miércoles, 3 de junio de 2020

Manual de Guerra Espiritual - Dr Ed Murphy (Segunda Parte)

La realidad de la demonización: Relación escrituras experiencia (+ ...
Segunda Parte
Consideraciones teológicas
Sección I
Origen y ámbito de la guerra espiritual
3
Rebelión cósmica
El problema del mal
La guerra espiritual tiene que ver con el mal. La guerra en sí es algo perverso y si el mal no existiera, tampoco habría guerra de ningún tipo. El mal es el problema más desconcertante que jamás ha enfrentado la humanidad. Los pensadores llevan milenios forcejeando con él. El filósofo griego Epicuro (341–270 a.C.), según Lactancio (260–340 d.C.), escribió:
O bien Dios quiere quitar los males y es incapaz de hacerlo, o puede hacerlo pero no quiere; quizás ni quiere ni puede, o tal vez quiere y puede. Si quiere pero no puede, es débil, lo cual no concuerda con su carácter; si puede pero no quiere, es envidioso, algo que también está en desacuerdo con él; si no quiere ni puede, es tanto débil como envidioso, y por lo tanto no es Dios; pero si quiere y puede, que es lo único que resulta apropiado para Éll, ¿de dónde vienen entonces los males?, o ¿por qué no los quita?1
Ese fue el problema que mantuvo al gran C.S. Lewis encadenado al ateísmo durante la mayor parte de su vida. Lewis se refiere a él en su sugestivo libro The Problem of Pain [El problema del dolor],2 donde, narrando su antigua defensa del pensamiento ateo, describe gráficamente el mal y el infortunio a los cuales se enfrentan todos los seres humanos. Y concluye diciendo:
Si me pide que crea que esto es obra de un espíritu benigno y omnipotente, responderé que todas las pruebas apuntan en sentido contrario. O no hay espíritu detrás del universo, o es un espíritu indiferente al bien y al mal, o es un espírituperverso.
Y la respuesta de Lewis a su manera de pensar antigua es interesante. Dice así:
Nunca había notado que la misma fuerza y facilidad del argumento del pesimista nos plantean de inmediato un problema. Si el universo es tan malo o incluso la mitad de malo, ¿cómo pudieron jamás los seres humanos llegar a atribuirlo a la actividad de un Creador sabio y bueno? Tal vez los hombres sean necios, pero no hasta ese punto … De modo que inferir la bondad y la sabiduría de un Creador del curso de los acontecimientos en este mundo hubiera sido siempre igualmente absurdo, y jamás fue así.3 La religión tiene un origen distinto.
La nota a pie de página de Lewis menciona la palabra teodicea, que viene de los vocablos griegos theós (Dios) y díke (justicia). El diccionario Webster define teodicea como «la defensa de la bondad y omnipotencia de Dios en vista de la existencia del mal».
Edgar S. Brightman, profesor de Filosofía en la Escuela de Graduados de la Universidad de Boston, por su parte, la define como «el intento de justificar el trato de Dios para con el hombre, es decir, de resolver el problema del mal a la luz de la fe en el amor y la justicia de Dios».4
El problema del mal es obviamente más agudo para el teísmo que para cualquier otra clase de filosofía o teología; en caso de no poderse resolver, el teísmo debe ser abandonado, retenido por la fe en la esperanza de una futura y hasta el momento inalcanzable solución, o sostenido como una verdad por encima de la razón.
C. S. Lewis tal vez estaría de acuerdo en que la solución es inalcanzable en la actualidad. Diría que las verdades detrás del teísmo están por encima y más allá de la razón humana. Como se atribuye a Pascal haber afirmado: «El corazón tiene razones desconocidas para la mente». Lewis está en lo cierto al decir que la teodicea no es algo nuevo con lo que sólo se ha forcejeado de manera adecuada en la era científica moderna. En verdad el gnosticismo, la mayor división que surgió dentro de la patrística de la iglesia primitiva, se centraba en esta cuestión del mal en el universo de Dios.
En Satán: The Early Christian Tradition [Satán: La primera tradición cristiana], Jeffrey Burton Russell explica que los orígenes del gnosticismo se remontan quizás hasta una época tan anterior como la comunidad de Qumram, con su teología de conflicto cósmico entre el bien y el mal.5 Sin embargo, el gnosticismo fue en esencia un intento cristiano de teodicea que se desvió y amenazó con dividir a la iglesia postapostólica hacia mediados del siglo II. Gran parte de los escritos apologéticos de los padres primitivos fueron dirigidos contra esta devastadora herejía. El gnosticismo, por tanto, prestó un enorme servicio a la iglesia, haciéndola reflexionar sobre el problema del mal, en especial a los grandes apologistas como Justino Mártir, Taciano, Atenágoras, Teófilo, Ireneo y Tertuliano.6
Al sacar a la palestra la cuestión de la teodicea, los gnósticos obligaron a los padres de la iglesia a idear una demonología coherente que faltaba en el Nuevo Testamento y en el pensamiento apostólico. El énfasis del gnosticismo en el poder del diablo y en la maldad del mundo material, hizo que los padres reaccionaran definiendo meticulosamente dicho poder y defendiendo la bondad esencial del mundo creado por Dios.
Tal vez la dimensión más compleja y profunda de la concepción de la realidad presente como una guerra espiritual tenga que ver con el origen de dicho conflicto. Este no comenzó en la tierra con la caída, como deja bien claro la Biblia. ¿Se originó tal vez en algún lugar o momento del reino celestial, evidentemente antes del pecado del hombre? Tal parece ser el caso.7 El Antiguo Testamento sugiere con claridad una rebelión cósmica contra el gobierno de Dios mediante su frecuente referencia a seres malignos sobrenaturales que buscan hacer daño a los hombres y apartarlos de una vida de obediencia al Señor.8
No podemos comenzar por Génesis 3, ya que la serpiente que tienta a Eva en ningún lugar del Antiguo Testamento se describe como un ser sobrenatural. El Nuevo Testamento, en cambio, la identifica como el diablo y Satanás (2 Corintios 11.3; Apocalipsis 12.9). Una cosa es cierta: cuando los maestros judíos leían y explicaban Génesis 3 a sus oyentes, al menos en la época del período intertestamentario, identificaban a la serpiente con Satanás. La inteper pretación que da el Nuevo Testamento de la caída del hombre y la de los judíos es idéntica en este punto.9 Aunque las referencias al diablo no sean tan frecuentes en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, se menciona a Satanás varias veces: una en 1 Crónicas, catorce en Job 1 y 2, una en el Salmo 109.6 y tres en Zacarías 3.1–2.
El modelo de ataque de Satanás
La primera ocasión en la que se menciona por nombre a Satanás es en 1 Crónicas 21.1. Este pasaje revela el intento de Satanás de arrastrar a David, un hombre de Dios, a la desobediencia. Dicho pasaje sugiere una forma o patrón de actuación del diablo contra la humanidad que se repite a lo largo de toda la Escritura, puede observarse en el transcurso de la historia y es experimentado tanto por creyentes como por no creyentes en cualquier parte hoy en día. En esa forma de actuar podemos ver la estrategia más importante de Satanás, su objetivo principal y su propósito básico.
La estrategia, engañar
En primer lugar, descubrimos la estrategia más importante de tentación del diablo, el engaño. El escritor relata que Satanás «incitó a David a que hiciese censo de Israel» (v. 1). (Para una perspectiva típicamente veterotestamentaria del aspecto divino de esa tentación satánica, véase 2 Samuel 24.1.) David, como su predecesora Eva, no tenía idea del origen de los pensamientos que de repente aparecieron en su mente. Y al meditar en ellos le parecieron correctos, lógicos y necesarios. Aunque su conciencia evidentemente le molestaba (v. 8), decidió seguir adelante con su plan. Lo que David se proponía estaba mal, tanto, que el propio Joab, comandante de su ejército que no era ningún santo, vio el error de su decisión y expresó su oposición a ella (vv. 2–4).
Estaba tan mal que cuando el juicio de Dios cayó sobre Israel, David supo que era culpa suya y de inmediato se arrepintió de su pecado (v. 8) confesando: «He pecado gravemente al hacer esto; te ruego que quites la iniquidad de tu siervo, porque he hecho muy locamente».
Aquí descubrimos lo que encontraremos a través de toda la Biblia. El pecado humano siempre tiene un origen doble. Procede de una fuente humana, las propias decisiones equivocadas, y de otra sobrenatural, la tentación de Satanás. El diablo es quien planta en la mente y el corazón del hombre las semillas de los malos pensamientos e imaginaciones, intensificando el mal que ya hay en él (Hechos 5.1–3; 1 Corintios 7.5; 2 Corintios 11.3; 1 Tesalonicenses 3.5; 2 Corintios 10.3–5; Filipenses 4.8).
Las Escrituras hablan mucho del engaño. En la Concordancia de Strong se dedican dos columnas enteras a consignar el número de veces que aparecen los términos y sus derivados en la Biblia inglesa. Esos términos los encontramos 150 veces, esparcidos por igual a lo largo de uno y otro Testamentos. W.E. Vine dice que engañar significa en esencia dar «una falsa impresión».10 Esa es la forma en que Satanás se acerca a la gente y sin duda así fue como se aproximó al principio a sus congéneres, los ángeles, para guiarlos a la rebelión contra Dios.
Satanás casi siempre comienza con engaño, de ahí las advertencias de Pablo en 2 Corintios 11.3 y su mención de las maquinaciones del diablo en 2 Corintios 2.11. Sin embargo, una vez que Satanás tiene un pie dentro de la vida de una persona (Efesios 4.27), el engaño puede no ser ya tan importante y a menudo el diablo se quita la careta para atormentar y esclavizar aún más a su víctima.
El blanco, los líderes
En segundo lugar descubrimos su principal blanco para el engaño, los líderes. En el caso de aquellos que no aman a nuestro Dios, los ataca con engaño en todo nivel de liderazgo. Los líderes políticos, militares, económicos, educativos, sociales, familiares y de otras clases se convierten en el objetivo de sus falsedades. ¿Por qué? Porque son quienes controlan el destino de la humanidad.
Alguien ha expresado que si peca un hombre solitario, sólo él se ve afectado. Si peca un hombre de familia, su acción afecta a toda su casa. Si el pecado lo comete un dirigente local, toda la comunidad se resiente. Si es el líder que gobierna una determinada estructura social, toda la sociedad sufre las consecuencias. Si se trata de un dirigente nacional, su pecado afecta a toda la nación. Y si el culpable es un líder mundial todo el mundo resulta dañado. ¡Quién puede olvidar a Adolfo Hitler!
Cuando peca un líder del pueblo de Dios, es posible que una iglesia, una institución o un hogar cristiano resulte dañado o hasta paralizado. ¿Quién puede argumentar a esto? Todos somos en cierta medida víctimas de los actos pecaminosos de dirigentes cristianos utilizados por los medios de comunicación para el descrédito de la Iglesia de Dios.
El propósito, la deshonra
En tercer lugar descubrimos el principal propósito del engaño del diablo, deshonrar a Dios trayendo vergüenza e incluso juicio sobre sus hijos. Mediante el engaño de su dirigente David, Satanás acarreó ignominia sobre el pueblo de Dios y también causó de manera indirecta el juicio justo del Señor sobre sus propios hijos (v. 7).
De modo que en esta primera aparición de Satanás, con explícita mención de su nombre, descubrimos en la Escritura los rasgos principales de sus perversas maquinaciones contra Dios y su pueblo. El diablo es un engañador que busca seducir a los líderes del Señor para que cometan actos de desobediencia en Su contra. El objeto de su existencia es deshonrar a Dios y perjudicar a su pueblo. Lo que declara el resto de la Biblia, con relación al satarismo, no es más que una ampliación de estas características principales del campo sobrenatural perverso.
La creencia en los espíritus malos, algo universal en la antigüedad
Como revela un estudio de historia antigua, en el mundo del Antiguo Testamento la creencia en alguna forma de sobrenaturalismo perverso era universal. El fallecido Dr. Merrill F. Unger escribe que:
la historia de las diversas religiones desde los tiempos más primitivos revela que la creencia en Satanás y en los demonios era algo universal. Según la Biblia, la degeneración del monoteísmo dio como resultado el enceguecimiento de los hombres por el diablo y las formas más degradantes de idolatría (Romanos 1.21–32; 2 Corintios 4.4). Para el tiempo de Abraham (aproximadamente 2000 a.C.), la humanidad se había hundido en un grosero politeísmo plagado de espíritus malos. Los hechizos, encantamientos, textos mágicos, exorcismos11 y diversos tipos de fenómenos malignos abundan en los descubrimientos arqueológicos de Sumeria y Babilonia. La antigüedad egipcia, asiria, caldea, griega y romana es rica en manifestaciones demoníacas. Las deidades adoradas eran demonios invisibles representados por ídolos e imágenes materiales.12
Unger sigue citando al Dr. George W. Gilmore, en la Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge [Enciclopedia del conocimiento religioso], que dice que «todo el origen de creencias del que arranca la religión hebrea está lleno de demonismo». Más adelante Merrill F. Unger afirma que «el cristianismo primitivo rescataba a sus convertidos de los grilletes de Satanás y los demonios» (Efesios 2.2; Colosenses 1.13). En una medida asombrosa, la historia de la religión es un relato de creencias controladas por demonios, particularmente en su choque con la fe hebrea y, luego, con el cristianismo.
Otros indicios de la creencia en el campo sobrenatural maligno y la rebelión cósmica que sustentaba el pueblo judío se encuentran a través de todo el Antiguo Testamento. La serpiente como símbolo de un ser o seres espirituales malignos se menciona muchas veces (Génesis 3.1–24; Job^<1034,Times New Roman>Job 3.8; 41.1; Salmos 74.14; 104.26; Isaías 27.1).13 Se habla de los espíritus malos unas ocho veces, siempre en relación con la posesión demoníaca de Saúl (1 Samuel 16.14–23; 18.10; 19.9). Seis veces se mencionan espíritus mentirosos (1 Reyes 22.21–23). Dichos versículos deben estudiarse a la luz de todo el contexto, empezando desde el primero. También se hace referencia seis veces a espíritus de adivinación (Levítico 20.27; 1 Samuel 28). Algunas versiones inglesas traducen la expresión hebrea «tener espíritu de adivinación» (o un espíritu familiar) por «ser médiu».
Al menos una vez, en Isaías 19.13–14, se hace referencia a espíritus inmundos perversos (en la Reina Valera, revisión de 1960, «espíritu de vértigo»). John D.W. Watts, en su excelente comentario sobre Isaías, interpreta el término como «espíritu de distorsión».14 Es discutible si se trata de un mal personificado o simplemente de una atmósfera de confusión. No obstante, los falsos consejos y planes de Egipto llegaron mediante adivinación. De modo que ambos significados podrían ser ciertos.
También se mencionan varias veces los espíritus de prostitución religiosa y física. Las referencias más frecuentes se encuentran en Oseas, asociadas a la idolatría, la adivinación y el baalismo. Al menos cuatro veces se habla de los demonios identificándolos exactamente con los dioses y los ídolos de las naciones paganas (Levítico 17.7; Deuteronomio 32.17; 2 Crónicas 11.15; Salmo 106.19–39; 1 Corintios 10.20–21). Y en los libros históricos, los Salmos y Daniel se menciona a los espíritus malos que gobiernan sobre territorios y naciones, y luchan tanto contra los ángeles como contra el pueblo de Dios. El pasaje más conocido es Daniel 10.10–21.15
Preguntas clave
De la lectura de estos pasajes surgen al menos cuatro preguntas importantes:
1.     ¿De dónde proceden esos seres cósmicos, sobrenaturales, creados y perversos?
El Antiguo Testamento es enfático en cuanto a que no son dioses verdaderos (Génesis 1.1, Isaías 45.5–6; 21–23) y también respecto a que Dios no creó seres malos. Todo lo que hizo lo declaró «bueno» (Génesis 1–2). De alguna forma, entonces, aquellas criaturas se convirtieron en malas mediante una rebelión cósmica que aún tiene unos efectos devastadores sobre toda la creación.
2.     ¿Por qué siempre se revelan como enemigos del Señor, de la humanidad en general y del pueblo de Dios en particular?
3.     ¿Por qué tratan incesantemente de resistir los propósitos de Dios, corromper su creación, contaminar y seducir a su pueblo, atormentar, afligir y destruir a la humanidad entera? ¿Qué finalidad persiguen con ese mal?
4.     ¿Cómo es que siendo enemigos de Dios, a la vez están sujetos fundamentalmente, a la voluntad divina? En otras palabras: ¿Cómo es que Dios los utiliza para que se derroten a sí mismos y realzar así dimensiones profundas y misteriosas de los propósitos soberanos divinos? (Génesis 3.1; 1 Samuel 16.14; 18.10; 19.9; 1 Reyes 22.20–22; Isaías 19.13–14)
El Antiguo Testamento insinúa que esos seres invisibles, perversos, sobrenaturales, cósmicos y creados son criaturas angélicas caídas. En algún lugar o momento, evidentemente antes de la creación de la humanidad, fueron guiados a la rebelión contra el señorío de Dios por un ángel, tal vez poderoso, llamado Lucifer. Los pasajes de Job 4.18 e Isaías 24.21 parecen indicarlo así y también Isaías 14.12–17 y Ezequiel 28.11–19 se utilizan a menudo para referirse a la rebelión cósmica. Aunque hay razones para dudar de esta interpretación secundaria tradicional (todos concuerdan en que el sentido principal tiene que ver con el rey de Babilonia y el dirigente de Tiro), la misma es consistente con el cuadro que presenta la Biblia de Satanás y sus ángeles caídos.
