Dios es nuestro Padre amoroso
Lucas 15.11-24
La humanidad tiende a proyectar su propia conducta en Dios. Piense en cómo muchas personas dan por hecho que tenemos que negociar, suplicar o esforzarnos para ganarnos el favor del Señor. Cuando en realidad, así como lo aprendió el hijo pródigo, el amor del Padre es incondicional.
El joven descarriado volvió al hogar, sin esperar ser amado como antes; la única esperanza que tenía era un lugar entre los sirvientes de la familia.
Imagínese el recibimiento entusiasta de su padre.
Las acciones del joven no merecían una demostración de amor, pero el tema de la parábola de Jesús es el de un Padre que ama incondicionalmente.
Un amor basado en la conducta mantendría a las personas preguntándose: ¿He hecho lo suficiente? Por el contrario, Dios le ama simplemente por ser usted quien es, y Él no espera nada a cambio. Piense en cómo fue la vida del hijo pródigo después de la fiesta de bienvenida. No se alojó entre los sirvientes, ni tuvo que trabajar como ellos. Fue restituido a su lugar como el hijo de un hombre rico, con todos los privilegios que eso suponía. De la misma manera, los creyentes son los hijos del Señor (2 Co 6.18). Cuando Dios los mira, no se centra en sus fracasos, faltas o pecados del pasado. Ve a los herederos de su reino que lo aman y desean pasar la eternidad en su presencia.
No importa cuán lejos podamos desviarnos de la perfecta voluntad de Dios, siempre somos bienvenidos al regresar. La Biblia enseña que el amor de Dios no puede perderse, a pesar de nuestro pecado o de nuestras malas decisiones. Los brazos de nuestro Padre están siempre abiertos.
martes, 12 de noviembre de 2024
Una lección necesaria pero difícil
Una lección necesaria pero difícil
Salmo 27.14
¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué el salmista une al consejo de esperar al Señor, con la exhortación de esforzarse y ser valiente? La razón es que, a veces, esperar es lo más difícil de hacer. De hecho, la práctica de la paciencia es una de las lecciones más importantes de la escuela de la obediencia; es esencial que el creyente aprenda a esperar en Dios.
La cultura moderna vive con mucha prisa: ¡Tengo que tenerlo ya! ¡Tengo que hacerlo ya! Hemos sido enseñados a permanecer en un estado permanente de alerta. Se necesita valentía para mantenerse quietos cuando todo el mundo está apresurado.
Se necesitan fuerzas para obedecer cuando nuestro corazón nos dice: “¡Hazlo ya!”, mientras que Dios nos susurra: “Espera”.
Pero la gente se apresura a actuar porque tiene miedo de perderse de algo. Los creyentes que aceptan esa actitud se apresuran a hacer cosas, y después esperan que el Señor los bendiga.
Dios no deja nada al azar. No pone delante de nosotros una decisión teniendo la esperanza de que hagamos lo correcto.
Eso sería irresponsable y ajeno a su naturaleza. El Padre celestial está más que dispuesto a enseñarnos lo que debemos hacer, porque está interesado en nuestro bienestar. Pero hasta que el Señor deje claro cuál debe ser el camino a seguir, tenemos que hacer una pausa y esperar.
Esperar en Dios no es pasividad ni tampoco una excusa para evadir responsabilidades. De hecho, quienes buscan la voluntad de Dios son los que hacen una pausa para orar, escrudiñar la Palabra y ayunar antes de actuar; mientras siguen sirviendo a Dios dondequiera que puedan.
Salmo 27.14
¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué el salmista une al consejo de esperar al Señor, con la exhortación de esforzarse y ser valiente? La razón es que, a veces, esperar es lo más difícil de hacer. De hecho, la práctica de la paciencia es una de las lecciones más importantes de la escuela de la obediencia; es esencial que el creyente aprenda a esperar en Dios.
La cultura moderna vive con mucha prisa: ¡Tengo que tenerlo ya! ¡Tengo que hacerlo ya! Hemos sido enseñados a permanecer en un estado permanente de alerta. Se necesita valentía para mantenerse quietos cuando todo el mundo está apresurado.
Se necesitan fuerzas para obedecer cuando nuestro corazón nos dice: “¡Hazlo ya!”, mientras que Dios nos susurra: “Espera”.
