lunes, 5 de mayo de 2025
Cuando se hace caso omiso a la conciencia
1 Timoteo 1.18-19; 4.1-2
¿Ha tomado alguna decisión en los últimos tiempos que su conciencia no le habría permitido en el pasado? Si es así, es posible que se haya vuelto insensible, lo cual es peligroso.
Como decíamos ayer, Dios nos ha dado un sentido interno de lo bueno y lo malo para que lo usemos junto con la guía del Espíritu Santo a la hora de tomar decisiones. La conciencia sirve como un “sistema de alarma”, que interviene cuando un cristiano está a punto de tomar parte en una conducta pecaminosa. De esa manera, ofrece protección. Pero el pecado puede alterar la sensibilidad del sistema.
El proceso dañino comienza si elegimos desobedecer, y después nos negamos a ocuparnos de nuestra rebelión. La conciencia nos avisa una y otra vez, pero con el tiempo se silenciará y se volverá ineficaz si persistimos en ignorar la señal de peligro. Cuando eso sucede, ya no hay señales del corazón que nos dirijan de regreso a la vida de santidad, en otras palabras, la conciencia se ha cauterizado.
Esta situación es similar a quitar todos los semáforos de una intersección muy transitada: es una receta para el desastre. Si esta es su situación, arrodíllese y arrepiéntase; sumérjase en la Palabra de Dios y en oración. Busque rendir cuentas a otros creyentes y congregarse con ellos.
Una conciencia sana bien vale el esfuerzo.
¿Funcionan bien sus señales internas o se han apagado? No espere más.
La Palabra de Dios nos advierte que tenemos un enemigo real que desea alejarnos de la vida de santidad y llevarnos a la destrucción. Dios usa una conciencia limpia para guiarnos, protegernos y conducirnos a su luz y paz.
Una conciencia limpia
Hechos 24.10-16
Cuando enfrenta decisiones difíciles, ¿le presta atención a su conciencia? ¿Cree usted que sea sabio confiar en esa voz interior?
Dios nos ha dado un sentido interno de lo bueno y lo malo. En realidad, reflejar la verdad del Señor en nuestro ser es una de las maneras que Él tiene para manifestarse a la humanidad. La conciencia es una alarma divina que nos advierte del peligro que se aproxima o de sus consecuencias. Su función principal es darnos protección y guía.
El problema, sin embargo, es que el pecado distorsiona la verdad y nos lleva por el mal camino.
Por tanto, es importante entender la diferencia que hay entre obedecer lo que nos dice nuestro corazón, y permitir que una conciencia limpia nos ayude a tomar decisiones. Antes de tomar una determinación, pregúntese: ¿Cómo influirá en mi moralidad? Si la opinión del mundo acerca de lo que es aceptable se ha infiltrado en su corazón, entonces su conciencia no es confiable. Pero si ha dejado que la Palabra de Dios impregne y transforme su manera de pensar (Ro 12.2), lo más seguro es que esa voz interior sea confiable.
El Espíritu Santo, junto con una conciencia instruida en santidad, guía a los creyentes. Para mantener saludable ese sistema interno de dirección, debemos meditar siempre en las Sagradas Escrituras. Los Diez Mandamientos son una base sólida para la moral, y somos sabios si los interiorizamos, en especial los dos que Cristo destacó: amar a Dios sobre todas las cosas y amar a los demás (Mt 22.36-40).
¿Qué diría usted que influye más en sus convicciones? ¿La verdad de la Biblia o la opinión del mundo en cuanto a lo bueno y lo malo? Dios sabe lo que es mejor para usted y le ha dado la conciencia para guiarle a tomar decisiones sabias.
No más yo, sino Cristo
Gálatas 2.20
Hudson Taylor fue un misionero que sirvió en la China a mediados del siglo XIX. En cierto momento, se sintió abrumado por los problemas económicos, la responsabilidad de dirigir una misión y el volumen de correspondencia que aguardaba su atención.
Todas las cartas que escribía a sus amigos y familiares estaban llenas de derrota y desaliento.
Al ver su necesidad, un amigo misionero le preguntó en una carta: “Hudson, cuando piensas en Cristo, ¿tiene Él el ceño fruncido? ¿Está preocupado y ansioso porque no sabe lo que sucederá, o si habrá suficiente dinero?”. Luego añadió: “Cuando tu vida se convierta en la de Cristo, no habrá necesidad de preocuparse, porque ya no será más Hudson quien soporte las cargas, sino el Señor; y Él nunca se verá abrumado por los problemas”.
Dios cambió a Hudson Taylor en ese momento.
Sus circunstancias eran las mismas; de hecho, los problemas aumentaron, pero la reacción de Taylor fue distinta. Antes estaba inquieto y luchando, ahora descansaba en el Señor y confiaba con un espíritu sereno, tranquilo y sosegado.
A veces pensamos que estar crucificado con Cristo se reduce a una vida de renuncia: a practicar la abnegación y decir no al pecado, a las tentaciones y a los placeres mundanos. Pero también incluye vivir en el poder de su vida resucitada. Jesucristo hace su morada en nosotros, dándonos poder para vencer el pecado y vivir en santidad. Pero, también lleva nuestras cargas y nos anima a confiar en Él.
Así como somos salvos por fe, también vivimos por fe, con confianza en el Señor, día tras día, para todas nuestras necesidades y preocupaciones.
Correr con perseverancia
Hebreos 12.1-3
Un maratón es una carrera agotadora. El corredor debe sobreponerse a los calambres musculares, las ampollas y el deseo de rendirse. Pero cada paso reafirma su compromiso de seguir adelante hasta cruzar en victoria la línea de llegada.
En muchos sentidos, la vida cristiana es así. No es una carrera a toda velocidad al cielo, sino un largo y obediente maratón. Hay obstáculos que podrían hacernos tropezar, y cargas que tenemos que dejar a un lado para poder correr sin obstáculos.
La palabra que resume nuestra carrera terrenal es perseverancia. Este término implica pasar por algo difícil sin darse por vencido. Incluye el concepto de soportar las dificultades con paciencia y constancia. Cristo no nos ha prometido una vida fácil. De hecho, les dijo a sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción” (Jn 16.33).
¿Cómo podemos seguir adelante? La respuesta es fijar nuestros ojos en Cristo, no en las dificultades y los obstáculos. Él estableció el ejemplo, al soportar la cruz por el gozo puesto delante de Él. Para enfocarnos en el Señor, debemos leer la Biblia. Entonces podremos ver lo que Él quiere que hagamos, cómo debemos reaccionar ante las diversas situaciones de la vida, qué recursos nos ha provisto para ayudarnos, y qué nos ha prometido en la línea de llegada.
El gozo puesto delante de nosotros incluye una herencia indestructible, inmarchitable, reservada en el cielo (1 P 1.4), y una gloria eterna mucho más abundante que nuestro sufrimiento terrenal (2 Co 4.17). Pero lo mejor de todo, cuando crucemos la línea de llegada, entraremos en la presencia de Cristo para estar con Él para siempre.
miércoles, 23 de abril de 2025
La cita inevitable
La brújula de Dios para el corazón y la mente
Proverbios 3.7-12
Ayer hablamos de la importancia de depender de la Palabra de Dios como nuestra brújula a lo largo de la vida. Obedecer las instrucciones del Señor cambiará nuestra conducta y desafiará nuestras actitudes, deseos y pensamientos. El Señor nos lleva a tener otra perspectiva de nosotros mismos, e incluso de las dificultades que enfrentamos.
