Salmo 94.19-22
Nuestras experiencias afectan lo que pensamos. A veces, las experiencias negativas desarrollan un patrón de pensamiento perjudicial que se repite una y otra vez en la mente de una persona; y cuando tales pensamientos se activan le provocan ansiedad. Desactivarlos definitivamente requiere fe en el Señor.
Permítame darle un ejemplo de lo que quiero decir.
Supongamos que los
esfuerzos de una niña de hacer las cosas bien eran a menudo rechazados por sus padres. Ella les escuchaba decir: “Puedes hacerlo mejor”, o “Tu hermana lo hacía mucho mejor a tu edad”. La niña rara vez recibía elogios por un trabajo bien hecho.
Ahora, como adulta, se niega a solicitar un ascenso en su empleo, a pesar de que su jefe la anima a que lo haga. ¿Por qué razón? Porque tiene miedo de que la consideren incompetente. Es posible que no diga que no lo hace por temor, pero sin duda la frena. Hay varias otras raíces potenciales de la ansiedad.
Una lista exhaustiva no cabría aquí, pero las más comunes son:
• La creencia de no poder lograr lo establecido.
• Sentimientos de culpa por pecados del pasado.
• La idea errónea de que Dios es condenador.
• Actitudes inculcadas en la infancia.
Cuando sienta ansiedad, pregúntese qué le produjo el desasosiego. Saber qué alimenta el temor puede indicarle la causa subyacente. Permita que Dios le ayude a rechazar la manera de pensar perjudicial, y reemplácela con la seguridad de que los que prestan oídos al Señor viven sin temor al mal (Pr 1.33).
viernes, 7 de marzo de 2025
Invertir en la eternidad
Marcos 16.15-16
Los cristianos debemos invertir en la vida de otros. Todas las riquezas materiales de este mundo pasarán, y solo aquellos que creen en Jesucristo irán al cielo. Como sus seguidores, debemos dedicarnos a ayudar a que otros lo conozcan.
Dios ofrece salvación a todo el mundo, pero hay personas que nunca han escuchado que Cristo las ama, y que murió en la cruz por sus pecados (Jn 3.16). No siempre asociamos la palabra inconversos con vecinos, compañeros de trabajo ni amigos, pero la realidad es que las personas más cercanas a nosotros pueden no conocer el mensaje del evangelio.
La iglesia ha encontrado muchas maneras de anunciar las buenas nuevas de Jesucristo. Hay distintos ministerios que por ejemplo, llegan al mundo entero por medio de literatura, radio, TV, e Internet. Pero la evangelización de persona a persona sigue siendo una de las maneras más efectivas de hablar del Salvador, ya que los no creyentes pueden recibir respuesta a sus preocupaciones de una manera personal. Quienes ponen su fe en Cristo pueden ser discipulados, lo cual es vital para su crecimiento espiritual. No es suficiente donar dinero para que los misioneros puedan hacer este trabajo en países distantes; los campos cercanos están también listos para la cosecha, pero los obreros son pocos (Mt 9.37).
Cuando se trata de alcanzar a los perdidos, todos los creyentes son responsables. El Señor dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Jn 20.21). Nadie podrá involucrarse jamás en una tarea más acertada o más perdurable, que la de derramar riqueza espiritual en la mente y el corazón de otra persona. Invertir en las almas es una labor de valor eterno.
Los cristianos debemos invertir en la vida de otros. Todas las riquezas materiales de este mundo pasarán, y solo aquellos que creen en Jesucristo irán al cielo. Como sus seguidores, debemos dedicarnos a ayudar a que otros lo conozcan.
Dios ofrece salvación a todo el mundo, pero hay personas que nunca han escuchado que Cristo las ama, y que murió en la cruz por sus pecados (Jn 3.16). No siempre asociamos la palabra inconversos con vecinos, compañeros de trabajo ni amigos, pero la realidad es que las personas más cercanas a nosotros pueden no conocer el mensaje del evangelio.
La iglesia ha encontrado muchas maneras de anunciar las buenas nuevas de Jesucristo. Hay distintos ministerios que por ejemplo, llegan al mundo entero por medio de literatura, radio, TV, e Internet. Pero la evangelización de persona a persona sigue siendo una de las maneras más efectivas de hablar del Salvador, ya que los no creyentes pueden recibir respuesta a sus preocupaciones de una manera personal. Quienes ponen su fe en Cristo pueden ser discipulados, lo cual es vital para su crecimiento espiritual. No es suficiente donar dinero para que los misioneros puedan hacer este trabajo en países distantes; los campos cercanos están también listos para la cosecha, pero los obreros son pocos (Mt 9.37).
Cuando se trata de alcanzar a los perdidos, todos los creyentes son responsables. El Señor dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Jn 20.21). Nadie podrá involucrarse jamás en una tarea más acertada o más perdurable, que la de derramar riqueza espiritual en la mente y el corazón de otra persona. Invertir en las almas es una labor de valor eterno.
Cuando nuestra fe vacile
Santiago 1.2-8
Todos experimentamos cambios en la fortaleza de nuestra fe. Si todo está bien, estamos seguros de que el Señor es digno de confianza, porque vemos que sus bendiciones nos rodean. Pero cuando aumentan los problemas, también crecen nuestras dudas en cuanto a la fidelidad de Dios.
Comenzamos a preguntarnos si responderá nuestras oraciones. Por mucho que tratemos, no podemos verlo en la situación. Y cuando nuestras pruebas se prolongan, comenzamos a perder las esperanzas y a buscar maneras de resolver el asunto.
El apóstol Santiago nos señala una perspectiva diferente. En vez de pensar que el Señor nos ha olvidado, nos recuerda el propósito del Señor al permitir las dificultades. Ellas prueban nuestra fe para producir perseverancia y madurez.
Nuestro Padre celestial no trata de destruirnos; por el contrario, quiere que crezcamos, y por eso nos da lo que le falta a nuestra vida espiritual.
Sabiduría es lo que en realidad necesitamos en nuestras pruebas, y eso es lo que Santiago 1.5 nos dice que pidamos a Dios.
En vez de enfocarnos en las circunstancias y dejar que los sentimientos se impongan sobre nuestra fe, debemos dirigir nuestros pensamientos al Señor y creer con confianza que Él nos dará la sabiduría que necesitamos, tanto para manejar la situación como para crecer.
Dudar es peligroso, ya que puede dar lugar a la incertidumbre espiritual, en la que somos “arrastrados por el viento” (Santiago 1.6). Cuando nos dejamos llevar por las dudas, con frecuencia tomamos decisiones que resultan costosas. Mucho mejor es anclarnos al Señor y a su Palabra, y sobrellevar la tormenta con tranquila seguridad.
Todos experimentamos cambios en la fortaleza de nuestra fe. Si todo está bien, estamos seguros de que el Señor es digno de confianza, porque vemos que sus bendiciones nos rodean. Pero cuando aumentan los problemas, también crecen nuestras dudas en cuanto a la fidelidad de Dios.
Comenzamos a preguntarnos si responderá nuestras oraciones. Por mucho que tratemos, no podemos verlo en la situación. Y cuando nuestras pruebas se prolongan, comenzamos a perder las esperanzas y a buscar maneras de resolver el asunto.
El apóstol Santiago nos señala una perspectiva diferente. En vez de pensar que el Señor nos ha olvidado, nos recuerda el propósito del Señor al permitir las dificultades. Ellas prueban nuestra fe para producir perseverancia y madurez.
Nuestro Padre celestial no trata de destruirnos; por el contrario, quiere que crezcamos, y por eso nos da lo que le falta a nuestra vida espiritual.
Sabiduría es lo que en realidad necesitamos en nuestras pruebas, y eso es lo que Santiago 1.5 nos dice que pidamos a Dios.
En vez de enfocarnos en las circunstancias y dejar que los sentimientos se impongan sobre nuestra fe, debemos dirigir nuestros pensamientos al Señor y creer con confianza que Él nos dará la sabiduría que necesitamos, tanto para manejar la situación como para crecer.
Dudar es peligroso, ya que puede dar lugar a la incertidumbre espiritual, en la que somos “arrastrados por el viento” (Santiago 1.6). Cuando nos dejamos llevar por las dudas, con frecuencia tomamos decisiones que resultan costosas. Mucho mejor es anclarnos al Señor y a su Palabra, y sobrellevar la tormenta con tranquila seguridad.
viernes, 28 de febrero de 2025
El propósito final de Dios para nuestras pruebas
Romanos 8.29-30
Las situaciones difíciles son más fáciles de soportar si sabemos que algo bueno resultará de ellas. El problema es que nuestra idea de lo bueno puede ser distinta a la de Dios. Como sus caminos y sus pensamientos están muy por encima de los nuestros, debemos confiar en que Él sabe lo que es mejor, incluso si las situaciones nos causan dolor, impotencia o dificultad (Is 55.9). El bien final del cual el Señor está ocupándose es hacernos cada vez más semejantes a su Hijo Jesucristo, y las pruebas que experimentamos son una de las herramientas que Él utiliza en el proceso.
Ahora bien, no debemos pensar que Dios envía aflicción a nuestra vida y después se cruza de brazos para ver qué pasará. Nuestro misericordioso Padre celestial controla cada aspecto de la situación.
El Señor dispone nuestras pruebas. Considera cada adversidad como necesaria para lograr un propósito específico en nuestra vida (1 P 1. 6, 7).
Él nos conoce y ve dónde necesitamos corrección o crecimiento espiritual para llegar a ser más semejantes a Cristo.
Dios fija la duración de nuestras pruebas. Desde nuestro punto de vista, cualquier dolor dura demasiado tiempo. Pero cuando dependemos del Señor, Él nos da la gracia y la fortaleza para resistir, hasta que se cumpla su voluntad (Fil 4.13).
El Señor pone un límite a la intensidad de nuestras pruebas. Él sabe lo que podemos soportar, y no nos dejará ser tentados más allá de nuestro límite (1 Co 10.13).
Nada en nuestra vida ocurre por azar o sin sentido. Incluso cuando no entendamos lo que el Señor haga, podemos confiar en que usará nuestras pruebas para hacernos más como su Hijo en carácter, conducta y proceder.
Las situaciones difíciles son más fáciles de soportar si sabemos que algo bueno resultará de ellas. El problema es que nuestra idea de lo bueno puede ser distinta a la de Dios. Como sus caminos y sus pensamientos están muy por encima de los nuestros, debemos confiar en que Él sabe lo que es mejor, incluso si las situaciones nos causan dolor, impotencia o dificultad (Is 55.9). El bien final del cual el Señor está ocupándose es hacernos cada vez más semejantes a su Hijo Jesucristo, y las pruebas que experimentamos son una de las herramientas que Él utiliza en el proceso.
Ahora bien, no debemos pensar que Dios envía aflicción a nuestra vida y después se cruza de brazos para ver qué pasará. Nuestro misericordioso Padre celestial controla cada aspecto de la situación.
El Señor dispone nuestras pruebas. Considera cada adversidad como necesaria para lograr un propósito específico en nuestra vida (1 P 1. 6, 7).
Él nos conoce y ve dónde necesitamos corrección o crecimiento espiritual para llegar a ser más semejantes a Cristo.
Dios fija la duración de nuestras pruebas. Desde nuestro punto de vista, cualquier dolor dura demasiado tiempo. Pero cuando dependemos del Señor, Él nos da la gracia y la fortaleza para resistir, hasta que se cumpla su voluntad (Fil 4.13).
El Señor pone un límite a la intensidad de nuestras pruebas. Él sabe lo que podemos soportar, y no nos dejará ser tentados más allá de nuestro límite (1 Co 10.13).
Nada en nuestra vida ocurre por azar o sin sentido. Incluso cuando no entendamos lo que el Señor haga, podemos confiar en que usará nuestras pruebas para hacernos más como su Hijo en carácter, conducta y proceder.
jueves, 27 de febrero de 2025
Dios actúa mediante nuestras pruebas
2 Corintios 12.7-10
Los problemas y el sufrimiento que experimentamos en la vida no ocurren sin ningún propósito. Dios actúa a través de ellos para nuestro bien (Ro 8.28). Es posible que no nos guste o no entendamos con exactitud lo que hace, pero conocer algunos de sus objetivos nos ayuda a confiar en Él y cooperar para cosechar los beneficios de la aflicción.
Protección. Después de que el apóstol Pablo orara con fervor para que su aguijón en la carne le fuera quitado, Dios le reveló que era una protección contra el orgullo. Todos tenemos aspectos de debilidad que podrían llevarnos al pecado, y Dios en su sabiduría sabe cómo protegernos.
Dependencia. El aguijón de Pablo, que lo hacía débil, también lo enseñó a depender de la gracia y del poder de Cristo. De la misma manera, los problemas a menudo nos impulsan a buscar al Señor con humilde dependencia; para entonces estar en posición de recibir la fortaleza divina que Él promete darnos.
Perspectiva divina. Cuando el apóstol Pablo entendió al fin lo que el Señor trataba de hacer, vio su sufrimiento de manera diferente. Dejó de centrarse en su aflicción como un dolor y un obstáculo, y se sintió contento. Pudo regocijarse porque reconoció que el poder de Cristo en él era más importante que verse libre del dolor.
A menos que reconozcamos que Dios siempre prioriza lo eterno sobre lo temporal, no entenderemos el valor del dolor. Según 2 Corintios 4.17 (TLA), "Las dificultades que tenemos son pequeñas, y no van a durar siempre. Pero, gracias a ellas, Dios nos llenará de la gloria que dura para siempre: una gloria grande y maravillosa.”. Por tanto, no nos desanimamos.
Los problemas y el sufrimiento que experimentamos en la vida no ocurren sin ningún propósito. Dios actúa a través de ellos para nuestro bien (Ro 8.28). Es posible que no nos guste o no entendamos con exactitud lo que hace, pero conocer algunos de sus objetivos nos ayuda a confiar en Él y cooperar para cosechar los beneficios de la aflicción.
Protección. Después de que el apóstol Pablo orara con fervor para que su aguijón en la carne le fuera quitado, Dios le reveló que era una protección contra el orgullo. Todos tenemos aspectos de debilidad que podrían llevarnos al pecado, y Dios en su sabiduría sabe cómo protegernos.