Pero la gente se apresura a actuar porque tiene miedo de perderse de algo. Los creyentes que aceptan esa actitud se apresuran a hacer cosas, y después esperan que el Señor los bendiga.
Dios no deja nada al azar. No pone delante de nosotros una decisión teniendo la esperanza de que hagamos lo correcto.
Eso sería irresponsable y ajeno a su naturaleza. El Padre celestial está más que dispuesto a enseñarnos lo que debemos hacer, porque está interesado en nuestro bienestar. Pero hasta que el Señor deje claro cuál debe ser el camino a seguir, tenemos que hacer una pausa y esperar.
Esperar en Dios no es pasividad ni tampoco una excusa para evadir responsabilidades. De hecho, quienes buscan la voluntad de Dios son los que hacen una pausa para orar, escrudiñar la Palabra y ayunar antes de actuar; mientras siguen sirviendo a Dios dondequiera que puedan.
domingo, 10 de noviembre de 2024
La herencia de los hijos de Dios
La herencia de los hijos de Dios
Efesios 1.11-22
La palabra herencia nos hace pensar, por lo general, en dinero y en propiedades que pasan de una generación a otra.
Pero Dios tiene una herencia más grande para sus hijos —una que les da en el momento en que pasan a ser parte de su familia.
Gálatas 4.7 nos dice que los creyentes somos herederos de Dios. El primer tesoro de valor incalculable es una esperanza viva en Jesucristo que no nos puede ser quitada (1 P 1.3-4). Además, el Señor ha prometido atender nuestras necesidades conforme a sus riquezas (Fil 4.19). En otras palabras, ya tenemos todo lo que necesitamos para disfrutar de una vida victoriosa.
No obstante, algunas personas quedan atrapadas en la pobreza espiritual, porque se niegan a verse a sí mismas como hijos de Dios. Por no aprovechar la herencia que tienen, deambulan por el mundo con la esperanza de mantenerse aferrados a su poca fe, hasta tener la suerte de morir e ir al cielo. Si vivimos así, por supuesto que nos perdemos las bendiciones que pueden ser nuestras en esta vida, pues no las estamos buscando.
¡Qué diferente se ven a sí mismo las personas cuando ven las cosas a través de los ojos de Jesús! Los cristianos que viven como los herederos de Dios que son, utilizarán su herencia de gracia para bendecir a todo el mundo.
Dios nos promete a todos los creyentes una herencia de su gracia infinita. Somos ciudadanos del cielo ricos espiritualmente, y por eso no debemos temerle a nada en este mundo.
Decida vivir confiadamente en Cristo, y vea cuán abundante es la bendición de la herencia que su Padre celestial tiene ya reservada para usted.
Efesios 1.11-22
La palabra herencia nos hace pensar, por lo general, en dinero y en propiedades que pasan de una generación a otra.
Pero Dios tiene una herencia más grande para sus hijos —una que les da en el momento en que pasan a ser parte de su familia.
Gálatas 4.7 nos dice que los creyentes somos herederos de Dios. El primer tesoro de valor incalculable es una esperanza viva en Jesucristo que no nos puede ser quitada (1 P 1.3-4). Además, el Señor ha prometido atender nuestras necesidades conforme a sus riquezas (Fil 4.19). En otras palabras, ya tenemos todo lo que necesitamos para disfrutar de una vida victoriosa.
No obstante, algunas personas quedan atrapadas en la pobreza espiritual, porque se niegan a verse a sí mismas como hijos de Dios. Por no aprovechar la herencia que tienen, deambulan por el mundo con la esperanza de mantenerse aferrados a su poca fe, hasta tener la suerte de morir e ir al cielo. Si vivimos así, por supuesto que nos perdemos las bendiciones que pueden ser nuestras en esta vida, pues no las estamos buscando.
¡Qué diferente se ven a sí mismo las personas cuando ven las cosas a través de los ojos de Jesús! Los cristianos que viven como los herederos de Dios que son, utilizarán su herencia de gracia para bendecir a todo el mundo.
Dios nos promete a todos los creyentes una herencia de su gracia infinita. Somos ciudadanos del cielo ricos espiritualmente, y por eso no debemos temerle a nada en este mundo.