Por naturaleza, queremos determinar nuestro rumbo en la vida. Eso nos parece ser el único camino lógico para llegar adonde queremos ir. Pero ser sabios a nuestros propios ojos es orgullo. Para enfrentar esta tendencia, el Señor nos dice que le temamos y nos apartemos del mal (Proverbios 3.7). Este “temor” no es miedo al Padre celestial, sino una actitud de respeto que nos motiva a obedecerlo, tanto por nuestro bien como para su gloria.
Por naturaleza, no nos gusta la disciplina de Dios. Su dolorosa corrección parece implicar que no nos ama. Pero nuestro Padre celestial dice que su disciplina es evidencia de su amor y deleite en nosotros como sus hijos (Proverbios 3.11-12).
A veces, por nuestro deseo de seguir al Señor, nos enfocamos en los actos de obediencia —haciendo lo que Él dice— pero olvidamos sus instrucciones en cuanto a nuestras actitudes y maneras de pensar. Para mantenernos en el camino de Dios, debemos corregir el rumbo, no solo de nuestra conducta sino también de nuestro corazón y nuestra mente.
Una brújula para el viaje de la vida
Una brújula para el viaje de la vida
Proverbios 3.1-6
Si alguna vez se ha perdido en un bosque, sabe la preocupación, la confusión y el pánico que causa tal situación. Piense ahora qué diferencia hubiera sido contar con una brújula en el bolsillo. En cuanto a lo espiritual, tenemos esa brújula: la Palabra de Dios. Pero no servirá de nada a menos que dejemos que nos guíe.
A veces, podemos dejar de seguir la guía de la Biblia por:
Negligencia. A veces, estamos tan ocupados, que nos olvidamos de mirar la brújula de Dios para asegurarnos de ir en la dirección correcta.
Orgullo. Por lo general, deseamos fijar nuestro propio destino. Muchas personas programan un plan de acción que depende de sus propias fuerzas, conocimientos y capacidades.
Distracciones. El camino de obediencia al Señor no siempre es fácil. Satanás ofrece otros senderos que prometen placer y comodidad, si tan solo ignoramos la brújula, y lo seguimos. Aunque estas rutas parezcan agradables al principio, conducen al sufrimiento y a la decepción.
Dificultades. Cada vez que aparecen obstáculos en el camino, nuestra tendencia natural es tratar de encontrar una manera de evitarlos. Pero si ignoramos la brújula de Dios y nos salimos del camino, perderemos las bendiciones que Él quiere darnos en medio de los momentos difíciles, beneficios tales como una fe fuerte y un carácter piadoso.
¿Por qué vagar cuando la brújula del Señor está disponible? Deje que las Sagradas Escrituras sean su guía en el viaje de la vida. Dios nos promete días productivos y años fructíferos si seguimos su sendero. Él dirigirá cada paso de nuestro camino, y su paz nos sostendrá, aun en los tiempos difíciles.
sábado, 29 de marzo de 2025
La adoración que glorifica a Dios
La adoración de toda la vida
Romanos 11.33—12.8
Para muchos cristianos, la palabra adoración es sinónimo de la música que cantamos en la iglesia. A menudo, esto está implícito cuando los directores de alabanza le dicen a la congregación: “Pongámonos de pie y adoremos”. Pero cantar alabanzas a Dios es solo un aspecto de lo que significa adorar: incluye mucho más, y no se limita al domingo por la mañana en el recinto de una iglesia.
Cuando la mujer samaritana le habló al Señor acerca de esto, Él le dijo que llegaría la hora en que el lugar no sería importante. Ese día, la adoración se haría en espíritu y en verdad (Juan 4.20-24), como parte integral de todo en nuestra vida cotidiana.
Consideremos las maneras de adorar a Dios:
Con nuestras palabras (Romanos 11.33-36). Luego de explicar acerca de la doctrina a la iglesia en Roma, el apóstol Pablo alabó al Señor. En la medida en que nuestra mente esté llena de las verdades de Dios, nuestra adoración se desbordará en oración y cánticos de alabanza y reverencia.
Con vidas entregadas (Romanos 12.1-2). En vez de adorar con sacrificios de animales, nos ofrecemos al Señor por medio de una vida de santidad y obediencia. Esto es posible gracias a que la verdad de Dios renueva nuestra mente y transforma nuestra vida.
Con el servicio a los demás (Romanos 12.3-8). Todo lo que hagamos puede ser un acto de adoración mientras lo hagamos como para el Señor. Por su gracia, nos ha dado dones espirituales que nos permiten servirnos unos a otros.
Piense en sus decisiones, acciones y palabras, tanto hacia Dios como hacia los demás. ¿Cómo pueden ser transformadas en adoración?
El objetivo principal de la Iglesia
Hechos 2.37-47
Si alguien le preguntara cuál es el objetivo principal de la Iglesia, ¿qué respondería usted? Hay muchas opiniones con respecto a este tema, y dado que todas las actividades que realiza son vitales, resulta difícil señalar cuál es la más importante. Para ayudarnos a encontrar una respuesta, veamos lo que dice la Biblia acerca de la iglesia, la cual nació en la cruz.
El pasaje de hoy describe lo que sucedió después de que Pedro (y los apóstoles) pronunciara su primer sermón: muchos judíos creyeron en Cristo, y la iglesia pasó de 120 a 3.000 personas (Hechos 1.15; 2.41). De esto, podemos concluir que predicar sobre Jesucristo es una actividad esencial de la Iglesia. Pero, ¿es la más importante?
Después vemos que los cristianos solían reunirse y estudiar las enseñanzas de los apóstoles, la comunión, la Cena del Señor y la oración. Además, se reunían en los hogares para compartir comidas y ayudar a creyentes necesitados.
Estas actividades, en verdad, hacen atractiva a una comunidad de fe, pero había otras actividades vitales que se llevaban a cabo en aquella congregación.
El amor y la generosidad para con los demás eran testimonios poderosos para los observadores, así como su fe y su alabanza a Dios. Hechos 2.47 dice que el Señor seguía aumentando el número de los creyentes, por lo que podemos decir que esta iglesia tenía un poderoso ministerio de evangelización.
Entonces, ¿acaso no es ese el objetivo primordial de la iglesia?
La respuesta es que todo esto junto puede resumirse como adoración a Dios y a su Hijo Jesucristo. La adoración es la función principal de la iglesia, siempre y cuando todo en ella se realice de acuerdo con la Palabra de Dios, y con el propósito de glorificar al Señor.
Buenos testigos de Cristo
Filipenses 2.12-16
Algunos de los mejores testigos de Cristo son quienes han pasado por circunstancias dolorosas y difíciles. Piense en cómo se ha extendido el evangelio en algunas partes del mundo donde se vive bajo pobreza, opresión y dificultades. O en las historias de excriminales, de víctimas de abusos, o de encarcelados por la fe. El poder de Dios se manifiesta en los momentos de más debilidad del ser humano.
