jueves, 15 de abril de 2010
Amor y odio
“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26).
La palabra griega “aborrece” significa: “amar menos por comparación”. Jesús nos llama a tener un amor por Él, que sea tan amplio, ferviente y absoluto que todos nuestros afectos terrenales no puedan siquiera acercarse.
Piense en ello: ¿Sabemos lo que es entrar a su dulce presencia sin pedir nada? ¿Extendernos a Él sólo por estar agradecidos porque Él nos ama tan grandemente?
Nos hemos vuelto egoístas y egocéntricos en nuestras oraciones: “Danos, provéenos, bendícenos úsanos, protégenos”. Todo esto puede ser escritural, pero el enfoque depende de nosotros. Hasta nuestra obra en el Señor se ha vuelto egoísta. Queremos que Él bendiga nuestro servicio a Él, para saber que nuestra fe es genuina. El Señor está más interesado en lo que estamos siendo en Él que en lo que estamos haciendo para Él.
Alguien leyendo esto podría estar herido porque las puertas del ministerio se han cerrado. Él o ella podría sentirse “relegado a una repisa”. Otro podría pensar que sería más útil al Señor en algún campo misionero en necesidad. Pero yo digo que no podemos ser más útiles al Señor que cuando le ministramos amor a Él en el lugar secreto de oración. Cuando buscamos al Señor, cuando escudriñamos incesantemente su Palabra para conocerle, entonces estamos en el punto más alto de nuestra utilidad. Bendecimos y satisfacemos más a Dios, estando encerrados con Él, comunicándonos en amor, que haciendo cualquier otra cosa. Cualquiera que sea la obra que Él quiera que hagamos, sea en casa o fuera de ella, fluirá, sin esfuerzo, de nuestra comunión con Él. Él está más interesado en ganar todo nuestro corazón, que en que nosotros ganemos todo el mundo para Él.
No estoy menospreciando la labor ferviente de ganar almas, más bien estableciendo que todo evangelismo bendecido por el Espíritu, nace en la comunión. Al testigo, que está a menudo con el Señor en oración, se le dará la sabiduría, el tiempo del Espíritu Santo y el poder para hacer la voluntad de Dios.
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