Cómo vivir victoriosamente
El hombre que dio un paso al frente para predicar en Pentecostés era imperfecto, y con fama de ser impulsivo. Pedro no solo había discrepado de Jesús, sino que incluso había negado conocerle. Pero se había convertido en un hombre cuyo impacto a favor del reino de Dios superaba su impulsividad.
Al estudiar la vida de Pedro, a menudo cometemos el error de enfocarnos en sus acciones negativas, como en la duda que casi lo ahogó cuando caminó sobre el agua, y en las antes mencionadas desaprobación y negación de Jesús. Pero Pedro es también ejemplo de una vida victoriosa. Siendo un pescador inculto, que probablemente tenía pocas otras habilidades, dejó sus redes y siguió a Jesús en el instante que Él pidió que lo hiciera. Fue el primero en reconocer a Cristo como el Hijo de Dios (Mt 16.16). Y después de la resurrección del Señor, su naturaleza espontánea lo llevó a lanzarse al agua y nadar hacia la orilla cuando vio a su Salvador esperándolo (Jn 21.7). La devoción de este discípulo no puede ser puesta en duda.
Pedro es una inspiración para nosotros hoy. Dios no escoge a siervos que sean rocas sólidas, sin ninguna grieta o hendidura. Por el contrario, elige a personas que tienen debilidades y fracasos. El Señor busca a creyentes que sean dóciles, que estén dispuestos a arrepentirse, y que estén listos para entregarse a la voluntad de Dios —a personas parecidas a Pedro.
Él busca a seguidores dispuestos que hagan suyo el llamamiento de Isaías: “Heme aquí, envíame a mí” (Is 6.8). Esa es la vida victoriosa.
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