Guía para una vida fructífera
Como creyentes, anhelamos vivir agradando al Señor. Pero para ello, necesitamos un guía que nos ayude. Imagine que tiene la siguiente conversación con Dios, y luego trate de obedecerle.
—Padre celestial, ¿quisieras ser mi guía?
—Sí, quiero serlo. Mientras viajemos, quiero que recuerdes que sé a dónde estoy yendo. Cada parada a lo largo del camino está planeada para convertirte en la rama fructífera que anhelas ser. El camino puede ser a través de montañas cubiertas de nieve, por caminos pedregosos, o por valles que te tentarán a dejar la travesía. ¿Mantendrás tus ojos en mí, y me obedecerás, sin importar lo difícil que te resulte?
—Sí, Padre.
—Entonces, comencemos tu primera lección: Tienes que pisar donde yo piso.
—Pero, Padre, tus huellas están muy lejos de mí.
—Las acomodaré para ti.
—Sé que vas a caminar demasiado rápido.
—Nunca caminaré más rápido de lo que sé que puedes caminar.
—Me canso fácilmente.
—Podrás apoyarte en mi brazo.
—¿Y si tropiezo?
—Te levantaré y sanaré tus heridas. Pero, te tengo una segunda lección: Tendrás que seguirme aunque no puedas verme.
—Padre, ¿cómo voy a saber por dónde caminar?
—Usa mi Palabra, la Biblia. Consúltala para tener dirección y seguridad de que estoy contigo, y de que sigo guiándote.
—Padre, ¿y si me confundo?
—Recuerda mis enseñanzas. Recuerda quién soy, y confía en mí. Clama a mí, y yo te responderé
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