Título: «Salmo de David». Esto es todo lo que sabemos sobre el Salmo, pero la evidencia interna parece establecer la fecha de la composición en los tiempos turbulentos en que Saúl perseguía a David por montes y valles, y cuando los que halagaban al rey cruel calumniaban al objeto inocente de su ira; o puede referirse a los días desasosegados de las insurrecciones frecuentes que tuvieron lugar en la ancianidad de David. Todo el Salmo es una apelación al cielo hecha por un corazón osado y una conciencia clara, irritada desmesuradamente por la opresión y la malicia.
Sin la menor duda, el Señor de David se puede ver aquí con el ojo espiritual. C. H. S.
Bonar titula este Salmo «La terrible declaración del Justo con respecto a los que le aborrecen sin causa», y hace los siguientes comentarios: «En aquel día, cuando nuestras ideas de la justicia serán mucho más claras y plenas que ahora, entenderemos cómo pudo Samuel descuartizar a Agag, y los ejércitos piadosos exterminar en Canaán a hombres, mujeres y niños por las órdenes de Dios. Podremos, no sólo estar de acuerdo plenamente en la sentencia: "Sean confundidos",etc., sino aun cantar: "Amén, Aleluya’ sobre el humo del tormento» (Apocalipsis 19:1, 2)
Deberíamos en alguna medida ser capaces de aplicarnos cada versículo ae este Salmo a nosotros mismos en el espíritu en que habla el Juez, sintiéndonos sus asesores en la acción de juzgar al mundo (1ª Corintios 6:2), pues, de todos modos, es algo que tendremos que hacer cuando lo que aquí está escrito tenga su cumplimiento. Andrew A. Bonar
Vers. 1. Pleitea, oh Jehová, con los que contra mí contienden. ¿Te condena el mundo por tu celo en el servicio de Dios? ¿Amontona reproche y desprecio sobre ti por tu cuidado en seguir obrando el bien? ¿No se sonroja al imputarte toda clase de falsedades, con hipocresía farisaica?
¡Oh!, pero si tu conciencia no te condena en lo más mínimo, si te sientes confirmado por la santa Palabra de Dios, si tu objetivo es su gloria al proseguir en tu propia salvación, y no te asocias con los que perturban la iglesia, sigue adelante, buen cristiano, en la práctica de la piedad, no te desanimes en tus laudables esfuerzos, sino recuerda con consuelo que el Señor es tu Juez (1ª Corintios 4:4). Isaac Craven, Sermón
Vers. 3. Blande la lanza, y cierra contra mis perseguidores. El detener el tumulto es un verdadero acto de bondad. Lo mismo que un guerrero valiente con su lanza detiene a una hueste hasta que su hermano más débil ha podido escapar, así el Señor a menudo detiene a los enemigos del creyente hasta que el hombre bueno ha recobrado aliento y ha escapado de la mano de sus
enemigos. C. H. S.
Di a mi alma: Yo soy tu salvación. Observa que la salvación puede ser asegurada al hombre.
David nunca oraba por aquello que era imposible, ni Pedro nos encomienda un deber que no tiene la posibilidad de ser ejecutado. «Aseguraos de vuestra elección» (2ª Pedro 1:10).
Y para detener los aullidos y vociferación de los adversarios, Pablo lo demuestra directamente:
«Examinaos a vosotros mismos para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis bien a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros? A menos que estéis
reprobados» (2ª Corintios 13:5). Por tanto, podemos saber si Cristo está en nosotros. Si Cristo está en nosotros, nosotros estamos en Cristo; si estamos en Cristo, no podemos ser condenados, pues leemos en Romanos 8:1: «Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.» Thomas Adams
Si Dios nos da consuelo, ruge de horrores el infierno. No hay aflicción como la aflicción del alma; ni consolación como la consolación del alma... Que esto nos enseñe a sacar mucho de este «mi». La seguridad de que Dios va a salvar a algunos la tienen bien clara los demonios. Los mismos reprobados pueden creer que hay un libro de elección; pero Dios nunca les ha dicho qué nombres hay escritos allí. El mendigo hambriento, en la casa del festín, huele desde la puerta, pero el dueño no le dice: «Esto está provisto para ti».