Sin embargo, cuando llegamos al Nuevo Testamento, dicho cuadro aparece mucho más claro. No se nos deja con meros atisbos de aquella rebelión cósmica, sino que se declara que en verdad ocurrió. Desde los Evangelios hasta el Apocalipsis nos enfrentamos a una guerra espiritual tanto en los cielos como en la tierra. El Nuevo Testamento comienza con el abierto enfrentamiento del campo sobrenatural perverso con el Hijo de Dios. En el primer capítulo de Marcos, Jesús confronta a Satanás en su tentación de los cuarenta días en el desierto (vv. 12–13). Y habiendo vencido en esa inicial y, en muchos aspectos decisiva batalla, el Señor comienza su ministerio públi
La resistencia demoníaca interrumpe Su ministerio en la sinagoga. Jesús silencia y despacha rápidamente a los airados y temerosos espíritus (1.21–26). En el mismo capítulo, a la mañana siguiente antes de que saliera el sol, vemos a Cristo confrontando y expulsando demonios hasta bien entrada la noche (1.29–34). Al otro día, después de su intensa actividad nocturna de liberación, empieza su ministerio itinerante. Visita las sinagogas de una ciudad tras otra. Y Marcos nos cuenta que en ellas Jesús realizaba una doble actividad: «predicaba … y echaba fuera demonios» (Marcos 1.39). ¡Increíble! ¡Un mundo de conflicto espiritual!
Y cuando comienza el relato de Juan, por primera vez la Escritura nos habla claramente del origen del mal. En Juan 8.44, Jesús explica que empezó con Satanás. También nos dice que ha venido a atar al diablo, a romper su poder y a liberar a los que Satanás mantiene cautivos (Lucas 4.11–19; Mateo 12.22–29). Jesús revela que Satanás es el gobernante de un poderoso reino de maldad y que tiene sus propios ángeles perversos, como Dios los suyos santos (Mateo 25.41). En seguida descubrimos que son los mismos espíritus demoníacos que atan y oprimen a los hombres (Mateo 12.22–29; Lucas 13.10–16; Apocalipsis 12.4–17; 13.1).
Niveles de autoridad en el reino satánico
A medida que el Nuevo Testamento va sacando a la luz el campo sobrenatural maligno, descubrimos que hay diferentes grados de autoridad en el reino de Satanás (Efesios 6.12 y Mateo 12.24–45; Marcos 5.2–9). Además, los demonios, espíritus malos y ángeles caídos (términos sinónimos en este libro) parecen pertenecer al menos a cuatro categorías distintas y no a tres como a menudo se afirma.
En primer lugar están aquellos que tienen libertad para llevar a cabo los propósitos malignos del diablo. Habitan en los lugares celestiales (Efesios 3.10 y 6.12), pero también pueden actuar en la tierra. Estos espíritus demoníacos afligen a la gente e incluso pueden mora en sus cuerpos (Mateo 12.43–45).
En segundo lugar están los ángeles rebeldes que ahora parece que se encuentran atados en el abismo.16 Es obvio que serán sueltos en algún momento futuro y causarán estragos en la tierra (Apocalipsis 9.2–12). Satanás y todos los demonios libres se atarán en ese mismo abismo durante el reino milenial de Cristo en el mundo (Apocalipsis 20.1).
En tercer lugar parece haber otro grupo de ángeles caídos que llegaron a ser tan malvados o fueron culpables de un crimen tan horrendo que no se les permitió estar ni en los lugares celestiales ni sobre la tierra. Están atados para siempre, no en el abismo, sino en el infierno. La palabra griega es Tártaros, incorrectamente traducida por «infierno». Vine dice que:
Tártaros[ … ] no es ni el Seol ni el Hades ni el infierno, sino el lugar donde aquellos ángeles de cuyo especial pecado se habla en ese pasaje (2 Pedro 2.4) están confinados «para ser reservados al juicio». Esa región se describe como «abismos de oscuridad».17 En realidad esos espíritus jamás serán liberados.
Parecen estar retenidos en la oscuridad hasta el día de su juicio (2 Pedro 2.4; Judas^<1034,Times New Roman>Judas 6).18
Finalmente, hay un cuarto grupo de ángeles malos que parece que de algún modo están atados en el interior de la tierra, si hemos de tomar las palabras de la Escritura de manera literal. Cuatro de ellos se mencionan como que se encuentran «atados junto al gran río Eufrates». Cuando estén sueltos dirigirán a un ejército demoníaco de destrucción contra la humanidad (Apocalipsis 9.13–21).19
Pablo dice a la iglesia de Corinto que algún día los creyentes juzgarán a los ángeles (1 Corintios 6.3). Debe tratarse de los caídos, ya que a los de Dios se les llama «santos ángeles» (Marcos 8.38). Por tanto, la evidencia de que los malos espíritus y los demonios son ángeles caídos aumenta (véase Job^<1034,Times New Roman>Job 4.18; Isaías 24.21–22).
El conflicto cósmico: Datos del futuro (Apocalipsis 12)
Apocalipsis 12 habla de un día en el que habrá una conflagración cósmica final entre los ángeles de Dios, bajo el mando de Miguel, y los de Satanás (Apocalipsis 12.7) Incluso si no se tiene una opinión futurista del Apocalipsis, este pasaje revela ciertos hechos innegables:
1.     Satanás gobierna sobre un reino de ángeles malos (vv. 3–7).
2.     Este reino sobrenatural perverso se opone a Dios y a su reino (vv. 3–7).
3.     El reino del mal es derrotado por el arcángel Miguel, quien actúa como comandante de los santos ángeles de Dios y de su ejército angelical (vv. 7–8).
4.     Satanás y sus ángeles serán (o ya han sido) destronados de su lugar de prominencia en el cielo (v. 9a).
5.     Satanás y sus ángeles serán (o ya han sido) lanzados a la tierra para traer desgracia a la humanidad (vv. 9b, 12b).
6.     El reino sobrenatural maligno es un sistema de odio intenso contra el pueblo de Dios. Hacen guerra contra aquellos «que guardan el mandamiento de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (vv. 13–17).
7.     Debido a que la actividad de esos ángeles malvados es idéntica a la de los otros malos espíritus y demonios que se ven en la Escritura, debe representar a las mismas criaturas malignas.
Incluso con esta breve panorámica, una cosa es cierta: el Nuevo Testamento declara abiertamente que en algún momento, en determinado lugar, se produjo la rebelión cósmica; en realidad un inmenso ejército de ángeles ejerció su libre albedrío para resistir a su Dios y creador. Ese ejército tiene sobre sí a un jefe, al que se describe como «el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás». El propósito de dicho ejército es engañar «al mundo entero» (Apocalipsis 12.9) y hacer la guerra a los hijos de Dios (Apocalipsis 12.13–17).
Por lo tanto, el origen del pecado fue Satanás, el diablo (Juan 8.44). Es obvio que después engañó a algunos ángeles para que le siguieran en su rebelión contra Dios.
Juntos formaron el reino cósmico del mal. Un grupo de ellos parece constituir los demonios, esos espíritus malos e inmundos que afligen a la humanidad y se oponen a la iglesia del Dios viviente. Es principalmente contra ellos a quienes se dirige la acción bélica de la iglesia.
De modo que el mal «nació» en los lugares celestiales. Ahora nos toca examinar su entrada en la experiencia de la humanidad.
1 1.     William Dyrness, Christian Apologetics in a World Community , InterVarsity, Downers Grove, IL, 1983, p. 153.
2 2.     C. S. Lewis, The problem of Pain , Fontana, Londres, 1962, pp. 1s.
3 3.     Lewis escribe en una nota a pie de página: “ … esto es, nunca se hace en los inicios de una religión. Una vez aceptada la creencia en Dios, a menudo aparecen naturalmente las teodiceas que explican o justifican las miserias de la vida
4 4.     E. S. Brightman en la Encyclopedia of Religion, Vergilius Ferm, ed., The Philosophical Librar, Nueva York,
5 5.     Jeffrey Burton Russell, Satán: The Early Christian Tradition , Cornell University Press, Ithaca, NY, 1987b, pp. 51ss.
6 6.     Russell, p. 53.
7 7.     Al lector que desee estudiar el problema del mal y la teodicea en mayor detalle, le recomendaría la siguiente bibliografía: William Dyrness, Christian Apologetics in a World Community; S. Paul Schilling, God and Human Anguish , Abingdon, Nashville, 1977, M. Scott Peck, The People of the Lie: The Hope for Healing Human Evil , Simon and Schuster, Nueva York, 1983 y Edward J. Carnell, An Introduction to Christian Apologetics , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1948.
8 8.     Como más tarde veremos, la Biblia fue escrita para una gente plenamente familiarizada con el mundo espiritual y la existencia de un diablo, ángeles caídos y demás seres cósmico-espirituales perversos. Ya que su realidad era universalmente aceptada, no se necesitaba demostrar o explicar su origen, existencia o participación en los asuntos humanos. La revelación Bíblica acerca del sobrenaturalismo maligno simplemente construye sobre lo que ya se sabía, lo corrige y lo amplía. Véase Merrill F. Unger, Biblical Demonology , Scripture Press, Chicago, 1955 y Jeffrey Burton Russell, The Devil: Perceptions of Evil from Antiquity to Primitive Christianity , Cornell University Press, Ithaca, NY 1987).
9 9.     Para un estudio más amplio, véase Russell, Devil, pp. 174–220. Este libro proporciona un trasfondo valioso para la interpretación del sobrenaturalismo maligno predominante tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos.
10 10.     W. E. Vine, An Expository Dictionary of the New Testament Words , Oliphants, Londres, 1953, pp. 278 y 279.
11 11.     No utilizo la palabra «exorcismo» para referirme al ministerio de los cristianos de expulsar demonios de las vidas de personas, sino más bien «liberación» u otros términos parecidos. Exorcismo lleva implícita la idea de magia, encantamientos y otras prácticas no bíblicas de este tipo.
12 12.     Merrill F. Unger, Demons in the World Today , Tyndale, Wheaton, MI, 1971, p. 10. Los tres libros de Unger (véase bibliografía) son importantes para comprender el mundo de los espíritus en las culturas de la Biblia.
13 13.     Véase H. L. Hellison, «Leviathan», en ZPEB, Merrill C. Tenney, ed, Zondervan, Grand Rapids, MI 1977, 3:912.
14 14.     John D. W. Watts, Isaías 1–33, WBC, Word, Waco, Texas, 1985, p. 251.
15 15.     El surgimiento repentino de una fuerte oposición entre algunos evangélicos al intento actual de comprender la actividad de dichos espíritus malos y de guiar al pueblo de Dios a una batalla contra ellos me confunde. Afortunadamente para Daniel, esa oposición no existía en su época o él la pasó por alto.
16 16.     El uso de términos como «abismo», «abismo sin fondo» o «profundidades» para describir los infiernos y la morada de algunos demonios es muy confuso en el Nuevo Testamento. Muchas versiones traducen la misma palabra griega ábyssos de diferentes maneras. Vine dice que ábyssos es un adjetivo «utilizado como nombre para indicar el abismo. Es un compuesto de a, intensivo y byssos, una profundidad». Y continúa: « … describe una inconmensurable profundidad, los infiernos, las regiones más bajas, el abismo del Seol». Su referencia en Lucas 8:31 y Apocalipsis (se usa siete veces en ese libro) «es a las regiones más bajas como morada de los demonios (yo la calificaría como de “algunos demonios”), de donde pueden ser soltados, Apocalipsis 9.1, 2, 11; 11.7; 17.8; 20.1, 3» (Vine 1:142; véase también W. L. Liefeld, «Abyss», en ZPEB 1:30–31)
17 17.     Vine 2:213. Véase H. Buis. «Hell». en ZPEB 3:114–117.
18 18.     No todo el mundo estará de acuerdo con esta última afirmación. En realidad, yo mismo no estoy seguro de que tal sea la interpretación correcta de 2 Pedro 2.4 y Judas 6. Véase el capítulo 6 donde trato de forcejear con estos difíciles pasajes.
19 19.     Esa sería la interpretación escatológica premilenial de estos versículos. Para aquellos que tienen otras opiniones en cuanto a la escatología, aún queda la idea de un derramamiento futuro de sobrenaturalismo malo antes de la segunda venida de Cristo.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

4
Rebelión en los lugares celestiales y en la tierra
¿Cómo pudo surgir el pecado en un reino de completa pureza, es decir, en el Reino de Dios? ¿Cómo pudieron pecar los ángeles puros? Las Escrituras no intentan en ninguna parte explicar cómo o por qué Satanás y los ángeles fueron creados con la capacidad de pecar, ni tampoco de qué manera o por qué causa fueron los seres humanos hechos con esa misma capacidad. Estos son sólo dos de una serie de datos que proporciona la Biblia.
Por dato entiendo un factor o suceso que registra la Escritura sin explicación alguna. El primero y más importante de toda la Biblia se encuentra en Génesis 1.1: «En el principio … Dios … » No se intenta explicar la existencia divina, simplemente se afirma. El segundo en importancia lo tenemos en el mismo versículo: « … creó … los cielos y la tierra». Tampoco se da ninguna explicación del momento o del modo en que se efectuó la creación original. El tercer gran dato se encuentra en el siguiente versículo: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo» (v. 2a).
En el versículo 1 se mencionan los cielos y la tierra. A partir del versículo 2 la atención se centra exclusivamente en la tierra. No se da ninguna explicación acerca del desorden, el vacío o las tinieblas. Los seis días de la creación (o de la recreación) que siguen son también datos.1 Y lo mismo sucede con el pecado tanto de los ángeles como de los hombres. Se trata de datos.
La siguiente explicación proporciona una respuesta parcial (la que creo, como muchos comentaristas bíblicos).2 Dios es el único ser no creado del universo. Como eterno, no tiene principio ni fin. Existe pero no fue creado. Está ahí, pero jamás tuvo un comienzo. Siempre fue, es y será. Por lo tanto, Él y sólo Él es absolutamente perfecto. Tiene mente perfecta. Sabe todas y cada una de las cosas. Sus emociones son perfectas. Lo que siente es siempre lo que debería sentirse. Tiene voluntad perfecta. Siempre elige lo correcto. Ciertamente, por su propia definición como perfecto, no puede escoger el mal, no puede pecar.
Sin embargo, todas las criaturas son imperfectas. Por definición Dios no puede crearse a sí mismo. Sólo puede formar seres que sean inferiores a Él y, por lo tanto, imperfectos. La criatura jamás puede igualar al Creador. Por el mero hecho de hacer criaturas a su imagen y semejanza, Dios crea seres con mente, emociones y voluntad semejantes a las suyas.3 Por definición no puede hacer criaturas a su propia imagen y semejanza que no sean libres para pensar, sentir y elegir por sí mismas.
Además, las criaturas no pueden ser hechas a la imagen y semejanza de Dios y, al mismo tiempo, ser programadas para hacer sólo la voluntad de su creador. Paul Schilling, en su excelente libro God and Human Anguish [Dios y la angustia humana], expresa que si eso hubiera ocurrido,
aunque todos los participantes pudieran pensar que eran libres, no lo serían en realidad, y aunque fueran superficialmente felices, serían incapaces de tomar sus propias decisiones o de llegar a tener relaciones auténticamente sensibles con otras personas[ … ] Les faltaría cualquier valor intrínseco, ya que todos serían robots viviendo de forma inconsciente su destino predeterminado en un enorme y organizadísimo sistema[ … ] Ese arreglo concebiría a Dios como el hipnotizador supremo, cuyos súbditos cumplirían de manera inconsciente y estricta las órdenes que se les diera durante la hipnosis[ … ] el concepto de seres humanos [y ángeles] creados para escoger siempre lo bueno se contradice a sí mismo.
Si eran realmente libres, no podía haber garantía alguna de que siempre fueran a escoger lo correcto, mientras que si hubieran estado constituidos de tal manera que se excluyera la elección, no serían libres. (Énfasis del autor.)4
Además, la libertad de opción no comprobada es mera teoría y no realidad. Así que, tanto los ángeles como la humanidad tenían que hacer frente a la elección entre obedecer a Dios o desobedecerle.
El Dr. Scott Peck, siquiatra americano, cuenta en su libro People of the Lie [El mundo de la mentira] cómo se convirtió a Cristo. Él también forcejea con el problema del mal.5
Para crearnos a su imagen, Dios nos concedió libre albedrío. De otro modo hubiéramos sido marionetas o huecos maniquíes. Sin embargo, con el objeto de darnos libre albedrío, tuvo que renunciar al uso de la fuerza con nosotros. No somos libres de elegir si tenemos una pistola en la espalda … En la angustia, él tiene que ponerse a un lado y dejar que seamos nosotros mismos. (énfasis mío.)