El que los creyentes se conviertan en testigos más firmes del Señor como resultado de las dificultades, dependerá de cómo reaccionen ante las crisis. Muchas personas cometen el error de enfocarse en la voluntad del hombre, en vez de hacerlo en la soberanía de Dios. Y, por tanto, les parece imposible creer que Dios sacará resultados positivos de su sufrimiento.
Quienes ven más allá de sus circunstancias entienden que Dios usa cada experiencia para bendición (vea Gn 50.20).
Para confiar en ese principio, debemos estar conscientes de que todo está bajo la autoridad de un Padre celestial bueno y misericordioso. La temporada del apóstol Pablo en la cárcel dio un fruto mejor y más abundante del que podría haber producido de otra manera (Fil 1.13). Extendió el evangelio a la guardia romana, porque estuvo encadenado a soldados día a día durante años. Cuando dirigimos nuestra atención a Cristo, Él nos muestra oportunidades para alcanzar a las personas con el evangelio. Son, con frecuencia, oportunidades que no habríamos tenido de no haber sido por las circunstancias difíciles.
Recuerde que estamos en las manos de Dios, y aunque no es fácil enfocarse en su voluntad soberana en medio de las pruebas, el Señor nunca permite que algo nos ocurra sin que sea de bendición para nosotros y para el reino.
jueves, 20 de marzo de 2025
Clamar a Dios
Salmo 34.15-17
En medio de las crisis, el Señor está dispuesto a ayudarnos, y tiene el poder de hacerlo. Pero antes de que intervenga y libere su poder en nuestra situación, exige un corazón recto.
Esto, por supuesto, no significa que debamos ser perfectos, lo que nuestro Padre sabe que sería imposible. Cuando un pecador acude a Dios para salvación, el Señor limpia de iniquidad el corazón de la persona y le da una nueva naturaleza (2 Co 5.17). Sin embargo, habrá momentos en que el creyente seguirá los viejos patrones carnales, por eso el Señor nos pide que confesemos nuestras faltas y nos arrepintamos cuando fallemos. Entonces, Él nos limpiará de toda injusticia (1 Jn 1.9). Por fortuna, Dios nos escucha a pesar de nuestras imperfecciones, si deseamos andar en sus caminos. No obstante, el problema surge cuando el cristiano vive en pecado de manera intencional, y decide no apartarse de él. En momentos como esos, el Señor no escuchará un corazón que no se ha arrepentido.
El pasaje de hoy enseña que el Padre celestial desea que sus hijos clamen a Él. En las pruebas, tendemos a orar con más enfoque, fervor y sinceridad. Ana es un buen ejemplo. Angustiada por su esterilidad, fue al templo e imploró al Señor con tanto sentimiento, ¡que el sacerdote pensó que estaba ebria! Dios respondió su ruego y abrió su matriz (1 S 1.1-20).
Cuando venga una crisis, clame a nuestro Dios todopoderoso, pero asegúrese de hacerlo con un corazón recto.
Entonces Él escuchará y responderá, ya sea concediéndole la petición que esperaba, o dándole una solución diferente. Por ser Dios omnisciente, amoroso y soberano, podemos confiar en que su respuesta será la mejor para nosotros.
miércoles, 19 de marzo de 2025
Razones para orar
Salmo 25
¿Qué le motiva a hablar con Dios? A lo largo de la Biblia se nos ordena orar. De hecho, Cristo consideraba que la oración era tan esencial que se apartaba con regularidad de las multitudes para pasar tiempo a solas con su Padre (Mr 1.35; Lc 5.16). Cualquier relación requiere comunicación para crecer y florecer, y eso incluye nuestra relación con Dios.
David era un hombre que conocía al Señor de manera personal. Dado que puso por escrito sus oraciones en los salmos, podemos echar una ojeada a su corazón cuando derramaba su alma ante el Señor. El pasaje de hoy nos muestra cinco razones por las cuales debemos acudir a Dios en oración:
1. Guía (Salmo 25.4, 5). Si le preguntamos, el Señor nos guiará y enseñará.
2. Perdón (Salmo 25.7, 11). Cada día necesitamos la purificación de Dios por el pecado, y su poder para arrepentirnos y regresar a Él.
3. Decisiones (Salmo 25.12). Cuando tenemos temor reverente a Dios, Él nos dice qué camino debemos elegir.
4. Problemas (Salmo 25.16-18). Cuando nos sentimos abrumados por las dificultades, nadie puede consolarnos como el Señor.
5. Protección (Salmo 25.19-20). Dios es quien guarda nuestra alma y nos salva de los ataques del enemigo.
Cuando buscamos al Señor, Él se convierte en nuestro refugio. Dios entiende nuestras debilidades, y nos invita a acudir a Él con todas nuestras preocupaciones.
Es en la intimidad de la oración que aprendemos a conocer su fidelidad, su compasión y su amor. Entonces podemos decir, como David: “Dios mío, en ti confío” (Salmo 25.2).
Para eliminar la duda
Mateo 21.20-22
A medida que maduramos espiritualmente, nos arraigamos más en la confianza de que Dios es fiel. Pero, a veces, la duda debilitará nuestra fe. Para no retroceder, tenemos que actuar con decisión para reducir los temores. He aquí tres pasos que debemos dar:
1. Recordar la fidelidad de Dios en el pasado y sus promesas. Cuando dedicamos tiempo a dar gracias a Dios por su intervención en situaciones anteriores, recordamos su amor y su provisión. Meditar en las promesas de las Sagradas Escrituras nos asegura también que Él atenderá cada necesidad. Por ejemplo, Salmo 41.12 dice que el Padre celestial está siempre presente con sus hijos, y que nos ha dado su Espíritu Santo para fortalecernos y dirigirnos (Jn 16.13; Ef 3.16).
2. Regar la fe en crecimiento con la Palabra de Dios. Si usted pide dirección bíblica, el Señor le dirigirá a los pasajes que tienen que ver con su situación, y que le darán la ayuda emocional y espiritual que necesite. Pase tiempo meditando en esos versículos, y pensando en cómo aplicarlos a sus circunstancias.
3. Decida creer en Dios y sus promesas. El Señor ha demostrado ser fiel desde el primer momento de la creación hasta el presente. Somos sabios al poner nuestra confianza en Él.
Desarrollar una fe firme y bien arraigada, requiere que cooperemos con el Padre celestial. Nuestra naturaleza humana complica las cosas haciéndonos propensos a dudar. Pero cuando decidimos confiar en Dios, la incertidumbre no puede reducir nuestra fe.
Bendita seguridad
Hebreos 10.22-23
¿Cómo podemos saber si nuestra salvación es real? ¿Hay manera de estar seguros, o debemos vivir en la incertidumbre, con temor a hacer o decir algo que pudiera anular la aceptación de Dios?
Aunque la Biblia nos asegura que podemos estar seguros de que somos salvos, muchos cristianos viven llenos de dudas. A veces, el pecado provoca la idea de que esta vez hemos ido demasiado lejos, o confiamos en las emociones cambiantes como confirmación de nuestra posición con Dios. Quizás nos hemos estado comparando con otros creyentes que parecen más consagrados, y concluimos que no podemos ser salvos. O tal vez hemos escuchado enseñanzas falsas que dicen que la vida eterna puede perderse.