Dependencia. El aguijón de Pablo, que lo hacía débil, también lo enseñó a depender de la gracia y del poder de Cristo. De la misma manera, los problemas a menudo nos impulsan a buscar al Señor con humilde dependencia; para entonces estar en posición de recibir la fortaleza divina que Él promete darnos.
Perspectiva divina. Cuando el apóstol Pablo entendió al fin lo que el Señor trataba de hacer, vio su sufrimiento de manera diferente. Dejó de centrarse en su aflicción como un dolor y un obstáculo, y se sintió contento. Pudo regocijarse porque reconoció que el poder de Cristo en él era más importante que verse libre del dolor.
A menos que reconozcamos que Dios siempre prioriza lo eterno sobre lo temporal, no entenderemos el valor del dolor. Según 2 Corintios 4.17 (TLA), "Las dificultades que tenemos son pequeñas, y no van a durar siempre. Pero, gracias a ellas, Dios nos llenará de la gloria que dura para siempre: una gloria grande y maravillosa.”. Por tanto, no nos desanimamos.
Cómo dejar un legado de fe
2 Timoteo 1.1-9
¿Qué desea dejarles a sus hijos? Es probable que a todos nos gustaría dejar una cuantiosa herencia material, pero hay algo incluso más valioso: un legado espiritual.
El apóstol Pablo admiraba el legado de fe que fue transmitido a Timoteo por su madre y abuela.
Aunque Eunice y Loida no podían conferirle la salvación, fueron un ejemplo de fe en Dios. La herencia más grande que recibió Timoteo fue la instrucción espiritual y el ejemplo de estas mujeres. Para los padres que deseen transmitir un legado de fe, los siguientes valores deben ser parte de sus vidas:
Principios. Conocer y practicar los principios bíblicos. Los padres no pueden transmitir lo que no poseen, pero los que aman y obedecen la Palabra de Dios, compartirán con entusiasmo lo que han aprendido.
Ejemplo. Aplicar los principios bíblicos a su vida y ejercitarlos en presencia de los hijos. Un modelo permanente de obediencia a Dios inspirará a los hijos a buscar al Señor; decir una cosa y hacer otra es un mal ejemplo.
Persistencia. No darse por vencidos a la hora de impartir conocimiento espiritual. Aprendí este sabio hábito de mi madre, quien se propuso sembrar en mí los valores que necesitaría para convertirme en un adulto consagrado. Para enseñarme una lección, me la repetía y me mostraba lo que debía hacer, hasta que se aseguraba de que yo la hubiera aprendido.
Nunca es demasiado tarde para trabajar en pro de un legado espiritual.
Al igual que la madre y la abuela de Timoteo, no nos conformemos solo con criar a nuestros hijos.
Nuestra meta debe ser mostrarnos como ejemplos de una vida de santidad que les inspire a amar y seguir a Cristo.
¿Qué desea dejarles a sus hijos? Es probable que a todos nos gustaría dejar una cuantiosa herencia material, pero hay algo incluso más valioso: un legado espiritual.
El apóstol Pablo admiraba el legado de fe que fue transmitido a Timoteo por su madre y abuela.
Aunque Eunice y Loida no podían conferirle la salvación, fueron un ejemplo de fe en Dios. La herencia más grande que recibió Timoteo fue la instrucción espiritual y el ejemplo de estas mujeres. Para los padres que deseen transmitir un legado de fe, los siguientes valores deben ser parte de sus vidas:
Principios. Conocer y practicar los principios bíblicos. Los padres no pueden transmitir lo que no poseen, pero los que aman y obedecen la Palabra de Dios, compartirán con entusiasmo lo que han aprendido.
Ejemplo. Aplicar los principios bíblicos a su vida y ejercitarlos en presencia de los hijos. Un modelo permanente de obediencia a Dios inspirará a los hijos a buscar al Señor; decir una cosa y hacer otra es un mal ejemplo.
Persistencia. No darse por vencidos a la hora de impartir conocimiento espiritual. Aprendí este sabio hábito de mi madre, quien se propuso sembrar en mí los valores que necesitaría para convertirme en un adulto consagrado. Para enseñarme una lección, me la repetía y me mostraba lo que debía hacer, hasta que se aseguraba de que yo la hubiera aprendido.
Nunca es demasiado tarde para trabajar en pro de un legado espiritual.
Al igual que la madre y la abuela de Timoteo, no nos conformemos solo con criar a nuestros hijos.
Nuestra meta debe ser mostrarnos como ejemplos de una vida de santidad que les inspire a amar y seguir a Cristo.
martes, 25 de febrero de 2025
El regalo más grande de una madre
Deuteronomio 6.1-9
El regalo más grande que una madre puede dar a sus hijos, es su ejemplo de amor y obediencia a Dios. Nuestros hijos necesitan ver los principios de santidad puestos en práctica cada día en nuestras palabras y decisiones, ya que los padres somos sus primeros maestros y consejeros espirituales que tienen en la vida.
Cada niño viene a este mundo con una mente moldeable. A medida que les enseñamos y ejemplificamos conductas y palabras piadosas, se les ayuda a desarrollar un sistema de creencias inclinado hacia Dios. Es como un colador que filtra todo lo que entra a la mente. Un niño por el cual se haya orado y al que se le haya instruido en los caminos del Señor, es más propenso a ver el mundo desde una perspectiva bíblica. Pero el que ha sido programado por el mundo secular o por otra religión, verá la vida a través de un lente distorsionado.
Los pastores y los maestros de la iglesia pueden ayudar a inculcar en los niños el conocimiento y el amor al Señor. Sin embargo, son los padres quienes tienen la principal responsabilidad de invertir tiempo, paciencia, instrucción y amor, para que lleguen a ser hombres y mujeres temerosos de Dios.
Enviar un niño al mundo sin un fundamento bíblico, es como lanzarlo desprotegido al foso de un león. Puesto que los niños no son capaces de discernir la verdad del error, los padres deben proteger sus jóvenes mentes contra el ataque del mundo, hasta que sean capaces de enfrentar las pruebas.
La educación de los niños se lleva a cabo en medio de las actividades cotidianas. Utilice cada oportunidad que tenga para enseñarles acerca del Señor y su Palabra, y demostrarles lo que es vivir en santidad. En otras palabras, sea usted la clase de creyente que espera que ellos lleguen a ser algún día.
Avance en medio de la adversidad
Isaías 63.9
En los exámenes médicos periódicos, los niños necesitan vacunas cada cierto tiempo. Ellos no pueden entender que las vacunas los protegen; desde su punto de vista, solo sienten dolor, ¡mientras que alguien que los ama lo permite!
Tal experiencia ofrece una pequeña comprensión de la manera como Dios actúa con sus hijos. Responde a una de las preguntas que a menudo nos hacemos cuando nos suceden cosas dolorosas: ¿Dónde está Dios?
La Biblia nos dice que “en toda angustia de ellos él fue afligido” (Is 63.9).
Quizás recuerde cuando su padre terrenal lo sujetaba para que el médico pudiera administrarle la inyección. Quizás recuerde haberle escuchado decir que la experiencia le dolió más a él que a usted. Eso es, ni más ni menos, lo que nuestro Padre celestial describe en este pasaje de la Biblia. Para una mente infantil es un concepto incomprensible, pero cuando tenemos nuestros propios hijos lo entendemos con claridad. Entonces comenzamos a comprender qué clase de Dios tenemos. Él se involucró en toda nuestra agonía, y probó la última gota en nuestra copa de sufrimiento.
¿Dónde está Dios? Él está donde está el dolor. El libro de Isaías dice: “Él fue molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él” (Is 53.5 LBLA).
Cuando usted enfrente tiempos difíciles, mire el rostro manchado de lágrimas del Salvador; no verá más que amor. Si queremos seguir a Cristo, debemos acompañarlo en su sufrimiento.
Debemos ir donde Él está, y la cruz es uno de los lugares más hermosos para encontrarlo.
viernes, 21 de febrero de 2025
Lo que significa orar con fe
Marcos 11.20-24
¿Alguna vez, aun de manera inconsciente, ha acusado al Señor de no responder sus oraciones?
Cuando Dios no parece responder sus peticiones, lo primero que debe hacer es analizar bien lo que está pidiendo. ¿Ora con fe, confiando en que el Padre celestial se ocupará de la situación, o solo se queja de lo que ha salido mal?
Piense en si ha orado así: “Señor, la situación en mi trabajo es terrible. Estoy muy frustrado. Me desvivo por ayudar a mi compañero de trabajo, pero él no me tiene la más mínima consideración. Nadie aprecia o reconoce lo que hago”.
En algún momento de nuestra vida, es probable que todos hayamos orado así, y descubierto que no se produjo un cambio radical. El problema es el enfoque. En este caso, se trata del ego. En el versículo 24 del pasaje de hoy, esa no es la oración de fe que el Señor Jesús tenía en mente.
Tener fe en nuestras oraciones no es el objetivo. El objeto de nuestra fe es el Señor. Si ponemos nuestros corazones en nuestros propios deseos, solo hemos transferido nuestra fe a nuestros propios planes. Orar con fe significa entregar nuestros derechos, quejas y deseos al Señor, y descansar del todo en su soberana decisión en cuanto al asunto. Cuando alineamos nuestras peticiones con su voluntad y propósito, comenzamos a ver desplegado su poder.
Si usted es reacio a orar así, solo recuerde que Dios es más sabio que usted, que le ama, y que sabe cómo manejar los enmarañados hilos de nuestra vida, para formar un tapiz hermoso con la imagen de Cristo en ella.
¿Alguna vez, aun de manera inconsciente, ha acusado al Señor de no responder sus oraciones?
Cuando Dios no parece responder sus peticiones, lo primero que debe hacer es analizar bien lo que está pidiendo. ¿Ora con fe, confiando en que el Padre celestial se ocupará de la situación, o solo se queja de lo que ha salido mal?
Piense en si ha orado así: “Señor, la situación en mi trabajo es terrible. Estoy muy frustrado. Me desvivo por ayudar a mi compañero de trabajo, pero él no me tiene la más mínima consideración. Nadie aprecia o reconoce lo que hago”.
En algún momento de nuestra vida, es probable que todos hayamos orado así, y descubierto que no se produjo un cambio radical. El problema es el enfoque. En este caso, se trata del ego. En el versículo 24 del pasaje de hoy, esa no es la oración de fe que el Señor Jesús tenía en mente.
Tener fe en nuestras oraciones no es el objetivo. El objeto de nuestra fe es el Señor. Si ponemos nuestros corazones en nuestros propios deseos, solo hemos transferido nuestra fe a nuestros propios planes. Orar con fe significa entregar nuestros derechos, quejas y deseos al Señor, y descansar del todo en su soberana decisión en cuanto al asunto. Cuando alineamos nuestras peticiones con su voluntad y propósito, comenzamos a ver desplegado su poder.
Si usted es reacio a orar así, solo recuerde que Dios es más sabio que usted, que le ama, y que sabe cómo manejar los enmarañados hilos de nuestra vida, para formar un tapiz hermoso con la imagen de Cristo en ella.
jueves, 20 de febrero de 2025
La disciplina determina el destino
1 Corintios 9.23-27
El apóstol Pablo compara la vida con una carrera, y afirma que la disciplina —o la falta de ella— determina el resultado. De lo que habla no es solo de nuestro lugar en el cielo, que está asegurado por nuestra fe en Cristo como Salvador y Señor. Tiene también en mente nuestra obediencia y servicio a Dios.
Para cumplir con los propósitos del Padre celestial, necesitamos “[entrenarnos] con disciplina” (1 Co 9.25 NTV). Aunque deseamos obedecer al Señor, tendemos a pecar. Por tanto, necesitamos controlar nuestros pensamientos, impulsos y acciones pecaminosas, haciendo que nuestro cuerpo sea nuestro siervo, en vez de dejar que los deseos carnales nos gobiernen (1 Co 9.27).
El apóstol Pablo dice que vivamos con un objetivo en mente, en vez de flotar sin rumbo en la vida (1 Co 9.26). Dios ha preparado buenas obras para que las realicemos a lo largo de nuestra vida (Ef 2.10). Cuando vivimos en obediencia al Señor, Él guía nuestro camino y nos fortalece por medio del Espíritu Santo para hacer su voluntad.
Luego, debemos esforzarnos en dirección a la meta de Dios para nosotros. Desear y esperar sentados no sirve de nada si no hay acción.
El esfuerzo que no está dirigido a la meta correcta es como “golpear el aire” (1 Co 9.26). Podemos trabajar con dedicación para lograr nuestros fines, pero si no son los objetivos de Dios, es un esfuerzo perdido.
Pablo nos dice que corramos para ganar (1 Co. 9.24), pero ¿cuál es el premio? Al cumplir el propósito de Dios, Él realiza su obra santificadora y su voluntad en y por medio de nosotros. Entonces, algún día, cuando terminemos nuestro camino y estemos delante de Cristo, recibiremos recompensas eternas.
El apóstol Pablo compara la vida con una carrera, y afirma que la disciplina —o la falta de ella— determina el resultado. De lo que habla no es solo de nuestro lugar en el cielo, que está asegurado por nuestra fe en Cristo como Salvador y Señor. Tiene también en mente nuestra obediencia y servicio a Dios.
Para cumplir con los propósitos del Padre celestial, necesitamos “[entrenarnos] con disciplina” (1 Co 9.25 NTV). Aunque deseamos obedecer al Señor, tendemos a pecar. Por tanto, necesitamos controlar nuestros pensamientos, impulsos y acciones pecaminosas, haciendo que nuestro cuerpo sea nuestro siervo, en vez de dejar que los deseos carnales nos gobiernen (1 Co 9.27).
El apóstol Pablo dice que vivamos con un objetivo en mente, en vez de flotar sin rumbo en la vida (1 Co 9.26). Dios ha preparado buenas obras para que las realicemos a lo largo de nuestra vida (Ef 2.10). Cuando vivimos en obediencia al Señor, Él guía nuestro camino y nos fortalece por medio del Espíritu Santo para hacer su voluntad.
Luego, debemos esforzarnos en dirección a la meta de Dios para nosotros. Desear y esperar sentados no sirve de nada si no hay acción.