También a Lucifer (si es que ese era su nombre) y a los ángeles se les dio libertad de elección. En el reino celestial todos los ángeles fueron sometidos a la prueba de la obediencia. Aunque el relato de esa prueba no aparece en ningún sitio, está implícito en todas partes. Aquellos que resistieron al engaño del ángel caído, probablemente Lucifer (Isaías 14.12),6 fueron confirmados en santidad. Se les describe como «los santos ángeles» (Marcos 8.38) y los «ángeles escogidos» (1 Timoteo 5.21). Por el contrario, los que fueron engañados y siguieron al rebelde Lucifer están ahora, como su señor, confirmados en su iniquidad. Según las Escrituras, no hay provisión alguna para ellos de redención.7
La experiencia con los demonios confirma este hecho. Ellos odian a Dios y jamás se arrepentirán o buscarán su perdón, aunque reconozcan con terror que están destinados al lago de fuego. Se hallan realmente confirmados en la maldad.8 El hecho de que la rebelión en el cielo se originara con el conflicto inicial de un ser angélico, Satanás o el diablo, parece cierto. A través de toda la Escritura se revela como único propiciador del mal y de la tentación (Juan 8.44; Lucas 4.1–13). Además, siempre se considera al diablo como señor de un ejército angélico sobrenatural maligno (Mateo 25.41; Apocalipsis 12.3–17). Es su cola la que arrastró «la tercera parte de las estrellas del cielo, y las lanzó sobre la tierra» (Apocalipsis 12.4). (Tal vez esas estrellas representan ángeles.9) Aparece al mando de «principados … potestades … gobernadores de las tinieblas de este siglo … huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Efesios 6.12).
Dos clases de mal en la tierra
Esta rebelión cósmica alcanzó a la tierra poco después de la creación del hombre y el mal que produjo afectó al universo en dos niveles: el natural y el moral.
Edward J. Carnell define el mal natural como «todas esas frustraciones de los valores humanos que son perpetradas, no por la libre acción del hombre, sino por los elementos naturales del universo, tales como la furia del huracán o la devastación de los parásitos».10
Seguidamente, Carnell cita al poeta John Mills:11
Matar, el acto más criminal reconocido por las leyes humanas, es algo que la naturaleza comete una vez con cada ser viviente y, en una gran proporción de casos, después de prolongadas torturas como sólo los mayores monstruos, acerca de los cuales hemos leído, infligieron intencionadamente a otras criaturas vivas semejantes a ellos[ … ] Empala a los hombres, los rompe como el tormento de la rueda, los echa a las fieras para ser devorados, los quema, los aplasta con piedras como al primer mártir cristiano, los mata de hambre, los hiela de frío[ … ] Todo esto lo hace la naturaleza con el más arrogante desdén tanto por la misericordia como por la justicia, descargando sus saetas, indistintamente, sobre los mejores y más nobles, y sobre los peores y más perversos.
Carnell continúa con algunas palabras acerca de un mal que se cuenta entre los mayores, la muerte. Habla de su crueldad, que golpea tanto al bueno como al malo con indiscriminación ciega. Y comenta que:
[ … ] la razón por la cual el mal natural es un problema cristiano es que el cristianismo enseña, no sólo que toda la naturaleza fue en un principio creada por el Altísimo y declarada buena por Él, sino que el movimiento presente de todas las cosas está guiado y guardado por el muy vigilante ojo «del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad» (Efesios 1.11).
¿Puede el cristiano andar por los atestados pasillos de un hospital infantil o tropezar con los escombros dejados por la devastadora potencia de un huracán sin sentir la fuerza de aquellas palabras de Job? «Mas yo hablaría con el Todopoderoso, y querría razonar con Dios» (Job 13.3).12
La Biblia, de ninguna manera guarda silencio sobre el mal natural. Desde el Génesis hasta el capítulo 22 del Apocalipsis, a través de todo el relato bíblico, esta clase de mal ocupa un lugar prominente, sólo superado por su gemelo más destructor, el mal moral. Sin embargo, la Escritura no intenta explicar el mal natural fuera del contexto del mal humano moral. No dice nada acerca de la existencia del mal natural en el universo antes del nacimiento del mal moral en la experiencia humana.
Carnell define el mal moral de la siguiente manera: «Incluye todas las frustraciones de los valores humanos perpetradas, no por los elementos naturales del universo, sino por la libre acción del hombre». En sus definiciones, tanto del mal natural como del moral, Edward J. Carnell se limita en especial a la relación entre el mal y la humanidad.13
Difiero de Carnell en que veo el mal como anterior al hombre, existente antes de su caída. En la Escritura se introduce el mal humano desde el contexto del mal prehumano cósmico. Sin embargo, el enfoque antropocéntrico de la Biblia omite sin embargo referencias directas a la existencia de mal natural en los cielos o en la tierra antes del pecado del hombre. ¿Hubo acaso una creación moral terrena anterior a Adán que sufriera una caída similar a la registrada en Génesis 3? ¿Es correcta la teoría de la laguna histórica que afirma que entre los versículos 1 y 2 de Génesis capítulo 1 se produjo un pecado preadámico en la tierra?14 ¿Hubo muerte física en el universo o en la tierra antes de la caída del hombre? ¿Existía el actual desorden dentro de la armonía de los cielos antes de la creación y la caída del ser humano?
Las Escrituras guardan silencio sobre estos y otros temas parecidos referentes al mal natural. Además, no vamos a la Palabra de Dios en busca de respuestas a las cuestiones básicas planteadas por las ciencias naturales aparte de la declaración: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Génesis 1.1). Sin embargo, la Biblia indica con claridad que la caída de la humanidad y el presente gemir de la naturaleza están íntimamente relacionados. En uno de los principales pasajes cosmológicos de la Escritura, Pablo afirma que:
[ … ] la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo (Romanos 8.20–23).
Teniendo esto en mente, el apóstol presenta su razonamiento cosmológico con las siguientes palabras: «Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios» (v. 19).
¿Por qué? Porque la redención completa de la humanidad, que sólo ocurrirá cuando tenga lugar la de nuestros cuerpos (v. 23), transformará la creación física entera. Entonces, y sólo entonces, el mal natural quedará destruido para siempre.
El apóstol Pedro declara que en determinado momento, coincidiendo quizás con la redención o poco después de la redención de nuestros cuerpos a la que Pablo también hace referencia, «los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos[ … ] Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia» (2 Pedro 3.10–13).
Y todo esto concuerda con las palabras de Juan en Apocalipsis:
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido (Apocalipsis 21.1–2).
El resultado será la destrucción eterna y casi completa del mal natural y moral de la creación de Dios y de la experiencia de la humanidad. Digo «casi» porque la excepción misteriosa es el infierno o lago de fuego.15 Cualquiera que sea la idea que iuno tenga respecto a ese infierno, se trata de un «lugar» que existe. Jesús dice que el infierno está hecho «para el diablo y sus ángeles» (Mateo 25.41), y advierte a los hombres que ellos también irán allí si continúan viviendo en desobediencia a Dios (Mateo 5.21–22, 27–30).16
Pablo describe ese lugar de eterno mal como un sitio donde los hombres «sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tesalonicenses 1.9), un castigo reservado para aquellos «que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (v. 8). Juan presenta el infierno como un «lago de fuego y azufre» al que serán arrojados el diablo y sus servidores para ser «atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 20.10). Y añade: «Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego» (vv. 14–15).
Un cuadro horrendo, gráfico y aterrador del mal eterno. El lago de fuego es obviamente el concepto paralelo de los nuevos cielos y la nueva tierra de felicidad eterna, de ausencia perpetua de mal. ¡Misterio de misterios!
La Rebelión Cósmica Se Hace Terrenal
Con la entrada de la humanidad en el conflicto entre los dos reinos, la antes exclusiva rebelión cósmica se convierte en una contienda cósmico-terrenal.
El relato histórico-gráfico aparece en Génesis 3.1–24.17 La historicidad de la caída es confirmada por pasajes de la Escritura tales como 2 Corintios 11.3 y Apocalipsis 12.7–9. También Pablo, en Romanos 5 y 1 Corintios 15, utiliza el hecho histórico del pecado de Adán en conexión con la actuación redentora de Jesús en la historia como último Adán y segundo hombre. Afirmo que Génesis 3 es un relato gráfico a causa del vivo simbolismo empleado para describir los acontecimientos históricos. Las verdades más importantes de la historia son precisamente reales e históricas, si uno admite el simbolismo del pasaje como si siguiéramos un literalismo estricto.18
Lecciones de Génesis 3
Considero que Génesis 3 es el pasaje más importante sobre la guerra espiritual de todo el Antiguo Testamento. Más tarde nos ocuparemos en detalle del mismo, pero tres de las numerosas lecciones que pueden extraerse de este relato contribuyen a aclarar lo que estamos analizando.
1.     La humanidad fue guiada a la rebelión contra el gobierno de Dios por un ser maligno y sobrenatural que ya existía. En el simbolismo de la historia, ese ser se presenta como una serpiente, un animal, parte de la creación buena de Dios.19 No tiene aquí ninguna importancia si el animal físico que conocemos hoy como serpiente es la criatura que aparece en ese pasaje. El punto principal de la historia es que la humanidad fue engañada e inducida a desobedecer a Dios por un sabio pero maligno ser ya existente.
Este ser demuestra su perversa sabiduría disfrazándose para que la mujer no esté consciente de su malignidad. Eva piensa que está hablando con una criatura conocida, parte de la buena creación de Dios. Luego, Satanás la lleva a una discusión acerca de Dios y de las limitaciones que les ha impuesto a ella y a Adán en el huerto. Hasta ese momento, Eva sólo había visto el lado positivo de su estado edénico, pero el diablo despierta en su mente la percepción del lado negativo, lo que ella y Adán no pueden hacer en el huerto. El engaño iba dirigido contra su mente, que por definición incluye también sus emociones y voluntad.
2.     Él engaña a la pura pero inexperta mujer. Escoge con cuidado sus palabras para hacer que absorba los pensamientos que le sugiere. Esta sutil transición confunde la mente de Eva y deforma su visión de la realidad. No es capaz de rechazar las falsedades que se están fijando en su cerebro y acepta las mentiras y verdades a medias que escuchacomo si fueran la verdad real.
3.     Como había sido una criatura sin pecado, la serpiente (Satanás) nota cuándo la forma de pensar de la mujer se distorsiona. Conoce en qué momento está lista para aceptar en su mente una negación directa de la Palabra de Dios y una tergiversación de sus motivos: «No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (vv. 4–5). Eso era lo que se necesitaba. Ahora el engaño es completo. La mente de Eva abraza los pensamientos de Satanás y la mujer ve el árbol prohibido desde una perspectiva nueva y equivocada en su totalidad. El diablo ha despertado en su interior emociones que nunca antes había conocido. Ahora ve, siente deleite, desea y toma el fruto de su engaño.
El pecado ha nacido. Y según su naturaleza jamás quedará solo. Siempre busca compañía. De modo que Eva disfruta de inmediato con su esposo, Adán, los placeres recién descubiertos. Es obvio que no hay todavía en su aspecto evidencia visible del pecado. Adán ejerce su libre albedrío y come del fruto prohibido, desobedeciendo la Palabra de Dios. Ahora se cumple el propósito del engaño de Satanás y el jefe de la nueva creación de Dios cae.
Consecuencias del primer engaño terrenal
Una de las principales consecuencias de esto es la contaminación de la nueva creación divina. El deleite de Satanás alcanza su cenit. No sólo ha logrado engañar a la creación angélica de Dios, sino también corromper su creación terrena.
En segundo lugar, la rebelión cósmica se ha convertido en un conflicto cósmico-terrenal. La humanidad se ha unido a los ángeles caídos rechazando la voluntad revelada de Dios. La historia, tanto cósmica como terrena, jamás será la misma.
En tercer lugar, la humanidad no sólo participa del conflicto entre los dos reinos, sino que también se convierte en el ente central en torno al cual gira. De este modo, el género humano, tanto por naturaleza como por elección, pertenece al reino de Satanás (Lucas 4.5–6; Juan 12.31; 14.30; 16.11; Hechos 26.18; Efesios 2.1–3; Colosenses 1.13). Sin embargo, Dios, movido por su amor soberano, su misericordia, su compasión y su gracia (Efesios 2.4–9; cf. 1.13–14), ha actuado para proporcionar una redención plena a toda la humanidad (Juan 3.16; 2 Corintios 5.18–21; 1 Juan 2.1–2).
El enemigo de Dios, después de engañar a la raza humana para que le siguiera en su independencia de la voluntad divina, se convierte en su enemigo mortal, y por medio de sus huestes demoníacas resiste al programa de redención del Señor para la humanidad. Satanás no quiere que la gente oiga u obedezca el evangelio del amor de Dios. Hace cuanto está en su mano perversa para oponerse a la extensión del evangelio a las naciones (Mateo 13.19, 25–30; Hechos 5, 8, 13, 19; 2 Corintios 4.3–4; 11.3–4, 13–15; 1 Tesalonicenses 2.18; 3.5; Apocalipsis 2–3; 12.17–13.7).
La batalla se centra en la humanidad. Satanás engañó y esclavizó a toda la raza; Dios la ha redimido en potencia (2 Corintios 5.18–19; 1 Juan 2.1–2). Lo único que falta es la respuesta de la gente al amor redentor de Dios. La meta del diablo es que no responda al mismo, lo cual intenta conseguir mediante el engaño continuado.
El evangelio se predica en este contexto de pecado y engaño. El Espíritu de Dios convence a la gente de pecado, justicia y juicio (Juan 16.18). El enemigo contraataca para mantenerla en esclavitud constante (Mateo 13.19; 2 Corintios 4.3–4). De este modo, repetimos, la humanidad en cierto sentido no sólo participa en el conflicto entre los dos reinos, sino que es el personaje central a cuyo alrededor gira el mencionado conflicto. Basándose en la carne humana pecadora activada por este mundo maligno, Satanás asalta la mente del hombre y de la mujer con mentiras continuas. La gente, así engañada, se convierte a su vez en engañadora (2 Timoteo 3.13) y difunde las mentiras del diablo a escala mundial al asumir inconscientemente la naturaleza de su mortal enemigo.
1 1.     Bernard Ramm forcejea con estos días de la creación en su excelente libro The Christian View of Science and Scripture , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1954, pp.173–228. Y lo mismo hace Gordon J. Wenham, Génesis 1–15, WBC , Word, Waco, Texas, 1987, pp. 1–40.
2 2.     Si desea examinar un bosquejo de otras respuestas parciales sugeridas, vea Paul S. Schilling, God and Human Anguish , Abingdon, Nashville, 1977.
3 3.     Para un tratamiento de la creación de los ángeles a imagen de Dios, véase C. Fred Dickason, Angels, Elect and Evil , Moody, Chicago, 1957, p. 32.
4 4.     Schilling, pp. 206, 209.
5 5.     M. Scott Peck, People of the Lie , Simon and Schuster, Nueva York, 1983, p. 204.
6 6.     Digo “probablemente” porque no hay prueba escritural de que Isaías se estuviera refiriendo a la caída de una criatura angélica llamada Lucifer, es decir “Estrella Diurna” (Lucero en castellano), que más tarde se habría de convertir en Satanás. Véase N. Green, “Day Star”, en ISBE, Geoffrey W. Bromiley, ed., Grand Rapids, Eerdmans, MI, 1989, 1: 879. La creencia de que este pasaje se refiere a la caída de alguien que después se llamaría Satanás o el diablo está basada en la tradición, no en la exégesis bíblica.
7 7.     Véase Dickason, pp. 30–32, 39–42; también Hebreos 2:9–18.
8 8.     Merrill F. Unger, Biblical Demonology , Scripture Press, Chicago, 1955, pp. 62–76.
9 9.     Véase Robert H. Mounce, The Book of Revelation, NICNT, Eerdmans, Gran Rapids, MI, 1977, pp.191–193, en cuanto a la interpretación de las estrellas como personajes angélicos.
10 10.     Edward J. Carnell, An Introduction to Christian Apologetics , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 194), p. 280
11 11.     Ibid. pp. 280 y 281.
12 12.     Ibid, pp. 281 y 282.
13 13.     Ibid, p. 282.
14 14.     Ramm, pp. 188, 189, 195–210.
15 15.     Véase H Buis, «Hell» en ZPEB, Merrill C. Tenney, ed,. Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977, 3: 114–117.
16 16.     Para un análisis popular del infierno, véase «The Rekindling of Hell», U. S. News and World Report (28 de marzo de 1991), 56s.
17 17.     Además del estudio de Génesis 3 que aquí se hace, los capítulos 6, 7, 27–29 son también importantes. Toda la revelación bíblica referente a la actividad del sobrenaturalismo malo en la guerra del creyente contra el pecado descansa sobre las verdades expuestas en Génesis 3.
18 18.     Aunque no acepto todas sus conclusiones, creo que el estudio de Gordon J. Wenham titulado Génesis 1–15 es extraordinario en su reverente y al mismo tiempo erudito repaso de las opiniones contradictorias que existen sobre Génesis en general y Génesis 3 en particular ,WBC , Word,Waco, Texas, 1987.
19 19.     Ibid, pp. 72–81.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

5
La fuente de toda rebelión
Cuando los mentirosos dicen la verdad
Aunque todos los demonios son mentirosos, al igual que su señor Satanás, puede obligárseles a decir la verdad. Primero, ellos jamás mienten a Jesús. Y segundo, se les puede hacer que confiesen el engaño al que les sometió Satanás y su subsiguiente rebelión contra Dios, como ilustra el incidente que vamos a relatar.1
Con el permiso de la víctima endemoniada, realizaba una liberación como sesión didáctica para un grupo de observadores sinceros aunque algo incrédulos. Pocos días antes, mi esposa Loretta, Bárbara mi hija menor y yo, con la ayuda de unos pocos intercesores, habíamos comenzado dicho proceso de liberación, y sabíamos que aun quedaban más demonios por expulsar de la vida de la víctima.
