martes, 28 de febrero de 2012

Tesoros de David, Salmos 38; Charles Spungeor


Título: «Salmo de David, para recordar». David tenía la impresión de que Dios le había olvidado, y por ello repasa sus aflicciones y clama en alta voz pidiendo ayuda. El Salmo 70 tiene el mismo título y en él el Salmista derrama sus quejas delante de Dios. Sería de poco provecho tratar de acertar el punto en la historia de David en que fue escrito; por otra parte, puede haber sido compuesto por él para uso de los santos enfermos y calumniados, con una referencia especial a sí mismo.
Entre las cosas que David recuerda, las principales son:
1) sus pruebas y liberaciones pasadas. El punto culminante del Salmo de David, sin embargo, es el recordar;
2) la corrupción de su naturaleza. Quizás no hay otro Salmo en que se describa más plenamente la naturaleza humana, vista a la luz que Dios, el Espíritu Santo, proyecta sobre ella, al tiempo en que nos redarguye de pecado.
Estoy persuadido de que la descripción que hay en el Salmo no corresponde a ninguna enfermedad corporal conocida. Es muy semejante a la lepra, pero hay ciertos rasgos que nos se hallan en ningún caso de lepra descrito, sea en el pasado o en nuestros días.
El hecho es que se trata de una lepra espiritual; es una enfermedad interior la que describe, y David la pinta en su propia vida y quiere que nosotros la recordemos. C. H. S.

Vers. 1. Jehová, no me reprendas en tu furor. He de ser reprendido porque soy un hijo que ha errado, pero Tú, Padre cuidadoso, no pongas demasiada ira en el tono de tu voz; trátame suavemente aunque haya pecado de modo grave. La ira de otros puedo sobrellevaría, pero no la tuya. C. H. S.

Vers. 2. Porque tus saetas se han clavado en mí. Son saetas, verdaderamente, que penetran rápidamente, y para darles impulso son disparadas en tu arco cruzado, pues de otro modo no volarían tan rápidas, no penetrarían tan profundo como las cruces y aflicciones con que me has sorprendido.
¡Oh, así como has extendido el brazo de tu ira, oh Dios, para disparar estas flechas contra mí, extiende tu brazo de misericordia para arrancarlas, y que pueda cantarte himnos y no elegías; y
que Tú puedas mostrar tu poder al perdonarme como lo has hecho al condenarme! Sir Richard Baker
Las flechas son:
1) rápidas;
2) secretas;
3) agudas;
4) letales.
Son instrumentos que sacan sangre y beben sangre hasta emborracharse (Deuteronomio 32:42); las aflicciones son como flechas en todos estos rasgos. Joseph Caryl

Vers. 3. Tu indignación... mi pecado. ¡Ay! Soy como un yunque bajo dos martillos: el uno tu ira, el otro mi pecado; ambos me golpean incesantemente; el martillo de tu ira golpea mi carne, y el de mi pecado, mis huesos; tu ira golpe a mi carne, que es más sensible; mi pecado golpea mis huesos, que son más duros.
La ira de Dios y el pecado son dos causas eficientes de toda miseria; pero la causa verdaderamente es el pecado; la ira de Dios, como ocurrió con el edificio que Sansón derribó sobre su propia cabeza, no cae sobre nosotros a menos que nosotros empujemos y tiremos hasta que se nos venga encima. Sir Richard Baker
Ni hay reposo en mis huesos, a causa de mi pecado. El cristiano en esta vida es como el mercurio, que tiene en si mismo un principio de movimiento, pero no de reposo; nunca está quieto, como el barco sobre las olas.
En tanto tenemos pecado, somos como el mercurio: un hijo de Dios está lleno de movimiento e inquietud... Está en constante fluctuación, siempre tiene prisa; su vida es como la marea, unas
veces sube, otras veces baja. No hay descanso; y la razón es porque se halla fuera de su centro.
Todo está en movimiento hasta que vuelve a su centro; Cristo es el centro del alma; la manecilla de la brújula tiembla hasta que marca el polo norte. Thomas Watson
Aprende aquí de los mendigos a procurarte alivio y subsistencia. Muestran sus llagas, dan a conocer su necesidad, manifiestan toda su miseria; no hacen su situación mejor de lo que es. Los mendigos saben por experiencia que cuanta mayor miseria exhiben más son compadecidos y más auxilio reciben. William Gouge