El esfuerzo que no está dirigido a la meta correcta es como “golpear el aire” (1 Co 9.26). Podemos trabajar con dedicación para lograr nuestros fines, pero si no son los objetivos de Dios, es un esfuerzo perdido.
Pablo nos dice que corramos para ganar (1 Co. 9.24), pero ¿cuál es el premio? Al cumplir el propósito de Dios, Él realiza su obra santificadora y su voluntad en y por medio de nosotros. Entonces, algún día, cuando terminemos nuestro camino y estemos delante de Cristo, recibiremos recompensas eternas.
miércoles, 19 de febrero de 2025
La verdad acerca de la Trinidad
Juan 14.16-20
¿El Espíritu Santo le parece un misterio? Aunque la Biblia habla a menudo de Dios el Padre y de Dios el Hijo, Dios el Espíritu Santo no se menciona tanto. Sin embargo, su persona y su trabajo son tan importantes como los de los otros miembros de la Trinidad.
La Deidad está compuesta por tres Personas distintas, cada una Dios por completo con los mismos atributos divinos, pero con roles diferentes. Cada uno tiene un papel crucial en la salvación de un alma.
•La santidad y la justicia del Padre celestial exigen que se pague el castigo por el pecado.
•El Hijo se convirtió en el sacrificio sin pecado que satisfizo las justas demandas del Padre.
•El Espíritu Santo convence y regenera al pecador para creer e invocar al Señor para salvación.
Poco antes de que Cristo terminara su misión en la Tierra, prometió enviar a los discípulos otro Ayudador: el Espíritu Santo. Dios el Espíritu es tan importante para nosotros, que Jesucristo dijo: “...es mejor para ustedes que me vaya...conviene que yo me vaya... Si me voy, entonces se lo enviaré a ustedes;” (Jn 16.7 DHH).
Es el Espíritu quien nos interpreta la Palabra de Dios y quien nos ayuda a recordarla y ponerla en práctica (Juan 14.26; Juan 16.13). Es, también, nuestro alentador que nos capacita para obedecer a Dios.
El Espíritu Santo no nos atrae hacia Él, sino que busca glorificar siempre a Cristo (Juan 16.14).
Quizás, por eso, parece más difícil de entender quién es. Pero si prestamos atención, veremos cómo nos moldea con esmero, como hace el alfarero con la arcilla, guiándonos, retándonos y transformándonos.
¿El Espíritu Santo le parece un misterio? Aunque la Biblia habla a menudo de Dios el Padre y de Dios el Hijo, Dios el Espíritu Santo no se menciona tanto. Sin embargo, su persona y su trabajo son tan importantes como los de los otros miembros de la Trinidad.
La Deidad está compuesta por tres Personas distintas, cada una Dios por completo con los mismos atributos divinos, pero con roles diferentes. Cada uno tiene un papel crucial en la salvación de un alma.
•La santidad y la justicia del Padre celestial exigen que se pague el castigo por el pecado.
•El Hijo se convirtió en el sacrificio sin pecado que satisfizo las justas demandas del Padre.
•El Espíritu Santo convence y regenera al pecador para creer e invocar al Señor para salvación.
Poco antes de que Cristo terminara su misión en la Tierra, prometió enviar a los discípulos otro Ayudador: el Espíritu Santo. Dios el Espíritu es tan importante para nosotros, que Jesucristo dijo: “...es mejor para ustedes que me vaya...conviene que yo me vaya... Si me voy, entonces se lo enviaré a ustedes;” (Jn 16.7 DHH).
Es el Espíritu quien nos interpreta la Palabra de Dios y quien nos ayuda a recordarla y ponerla en práctica (Juan 14.26; Juan 16.13). Es, también, nuestro alentador que nos capacita para obedecer a Dios.
El Espíritu Santo no nos atrae hacia Él, sino que busca glorificar siempre a Cristo (Juan 16.14).
Quizás, por eso, parece más difícil de entender quién es. Pero si prestamos atención, veremos cómo nos moldea con esmero, como hace el alfarero con la arcilla, guiándonos, retándonos y transformándonos.
martes, 18 de febrero de 2025
La importancia de la motivación
1 Samuel 17.20-30
Nuestro mundo está orientado hacia la acción. Por lo general, cuando vemos un problema, le buscamos una solución.
Pero, antes de entrar en acción, sería prudente considerar nuestra motivación. No todas las buenas acciones son motivadas por un buen propósito.
Cuando David llegó a la batalla de Israel contra los filisteos, vio a Goliat por primera vez, y escuchó los insultos de los filisteos y la burla de los israelitas. Entonces, alguien le habló de las recompensas que el rey Saúl había prometido al hombre que matara a Goliat: grandes riquezas, la hija del rey por esposa, y el no tener que pagar ningún impuesto.
Tales recompensas fueron grandes motivaciones que despertaron el interés de David. Sin embargo, lo que en última instancia lo impulsó al campo de batalla fue el deseo de defender el nombre de Dios: “¿Quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?” (1 S 17.26).
Como cristianos maduros, debemos considerar nuestra motivación para desear la victoria en cualquier batalla. Con frecuencia buscamos un fin egoísta, como liberarnos de nuestras incomodidades y volver a una forma de vida más fácil.
Pero Dios está más interesado en hacernos semejantes a Cristo, que en mantenernos cómodos.
Piense en el último conflicto que enfrentó, o tal vez por el que está pasando. ¿Son la honra de Dios y su crecimiento espiritual el centro de sus deseos? Si no es así, entonces está en contra de lo que Él intenta hacer en su vida. Pero si la voluntad del Señor es más importante para usted que sus propios planes, puede estar seguro de que Dios usará la batalla para el bien suyo y la gloria de Él.
Nuestro mundo está orientado hacia la acción. Por lo general, cuando vemos un problema, le buscamos una solución.
Pero, antes de entrar en acción, sería prudente considerar nuestra motivación. No todas las buenas acciones son motivadas por un buen propósito.
Cuando David llegó a la batalla de Israel contra los filisteos, vio a Goliat por primera vez, y escuchó los insultos de los filisteos y la burla de los israelitas. Entonces, alguien le habló de las recompensas que el rey Saúl había prometido al hombre que matara a Goliat: grandes riquezas, la hija del rey por esposa, y el no tener que pagar ningún impuesto.
Tales recompensas fueron grandes motivaciones que despertaron el interés de David. Sin embargo, lo que en última instancia lo impulsó al campo de batalla fue el deseo de defender el nombre de Dios: “¿Quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?” (1 S 17.26).
Como cristianos maduros, debemos considerar nuestra motivación para desear la victoria en cualquier batalla. Con frecuencia buscamos un fin egoísta, como liberarnos de nuestras incomodidades y volver a una forma de vida más fácil.
Pero Dios está más interesado en hacernos semejantes a Cristo, que en mantenernos cómodos.
Piense en el último conflicto que enfrentó, o tal vez por el que está pasando. ¿Son la honra de Dios y su crecimiento espiritual el centro de sus deseos? Si no es así, entonces está en contra de lo que Él intenta hacer en su vida. Pero si la voluntad del Señor es más importante para usted que sus propios planes, puede estar seguro de que Dios usará la batalla para el bien suyo y la gloria de Él.
lunes, 17 de febrero de 2025
Cómo vencer a los gigantes
Cómo vencer a los gigantes
1 Samuel 17.31-52
La muy conocida historia de David y Goliat enseña a los creyentes que los obstáculos en nuestra vida no son más grandes que nuestro Dios.
Nuestro Goliat puede ser una situación angustiosa, pero debemos entender que el Señor es soberano sobre todo en el cielo y en la Tierra, y que tiene el poder para darnos la victoria.
David tenía una confianza imperturbable porque sus experiencias habían demostrado que Dios era fiel. El joven pastor de ovejas recordó cómo el Señor le dio la victoria en dos ocasiones distintas, cuando un león y un oso amenazaron su rebaño (1 S 17.37).
Nuestra fe se fortalece de manera semejante cuando recordamos la ayuda de Dios en nuestra vida, y al leer acerca de su fidelidad en la Biblia.
Por eso es útil llevar un registro de la fidelidad de Dios. Para que cuando enfrentemos alguna prueba, podamos leer lo que hemos escrito, y así fortalecernos, con la seguridad de que Dios ha demostrado ser digno de confianza en el pasado.
Confiar en el Señor nos da la valentía para enfrentar nuestros gigantes. Armados así, podemos responder a los desafíos basándonos en tres verdades importantes:
•Quién es Cristo en nosotros —nuestro Salvador y Proveedor.
•Quiénes somos nosotros en Cristo —hijos adoptivos de Dios, seguros por la eternidad, y con la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida.
•Lo que tenemos en Cristo: la promesa de acceso directo al Todopoderoso.
En vez de fijar nuestra atención en el obstáculo, comencemos a enfocarnos en la grandeza de nuestro Dios. Si confiamos en Él y le obedecemos, su Espíritu nos equipará para enfrentar el problema, y nuestra fe lo glorificará.
1 Samuel 17.31-52
La muy conocida historia de David y Goliat enseña a los creyentes que los obstáculos en nuestra vida no son más grandes que nuestro Dios.
Nuestro Goliat puede ser una situación angustiosa, pero debemos entender que el Señor es soberano sobre todo en el cielo y en la Tierra, y que tiene el poder para darnos la victoria.
David tenía una confianza imperturbable porque sus experiencias habían demostrado que Dios era fiel. El joven pastor de ovejas recordó cómo el Señor le dio la victoria en dos ocasiones distintas, cuando un león y un oso amenazaron su rebaño (1 S 17.37).
Nuestra fe se fortalece de manera semejante cuando recordamos la ayuda de Dios en nuestra vida, y al leer acerca de su fidelidad en la Biblia.
Por eso es útil llevar un registro de la fidelidad de Dios. Para que cuando enfrentemos alguna prueba, podamos leer lo que hemos escrito, y así fortalecernos, con la seguridad de que Dios ha demostrado ser digno de confianza en el pasado.
Confiar en el Señor nos da la valentía para enfrentar nuestros gigantes. Armados así, podemos responder a los desafíos basándonos en tres verdades importantes:
•Quién es Cristo en nosotros —nuestro Salvador y Proveedor.
•Quiénes somos nosotros en Cristo —hijos adoptivos de Dios, seguros por la eternidad, y con la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida.
•Lo que tenemos en Cristo: la promesa de acceso directo al Todopoderoso.
En vez de fijar nuestra atención en el obstáculo, comencemos a enfocarnos en la grandeza de nuestro Dios. Si confiamos en Él y le obedecemos, su Espíritu nos equipará para enfrentar el problema, y nuestra fe lo glorificará.
jueves, 13 de febrero de 2025
Cristo es el modelo
Mateo 11.28-30
Si Cristo no hubiera llevado nuestra carga, todos estaríamos perdidos y en camino a la separación eterna de Dios. El Señor llevó nuestros pecados en la cruz para que vivamos haciendo el bien (1 P 2.24). Él dice a los cansados y oprimidos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt 11.28).
Gracias a que nuestra salvación es resultado de que Cristo haya llevado nuestro pecado, Él es nuestro modelo perfecto.
Dios nos predestinó para ser conformados a la imagen de Cristo (Ro 8.29). Por eso sufrir al lado de quienes atraviesan pruebas es parte de ser un hijo de Dios. El sello distintivo de un cristiano es el amor, y esto deber ser evidente en nuestra manera de tratar a los demás.
Pero llevar las cargas de otras personas es difícil, en particular cuando tenemos nuestras propias luchas y preocupaciones.
Sin embargo, no debemos esperar hasta que todos nuestros problemas estén resueltos para decidir imitar las acciones de Jesucristo. El apóstol Pablo, que enfrentó muchos obstáculos, continuó sirviendo a otros. Él dijo: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil 4.19).
Eso significa que podemos solidarizarnos con otra persona en medio de las cargas, aun cuando tengamos la nuestra. La gracia de Dios es más que suficiente para ambos.
Dios nunca está demasiado ocupado para hacerse cargo de nuestras preocupaciones.
Hay personas, hoy en día, que sufren en todo el mundo. El Señor sabe de qué manera usted puede servir a alguien que necesite afecto. Pídale que le use como un bálsamo sanador para traer libertad a otra persona.
Si Cristo no hubiera llevado nuestra carga, todos estaríamos perdidos y en camino a la separación eterna de Dios. El Señor llevó nuestros pecados en la cruz para que vivamos haciendo el bien (1 P 2.24). Él dice a los cansados y oprimidos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt 11.28).
Gracias a que nuestra salvación es resultado de que Cristo haya llevado nuestro pecado, Él es nuestro modelo perfecto.
Dios nos predestinó para ser conformados a la imagen de Cristo (Ro 8.29). Por eso sufrir al lado de quienes atraviesan pruebas es parte de ser un hijo de Dios. El sello distintivo de un cristiano es el amor, y esto deber ser evidente en nuestra manera de tratar a los demás.
Pero llevar las cargas de otras personas es difícil, en particular cuando tenemos nuestras propias luchas y preocupaciones.
Sin embargo, no debemos esperar hasta que todos nuestros problemas estén resueltos para decidir imitar las acciones de Jesucristo. El apóstol Pablo, que enfrentó muchos obstáculos, continuó sirviendo a otros. Él dijo: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil 4.19).
Eso significa que podemos solidarizarnos con otra persona en medio de las cargas, aun cuando tengamos la nuestra. La gracia de Dios es más que suficiente para ambos.
Dios nunca está demasiado ocupado para hacerse cargo de nuestras preocupaciones.
Hay personas, hoy en día, que sufren en todo el mundo. El Señor sabe de qué manera usted puede servir a alguien que necesite afecto. Pídale que le use como un bálsamo sanador para traer libertad a otra persona.
martes, 11 de febrero de 2025
Herederos con Cristo
Herederos con Cristo
Romanos 8.12-18
¿Con qué frecuencia se considera heredero de Dios? Por lo general, no es lo primero que nos viene a la mente cuando pensamos en las bendiciones que recibimos cuando aceptamos a Jesucristo como Salvador. Quizás esto se deba a que no sabemos en realidad qué significa ser heredero de Dios. Tampoco tenemos claro lo que nos espera en la eternidad, o cuándo ocurrirá.