Nuestra falta de seguridad se reduce a dos asuntos: no creemos lo que dice la Palabra de Dios, y creemos que somos nosotros quienes debemos aferrarnos a nuestra salvación. El Señor Jesús dijo que nadie puede arrebatar sus ovejas de su mano (Jn 10.27-29). Él es quien nos sostiene, y ha prometido que no perderá a ninguno de los que el Padre le ha dado (Jn 6.39). Si comenzamos a dudar por cualquier motivo, debemos volver a las Sagradas Escrituras y dejar que el Señor nos asegure su amor y provisión.
Los que somos salvos tenemos garantizada la vida eterna, pero ¿cómo podemos estar seguros de que nuestra salvación es real? Una evidencia es la perseverancia. Dios usa las experiencias dolorosas para probar nuestra fe (1 P 1. 6-7). Cuando llegan las pruebas y no nos derrumbamos, entonces nuestra fe ha demostrado ser genuina. Además de esto, Romanos 8.16 nos dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”.
viernes, 14 de marzo de 2025
Ira justa a la vista de todos
Números 25.1-18
Piense en las veces que se ha sentido airado. ¿Cuáles fueron las causas? Con toda franqueza, la mayoría de nosotros tendríamos que reconocer que nuestra irritación suele ser por razones egoístas.
El libro de Santiago nos dice que “la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1.20). Sin embargo, existe la indignación justa, y puede ejercerse para favorecer el trabajo de Dios.
En el pasaje de hoy, encontramos un excelente ejemplo de esto en Finees, quien se levantó para ejecutar a Zimri y Cozbi por sus inicuas acciones.
Gracias a este acto, fue elogiado por Dios con las siguientes palabras: “Finees… ha apartado mi furor de los hijos de Israel porque demostró su celo por mí entre ellos” (Números 25.11). Dios miró el corazón de Finees, vio su pasión, y la llamó “su celo por mí”. Por supuesto, no podemos tomar la ley en nuestras manos y comenzar a ejecutar a las personas, pero podemos tener la misma actitud de corazón que tuvo Finees. Este era un hombre que amaba a Dios con tanto ardor que no podía evitar odiar el mal. Mostró la misma ira que llevó al Señor a atravesar el templo con un látigo de cuerdas. (Vea Jn 2.13-17). En ambos casos, el celo por los asuntos de Dios fue demostrado con ira.
¿Cómo podemos hacer lo mismo? Se trata de tener la perspectiva de Dios, y dar la cara por lo correcto. Podemos situarnos en la puerta de nuestro corazón y matar cualquier pensamiento pecaminoso que intente entrar a él. Asimismo, podemos echar fuera los ríos de suciedad e inmoralidad que nos rodean, que intentan entrar en nuestros hogares. A medida que nuestro amor por Dios crezca, también lo hará nuestro aborrecimiento del mal.
El peligro de la ira 😡
Efesios 4.26-27
La ira es una emoción poderosa que a menudo causa daño, aunque también puede ser justa. En Isaías 64.9 (LBLA), el profeta ora, diciendo: “No te enojes en exceso, Señor”. Este versículo implica que Dios mide su ira de una manera que se ajusta a cada situación. El pasaje de hoy nos enseña que el Señor también espera que aprendamos a controlar nuestra ira para que esta sea adecuada y no nos lleve a pecar.
Hay una línea que no debemos cruzar si queremos evitar la ira pecaminosa. Es obvio que aquí no están incluidos el abuso verbal y la violencia física, pero la ira puede conducir a otros pecados que son igual de letales.
Hemos cruzado la línea cuando observamos lo siguiente en nuestra vida:
Peleas. Proverbios 29.22 (DHH) dice: "El que es violento e impulsivo, provoca peleas...”. Aunque las peleas pueden tomar muchas formas, siempre hacen que una persona se enfrente a otra.
Ira. Salmo 30.5 dice que la ira del Señor es por un momento, y Efesios 4.26 nos advierte en contra de irnos a la cama enojados hasta el día siguiente. El enojo envenena, y luego conduce a la ira.
Aislamiento. El abrigar ira nos separa de las personas. Proverbios 16.28 dice que “el chismoso separa a los mejores amigos”.
Venganza. Romanos 12.19 (LBLA) se refiere a esto: “Amado, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios”.
¿Qué debe hacer si reconoce alguna de estas cosas en su vida? El primer paso es confesarla como pecado, y hacer el esfuerzo firme de apartarse de él. Cada vez que surja en usted un pensamiento airado, arrepiéntase y entrégueselo al Señor.
Cómo tener una fe firme
Hebreos 11.1-31
El apóstol Santiago nos desafía a comprender la relación que hay entre fe y obediencia. En Santiago 2.17, escribe que la fe sin obras está muerta. En otras palabras, no podemos tener creencias firmes sin obediencia.
Desarrollar una fe firme requiere tiempo. Nacemos espiritualmente por medio de una fe sencilla, como la de un niño que recibe a Cristo como Salvador.
Las convicciones se nutren de un conocimiento cada vez mayor de Dios, y de una confianza cada vez mayor en Él. Experimentar su protección, su provisión y su poder en los momentos de prueba fortalece nuestra fe. Daniel es un buen ejemplo de esto. Cada vez que su fidelidad era probada, elegía depender de Dios. A veces, era forzado por las circunstancias, como cuando tuvo que enfrentar la orden de comer alimentos sacrificados a los ídolos (Dn 1.8). En otras ocasiones, iniciaba voluntariamente una situación difícil con el fin de ayudar (Dn 2.24). En cada caso, seguía la dirección de Dios.
Hebreos 11 relata otros ejemplos de obediencia. Noé, cuando fue advertido acerca de cosas que no veía, obedeció a Dios y construyó el arca. Y Abraham dejó su tierra para irse a un lugar que aún no conocía, en obediencia al Señor. Luego, en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo se disponía arrestar a los cristianos cuando se encontró con el Salvador. Dio un giro a pesar de las amenazas, las golpizas y los naufragios, y obedeció a Dios y predicó el evangelio.
Conocer y confiar en Dios mediante su Hijo, experimentar su presencia, y vivir en obediencia a Dios son los elementos necesarios para desarrollar una fe inquebrantable. El Señor dijo que nuestra obra es creer en Él (Jn 6.29). Con la ayuda del Espíritu Santo, todos podemos tener una fe inquebrantable.
La iglesia cómoda
Cómo modelaba Cristo la humildad
Aunque la humildad no es muy valorada en nuestra sociedad, es esencial en la vida cristiana. Y quién estableció el modelo para ella fue el propio Señor Jesucristo. Por consiguiente, como sus seguidores, debemos también procurar un espíritu humilde. Humildad es la ausencia de vanidad que busca exaltar o reafirmar el ego. Del pasaje de hoy aprendemos que la humildad se caracteriza por varios atributos:
La humildad fija nuestra atención en los demás (Filipenses 2.3-4). Cristo contempló nuestros intereses cuando vino al mundo para rescatarnos del pecado y la condenación.