Intencionadamente entré en un diálogo controlado con uno de aquellos demonios, más allá de lo que es normal y suele ser apropiado. Permití a los espíritus malos utilizar las cuerdas vocales de la víctima y hablar en voz alta.2 Me enfrentaba a un demonio llamado Miedo.3
—¿Cuánto tiempo hace que existes? —le pregunté.
—Siglos.
—Te rebelaste contra Dios, ¿verdad?
—Sí.
—¿Por qué lo hiciste?
—Nos engañaron.
—¿Quién os engañó? ¿Satanás?
—Sí.
—Sin embargo, dices que le amas.
—Tenemos que hacerlo.
—Él es el Príncipe de las tinieblas. ¿Sabes adónde va?
—Fuimos traicionados.
—Entonces traiciónale tú. ¿Quieres hacerlo?
—No.
En el único relato que hace Hechos de un encuentro cuerpo a cuerpo con liberación en el que se registra una declaración de los demonios, ellos dicen la verdad: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación» (Hechos 16.17).
Es evidente que a menudo los demonios se ven obligados a decir la verdad en presencia de una autoridad espiritual más alta (Lucas 10.17–19; Efesios 2.6; 3.10). Con frecuencia proclaman voluntariamente la verdad acerca de Dios, de Jesús y la derrota de Satanás, su señor, por Jesucristo. También pueden confesar su propio descalabro y nuestra autoridad sobre ellos durante el momento de miedo y dolor que experimentan en las sesiones de liberación. A pesar de sus desafiantes y arrogantes balandronadas, los demonios atraviesan períodos de tormento progresivo durante las reuniones de liberación que han sido preparadas cuidadosamente y con oración.
Al adquirir experiencia en el desafío y la expulsión de demonios con la autoridad del nombre de Jesús, el creyente aprende a detectar cuándo los espíritus inmundos están mintiendo, cuándo confiesan con temor la verdad y cómo obligarlos a decir la verdad. Por lo general, no entro en diálogo con los demonios durante el ministerio de liberación. Si el Espíritu Santo me guía a buscar información de un demonio, es sólo con un propósito específico y bajo ciertas condiciones. De igual manera, como siervo del Señor soy, quien tiene siempre el control. Nunca permito a los demonios que guíen el curso de la acción.
El propósito del ministerio de liberación es siempre ayudar a la víctima a librarse de la posesión demoníaca y guiarla a una vida de obediencia a Dios. Las condiciones, en cambio, pueden variar según las circunstancias. Algunas veces el tiempo es un factor decisivo y los demonios deben ser expulsados de la vida de su víctima en breve. Entonces fijo sesiones de consejo con el paciente para más adelante, las cuales a menudo implican más liberación.
En ocasiones me veo forzado a obligar a los demonios a que revelen los «lugares» (Efesios 4.27) que retienen en la vida de la víctima para expulsarlos más fácilmente. Sin embargo, esto no siempre es necesario, ya que si se llevan a cabo unas sesiones efectivas de consejería antes de la liberación, las mismas víctimas aportan por lo general esos datos. No obstante, algunas veces los lugares en cuestión pueden hallarse profundamente escondidos en la dañada personalidad de la víctima, pero los demonios los conocen y es posible obligarlos a que los revelen. Con frecuencia este proceso requiere tiempo. El consejo con vistas a la liberación no es para gente impaciente o preocupada.
En algunos casos graves de posesión demoníaca asociados con prácticas de abuso infantil extremo y a menudo con el Abuso Sexual Ritual (ASR), puede darse un desdoblamiento o una disociación de la personalidad. También la amnesia está casi siempre presente. Los demonios pueden, por otro lado, asociarse a la personalidad alternativa (véase el capítulo 59). Este tipo de liberación y sanidad constituye un género en sí mismo. Las «reglas» empiezan a formularse ahora, ya que se trata de un campo nuevo tanto para los ministerios de orientación como de liberación. La mayoría de los libros más importantes acerca de los procedimientos de liberación pasan por alto totalmente, o casi en su totalidad, esos Desarreglos Múltiples de la Personalidad (DMP)* Los procedimientos normales sugeridos a menudo no funcionan bien con esta clase de heridas de la personalidad.
Nuevamente aquí no elaboramos nuestra teología basándonos en los gritos de miedo de los demonios, pero cuando se enfrentan con la presencia del Señor entronizado en las personas de sus siervos, los espíritus malos confirman el relato bíblico referente a su relación con Satanás, el engaño a que fueron objeto, su caída y las demás dimensiones de la verdad bíblica. Están obligados a decir la verdad.
El origen del mal en Satanás
Sin embargo aún nos queda una pregunta difícil por responder. Mientras que los ángeles caídos y la humanidad fueron engañados por Lucifer (utilizaremos este nombre para Satanás antes de su caída, aunque no es seguro que se llamara así), ¿quién le engañó a él? Acabamos de retrasar un paso el molesto problema de la teodicea, al llevarlo al nacimiento del mal en el mismo Lucifer. La respuesta bíblica es clara, aunque no se explica en ninguna parte cómo pudo ocurrir tal cosa. Jesús afirma que Satanás es el padre de las mentiras porque es un mentiroso. Mintió tanto a los ángeles como a la humanidad porque está listo para mentir. Además, Jesús declara que «era homicida desde el principio» (Juan 8.44; cf. 1 Juan 3.8) ¿Qué significa esto? Según Leon Morris, «el término traducido por “principio” puede también indicar “origen” en el sentido de causa elemental[ … ] causa primera».4 Al aplicar esta verdad a Juan 8.44 obtenemos una percepción importante del asunto. Jesús está afirmando que el homicidio tuvo su origen en Satanás. Él es su primera causa.
El Señor relaciona luego ese origen con la naturaleza del diablo: «mentiroso, y padre de mentira». Y Morris conecta este homicidio con todo el género humano: «Fue a causa de Satanás que Adán se hizo mortal (Romanos 5.12). Así que el diablo se convirtió en el asesino de toda la raza humana[ … ] un “homicida”».5
Podemos llevar esta verdad un paso más atrás, al verdadero origen del asesinato por medio de la mentira. No sucedió en la tierra, sino en el reino angélico probablemente antes de la creación de la humanidad. Recuerde al demonio Miedo y su triste lamento: «Fuimos engañados (por Satanás). ¡Fuimos traicionados!» Así que el asesinato por medio de la mentira tuvo su origen en el diablo. Jesús está diciendo que Satanás fue quien engendró el asesinato y el engaño, y evidentemente esto lo hizo al inducir a un ejército de ángeles de Dios a rebelarse contra Él, provocando así la muerte de ellos, es decir, su separación eterna del Señor.
El misterio que permanece
En cuanto a cómo el mismo Satanás fue transformado de una criatura buena en ese mentiroso que luego llegó a ser el asesino de algunos de los ángeles y de toda la raza humana, la Biblia guarda un silencio completo. Y si la Escritura permanece obvia y firmemente silenciosa acerca de tales cuestiones, nosotros de igual manera haremos bien en callar.
Nuestra exposición anterior acerca del precio que Dios tuvo que pagar para hacer criaturas con libertad de elección arroja algo de luz sobre cómo pudo Lucifer convertirse en el diablo, mentiroso y asesino. Sin embargo, en última instancia se nos deja con un misterio que nuestras mentes mortales no pueden del todo sondear. En asuntos como este, hago continuamente referencia a versículos de la Escritura como los siguientes:
Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley (Deuteronomio 29.29).
Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender (Salmo 139.6).
¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le fuese recompensado? Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén (Romanos 11.33–36).
Hemos visto una y otra vez que la mentira que penetró en las mentes limpias e inocentes de Adán y Eva, y condujo a su asesinato (Juan 8.44; 1 Juan 3.8) tuvo su origen fuera de ellos mismos. No poseían ninguna inclinación interna hacia el mal ni eran independientes de Dios. No vivían en «el mundo», es decir, en la sociedad humana organizada para una vida independiente de la voluntad de Dios. Su «sociedad» era el huerto del Edén. Y, sin embargo, pecaron.
De modo que vemos cómo el pecado y la rebeldía contra el señorío de Dios no son normales para la raza humana tal y como fuimos creados. La vida humana normal debía ser de total obediencia al Señor y de una comunión ininterrumpida, pacífica e indescriptible tanto con Dios como con nuestros semejantes. En su inocencia, Adán y Eva no sentían ninguna vergüenza, ni en su íntimo trato con Dios ni en su relación de desnudez mutua (Génesis 2.25; cf. 3.7–11). Todo lo que Dios había hecho era bueno. El primer hombre y la primera mujer vivían en la cálida y pura luz de la bondad e inocencia primitivas.
El pecado y la rebelión contra Dios, dieron lugar a dos males, el natural y el moral, por consiguiente son una anormalidad que se ha convertido en normal para la humanidad. Edith Schaeffer comenta acerca de esta transición:6
Adán y Eva habían experimentado la transición de una vida en un mundo perfecto a otra en un mundo malogrado. Habían sabido lo que significaba ser «seres humanos normales» en un «mundo normal», pero eran los únicos que podrían comparar por experiencia propia lo «normal» y lo «anormal». Su decisión de hacer caso a la mentira de Satanás como si fuera verdad trajo los resultados predichos por Dios. El mundo se hizo anormal. Hemos vivido, y seguimos viviendo, en un mundo anormal. Las cosas han sido estropeadas y destruidas por Satanás, por un período histórico completo de causa y efecto.
El estudiar detalladamente Génesis 3 nos prestará un gran servicio, ya que las tácticas y la estrategia de Satanás no han cambiado desde el huerto del Edén. Saber lo que él hizo a nuestro primeros padres y cómo lo hizo nos servirá de advertencia y nos preparará para la batalla espiritual que tenemos que librar aquí y ahora.
1 1.     Diálogo de mi sesión grabada en magnetófono.
2 2.     Nuevamente debo afirmar que no tengo por costumbre permitir que los demonios utilicen las cuerdas vocales de sus víctimas en conversación. Como es natural, el procedimiento exacto depende de cada caso de liberación en particular. Por lo general se pueden tratar los casos de demonios autorizando a éstos a que hablen sólo a la mente de sus víctimas. No obstante, a veces puede ser provechoso permitir el enfoque oral como hice en este caso.
3 3.     No todos los miedos son demoníacos —lo más corriente es que no lo sean—, sin embargo los demonios parecen especializarse en causar problemas específicos en las vidas de sus víctimas. Esto es bíblico. 1 Samuel 16. 14s describe a un demonio de terror. Si se le permitiera hablar, él muy bien podría identificarse como Terror. En 1 Samuel 18.10 y 19.9, Saúl se encuentra una vez más demonizado, y los demonios que le afligen podrían llamarse muy bien Locura, Demencia, Rabia, Ira, Asesinato, Homicidio, etc. En 1 Reyes 22.22 aparece un «espíritu de mentira». Podría llamarse a sí mismo Engaño, Mentiroso, Espíritu de Engaño o Espíritu de Falsedad. En Marcos 9.25, Jesús se dirige a un demonio como «espíritu mudo y sordo». Este podría haberse identificado como Sordomudo. En Mateo 12.27, hay un demonio gobernante llamado Beelzebú (de Baal-Zebub, Señor de la Morada, o Baal-Zebul, Señor de Espíritus, —véase D. E. Aune, «Beelzebul» en ISBE , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1989, 1: 447 y 448—. En el Nuevo Testamento, a los demonios se les llama también «espíritus inmundos». Alguno podría haberse identificado como Inmundo o Inmundicia. Estas son sólo sugerencias basadas en nuestra experiencia con demonios. La historia de la Iglesia apoya también estas opiniones.
* Uso «personalidad alternativea» y «Desarreglos Múltiples de la Personalidad» (DMP) en la mayor parte de este libro, debido a que son términos que con frecuencia emplean los consejeros, tanto cristianos como seculares, al referirse a las disociaciones extremas de la personalidad. Para los términos que prefiero véase la nota 1 del capítulo 59.
4 4.     Morris, pp. 463 y 464.
5 5.     Leon Morris, The Gospel According to John, NICNT , Eerdmas, Gran Rapids, MI, 1977, p. 73.
6 6.     Edith Schaeffer, Affliction , Hodder and Stoughton, Londres, 1984.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

6
Comienza la guerra cósmico-terrenal
Génesis 3
El enfoque más importante en la guerra espiritual, tal y como la experimenta la humanidad, comienza con Génesis 3. No intentaré hacer un análisis profundo de las cuestiones críticas que a menudo se suscitan sobre este relato. Como ya he dicho con anterioridad, Génesis es tanto una narración histórica como gráfica de la caída de la humanidad. Sucedió de la misma manera como se cuenta. Hubo en realidad un Adán y una Eva históricos, que no sólo fueron los primeros seres humanos creados a imagen de Dios, sino que representan también a toda la raza humana. Su transgresión, en particular la de Adán como cabeza de la humanidad, se considera en la Escritura como la caída del género humano (Romanos 5; 1 Corintios 15).1
Los misterios del relato de Génesis 3 han inquietado a los expertos bíblicos, tanto judíos como cristianos, durante siglos.2 El príncipe de los comentaristas de la Escritura, Juan Calvino, escribe que la narración suscita «muchas y difíciles cuestiones».3
Moisés, el escritor de Génesis,4 comienza su historia con otro dato, la serpiente seductora que habla:
Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? (Génesis 3.1).
Tres perspectivas de Génesis 3
Parece que hay sólo tres formas principales de interpretar el papel de la serpiente en el relato de la tentación. La primera: es literalmente. La serpiente habló a Eva, y de modo indirecto a Adán por medio de ella, provocando la caída de la humanidad. La segunda: es alegóricamente. El diccionario Webster define alegoría como «la expresión, por medio de figuras y acciones simbólicas ficticias, de verdades o generalizaciones acerca de la conducta o la experiencia humana». Aquellos que tenemos un alto concepto de la Escritura podemos pasar por alto la mayor parte de la primera definición que hace Webster en lo tocante a Génesis 3. Su segunda definición, sin embargo, se adapta mejor al caso. El relato es histórico, pero está contado mediante «representación simbólica».5
La tercera forma de entender la historia es tanto literal como simbólica. Me inclino por esta interpretación histórico-gráfica (simbólica) de Génesis 3. Los acontecimientos relacionados con Adán y Eva en realidad ocurrieron de la forma que Moisés los narra. Sin embargo, hace uso del simbolismo para narrar su historia. Si el literalismo estricto es correcto, o si la interpretación alegórica es la mejor o si tenemos aquí literalismo mezclado con «representación simbólica», el relato sigue siendo el mismo. Como observa R. Payne Smith:
El punto principal de la narración es que la tentación le sobrevino al hombre desde fuera y por medio de la mujer. Las cuestiones como, por ejemplo, si se trataba de una verdadera serpiente o de Satanás en forma de reptil; si el animal habló con una voz real o no; o si el relato describe un suceso literal o alegórico, quedan mejor sin contestar.
Dios nos ha dejado el relato de la tentación y la caída del hombre, así como el de la entrada del pecado en el mundo, en la forma presente; y la manera más reverente que tenemos de actuar es extrayendo de la narración aquellas lecciones que pretende evidentemente enseñarnos sin entrar en especulaciones demasiado curiosas.6
El relato histórico de la caída se presenta, por supuesto, en forma de narración y con unas imágenes y un simbolismo vívidos. De esta manera, la verdad que la historia pretendía trasmitir se comunicaba mejor a la gente corriente de aquella época.7 No obstante, hay una cosa bastante clara a la luz del testimonio del resto de la Escritura, y es que el origen de la voz que habló a la mente de Eva por medio de la serpiente fue Satanás.
Calvino sugiere que la capacidad de la serpiente para hablar en aquella ocasión pudiera ser considerada como la primera intervención directa de Dios en el curso normal de su creación, el primer milagro.8
La serpiente no era elocuente por naturaleza, pero cuando Satanás, con el permiso divino, la tomó como instrumento idóneo para su uso, también pronunció palabras mediante la lengua del animal, lo cual Dios mismo autorizó. Tampoco dudo que Eva percibiera aquello como algo extraordinario y por eso recibió con la mayor avidez lo que admiraba[ … ] si parece increíble que los animales hablen bajo el mandato de Dios, ¿de que otro modo tiene el hombre el poder para hacerlo si no es porque Dios ha formado su lengua?
En realidad hay apoyo bíblico para algunos de los aspectos de la postura de Calvino. ¿Qué diremos si no del asna de Balaam? El relato bíblico expresa: «Entonces Jehová abrió la boca al asna, la cual dijo a Balaam: ¿Qué te he hecho, que me has azotado estas tres veces?» (Números 22.28). Resulta interesante observar que Balaam conversó con la burra y no pareció sorprendido ni temeroso por ello. Lo mismo parece haberle sucedido a Eva.9
¿No afirmó el mismo Jesús que Dios haría que las piedras hablaran de su gloria si la gente se negaba a hacerlo? Sus palabras exactas fueron: «Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían» (Lucas 19.40). ¿No puede el Dios capaz de hacer que hablen las piedras y los asnos haber permitido también que una serpiente fuera el canal de comunicación para Satanás si ello se ajustaba a su plan soberano? Naturalmente que sí, y lo hizo. Si fue mediante una comunicación audible y verbal o mediante la implantación de pensamientos en la mente de Eva es también una pregunta que no tiene respuesta fácil. Sea como fuere, el relato no cambia en absoluto.