Decida vivir confiadamente en Cristo, y vea cuán abundante es la bendición de la herencia que su Padre celestial tiene ya reservada para usted.
jueves, 7 de noviembre de 2024
Lecciones de una buena vida
Lecciones de una buena vida
2 Timoteo 4.6-8
La segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo fue escrita desde la cárcel. Esta vez, estaba seguro de que el emperador lo haría ejecutar. Pero el fiel siervo de Dios estaba preparado para dar el siguiente paso de fe.
No debe sorprendernos que Pablo enfrentara la muerte con esa tranquila aceptación. Él vivió cada día —desde su conversión en el camino a Damasco, hasta sus momentos finales— sirviendo a Dios, lo que significaba soportar cualquier adversidad en el nombre de Jesús. “He peleado la buena batalla”, escribió a Timoteo. Por sus cartas, sabemos que Pablo batalló con los mismos enemigos que nosotros enfrentamos —la carne, el mundo y Satanás (Ro 7.14-25; 1 Co 4.11-13; Ef 6.12). Por eso, cuando usted se sienta tentado a pensar que Pablo era más santo que usted, medite en estos pasajes. Él perseveró por fe, y lo mismo debemos hacer nosotros.
A pesar de su gran sabiduría y de su capacidad como apóstol, misionero y líder de la iglesia, Pablo no era muy diferente a nosotros. No fue perfecto, y tuvo derrotas espirituales. Pero no se quedaba caído.
Volvía de nuevo a la lucha. Por esta razón, y por la vida que había vivido, sabía que le aguardaba una rica recompensa en la eternidad. Dijo, además, que los tesoros del cielo eran no solamente para él, sino también para todos los que amaban la venida del Señor Jesús (cp. 2 Ti 4.8).
El apóstol Pablo tuvo las mismas luchas que tiene todo creyente. Pero conservó la fe, y usted puede hacer lo mismo.
Pelee la buena batalla, hermano. Enfrente sus enemigos eligiendo poner su confianza y obediencia en el Señor. Así lo honrará, y almacenará tesoros en el cielo.
2 Timoteo 4.6-8
La segunda carta del apóstol Pablo a Timoteo fue escrita desde la cárcel. Esta vez, estaba seguro de que el emperador lo haría ejecutar. Pero el fiel siervo de Dios estaba preparado para dar el siguiente paso de fe.
No debe sorprendernos que Pablo enfrentara la muerte con esa tranquila aceptación. Él vivió cada día —desde su conversión en el camino a Damasco, hasta sus momentos finales— sirviendo a Dios, lo que significaba soportar cualquier adversidad en el nombre de Jesús. “He peleado la buena batalla”, escribió a Timoteo. Por sus cartas, sabemos que Pablo batalló con los mismos enemigos que nosotros enfrentamos —la carne, el mundo y Satanás (Ro 7.14-25; 1 Co 4.11-13; Ef 6.12). Por eso, cuando usted se sienta tentado a pensar que Pablo era más santo que usted, medite en estos pasajes. Él perseveró por fe, y lo mismo debemos hacer nosotros.
A pesar de su gran sabiduría y de su capacidad como apóstol, misionero y líder de la iglesia, Pablo no era muy diferente a nosotros. No fue perfecto, y tuvo derrotas espirituales. Pero no se quedaba caído.
Volvía de nuevo a la lucha. Por esta razón, y por la vida que había vivido, sabía que le aguardaba una rica recompensa en la eternidad. Dijo, además, que los tesoros del cielo eran no solamente para él, sino también para todos los que amaban la venida del Señor Jesús (cp. 2 Ti 4.8).
El apóstol Pablo tuvo las mismas luchas que tiene todo creyente. Pero conservó la fe, y usted puede hacer lo mismo.
Pelee la buena batalla, hermano. Enfrente sus enemigos eligiendo poner su confianza y obediencia en el Señor. Así lo honrará, y almacenará tesoros en el cielo.
miércoles, 6 de noviembre de 2024
La oración en el Espíritu
La oración en el Espíritu
Romanos 8.26-27
Estoy convencido de que si los cristianos entendieran realmente lo que tiene lugar durante la oración, clamarían al Señor con más frecuencia y tendrían mejores resultados. La oración del creyente no es simplemente unas palabras dichas al vacío; el Espíritu Santo está con nosotros para guiarnos cuando presentamos nuestras peticiones al Señor.
El Espíritu Santo es parte de la Trinidad, por lo que conoce la mente del Padre íntimamente (1 Co 2.11).
