El poder del Espíritu Santo
Días antes de morir crucificado, Jesús dijo a sus discípulos lo que vendría: Después de su resurrección, recibirían un Consejero —el Espíritu Santo— que estaría con ellos para siempre (Jn 14.16). Él moraría en cada creyente, dándole su poder para vivir en victoria. El Señor también nos investirá con su poder divino si cultivamos ciertas cualidades para que seamos más semejantes a Cristo:
• La pureza de corazón. Antes de ser salvos, el pecado nos separaba del Padre. Cuando recibimos al Señor Jesús como Salvador, Dios nos lavó y regeneró (Tit 3.5), nos vistió con la justicia de Cristo, y nos purificó para que pudiéramos convertirnos en su pueblo (2.14). Ahora, depende de nosotros buscar la santidad para que podamos ser más como el Señor. La confesión regular de nuestros pensamientos y acciones pecaminosas trae perdón y nos limpia de toda maldad (1 Jn 1.9).
• Un espíritu obediente. Antes de que fuéramos adoptados en la familia de Dios, nuestra naturaleza estaba en rebeldía contra su autoridad. Pero gracias a que hemos creído en Cristo, hemos sido liberados del poder del pecado sobre nosotros y hemos adquirido la capacidad de optar por la obediencia. Aunque nuestra vida no será perfecta, el Señor ve si nuestras mentes y nuestros corazones están dedicados a obedecerle.
Cuando hacemos de la santidad una prioridad, y demostramos obediencia al Señor, recibimos poder sobrenatural para escoger lo recto. Cada día, nos llenaremos de poder al confesar nuestros pecados (Sal 51.1, 2, 10), mantener nuestra dedicación a Dios, y obedecer la dirección del Espíritu Santo.
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