Por último, está la cuestión de por qué Moisés no menciona la presencia de Satanás en el relato de la caída. La primera respuesta que me viene a la mente es la más obvia: Nadie puede saberlo con certeza, ya que no se da contestación. De nuevo apelo a Deuteronomio 29.29.
Lecciones acerca de la guerra espiritual en Génesis 3
Ahora bien, las principales enseñanzas de este relato en cuanto a la guerra con el sobrenaturalismo maligno comienzan a revelarse. Empezamos con el peligro que se corre en un diálogo, ya sea verbal o mental, con el diablo según sus términos. Satanás comenzó preguntando: «¿Conque Dios os ha dicho … ?» En vez de haberle silenciado, Eva contestó a su pregunta. Sutilmente, entonces, él replicó a la respuesta de la mujer y la trampa quedó tendida (Génesis 3.1–6).
Siempre resulta peligroso entrar en diálogo con el diablo según sus términos. Para todas las dudas, mentiras y jactancias que nos sugiere, nuestra respuesta debe ser la de Jesús: «Vete, Satanás, porque escrito está» (Mateo 4.10). «Escrito está» equivale a «la espada del Espíritu, que es la palabra (rhema) de Dios» de Efesios 6.17. Así es exactamente cómo trato con los demonios durante la liberación. A menudo, una vez descubiertos, los espíritus malos tienden a pasar del silencio completo a una divagadora verborrea. Deben ser silenciados con una orden en el nombre de Jesús:
No se te permite hablar a menos que te sea requerido. Hablarás lo que se te pregunte y nada más. Luego decidiré si debes hablar en voz alta o sólo a la mente de (la víctima). Seré yo quien lo determine, no tú. Esto es una conversación de un solo sentido y soy yo quien manda. Quédate callado hasta que te permita hablar.
Para aquellos que creen que no deberíamos utilizar el pronombre «yo» sino pedirle al Señor que silenciara a los malos espíritus, mi respuesta es simple y bíblica: Ese procedimiento no se enseña ni se practica en ninguna parte de las Escrituras. Parece muy piadoso, pero es erróneo.
Jesús nos da autoridad sobre el reino demoníaco. No necesitamos pedir aquello que ya se nos ha concedido. El que dicha autoridad haya sido dada a todos los siervos de Dios queda claro por el hecho de que no sólo la recibieron los doce apóstoles (Lucas 9.4), sino también los otros setenta discípulos (Lucas 10.1). Puesto que se trataba de discípulos de Jesús pero no formaban parte de la compañía apostólica, pueden considerarse representativos de todos los cristianos en general.10 Cuando los setenta volvieron de su labor de testimonio no se mostraron tímidos al referirse a la autoridad que tenían sobre los demonios, como se había manifestado en su ministerio, sino que exclamaron: «Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre» (Lucas 10.17).
Lejos de reprenderles por su «arrogancia», Jesús confirmó sus palabras y después de declarar la caída de Satanás que había contemplado en la esfera espiritual, y que estaba sin duda alguna directamente relacionada con el ministerio de ellos (v. 18), afirmó con gozo: «He aquí os doy potestad de hollar serpientes [¡interesante a la luz de Génesis 3!] y escorpiones [Apocalipsis 9.1–11], y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará» (v. 19). La autoridad, exousía, que Jesús mismo había delegado en ellos era mayor que el poder, dynamis, del enemigo. No tenían nada que temer (v. 19).
La única advertencia que les hizo el Señor fue que mantuvieran el equilibro en su vida, ministerio y prioridades. Aunque el saber que el enemigo estaba sujeto a ellos (vv. 17–18) suponía una causa de gozo, más importante era regocijarse en su relación con Dios y con su reino (v. 20).
En el único caso, fuera de los Evangelios, donde las Escrituras describen una «sesión» de liberación de demonios cuerpo a cuerpo (Hechos 16), el apóstol Pablo sigue el modelo exacto de ministerio de liberación practicado por los setenta. Al demonio que afligía a la joven esclava de Filipos, le dice: «Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella». Y Lucas escribe: «Y salió en aquella misma hora».
Dudas acerca de la bondad de Dios
Al volver a Génesis 3 observamos que una vez que Satanás engañó a Eva para que conversara con él según sus términos, atacó con sutileza la bondad de Dios: «¿Conque Dios os ha dicho … ?» Lange comenta:11
La engañosa ambigüedad de su expresión se manifiesta admirablemente por las partículas[ … ] La palabra en cuestión denota una sorpresa inquisitiva que puede tener por objeto un sí o un no, según la relación que exista. Esta es la primera característica notable en el comienzo de la tentación. Se muestra de la manera más precavida la tendencia a producir duda. Luego, la expresión apunta al mismo tiempo a despertar desconfianza y a debilitar la fuerza de la prohibición.
¿Que le está diciendo Satanás a Eva? «¿Verdad que Dios no es bueno contigo, puesto que te está negando todas los exquisitos manjares del huerto? ¿Cómo puede ser un Dios de bondad y tratarte de esta manera?»
¡Todos hemos escuchado esa voz en nuestras mentes! «¿Cómo Dios puede ser bueno y permitir que sufras? ¿Cómo puede ser bondadoso y negarte aquello que deseas de veras en lo profundo de tu ser? ¿Cómo es posible que un Dios bueno deje que tu hijo, tu esposa, tu marido, tu ser amado, muera de cáncer? ¿Cómo puede ser bueno y … ?» Añada el lector las palabras de duda que escucha a menudo en su caso en cuanto a la bondad de Dios.
Eva cometió un grave error al permitir que aquel hilo de pensamiento continuara. No pudo detenerlo en su comienzo, pero debió hacerlo antes que continuara. Se trata del mismo error que a menudo cometemos cuando nos encontramos bajo ataques demoníacos parecidos.
Satanás, por medio de sus demonios, asalta nuestras mentes con dudas; ataca nuestra fe; socava nuestra confianza en la bondad de Dios señalando aparentes inconsecuencias en su forma de tratarnos a nosotros mismos o a otros. Debemos aprender a «silenciarle» rechazando sus acusaciones contra el Señor en nuestras mentes. Es ahí donde tenemos que utilizar la espada del Espíritu, la Palabra de Dios (rhema, un versículo o una verdad particular de la Escritura, no la Biblia entera).
En seguida Eva intenta defender a Dios. Voy a parafrasear sus palabras: «No, lo has entendido mal. Podemos comer de los árboles del huerto, de todos excepto del que está en el medio». En su respuesta a Satanás es posible que el siguiente pensamiento hubiera ya comenzado a cruzar su mente: ¿Y para qué habrá tenido que poner Dios ahí el árbol prohibido? ¿Por qué plantarlo precisamente en medio del huerto donde hemos de verlo cada día? No parece justo.
Eva se metió directo en la trampa de Satanás. Si bien no sabía que estuviera hablando con el diablo, aun así su actuación fue inexcusable. Eva conocía a Dios en persona y también sabía lo que esperaba de ella: obediencia. Debería haber exclamado: «No sé quién eres o qué te propones, pero no escucharé tus dudas. ¡Calla! ¡Cómo te atreves a afrentar la bondad de mi Dios! ¡Él es Dios! ¡Es el Señor! ¡El soberano! ¡Es el hacedor y propietario de todo! ¡Es bueno con nosotros! ¡Mira todo lo que ha hecho para nosotros! Observa los centenares de árboles de los cuales podemos comer. ¿Por qué escoges precisamente el único que nos está vedado?»
»Yo amo a Dios y escojo obedecerle aun en aquellas áreas que no comprendo. ¡Cualesquiera sean sus razones para negarnos el fruto de ese único árbol, creeré en él! ¡Pienso obedecerle! ¡Rechazo toda duda acerca de su bondad!»
Negación de la Palabra de Dios
Por desgracia Eva siguió el hilo de pensamiento equivocado. Cuando el maligno vio que había debilitado su confianza en la bondad divina, dio el siguiente paso y negó abiertamente la Palabra de Dios: «No moriréis» (v.4). Calvino comenta al respecto:
Ahora Satanás da un salto más atrevido hacia delante. Puesto que ve una brecha abierta ante sí, lanza un ataque directo, ya que no tiene jamás por costumbre comprometerse en una guerra franca hasta que voluntariamente nos exponemos a él desnudos e inermes[ … ]
Él ahora, por lo tanto[ … ] acusa a Dios de falsedad, al afirmar que la palabra por la cual la muerte ha sido decretada es falsa y engañosa. ¡Fatal tentación, cuando, mientras Dios nos amenaza de muerte, no sólo dormimos confiados, sino que hacemos mofa de Él!12
Lo mismo sucede en nuestra vida cristiana. Una vez que hemos sido engañados por el maligno para que dudemos de la bondad de Dios, automáticamente comenzamos a tener dudas sobre su Palabra. Lo segundo es consecuencia natural de lo primero.
En cierta ocasión estaba aconsejando a una joven que, entre otras cosas se hallaba acosada por un concepto de sí misma muy deficiente. De modo constante su mente era bombardeada con dudas acerca de Dios. Quería amarle, pero al mismo tiempo descubría que, emocionalmente, casi le odiaba.
«¿Por qué me ha hecho Dios tan fea?», se preguntaba (sin embargo era una rubia con ojos azules muy atractiva). «¿Por qué hace tan difícil mi vida? Si es en verdad un Padre amoroso, ¿por qué razón no me trata con el amor tierno, la compasión y la bondad de un buen padre? ¿Por qué permite que sea tan desdichada
»En otro tiempo tenía la certeza de mi salvación. Ahora no estoy tan segura. Sé que la Biblia promete salvación garantizada a todos los que se arrepienten y creen, pero ya que he perdido la confianza en su bondad, ¿cómo puedo confiar en su Palabra?
»Quiero amar a Dios, pero en realidad casi le odio. Estoy airada con Él. Es injusto y cruel. No me oye cuando oro, así que ¿cómo puedo confiar en lo que me diga en su Palabra?»
Esto es guerra espiritual. La joven en cuestión era una cristiana comprometida y también sincera. No hacía sino decir francamente lo que muchos creyentes sienten en secreto cuando su mundo empieza a desmoronarse a su alrededor, cuando sus mentes se encuentran bajo fuertes ataques demoníacos.
Victoria en nuestra mente
¿Cómo resistir esos ataques contra nuestras mentes? El apóstol Pablo nos da la verdadera respuesta en 2 Corintios 10.3–5:
Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.
«Aunque andamos en la carne» (aquí «la carne» se refiere tal vez a nuestra humanidad), estamos en guerra, afirma Pablo (v. 3). Y en toda guerra hay que utilizar armas. La guerra espiritual no es en modo alguno diferente: Dios nos ha proporcionado armas para que libremos una batalla efectiva.
El apóstol declara: «Nuestras armas no proceden de nuestra humanidad. Aun el más brillante, ingenioso y fuerte entre nosotros no puede vencer al enemigo con quien peleamos. Pero nuestras armas son divinas, y como proceden de Dios tienen más poder que todo lo que el enemigo pueda traer contra nosotros. Son suficientes para destruir las fortalezas del mal que encontremos» (v. 4).
¿Cuál es nuestra responsabilidad en este asunto? Pablo nos lo dice en el versículo 5. En una palabra, debemos tomar control de nuestros pensamientos, de nuestra vida mental, por el poder de Dios. Lo que era cierto para Eva en Génesis 3, lo es también para nosotros. Nuestra mente, que incluye nuestro corazón, emociones y voluntad, representa el campo de batalla real entre los dos reinos dentro de nuestras vidas como creyentes. Ese es el testimonio del Nuevo Testamento confirmado por la experiencia diaria. Si ganamos la batalla en nuestras mentes, hemos ganado la guerra.
Esa es la batalla que perdió Eva y luego Adán. Y aunque todos sufrimos las consecuencias de aquella derrota hasta el día de hoy, la lucha vuelve a repetirse casi a diario en la mente y en el corazón de cada hijo de Dios. De ahí la importancia que otorga la Escritura a la mente y a su término equivalente: el corazón.
¿Qué quiere decir la Biblia con la expresión «la mente del hombre»? ¿Y cuándo se refiere al «corazón del hombre»? Estas preguntas nos introducen en el siguiente capítulo, el área de la sicología bíblica.
1 1.     Véase A. E. Cundall «Adam» y H. C. Leopold «Eve», en ZPEB, Merrill C. Tenney, ed., Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977, 1: 53–56; 2: 419.
2 2.     Véase Gordon J. Wenham, Genesis 1–15, WBC , Word, Waco, Texas, 1987, xxvi, xlv-liii, pp.5–91.
3 3.     Juan Calvino, Genesis , Baker, Grand Rapids, MI, 1989, 1; 139.
4 4.     Doy por sentada, pero no afirmo, la autoridad mosaica de Génesis; véase H. C. Leopold «Genesis», en ZPEB 2: 678–695.
5 5.     Wenham, 49–81. Para una introducción a la escuela alegórica de interpretación bíblica, véase Bernard Ramm, Protestant Biblical Interpretation , Baker, Grand Rapids, MI, 1977), pp. 23–45, 121, 125.
6 6.     R. Payne Smith «Genesis», en A Bible Commentary for English Readers, Charles John Ellicott, ed., Cassell and Company, Nueva York, 1954, 1: 23.
7
7.     Para un tratamiento en profundidad del estilo didáctico de Moisés en los primeros capítulos del Génesis y especialmente en Génesis 3, véase Calvino 1: 139–142. Probablemente, el ciudadano medio de aquel tiempo, si es que podía leer, no sería un lector muy hábil. Y aunque lo fuera, los registros escritos no estaban fácilmente disponibles para el público en general. Los principales canales de educación eran la tradición oral y la práctica de los escribas y maestros que leían en alta voz de los textos escritos a sus estudiantes o a las masas.
Sin embargo, los analfabetos, semianalfabetos o aquellos que sabían leer y escribir pero no contaban con sus propios registros escritos tendían a desarrollar una capacidad de memorización asombrosa. Por tanto, para ayudarles a aprender de memoria grandes cantidades de información, en los tiempos bíblicos se utilizaba comúnmente un gráfico simbolismo tanto en los relatos históricos como en los materiales de enseñanza. En Génesis 3, Moisés adoptó un estilo de enseñanza apropiado para la gente que pensaba en descripciones vívidas y mediante símbolos.
El uso que hacia nuestro Señor de las parábolas y el simbolismo para enseñar a las multitudes las verdades más profundas es un ejemplo pertinente. En su ministerio itinerante, Jesús no podía llevar consigo su propio ejemplar de las Escrituras, ¡ni tampoco sus oyentes seguir la enseñanza que Él daba en “sus biblias”! Todo había que comunicarlo verbalmente. Y para mejorar el proceso de aprendizaje, el Señor hizo lo que había hecho Moisés en Génesis 3: recurrió al simbolismo y a las ilustraciones de la vida diaria de su público para enseñarles los misterios de Dios.
8 8.     Ibid. 1: 145.
9 9.     Esto es probablemente porque el énfasis de la narración no tiene nada que ver con la sorpresa o falta de sorpresa de Balaam cuando su asna le habló. Por lo general Dios va derecho al meollo de sus relatos, sin prestar atención a esos aspectos periféricos que provocan casi pánico a los lectores modernos, más críticos que los de entonces. ¡Ay de nosotros! Somos excelentes haciendo preguntas periféricas y pobres en cuanto a formular las preguntas clave.
10 10.     Véase mi estudio sobre Lucas 10:17–19 en el capítulo 40.
11 11.     John Peter Lange, «Genesis», en el Commentary on the Holy Scriptures , Grand Rapids, Zondervan, MI, 1969, 1: 228.
12 12.     Calvino, pp. 149–150.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

7
Guerra en el huerto
La sicología bíblica no intenta dar definiciones ni hacer distinciones precisas en cuanto a la naturaleza humana, como es el caso de la sicología moderna. La Biblia no constituye un libro de texto de sicología, como tampoco de geología, astronomía o cualquier otra ciencia. Sin embargo, cuando toca alguna de las áreas cubiertas por dichas disciplinas lo hace sin error.1 No obstante, ya que sus propósitos van en otra dirección, las Escrituras no deberín utilizarse para tratar de crear una ciencia global. Como expresa D. M. Lake:2
A los conceptos bíblicos de sicología les falta precisión técnica y analítica. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamentos centran su atención en la relación concreta y total del hombre con Dios, y allí donde se dan términos sicológicos, su intención parece ser más bien el énfasis y no tanto un interés en dividir o categorizar la actividad humana. Por esta causa, no se pueden determinar ni modelos ni terminologías consecuentes en ninguno de los dos Testamentos.
Recursos del corazón
Por esta misma razón resulta también difícil formular definiciones precisas de palabras tales como corazón, mente u otras parecidas que se utilizan en las Escrituras para hacer referencia a la naturaleza inmaterial del hombre. J. M. Lower observa que «corazón [tiene que ver] con el hombre interior; la función de la mente; el lugar donde el hombre recuerda, piensa; el corazón, el asiento y centro de toda la vida física y espiritual; el alma o la mente como origen y asiento de los pensamientos, pasiones, deseos, afectos, apetitos, propósitos y empeños».3 De modo que el corazón se refiere al «hombre interior», a la persona oculta del corazón. También puede indicar «la agencia y el medio dentro del hombre por el cual imagina, pretende, se propone, piensa y entiende». El corazón es asimismo «ese centro, esa esencia y sustancia interior del hombre que necesita reconciliarse con Dios, ser redimida; y que una vez reconciliada puede hacer las paces con otros». Finalmente, es «el centro y asiento de las emociones; el foco de las reacciones emocionales, los sentimientos y la sensibilidad».
