2 Corintios 12.7-10
Cuando usted escucha hablar a alguien, ¿qué da peso a las palabras de esa persona? ¿Qué le hace escuchar lo que dice?
Casi siempre, medimos el mensaje de una persona a la luz de su experiencia, rechazando las palabras que no concuerdan con la historia personal de quién habla.
Por consiguiente, cuando llegamos al argumento de Pablo en cuanto a la suficiencia de Dios, preguntamos: “¿Es esto algo de lo que Pablo puede realmente hablar?” Podemos leer la Biblia y ver por medio de la vida del apóstol que la respuesta es un rotundo sí.
El testimonio de Pablo describe las dificultades que enfrentó (2 Co 11.22-28). Fue encarcelado, golpeado, amenazado, apedreado, robado, sufrió naufragios y fue perseguido.
Además, tenía un aguijón implacable que lo afligía (12.7, 8).
Uno pensaría que Dios mantiene a sus servidores en perfectas condiciones y con una salud inmejorable. Sin embargo, aquí vemos que, aunque Pablo oró pidiendo ser sanado, la respuesta de Dios no fue la esperada. En vez de recibir una magnífica y total sanidad, Pablo recibió una respuesta más profunda: “Bástate mi gracia” (v. 9).
Por medio de esa dificultad, Dios le enseñó a Pablo una lección vital: no importa lo débil que pensemos ser, o qué tan oprimidos o heridos estemos, en las manos de Dios, nuestra debilidad significa que hay espacio para su poder. Y es por medio de su poder —y solo por su poder— que somos capaces de hacer cosas asombrosas.
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