los romanos; es una metáfora robusta que va más lejos; los torrentes de
lágrimas que David había llorado no podían ser contenidos en una redoma. C. H. S.

Es una observación aguda la de que Dios se dice en las Escrituras tiene una bolsa y una botella;
una bolsa para nuestros pecados y una botella para nuestras lágrimas; y que deberíamos ayudar a
llenar ésta, ya que tenemos la otra. Hay una alusión aquí en el original que no se puede traducir.
John Trapp

El ungimiento con el que la mujer en la casa del fariseo ungió los pies de Cristo era precioso;
pero sus lágrimas, con las que le lavó los pies, tenían más valor que el nardo. Abraham Wright

Vers. 9. El día en que yo clame. El clamor de la fe y la oración a Dios es más temido por
nuestros enemigos espirituales que el grito de guerra de los indios por sus enemigos. Adam
Clarke

Vers. 13. Para que ande delante de Dios en la luz de los que viven. Aquí se alcanza el grado
más elevado de la ambición del hombre: el residir con Dios, el andar con justicia delante de El, el
regocijarse en su presencia y en la luz y gloria suyas. C. H. S.

lunes, 18 de diciembre de 2017

Nuestro testimonio


Nuestro testimonio

Leer | Hechos 6.1-6
En términos espirituales, testimonio es una profesión de fe en Jesucristo. Pero nuestra declaración de fe abarca mucho más que la historia que contamos. El ejemplo de Felipe pone de relieve que un buen testimonio del Señor está formado por el carácter, la conducta y las palabras.
Como cristianos, hacemos —con razón—mucho énfasis en contar lo que Dios ha hecho en nuestra vida. También hablamos de las maneras en que podemos ser como Cristo para nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo, por medio de lo que hacemos. Pero el carácter es la parte del testimonio de cada creyente que subyace tanto en la conducta cristiana como en una buena historia de nuestra vida.
En general, lo que hacemos y decimos representa la clase de persona que somos interiormente. Podemos decir mucho sobre el carácter de Felipe al observar sus acciones y sus palabras. De entre numerosos creyentes, Felipe fue elegido por ser una persona sabia y llena del Espíritu. Pero no fue escogido para ocupar un gran ministerio —sino para servir comida. Estuvo dispuesto a hacer este humilde trabajo de buena gana, lo que demuestra su espíritu obediente (Hch 6.5; 8.5, 26, 27). Podemos estar seguros de que era un hombre sincero y digno de confianza, porque cuando hablaba, la gente lo escuchaba (8.6).
Nadie puede engañar a Dios ni hacerle creer que su carácter es recto, si no lo es. Tampoco se puede aparentar ser alguien que no se es durante mucho tiempo. Tarde o temprano, un espíritu orgulloso, duro o poco amable produce una conducta y una manera de hablar contrarias al mensaje cristiano.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Verdades bíblicas fundamentales acerca de la identidad de Jesús

Uno de los grandes beneficios de la temporada de Navidad es la mayor apertura a las conversaciones acerca del Señor Jesús. Las personas, por lo general, lo aceptan con más facilidad cuando es presentado como un pequeño bebé acostado en un pesebre. Incluso, algunos que no creen en Cristo, disfrutan de la historia de la Navidad. No hay mucho en esta escena para generar hostilidad, salvo la de aquellos que realmente odian cualquier mención de su nombre.

Pero, junto con esta oportunidad para la conversación, también abundan los malentendidos en cuanto a la verdadera identidad de Cristo. Es comprensible que quienes están fuera de la iglesia tengan ideas equivocadas acerca de Él, pero incluso hay cristianos que tienen poco conocimiento de Él. Saben que es el Hijo de Dios, y que es su Salvador, pero son incapaces de explicar con precisión quién es el Señor Jesús, y por qué creen, realmente, en Él. Es por esto que necesitamos entender seis verdades bíblicas fundamentales acerca de su identidad.

Primero, Jesús existió antes de ser concebido en el vientre de su madre. Dado que la historia de la Navidad es acerca de su nacimiento, algunas personas asumen que fue en ese día cuando comenzó su vida. Esto era exactamente lo que la mayoría de los judíos creían en aquellos tiempos. Por eso, Jesús causó una revuelta muy grande cuando afirmó que Él existía antes de Abraham (Jn 8.56-59). Y poco antes de su crucifixión, mientras estaba con sus discípulos, oró al Padre diciendo: “Me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Jn 17.24). Esto solo podía significar que Él estaba vivo con el Padre antes del inicio del tiempo.

Segundo, el Señor Jesús nació de una madre terrenal y de un Padre celestial. Es por eso que fue llamado el Hijo de Dios. Aunque había existido siempre, en el tiempo señalado dejó su hogar en el cielo para entrar en esta esfera terrenal mediante el vientre de una virgen (Lc 1.34, 35). Este era un factor esencial en el plan de salvación de Dios. Se requería un sacrificio perfecto para pagar el castigo por el pecado de la humanidad. Pero toda persona, desde el nacimiento de Adán ha nacido con una naturaleza pecaminosa. Pero, puesto que el Señor Jesús fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de una virgen, no heredó la naturaleza pecaminosa de Adán. Solamente Él ha vivido libre de pecado; por consiguiente, está calificado para ser nuestro Salvador.