Recursos de la mente
Cuando uno considera la gran variedad de palabras hebreas y griegas que se traducen al castellano por «mente» o «entendimiento», descubre confusión y superposiciones con el uso bíblico de corazón y otras palabras semejantes. Después de hacer un estudio de esa diversidad, Lake concluye:4
[ … ] ningún término ocupa un único significado, ni se utiliza para indicar sólo la facultad de reflexión o cognición. Y de toda esta constelación de vocablos resulta igualmente claro que el ser del hombre desafía cualquier definición precisa. Todas estas palabras llaman la atención sobre el ser interno de la persona humana[ … ] el cual controla al yo.
Según Lake, la «mentalidad hebrea era marcadamente distinta de la griega». Aunque la Biblia considera al hombre como ser pensante, lo presenta en un todo unido cuyas facultades reflexivas y cognoscitivas forman un elemento indivisible de su ser completo.
Hay dos palabras griegas principales que el apóstol Pablo utiliza para «mente». La primera es nous. William Vine dice que nous, o mente, «[se refiere] en general al asiento de la conciencia reflexiva, que comprende las facultades de percepción y comprensión, así como aquellas de sentimiento, juicio y decisión».5 La segunda palabra es nóema. Vine dice que estasignifica «pensamiento, intención», y es traducida por «entendimiento» y «sentidos» en 2 Corintios 3.14; 4.4; 11.3 y Filipenses 4.7.
Nous, traducida por «entendimiento», se encuentra a través de todo el Nuevo Testamento. Lucas pone esa palabra en boca de Jesús en Lucas 24.45: «Entonces les abrió el entendimiento (nous) para que comprendiesen las Escrituras».
Pablo emplea nous cuando escribe acerca de la mente reprobada, esa que está controlada por el pecado y se halla bajo el juicio de Dios (Romanos 1.28–32; Efesios 4.17; Colosenses 2.18; 1 Timoteo 6.5; 2 Timoteo 3.8; Tito 1.15). El apóstol utiliza nous asimismo en Romanos 12.2 para destacar la mente renovada y en 1 Corintios 2.16 refiriéndose al creyente como poseedor de la mente de Cristo. Emplea el plural cuando, en Filipenses 4.7, dice: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». De modo que nous llega a ser principalmente un término paulino, así como la batalla dentro de la mente humana, tanto de creyentes como de incrédulos, es también un énfasis del apóstol Pablo.
También noema es una palabra de Pablo. En el Nuevo Testamento la utiliza exclusivamente el apóstol. En 2 Corintios 3.14, Pablo habla de hombres cuyos entendimientos «fueron cegados». En 2 Corintios 4.4 declara que Satanás es la principal fuente de la ceguera espiritual en la mente del incrédulo: « … el dios de este siglo cegó el entendimiento [noemata] de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios».
Seguidamente el apóstol vuelve su atención a los creyentes, y refiriéndose al engaño de Eva por la serpiente, declara: «Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos [noemata] sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo» (2 Corintios 11.3).
Mente y motivo
Con esto volvemos a Génesis 3 y a los ataques que lanzó Satanás contra la mente de Eva. Una vez que su pensamiento se ha abierto de par en par a las mentiras del enemigo, de inmediato este acomete contra los motivos de Dios, y al hacerlo lanza en realidad un ataque contra el carácter divino: «[ … ] sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (v.5).
¿Qué está insinuando la serpiente?
«La vida es más de lo que estás disfrutando ahora», susurra el tentador. «Dios te está privando de una esfera maravillosa de realidad y experiencia. Te diré cómo conseguirla. No tienes que negar tu relación con Dios, lo único que harás es escucharme. Te ayudaré a disfrutar verdaderamente de la vida en toda su plenitud».
Adán y Eva, embaucados por esta mentira, iniciaron el desfile que ha realizado la humanidad siguiendo esa misma línea de engaño. Desde el materialismo por un lado, hasta el gnosticismo moderno (la sabiduría esotérica oculta) por el otro, las mentiras de Satanás han desviado a los hombres de una vida de obediencia sencilla a Dios.
A los que buscan placer, Satanás les ofrece las delicias del fruto prohibido de todo tipo de árboles: relaciones sexuales ilícitas, posesiones materiales, drogas que alteran la mente o el humor, diversión desenfrenada. «¡Vívelo! ¡Disfruta! Sólo se vive una vez, de modo que sácale a la vida todo el placer que puedas». A través de los medios de comunicación del mundo, Satanás apela a la perversión oculta de la carne.
El engaño religioso contemporáneo
A los que no aceptan la «sincera fidelidad a Cristo» (2 Corintios 11.3) como el camino a la plenitud espiritual, el mentiroso les ofrece otras fuentes de «espiritualidad». Eso es lo que quiero decir cuando hablo de un gnosticismo moderno el cual sugiere que hay otros evangelios, otros Cristos, otros espíritus «santos», otros misterios espirituales escondidos que comprender y experimentar (2 Corintios 11.4; cf. Mateo 24.23–28; Gálatas 1.6–9).
«No tienes que negar a Cristo», susurra el seductor a las mentes vacilantes y turbadas. «Te ofrezco el verdadero “Espíritu de Cristo”; un Cristo no limitado por la intolerancia cristiana tradicional. Es un Cristo cósmico, omnipresente, que ha regresado con una gran verdad liberadora. Puedes descubrir la verdad oculta para las mentes cerradas de los fundamentalistas, fanáticos y líderes de iglesias. Escucha sus palabras que te son reveladas en esta nueva era a través de … »
Este engaño unifica la teología sincretista del movimiento de la Nueva Era. Se trata del mensaje de la canalización de espíritus, una rama de dicho movimiento.6 Una de las enseñanzas principales de este movimiento es: «Tú eres Dios». ¿Y qué fue lo que le prometió a Eva la serpiente? «Seréis (como) Dios … » Después de todo, el movimiento de la Nueva Era no es tan nuevo como parece.
Por desgracia, algunas de las doctrinas de su teología han sido abrazadas por los gurús «cristianos» que aparecen a menudo en la televisión, la radio y la página impresa con palabras de conocimiento o profecía que diluyen o contradicen sutilmente el mensaje de la Palabra escrita de Dios, como hizo la serpiente en el relato que nos ocupa.
No hablo de la cuestión de si los dones de profecía y las palabras de conocimiento se manifiestan en la iglesia de nuestros días. A este respecto existen diferentes puntos de vista entre aquellos cristianos que tienen un alto concepto de las Escrituras. Los creyentes tienen derecho a disentir sobre este punto.
El engaño mediante señales y prodigios
Sin embargo, me definiré sobre el abuso a que son objeto estos dones en la cristiandad. Ciertos líderes «cristianos» embaucadores y persuasivos guían a creyentes sinceros por todo el mundo a un error doctrinal, espiritual e incluso moral. Su mensaje socava sutilmente la autoridad de las Escrituras del Antiguo y el Nuevo Testamentos como única fuente de la verdad eterna. Esas personas dan mensajes en lenguas y escriben palabras de profecía, conocimiento y revelación que deben seguirse del mismo modo que la Palabra de Dios.7 Aunque en principio algunos lo nieguen, en la práctica lo hacen. Su marca de fábrica es «Dios ha hablado … » cuando no lo ha hecho. Él nunca contradice su Palabra escrita.
A veces los creyentes dan por sentado que la liberación del poder espiritual a través de las vidas de esos dinámicos líderes es prueba de que son los profetas de Dios. Las señales, los prodigios, los milagros, el echar fuera demonios, todo ello realizado en el nombre de Jesús, se toma como la garantía absoluta de que sus palabras son ciertas. Tales creyentes se remiten a las palabras del Señor cuando dijo:
No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre que luego pueda decir mal de mí[ … ] Y estas señales seguirán a los que creen: en mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán (Marcos 9.39; 16.17–18).
Y argumentan: «¿Acaso no concluye Marcos su evangelio diciendo: “Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían?”» (Marcos 16.20; cf. Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 2.4). Sí, Jesús pronunció estas palabras, y Marcos y los otros escritores del Nuevo Testamento hacen referencia a manifestaciones visibles del poder de Dios a modo de señales y confirmaciones de la verdad declarada conjuntamente con el estilo de vida que ejemplificaban los siervos del Señor (Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 2.4). Esto sigue siendo cierto.
No obstante, esa es sólo una cara de la moneda. La otra tiene que ver con las falsificaciones demoníacas y el engaño de Satanás. El mundo sobrenatural del mal está permitido por Dios y es al mismo tiempo capaz de falsear, incluso en el nombre de Jesús, los hechos poderosos de los verdaderos mensajeros divinos. ¿No dijo el mismo Jesús que en los postreros tiempos el engaño sería tan completo que los falsos profetas harían errar por medio de señales y prodigios, si fuera posible, aun a los escogidos? (Mateo 24.24). ¿No declaró también que los hechos poderosos en sí mismos, incluso aquellos efectuados en su nombre, no son sólo evidencia de verdad y autenticidad espiritual? Entienda sus palabras en Mateo 7.15, 20–23:
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces … Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.
En este pasaje, Jesús presenta la santidad, la vida de pureza espiritual y moral, y un carácter sin tacha, como las pruebas válidas de una relación genuina con Él; en vez de tan solo hechos poderosos realizados en su nombre.8
El engaño en el huerto
Satanás hizo algo grande al entrar en el cuerpo de la serpiente. Incluso le confirió la facultad de hablar, con la cual pudo comunicar sus palabras engañosas a la mente de Eva. Bajo el efecto de las dudas acerca de la persona de Dios y de su Palabra, Eva pronto empieza a apartarse de un estilo de vida piadoso. El ataque lanzado por Satanás contra los motivos (Génesis 3.5) que Dios tenía para reservar el árbol <%1>prohibido, perseguía denigrar el carácter divino. El diablo<%1> declara: «Dios no es sincero. Se está aprovechando de vuestra ignorancia<%1>. Os dice que la muerte<%1> cerrará vuestros ojos, y en cambio yo os digo que vuestros ojos se abrirán. Además, seréis como Dios».
Calvino afirma que Satanás está acusando de que:
Dios actúa motivado por los celos y de que ha dado el mandamiento referente a aquel árbol con el propósito de mantener al hombre en un nivel inferior al suyo.
Debido a que el deseo de conocimiento es algo inherente a todos, es de suponer que la felicidad debe cifrarse en él mismo; pero Eva se equivocó al no regular la medida de su conocimiento con la voluntad de Dios.
Y todos nosotros sufrimos a diario bajo esta misma enfermedad, ya que deseamos conocer más de lo que es justo y de lo que Dios permite; de donde el principal aspecto de la sabiduría es una sobriedad bien regulada en obediencia a Dios.9
Eva comienza a pecar. La esencia del pecado consiste en actuar con independencia de la voluntad de Dios, y eso es exactamente lo que está a punto de hacer. El pecado ya había empezado de esta forma en la esfera cósmica cuando Lucifer escogió actuar sin tomar en cuenta los deseos divinos. Básicamente él mismo quería ser Dios, y esa es la forma en que se siembra al principio la idea del pecado en el corazón y la mente de Eva. «Actúa sin considerar a Dios», la engatusa el diablo con lisonjas. «Hazte Dios tú misma».
Ese es todavía el problema de la humanidad. Los seres humanos quieren vivir de la forma que les agrada y no como Dios dice que deben vivir. En otras palabras, el hombre y la mujer fuera de Cristo desean ser su propio dios. Por desgracia, los cristianos también se enfrentan a esa lucha y con frecuencia toman las mismas decisiones egoístas. Tenemos que elegir, no sólo una vez sino a diario, quién va a ser Dios en nuestra vida.
Ray Stedman habla de la carne que controla la vida de los incrédulos y lucha por influir en la de los creyentes como «el instinto del egocentrismo dentro de nosotros, esa distorsión de la naturaleza humana que nos hace desear ser nuestro propio dios, ese ego orgulloso, ese yo sin crucificar que constituye el asiento de una obstinada actitud de desafío y rebelión contra la autoridad».10
¿Cuántos de nosotros, creyentes, hemos aceptado pensamientos egocéntricos similares como si fueran totalmente nuestros sin reconocer la voz de la serpiente? Aunque pueden surgir originalmente del interior de «ese yo sin crucificar», como Stedman llama a la carne, siempre reforzados por Satanás, quien ha asignado malos espíritus a cada uno de nosotros para que nos ataquen (Hechos 5.3–9; 1 Corintios 7.5; 1 Tesalonicenses 3.5).11 Este ataque continúa de manera inexorable contra la mente de Eva. «Serás como Dios», le dice el diablo. «Tus ojos serán abiertos … serás como Dios sabiendo el bien y el mal». ¿Y qué significa ser como Dios sabiendo el bien y el mal? Lange escribe acerca de ello:
El conocimiento[ … ] del bien y del mal, en la forma que Satanás emplea esas palabras, debe indicar, no sólo una condición de inteligencia más elevada, sino sobre todo un estado de perfecta independencia de Dios. Sabrían por ellos mismos lo que era bueno y malo, y ya no necesitarían la dirección divina.12
Eva ya casi ha alcanzado el punto sin retorno. Digo «casi» porque todavía no es demasiado tarde. Aún puede volverse atrás. Todavía tiene la posibilidad de resistir al diablo aunque no sepa que existe en la buena creación de Dios.13
Eva sabía que Dios es amor. La había creado hermosa y le había dado un compañero perfecto. Ambos estaban verdaderamente «hechos el uno para el otro» como no lo han estado otros seres humanos después de ellos. Gran parte de sus más profundos anhelos como individuos se satisfacían en su pareja. Su hogar era el Paraíso, un huerto que el Señor mismo había plantado para ellos y para sus hijos. Excepto el fruto del árbol que estaba en medio del huerto, todos los placeres de aquel lugar se encontraban a su disposición.
Estaban en paz con la naturaleza. Todos los animales se habían presentado delante de Adán para que les pusiera nombre. De modo que estaban en paz con ellos y entre sí. El hombre y la mujer habían recibido la bendición de trabajar. Estaban ocupados a diario el uno con el otro, con los animales y con el huerto de Dios. Tenían el privilegio de cultivarlo y conservarlo (Génesis 2.15). Finalmente, el gozo mayor de todos: Dios estaba continuamente con ellos y podían conocerle como ninguna otra criatura le ha conocido.14
Asimismo, el Señor había hecho sencilla la obediencia para Adán y Eva. No tenían leyes o rituales complicados que memorizar. Lo único que debían hacer era disfrutar de cuanto Dios les había dado y reconocer que se había reservado sólo una prerrogativa: la de ser el único Dios. Debían honrarle siempre como el Señor Dios (Génesis 3.8a).
Por eso tenía que haber un árbol prohibido. Puesto que eran casi iguales a Dios en su estilo de vida, debía recordárseles a diario de dónde procedían todas sus bendiciones y que sólo Dios era Dios, tan sencillo como eso.
Tres pasos atrás constituyen una caída
Pero Eva no está satisfecha. Su inocente pero imperfecta naturaleza humana ha respondido ahora a las sutiles mentiras de la serpiente. En vez de resistirla, comprendiendo que quienquiera que fuera estaba en contra de Dios, sucumbe a su engaño y pronto pierde la inocencia. Eva da entonces tres pasos fatales que siempre forman parte de la maldición del pecado.
1. Cede a su imaginación contaminada.
Su mente empieza a fantasear acerca del fruto del árbol prohibido y pronto dicho fruto se convierte para ella en algo más importante que cualquier otra cosa en la vida, incluso que Dios.
Martín Lutero escribe que: «La promesa satánica echó fuera de la mente de ella la amenaza divina. Ahora Eva contempla el árbol con otros ojos (v. 6). Y tres veces se nos dice lo encantador que le parece el mismo».15
Calvino considera la capitulación de Eva como una caída de la fe:
La fe que ella tenía en la Palabra de Dios era el mejor guardián de su corazón y de todos sus sentidos. Pero ahora, una vez que el corazón se hubo desviado de la fe y de la obediencia a la Palabra, corrompió tanto su persona como todos sus sentidos, y la depravación se extendió por todas las partes de su alma como también de su cuerpo. Es, por tanto, un signo de defección impía el que la mujer juzgue ahora que el árbol es bueno para comer, se deleite con avidez en contemplarlo y se persuada a sí misma de que es deseable para alcanzar sabiduría; mientras que anteriormente había pasado cientos de veces junto a él con aire impasible y tranquilo. Porque ahora, habiéndose sacudido la brida, su mente vaga disoluta e intemperante, arrastrando el cuerpo a la misma disipación.16
Cuando Eva comienza a fantasear, las imágenes mentales del fruto prohibido despiertan emociones en ella y casi puede paladear los placeres que la esperan. Sus agitados deseos superan a las advertencias de su razón, mientras que su imaginación contaminada la lleva a tomar las decisiones erróneas. Cede al deseo físico. Ve «que el árbol [es] bueno para comer» (v. 6a). La comida no tiene nada de malo. Pero es una comida prohibida, que se toma fuera de la voluntad de Dios.
Eva sucumbe al deleite emocional, «y que era agradable a los ojos» (v. 6b), y al orgullo intelectual, «y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría» (v. 6c).
