El llamado a la santidad
Leer | 1 Pedro 1:13−2.3
Los creyentes somos llamados a ser un pueblo santo. Santidad significa ser apartados por Dios para sus propósitos. Este proceso de santificación comienza cuando recibimos a Jesucristo como nuestro Salvador personal, y continúa por el resto de nuestras vidas.
El Espíritu Santo hace que nuestra voluntad y nuestros anhelos estén en armonía con los suyos. Al someternos a su dirección, comenzaremos a desear lo que Él desea. Con su guía, decidiremos consagrar nuestra conducta, nuestra conversación y nuestro carácter a Dios solamente. El Espíritu nos enseña cómo hacer de la santidad un modo de vida, en vez de verla como algo inalcanzable. Dios nos ha colocado donde vivimos y trabajamos, no para aislarnos sino para reflejar quién es Cristo mientras nos relacionamos con otras personas. Si estamos en el proceso de ser conformados a la semejanza del Señor Jesús, entonces cuanto más vivamos y maduremos espiritualmente, más podrán los demás reconocer al Salvador en nosotros. Nuestros corazones deben volverse más suaves, y desear amar y servir más a otros.
Si somos embajadores de Cristo, entonces nuestras vidas deben ser santas; de lo contrario, lo estamos representando mal. Si somos el cuerpo de Cristo, entonces nuestras manos son sus manos; nuestros ojos, sus ojos; y nuestros pies, sus pies. Cuando permitimos que Jesús hable, ame y sirva por medio de nosotros, los demás se verán impulsados a preguntar por qué tenemos vidas tan vibrantes. Todos los seguidores de Cristo son llamados a ser santos. Responder a este llamado cada día, es hacer nuestra la Gran Comisión.
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