Ser heredero se asocia, por lo general, con lazos familiares, y lo mismo se aplica a nuestra relación con Dios. Cuando nacimos de nuevo por su Espíritu, nos convertimos en sus hijos adoptivos, y, como tales, somos herederos junto con Cristo. En Colosenses 1.15, el Señor es llamado “el primogénito de toda creación”. En el mundo antiguo, el hijo primogénito tenía una posición de prominencia en la familia, y era el heredero principal de todo lo que poseía su padre. De la misma manera, Jesucristo tiene la posición de primogénito y es el heredero de toda la creación.
Lo extraordinario es que Él ha prometido compartir su herencia con nosotros. Cuando regrese en gloria para ocupar el lugar que le corresponde como Rey de reyes en la Tierra, gobernaremos con Él, bajo su autoridad (Ap 2. 26-27). La vida cristiana está llena de favor inmerecido. La gracia de Dios que experimentamos ahora es solo la punta del iceberg.
Entender todo lo que Cristo ha hecho y hará por sus hijos, debe inspirarnos a vivir para Él.
El Espíritu Santo que mora en nosotros, nos faculta para hacer morir nuestros deseos carnales y seguir a Dios en obediencia, incluso cuando eso tenga un alto precio. Cualquier cosa que suframos aquí por amor a Cristo, es insignificante comparado con la gloria que nos espera.
Romanos 8.12-18
¿Con qué frecuencia se considera heredero de Dios? Por lo general, no es lo primero que nos viene a la mente cuando pensamos en las bendiciones que recibimos cuando aceptamos a Jesucristo como Salvador. Quizás esto se deba a que no sabemos en realidad qué significa ser heredero de Dios. Tampoco tenemos claro lo que nos espera en la eternidad, o cuándo ocurrirá.
Ser heredero se asocia, por lo general, con lazos familiares, y lo mismo se aplica a nuestra relación con Dios. Cuando nacimos de nuevo por su Espíritu, nos convertimos en sus hijos adoptivos, y, como tales, somos herederos junto con Cristo. En Colosenses 1.15, el Señor es llamado “el primogénito de toda creación”. En el mundo antiguo, el hijo primogénito tenía una posición de prominencia en la familia, y era el heredero principal de todo lo que poseía su padre. De la misma manera, Jesucristo tiene la posición de primogénito y es el heredero de toda la creación.
Lo extraordinario es que Él ha prometido compartir su herencia con nosotros. Cuando regrese en gloria para ocupar el lugar que le corresponde como Rey de reyes en la Tierra, gobernaremos con Él, bajo su autoridad (Ap 2. 26-27). La vida cristiana está llena de favor inmerecido. La gracia de Dios que experimentamos ahora es solo la punta del iceberg.
Entender todo lo que Cristo ha hecho y hará por sus hijos, debe inspirarnos a vivir para Él.
El Espíritu Santo que mora en nosotros, nos faculta para hacer morir nuestros deseos carnales y seguir a Dios en obediencia, incluso cuando eso tenga un alto precio. Cualquier cosa que suframos aquí por amor a Cristo, es insignificante comparado con la gloria que nos espera.
lunes, 10 de febrero de 2025
Nuestra herencia
Efesios 1.3-14
¿Alguna vez ha sentido que la vida cristiana no es más que sacrificio? Después de todo, Cristo dijo que los que lo siguen deben negarse a sí mismos, tomar su cruz cada día y seguirlo (Lc 9.23). Si consideramos la salvación solo desde una perspectiva terrenal, puede parecer costosa, pero el pasaje de hoy nos abre los ojos a las vastas riquezas de gracia que Dios nos ha prodigado en Cristo.
De principio a fin, nuestra salvación incluye una abundancia inimaginable.
La bendición más grande se encuentra en el versículo 11: “Hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (LBLA). En el momento que ponemos nuestra fe en Cristo, recibimos todos los beneficios mencionados en el pasaje de hoy.
Consideremos uno de los aspectos de nuestra herencia maravillosa en Cristo: nuestra forma física. Filipenses 3.21 dice que cuando Cristo regrese, “transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria”. En este momento padecemos en cuerpos debilitados y corrompidos por el pecado, pero serán cambiados en un abrir y cerrar de ojos cuando Dios venga por nosotros.
El apóstol Juan lo describe de esta manera: “Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él” (1 Jn 3.2). El plan de Dios de glorificar a su Hijo en nosotros se hará realidad cuando seamos transformados a imagen de Cristo. Entonces, ¿cuál será nuestra herencia venidera? Juan lo resume en el siguiente versículo: “Todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro”.
¿Alguna vez ha sentido que la vida cristiana no es más que sacrificio? Después de todo, Cristo dijo que los que lo siguen deben negarse a sí mismos, tomar su cruz cada día y seguirlo (Lc 9.23). Si consideramos la salvación solo desde una perspectiva terrenal, puede parecer costosa, pero el pasaje de hoy nos abre los ojos a las vastas riquezas de gracia que Dios nos ha prodigado en Cristo.
De principio a fin, nuestra salvación incluye una abundancia inimaginable.
La bendición más grande se encuentra en el versículo 11: “Hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad” (LBLA). En el momento que ponemos nuestra fe en Cristo, recibimos todos los beneficios mencionados en el pasaje de hoy.
Consideremos uno de los aspectos de nuestra herencia maravillosa en Cristo: nuestra forma física. Filipenses 3.21 dice que cuando Cristo regrese, “transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria”. En este momento padecemos en cuerpos debilitados y corrompidos por el pecado, pero serán cambiados en un abrir y cerrar de ojos cuando Dios venga por nosotros.
El apóstol Juan lo describe de esta manera: “Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él” (1 Jn 3.2). El plan de Dios de glorificar a su Hijo en nosotros se hará realidad cuando seamos transformados a imagen de Cristo. Entonces, ¿cuál será nuestra herencia venidera? Juan lo resume en el siguiente versículo: “Todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro”.
sábado, 8 de febrero de 2025
El fruto espiritual de la paciencia
Romanos 5.1-4
La lista conocida como “el fruto del Espíritu” incluye la “paciencia” (Gálatas 5.22-23), pero eso no significa que el Espíritu Santo la imponga en la vida del creyente. Por el contrario, Él actúa como nuestro maestro confiable, y el que hace posible que crezcamos. El fruto espiritual es algo que madura con el tiempo a medida que obedecemos al Padre celestial y nos rendimos a su voluntad.
La paciencia para con Dios y para con nuestro prójimo es consecuencia de una fe firme. El Espíritu Santo nos impulsa a prestar atención a la obra del Señor a lo largo de nuestra vida. Nuestra confianza en Él se nutre por la oración contestada, por las ricas bendiciones que surgen de las circunstancias difíciles, y por cada migaja de bien que Dios saca de una situación negativa. A medida que crece nuestra confianza en su bondad y en su soberanía, nos hallamos más dispuestos a esperar las soluciones y las respuestas de Dios.
De hecho, creo que reconocer la soberanía de Dios es clave para desarrollar paciencia. Una parte importante de rendirse a su control absoluto es esperar que Él haga su voluntad. Es sabio comprender que nuestra vida se desarrolla de acuerdo con su plan maestro; la impaciencia no hace que Él se mueva más rápido. Dios espera que sus hijos sigamos su plan y seamos pacientes, sin importar el ritmo que Él fije.
La paciencia no es algo natural. Es por eso que tenemos al Espíritu Santo.
Él fortalece nuestra determinación a ser pacientes sin quejarnos cuando el avance parezca lento. Después de todo, Dios es lento solo desde el punto de vista humano; desde la perspectiva divina, Él trabaja siempre a la velocidad perfecta.
La lista conocida como “el fruto del Espíritu” incluye la “paciencia” (Gálatas 5.22-23), pero eso no significa que el Espíritu Santo la imponga en la vida del creyente. Por el contrario, Él actúa como nuestro maestro confiable, y el que hace posible que crezcamos. El fruto espiritual es algo que madura con el tiempo a medida que obedecemos al Padre celestial y nos rendimos a su voluntad.
La paciencia para con Dios y para con nuestro prójimo es consecuencia de una fe firme. El Espíritu Santo nos impulsa a prestar atención a la obra del Señor a lo largo de nuestra vida. Nuestra confianza en Él se nutre por la oración contestada, por las ricas bendiciones que surgen de las circunstancias difíciles, y por cada migaja de bien que Dios saca de una situación negativa. A medida que crece nuestra confianza en su bondad y en su soberanía, nos hallamos más dispuestos a esperar las soluciones y las respuestas de Dios.
De hecho, creo que reconocer la soberanía de Dios es clave para desarrollar paciencia. Una parte importante de rendirse a su control absoluto es esperar que Él haga su voluntad. Es sabio comprender que nuestra vida se desarrolla de acuerdo con su plan maestro; la impaciencia no hace que Él se mueva más rápido. Dios espera que sus hijos sigamos su plan y seamos pacientes, sin importar el ritmo que Él fije.
La paciencia no es algo natural. Es por eso que tenemos al Espíritu Santo.
Él fortalece nuestra determinación a ser pacientes sin quejarnos cuando el avance parezca lento. Después de todo, Dios es lento solo desde el punto de vista humano; desde la perspectiva divina, Él trabaja siempre a la velocidad perfecta.
jueves, 6 de febrero de 2025
El desarrollo de la paciencia
Santiago 1.1-4
Cuando las personas me dicen que están orando por paciencia, muchas veces les pregunto qué más están haciendo para tener un corazón tranquilo y apacible. La paciencia no es algo que los creyentes reciban, es un atributo que desarrollan con el tiempo y la experiencia.
Pensemos en la paciencia como un músculo que tenemos que utilizar para verlo desarrollado. Para ello, los creyentes debemos reconocer la dificultad como una oportunidad para fortalecer la paciencia. El instinto humano es clamar a Dios cuando la tribulación toca nuestra puerta. Le echamos la culpa a otros. Nos resistimos. Nos quejamos, pero no decimos: “¡Gracias, Señor.
Es hora de aprender a ser más paciente!”. Las personas no estamos acostumbradas a pensar de esa manera, pero según la Biblia, así es cómo debemos hacerlo.
El libro de Santiago nos dice que consideremos las pruebas como un motivo de gozo (Santiago 1.2). Desde el punto de vista humano, alabar al Señor por las tribulaciones es anormal.
Sin embargo, hacerlo comienza a tener sentido para los creyentes cuando nos aferramos a la promesa de Dios de que todas las cosas son para nuestro bien (vea Romanos 8.28). No estamos esperando en el Señor en vano. Podemos alabarle por la solución que dará, por las vidas que cambiará, o por el fruto espiritual que desarrollará en nuestra vida.
Aceptar las adversidades como un medio de crecimiento es un concepto radical en este mundo; y más aún lo es el creyente que alaba al Señor por la tormenta.
Pero los seguidores del Señor tenemos motivos para regocijarnos. La tribulación aumenta nuestra paciencia, para que podamos mantenernos firmes en las promesas de Dios y esperar su momento perfecto.
Cuando las personas me dicen que están orando por paciencia, muchas veces les pregunto qué más están haciendo para tener un corazón tranquilo y apacible. La paciencia no es algo que los creyentes reciban, es un atributo que desarrollan con el tiempo y la experiencia.
Pensemos en la paciencia como un músculo que tenemos que utilizar para verlo desarrollado. Para ello, los creyentes debemos reconocer la dificultad como una oportunidad para fortalecer la paciencia. El instinto humano es clamar a Dios cuando la tribulación toca nuestra puerta. Le echamos la culpa a otros. Nos resistimos. Nos quejamos, pero no decimos: “¡Gracias, Señor.
Es hora de aprender a ser más paciente!”. Las personas no estamos acostumbradas a pensar de esa manera, pero según la Biblia, así es cómo debemos hacerlo.
El libro de Santiago nos dice que consideremos las pruebas como un motivo de gozo (Santiago 1.2). Desde el punto de vista humano, alabar al Señor por las tribulaciones es anormal.
Sin embargo, hacerlo comienza a tener sentido para los creyentes cuando nos aferramos a la promesa de Dios de que todas las cosas son para nuestro bien (vea Romanos 8.28). No estamos esperando en el Señor en vano. Podemos alabarle por la solución que dará, por las vidas que cambiará, o por el fruto espiritual que desarrollará en nuestra vida.
Aceptar las adversidades como un medio de crecimiento es un concepto radical en este mundo; y más aún lo es el creyente que alaba al Señor por la tormenta.
Pero los seguidores del Señor tenemos motivos para regocijarnos. La tribulación aumenta nuestra paciencia, para que podamos mantenernos firmes en las promesas de Dios y esperar su momento perfecto.
miércoles, 5 de febrero de 2025
El alto costo de la transigencia
1 Juan 2.15-29
En el mundo de la política, las concesiones es lo que se busca. Hay que renunciar a una cosa para conseguir algo que se desee. Sin embargo, algunos compromisos son buenos, como renunciar a nuestro deseo de mirar televisión cuando nuestros hijos nos piden que juguemos con ellos. No obstante, cada vez que comprometamos nuestras convicciones en cuanto a moralidad, integridad, obediencia a Dios o la verdad de las Sagradas Escrituras, pagaremos un alto precio.
Dentro de cada uno de nosotros se libra una batalla. Como creyentes, tenemos al Espíritu Santo que mora en nosotros, que nos convence de pecado, nos impulsa a la obediencia y nos enseña la verdad. Pero también hay una parte carnal que anhela los placeres egoístas, y concede valor a las prioridades de este mundo caído. Por mucho que lo intentemos, no podemos cruzar la barrera que hay entre la carne y el Espíritu.
Santiago 4.4 dice que la amistad del mundo es enemistad contra Dios.
Debemos tomar una decisión, no solo una vez, sino a diario —e incluso cada hora.
Comprometer las convicciones cediendo a los deseos carnales, conduce a la corrupción interna (Efesios 4.21-24).
Es posible que no lo notemos al principio, pero salirnos de los límites de la obediencia afecta nuestra mente y decisiones. Cada transigencia hace que la siguiente sea más fácil.