La hermosura de esta excelente ciudad de Jerusalén, edificada de zafiros, esmeraldas, crisólitos y otras piedras preciosas, cuyos fundamentos y paredes son de oro (Apocalipsis 21), no da
consuelo al alma a menos que pueda decir: «Yo tengo una mansión en ella.» Los méritos suficientes de Cristo no tienen valor para ti a menos que sea tu Salvador. El mundo falla, la carne
falla, el diablo mata. Sólo el Señor salva. ¿Cómo? Salvación. Algo especial; todo hombre la desea. «Te daré un señorío» dijo Dios a Esaú-. «Te daré un reino» dijo Dios a Saúl». «Te daré un
apostolado» dijo Dios a Judas-. Pero «Seré tu salvación» Él lo dice a David, y sólo a los santos. Condensado de Thomas Adams
Vers. 4. Sean avergonzados y confundidos los que buscan mi vida. No hay malicia aquí; el calumniado simplemente anhela justicia, y la petición es natural y justificada. Guiado por el buen Espíritu de Dios, el Salmista predice la confusión eterna de todos los que aborrecen a los justos.
Un desengaño terrible será para la porción de los enemigos del evangelio, y el cristiano de corazón más tierno no puede desear otra cosa mirando a los pecadores como hombres, los amamos y queremos su bien, pero considerándolos como enemigos de Dios, no podemos pensar en ellos sino detestándolos y deseando lealmente que sean confundidos’ en sus añagazas.
Ningún ciudadano leal puede desear bien a los rebeldes. La sentimentalidad enfermiza puede objetar al lenguaje recio que se usa aquí, pero en sus corazones todos los hombres de bien desean la confusión de los inicuos. C. H. S.
Vers. 4, 8, 26. ¿Cómo podemos considerar estas oraciones como teniendo por objetivo la venganza? Las hallamos principalmente en cuatro Salmos: el siete, treinta y cinco, sesenta y
nueve y ciento nueve, y las imprecaciones en ellos forman una culminación terrible. En el último no hay menos de treinta anatemas. ¿Son estos anatemas sólo estallidos de sentimiento o pasión no santificada, o bien son la expresión legítima de una indignación justa? Una conmiseración mal informada sabemos bien que ha llevado a muchas personas a abstenerse de leer estos Salmos en absoluto.
Ahora bien, la fuente real de la dificultad se halla en que no observamos ni distinguimos la diferencia esencial entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. La antigua dispensación era en todo sentido más severa que la nueva. El espíritu de Elías, aunque no era un espíritu malo, no era el espíritu de Cristo. «El Hijo del Hombre no vino para destruir las vidas de los hombres, sino para salvarlas» (Lucas 9:56). J. J. Stewart Perowne
David sentía el mismo deseo de venganza de todo personaje público típico que pueda ser nombrado. Su conducta en relación a Saúl, desde el principio al fin, desplegó un espíritu
singularmente noble, muy alejado del deseo carnal de venganza; y la mansedumbre con que soportó los reproches acerbos de Siemeí, da testimonio del mismo espíritu después de su acceso
al trono...
Puede afirmar con respecto a sus enemigos implacables: «Oh Señor, si yo he hecho esto; si hay iniquidad en mis manos; si he dado mal pago al que estaba en paz conmigo (sí, he librado a aquel que sin causa es mi enemigo), que el enemigo persiga mi alma y la tome; sí, que pisotee mi vida sobre la tierra» (Salmo 7:3-5).
Sin duda, hemos de pensar dos veces antes de interpretar estas imprecaciones en formas totalmente incompatibles con estas apelaciones, pronunciadas casi juntamente con ellas. William
Binnie D. D.
Vers. 7. Porque sin causa me tendieron una trampa; sin causa cavaron hoyo para mi alma. David afirma dos veces en un versículo que sus adversarios han tramado contra él sin causa. El cavar hoyos y tender redes requiere tiempo y trabajo, y las dos cosas las hacen los inicuos, contentos con tal de ver derribado al pueblo de Dios.