Puesto que Él, al igual que el Padre, es omnisciente y omnipotente, entiende perfectamente la circunstancia por la que estamos orando —incluso las partes que no vemos o que son totalmente confusas para nosotros.
Asimismo, el Espíritu habita en cada creyente y conoce la mente y el corazón de cada uno de ellos. Con este conocimiento total, el Espíritu Santo lleva a cabo su responsabilidad de hacer que nuestras peticiones se ajusten a los deseos de Dios. A tal efecto, Él habla en nuestro espíritu y abre nuestra mente para que entendamos las Sagradas Escrituras.
El hecho de que Dios da su Espíritu a todos los creyentes, revela el valor que le da a la comunicación entre Él y sus hijos. Nuestro Padre nos da el mejor Ayudador posible para asegurarse de que podamos convertirnos en gigantes de la oración.
Por tanto, los cristianos jamás deberíamos tener sentimientos de culpa por no estar seguros de cómo orar. El Espíritu Santo que mora en nosotros conoce nuestras necesidades y nuestros deseos —como también la mente del Padre y los detalles de cada situación. Él habla a Dios a nuestro favor, y al mismo tiempo nos enseña a orar conforme a la voluntad del Padre.
Romanos 8.26-27
Estoy convencido de que si los cristianos entendieran realmente lo que tiene lugar durante la oración, clamarían al Señor con más frecuencia y tendrían mejores resultados. La oración del creyente no es simplemente unas palabras dichas al vacío; el Espíritu Santo está con nosotros para guiarnos cuando presentamos nuestras peticiones al Señor.
El Espíritu Santo es parte de la Trinidad, por lo que conoce la mente del Padre íntimamente (1 Co 2.11).
Puesto que Él, al igual que el Padre, es omnisciente y omnipotente, entiende perfectamente la circunstancia por la que estamos orando —incluso las partes que no vemos o que son totalmente confusas para nosotros.
Asimismo, el Espíritu habita en cada creyente y conoce la mente y el corazón de cada uno de ellos. Con este conocimiento total, el Espíritu Santo lleva a cabo su responsabilidad de hacer que nuestras peticiones se ajusten a los deseos de Dios. A tal efecto, Él habla en nuestro espíritu y abre nuestra mente para que entendamos las Sagradas Escrituras.
El hecho de que Dios da su Espíritu a todos los creyentes, revela el valor que le da a la comunicación entre Él y sus hijos. Nuestro Padre nos da el mejor Ayudador posible para asegurarse de que podamos convertirnos en gigantes de la oración.
Por tanto, los cristianos jamás deberíamos tener sentimientos de culpa por no estar seguros de cómo orar. El Espíritu Santo que mora en nosotros conoce nuestras necesidades y nuestros deseos —como también la mente del Padre y los detalles de cada situación. Él habla a Dios a nuestro favor, y al mismo tiempo nos enseña a orar conforme a la voluntad del Padre.
martes, 5 de noviembre de 2024
Nuestro Ayudador en la oración
Nuestro Ayudador en la oración
Romanos 8.26-27
Los cristianos necesitamos la ayuda del Espíritu Santo en la oración. Algunas veces, en nuestra peregrinación de fe, nos damos cuenta de que no podemos . . .
• Encontrar las palabras adecuadas
• Discernir la voluntad de Dios
• Reconocer lo que Él está haciendo, o
• Entender una situación.
Los tiempos de lucha en oración son normales para los creyentes. Por eso, echemos un vistazo a dos ejemplos bíblicos de la oración en situaciones difíciles.
Primero, notemos que en la lectura de hoy, el apóstol Pablo reconoce su débil vida de oración. Su muy conocida petición era que Dios quitara un aguijón que había en su carne (2 Co 12.7). Pablo rogó con desesperación —y probablemente con gran esfuerzo— tener alivio.
Pero con la ayuda del Espíritu Santo, llegó a entender la decisión del Señor de que soportara con paciencia, a pesar del dolor.
Un segundo ejemplo es la angustiosa oración de Jesucristo la noche antes de su crucifixión. Aunque estaba determinado a hacer la voluntad de su Padre, lo aterrorizaba el monstruoso sufrimiento espiritual que se aproximaba. Al clamar a Dios desde el Getsemaní, el Salvador dijo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt 26.39).