¿Acaso no era ya lo bastante sabia? ¿No empezaba a aprender en compañía de Adán acerca de las maravillas de Dios y de su creación? Aunque ya maduros por completo físicamente cuando fueron creados, Adán y Eva, como Jesús después de ellos, estaban en realidad destinados a crecer «en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lucas 2.52).
Tenían ante sí toda la creación para explorarla y comprenderla, año tras año. A medida que lo hicieran, su sabiduría se extendería hasta llegar a conocer todo aquello que Dios deseaba que supieran. ¿Por qué esa codicia por la «sabiduría» prohibida que sólo proporcionaba ese árbol vedado y su fruto? ¡Así es el pecado!
2. Desobedece voluntariamente a Dios.
«Tomó de su fruto, y comió» (v. 6d).
Ahora se verá libre de todas las restricciones. Todas sus dudas desaparecerán y será un ser verdaderamente independiente. Podrá por fin escoger por sí misma sin la ayuda de nadie. En otras palabras, será su propio dios. Eva da la espalda a todo lo que ha gobernado su vida hasta entonces y escoge voluntariamente la desobediencia al Señor. Come del fruto prohibido, sin ningún efecto negativo visible.
¿Verdad que el pecado es así? Al principio resulta deleitoso. Las promesas que nos hace parecen ciertas. El pecado produce un placer inmediato, el escritor de Hebreos lo admite (11.25). De no ser así, los hombres no serían absorbidos tan fácilmente por sus encantos.
3. Hace que su querido Adán se una a ella en los placeres del pecado.
«Y dio también a su marido, el cual comió así como ella» (v. 6e).
He aquí la dimensión social del pecado. Este no sólo daña al pecador, sino también a aquellos que están íntimamente relacionados con él. El pecado anhela compañía y engendrará más pecado en las vidas de otros, en especial en las de los seres queridos. ¡Así actúa el pecado! Mucho se ha escrito acerca de la participación de Adán en el pecado de Eva. Algunos afirman que estaba cerca observando y escuchando toda la escena de la tentación sin hacer nada para socorrer a su confundida esposa. Otros dicen que no pudo resistir la incitación de su mujer. Y otros aseguran aún más que tuvo que elegir entre los encantos de Eva y la obediencia a Dios.
A menudo se cita 1 Timoteo 2.14 para apoyar estas opiniones. Allí Pablo escribe: «Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión». Concuerdo con el comentario de Newport J. D. White en The Expositor’s Greek New Testament [El expositor del Nuevo Testamento griego] de que Pablo no trata aquí de absolver a Adán por su pecado, ni de echar toda la culpa a Eva. Lo que hace el apóstol es declarar que fue la mujer quien transgredió primero y no Adán.17 En Romanos 5.12–21, el mismo apóstol Pablo carga sobre Adán la culpa entera de la transgresión, con la cual causó la ruina de toda la raza humana. Calvino piensa que aunque Adán deseaba cumplir los deseos de Eva, hubo otra razón por la que:
participó de la misma apostasía que ella. Y Pablo, en otro lugar, afirma que el pecado no vino por la mujer sino por Adán mismo (Romanos 5.12); de ahí la reprensión que tiene lugar poco después. «He aquí el hombre es como uno de nosotros», demuestra con claridad que, neciamente, él también había codiciado más de lo que era lícito y había dado más crédito a las lisonjas del diablo que a la Palabra de Dios.18
Tal vez Donald Guthrie lo resuma mejor cuando dice: «Mientras que Eva fue engañada o seducida, Adán pecó con los ojos bien abiertos».19
Me gustaría terminar este capítulo con varios comentarios de Calvino. Él se pregunta: «¿Cuál fue el pecado de Adán y Eva?» Y da diversas respuestas, incluyendo la de San Agustín, quien afirma que «el orgullo fue el comienzo de todos los males por lo cual se arruinó la raza humana». Calvino comenta entonces que
si alguien prefiere una explicación más corta, podemos decir que la incredulidad ha abierto la puerta a la ambición, pero la ambición ha demostrado ser madre de la rebeldía, a fin de que los hombres, habiendo dejado el temor de Dios, puedan sacudirse su yugo[ … ] Pero después que dieron lugar a la blasfemia del diablo, comenzaron, como personas fascinadas, a perder la razón y el juicio; sí, puesto que se habían convertido en esclavos de Satanás, este mantenía atados sus mismísimos sentidos.
Al mismo tiempo, debemos mantener en la memoria mediante qué pretexto fueron llevados a este engaño tan fatal para ellos y para toda su posteridad. La adulación de Satanás era verosímil: «Sabréis el bien y el mal». Pero aquel conocimiento resultaba por esta razón maldito, porque se buscaba con preferencia al favor de Dios.
Por lo cual, a menos que queramos, por propia iniciativa, tendernos los mismos lazos a nosotros mismos, aprendamos a confiar plenamente en la sola voluntad de Dios, a quien reconocemos como el Autor de todo bien. Y, ya que la Escritura nos advierte en todas partes de nuestra desnudez y pobreza, y declara que podemos recuperar en Cristo lo que hemos perdido en Adán, renunciemos a toda confianza propia y ofrezcámonos vacíos a Jesús para que Él nos llene con sus propias riquezas.20
1 1.     No todos los creyentes estarán de acuerdo con esta afirmación, pero no deberíamos dejar que nuestras diferencias en cuanto a cómo inspiró Dios a los escritores bíblicos, o la amplitud de la inspiración, nos mantuvieran separados como cristianos. Algún día comprenderemos plenamente ésta y otras cuestiones controvertidas semejantes.
2 2.     D. M. Lake, «Mind», en ZPEB, Merrill C. Tenney, ed., Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977, 4:228.
3 3.     J. M. Lower, «Heart», en ZPEB, 3:58–60.
4 4.     Lake, p. 229.
5 5.     W. E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words ,Oliphants, Londres, 1953, 3:69.
6 6.     Véase mi introducción a ese movimiento en el capítulo 62 del presente libro.
7 7.     En cierta ocasión alguien me interrumpió en medio de una conferencia para líderes cristianos mientras enseñaba acerca del don de profecía en la iglesia actual. El individuo expresó: «Nuestras profecías son tan válidas e infalibles como las de la Biblia.» Después de una serie de graves problemas que surgieron de este concepto erróneo, los dirigentes del movimiento tuvieron que reevaluar sus ideas sobre la profecía y, dicho sea a su favor, rechazaron la noción de que la profecía moderna fuera de tan obligada obediencia para los creyentes como las Escrituras proféticas.
8 8.     Otra área de gran controversia en la iglesia de hoy gira en torno a las “señales y prodigios”. Véase John Wimber y Kevin Springer, Power Evangelism, 1986, y Power Healing, 1987 , Harper and Row, San Francisco. Esté uno de acuerdo o no con Wimber, estos dos libros exponen admirablemente la base bíblica, teológica, histórica y contemporánea del énfasis actual en milagros, señales y prodigios. Véase también John White, When the Spirit Comes With Power , InterVarsity, Downers Grove, IL, 1988.
9 9.     Juan Calvino, Calvin’s Commentaries , Baker, Grand Rapids, MI., 1989, 1:150–151.
10 10.     Ray Stedman, Spiritual Warfare , Multnomah, Portland, OR, 1975, p. 48.
11 11.     Véase C. S. Lewis, The Screwtape Letters , Fontana, Londres, 1963, para una comprensión de cómo Satanás, mediante sus potestades de nivel cósmico y sus demonios «obreros» («Wormwood») plantan ideas malignas en la mente de los seres humanos.
12 12.     John Peter Lange, Commentary on the Holy Scriptures , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1969, 1:229.
13 13.     Véase el perspicaz tratamiento que hace Wenham de las palabras de la serpiente y de la reacción que producen en Eva. Gordon J. Wenham, Genesis 1–17 , Word, Waco, Texas, 1987, pp. 72–76, 85, 88–91.
14 14.     Wenham, pp. 61–65, 67–72.
15 15.     Lange 1:230.
16 16.     Calvino, p. 151.
17 17.     Newport J. D. White, The Expositor’s Greek New Testament, W. Robertson Nicoll, ed., Eerdmans, Grand Rapids, MI, 4:109.
18 18.     Calvino, p. 152.
19 19.     Donald Guthrie, The Pastoral Epistles, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1983a, 77.
20 20.     Calvino, pp. 154–157.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

8
La demonización potencial de los incrédulos
El resultado inmediato de la caída de la humanidad fue la muerte espiritual del hombre al ser separado de la vida de Dios. Su acceso al árbol de la vida quedó cortado: «Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado» (Génesis 3.7–16).
John Murray menciona los cinco resultados de largo alcance producidos por la caída:1
El primero fue subjetivo: alteró el conjunto de las inclinaciones del hombre y cambió su actitud hacia Dios (Génesis 3.7–16). En otro tiempo, el ser humano tenía su supremo deleite en la presencia del Señor; ahora huye de delante de su rostro.
El segundo fue objetivo: cambió la relación de Dios con el hombre. A partir de Génesis 3.9 se revela esa ira oculta de la naturaleza divina insinuada en el capítulo 2, versículo 17.
El tercero fue cósmico: toda la creación fue perjudicada. La tierra quedó maldita (Génesis 3.17–19). Pablo amplía esto diciendo que «la creación fue sujetada a vanidad». Y esa vanidad no será quitada hasta el día de «la manifestación de los hijos de Dios», de la «libertad gloriosa de los hijos de Dios», cuando los redimidos experimentemos «la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Romanos 8.18–23). Murray explica que «con la caída [del hombre] llegó la servidumbre de corrupción a todo aquello sobre lo que debía ejercer dominio. Y sólo con la redención consumada será el mundo libertado de la maldición inherente al pecado del hombre» (cf. Romanos 8.19–23; 2 Pedro 3.13).
El cuarto resultado fue racial: la caída de Adán y Eva afectó a toda la raza humana. Murray comenta:2
Adán no fue sólo el padre de toda la humanidad, sino también, por institución divina, su cabeza representativa. «Por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres[ … ] por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores» (Romanos 5.18–19). Así como todos murieron en Adán (1 Corintios 15.22), todos pecaron en Adán; «porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación» (Romanos 5.16; cf. 5.12–15).
A toda la humanidad se le considera copartícipe en el pecado de Adán y por lo tanto en la depravación que ocasionó dicho pecado. Esta es la explicación bíblica del pecado, la condenación y la muerte universales, y no se precisa ni está justificada ninguna otra validación de participación racial.
El quinto resultado fue la muerte.
La caída de toda la raza humana en adán
Sin lugar a dudas, el efecto de mayores consecuencias del pecado de Adán fue la caída de toda la raza humana. El Nuevo Testamento destaca esta consecuencia devastadora más que todas las demás combinadas. En cierto sentido, las otras cuatro mencionadas por Murray no son sino parte de este (Salmo 51.5). En Efesios 2.1–5, el apóstol Pablo describe sucintamente la condición de todos los hombres antes de ser vivificados por la gracia en Cristo. El hombre está muerto en «delitos y pecados». Anda «siguiendo la corriente de este mundo», «conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia». Los seres humanos viven «haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos» y «son por naturaleza hijos de ira». Esto es cierto en toda la humanidad sin Cristo, sin excepción alguna, «lo mismo que los demás».
¡Qué cuadro más oscuro y representativo de la humanidad caída! Nadie escapa a esta descripción. El apóstol Pablo se incluye en ella y hace lo mismo con los cristianos de Éfeso y el resto de los hombres.
La esclavitud de la humanidad al diablo
Al repasar la descripción que hace el apóstol Pablo en Efesios 2 de la condición pecaminosa de la humanidad apartada de Cristo, quisiera subrayar la dimensión que tiene que ver con la esclavitud al diablo a que está sujeto el género humano.
El apóstol afirma que todo hombre y mujer fuera de Cristo vive «conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (2.2b). Esta porción de las Escrituras no es la única que enseña que todos los que viven separados de Cristo son esclavos de Satanás. Jesús mismo dijo que sólo hay dos familias en la humanidad: «los hijos del reino» (de Dios) y «los hijos del malo» (Mateo 13.38). El Señor recalcó esto al describir incluso a los hombres y mujeres devotos de su tiempo, que no creían en Él, como hijos del diablo. Jesús distinguía muy claro entre los verdaderos creyentes, que son de Dios, y los meramente religiosos, que no lo son (Juan 8.38–47). Y el apóstol Juan afirma que la raza humana está compuesta sólo por dos familias: «los hijos de Dios y los hijos del diablo» (1 Juan 3.10; 5.18–20).
El Señor Jesús amplió su enseñanza acerca del estado demoníaco de los incrédulos al declarar tres veces que Satanás es «el príncipe de este mundo» (Juan 12.31; 14.30; 16.11). En su comisión redentora a Saulo, que llegaría a ser el apóstol Pablo, el Señor habló de nuevo sobre la esclavitud satánica de la humanidad, tanto de judíos como gentiles, que no creían en Él:
[ … ] librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados (Hechos 26.17–18).
Sin embargo, el apóstol Pablo quien desarrolla este tema del lado oscuro y demoníaco de la naturaleza humana quizás más que el resto de los escritores del Nuevo Testamento juntos (1 Corintios 10.20–21; 2 Corintios 4.3–4; Efesios 2.1–3; Colosenses 1.13–14; 2.8, 20; 2 Tesalonicenses 2; Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 2.14–15). Incluso si Pablo no lo hubiera mencionado en Efesios 2, tendríamos base suficiente para preocuparnos por aquellos que no están en Cristo. Allí el apóstol declara de manera enfática que «el príncipe de la potestad del aire» (ningún erudito bíblico prestigioso cuestiona que se está refiriendo a Satanás) es «el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia» (v. 2). Adam Clark comenta que:
las operaciones del príncipe de los poderes del aire no se limitan a esa región, sino que tiene otra esfera de acción, a saber, el perverso corazón del hombre, donde obra con energía. Pocas veces inspira indiferencia hacia la religión; los individuos en quienes actúa o son adversarios decididos de la religión verdadera, o transgresores sistemáticos y enérgicos de las leyes divinas.
Hijos de desobediencia. Tal vez un hebraísmo que significa hijos desobedientes; pero tomado como se hace aquí, es una expresión fuerte en la que la desobediencia [ … ]parece estar personificada; y los hombres perversos son presentados como sus hijos. El príncipe de la potestad del aire es el padre de ellos, y la desobediencia su madre. De modo que son, enfáticamente, lo que el Señor dice en Mateo 13.38: hijos del malo, ya que manifiestan ser de su padre el diablo porque las obras de su padre quieren hacer (Juan 8.44).3
Y Calvino añade sus propias palabras con características exactas:4
[Pablo] explica que la causa de nuestra corrupción es el dominio que el diablo ejerce sobre nosotros. No hubiera podido pronunciarse una condenación más severa de la humanidad[ … ] No hay oscuridad alguna en el lenguaje del apóstol[ … ] Aquí se declara que todos los hombres que viven según el mundo, es decir, siguiendo las inclinaciones de la carne, pelean por el reino de Satanás.
2 Corintios 4.3–4
Si añadimos a esto la descripción que Pablo hace en 2 Corintios 4.3–4 de la causa sobrenatural de la incredulidad de los perdidos, no erraremos al hablar de la potencialidad para endemoniarse que tienen los no creyentes.
Pero si5 nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.
El tratamiento que Calvino hace de este pasaje no se aplica sólo al incrédulo de los tiempos de Pablo, sino a todos los maniqueístas que perturbaban en gran manera a la iglesia con su doctrina de los dos principios: uno bueno y primero, Dios, y otro malo, Satanás; algo muy parecido a las caras positiva y negativa del primer principio llamado «la Fuerza» en la moderna cosmología de la Guerra de las Galaxias. Los maniqueíistas utilizaban la descripción que Pablo hace de Satanás como ho theós, «dios», para apoyar su herejía.6
Calvino, al comentar 2 Corintios 4.4, escribe: «En resumen: que la ceguera de los incrédulos no resta nada a la claridad del evangelio, ya que el sol no es menos resplandeciente porque el ciego no perciba su luz».7 Luego continúa diciendo:8
Al diablo se le llama el dios de los perversos debido a que tiene dominio sobre ellos, y le adoran en vez de a Dios[ … ] a Satanás se le adscribe el poder de cegar y el dominio sobre los incrédulos[ … ] El sentido que le da Pablo[ … ] es que todos aquellos que no reconocen que su doctrina es la verdad segura de Dios, están poseídos por el diablo … [son] esclavos del diablo.
Comentando el mismo versículo, Lewis Sperry Chafer dice: «A Satanás se le llama “el dios de este siglo” (2 Corintios 4.4) y se le atribuye autoridad sobre el mundo hasta el punto que da sus reinos a quien quiere (Lucas 4.6)».9
Michael Green, por su parte, incluye al mundo y a la carne junto al poder de Satanás cuando dice que la atracción de este mundo es tan poderosa, tanto sobre creyentes como sobre incrédulos, que sólo «el Espíritu del Señor dentro de nosotros es una fuerza mayor que el mundo y puede preservarnos de su tirón hacia abajo. El diablo, se nos recuerda, trata de hacer que andemos “siguiendo la corriente de este mundo” (Efesios 2.2). Después de todo, es “el dios de este siglo” (2 Corintios 4.4)».10
En The Bondage Breaker [La esclavitud rota], Neil Anderson escribe acerca de:
[ … ] la condición de ceguera en que el diablo ha puesto a los incrédulos (2 Corintios 4.3–4). La gente no puede venir a Cristo a menos que se abran sus ojos espirituales. Theodore Epp escribía: «Si Satanás ha cegado y atado a hombres y mujeres, ¿cómo podemos conseguir que se salven? Aquí es donde usted y yo entramos en escena. Despojar al hombre fuerte de sus bienes tiene que ver con la liberación de aquellos a quienes Satanás ha cegado y mantenido atados[ … ] es ahí donde entra la oración.11
Tom White habla de los tres niveles de guerra espiritual: el cósmico, el de los redimidos y el de los incrédulos, que es el nivel de cual nos ocupamos en este capítulo.
