Nuestro fiel y misericordioso Sumo Sacerdote
Hebreos 2.14-18
En ocasiones cuando las personas están distanciadas, necesitan un mediador para lograr la reconciliación. Este era el rol de los sacerdotes del Antiguo Testamento.
Estaban entre Dios y el hombre pecador, ofreciendo sacrificios para reconciliar a ambos.
Estos sacerdotes terrenales no eran sino una sombra de Cristo, que vino como el Cordero del sacrificio y el último sumo sacerdote. El Hijo de Dios dejó el cielo para convertirse en carne y sangre, y poder así ofrecer su vida en la cruz (Fil 2.6-8). De esa manera, Cristo libertó del pecado y de la muerte a todos los que crean en Él.
Nuestro Salvador fue el mediador perfecto. Porque Jesucristo era Dios, era el Cordero sin defecto que exigía la ley (Dt 17.1). Y debido a que era totalmente hombre, fue posible que muriera. A diferencia de los sacerdotes terrenales que una y otra vez ofrecían sacrificios de animales por ellos y por el pueblo, Jesús se ofreció como pago por los pecados de la humanidad (He 7.27).
Por lo tanto, habiendo satisfecho la justicia de Dios con su sangre, fue resucitado a la vida.
La muerte no terminó con el papel del Salvador como nuestro Sumo Sacerdote. Después de la resurrección, Cristo ascendió al cielo, donde está sentado a la diestra del Padre, e intercede por nosotros. Habiendo vivido en la Tierra como hombre, Él entiende nuestras debilidades y nos da su misericordia y su gracia para ayudarnos en los momentos de necesidad (He 4.16).
Existe un gran consuelo al saber que tenemos un abogado misericordioso en el cielo. Sus oraciones están de acuerdo con la voluntad de Dios, por lo que también tenemos la seguridad de que el Padre responderá cada intercesión que Jesús haga a favor nuestro.
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