Dios sabía que necesitaríamos ayuda en la oración. Con nuestra limitada perspectiva humana, no podemos conocer todos los aspectos de las situaciones que enfrentamos. Pero el Espíritu Santo entiende nuestras necesidades y nuestras cargas. Él lleva nuestras peticiones a Dios, aun cuando no podamos expresarlas adecuadamente.
Romanos 8.26-27
Los cristianos necesitamos la ayuda del Espíritu Santo en la oración. Algunas veces, en nuestra peregrinación de fe, nos damos cuenta de que no podemos . . .
• Encontrar las palabras adecuadas
• Discernir la voluntad de Dios
• Reconocer lo que Él está haciendo, o
• Entender una situación.
Los tiempos de lucha en oración son normales para los creyentes. Por eso, echemos un vistazo a dos ejemplos bíblicos de la oración en situaciones difíciles.
Primero, notemos que en la lectura de hoy, el apóstol Pablo reconoce su débil vida de oración. Su muy conocida petición era que Dios quitara un aguijón que había en su carne (2 Co 12.7). Pablo rogó con desesperación —y probablemente con gran esfuerzo— tener alivio.
Pero con la ayuda del Espíritu Santo, llegó a entender la decisión del Señor de que soportara con paciencia, a pesar del dolor.
Un segundo ejemplo es la angustiosa oración de Jesucristo la noche antes de su crucifixión. Aunque estaba determinado a hacer la voluntad de su Padre, lo aterrorizaba el monstruoso sufrimiento espiritual que se aproximaba. Al clamar a Dios desde el Getsemaní, el Salvador dijo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt 26.39).
Dios sabía que necesitaríamos ayuda en la oración. Con nuestra limitada perspectiva humana, no podemos conocer todos los aspectos de las situaciones que enfrentamos. Pero el Espíritu Santo entiende nuestras necesidades y nuestras cargas. Él lleva nuestras peticiones a Dios, aun cuando no podamos expresarlas adecuadamente.
lunes, 4 de noviembre de 2024
Un renovador encuentro con Dios
Un renovador encuentro con Dios
Isaías 6.1-9
Vivimos en tiempos llenos de actividades. Para muchos cristianos —es triste decirlo— la iglesia es un asunto más en su lista de cosas por hacer, y piensan que asistir a un servicio cumple con su “deber espiritual”. El resultado es que Dios les parece distante, por lo que no sienten ningún entusiasmo por la obra, y les falta compasión por los perdidos. A tales creyentes les resulta fácil comenzar a actuar de manera mundana.
Pero el Padre celestial desea tener una relación estrecha con sus hijos. Como en los tiempos de la Biblia, Él sigue teniendo encuentros personales con su pueblo —a veces para consolar o alentar, y en otros momentos para guiar o traer convicción de pecado.
En el pasaje de hoy, el profeta Isaías escribió de un encuentro que tuvo con el Señor. Su reacción ante la santidad de la presencia de Dios fue el profundo reconocimiento de su propio pecado: “¡Ay de mí! . . . porque siendo hombre inmundo de labios . . . han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (v. 5).
Tal como lo experimentó el profeta, cuando Dios nos revela su presencia, somos propensos a ser abrumados por un temor reverente y por la sensación de nuestra indignidad. Pero después, si respondemos con arrepentimiento y obediencia, sabremos que nuestros pecados han sido perdonados (v. 7).
¿Está usted pasando tiempo con el Señor, orando y leyendo su Palabra?
Pídale a Dios un encuentro personal con Él. Pase tiempo alabándolo, confesando sus pecados, y rindiendo a Él todos los aspectos de su vida. Y después, esté atento, con confianza, a lo que Él hará.
Isaías 6.1-9
Vivimos en tiempos llenos de actividades. Para muchos cristianos —es triste decirlo— la iglesia es un asunto más en su lista de cosas por hacer, y piensan que asistir a un servicio cumple con su “deber espiritual”. El resultado es que Dios les parece distante, por lo que no sienten ningún entusiasmo por la obra, y les falta compasión por los perdidos. A tales creyentes les resulta fácil comenzar a actuar de manera mundana.
Pero el Padre celestial desea tener una relación estrecha con sus hijos. Como en los tiempos de la Biblia, Él sigue teniendo encuentros personales con su pueblo —a veces para consolar o alentar, y en otros momentos para guiar o traer convicción de pecado.