Satanás comienza obteniendo un punto de apoyo y luego otro, hasta que construye una fortaleza. El resultado final es la ruina, pues Dios nos permite cosechar lo que sembramos.
En vez de nadar entre dos aguas, tomemos la decisión de seguir al Señor de todo corazón y de cosechar los beneficios de una vida dedicada a Cristo.
En el mundo de la política, las concesiones es lo que se busca. Hay que renunciar a una cosa para conseguir algo que se desee. Sin embargo, algunos compromisos son buenos, como renunciar a nuestro deseo de mirar televisión cuando nuestros hijos nos piden que juguemos con ellos. No obstante, cada vez que comprometamos nuestras convicciones en cuanto a moralidad, integridad, obediencia a Dios o la verdad de las Sagradas Escrituras, pagaremos un alto precio.
Dentro de cada uno de nosotros se libra una batalla. Como creyentes, tenemos al Espíritu Santo que mora en nosotros, que nos convence de pecado, nos impulsa a la obediencia y nos enseña la verdad. Pero también hay una parte carnal que anhela los placeres egoístas, y concede valor a las prioridades de este mundo caído. Por mucho que lo intentemos, no podemos cruzar la barrera que hay entre la carne y el Espíritu.
Santiago 4.4 dice que la amistad del mundo es enemistad contra Dios.
Debemos tomar una decisión, no solo una vez, sino a diario —e incluso cada hora.
Comprometer las convicciones cediendo a los deseos carnales, conduce a la corrupción interna (Efesios 4.21-24).
Es posible que no lo notemos al principio, pero salirnos de los límites de la obediencia afecta nuestra mente y decisiones. Cada transigencia hace que la siguiente sea más fácil.
Satanás comienza obteniendo un punto de apoyo y luego otro, hasta que construye una fortaleza. El resultado final es la ruina, pues Dios nos permite cosechar lo que sembramos.
En vez de nadar entre dos aguas, tomemos la decisión de seguir al Señor de todo corazón y de cosechar los beneficios de una vida dedicada a Cristo.
martes, 4 de febrero de 2025
La fuente de nuestra fortaleza
2 Corintios 12.7-10
Nadie se jacta de sus debilidades. En un mundo donde la independencia, la aptitud física y la autosuficiencia son valoradas, nos esforzamos por ocultar cualquier limitación.
Queremos parecer competentes y capaces de manejar todo lo que se nos presente.
Pero el Señor no valora mucho la autosuficiencia.
La salvación misma requiere que nos humillemos, reconozcamos que somos pecadores y vengamos con las manos vacías a Jesucristo, confiando en Él para salvación. Incluso en la iglesia, estamos llamados a dar a conocer nuestras luchas, confesarnos nuestros pecados y orar unos por otros.
La debilidad es nuestra amiga, no una enemiga. El orgullo humano es una fuerza poderosa que debe ser desarraigada. Y la debilidad es, con frecuencia, la herramienta que Dios usa para eso. En la vida de Pablo, era un “aguijón en la carne”; en el nuestro, puede ser una enfermedad, el envejecimiento, una necesidad económica o cualquier otra cosa que nos ponga de rodillas.
¡Pero qué buena situación es postrarse ante Dios para pedir su ayuda!
Todo el mundo tiene cierta cantidad de fortaleza, pero la capacidad humana puede llevar a una persona solo hasta cierto punto.
Algunas situaciones consumen cada gota de energía que tengamos, y exigen todavía más.
Cuando no podamos dar un paso más, Cristo no nos abandonará.
Nuestra debilidad le permite a Dios demostrar su poder en nosotros.
Solo así encontramos la fuerza, la valentía y la paz que necesitamos para seguir viviendo para su gloria. Él nos capacitará no solo para soportar la prueba, sino también para atravesarla con un gozo inexplicable.
Nadie se jacta de sus debilidades. En un mundo donde la independencia, la aptitud física y la autosuficiencia son valoradas, nos esforzamos por ocultar cualquier limitación.
Queremos parecer competentes y capaces de manejar todo lo que se nos presente.
Pero el Señor no valora mucho la autosuficiencia.
La salvación misma requiere que nos humillemos, reconozcamos que somos pecadores y vengamos con las manos vacías a Jesucristo, confiando en Él para salvación. Incluso en la iglesia, estamos llamados a dar a conocer nuestras luchas, confesarnos nuestros pecados y orar unos por otros.
La debilidad es nuestra amiga, no una enemiga. El orgullo humano es una fuerza poderosa que debe ser desarraigada. Y la debilidad es, con frecuencia, la herramienta que Dios usa para eso. En la vida de Pablo, era un “aguijón en la carne”; en el nuestro, puede ser una enfermedad, el envejecimiento, una necesidad económica o cualquier otra cosa que nos ponga de rodillas.
¡Pero qué buena situación es postrarse ante Dios para pedir su ayuda!
Todo el mundo tiene cierta cantidad de fortaleza, pero la capacidad humana puede llevar a una persona solo hasta cierto punto.
Algunas situaciones consumen cada gota de energía que tengamos, y exigen todavía más.
Cuando no podamos dar un paso más, Cristo no nos abandonará.
Nuestra debilidad le permite a Dios demostrar su poder en nosotros.
Solo así encontramos la fuerza, la valentía y la paz que necesitamos para seguir viviendo para su gloria. Él nos capacitará no solo para soportar la prueba, sino también para atravesarla con un gozo inexplicable.
Para triunfar en los altibajos de la vida
Para triunfar en los altibajos de la vida
Filipenses 4.10-13
El contentamiento es algo que todos deseamos, pero rara vez lo tenemos. Si nos llega, por lo general parece de corta duración. Y a menudo pensamos que la satisfacción es posible solo si todas nuestras circunstancias son cómodas y no hay conflictos o malentendidos.
El apóstol Pablo demuestra que las condiciones perfectas no son fuente de contentamiento. Escribió su carta a los filipenses mientras estaba en una prisión romana. El contentamiento fue algo que tuvo que aprender a través de dificultades y sufrimiento. Pablo confiaba en verdades espirituales que le permitían enfrentar sus dificultades sin quejas, ansiedad o temor.
En cada prueba, tenemos la opción de analizar la situación desde nuestro punto de vista o el de Dios. Dependiendo de nuestro enfoque, actuaremos de manera emocional o según la Palabra de Dios y sus promesas. La turbulencia interna y la agitación externa se producen cuando nos enfocamos en sentimientos y no en principios espirituales.
Pero cuando tenemos por costumbre ver cada asunto desde la perspectiva de Dios, entonces la irritación, la ira y la culpa serán sustituidas por serenidad interna y confianza.
¿Es posible enfrentar pruebas y sentir la paz de Dios? Según Pablo, la respuesta es sí. Podemos tener contentamiento en todas las circunstancias gracias a la fortaleza que Cristo nos da (Filipenses 4.13). Esta no es una reacción natural sino sobrenatural, que solo Dios puede producir en la vida de sus hijos. Si permitimos que las verdades divinas interpreten nuestras pruebas, y confiamos en la capacitación del Espíritu Santo para tener fe, nuestro corazón encontrará descanso sin importar lo que suceda a nuestro alrededor.
Filipenses 4.10-13
El contentamiento es algo que todos deseamos, pero rara vez lo tenemos. Si nos llega, por lo general parece de corta duración. Y a menudo pensamos que la satisfacción es posible solo si todas nuestras circunstancias son cómodas y no hay conflictos o malentendidos.
El apóstol Pablo demuestra que las condiciones perfectas no son fuente de contentamiento. Escribió su carta a los filipenses mientras estaba en una prisión romana. El contentamiento fue algo que tuvo que aprender a través de dificultades y sufrimiento. Pablo confiaba en verdades espirituales que le permitían enfrentar sus dificultades sin quejas, ansiedad o temor.
En cada prueba, tenemos la opción de analizar la situación desde nuestro punto de vista o el de Dios. Dependiendo de nuestro enfoque, actuaremos de manera emocional o según la Palabra de Dios y sus promesas. La turbulencia interna y la agitación externa se producen cuando nos enfocamos en sentimientos y no en principios espirituales.
Pero cuando tenemos por costumbre ver cada asunto desde la perspectiva de Dios, entonces la irritación, la ira y la culpa serán sustituidas por serenidad interna y confianza.
¿Es posible enfrentar pruebas y sentir la paz de Dios? Según Pablo, la respuesta es sí. Podemos tener contentamiento en todas las circunstancias gracias a la fortaleza que Cristo nos da (Filipenses 4.13). Esta no es una reacción natural sino sobrenatural, que solo Dios puede producir en la vida de sus hijos. Si permitimos que las verdades divinas interpreten nuestras pruebas, y confiamos en la capacitación del Espíritu Santo para tener fe, nuestro corazón encontrará descanso sin importar lo que suceda a nuestro alrededor.
Consuelo en Jesucristo
Hebreos 4. 14-16
¿Qué le consuela cuando sufre o pasa por momentos angustiosos? Aunque amigos bien intencionados pueden asegurarle que todo saldrá bien, la persona que consuela de verdad es la que pone su brazo alrededor de nuestro hombro, y nos dice: “Entiendo el dolor que estás sintiendo, y sé que duele”.
Jesucristo es esa clase de consolador para nosotros. Vino al mundo como ser humano, experimentó dolor y sufrimiento, y enfrentó tentación sin ceder al pecado. Él está a nuestro lado para ser…
Nuestro amigo. “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15.13). Cristo no es un compañero solo de palabra; Él demostró que es el mejor amigo que puede existir, pues fue a la cruz para salvarnos de nuestros pecados. Se sacrificó por nosotros, para que podamos estar junto a Él para siempre.
Nuestro sumo sacerdote. Se convirtió en el Mediador entre el Dios santo y la humanidad pecadora, ofreciendo su propia sangre como un sacrificio para reconciliarnos con el Padre. Ahora tenemos acceso inmediato a Dios en tiempos de necesidad.
Nuestro intercesor. El Señor está sentado a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros. No siempre oramos de la manera correcta, pero ¡qué gran consuelo es saber que Uno que es perfecto habla al Padre a favor nuestro!
¿En quién se apoya usted en los tiempos de dificultad? Aunque muchas personas pueden decepcionarnos ofreciendo soluciones rápidas y fáciles para aliviar nuestro sufrimiento, Jesucristo entiende nuestro dolor y nos ofrece una compasión sin límites cuando venimos a Él.
¿Qué le consuela cuando sufre o pasa por momentos angustiosos? Aunque amigos bien intencionados pueden asegurarle que todo saldrá bien, la persona que consuela de verdad es la que pone su brazo alrededor de nuestro hombro, y nos dice: “Entiendo el dolor que estás sintiendo, y sé que duele”.
Jesucristo es esa clase de consolador para nosotros. Vino al mundo como ser humano, experimentó dolor y sufrimiento, y enfrentó tentación sin ceder al pecado. Él está a nuestro lado para ser…
Nuestro amigo. “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15.13). Cristo no es un compañero solo de palabra; Él demostró que es el mejor amigo que puede existir, pues fue a la cruz para salvarnos de nuestros pecados. Se sacrificó por nosotros, para que podamos estar junto a Él para siempre.
Nuestro sumo sacerdote. Se convirtió en el Mediador entre el Dios santo y la humanidad pecadora, ofreciendo su propia sangre como un sacrificio para reconciliarnos con el Padre. Ahora tenemos acceso inmediato a Dios en tiempos de necesidad.
Nuestro intercesor. El Señor está sentado a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros. No siempre oramos de la manera correcta, pero ¡qué gran consuelo es saber que Uno que es perfecto habla al Padre a favor nuestro!
¿En quién se apoya usted en los tiempos de dificultad? Aunque muchas personas pueden decepcionarnos ofreciendo soluciones rápidas y fáciles para aliviar nuestro sufrimiento, Jesucristo entiende nuestro dolor y nos ofrece una compasión sin límites cuando venimos a Él.
jueves, 30 de enero de 2025
Los momentos que nos sostienen
Salmo 145
Todos los creyente experimentamos momentos de dificultad o incomodidad. La pregunta es: ¿Cómo manejarlos? El rey David descubrió que permanecer fuerte y fructífero durante las circunstancias difíciles, comienza con alabar al Señor. Una vez que su enfoque cambió, estuvo listo para meditar en cuanto a la majestad y los hechos maravillosos de Dios (Salmo 145.5).
La meditación implica la lectura de la Biblia, pero va mucho más allá de leer una porción. Debemos orar deteniéndonos en los versículos, pidiéndole a Dios que nos muestre por medio de su Espíritu lo que significa el pasaje, lo que dice acerca de Él, y cómo podemos aplicar sus palabras a nuestra vida.
¿Qué nos impide meditar en el Señor y su Palabra? Vivimos en un mundo tan atareado que muchas veces nos resulta difícil hacer una pausa, poner en orden nuestros pensamientos y sentarnos con la Palabra de Dios. Cuando tratamos de concentrarnos, comenzamos a pensar en todo lo que tenemos que hacer. Estar con el Señor puede no parecer tan urgente como nuestras otras tareas, pero es mucho más importante.
Meditar en las Sagradas Escrituras intensifica nuestra sed de Dios, amplía nuestra visión de Él, nos enseña a pensar bíblicamente y aumenta nuestro discernimiento.
Las revelaciones que recibimos de su Palabra nos alientan, nos recuerdan la presencia constante de Dios y nos fortalecen.
Los beneficios espirituales de pasar tiempo con el Señor merecen cualquier sacrificio. Por medio de la meditación, nuestro corazón asimila las verdades que conocemos de manera intelectual, para poder impactar nuestra vida cotidiana.
Todos los creyente experimentamos momentos de dificultad o incomodidad. La pregunta es: ¿Cómo manejarlos? El rey David descubrió que permanecer fuerte y fructífero durante las circunstancias difíciles, comienza con alabar al Señor. Una vez que su enfoque cambió, estuvo listo para meditar en cuanto a la majestad y los hechos maravillosos de Dios (Salmo 145.5).
La meditación implica la lectura de la Biblia, pero va mucho más allá de leer una porción. Debemos orar deteniéndonos en los versículos, pidiéndole a Dios que nos muestre por medio de su Espíritu lo que significa el pasaje, lo que dice acerca de Él, y cómo podemos aplicar sus palabras a nuestra vida.