La humildad no se aferra a nuestros derechos ni privilegios (Filipenses 2.6-7). Aunque Cristo era plenamente Dios, asumió las limitaciones de la condición humana.
La humildad nos hace servir de buena gana a los demás (Filipenses 2.7). El Señor no vino como un gobernante interesado que quería conquistar y someter al mundo. Por el contrario, vino como un esclavo humilde para servir a los demás.
La humildad nos impulsa a obedecer a Dios (Filipenses 2.8). El Hijo vino a la tierra en completa obediencia al Padre. Hizo y dijo solo lo que su Padre le ordenó (Jn 5.19), incluyendo su acto final de obediencia: entregar su vida en la cruz para pagar por los pecados de la humanidad.
Estas cualidades son exactamente lo opuesto a la ambición egoísta, la vanagloria y la viveza que el mundo valora. Desde la perspectiva del mundo, la humildad es debilidad. Pero, ¿qué requiere más esfuerzo: ser humilde o vanagloriarse? La humildad requiere el poder sobrenatural del Espíritu Santo para vencer nuestro egocentrismo natural. En vez de ser un signo de debilidad es, en realidad, una evidencia de la vida de Cristo en nosotros.
viernes, 7 de marzo de 2025
Las causas ocultas de la ansiedad
Nuestras experiencias afectan lo que pensamos. A veces, las experiencias negativas desarrollan un patrón de pensamiento perjudicial que se repite una y otra vez en la mente de una persona; y cuando tales pensamientos se activan le provocan ansiedad. Desactivarlos definitivamente requiere fe en el Señor.
Permítame darle un ejemplo de lo que quiero decir.
Supongamos que los
esfuerzos de una niña de hacer las cosas bien eran a menudo rechazados por sus padres. Ella les escuchaba decir: “Puedes hacerlo mejor”, o “Tu hermana lo hacía mucho mejor a tu edad”. La niña rara vez recibía elogios por un trabajo bien hecho.
Ahora, como adulta, se niega a solicitar un ascenso en su empleo, a pesar de que su jefe la anima a que lo haga. ¿Por qué razón? Porque tiene miedo de que la consideren incompetente. Es posible que no diga que no lo hace por temor, pero sin duda la frena. Hay varias otras raíces potenciales de la ansiedad.
Una lista exhaustiva no cabría aquí, pero las más comunes son:
• La creencia de no poder lograr lo establecido.
• Sentimientos de culpa por pecados del pasado.
• La idea errónea de que Dios es condenador.
• Actitudes inculcadas en la infancia.
Cuando sienta ansiedad, pregúntese qué le produjo el desasosiego. Saber qué alimenta el temor puede indicarle la causa subyacente. Permita que Dios le ayude a rechazar la manera de pensar perjudicial, y reemplácela con la seguridad de que los que prestan oídos al Señor viven sin temor al mal (Pr 1.33).
Invertir en la eternidad
Los cristianos debemos invertir en la vida de otros. Todas las riquezas materiales de este mundo pasarán, y solo aquellos que creen en Jesucristo irán al cielo. Como sus seguidores, debemos dedicarnos a ayudar a que otros lo conozcan.
Dios ofrece salvación a todo el mundo, pero hay personas que nunca han escuchado que Cristo las ama, y que murió en la cruz por sus pecados (Jn 3.16). No siempre asociamos la palabra inconversos con vecinos, compañeros de trabajo ni amigos, pero la realidad es que las personas más cercanas a nosotros pueden no conocer el mensaje del evangelio.
La iglesia ha encontrado muchas maneras de anunciar las buenas nuevas de Jesucristo. Hay distintos ministerios que por ejemplo, llegan al mundo entero por medio de literatura, radio, TV, e Internet. Pero la evangelización de persona a persona sigue siendo una de las maneras más efectivas de hablar del Salvador, ya que los no creyentes pueden recibir respuesta a sus preocupaciones de una manera personal. Quienes ponen su fe en Cristo pueden ser discipulados, lo cual es vital para su crecimiento espiritual. No es suficiente donar dinero para que los misioneros puedan hacer este trabajo en países distantes; los campos cercanos están también listos para la cosecha, pero los obreros son pocos (Mt 9.37).
Cuando se trata de alcanzar a los perdidos, todos los creyentes son responsables. El Señor dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Jn 20.21). Nadie podrá involucrarse jamás en una tarea más acertada o más perdurable, que la de derramar riqueza espiritual en la mente y el corazón de otra persona. Invertir en las almas es una labor de valor eterno.
Cuando nuestra fe vacile
Todos experimentamos cambios en la fortaleza de nuestra fe. Si todo está bien, estamos seguros de que el Señor es digno de confianza, porque vemos que sus bendiciones nos rodean. Pero cuando aumentan los problemas, también crecen nuestras dudas en cuanto a la fidelidad de Dios.
Comenzamos a preguntarnos si responderá nuestras oraciones. Por mucho que tratemos, no podemos verlo en la situación. Y cuando nuestras pruebas se prolongan, comenzamos a perder las esperanzas y a buscar maneras de resolver el asunto.
El apóstol Santiago nos señala una perspectiva diferente. En vez de pensar que el Señor nos ha olvidado, nos recuerda el propósito del Señor al permitir las dificultades. Ellas prueban nuestra fe para producir perseverancia y madurez.
Nuestro Padre celestial no trata de destruirnos; por el contrario, quiere que crezcamos, y por eso nos da lo que le falta a nuestra vida espiritual.
Sabiduría es lo que en realidad necesitamos en nuestras pruebas, y eso es lo que Santiago 1.5 nos dice que pidamos a Dios.
En vez de enfocarnos en las circunstancias y dejar que los sentimientos se impongan sobre nuestra fe, debemos dirigir nuestros pensamientos al Señor y creer con confianza que Él nos dará la sabiduría que necesitamos, tanto para manejar la situación como para crecer.
Dudar es peligroso, ya que puede dar lugar a la incertidumbre espiritual, en la que somos “arrastrados por el viento” (Santiago 1.6). Cuando nos dejamos llevar por las dudas, con frecuencia tomamos decisiones que resultan costosas. Mucho mejor es anclarnos al Señor y a su Palabra, y sobrellevar la tormenta con tranquila seguridad.
viernes, 28 de febrero de 2025
El propósito final de Dios para nuestras pruebas
Las situaciones difíciles son más fáciles de soportar si sabemos que algo bueno resultará de ellas. El problema es que nuestra idea de lo bueno puede ser distinta a la de Dios. Como sus caminos y sus pensamientos están muy por encima de los nuestros, debemos confiar en que Él sabe lo que es mejor, incluso si las situaciones nos causan dolor, impotencia o dificultad (Is 55.9). El bien final del cual el Señor está ocupándose es hacernos cada vez más semejantes a su Hijo Jesucristo, y las pruebas que experimentamos son una de las herramientas que Él utiliza en el proceso.
Ahora bien, no debemos pensar que Dios envía aflicción a nuestra vida y después se cruza de brazos para ver qué pasará. Nuestro misericordioso Padre celestial controla cada aspecto de la situación.
El Señor dispone nuestras pruebas. Considera cada adversidad como necesaria para lograr un propósito específico en nuestra vida (1 P 1. 6, 7).