Vers. 4. Como carga pesada gravitan sobre mí. Es bueno que el pecado sea una carga intolerable y que el recuerdo de nuestros pecados nos abrume hasta hacerse irresistible. Este versículo es el clamor genuino de uno que se siente deshecho por su trasgresión y, con todo, no ve el gran sacrificio. C. H. S.
No hay nadie tan fuerte al que no se le pueda cargar en exceso; aunque Sansón se cargó al hombro las puertas de Gaza, cuando se derrumbo el templo de Dagón sobre su cabeza murió aplastado.
Y así soy yo; desde que nací llevo sobre mí carga de pecado; antes la llevaba ligeramente, como Sansón las puertas de Gaza; pero ahora he tirado de la casa entera del pecado y ha caído sobre mí, y no puedo evitar ser aplastado por un peso tan grande. Y aplastada habrías quedado, oh alma mía, si Dios a pesar de su ira no se hubiera compadecido de ti y, a pesar de su desagrado, no hubiera detenido su mano de un mayor castigo. Sir Richard Baker
Es de utilidad especial para nosotros que las caídas de los santos de Dios sean registradas en las Sagradas Escrituras. Las manchas no se ven más desagradables en parte alguna que en un rostro hermoso o en un vestido limpio.
Y es conveniente tener un conocimiento perfecto de la inmundicia del pecado. Aprendamos también a pensar con humildad de nosotros mismos y depender de la gracia de Dios para mantenernos bajo estricta vigilancia, no sea que caigamos en los mismos pecados, o peores
(Gálatas 6:1). Herman Witsius, D. D.

Vers. 5. Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura. La conciencia ha ido hurgando el mal hasta llegar a ser una herida que supura, y la corrupción es espantosa. ¡Qué criatura tan horrible
se ve el hombre ante su propia conciencia cuando su corrupción y vileza son abiertas y hechas patentes por la ley de Dios, aplicada por el Espíritu Santo!
Ni las enfermedades más repelentes pueden compararse al pecado. Ni las úlceras, cánceres o llagas pútridas pueden compararse en su indescriptible pestilencia. Nosotros mismos nos vemos de esta manera. Escribimos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto; e incluso ahora temblamos al pensar lo enconado del mal en lo profundo de nuestra naturaleza. C.H.S.
¿Podía la tumba retener a Lázaro cuando Tú abriste tu boca y le llamaste? Tampoco puede la corrupción de mis llagas ser un estorbo para su curación si te complaces en curarlas. Sir Richard Baker

Vers. 5, 6. Siempre que Dios quiere revelar a su Hijo con poder, siempre que quiere que el evangelio haga resonar las cuerdas del corazón en cuanto al pecado, hace sentir el peso del mismo a la conciencia y la hace gemir. Y estoy seguro de que cuando una persona está trabajando bajo la carga del pecado lo hará llena de gemidos y quejas. La Biblia registra centenares de quejas de hijos de Dios bajo la carga del pecado.
La queja espiritual, pues, es una marca de vida espiritual y Dios la reconoce como tal.
«Ciertamente, he oído los gemidos de Efraín» (Jeremías 31:18). Muestra que Efraín tiene algo que le oprime, que le hace gemir; que su pecado está patente a su vista en toda su malignidad; que es angustia para su alma; que se lo encuentra en la boca; que es descubierto por el ojo penetrante de Dios y fustigado por la mano de Dios. J. C. Philpot

Vers. 6. Estoy encorvado, estoy abatido en gran manera, ando como enlutado todo el día. Que un hombre se vea y se sienta encadenado por la culpa, en peligro del infierno, bajo el poder de sus concupiscencias, en enemistad contra Dios, y Dios como un extraño para él; que el sentimiento de esta condición se halle en su corazón, y toda su alegría se habrá disipado.

¡Qué lamentable criatura es el hombre ante sus propios ojos! Envidia la dicha de las bestias que corren y retozan en los prados. Sabemos de uno que al ver un sapo sollozó, porque Dios le había hecho un hombre; la bondad de Dios le hacia llorar, según él la veía; pero este hombre cree que su condición es inmensamente peor que la de un sapo, y quisiera cambiarse en uno, porque el sapo no siente la culpa del pecado, no teme la ira de Dios, no está bajo las garras de la
concupiscencia; Dios no es un enemigo para el sapo; esto es lo que él siente. Giles Firmin.

Vers. 7. Mis lomos están ardiendo de fiebre. En muchas cosas nuestras evaluaciones son exageradas, pero nunca estimamos con exceso la maldad del pecado. Corrompe y condena.
Cubre el alma de manchas de plaga, como la lepra (Isaías 1:5, 6 ) William S. Plumer

Vers. 8. Estoy debilitado y molido en gran manera. El original dice «entumecido», como helado; hay contradicciones en mi mente que desvaría y en mi cuerpo enfermo; me parece que, alternativamente, parte de mi es caliente y otra fría.
Como las almas en el purgatorio de los papistas, echadas desde hornos ardientes a témpanos de hielo, así los corazones atormentados van de un extremo al otro, los dos torturantes igualmente.
Del calor del temor, al escalofrío del horror; del deseo ardiente, a una insensibilidad horrible; estos estados sucesivos del que se halla bajo convicción de pecado le llevan a la puerta de la muerte. C. H. S.
Gimo, etc. Es difícil que el penitente verdadero, en la amargura de su alma, repase la vida que ha arrastrado en su pecaminosidad sin gemir y suspirar desde el fondo de su corazón. Pero ¡dichosos
son estos gemidos, dichosos estos suspiros y sollozos, puesto que fluyen de la influencia de la gracia y del aliento del Espíritu Santo, el cual, en forma inefable, gime dentro de nosotros y con
nosotros, y forma estos gemidos en nuestros corazones por medio de la penitencia y del amor! Jean Baptiste Elias Avrillon