¿Qué nos impide meditar en el Señor y su Palabra? Vivimos en un mundo tan atareado que muchas veces nos resulta difícil hacer una pausa, poner en orden nuestros pensamientos y sentarnos con la Palabra de Dios. Cuando tratamos de concentrarnos, comenzamos a pensar en todo lo que tenemos que hacer. Estar con el Señor puede no parecer tan urgente como nuestras otras tareas, pero es mucho más importante.
Meditar en las Sagradas Escrituras intensifica nuestra sed de Dios, amplía nuestra visión de Él, nos enseña a pensar bíblicamente y aumenta nuestro discernimiento.
Las revelaciones que recibimos de su Palabra nos alientan, nos recuerdan la presencia constante de Dios y nos fortalecen.
Los beneficios espirituales de pasar tiempo con el Señor merecen cualquier sacrificio. Por medio de la meditación, nuestro corazón asimila las verdades que conocemos de manera intelectual, para poder impactar nuestra vida cotidiana.
miércoles, 29 de enero de 2025
La verdad sobre la salvación
La verdad sobre la salvación
1 Juan 5.11-13
Satanás quiere confundir al creyente y al incrédulo en cuanto a la salvación por diferentes razones.
Cuando se trata de los no creyentes, el propósito del diablo es hacerles creer que se salvan haciendo buenas obras; en otras palabras, siendo una “buena” persona. Su propósito es mantener perdidos a hombres y mujeres. Esta es una estrategia muy efectiva, incluso entre muchos que asisten a la iglesia con regularidad. Al dar por sentado que sus buenas obras compensarán sus malas acciones, consideran que les espera el cielo cuando, en realidad, están en camino a un horroroso e irreversible fracaso (Mateo 7.21-23).
Satanás tiene un propósito diferente para crear confusión entre los seguidores del Señor.
Aunque Cristo enseñó que la salvación nunca puede perderse (Juan 10.28-29), el enemigo siembra semillas de duda para mantener inseguros a los creyentes, preguntándose qué hará después el Señor, temiendo su juicio y trabajando cada vez más para ganar su aceptación.
Muchos cristianos se han consumido en este intento equivocado de agradar al Señor. Además de eso, han permitido que Satanás los esclavice con temor y anule su efectividad para el reino de Dios.
La solución es conocer la Biblia y confiar en lo que enseña. Las Sagradas Escrituras son claras en que somos salvos por fe, no por obras (Efesios 2.8-9), y esa salvación es permanente (Romanos 8.38-39). Dios quiere que sus hijos se sientan seguros de estas verdades, confiados y productivos espiritualmente. Su deseo es que nuestra relación con Él sea tanto emocionante como gozosa, para que reflejemos a Cristo a quienes nos rodean.
1 Juan 5.11-13
Satanás quiere confundir al creyente y al incrédulo en cuanto a la salvación por diferentes razones.
Cuando se trata de los no creyentes, el propósito del diablo es hacerles creer que se salvan haciendo buenas obras; en otras palabras, siendo una “buena” persona. Su propósito es mantener perdidos a hombres y mujeres. Esta es una estrategia muy efectiva, incluso entre muchos que asisten a la iglesia con regularidad. Al dar por sentado que sus buenas obras compensarán sus malas acciones, consideran que les espera el cielo cuando, en realidad, están en camino a un horroroso e irreversible fracaso (Mateo 7.21-23).
Satanás tiene un propósito diferente para crear confusión entre los seguidores del Señor.
Aunque Cristo enseñó que la salvación nunca puede perderse (Juan 10.28-29), el enemigo siembra semillas de duda para mantener inseguros a los creyentes, preguntándose qué hará después el Señor, temiendo su juicio y trabajando cada vez más para ganar su aceptación.
Muchos cristianos se han consumido en este intento equivocado de agradar al Señor. Además de eso, han permitido que Satanás los esclavice con temor y anule su efectividad para el reino de Dios.
La solución es conocer la Biblia y confiar en lo que enseña. Las Sagradas Escrituras son claras en que somos salvos por fe, no por obras (Efesios 2.8-9), y esa salvación es permanente (Romanos 8.38-39). Dios quiere que sus hijos se sientan seguros de estas verdades, confiados y productivos espiritualmente. Su deseo es que nuestra relación con Él sea tanto emocionante como gozosa, para que reflejemos a Cristo a quienes nos rodean.
martes, 28 de enero de 2025
Las recompensas de seguir a Cristo
Mateo 19.16-29
Ninguna persona en su sano juicio seguiría a alguien que se dirigiera a un abismo, ya que esto va en contra del instinto natural de preservación. Y si elegimos el camino del sacrificio, por lo general buscamos un bien superior. Podría ser algún beneficio que esperamos disfrutar al final, un ideal que creemos que es más importante que nuestra propia vida, o una manera de ayudar a otras personas.
Cuando un joven rico fue desafiado a renunciar a lo que más valoraba y seguir al Señor, quedó devastado porque el precio era demasiado alto. Desde su perspectiva, tal acción era el equivalente a seguir a Cristo a un abismo. No tenía ojos para ver lo que Cristo le prometía a cambio: un tesoro en el cielo. No estaba dispuesto a sacrificar su seguridad, comodidad y posiciones terrenales para recibir beneficios eternos.
Por el contrario, los discípulos habían dejado todo —familias, trabajos, seguridad económica y estatus social— para seguir a Cristo, porque consideraban que su Mesías era más valioso.
Mientras veían al joven rico alejarse, el Señor les aseguró que el sacrificio de ellos por la verdad no sería ignorado. Un día se sentarían en doce tronos, juzgando a las doce tribus de Israel en el glorioso reino de Cristo.
Servimos a un Salvador misericordioso, que no solo salva a pecadores indignos como nosotros, sino que también promete recompensas a sus seguidores. Algunos de estos beneficios están disponibles por medio de la paz y la alegría de Cristo que llenan nuestro corazón, y de la dulce comunión de nuestra familia de la fe. Pero en la eternidad, Él nos dará mucho más de lo que hemos sacrificado por Él.
Ninguna persona en su sano juicio seguiría a alguien que se dirigiera a un abismo, ya que esto va en contra del instinto natural de preservación. Y si elegimos el camino del sacrificio, por lo general buscamos un bien superior. Podría ser algún beneficio que esperamos disfrutar al final, un ideal que creemos que es más importante que nuestra propia vida, o una manera de ayudar a otras personas.
Cuando un joven rico fue desafiado a renunciar a lo que más valoraba y seguir al Señor, quedó devastado porque el precio era demasiado alto. Desde su perspectiva, tal acción era el equivalente a seguir a Cristo a un abismo. No tenía ojos para ver lo que Cristo le prometía a cambio: un tesoro en el cielo. No estaba dispuesto a sacrificar su seguridad, comodidad y posiciones terrenales para recibir beneficios eternos.
Por el contrario, los discípulos habían dejado todo —familias, trabajos, seguridad económica y estatus social— para seguir a Cristo, porque consideraban que su Mesías era más valioso.
Mientras veían al joven rico alejarse, el Señor les aseguró que el sacrificio de ellos por la verdad no sería ignorado. Un día se sentarían en doce tronos, juzgando a las doce tribus de Israel en el glorioso reino de Cristo.
Servimos a un Salvador misericordioso, que no solo salva a pecadores indignos como nosotros, sino que también promete recompensas a sus seguidores. Algunos de estos beneficios están disponibles por medio de la paz y la alegría de Cristo que llenan nuestro corazón, y de la dulce comunión de nuestra familia de la fe. Pero en la eternidad, Él nos dará mucho más de lo que hemos sacrificado por Él.
lunes, 27 de enero de 2025
El costo de seguir a Cristo
El costo de seguir a Cristo
Mateo 16.21-26
¿Alguna vez ha intentado seguir a dos personas al mismo tiempo? Esto funciona solo cuando van en la misma dirección.
Pero, ¿qué sucede si los caminos de esas personas se bifurcan? Por ejemplo, imagínese caminando por un sendero con unos amigos, y llega a una encrucijada. Si una persona quiere ir a la derecha y otra piensa que debe girar a la izquierda, usted debe elegir a cuál seguir.
Este principio también es cierto para los cristianos, pero ahora nuestra decisión es si seguir a Cristo o no. La mayoría de nosotros seguiremos con gozo al Señor mientras Él vaya adonde queramos ir. Pero, ¿qué sucede si Él nos guía por un camino de sacrificio, abnegación, sufrimiento o incluso de muerte? ¿Confiaremos en Él y seguiremos adelante por ese camino?
Este fue el dilema que enfrentaron los discípulos. Cuando comenzaron a seguirlo, esperaban que Cristo estableciera su reino mesiánico, los liberara de la dominación romana, y les diera lugares de honor y autoridad. Pensando que pronto serían exaltados en el reino, estuvieron dispuestos a sufrir las privaciones temporales de hogar, seguridad y comodidad.
Pero entonces el Señor les dijo que su camino los llevaría al sufrimiento y a la muerte, y que, si querían seguirlo, debían negarse a sí mismos y tomar su cruz.
Muchos cristianos hoy tienen las mismas expectativas que tenían los discípulos, tal vez no por un reino, pero sí por una vida feliz y próspera.
Sin embargo, esto es como invitar a Cristo a seguirnos. La abnegación significa renunciar a nuestro derecho a liderar para rendirnos al señorío de Cristo sobre nuestra vida. Aunque su trayecto no es fácil, solo Él conoce el camino a la casa del Padre.
Mateo 16.21-26
¿Alguna vez ha intentado seguir a dos personas al mismo tiempo? Esto funciona solo cuando van en la misma dirección.
Pero, ¿qué sucede si los caminos de esas personas se bifurcan? Por ejemplo, imagínese caminando por un sendero con unos amigos, y llega a una encrucijada. Si una persona quiere ir a la derecha y otra piensa que debe girar a la izquierda, usted debe elegir a cuál seguir.
Este principio también es cierto para los cristianos, pero ahora nuestra decisión es si seguir a Cristo o no. La mayoría de nosotros seguiremos con gozo al Señor mientras Él vaya adonde queramos ir. Pero, ¿qué sucede si Él nos guía por un camino de sacrificio, abnegación, sufrimiento o incluso de muerte? ¿Confiaremos en Él y seguiremos adelante por ese camino?
Este fue el dilema que enfrentaron los discípulos. Cuando comenzaron a seguirlo, esperaban que Cristo estableciera su reino mesiánico, los liberara de la dominación romana, y les diera lugares de honor y autoridad. Pensando que pronto serían exaltados en el reino, estuvieron dispuestos a sufrir las privaciones temporales de hogar, seguridad y comodidad.
Pero entonces el Señor les dijo que su camino los llevaría al sufrimiento y a la muerte, y que, si querían seguirlo, debían negarse a sí mismos y tomar su cruz.
Muchos cristianos hoy tienen las mismas expectativas que tenían los discípulos, tal vez no por un reino, pero sí por una vida feliz y próspera.
Sin embargo, esto es como invitar a Cristo a seguirnos. La abnegación significa renunciar a nuestro derecho a liderar para rendirnos al señorío de Cristo sobre nuestra vida. Aunque su trayecto no es fácil, solo Él conoce el camino a la casa del Padre.
viernes, 24 de enero de 2025
Cuando nos sentimos agotados
Cuando nos sentimos agotados
Mateo 11.28-30
¿En qué piensa cuando escucha las palabras carga y agotado? Estos términos nos hacen respirar hondo, ¿cierto? En este mundo acelerado y agobiado, la mayoría de nosotros hemos sentido el cansancio de llevar demasiado peso sobre nuestros hombros, y demasiados compromisos. He aquí tres maneras de actuar frente a estos sentimientos:
Rendirnos a Cristo. El Señor dice que vengamos a Él. Hay un tranquilo descanso en el hecho de rendir nuestra carga al Señor. Sus manos son lo suficientemente grandes como para sostener todo lo que necesitamos que Él maneje. Si tratamos de controlar y administrar todo, nos agotaremos y al final comenzaremos a abandonar nuestras responsabilidades.
Depender de Cristo. El Señor nos invita a tomar su yugo y a dejarle nuestras cargas. Aunque al principio podemos entregar nuestras preocupaciones al Señor con facilidad, después de un tiempo podemos intentar tomar nuestra carga de nuevo para tratar de arreglar las cosas por nuestra cuenta. Pero al hacerlo, obstaculizamos la solución que Dios quiere brindar, y terminamos agotándonos. Solo Dios tiene el poder y la visión para llevar todos los asuntos a feliz término (Romanos 8.28).
Confiar en Cristo. El Salvador nos desafía a aprender de Él. Al llenar nuestra mente con la Palabra de Dios, aumenta nuestra confianza en Él. Su yugo se volverá fácil, y lo veremos como lo más seguro y placentero. Cuando sabemos que nunca tenemos que llevar solos las cargas, estas se vuelven más livianas.
¿Qué pudiera perder por seguir a Cristo, tomar su yugo y aprender de Él? Nada más que sus cargas de agotamiento, estrés y ansiedad.
Mateo 11.28-30
¿En qué piensa cuando escucha las palabras carga y agotado? Estos términos nos hacen respirar hondo, ¿cierto? En este mundo acelerado y agobiado, la mayoría de nosotros hemos sentido el cansancio de llevar demasiado peso sobre nuestros hombros, y demasiados compromisos. He aquí tres maneras de actuar frente a estos sentimientos:
Rendirnos a Cristo. El Señor dice que vengamos a Él. Hay un tranquilo descanso en el hecho de rendir nuestra carga al Señor. Sus manos son lo suficientemente grandes como para sostener todo lo que necesitamos que Él maneje. Si tratamos de controlar y administrar todo, nos agotaremos y al final comenzaremos a abandonar nuestras responsabilidades.
Depender de Cristo. El Señor nos invita a tomar su yugo y a dejarle nuestras cargas. Aunque al principio podemos entregar nuestras preocupaciones al Señor con facilidad, después de un tiempo podemos intentar tomar nuestra carga de nuevo para tratar de arreglar las cosas por nuestra cuenta. Pero al hacerlo, obstaculizamos la solución que Dios quiere brindar, y terminamos agotándonos. Solo Dios tiene el poder y la visión para llevar todos los asuntos a feliz término (Romanos 8.28).