Vers. 8. Sobre cada uno de ellos caiga de improviso la ruina, lo prenda la misma red que escondió, y en su fosa se hunda. Aquí vemos una lex talionis de Dios que a menudo obra sorpresas. Los hombres ponen trampas, y se les quedan agarrados los dedos en ellas. Tiran piedras, y éstas caen sobre sus cabezas. ¡Con qué frecuencia Satán se equivoca y se quema los
dedos en sus propios carbones!
Esta, sin duda, será una de las agravaciones del infierno, que los hombres se atormentarán a sí mismos con lo que un día acostumbraban maquinar en sus mentes rebeldes. Maldicen, y son
maldecidos; tiran coces contra el aguijón, y se desgarran las carnes; dejan caer diluvios de fuego, y ellos son los que se queman por dentro y por fuera. C. H. S.
Al dar bastante cuerda a Ahitófel, el Señor preservó a David de perecer. ¿Quién no admira que Goliat fuera muerto con su propia espada, y que el orgulloso Naamán sostuviera el estribo de
Mardoqueo y fuera el heraldo de su honor? El malvado será derrotado en sus propios actos; todas las flechas que dispara contra el justo caerán sobre su propia cabeza.
Majencio construyó un puente falso para que Constantino se ahogara en él, pero fue él quien pereció ahogado. Enrique III de Francia fue apuñalado en la misma estancia en que colaboró para organizar la cruel matanza de los protestantes franceses. Y su hermano, Carlos IX, que se deleitaba en la sangre de los santos, tuvo que beber sangre hasta la saciedad. Condensado de
Thomas Brooks
Vers. 11. Se levantan testigos malvados. Ésta es una de las argucias de los impíos, y no hemos de maravillarnos de que la usaran contra nuestro Señor y contra nosotros. Para agradar a Saúl, siempre había hombres que eran bastante ruines para calumniar a David.
Me acusan de cosas que ni sé. No tenía la menor idea de la sedición; era leal, más de lo que debía, y le acusaban de conspirar contra el ungido del Señor. No sólo era inocente, sino que ni aun tenía idea de la acusación. Es bueno que nuestras manos sean tan limpias que no haya rastro de suciedad en ellas. C. H. S.
Dirás: «¿Por qué permite Dios que los malvados acusen a los fieles de tales cosas cuando son inocentes? Si Dios quisiera podría impedirlo, y cerrar la boca de los malvados para que no
pudieran hablar en contra de sus hijos.»
Respuesta: Como todas las cosas obran para bien de los que aman a Dios, también resulta esto para el bien del pueblo de Dios. Dios lo permite para el bien de su pueblo, y de esta manera
frustra las esperanzas de los malos: ellos intentan mal contra los buenos, y Dios lo dispone para bien. Como dijo José a sus hermanos: «Intentasteis este mal contra mí, pero Dios lo ha dispuesto para el bien.»
Hay un bien cuádruple que Dios saca de ello para su pueblo.
Primero: por este medio Dios los humilla, y hace que examinen lo que hay malo en ellos.
Segundo: por este medio Dios les pone de rodillas con más frecuencia, para que le busquen para abogar su causa y para clarificar su inocencia. ¡Cuántas veces habló el profeta a Dios cuando los malvados le acusaban falsamente!
Tercero: Dios usa el reproche de los malos como una medicina preventiva contra el crimen de que los malos les acusan. Los fieles tienen una naturaleza no renovada, así como la renovada, y si Dios los dejara siempre a sí mismos, ellos no son sus guardadores apropiados para que no cayeran en el pecado del cual los malos los acusan; y todo hombre o mujer piadoso puede decir cuando se le acusa falsamente: «Es por la misericordia de Dios que no he caído en este pecado de que me acusan.»