Él nos conoce y ve dónde necesitamos corrección o crecimiento espiritual para llegar a ser más semejantes a Cristo.
Dios fija la duración de nuestras pruebas. Desde nuestro punto de vista, cualquier dolor dura demasiado tiempo. Pero cuando dependemos del Señor, Él nos da la gracia y la fortaleza para resistir, hasta que se cumpla su voluntad (Fil 4.13).
El Señor pone un límite a la intensidad de nuestras pruebas. Él sabe lo que podemos soportar, y no nos dejará ser tentados más allá de nuestro límite (1 Co 10.13).
Nada en nuestra vida ocurre por azar o sin sentido. Incluso cuando no entendamos lo que el Señor haga, podemos confiar en que usará nuestras pruebas para hacernos más como su Hijo en carácter, conducta y proceder.
jueves, 27 de febrero de 2025
Dios actúa mediante nuestras pruebas
Los problemas y el sufrimiento que experimentamos en la vida no ocurren sin ningún propósito. Dios actúa a través de ellos para nuestro bien (Ro 8.28). Es posible que no nos guste o no entendamos con exactitud lo que hace, pero conocer algunos de sus objetivos nos ayuda a confiar en Él y cooperar para cosechar los beneficios de la aflicción.
Protección. Después de que el apóstol Pablo orara con fervor para que su aguijón en la carne le fuera quitado, Dios le reveló que era una protección contra el orgullo. Todos tenemos aspectos de debilidad que podrían llevarnos al pecado, y Dios en su sabiduría sabe cómo protegernos.
Dependencia. El aguijón de Pablo, que lo hacía débil, también lo enseñó a depender de la gracia y del poder de Cristo. De la misma manera, los problemas a menudo nos impulsan a buscar al Señor con humilde dependencia; para entonces estar en posición de recibir la fortaleza divina que Él promete darnos.
Perspectiva divina. Cuando el apóstol Pablo entendió al fin lo que el Señor trataba de hacer, vio su sufrimiento de manera diferente. Dejó de centrarse en su aflicción como un dolor y un obstáculo, y se sintió contento. Pudo regocijarse porque reconoció que el poder de Cristo en él era más importante que verse libre del dolor.
A menos que reconozcamos que Dios siempre prioriza lo eterno sobre lo temporal, no entenderemos el valor del dolor. Según 2 Corintios 4.17 (TLA), "Las dificultades que tenemos son pequeñas, y no van a durar siempre. Pero, gracias a ellas, Dios nos llenará de la gloria que dura para siempre: una gloria grande y maravillosa.”. Por tanto, no nos desanimamos.
Cómo dejar un legado de fe
¿Qué desea dejarles a sus hijos? Es probable que a todos nos gustaría dejar una cuantiosa herencia material, pero hay algo incluso más valioso: un legado espiritual.
El apóstol Pablo admiraba el legado de fe que fue transmitido a Timoteo por su madre y abuela.
Aunque Eunice y Loida no podían conferirle la salvación, fueron un ejemplo de fe en Dios. La herencia más grande que recibió Timoteo fue la instrucción espiritual y el ejemplo de estas mujeres. Para los padres que deseen transmitir un legado de fe, los siguientes valores deben ser parte de sus vidas:
Principios. Conocer y practicar los principios bíblicos. Los padres no pueden transmitir lo que no poseen, pero los que aman y obedecen la Palabra de Dios, compartirán con entusiasmo lo que han aprendido.
Ejemplo. Aplicar los principios bíblicos a su vida y ejercitarlos en presencia de los hijos. Un modelo permanente de obediencia a Dios inspirará a los hijos a buscar al Señor; decir una cosa y hacer otra es un mal ejemplo.
Persistencia. No darse por vencidos a la hora de impartir conocimiento espiritual. Aprendí este sabio hábito de mi madre, quien se propuso sembrar en mí los valores que necesitaría para convertirme en un adulto consagrado. Para enseñarme una lección, me la repetía y me mostraba lo que debía hacer, hasta que se aseguraba de que yo la hubiera aprendido.
Nunca es demasiado tarde para trabajar en pro de un legado espiritual.
Al igual que la madre y la abuela de Timoteo, no nos conformemos solo con criar a nuestros hijos.
Nuestra meta debe ser mostrarnos como ejemplos de una vida de santidad que les inspire a amar y seguir a Cristo.
martes, 25 de febrero de 2025
El regalo más grande de una madre
Avance en medio de la adversidad
viernes, 21 de febrero de 2025
Lo que significa orar con fe
¿Alguna vez, aun de manera inconsciente, ha acusado al Señor de no responder sus oraciones?
Cuando Dios no parece responder sus peticiones, lo primero que debe hacer es analizar bien lo que está pidiendo. ¿Ora con fe, confiando en que el Padre celestial se ocupará de la situación, o solo se queja de lo que ha salido mal?
Piense en si ha orado así: “Señor, la situación en mi trabajo es terrible. Estoy muy frustrado. Me desvivo por ayudar a mi compañero de trabajo, pero él no me tiene la más mínima consideración. Nadie aprecia o reconoce lo que hago”.
En algún momento de nuestra vida, es probable que todos hayamos orado así, y descubierto que no se produjo un cambio radical. El problema es el enfoque. En este caso, se trata del ego. En el versículo 24 del pasaje de hoy, esa no es la oración de fe que el Señor Jesús tenía en mente.
Tener fe en nuestras oraciones no es el objetivo. El objeto de nuestra fe es el Señor. Si ponemos nuestros corazones en nuestros propios deseos, solo hemos transferido nuestra fe a nuestros propios planes. Orar con fe significa entregar nuestros derechos, quejas y deseos al Señor, y descansar del todo en su soberana decisión en cuanto al asunto. Cuando alineamos nuestras peticiones con su voluntad y propósito, comenzamos a ver desplegado su poder.
Si usted es reacio a orar así, solo recuerde que Dios es más sabio que usted, que le ama, y que sabe cómo manejar los enmarañados hilos de nuestra vida, para formar un tapiz hermoso con la imagen de Cristo en ella.
jueves, 20 de febrero de 2025
La disciplina determina el destino
El apóstol Pablo compara la vida con una carrera, y afirma que la disciplina —o la falta de ella— determina el resultado. De lo que habla no es solo de nuestro lugar en el cielo, que está asegurado por nuestra fe en Cristo como Salvador y Señor. Tiene también en mente nuestra obediencia y servicio a Dios.
Para cumplir con los propósitos del Padre celestial, necesitamos “[entrenarnos] con disciplina” (1 Co 9.25 NTV). Aunque deseamos obedecer al Señor, tendemos a pecar. Por tanto, necesitamos controlar nuestros pensamientos, impulsos y acciones pecaminosas, haciendo que nuestro cuerpo sea nuestro siervo, en vez de dejar que los deseos carnales nos gobiernen (1 Co 9.27).
El apóstol Pablo dice que vivamos con un objetivo en mente, en vez de flotar sin rumbo en la vida (1 Co 9.26). Dios ha preparado buenas obras para que las realicemos a lo largo de nuestra vida (Ef 2.10). Cuando vivimos en obediencia al Señor, Él guía nuestro camino y nos fortalece por medio del Espíritu Santo para hacer su voluntad.
