sábado, 10 de diciembre de 2011
La descilución
Hoy en día son numerosos los que no esperan nada más de la vida, sino algunas satisfacciones materiales que pronto se esfuman. Los ideales que habían hecho brillar sus ojos cuando eran niños se han desvanecido, dejando sólo amargura y desilusión.
Los hombres de hoy, ¿Están hastiados de todo? Aun cuando las perspectivas del porvenir fueran mejores, de todos modos el mañana permanecería marcado por la incertidumbre y la angustia.
¿No existe ningún ideal más por el cual todavía valga la pena vivir?
Aún hoy Jesucristo se presenta como la verdadera razón de vivir, porque primeramente es la fuente de la vida. Desea llenar el corazón de aquel que lo acepta como su Salvador personal.
Hace aproximadamente 2.000 años el apóstol Pablo declaraba: “Para mí el vivir es Cristo”. Esta motivación le acarreó muchas dificultades. Sin embargo, por nada en el mundo hubiera cambiado su razón de vivir. Jesús llenaba su corazón y su vida.
Este compromiso no está limitado a nuestra vida terrenal, sino que anticipa nuestro porvenir eterno. Hoy nos es propuesto. Pero para que Jesucristo sea el centro de la vida del lector, es necesario que primero sea su Salvador personal, quien lo espera desde hace mucho tiempo. ¡Entonces, no tarde más! ¡Deje en sus manos su vida; él no le desilusionará!
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