Tercero, Jesús era Dios y el Hijo de Dios al mismo tiempo. Cuando el apóstol Juan escribió su relato de la vida de Jesús, lo llamo “el Verbo”, declarando: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1.1). El Hijo de Dios vino al mundo como un hombre visible para mostrar “la imagen del Dios invisible” (Col 1.15). A lo largo de su ministerio, Cristo afirmó su deidad afirmando que Él y el Padre eran uno (Jn 10.30), y que cualquiera que le viera o le conociera, había visto y conocido al Padre (Jn 12.45; 14.7).

Cuarto, el Padre y el Hijo crearon todas las cosas. El papel de Cristo en la creación está implícito por primera vez en Génesis 1.26, cuando Dios dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Los pronombres en plural revelan que los tres miembros de la Trinidad estuvieron involucrados en la creación. Sin embargo, Colosenses 1.16, 17 expresa con más claridad lo implicado en el Antiguo Testamento: “En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles… él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”. Piense en ello. Jesús nació en el mundo que Él mismo creó. ¡Qué demostración tan maravillosa de amor por la humanidad perdida!

Quinto, no hay ningún nombre que se compare al de Jesús. No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos (Hch 4.12). Esta es una de las razones por la que el mundo ve a los cristianos como intolerantes —porque proclamamos a Jesús como el único camino al Padre. Aunque muchas personas se burlan y usan su nombre en vano, sabemos que un día toda rodilla se doblará ante Él y confesará que es el Señor (Fil 2.9-11).

Sexto, Jesucristo algún día regresará a la Tierra como Rey y Juez de toda la humanidad. Dado que tantas profecías del Antiguo Testamento se cumplieron con su primera aparición, podemos estar seguros de que Él también cumplirá las que se relacionan con su segunda venida. En lugar de entrar al mundo como un bebé indefenso visto únicamente por María y José, la próxima vez todo ojo le verá cuando venga en nubes de gloria (Ap 1.7).

Jesús no era un bebé como cualquier otro, ni tuvo la intención de mantenerse en el pesebre para ser recordado una sola vez al año como parte de una tradición. Él es mucho más grande de lo que la mayoría de la gente piensa, y la Navidad nos ofrece una oportunidad única para que los demás conozcan su verdadera identidad. Después de todo, no hay mensaje más importante. Jesucristo es la única esperanza que este mundo tiene.

viernes, 1 de febrero de 2013

ENCICLOPEDIA EXPLICATIVA DE DIFICULTADES BÍBLICAS de Samuel Vila: LA MUERTE DE ADÁN Y LA NUESTRA




1

LA MUERTE DE ADÁN Y LA NUESTRA

P. En Génesis 2:17 leemos que Dios dijo a Adán: «El día que de él comieres morirás», pero en el cap. 5:5 dice: «Y fueron todos los días que vivió Adán 930 años y murió.»

¿No hay contradicción entre ambos textos? Pues Adán no murió el día que desobedeció a Dios, sino mucho después.

R. En lugar de haber contradicción tenemos aquí una prueba de la inspiración de la Biblia, pues el hebreo dice textualmente: «El día que de él comieres muriendo morirás.» Pero como esta traducción literal del hebreo sería un mal castellano, los últimos revisores de la Biblia de Valera han traducido:
«Ciertamente morirás.» Nacar y Colunga (traductor católico) traduce: «infaliblemente morirás». Es decir, Dios advirtió a Adán que si pecaba empezaría a morir desde el mismo día que cometiera la desobediencia hasta el final en que la sentencia quedaría plenamente cumplida. Y esto es lo que nos está sucediendo a todos; que estamos muriendo desde el mismo día en que nacemos, porque nuestra vida se encamina a la vejez y a la muerte. Adán murió legalmente el día que se separó de Dios, que es la fuente de la vida, y engendró una sucesión de seres mortales, o sea condenados a morir.

Afortunadamente esta condición, que nos asemeja a los irracionales, que no se dan cuenta de que el tiempo pasa, produciendo el rechazo a la muerte que todos sentimos, por poseer un alma hecha para la eternidad, queda remediada, cuando por la fe nos unimos de nuevo a Dios por Jesucristo, Dios-Hombre, quien dijo: «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mí aunque muerto vivirá, y el que vive y cree en Mí no morirá eternamente.» Es decir, pasa de la condición de hijo natural de Adán después de su pecado, a la de hijo de Dios a través de la persona de Jesucristo, quien vino a redimirnos, no sólo del pecado del primer Adán, sino también de nuestro propio pecado, al cual tenemos tendencia por nuestra condición pecadora.

Por eso Pablo llama a Jesucristo: «el nuevo Adán». (Véase Romanos 5:12-21.)