La guía de Dios para una vida fructífera
Proverbios 3.1-4
Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto” (Jn 15.5). A medida que llevemos a cabo los planes de Dios por medio del poder de su Espíritu, nuestra vida tendrá significado y dos prácticas nos caracterizarán:
1. Atesoraremos la Palabra de Dios en nuestros corazones. Cuando valoramos algo, pensamos en ello a menudo, lo estudiamos con regularidad y aprendemos lo más que podemos del mismo. Al estudiar la Biblia aprendemos muchas cosas importantes acerca de nuestro Dios, entre ellas su identidad, su plan y sus promesas. La meditación habitual en las Sagradas Escrituras desarrolla nuestra capacidad de pensar bíblicamente, y profundiza nuestra relación con el Señor. Una de las señales de que atesoramos su Palabra es un cambio de conducta; nuestras decisiones serán guiadas cada vez más por sus preceptos, y nuestras acciones reflejarán el fruto del Espíritu ( Ga 5.22-23).
2. Nos adornaremos de misericordia y verdad. En la vida cristiana, estas dos virtudes deben ser nuestra compañía constante. La verdad de Dios tiene el poder de mostrar la falta de caridad en la actitud y la conducta. Cuando esto sucede, ser misericordiosos nos ayuda a evitar la discordia y la división al relacionarnos con otros, fuera y dentro de la iglesia. Dios quiere que digamos la verdad, pero suavizada con una actitud de amorosa compasión.
La vida cristiana es una peregrinación llena de tentaciones, obstáculos y dificultades (1 P 4.12). Al mismo tiempo, debe caracterizarse por el fruto abundante que produce el seguir a nuestra guía: el Señor Jesucristo.
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