Cuarto: Dios, por este medio nos enseña cómo juzgar a los demás cuando se nos acusa falsamente. En el futuro no van a escuchar los falsos informes sobre sus prójimos; se asegurarán de la verdad antes de creerla, y sabrán cómo consolar a otros que se hallen en condiciones semejantes. Sermón de Zephaniah Smyth
Vers. 12. Me devuelven mal por bien. Por el bien que David había hecho al matar a Goliat, al matar a sus diez mil filisteos, y con ello salvar a su rey y a su país, Saúl y sus seguidores le tenían envidia e intentaban matarle; así nuestro Señor Jesucristo, por todo el bien que había hecho a los judíos, curando sus cuerpos y enfermedades y predicando el evangelio para beneficio de sus almas, fue premiado con reproches y persecuciones, y al final con la muerte de oprobio en la cruz; y lo mismo le sucede a su pueblo; pero éste es un mal que no quedará sin castigo (ver Proverbios 17:13 ). John Gill
Y mi oración regresó a mi propio seno. La oración nunca se pierde; si no bendice a aquellos por quienes hemos intercedido, por lo menos bendice a los intercesores. Las nubes no siempre dejan caer la lluvia sobre el mismo lugar de donde asciende el vapor, sino que riegan otro lugar; y, aun así, las súplicas de uno u otro lugar producen lluvias de misericordia. Si nuestra paloma no halla descanso para su pie entre nuestros enemigos, volará a nuestro pecho y traerá consigo una ramita de paz en su boca. C. H. S.
Vers. 14. Su madre. Cuando le preguntaron a Mahoma qué relación tenía más fuerza para su afecto y respeto, contestó: «La madre, la madre, la madre.»
Vers. 15. Pero ellos se alegraron en mi adversidad, y se juntaron. Se alegraron cuando cojeaba. Mi cojera era divertida para ellos. El peligro estaba cerca, y ellos cantaban sobre mi derrota inminente. ¡Qué contentos están los malvados al ver a un buen hombre que cojea! C. H. S.
No te gloríes en la desgracia de tu prójimo. Muchos se regocijan en los sufrimientos de los
demás. Los que se regocijan en los sufrimientos de los otros están enfermos de la enfermedad del diablo; pero el Señor libre nuestras almas de esta enfermedad. No hemos de orar para que
lluevan calamidades ni decir con Clemente el agnóstico: «Dame calamidades para que me gloríe en ellas.» No puede haber mayor evidencia de un corazón malvado que el que se alegre de la
desgracia de otros. «El que se alegra de las calamidades (esto es, de las de los otros) no quedará sin castigo» (ver Proverbios 17:5). Thomas Brooks
¡Maravillosa es esta profecía de la cruz!, sólo aventajada, silo es, por el Salmo veintidós.
Todavía más cerca de la historia si leemos la Vulgata: «Los azotes fueron todos recogidos sobre mí.» Incluso así, oh Señor Jesús, los que araban tu espalda hicieron profundos surcos en ella; preciosos surcos para nosotros, que son sembrados con paciencia para la vida presente y gloria para la venidera; en que hay sembrada esperanza que no avergüenza y amor que las muchas aguas no pueden apagar. Luis De Granada
Se juntaron contra ml gentes despreciables. ¡Qué unánimes son los poderes del mal; de qué buen grado los hombres sirven al diablo y ninguno renuncia a su servicio porque no están dotados de suficiente capacidad!
Me despedazaban sin descanso. Es tal la afición de los malvados a desgarrar y hacer trizas la reputación de un buen hombre que, cuando se ocupan en ello, se resisten a abandonar la tarea.
Una jauría de perros despedazando su presa no es nada comparado con un grupo de chismosos magullando la reputación de un hombre digno. El que los que aman el Evangelio en estos días no
sean descuartizados como en los antiguos tiempos de la reina Mary, hay que atribuirlo a la providencia de Dios más bien que a la bondad de los hombres.
Vers. 16. Como lisonjeros escarnecedores y truhanes, crujieron contra mí sus dientes. ¡Nuestro Señor podría haber usado las palabras de estos versículos! No olvidemos el ver aquí al
despreciado y rechazado entre los hombres en un retrato de tamaño natural. El Calvario y la turba inicua alrededor de la cruz parecen hallarse delante de nuestros ojos. C. H. S.
