Lecciones de una buena vida
Leer | 2 Timoteo 4.6-8
La segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo fue escrita desde la cárcel. Esta vez, estaba seguro de que el emperador lo haría ejecutar. Pero el fiel siervo de Dios estaba preparado para dar el siguiente paso de fe.
No debe sorprendernos que Pablo enfrentara la muerte con esa tranquila aceptación. Él vivió cada día —desde su conversión en el camino a Damasco, hasta sus momentos finales— sirviendo a Dios, lo que significaba soportar cualquier adversidad en el nombre de Jesús. “He peleado la buena batalla”, escribió a Timoteo. Por sus cartas, sabemos que Pablo batalló con los mismos enemigos que nosotros enfrentamos —la carne, el mundo y Satanás (Ro 7.14-25; 1 Co 4.11-13; Ef 6.12). Por eso, cuando usted se sienta tentado a pensar que Pablo era más santo que usted, medite en estos pasajes. Él perseveró por fe, y lo mismo debemos hacer nosotros.
A pesar de su gran sabiduría y de su capacidad como apóstol, misionero y líder de la iglesia, Pablo no era muy diferente a nosotros. No fue perfecto, y tuvo derrotas espirituales. Pero no se quedaba caído. Volvía de nuevo a la lucha. Por esta razón, y por la vida que había vivido, sabía que le aguardaba una rica recompensa en la eternidad. Dijo, además, que los tesoros del cielo eran no solamente para él, sino también para todos los que amaban la venida del Señor Jesús (cp. 2 Ti 4.8).
El apóstol Pablo tuvo las mismas luchas que tiene todo creyente. Pero conservó la fe, y usted puede hacer lo mismo. Pelee la buena batalla, hermano. Enfrente sus enemigos eligiendo poner su confianza y obediencia en el Señor. Así lo honrará, y almacenará tesoros en el cielo.
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