Confiar en Cristo. El Salvador nos desafía a aprender de Él. Al llenar nuestra mente con la Palabra de Dios, aumenta nuestra confianza en Él. Su yugo se volverá fácil, y lo veremos como lo más seguro y placentero. Cuando sabemos que nunca tenemos que llevar solos las cargas, estas se vuelven más livianas.
¿Qué pudiera perder por seguir a Cristo, tomar su yugo y aprender de Él? Nada más que sus cargas de agotamiento, estrés y ansiedad.
jueves, 23 de enero de 2025
Nuestro lugar celestial: La Nueva Jerusalén
Nuestro lugar celestial: La Nueva Jerusalén
Apocalipsis 21.1-8
Cuando Cristo estuvo en la tierra, Juan escuchó de Él la promesa de preparar un lugar para sus seguidores (Juan 14.3).
Muchos años después, al apóstol le fue dada una visión de ese lugar, y vio la Nueva Jerusalén descender del cielo. El espectáculo estaba más allá de toda descripción humana, pero él hizo su mejor esfuerzo para comunicar esta visión celestial en lenguaje terrenal (Apocalipsis 21.9 al 22.5).
Juan vio el fulgor de la gloria de Dios irradiando desde la estructura de la ciudad, cuyos cimientos brillaban con los colores deslumbrantes de las piedras preciosas. Las puertas estaban hechas de perlas, y las calles de oro. Esta ciudad, de unos 2.400 kilómetros de largo, en forma de cubo, fue diseñada por el Señor como el lugar para que Él y la humanidad vivan juntos por toda la eternidad. En los versículos 3 y 4 del capítulo 22, Juan señala que “el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro”.
A pesar de que nos resulte difícil imaginar la estructura física de la Nueva Jerusalén, sabemos y nos regocijamos por el hecho de que ciertas cosas estarán ausentes de esta ciudad celestial; es decir, allí no habrá dolor, lágrimas, llanto o muerte.
El pecado y todas sus consecuencias serán extirpados. Cada frustración, molestia y problema cesará. Nadie tendrá discapacidades, y nuestros cuerpos jamás se cansarán o enfermarán.
Cuando las dificultades que usted enfrente se vuelvan agobiantes, enfóquese en su glorioso futuro celestial. La única vez que usted experimentará dolores y dificultades será en esta vida terrenal. Cuando camine por las calles de la Nueva Jerusalén con el Salvador, todos los estragos causados por el pecado habrán desaparecido, y su gozo será completo.
Apocalipsis 21.1-8
Cuando Cristo estuvo en la tierra, Juan escuchó de Él la promesa de preparar un lugar para sus seguidores (Juan 14.3).
Muchos años después, al apóstol le fue dada una visión de ese lugar, y vio la Nueva Jerusalén descender del cielo. El espectáculo estaba más allá de toda descripción humana, pero él hizo su mejor esfuerzo para comunicar esta visión celestial en lenguaje terrenal (Apocalipsis 21.9 al 22.5).
Juan vio el fulgor de la gloria de Dios irradiando desde la estructura de la ciudad, cuyos cimientos brillaban con los colores deslumbrantes de las piedras preciosas. Las puertas estaban hechas de perlas, y las calles de oro. Esta ciudad, de unos 2.400 kilómetros de largo, en forma de cubo, fue diseñada por el Señor como el lugar para que Él y la humanidad vivan juntos por toda la eternidad. En los versículos 3 y 4 del capítulo 22, Juan señala que “el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro”.
A pesar de que nos resulte difícil imaginar la estructura física de la Nueva Jerusalén, sabemos y nos regocijamos por el hecho de que ciertas cosas estarán ausentes de esta ciudad celestial; es decir, allí no habrá dolor, lágrimas, llanto o muerte.
El pecado y todas sus consecuencias serán extirpados. Cada frustración, molestia y problema cesará. Nadie tendrá discapacidades, y nuestros cuerpos jamás se cansarán o enfermarán.
Cuando las dificultades que usted enfrente se vuelvan agobiantes, enfóquese en su glorioso futuro celestial. La única vez que usted experimentará dolores y dificultades será en esta vida terrenal. Cuando camine por las calles de la Nueva Jerusalén con el Salvador, todos los estragos causados por el pecado habrán desaparecido, y su gozo será completo.
miércoles, 22 de enero de 2025
Un lugar llamado cielo
Un lugar llamado cielo
Juan 14.1-6
Debido a que la humanidad está atada a la Tierra hasta la muerte, son bastante comunes las ideas falsas acerca del cielo. Algunas personas lo imaginan como un mundo etéreo de espíritus amorfos que flotan, mientras que otros niegan su existencia.
Algunas personas han regresado de experiencias cercanas a la muerte, y han descrito lo que vieron. En medio de todas las creencias confusas y contradictorias, haríamos bien en recordar que nuestra única fuente segura y correcta de información acerca del cielo es la Palabra de Dios.
El Señor Jesús tenía un conocimiento claro del cielo, porque había venido del Padre a la Tierra. Poco antes de morir, dijo a sus discípulos que iría a la casa de su Padre a prepararles un lugar, y que regresaría después para llevarlos a su nuevo hogar. Varias semanas después, los discípulos vieron al Cristo resucitado ascender al cielo (Hechos 1.9-11).
Desde ese día, los creyentes hemos estado esperando el prometido regreso del Señor. Todos recibiremos un cuerpo inmortal de resurrección semejante al de Cristo.
Será físico, visible y reconocible para todos. Seremos capaces de comer (vea Lucas 24.41-43). El cielo es un lugar para cuerpos físicos, tangibles, un lugar para vivir, servir a Dios, adorarle y disfrutar de Él para siempre.
Saber todos los detalles de nuestro destino eterno es imposible, pero podemos estar seguros de que el Señor cumplirá su promesa de regresar por nosotros. Al entrar a esa morada hecha a nuestra medida, sabremos que hemos llegado a nuestro hogar, y que jamás podremos estar separados de nuestro Padre celestial.
martes, 21 de enero de 2025
No invalidar la gracia de Dios
Gálatas 3.1-5
En el versículo 3 del pasaje de hoy, el apóstol Pablo hace una pregunta perspicaz a todos los que han creído en Jesucristo para salvación. Dice: “¿Tan torpes son? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?” (NVI). El sutil cambio de confiar en el Señor a confiar en la carne (o en uno mismo) puede pasar desapercibido.
Cuando recibimos la salvación por la fe en Cristo, y experimentamos por primera vez la gracia gloriosa de Dios y la libertad del pecado, sabemos que nunca podríamos haberla obtenido por nosotros mismos. Nos llenamos de gratitud y asombro por haber recibido el regalo de la salvación.
Sin embargo, a medida que crecemos en la gracia y nos sometemos a las disciplinas de la obediencia y el servicio, comenzamos a acumular un registro de buenas obras y comportamiento cristiano. Por tanto, si no somos cuidadosos, podemos comenzar a confiar en nuestra piedad y obediencia, en vez de hacerlo en la obra del Espíritu Santo en nuestra vida.
Hay algo dentro de nuestra humanidad caída que anhela atribuirse el mérito por el bien que hacemos. Reconocemos sin dificultad que somos salvos por gracia, pero luego asumimos que vivir de acuerdo a la Palabra depende de nosotros; que Dios hizo su parte al salvarnos, y ahora debemos hacer la nuestra.
Solo al tener una visión grande de Dios, y una visión pequeña de nosotros podemos ver que no añadimos nada a nuestra salvación.
Tampoco podemos reclamar el crédito por la obra que el Espíritu Santo hace en nosotros y por medio de nosotros cuando nos santifica y madura en Cristo.
En el versículo 3 del pasaje de hoy, el apóstol Pablo hace una pregunta perspicaz a todos los que han creído en Jesucristo para salvación. Dice: “¿Tan torpes son? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?” (NVI). El sutil cambio de confiar en el Señor a confiar en la carne (o en uno mismo) puede pasar desapercibido.
Cuando recibimos la salvación por la fe en Cristo, y experimentamos por primera vez la gracia gloriosa de Dios y la libertad del pecado, sabemos que nunca podríamos haberla obtenido por nosotros mismos. Nos llenamos de gratitud y asombro por haber recibido el regalo de la salvación.
Sin embargo, a medida que crecemos en la gracia y nos sometemos a las disciplinas de la obediencia y el servicio, comenzamos a acumular un registro de buenas obras y comportamiento cristiano. Por tanto, si no somos cuidadosos, podemos comenzar a confiar en nuestra piedad y obediencia, en vez de hacerlo en la obra del Espíritu Santo en nuestra vida.
Hay algo dentro de nuestra humanidad caída que anhela atribuirse el mérito por el bien que hacemos. Reconocemos sin dificultad que somos salvos por gracia, pero luego asumimos que vivir de acuerdo a la Palabra depende de nosotros; que Dios hizo su parte al salvarnos, y ahora debemos hacer la nuestra.
Solo al tener una visión grande de Dios, y una visión pequeña de nosotros podemos ver que no añadimos nada a nuestra salvación.
Tampoco podemos reclamar el crédito por la obra que el Espíritu Santo hace en nosotros y por medio de nosotros cuando nos santifica y madura en Cristo.
Triunfo por medio del fracaso
Juan 21.1-9
Todos hemos dejado huellas en el valle del fracaso. Lo que importa es cómo actuemos después. ¿Nos damos por vencidos y vivimos derrotados, o creemos que Dios puede restaurarnos?
La historia del fracaso de Pedro y su posterior restauración nos alientan de tremenda manera.
Cristo le advirtió a Pedro que tropezaría, pero también oró para que la fe del discípulo no fallara. El Señor le aseguró a Pedro antes de que sucediera que su fracaso no sería el final de la historia: se levantaría de nuevo y fortalecería a otros (Lucas 22.31-32).
El Señor sabía que antes de que Pedro pudiera ser un líder fuerte pero humilde, su orgullo y su confianza en sí mismo tenían que ser abatidos y su corazón quebrantado.
Aunque Satanás quiso zarandear al discípulo para hacerlo inútil, Cristo tomó el control para hacerlo útil.
De la misma manera, Dios puede usar nuestros fracasos para prepararnos para ser siervos más efectivos. Aunque podamos sentir que ya no está con nosotros, Cristo ha prometido que nada ni nadie puede separarnos de su amor. Él está sentado a la diestra del Padre, intercediendo siempre por nosotros (Romanos 8.34).
Cuando nos sumimos en la lástima por nuestros fracasos, y cerramos nuestro corazón para negarle el acceso al Señor, nos resistimos al quebrantamiento y a la recuperación que necesitamos. Si queremos que Dios nos use, debemos permitirle que elimine lo que nos impida ser quienes Él desea que seamos. Si acudimos al Señor con humildad, Él nos dará un nuevo comienzo y una comprensión renovada de su misericordia y propósito.
Todos hemos dejado huellas en el valle del fracaso. Lo que importa es cómo actuemos después. ¿Nos damos por vencidos y vivimos derrotados, o creemos que Dios puede restaurarnos?
La historia del fracaso de Pedro y su posterior restauración nos alientan de tremenda manera.
Cristo le advirtió a Pedro que tropezaría, pero también oró para que la fe del discípulo no fallara. El Señor le aseguró a Pedro antes de que sucediera que su fracaso no sería el final de la historia: se levantaría de nuevo y fortalecería a otros (Lucas 22.31-32).
El Señor sabía que antes de que Pedro pudiera ser un líder fuerte pero humilde, su orgullo y su confianza en sí mismo tenían que ser abatidos y su corazón quebrantado.
Aunque Satanás quiso zarandear al discípulo para hacerlo inútil, Cristo tomó el control para hacerlo útil.
De la misma manera, Dios puede usar nuestros fracasos para prepararnos para ser siervos más efectivos. Aunque podamos sentir que ya no está con nosotros, Cristo ha prometido que nada ni nadie puede separarnos de su amor. Él está sentado a la diestra del Padre, intercediendo siempre por nosotros (Romanos 8.34).
Cuando nos sumimos en la lástima por nuestros fracasos, y cerramos nuestro corazón para negarle el acceso al Señor, nos resistimos al quebrantamiento y a la recuperación que necesitamos. Si queremos que Dios nos use, debemos permitirle que elimine lo que nos impida ser quienes Él desea que seamos. Si acudimos al Señor con humildad, Él nos dará un nuevo comienzo y una comprensión renovada de su misericordia y propósito.
sábado, 18 de enero de 2025
devocional, favor de Dios, Moisés, vida plena, gracia de Dios,
Éxodo 33.12-17
¿Qué viene a su mente cuando escucha la palabra favor? Aunque usamos el término de varias maneras, tales como hacer algo para ayudar a una persona, o demostrar honra de alguna manera, el significado bíblico es mostrar amabilidad o aceptación. Como creyentes, hemos experimentado el favor de Dios como resultado de nuestra salvación. Pero el favor de Dios también obra en nosotros y nos transforma.
Moisés fue un hombre que gozó del favor o la gracia de Dios y, por tanto, su vida y sus deseos cambiaron.
Moisés quería conocer el camino de Dios para conocer a Dios (Éxodo 33.12-13). A lo largo de las Sagradas Escrituras, descubrimos cómo actúa el Señor en la vida de las personas, lo que Él desea, y cómo hace su voluntad en la historia de la humanidad. Como resultado, tenemos una comprensión más profunda de Dios, y lo amamos más.
Moisés deseaba la presencia de Dios (Éxodo 33.15). Cuando los israelitas pecaron al adorar a un becerro de oro, Dios dijo que aunque Él enviaría a su ángel delante de ellos a la tierra prometida, no iría con ellos (Éxodo 33.1-3). Pero Moisés no quería la protección y la provisión divinas sin la presencia del Señor.
Moisés quería que el favor de Dios fuera un testimonio para los demás (Éxodo 33.16). Lo que hacía a Israel una nación especial y bendecida era su Dios. Sin Él, sería como cualquier otro pueblo de la Tierra.