Algunos no pueden divertirse como no sea a costa de las Escrituras; si quieren jolgorio, ¡el tema de sus discursos ha de ser los san-tos!; su anhelo es hacer burlas profanas sobre la Palabra de Dios; su pasatiempo preferido es éste mientras van bebiendo cerveza en la taberna. ¡Qué bien preparadas tienen sus reflexiones rebeldes; han aprendido este lenguaje de sus padres, son acusadores de los hermanos; sus palabras dan evidencia de que pertenecen al infierno! Oliver Heywood
Vers. 17. Señor, ¿hasta cuándo verás esto? ¿Por qué eres un mero espectador? ¿Por qué descuidas a tu siervo? ¿Eres indiferente? ¿No te afecta el que perezcamos? Así podemos razonar con el Señor. El nos permite que llevemos hasta este punto de familiaridad.
Vers. 18. Te confesaré en gran congregación. La mayoría de los hombres publica sus agravios; los buenos proclaman sus misericordias.
Vers. 19. No se alegren de mí mis pérfidos enemigos, ni los que me aborrecen sin causa guiñen el ojo. Tu causa aborrecida es el blanco de los inicuos; el sufrimiento sin causa es la porción de los justos. C. H. S.
Vers. 21. Dijeron: ¡Ja, ja, nuestros ojos lo han visto!, contentos de hallar una falta o un infortunio o de jurar que han visto mal allí donde no lo había. La malicia sólo tiene un ojo; es ciega para la virtud de su enemigo. Los ojos generalmente pueden ver lo que desea ver el corazón. Un hombre
con una mota en el ojo ve una mancha en el. ¡Son semejantes a un asno que rebuzna sobre el infortunio de otro! Son como el diablo cuando ríe como una hiena por el resbalón de un hombre
bueno. C. H. S.
Vers. 23. Dios mío y Señor mío. La exclamación de Tomás cuando vio las heridas de Jesús. Si es que no consideraba que nuestro Señor era divino, entonces tampoco aquí adscribe David
divinidad a Jehová, porque no hay diferencia en las expresiones, excepto en el orden de las palabras y la lengua en que fueron pronunciadas; el significado es idéntico.
¡Qué palabras son éstas! Dos ojos que ven a Jehová en dos aspectos, pero, siendo El uno, lo captan con las dos manos en un doble «mío» para el corazón; porque la palabra es una y la
misma, por la que se inclinan y arrodillan para adorarle con la más humilde reverencia.
Bien podía Nouet, en su exposición de las palabras como las usa Tomás, exclamar: ¡Oh dulce palabra, la diré toda mi vida; la diré en la hora de la muerte; la diré en la eternidad! C. H. S.
Vers. 27. Sea exaltado Jehová, que se complace en la paz de su siervo. Los romanos, cuando estaban en un gran apuro, no tenían inconveniente en sacar las armas del templo de sus dioses
para luchar contra sus enemigos y vencerlos.
Así, cuando el pueblo de Dios está apurado por causa de las aflicciones y persecuciones, las armas que han empleado han sido oraciones y lágrimas, y con ellas vencen a sus perseguidores. Thomas BROOK
Vers. 28. Mi lengua hablará de tu justicia y de tu alabanza todo el día. Veo que he hecho un discurso algo largo; estáis cansados. ¿Quién puede resistir la alabanza a Dios todo el día? Voy a sugerir un remedio para que podáis alabar a Dios todo el día si queréis. Hagáis lo que hagáis, hacedlo bien y, con ello, alabaréis a Dios. Agustin
Algunos pecadores se halagan de que ya se han convertido. Se sientan y descansan en una esperanza falsa, persuadiéndose de que todos sus pecados están perdonados, que Dios les ama, que irán al cielo cuando mueran, y que no tienen que preocuparse más. «Porque dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un
desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo» (Apocalipsis 3:17). Condensado de Jonathan Edwards