Luego, debemos esforzarnos en dirección a la meta de Dios para nosotros. Desear y esperar sentados no sirve de nada si no hay acción.
El esfuerzo que no está dirigido a la meta correcta es como “golpear el aire” (1 Co 9.26). Podemos trabajar con dedicación para lograr nuestros fines, pero si no son los objetivos de Dios, es un esfuerzo perdido.
Pablo nos dice que corramos para ganar (1 Co. 9.24), pero ¿cuál es el premio? Al cumplir el propósito de Dios, Él realiza su obra santificadora y su voluntad en y por medio de nosotros. Entonces, algún día, cuando terminemos nuestro camino y estemos delante de Cristo, recibiremos recompensas eternas.
miércoles, 19 de febrero de 2025
La verdad acerca de la Trinidad
¿El Espíritu Santo le parece un misterio? Aunque la Biblia habla a menudo de Dios el Padre y de Dios el Hijo, Dios el Espíritu Santo no se menciona tanto. Sin embargo, su persona y su trabajo son tan importantes como los de los otros miembros de la Trinidad.
La Deidad está compuesta por tres Personas distintas, cada una Dios por completo con los mismos atributos divinos, pero con roles diferentes. Cada uno tiene un papel crucial en la salvación de un alma.
•La santidad y la justicia del Padre celestial exigen que se pague el castigo por el pecado.
•El Hijo se convirtió en el sacrificio sin pecado que satisfizo las justas demandas del Padre.
•El Espíritu Santo convence y regenera al pecador para creer e invocar al Señor para salvación.
Poco antes de que Cristo terminara su misión en la Tierra, prometió enviar a los discípulos otro Ayudador: el Espíritu Santo. Dios el Espíritu es tan importante para nosotros, que Jesucristo dijo: “...es mejor para ustedes que me vaya...conviene que yo me vaya... Si me voy, entonces se lo enviaré a ustedes;” (Jn 16.7 DHH).
Es el Espíritu quien nos interpreta la Palabra de Dios y quien nos ayuda a recordarla y ponerla en práctica (Juan 14.26; Juan 16.13). Es, también, nuestro alentador que nos capacita para obedecer a Dios.
El Espíritu Santo no nos atrae hacia Él, sino que busca glorificar siempre a Cristo (Juan 16.14).
Quizás, por eso, parece más difícil de entender quién es. Pero si prestamos atención, veremos cómo nos moldea con esmero, como hace el alfarero con la arcilla, guiándonos, retándonos y transformándonos.
martes, 18 de febrero de 2025
La importancia de la motivación
Nuestro mundo está orientado hacia la acción. Por lo general, cuando vemos un problema, le buscamos una solución.
Pero, antes de entrar en acción, sería prudente considerar nuestra motivación. No todas las buenas acciones son motivadas por un buen propósito.
Cuando David llegó a la batalla de Israel contra los filisteos, vio a Goliat por primera vez, y escuchó los insultos de los filisteos y la burla de los israelitas. Entonces, alguien le habló de las recompensas que el rey Saúl había prometido al hombre que matara a Goliat: grandes riquezas, la hija del rey por esposa, y el no tener que pagar ningún impuesto.
Tales recompensas fueron grandes motivaciones que despertaron el interés de David. Sin embargo, lo que en última instancia lo impulsó al campo de batalla fue el deseo de defender el nombre de Dios: “¿Quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?” (1 S 17.26).
Como cristianos maduros, debemos considerar nuestra motivación para desear la victoria en cualquier batalla. Con frecuencia buscamos un fin egoísta, como liberarnos de nuestras incomodidades y volver a una forma de vida más fácil.
Pero Dios está más interesado en hacernos semejantes a Cristo, que en mantenernos cómodos.
Piense en el último conflicto que enfrentó, o tal vez por el que está pasando. ¿Son la honra de Dios y su crecimiento espiritual el centro de sus deseos? Si no es así, entonces está en contra de lo que Él intenta hacer en su vida. Pero si la voluntad del Señor es más importante para usted que sus propios planes, puede estar seguro de que Dios usará la batalla para el bien suyo y la gloria de Él.
lunes, 17 de febrero de 2025
Cómo vencer a los gigantes
1 Samuel 17.31-52
La muy conocida historia de David y Goliat enseña a los creyentes que los obstáculos en nuestra vida no son más grandes que nuestro Dios.
Nuestro Goliat puede ser una situación angustiosa, pero debemos entender que el Señor es soberano sobre todo en el cielo y en la Tierra, y que tiene el poder para darnos la victoria.
David tenía una confianza imperturbable porque sus experiencias habían demostrado que Dios era fiel. El joven pastor de ovejas recordó cómo el Señor le dio la victoria en dos ocasiones distintas, cuando un león y un oso amenazaron su rebaño (1 S 17.37).
Nuestra fe se fortalece de manera semejante cuando recordamos la ayuda de Dios en nuestra vida, y al leer acerca de su fidelidad en la Biblia.
Por eso es útil llevar un registro de la fidelidad de Dios. Para que cuando enfrentemos alguna prueba, podamos leer lo que hemos escrito, y así fortalecernos, con la seguridad de que Dios ha demostrado ser digno de confianza en el pasado.
Confiar en el Señor nos da la valentía para enfrentar nuestros gigantes. Armados así, podemos responder a los desafíos basándonos en tres verdades importantes:
•Quién es Cristo en nosotros —nuestro Salvador y Proveedor.
•Quiénes somos nosotros en Cristo —hijos adoptivos de Dios, seguros por la eternidad, y con la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida.
•Lo que tenemos en Cristo: la promesa de acceso directo al Todopoderoso.
En vez de fijar nuestra atención en el obstáculo, comencemos a enfocarnos en la grandeza de nuestro Dios. Si confiamos en Él y le obedecemos, su Espíritu nos equipará para enfrentar el problema, y nuestra fe lo glorificará.
jueves, 13 de febrero de 2025
Cristo es el modelo
Si Cristo no hubiera llevado nuestra carga, todos estaríamos perdidos y en camino a la separación eterna de Dios. El Señor llevó nuestros pecados en la cruz para que vivamos haciendo el bien (1 P 2.24). Él dice a los cansados y oprimidos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt 11.28).
Gracias a que nuestra salvación es resultado de que Cristo haya llevado nuestro pecado, Él es nuestro modelo perfecto.
Dios nos predestinó para ser conformados a la imagen de Cristo (Ro 8.29). Por eso sufrir al lado de quienes atraviesan pruebas es parte de ser un hijo de Dios. El sello distintivo de un cristiano es el amor, y esto deber ser evidente en nuestra manera de tratar a los demás.
Pero llevar las cargas de otras personas es difícil, en particular cuando tenemos nuestras propias luchas y preocupaciones.
Sin embargo, no debemos esperar hasta que todos nuestros problemas estén resueltos para decidir imitar las acciones de Jesucristo. El apóstol Pablo, que enfrentó muchos obstáculos, continuó sirviendo a otros. Él dijo: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil 4.19).
