Jesucristo: Obediente hasta la muerte
Filipenses 2.5-11
Imagínese que alguien le pregunte si Jesucristo es el Señor de su vida. ¿Sabe cómo respondería? Después, piense en la última vez que Dios le ordenó hacer algo. Si obedecerlo fue demasiado difícil, es probable que aún no le haya dado a Cristo el señorío sobre su vida.
Cuando los cristianos sienten la necesidad de consultar con alguien antes de obedecer lo que saben que Dios está diciéndoles que hagan, es posible que se deba a algún ídolo en el camino, ya sea el orgullo, una relación o una aspiración.
Nuestro Padre sabe que obedecerle puede ser una prueba para todos, incluso para el Hijo. Podemos ser alentados por el ejemplo de Jesucristo en el huerto de Getsemaní, donde luchó en oración con la voluntad de su Padre. El Señor estaba comprometido a ser obediente, pero aún luchaba. ¿Se ha preguntado usted alguna vez qué vio el Señor en la “copa” cuando oró para que Dios la dejara pasar de Él, de ser posible? (Mateo 26.39). Al menos cuatro cosas habrían hecho a cualquiera de nosotros desear alejar esa copa:
1. El sufrimiento que soportaría Jesucristo al ser crucificado.
2. La carga del pecado del mundo entero.
3. La deserción de sus discípulos.
4. La separación que sentiría de su Padre.
Vemos a Cristo como Dios, y lo es, pero a veces olvidamos que no podemos separar su humanidad de su deidad.
Su sufrimiento y su dolor fueron más grandes de los que cualquiera de nosotros conocerá jamás.
Sin embargo, aunque afligido hasta la muerte, tomó la decisión de obedecer al Padre, enseñándonos que podemos realizar lo más difícil cuando vivimos en sumisión a Dios.
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