En el pasaje de hoy, el profeta Isaías escribió de un encuentro que tuvo con el Señor. Su reacción ante la santidad de la presencia de Dios fue el profundo reconocimiento de su propio pecado: “¡Ay de mí! . . . porque siendo hombre inmundo de labios . . . han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (v. 5).
Tal como lo experimentó el profeta, cuando Dios nos revela su presencia, somos propensos a ser abrumados por un temor reverente y por la sensación de nuestra indignidad. Pero después, si respondemos con arrepentimiento y obediencia, sabremos que nuestros pecados han sido perdonados (v. 7).
¿Está usted pasando tiempo con el Señor, orando y leyendo su Palabra?
Pídale a Dios un encuentro personal con Él. Pase tiempo alabándolo, confesando sus pecados, y rindiendo a Él todos los aspectos de su vida. Y después, esté atento, con confianza, a lo que Él hará.
viernes, 1 de noviembre de 2024
Un ancla en la tempestad
Un ancla en la tempestad
Hebreos 13.5-9
¿Qué hace usted cuando vienen las tormentas de la vida? ¿A quién acude? ¿Dónde busca alivio y seguridad?
Todos tenemos conciencia de que estamos sujetos a tormentas, sin previo aviso, a lo largo de la vida.
Sin embargo, aun cuando los problemas nos hagan tambalear, la Palabra de Dios nos asegura que podemos mantener un asidero firme, sin importar las circunstancias.
Hay una verdad maravillosa en la Biblia que, una vez que usted se aferre a ella, le mantendrá firme durante las situaciones más angustiosas. Esa ancla para las tormentas de la vida es Jesucristo, aquel que nunca cambia.
Usted podría preguntarse: ¿Qué quiere decir “ancla”? Piénselo de esta manera: Todas las cosas que hay en su vida —profesión, relaciones, finanzas— están sometidas a cambios constantes. De hecho, usted está creciendo, aprendiendo y cambiando cada día. No hay nada que alguien pueda hacer para detener este cambio continuo. Por eso, si tratamos de aferrarnos a cosas como el dinero, los amigos, el trabajo o el prestigio durante tiempos de dificultad, no podremos evitar ser tambaleados de un lado a otro. ¿Por qué razón? Porque nos hemos aferrado a un fundamento que no es estable.
En cambio, cuando fijamos nuestras esperanzas en Cristo, podemos estar seguros de que el ancla se sostendrá.
Él no se mueve, no cambia y no nos deja. No importa que todas las cosas de la vida puedan transformarse y cambiar, Él es el mismo de siempre. Jesús es el único asidero seguro en un mundo inestable, el cual también tiene el poder de mantenerle a usted estable.
Hebreos 13.5-9
¿Qué hace usted cuando vienen las tormentas de la vida? ¿A quién acude? ¿Dónde busca alivio y seguridad?
Todos tenemos conciencia de que estamos sujetos a tormentas, sin previo aviso, a lo largo de la vida.
Sin embargo, aun cuando los problemas nos hagan tambalear, la Palabra de Dios nos asegura que podemos mantener un asidero firme, sin importar las circunstancias.
Hay una verdad maravillosa en la Biblia que, una vez que usted se aferre a ella, le mantendrá firme durante las situaciones más angustiosas. Esa ancla para las tormentas de la vida es Jesucristo, aquel que nunca cambia.
Usted podría preguntarse: ¿Qué quiere decir “ancla”? Piénselo de esta manera: Todas las cosas que hay en su vida —profesión, relaciones, finanzas— están sometidas a cambios constantes. De hecho, usted está creciendo, aprendiendo y cambiando cada día. No hay nada que alguien pueda hacer para detener este cambio continuo. Por eso, si tratamos de aferrarnos a cosas como el dinero, los amigos, el trabajo o el prestigio durante tiempos de dificultad, no podremos evitar ser tambaleados de un lado a otro. ¿Por qué razón? Porque nos hemos aferrado a un fundamento que no es estable.
En cambio, cuando fijamos nuestras esperanzas en Cristo, podemos estar seguros de que el ancla se sostendrá.
Él no se mueve, no cambia y no nos deja. No importa que todas las cosas de la vida puedan transformarse y cambiar, Él es el mismo de siempre. Jesús es el único asidero seguro en un mundo inestable, el cual también tiene el poder de mantenerle a usted estable.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)