Eso significa que podemos solidarizarnos con otra persona en medio de las cargas, aun cuando tengamos la nuestra. La gracia de Dios es más que suficiente para ambos.
Dios nunca está demasiado ocupado para hacerse cargo de nuestras preocupaciones.
Hay personas, hoy en día, que sufren en todo el mundo. El Señor sabe de qué manera usted puede servir a alguien que necesite afecto. Pídale que le use como un bálsamo sanador para traer libertad a otra persona.
martes, 11 de febrero de 2025
Herederos con Cristo
Romanos 8.12-18
¿Con qué frecuencia se considera heredero de Dios? Por lo general, no es lo primero que nos viene a la mente cuando pensamos en las bendiciones que recibimos cuando aceptamos a Jesucristo como Salvador. Quizás esto se deba a que no sabemos en realidad qué significa ser heredero de Dios. Tampoco tenemos claro lo que nos espera en la eternidad, o cuándo ocurrirá.
Ser heredero se asocia, por lo general, con lazos familiares, y lo mismo se aplica a nuestra relación con Dios. Cuando nacimos de nuevo por su Espíritu, nos convertimos en sus hijos adoptivos, y, como tales, somos herederos junto con Cristo. En Colosenses 1.15, el Señor es llamado “el primogénito de toda creación”. En el mundo antiguo, el hijo primogénito tenía una posición de prominencia en la familia, y era el heredero principal de todo lo que poseía su padre. De la misma manera, Jesucristo tiene la posición de primogénito y es el heredero de toda la creación.
Lo extraordinario es que Él ha prometido compartir su herencia con nosotros. Cuando regrese en gloria para ocupar el lugar que le corresponde como Rey de reyes en la Tierra, gobernaremos con Él, bajo su autoridad (Ap 2. 26-27). La vida cristiana está llena de favor inmerecido. La gracia de Dios que experimentamos ahora es solo la punta del iceberg.
Entender todo lo que Cristo ha hecho y hará por sus hijos, debe inspirarnos a vivir para Él.
El Espíritu Santo que mora en nosotros, nos faculta para hacer morir nuestros deseos carnales y seguir a Dios en obediencia, incluso cuando eso tenga un alto precio. Cualquier cosa que suframos aquí por amor a Cristo, es insignificante comparado con la gloria que nos espera.
lunes, 10 de febrero de 2025
Nuestra herencia
¿Alguna vez ha sentido que la vida cristiana no es más que sacrificio? Después de todo, Cristo dijo que los que lo siguen deben negarse a sí mismos, tomar su cruz cada día y seguirlo (Lc 9.23). Si consideramos la salvación solo desde una perspectiva terrenal, puede parecer costosa, pero el pasaje de hoy nos abre los ojos a las vastas riquezas de gracia que Dios nos ha prodigado en Cristo.
De principio a fin, nuestra salvación incluye una abundancia inimaginable.
La bendición más grande se encuentra en el versículo 11: “Hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (LBLA). En el momento que ponemos nuestra fe en Cristo, recibimos todos los beneficios mencionados en el pasaje de hoy.
Consideremos uno de los aspectos de nuestra herencia maravillosa en Cristo: nuestra forma física. Filipenses 3.21 dice que cuando Cristo regrese, “transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria”. En este momento padecemos en cuerpos debilitados y corrompidos por el pecado, pero serán cambiados en un abrir y cerrar de ojos cuando Dios venga por nosotros.
El apóstol Juan lo describe de esta manera: “Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él” (1 Jn 3.2). El plan de Dios de glorificar a su Hijo en nosotros se hará realidad cuando seamos transformados a imagen de Cristo. Entonces, ¿cuál será nuestra herencia venidera? Juan lo resume en el siguiente versículo: “Todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro”.
sábado, 8 de febrero de 2025
El fruto espiritual de la paciencia
La lista conocida como “el fruto del Espíritu” incluye la “paciencia” (Gálatas 5.22-23), pero eso no significa que el Espíritu Santo la imponga en la vida del creyente. Por el contrario, Él actúa como nuestro maestro confiable, y el que hace posible que crezcamos. El fruto espiritual es algo que madura con el tiempo a medida que obedecemos al Padre celestial y nos rendimos a su voluntad.
La paciencia para con Dios y para con nuestro prójimo es consecuencia de una fe firme. El Espíritu Santo nos impulsa a prestar atención a la obra del Señor a lo largo de nuestra vida. Nuestra confianza en Él se nutre por la oración contestada, por las ricas bendiciones que surgen de las circunstancias difíciles, y por cada migaja de bien que Dios saca de una situación negativa. A medida que crece nuestra confianza en su bondad y en su soberanía, nos hallamos más dispuestos a esperar las soluciones y las respuestas de Dios.
De hecho, creo que reconocer la soberanía de Dios es clave para desarrollar paciencia. Una parte importante de rendirse a su control absoluto es esperar que Él haga su voluntad. Es sabio comprender que nuestra vida se desarrolla de acuerdo con su plan maestro; la impaciencia no hace que Él se mueva más rápido. Dios espera que sus hijos sigamos su plan y seamos pacientes, sin importar el ritmo que Él fije.
La paciencia no es algo natural. Es por eso que tenemos al Espíritu Santo.
Él fortalece nuestra determinación a ser pacientes sin quejarnos cuando el avance parezca lento. Después de todo, Dios es lento solo desde el punto de vista humano; desde la perspectiva divina, Él trabaja siempre a la velocidad perfecta.
jueves, 6 de febrero de 2025
El desarrollo de la paciencia
Cuando las personas me dicen que están orando por paciencia, muchas veces les pregunto qué más están haciendo para tener un corazón tranquilo y apacible. La paciencia no es algo que los creyentes reciban, es un atributo que desarrollan con el tiempo y la experiencia.
Pensemos en la paciencia como un músculo que tenemos que utilizar para verlo desarrollado. Para ello, los creyentes debemos reconocer la dificultad como una oportunidad para fortalecer la paciencia. El instinto humano es clamar a Dios cuando la tribulación toca nuestra puerta. Le echamos la culpa a otros. Nos resistimos. Nos quejamos, pero no decimos: “¡Gracias, Señor.
Es hora de aprender a ser más paciente!”. Las personas no estamos acostumbradas a pensar de esa manera, pero según la Biblia, así es cómo debemos hacerlo.
El libro de Santiago nos dice que consideremos las pruebas como un motivo de gozo (Santiago 1.2). Desde el punto de vista humano, alabar al Señor por las tribulaciones es anormal.
Sin embargo, hacerlo comienza a tener sentido para los creyentes cuando nos aferramos a la promesa de Dios de que todas las cosas son para nuestro bien (vea Romanos 8.28). No estamos esperando en el Señor en vano. Podemos alabarle por la solución que dará, por las vidas que cambiará, o por el fruto espiritual que desarrollará en nuestra vida.
Aceptar las adversidades como un medio de crecimiento es un concepto radical en este mundo; y más aún lo es el creyente que alaba al Señor por la tormenta.
Pero los seguidores del Señor tenemos motivos para regocijarnos. La tribulación aumenta nuestra paciencia, para que podamos mantenernos firmes en las promesas de Dios y esperar su momento perfecto.