lunes, 17 de junio de 2019

El Tesoro de David; Salmo 55 C.H.Spurgeon

SALMO 55

Sería inútil intentar establecer el tiempo y ocasión para este Salmo de modo dogmático. Da la
impresión de haber sido escrito al tiempo de Absalón y Ahitofel. C. H. S.

Una oración del Hombre Cristo en su humillación, despreciado y rechazado por los hombres,
cuando El fue hecho pecado por su pueblo, para que pudiéramos ser hechos justicia de Dios en
El, cuando El estaba a punto de sufrir su castigo, pagar su deuda y satisfacer su rescate. John
Noble Coleman

Vers. 1. Escucha, oh Dios, mi oración. Pero notemos bien que no es nunca el mero acto de
oración lo que satisface al hombre piadoso; busca audiencia en el cielo y respuesta del trono, y
no puede quedar satisfecho sin ello.

Vers. 2. Atiéndeme, y respóndeme. Esta es la tercera vez que hace la misma oración. Es sincero,
profunda y amargamente sincero. Si su Dios no le escucha, considera que todo ha terminado para él. Le ruega a Dios que le escuche y le conteste.

Clamo en mi oración, y me desasosiego. ¡Qué consuelo poder tener esta familiaridad con Dios!
No podemos quejarnos de El, pero sí quejarnos a El. Nuestros pensamientos que desvarían cuando estamos angustiados, podemos presentarlos a El, y es posible que no sean muy coherentes, más sonidos que lenguaje. «Gemidos que son inexpresables», son con frecuencia oraciones que no pueden ser rehusadas. Nuestro mismo Señor clamó a gran voz, con lágrimas, y fue oído en lo que temía.

Vers. 3. Y con furor me persiguen. Con un odio casi enfermizo detestaron al santo. No era una
animosidad aparente, sino un verdadero y genuino rencor moral que anidaba en el fondo de sus corazones. No hace falta demostrar cómo se aplican estas palabras a nuestro Señor.

Vers. 4. Y terrores de muerte sobre mí han caído. Pensemos en nuestro Señor en el jardín, con su «alma en extremo angustiada hasta la muerte», y tenemos un paralelo con la pena del Salmista. Quizá, querido lector, si tú no ’has andado por esta senda tenebrosa lo tendrás que hacer pronto; entonces ten por seguro que notarás las pisadas de tu Señor en esta parte cenagosa del camino. C.H.S.
En tanto que el cristiano está atendiendo sólo a sus propios hábitos y temperamento, siempre será un desgraciado; pero si mira a la gran Seguridad, Cristo Jesús, sus perspectivas deprimentes pronto se transforman en gozo. Si nuestra fe fuera ejercida con más frecuencia, nos veríamos capacitados para ver más allá de las tristes mansiones de la tumba con la plena esperanza de la inmortalidad. Condensado de un Sermón de John Grove

El temor de la muerte se halla en toda carne. No es una señal de valor el no tenerlo. El vencerlo en la senda del deber es valor; el afrontar la muerte con paciencia es fe; pero el no temerla es, o bien un don especial de la gracia, o una insensibilidad peligrosa. Henry Edw. Manning

Vers. 5. El temor y el temblor vinieron sobre mí. Los murmullos misteriosos y solapados de la
calumnia con frecuencia hacen que una mente noble les tema más que ante sus enemigos abiertos; podemos arrostrar el ataque de un enemigo franco, pero las conspiraciones cobardes y las intrigas nos desconciertan y angustian. C. H. S.

Temor. ¡Qué natural es esta descripción! Está en angustia, gime, solloza, suspira; su corazón está herido y no espera otra cosa que la muerte; esto produce temor, y produce temblor, que termina en la profunda aprehensión de una ruina inevitable e inminente que le abruma de horror. Ningún hombre ha descrito un corazón herido como David. Adam Clarke

Vers. 6. Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Es una cobardía el huir de la batalla que Dios quiere que luchemos. Haríamos mejor en dar la cara al enemigo, porque no tenemos armadura a nuestra espalda. Necesitaba un método de transporte más veloz que las alas de la paloma para evitar la calumnia; se halla en mejor reposo el que no huye pero encomienda su caso a Dios.
Este texto era predilecto entre los antiguos teólogos y sobre él se han predicado algunos de los sermones más asombrosos.

Rastrearon en Plinio y Aldrovando en busca de las fábulas más disparatadas sobre las palomas, sus ojos, sus hígados, sus buches, incluso su estiércol, y luego hallaron toda clase de emblemas de cristianos en hechos y fábulas.

Griffith Williams se extiende minuciosamente en el hecho de que David no deseaba alas como de un saltamontes para saltar de flor en flor, como las almas apresuradas que saltan en religión pero no siguen perseverantes; ni como un avestruz, que no pierde contacto con el suelo aunque es un pájaro, así como los hipócritas, que nunca se elevan a las cosas celestiales; ni como un águila, o un pavo real, o un abejorro, o un cuervo, o un milano, o un murciélago; y después de haber mostrado de muchas maneras la semejanza entre la piedad y las palomas, habla de Hugo Cardinalis y de varios otros.

