La experiencia de la soledad
Leer | Hebreos 13.5
Todos nos sentimos solos de vez en cuando. La mala salud, un horario de trabajo exigente, circunstancias difíciles, mudarse a otro lugar o cambiar de trabajo, pueden hacer que nos sintamos solos. Pero después de un tiempo, la sensación desaparece.
Sin embargo, el sentimiento de soledad es diferente al aislamiento; este último implica un sentido de separación de las personas que puede acentuarse con el tiempo. En este estado, se nos hace más difícil relacionarnos, y más fácil dejar de buscar la compañía de los demás.
Cuando nuestra mente comienza a decirnos que nadie se interesa por nosotros, levantamos un muro alrededor de nuestro corazón. Cuanto más nos aislamos, peor nos sentimos. La paz mental nos esquiva, y la soledad nos abruma.
Dios no desea que vivamos aislados. Desde el comienzo, ha querido que disfrutemos de una relación con Él, y entre unos y otros. Primero creó una relación personal con Adán, y luego le dio a Eva. Nuestro Creador sabía que no era bueno que viviéramos aislados (Gn 2.18).
Observemos el orden: la intimidad con Dios se antepone a la intimidad con los demás. En ausencia de una relación personal con Él, la persona nunca está verdaderamente en paz. La única manera de estar conectados al Padre, es confiar en el Señor Jesús como Salvador (Jn 14.6). Toda persona que pone su fe en Él, recibe una nueva naturaleza, se convierte en miembro de la familia de Dios y experimenta su paz (1:12; 14.27). Si usted nunca ha aceptado la invitación de Cristo, puede orar ahora mismo para convertirse en hijo de Dios.
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