domingo, 24 de enero de 2016
Con alas como las águilas
Leer | Isaías 40.28-31
La primera vez que vi a un águila volar entendí por qué Dios usó a esta ave para animarnos. El águila, que simplemente abre sus alas y se remonta, depende totalmente de las corrientes de aire para mantenerse arriba.
En cambio, nosotros batimos las alas tratando de ser mejores cristianos. Decidimos leer más la Biblia o mejorar en el control de nuestro carácter. Nos esforzamos por escapar de los viejos hábitos y tentaciones. Pero en vez de volar hacia las cumbres, nos mantenemos en el fondo del valle con las alas cansadas. Esto se debe a que a veces confundimos lo que hace que una persona sea madura espiritualmente. Un buen creyente no es aquel que trata y trata de hacerlo todo bien. He sido creyente el tiempo suficiente para saber que no soy mejor hoy de lo que fui el día en que me convertí.
Madurez espiritual significa reconocer que somos incapaces de cambiarnos a nosotros mismos. La carne es corrupta, y no puede ser extirpada por ningún medio humano. Pero nuestro Padre omnipotente vence nuestros impulsos imperfectos por medio de su Espíritu. Por ejemplo, el Espíritu del Señor que habita en nosotros tiene la capacidad de aplacar la ira y ejercer su poder para ayudarnos a no caer en tentaciones. Mientras que otros se fatigan tratando de ser buenos, el creyente maduro confía en el Señor y “levantar[á] alas como las águilas” (Is 40.31).
Isaías nos recuerda que hasta los jóvenes se debilitan y caen. Dios no hizo estos cuerpos, estas mentes y estos espíritus humanos para que volemos sin ayuda. Él nos creó para que nos remontemos con su poder.
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