La amistad entre creyentes
Hechos 18.1-19
Un aspecto significativo de la vida cristiana es el desarrollo de amistades que ayuden a ambas partes a cumplir la voluntad de Dios para sus vidas. Este es el tipo de amistad que Pablo tuvo con Aquila y Priscila. La relación, que comenzó por su ascendencia judía y por su ocupación comunes, pronto se convirtió en un trabajo conjunto en el ministerio.
Pablo conoció a Aquila y Priscila cuando llegó por primera vez a Corinto en su segundo viaje misionero. Después de enseñarles y asesorarles durante dieciocho meses, los llevó consigo a Éfeso, donde estuvieron ministrando hasta que regresó en su tercer viaje misionero para ayudarlos.
A pesar de que, al final, tomaron caminos distintos, su amistad —que nació de su amor mutuo a Cristo— nunca terminó. Unos años más tarde, cuando Pablo escribió a la iglesia en Roma, expresó su gratitud por esta pareja, porque ellos arriesgaron sus vidas por la suya, y sirvieron fielmente a la iglesia que se reunía en su hogar (Ro 16.3-5). Mientras Pablo estaba en una prisión romana durante sus últimos días en este mundo, escribió a Timoteo en Éfeso, diciéndole que enviara sus saludos a Priscila y a Aquila (2 Ti 4.19).
Dios nunca ha querido que los cristianos vivan como “llaneros solitarios”, que solo asisten a la iglesia sin crear lazos de amistad profundos con otros creyentes. Nuestro vínculo común en Cristo nos acerca a otros, creando una relación estrecha que no se encuentra en otros entornos sociales. Las amistades de iglesia están entre las relaciones más profundas que llegaremos a tener. Estos amigos son los que siempre nos remiten a la Biblia, nos desafían a caminar en obediencia a Cristo y nos animan a perseverar.
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