No creemos que fuera edificante llenar estas páginas de semejantes excentricidades. Esta frase del obispo Patrick basta: «Más bien deseaba que esperaba escapar.» No veía manera de escapar excepto por algún medio imposible o improbable. C. H. S.

Doquiera que el Salmista ponía el ojo, veía inscrita vanidad y aflicción. Un diluvio de pecado y de miseria cubría el mundo, de modo que, como la paloma de Noé, no podía hallar descanso para el pie, por lo que dirige su curso hacia el cielo, y dice: ¡Quién me diera alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Thos. Sharp en Consuelos divinos

Cuando los galos hubieron probado los vinos de Italia, buscaron el lugar de donde procedían las uvas y no estuvieron tranquilos hasta que llegaron allá. Del mismo modo puedes gritar: ¡Oh, si tuviera alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Un creyente está dispuesto a perder el mundo para poder gozar la gracia; y está dispuesto a dejar el mundo para disfrutar de la gloria. Wm. Secker

Vers. 8. Me apresuran a escapar del viento borrascoso, de la tempestad. Había viento borrascoso y tempestad fuera, y lo que era peor, tumulto y alboroto en sus pensamientos. Un hombre puede escapar de las confusiones externas, pero, ¿cómo puede escapar de sí mismo? Thos. Sharp

Vers. 11. Sólo hay insidias en medio de ella. El mismo corazón de la ciudad estaba envilecido. En los lugares de autoridad el crimen se daba la mano con la calamidad. Los elementos más inicuos dominaban; la escoria flotaba; la justicia era desconocida; la población estaba desmoralizada; la prosperidad se había desvanecido.

Y la violencia y el fraude no se apartan de sus plazas. En todas partes, lenguas astutas intentaban persuadir a la gente con halagos. Los demagogos agitaban al pueblo. Su buen rey era difamado en todas formas, y cuando vieron que se marchaba, vilipendiaron a los gobernantes que él había elegido. El foro era un reducto de fraudes, una convención de astucia. ¡Pobre Jerusalén, víctima del pecado y de la vergüenza! ¡La virtud pisoteada y el vicio reinando! Sus solemnes asambleas interrumpidas, los sacerdotes habían escapado, el rey exiliado, las tropas sin disciplina dedicadas al pillaje. Había bastante desconcierto que queda reflejado en estos tres versículos.

Vers. 12. El lector hará bien observando lo preciso de la descripción del Salmista en su propio Salmo cuando dice: «Desmayo en mi queja», y «Suelta mis pensamientos», porque va de un punto a otro en su aflicción, deteniéndose acá y acullá, en una confusión de pausas breves que no dan idea clara de que cambia el tema.

Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado. Los reproches de nuestros íntimos, en quienes confiamos, son los que más hieren; y conocen bien nuestras peculiares debilidades, y pueden tocar las cuerdas más sensibles, y hablar de forma que más nos hiera.
Podemos tolerar a Simeí, pero no podemos sufrir a Ahitofel.

Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él. Si nuestros orgullosos enemigos se jactan acerca de nosotros, podemos ofrecer resistencia, pero cuando los que hacen ver que nos aman nos miran con desdén, ¿adónde iremos? Nuestro bendito Señor tuvo que sufrir su peor desengaño e infidelidad de un discípulo favorecido; no nos sorprendamos cuando se nos llama a seguir el camino que pisaron sus pies. C. H. S.

Vers. 13. Sino Tú. Con qué justicia podía haber señalado el Señor a Judas, y decir Sino Tú pero su espíritu manso advirtió al hijo de perdición en la forma más suave, y si Iscariote no hubiera sido, diez veces un hijo del infierno, habría renunciado a su infame propósito. C. H. S.

Vers. 14. Que andábamos en amistad en la casa de Dios. Hay una medida de impiedad de carácter detestable en el engaño que rebaja la unión de hombres que han hecho profesión de piedad. ¿Se ha de ver el mismo altar de Dios ensuciado por la hipocresía? ¿Han de verse las mismas asambleas del templo contaminadas por la presencia de la traición? Todo esto era verdad de Ahitofel y, hasta cierto punto, de Judas. Su unión con el Señor era a causa de la fe; estaban unidos en la más santa de las empresas; había sido enviado a dar el mensaje más lleno de gracia.
Su cooperación con Jesús para servir sus fines abominables le marca como un primogénito del infierno. Mejor le hubiera sido no haber nacido.