No solo debemos luchar contra la tendencia a menospreciar el valor del favor de Dios; también debemos evitar desear sus bendiciones más que desearlo a Él. Piense en cómo el favor de Dios ha cambiado su vida: pertenecer, conocer y amarlo es muy superior a cualquier provisión material que Él pueda darnos.
Cambio radical, no mejoramiento personal
Romanos 6.1-14
¿Se ha sentido desalentado alguna vez por no vencer cierto pecado? Se siente mal cada vez que se da cuenta de que ha cedido.
En su desesperación, clama al Señor por perdón, y le promete que nunca volverá a hacerlo. Pero, a pesar de sus mejores esfuerzos, pronto se encuentra pecando de nuevo, preguntándose por qué no puede obtener la victoria en ese aspecto de su vida.
Una razón por la que a veces batallamos en nuestro caminar con Cristo es por no entender lo que ocurrió en el momento de nuestra salvación, o por desconocer los recursos que Él ha puesto a nuestra disposición.
Fuimos unidos a Él en su muerte y en su resurrección. Ya no somos las personas que solíamos ser, porque Cristo ahora vive en nosotros por medio de su Santo Espíritu.
Aunque tenemos una vida nueva en Cristo, todavía vivimos en lo que Pablo llama “el cuerpo del pecado” (Romanos 6.6). Sin embargo, ahora tenemos el poder del Señor para vencer el pecado, por lo que ya no somos esclavos del mismo. Y un día, cuando seamos libres del poder de la carne, ya sea cuando muramos o el Señor Jesús regrese, seremos libres hasta de la existencia del pecado.
Mientras tanto, Dios nos llama a saber y a creer que el poder del pecado ha sido anulado en nuestra vida. Los deseos de nuestra carne pecaminosa nunca pueden ser vencidos por el mejoramiento personal, sino por el cambio radical que produce Cristo viviendo en y a través de nosotros. En vez de enfrentar la tentación con nuestra naturaleza carnal, podemos decidir enfrentarla de acuerdo con el poder de la resurrección de Cristo, porque hemos muerto al pecado y ahora vivimos para Cristo.
¿Se ha sentido desalentado alguna vez por no vencer cierto pecado? Se siente mal cada vez que se da cuenta de que ha cedido.
En su desesperación, clama al Señor por perdón, y le promete que nunca volverá a hacerlo. Pero, a pesar de sus mejores esfuerzos, pronto se encuentra pecando de nuevo, preguntándose por qué no puede obtener la victoria en ese aspecto de su vida.
Una razón por la que a veces batallamos en nuestro caminar con Cristo es por no entender lo que ocurrió en el momento de nuestra salvación, o por desconocer los recursos que Él ha puesto a nuestra disposición.
Fuimos unidos a Él en su muerte y en su resurrección. Ya no somos las personas que solíamos ser, porque Cristo ahora vive en nosotros por medio de su Santo Espíritu.
Aunque tenemos una vida nueva en Cristo, todavía vivimos en lo que Pablo llama “el cuerpo del pecado” (Romanos 6.6). Sin embargo, ahora tenemos el poder del Señor para vencer el pecado, por lo que ya no somos esclavos del mismo. Y un día, cuando seamos libres del poder de la carne, ya sea cuando muramos o el Señor Jesús regrese, seremos libres hasta de la existencia del pecado.
Mientras tanto, Dios nos llama a saber y a creer que el poder del pecado ha sido anulado en nuestra vida. Los deseos de nuestra carne pecaminosa nunca pueden ser vencidos por el mejoramiento personal, sino por el cambio radical que produce Cristo viviendo en y a través de nosotros. En vez de enfrentar la tentación con nuestra naturaleza carnal, podemos decidir enfrentarla de acuerdo con el poder de la resurrección de Cristo, porque hemos muerto al pecado y ahora vivimos para Cristo.
Cómo cultivar un corazón para Dios
Salmo 119.9-16
¿Cómo reacciona cuando lee que David era un hombre conforme al corazón de Dios (vea 1 Samuel 13.14)? Muchos de nosotros lo admiramos aunque decimos: Yo nunca podría ser así.
Pero el Señor no ha reservado este título para un solo hombre. Él quiere que todos lo busquemos como lo hacía David. Uno de nuestros problemas es la tendencia a enfocarnos en solo una parte de su historia. Tendemos a olvidar que el relato bíblico da un registro de toda la vida de David. Él tuvo que buscar al Señor de la misma manera que nosotros: poco a poco.
El anhelo del Padre celestial no suele aparecer de pronto, de forma madura, en nuestro corazón. Casi siempre es algo que debe ser cultivado, y el lugar más indicado para comenzar es la Biblia. Allí es donde escuchamos al Señor, hablándonos con su Palabra.
Otro elemento esencial es la oración. Cuando lea la Biblia, comience a hablar con Él. Si todo le parece aburrido y sin sentido, pídale a Dios que trabaje en su vida para hacer que las Sagradas Escrituras cobren vida para usted. A Él le encanta responder las oraciones que están de acuerdo con su voluntad.
El siguiente paso es la meditación. No le dé demasiada importancia al tiempo, para decir que ya leyó la Biblia. Haga una pausa para pensar en lo que ha leído. Hágase la pregunta: ¿Qué estoy descubriendo en cuanto a Dios?
El último paso es poner empeño. Es posible que su anhelo de Dios no se desarrolle de inmediato, pero recuerde que está buscando tener un corazón transformado que dure toda una vida, no una fugaz experiencia emocional. Continúe llenando su vida con el combustible que produce transformación: la Palabra de Dios, la oración y la meditación.
¿Cómo reacciona cuando lee que David era un hombre conforme al corazón de Dios (vea 1 Samuel 13.14)? Muchos de nosotros lo admiramos aunque decimos: Yo nunca podría ser así.
Pero el Señor no ha reservado este título para un solo hombre. Él quiere que todos lo busquemos como lo hacía David. Uno de nuestros problemas es la tendencia a enfocarnos en solo una parte de su historia. Tendemos a olvidar que el relato bíblico da un registro de toda la vida de David. Él tuvo que buscar al Señor de la misma manera que nosotros: poco a poco.
El anhelo del Padre celestial no suele aparecer de pronto, de forma madura, en nuestro corazón. Casi siempre es algo que debe ser cultivado, y el lugar más indicado para comenzar es la Biblia. Allí es donde escuchamos al Señor, hablándonos con su Palabra.
Otro elemento esencial es la oración. Cuando lea la Biblia, comience a hablar con Él. Si todo le parece aburrido y sin sentido, pídale a Dios que trabaje en su vida para hacer que las Sagradas Escrituras cobren vida para usted. A Él le encanta responder las oraciones que están de acuerdo con su voluntad.
El siguiente paso es la meditación. No le dé demasiada importancia al tiempo, para decir que ya leyó la Biblia. Haga una pausa para pensar en lo que ha leído. Hágase la pregunta: ¿Qué estoy descubriendo en cuanto a Dios?
El último paso es poner empeño. Es posible que su anhelo de Dios no se desarrolle de inmediato, pero recuerde que está buscando tener un corazón transformado que dure toda una vida, no una fugaz experiencia emocional. Continúe llenando su vida con el combustible que produce transformación: la Palabra de Dios, la oración y la meditación.
Orar de acuerdo con la voluntad de Dios
Colosenses 1.10-14
El apóstol Pablo deseaba con fervor que el cuerpo de Cristo —cada iglesia y creyente— madurara espiritualmente. Al saber que tal crecimiento impactaría al mundo, el apóstol pedía que los creyentes conocieran la voluntad de Dios para luego...
Vivir en santidad (Colosenses 1.10). Pablo oraba para que nuestras conversaciones, conducta y carácter fueran congruentes con los del Señor. Los cristianos somos los representantes de Cristo, y por eso nuestra vida debe ser una extensión de la suya, con ojos que vean con compasión a los demás, con corazones que ofrezcan perdón y amor, y con manos que estén ocupadas en servir. El carácter del creyente, aunque imperfecto, debe reflejar cada vez más la piedad del Señor.
Hacer lo bueno (Colosenses 1.10). A los ojos de Dios, no todo lo que hacemos es fructífero; muchas de nuestras actividades surgen del deseo de complacernos o de complacer a otros. Pero lo único que importa es lo que hagamos en obediencia a nuestro Padre celestial. El Señor habló de la importancia de dar mucho fruto, lo cual solo es posible cuando estamos conectados con Él (Juan 15.5).
Experimentar el poder de Dios (Colosenses 1.11). Por medio de la presencia del Espíritu Santo, tenemos todo lo que necesitamos para hacer la voluntad del Padre celestial.
Mantenernos dedicados y agradecidos (Colosenses 1.12). Dios responde en su tiempo perfecto.
Debemos permanecer firmes en la oración, y agradecidos por todo lo que Él ya ha hecho.
Ya sea que al orar usemos estos versículos en favor de nosotros o de otros, podemos saber que nuestras peticiones están en armonía con la voluntad del Señor.
1 Juan 5.14-15 nos dice que al orar de esta manera tendremos la maravillosa seguridad de que Dios responderá de manera positiva.
El apóstol Pablo deseaba con fervor que el cuerpo de Cristo —cada iglesia y creyente— madurara espiritualmente. Al saber que tal crecimiento impactaría al mundo, el apóstol pedía que los creyentes conocieran la voluntad de Dios para luego...
Vivir en santidad (Colosenses 1.10). Pablo oraba para que nuestras conversaciones, conducta y carácter fueran congruentes con los del Señor. Los cristianos somos los representantes de Cristo, y por eso nuestra vida debe ser una extensión de la suya, con ojos que vean con compasión a los demás, con corazones que ofrezcan perdón y amor, y con manos que estén ocupadas en servir. El carácter del creyente, aunque imperfecto, debe reflejar cada vez más la piedad del Señor.
Hacer lo bueno (Colosenses 1.10). A los ojos de Dios, no todo lo que hacemos es fructífero; muchas de nuestras actividades surgen del deseo de complacernos o de complacer a otros. Pero lo único que importa es lo que hagamos en obediencia a nuestro Padre celestial. El Señor habló de la importancia de dar mucho fruto, lo cual solo es posible cuando estamos conectados con Él (Juan 15.5).
Experimentar el poder de Dios (Colosenses 1.11). Por medio de la presencia del Espíritu Santo, tenemos todo lo que necesitamos para hacer la voluntad del Padre celestial.
Mantenernos dedicados y agradecidos (Colosenses 1.12). Dios responde en su tiempo perfecto.
Debemos permanecer firmes en la oración, y agradecidos por todo lo que Él ya ha hecho.
Ya sea que al orar usemos estos versículos en favor de nosotros o de otros, podemos saber que nuestras peticiones están en armonía con la voluntad del Señor.
1 Juan 5.14-15 nos dice que al orar de esta manera tendremos la maravillosa seguridad de que Dios responderá de manera positiva.
Una oración transformadora
Una oración transformadora
Colosenses 1.1-9
Cuando el apóstol Pablo escribió a los creyentes en Colosas, incluyó una oración transformadora que sigue impactando después de tantos siglos.
Sigue siendo una carta poderosa, porque cada petición está de acuerdo con la voluntad de Dios.
La primera petición es que los colosenses conocieran la voluntad del Señor. Para poder agradar a Dios, debemos comprender sus planes y hacerlos realidad. Esto incluye amar a Dios y a nuestro prójimo, además de sus propósitos específicos para la vida de cada creyente (Lucas 10.27; Efesios 2.10).
La segunda petición de Pablo es que les diera sabiduría y entendimiento en cuanto a ese conocimiento. Él sabía que, para aplicar lo que aprendemos, necesitamos el discernimiento y la claridad que provienen solo del Espíritu Santo (Juan 16.13). El resultado de estas dos peticiones será la capacidad de entender desde la perspectiva de Dios.
Veremos nuestras decisiones y situaciones como son en realidad, no como parecen ser.
Otro aspecto maravilloso en cuanto a estas peticiones es que podemos hacerlas a favor de quienes no confían en el Salvador. Nuestro Padre celestial ofrece la salvación a todos los que crean en Cristo. Él no quiere que ninguno perezca (2 Pedro 3.9). Si los incrédulos conocen la voluntad de Dios, pueden abrir sus mentes a su oferta de perdón y aceptar el sacrificio hecho por Jesucristo.
Nuestro Padre celestial dice que quienes oren de acuerdo con sus propósitos divinos, recibirán lo que pidan.
Por eso es importante comenzar por descubrir los planes de Dios. Trate de incluir oraciones bíblicas, como la del pasaje de hoy, en sus conversaciones con el Señor.
Colosenses 1.1-9
Cuando el apóstol Pablo escribió a los creyentes en Colosas, incluyó una oración transformadora que sigue impactando después de tantos siglos.
Sigue siendo una carta poderosa, porque cada petición está de acuerdo con la voluntad de Dios.
La primera petición es que los colosenses conocieran la voluntad del Señor. Para poder agradar a Dios, debemos comprender sus planes y hacerlos realidad. Esto incluye amar a Dios y a nuestro prójimo, además de sus propósitos específicos para la vida de cada creyente (Lucas 10.27; Efesios 2.10).
La segunda petición de Pablo es que les diera sabiduría y entendimiento en cuanto a ese conocimiento. Él sabía que, para aplicar lo que aprendemos, necesitamos el discernimiento y la claridad que provienen solo del Espíritu Santo (Juan 16.13). El resultado de estas dos peticiones será la capacidad de entender desde la perspectiva de Dios.
Veremos nuestras decisiones y situaciones como son en realidad, no como parecen ser.
Otro aspecto maravilloso en cuanto a estas peticiones es que podemos hacerlas a favor de quienes no confían en el Salvador. Nuestro Padre celestial ofrece la salvación a todos los que crean en Cristo. Él no quiere que ninguno perezca (2 Pedro 3.9). Si los incrédulos conocen la voluntad de Dios, pueden abrir sus mentes a su oferta de perdón y aceptar el sacrificio hecho por Jesucristo.
Nuestro Padre celestial dice que quienes oren de acuerdo con sus propósitos divinos, recibirán lo que pidan.
Por eso es importante comenzar por descubrir los planes de Dios. Trate de incluir oraciones bíblicas, como la del pasaje de hoy, en sus conversaciones con el Señor.
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