Vers. 9. Mi suspiro no te es oculto. Las lágrimas secretas para los pecados secretos son una señal excelente de un corazón santo y de un bálsamo curativo para los espíritus quebrantados. Samuel Lee

Vers. 11. Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi llaga. Es muy duro, porque los que deberían acudir primero para ayudarnos son los primeros en abandonarnos. En tiempos de
tribulación profunda del alma, incluso los amigos más íntimos no pueden entrar en el caso del que sufre. Pueden estar ansiosos acerca de él, pero no pueden vendar las heridas de una conciencia dolorida y tierna. ¡Oh, qué soledad la de un alma que pasa por el poder del Espíritu Santo que la redarguye de pecado! C. H. S.
La prueba del afecto se ve en los hechos. Oigo el nombre de parientes y amigos, pero no veo los hechos. A Ti acudo, pues, cuya Palabra son hechos; porque necesito tu ayuda. Del latín de A.
Rivetus

Vers. 13. Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; y soy como mudo que no abre la boca. ¡Oh!, qué felices podríamos ser si siempre pudiéramos hacer lo que sabemos que es mejor hacer y si nuestras voluntades estuvieran dispuestas a obrar tal como puede actuar nuestra razón; entonces evitaríamos muchas rocas en las que tropezamos ahora; evitaríamos muchos errores en los que incurrimos. El ser sordo-mudo es ciertamente una gran incapacidad cuando estos defectos son naturales; pero cuando son voluntarios, podríamos decir artificiales, entonces más bien son ventajas, son perfecciones. Sir Richard Baker

Vers. 15. Porque en Ti, oh Jehová, he esperado; Tú responderás, Jehová Dios mío. El hombre que ha de descender a un gran pozo no se tira de cabeza en él o salta a ver qué pasa, sino que ata una cuerda a una viga atravesada en la boca, o fija de modo seguro, y va descendiendo gradualmente.
Así pues, desciende en la consideración de tu pecado colgando de Cristo, y cuando hayas ido tan abajo que ya no puedas más, pero estás dispuesto a vencer el horror y oscuridad de tu desgraciado estado, no permanezcas más tiempo ante las puertas del infierno, para que el diablo no te haga entrar de un tirón, sino asciende nuevamente por actos de fe renovados, y «huye para refugiarte en la esperanza que está puesta delante de ti» (Hebreos 6:18). Thomas Cole en Ejercicios matutinos

Vers. 16. Cuando mi pie resbale, no se engrandezcan sobre mí. La menor falla en un santo es infaliblemente notada; mucho antes de que sea una caída el enemigo ya empieza a abochornar; el menor desliz del pie hace ladrar a todos los perros del infierno. ¡Qué cuidadosos hemos de ser y qué insistentes en la oración para obtener gracia sustentadora! No queremos, como Sansón ciego, ser burla de nuestros enemigos; de modo que estemos alerta y vigilemos a la traidora Dalila del pecado, por cuyos medios puede que nos saquen los ojos. C. H. S.

Vers. 17. Porque yo estoy a punto de caer. De mostrar mi debilidad en mis pruebas y aflicciones, como Jacob cojeaba después de su lucha con el ángel (Génesis 32:31). En griego, «estoy listo para los azotes», esto es, para sufrir corrección y castigo por mis pecados; y en caldeo, para la «calamidad». Henry Ainsworth

Vers. 18. Por tanto, confieso mi maldad. Cuando la pena lleva a un reconocimiento sincero y apenado del pecado, es una pena bienaventurada, algo que tenemos que agradecer a Dios de corazón.
Y me contrista mi pecado. El sentir dolor por el pecado no es expiación para el mismo, pero es el espíritu adecuado con que acudir a Jesús, que es la reconciliación y el Salvador. Cuando el hombre se halla finalmente delante de sus pecados, está cerca del fin de sus tribulaciones.

Vers. 19. Porque mis enemigos son activos y poderosos. Por débil y desfalleciente que se encuentre el justo, los males que se le oponen son verdaderamente activos. Ni el mundo, ni la carne, ni el demonio se sienten conmovidos por la debilidad que le aqueja; este terceto de maldad labora con implacable energía para derrocarnos.
Si el diablo estuviera enfermo o nuestros deseos carnales fueran débiles, podríamos aflojar en la oración; pero teniendo enemigos tan activos y vigorosos, no podemos cesar en nuestro clamor a Dios.

Vers. 20. Me son contrarios, por seguir yo lo bueno. Si los hombres nos aborrecen por esta razón, nosotros hemos de regocijarnos de ello; su ira es un homenaje inconsciente que el vicio rinde a la
virtud. Este versículo no es incompatible con la previa confesión del escritor; podemos sentirnos igualmente culpables delante de Dios y, pese a ello, ser enteramente inocentes de mal alguno hacia nuestros prójimos. Una cosa es el reconocimiento de la verdad, y otra el someterse a ser calumniado. El Señor me hiere justamente, y, con todo, yo puedo decir a mi vecino: «¿Por qué me hieres?» C. H. S.

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