Que todos los profesos engañosos sean advertidos por su fin, porque como Ahitofel, fue a su lugar por su propia mano, y retiene una horrible preeminencia en el calendario del crimen notorio. Aquí hay una fuente de quebranto del corazón para el Redentor, compartida por sus seguidores. De la nidada de la serpiente quedan aún algunas víboras que pican la mano que las acaricia y venden por plata a los que les han levantado a la posición en que pueden hacerse traidores abominables. C. H. S.

Vers. 15. Que la muerte les sorprenda. Los traidores de esta clase merecen la muerte; no hay vida en ellos. La tierra está contaminada por sus pisadas; silos espías son fusilados, mucho más deberían serlo estos villanos que acechan a traición. C. H. S.

Esta oración es una profecía sobre la ruina final y permanente de todos los que abierta o secretamente se oponen y se rebelan contra el Mesías del Señor. Matthew Henry

Desciendan vivos al Seol. Aún en el vigor de la vida, que se hundan en el Seol; que cambien el goce de los vivos por el sepulcro de los muertos. Sin embargo, no hay necesidad de leer este versículo como una imprecación; es más bien una expectativa confiada, o una profecía.
Porque la maldad anida en sus moradas, en el interior de ellos. Hay justicia en el universo; el amor mismo la requiere; compadecer a los que se rebelan contra Dios no es virtud: oramos por ellos como criaturas, pero los aborrecemos como enemigos de Dios. Necesitamos en estos días guardarnos contra la iniquidad disimulada que simpatiza con el mal y considera el castigo como una crueldad y dureza de una época pasada. C. H. S.

Vers. 17. Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré. Con frecuencia, pero no con demasiada frecuencia. Las ocasiones de gran necesidad requieren períodos más frecuentes de devoción. Los tres períodos escogidos son los más apropiados: el empezar, seguir y terminar el día con Dios es una sabiduría suprema. Cuando el tiempo, de modo natural, ha puesto un límite, allí hemos de acumular nuestras piedras para el altar. El Salmista dice que él va a orar siempre; seguirá en la oración a lo largo del día, e irá siguiendo al sol con sus peticiones. De día y de noche veía a sus enemigos ocupados (vers. 10), y por tanto él quería cubrir sus actividades con oración continua. C. H. S.

Esta era la costumbre de los hebreos piadosos (ver Daniel 6:10). Los judíos empezaban el día por la tarde, y por ello David menciona la tarde primero. Los rabinos dicen que los hombres deben orar tres veces al día porque el día cambia tres veces. Esto era observado en la iglesia primitiva; pero los tiempos variaban en los diferentes lugares.

Si nuestros cuerpos, pobres y débiles, necesitan el refrigerio del alimento tres veces al día, quien conoce nuestra propia debilidad dirá que necesita un refrigerio no menos frecuente para nuestros espíritus pobres y frágiles. Wm. S. Plumer

Vers. 19. Dios oirá, y los humillaré luego. Hacen ruido, también, como yo, y Dios también les oirá. La voz de la calumnia, de la malicia y el orgullo no sólo es oída por los que la sufren. Llega también al cielo; penetra en los oídos divinos, exige venganza y la tendrán.

Por cuanto ellos no se enmiendan ni temen a Dios. Su propio sentimiento reverencial hace que recuerde la atrevida impiedad de los inicuos; siente que sus tribulaciones le han llevado a su Dios, y declara que la prosperidad ininterrumpida de ellos ha sido la causa, en sus vidas, de un descuido tal del Altísimo. Es un hecho manifiesto que el placer y la comodidad prolongados producen las peores influencias en el hombre sin gracia; aunque las tribulaciones no los convierten, la ausencia de las mismas hace que su corrupta naturaleza se desarrolle más. El agua estancada se corrompe rápidamente. En verano cría insectos nocivos. El que no pasa por tribulaciones con frecuencia no hace caso de Dios. Es una prueba notable de la depravación humana que el hombre transforma la misericordia de Dios en nutrición para el pecado; el Señor nos salve de ello. C. H. S.

Vrs. 21. Los dichos de su boca son más blandos que la mantequilla. Elogia y unta al hombre que quiere perder. Le unta de halagos y de malicia. Cuidado con un hombre que tiene demasiada miel en la lengua; es una trampa de la que hay que sospechar. Las palabras suaves, blandas y untuosas son abundantes allí donde la verdad y la sinceridad son más escasas. C. H. S.

Vers. 22. Echa sobre Jehová tu carga, y Él te sustentará. No dejará para siempre caído al justo. El remedio que sugiere el Salmo, y quizá el único recurso en una dificultad de esta clase, en que los enemigos de la verdadera religión están luchando bajo la capa de la amistad, es anunciado por la voz profética de Dios: «Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo.» R. H. Ryland

Dios no se deleita en ver lágrimas en tus ojos y palidez en tu semblante; tus gemidos y sollozos no son música a sus oídos. Más bien quiere que te veas libre de tu carga echándosela sobre sus hombros, para que puedas regocijarte en su gozo y consuelo. Samuel Blackerby

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