Es el diablo quien promueve la desobediencia al evangelio y quien mantiene a los incrédulos en oscuridad y muerte espirituales. Por lo tanto, la encomienda de Jesús a Pablo tiene sentido: «Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados[ … ]» (Hechos 26.18).12
En su clásico What Demons Can Do to Saints [Cómo afectan los demonios a los santos], el fallecido Dr. Merrill F. Unger sacó a la luz aspectos nuevos en el terreno de la demonología bíblica y de la polémica área de la demonización (la cual, por desgracia, a menudo denominaba «posesión demoníaca») de algunos creyentes.13
Los demonios atacan a la mente para conseguir entrar en la vida de las personas. Satanás ciega a los inconversos apartándolos de la luz del evangelio (2 Corintios 4.3–4). Para resistir a la influencia demoníaca debe [uno] tener cuidado con lo que lee y con el tipo de televisión que ve[ … ] Si no actúa con precaución, la influencia demoníaca puede irse convirtiendo en obsesión maligna, y de no atajarse la misma, es posible que se efectúe finalmente la invasión de los demonios.
Pocos creyentes con un alto concepto de la Escritura tienen serias objeciones al leer estas palabras, ya que este estado de servidumbre, esclavitud e incluso control parcial del diablo es bíblico. Pero basta con que un evangelista, maestro, consejero y «ministro de liberación»14 como yo, o algunos de mis colegas, saquemos el tema del estado de demonización potencial de los incrédulos, para que la gente se ponga nerviosa. Una de las razones es que equiparan esto con la posesión demoníaca.
Cómo invertir una práctica desafortunada
Resulta difícil decir cuándo empezaron a aparecer las expresiones posesión demoníaca y poseído por demonios en las traducciones de la Biblia. Es obvio que los traductores escogieron tales términos al tratar de describir estados más avanzados de demonización que se dan en las Escrituras. Tal vez esa práctica proceda de la Vulgata Latina, que utiliza ambas. La versión inglesa King James, realizada en el siglo diecisiete, las emplea también, al igual que la New American Standard y muchas otras. Sin embargo, algunas como la Reina-Valera, revisión de 1960, han escogido sabiamente términos o expresiones más neutrales como «endemoniado», «tener un espíritu malo» o «estar bajo el poder de demonios». Estas traducciones del griego son mucho más exactas que «poseído por demonios» o «posesión demoníaca».
Quizás ninguno de los traductores de la Biblia tenía experiencia personal alguna con los endemoniados; su información acerca de cómo se produce la demonización era escasa e inexacta; y desconocían el verdadero impacto de la misma en la vida de sus víctimas. Además, dichos traductores se hallaban muy alejados del contexto bíblico.15
Como sucede desde los tiempos bíblicos, tal vez ha habido muchos casos de demonización de un grado no tan avanzado como aquellos mencionados en la Escritura. En el Nuevo Testamento no se aclara qué tipo de ministerio recibían esas personas.
Teólogos, eruditos bíblicos, comentaristas, predicadores, evangelistas y misioneros han seguido durante siglos la práctica de la versión King James en su uso de las expresiones «posesión demoníaca», «poseído por demonios» e incluso «poseído por el diablo». Estos términos han sido casi universalmente utilizados para referirse a los casos más graves de invasión de espíritus extraños en los seres humanos.
También ciertos libros y artículos que describían la liberación de una demonización grave han empleado los mismos términos. Esto queda patente en Demon Possession [Posesión demoníaca], editado por J. Warwick Montgomery, que contiene las principales disertaciones presentadas en el «Simposio teológico, sicológico y médico sobre los fenómenos calificados de demoníacos», patrocinado por la Christian Medical Society [Sociedad Médica Cristiana] en la Universidad de Notre Dame, del 8 al 11 de enero de 1975.16
En realidad «posesión demoníaca» causa más sensación que «demonización», pero debemos renunciar al sensacionalismo. Tal cosa nos entristece. No hay lugar en este ministerio para el teatro, los espectadores o los montajes escénicos. A menudo, la liberación es un trabajo difícil, incluso angustioso, pero necesario para extender la misericordia de Dios a aquellas personas heridas y afligidas por demonios.
Creo que Satanás está contento con las expresiones «poseído por el diablo», «poseído por demonios» y «posesión demoníaca». Estas exageran su poder y degradan a los seres humanos. A Satanás le encanta eso. Quiero engrandecer el poder de Dios y degradar a Satanás. ¿Por qué no adherirse a la causa y desechar de una vez por todas la expresión errónea «posesión demoníaca»? Creo que eso será realmente un golpe sicológico al reino del diablo y también ayudará a los afligidos por demonios.
Por fortuna, la práctica de utilizar tales términos está en proceso de revisión gracias a los nuevos estudios histórico-contextuales de la Escritura y a las renovadas experiencias con los endemoniados.
Probablemente no me equivocaría si dijera que la presente generación de líderes cristianos es tal vez la primera en muchos siglos, puede que sea desde los días de San Agustín y los primeros misioneros, que irrumpe en un ministerio agresivo a los endemoniados, tanto creyentes como incrédulos.17
Esta renovada experiencia en tratar casos graves de demonización con diversos tipos de choques de poder y experiencias de liberación a lo largo de varios años, ha hecho que miles de nosotros, que contamos con educación teológica, consideráramos otra vez nuestra interpretación de la satanología y la demonología bíblicas. Como resultado de ello, hemos descubierto que ciertas dimensiones de nuestra teología tradicional del campo sobrenatural maligno son inexactas, tanto bíblica como históricamente.
Como señala el Dr. Timothy Warner, la mejor palabra para referirse a todas las formas de invasión, vinculación o control parcial de una vida humana por los demonios es demonización y no posesión demoníaca.18
Obtuvimos nuestro término inglés demon (demonio) trasliterando la palabra griega daímon. Deberíamos haber hecho lo mismo con el vocablo daimonízomai, una forma verbal de la misma raíz griega. El resultado en inglés sería demonize (endemoniar) y así podría hablarse del grado en que una persona puede estar endemoniada, en vez de vernos limitados a las opciones mutuamente excluyentes impuestas por la postura del «poseído»-«no poseído»[ … ] Un cristiano puede ser atacado por demonios y verse afectado mental y a veces físicamente en niveles importantes[ … ] pero posesión espiritual implica propiedad y parecería incluir el control del destino eterno de la persona. En cualquier caso, sería imposible ser propiedad de Satanás, estar bajo su control y a la vez tener una relación con Cristo como Salvador. De modo que la pregunta es: ¿Puede un cristiano estar poseído por demonios? La respuesta más clara es no.
Unger define la demonización como «estar controlado por uno o más demonios».19 Por definición podemos decir que es «estar bajo el control parcial de uno o más demonios».
Los cristianos pueden estar endemoniados, pero no poseídos por demonios. Sin embargo, la cuestión se debe llevar aún más lejos: ¿Pueden los incrédulos estar realmente poseídos por demonios? ¿Existe la posibilidad de que se encuentren dirigidos por Satanás y sus espíritus malos de modo que no tengan ningún control sobre sí mismos ni responsabilidad alguna por sus acciones? No lo creo.
Un vistazo a los términos bíblicos
Las principales palabras bíblicas utilizadas con relación a la demonización son, en primer lugar, los sustantivos griegos daímon y daimónion, ambos traducidos por «demonio». También se utilizan para referirse a los dioses paganos quienes, como enseñan las Escrituras, son demonios y no Dios (Deuteronomio 32.17; 1 Corintios 10.20–21; Apocalipsis 9.20).
El siguiente sustantivo es pneuma, «espíritu», utilizado en este caso para indicar uno demoníaco. A menudo va acompañado del adjetivo akáthartos, «inmundo», o ponerós, «malo». «Espíritu inmundo» es un título corriente para los demonios en Marcos, Lucas, Hechos y Apocalipsis (Marcos 1.23, 26–27; 3.11, 30; 5.2f; 6.7; 7.25; Lucas 4.33, 36; 6.18; Hechos 5.16; 8.7; Apocalipsis 16.13; 18.2). «Espíritu malo» aparece en 1 Samuel 16.14–16, 23; 18.10; 19.9; Lucas 7.21; 8.2; Hechos 19.12–13, 15–16).
En cierta ocasión encontramos la frase única «tenía un espíritu de demonio inmundo», échon pneuma daimónion akátharton (Lucas 4.33). A continuación tenemos el adjetivo daimoniódes. Sólo se utiliza en Santiago 3.15. Vine dice que «significa procedente de o parecido a un demonio, “demoníaco”».20 Desgraciadamente la Reina Valera de 1960 lo traduce por «diabólica», cuando en realidad es «demoníaca».
Una de las palabras más importantes utilizadas para describir la acción de un demonio dentro de un ser humano es daimonízomai. En sus primeros escritos, el Dr. Merrill F. Unger traducía la palabra por «poseído por el demonio». En What Demons Can Do to Saints, Unger admitía sin embargo que esa no es su mejor traducción.21 «Daimonízomai [significa] “estar endemoniado”, es decir, bajo el control de uno o más demonios … Toda invasión demoníaca es demonización sea cual fuere su grado de levedad o gravedad».
Luego está échei daimónion, «tener demonio» (Lucas 7.33; Juan 7.20). Esta expresión, junto con endemoniado son quizás los mejores términos en castellano para referirse a aquellos que han sido invadidos por espíritus malos.22
Por último, tenemos el participio daimonizómenos, utilizado unas doce veces en el Nuevo Testamento griego. C. Fred Dickason dice al respecto:
Se utiliza sólo en presente, para indicar el estado continuo de una persona poseída por un demonio o endemoniada[ … ] La raíz del participio significa «una pasividad causada por demonios», lo cual indica un control distinto al de la persona que está endemoniada[ … ] Se le considera como el recipiente de la acción del demonio.23
Una última razón para desechar la expresión posesión demoníaca es que el estado de hallarse completa, continua y totalmente poseído o controlado por demonios sería muy, muy raro, si es que existe.24 Tales personas no serían en absoluto responsables de ninguno de sus actos, ya que los demonios las poseerían y controlarían en todo momento. Las Escrituras nunca responsabilizan de toda la maldad humana a Satanás y sus demonios. Las personas son siempre responsables de sus acciones. No obstante, a los individuos gravemente afligidos durante un largo período por demonios tan poderosos les resulta muy difícil controlarse cuando se manifiestan, y llegan a lo que los sicólogos llaman «capacidad disminuida». Marcos 5 es un caso típico, aunque el capítulo 9 y Lucas 5 aportan detalles adicionales al relato.
De modo que los términos que propongo benefician a nuestro ministerio en el evangelio de varias formas: se ajustan más a las palabras bíblicas y no introducen ideas ajenas a la Escritura; preservan la dignidad de los que sufren la demonización; ayudan a reconocer y comprometerse en un frente más amplio de la guerra espiritual, al superar la dicotomía del todo o nada que transmite la etiqueta de posesión demoníaca.
En cierta ocasión trajeron a mi consulta a un joven luchador de aspecto salvaje. Mientras trataba de guiarle a Cristo me percaté de que estaba endemoniado, pero no intenté el contacto con los demonios. Sólo trataba de llevarlo al Señor.
De repente, otra personalidad tomó control del joven, gritando, maldiciendo y amenazándonos a mí y a un amigo que nos acompañaba. El luchador era lo bastante grande y fuerte como para matarnos sólo con las manos incluso sin tener ningún demonio. Impuse mi autoridad sobre los espíritus y les prohibí que nos hicieran daño. Entonces se volvieron contra su víctima, el luchador, y utilizando sus propias manos intentaron estrangularle. Sin gran esfuerzo, dando una orden, pude quitárselas de alrededor de su cuello, mientras pedía al Señor que enviara a sus ángeles para dominarle. Así lo hicieron y los demonios se encontraron impotentes para seguir dañándole.
El joven quería ser libre, no obstante tuvo gran dificultad para recuperar el control de sí mismo. Necesitó mi ayuda y la de los ángeles de Dios para mantener bajo sujeción a las destructivas personalidades que rugían en su cuerpo. Como en el caso del endemoniado gadareno de Marcos 5, tenía poco control sobre sus acciones cuando se manifestaban los demonios.
La demonización y la responsabilidad individual
El sicólogo Rodger K. Bufford habla de un estado de «aptitudes mentales y volitivas disminuidas» que existe no sólo en algunos casos de disfunciones cerebromentales sino también en casos graves de demonización.25 En dicho estado, el individuo no sólo puede perder el control cuando los demonios lo toman, sino llegar a una incompetencia mental de tal grado que sea incapaz de buscar ayuda, ni incluso darse cuenta de que la necesita. Bufford compara la capacidad disminuida de los endemoniados graves con la de aquellos que abusan del alcohol, en particular de «los que tienen una predisposición genética al alcoholismo [y] pueden ser incapaces de dejar de beber así como ver disminuida su capacidad de pensar racionalmente o actuar con moralidad». Sin embargo, concluye que esas personas endemoniadas siguen siendo responsables ya que:
[ … ] han llegado a ese estado a través de una diversidad de decisiones conscientes que implicaban escoger la influencia de demonios sobre su vida. El cristiano, habitado por el Espíritu Santo, pertenece al reino de Dios, está protegido de la posesión y tiene los recursos, mediante el cuerpo de Cristo y el poder del Espíritu de Dios, para resistir los esfuerzos de Satanás (Efesios 2.1–6; 6.12–18; Colosenses 1.13–14).
Respaldo en general los comentarios de Bufford, aunque no puedo estar de acuerdo con él en este último párrafo. La mayoría de los individuos no desean «la influencia de demonios sobre su vida». Esto resulta cierto, especialmente, si han estado endemoniados desde la tierna infancia o la niñez. Sin embargo, es verdad que Dios aún los considera responsables de todas sus decisiones. Los seres humanos, aunque caídos, llevamos todavía la imagen de Dios y, como tales, tenemos el derecho y la capacidad de impedir la entrada de demonios en nuestras vidas si sabemos lo que está ocurriendo.
El caso de Thadius
Cuando trabajaba como profesor adjunto de Estudios Interculturales en la Universidad Biola y el Seminario Teológico Talbot, mi esposa Loretta y yo éramos de vez en cuando invitados al banquete anual de graduación de los alumnos del último curso.
Un año, estábamos sentados en una mesa redonda con una docena de estudiantes, la mayoría de los cuales sabían acerca de mi ministerio de orientación-liberación, y uno de ellos preguntó:
—Dr. Murphy, ¿ha tenido usted algunos casos poco comunes de encuentros demoníacos en estos días?
—Pues sí —contesté—. Hace unas pocas horas. He tenido que darme prisa para llegar a tiempo para el banquete.
—Por favor —pidieron varios—, díganos lo que sucedió.
Les conté algunos de los sucesos que me habían llevado a un choque de poder a primera hora de la tarde. Se trataba de la tercera sesión con una joven de la que ya habían sido expulsados varios demonios. Aquella tarde mantuve la manifestación de uno26 de ellos en la presencia de Dios y del grupo de liberación. Era un demonio débil y temeroso que se llamaba a sí mismo Miedo.27
Le obligué a delatar a toda la jerarquía demoníaca que actuaba en la mujer y en su familia. (He aprendido a impedir que los demonios me mientan, de modo que la veracidad de sus declaraciones en cuanto a otros espíritus malos fue después comprobada.) Mientras trabajaba con Miedo, que continuamente me rogaba que le mandara salir porque tenía terror de los otros demonios, un espíritu distinto se manifestó con tal descaro y arrogancia que nos quedamos perplejos por un momento. Salió de repente a la luz y me gritó:
—¡Me llamo Thadius y soy el jefe! ¿Qué estás haciendo? ¿Tratas de destruirnos?
—No, todavía no —respondí—. No antes de que el Señor me mande deshacerme de vosotros. Entonces será Él quien os destruya y no yo. Te ordeno que calles. No dirás ni una sola palabra, sino que simplemente contestarás a mis preguntas con la verdad.
Luego seguí el proceso de asegurarme lo más posible de que sus respuestas fueran ciertas. Lo que los demonios revelan por voluntad propia puede no ser verdad, pero lo que se ven forzados a revelar, por lo general, sí lo es.28 Esta es la razón por la que no permito a los demonios que dirijan ningún tipo de conversación. Soy siempre quien la dirige en la autoridad del soberano Cristo.
—¿Quién eres? —pregunté.
—Me llamo Thadius y soy el jefe —respondió el demonio.
—Pensé que el que mandaba era Mentiroso.
—Sí, lo era —repuso—. Pero le expulsaste ayer y ahora soy el jefe.
—¿No te entristece que Mentiroso, ese vigoroso demonio, haya salido?
—No, porque ahora soy yo quien manda —se pavoneó.
Thadius era uno de los demonios más arrogantes que jamás haya tratado. El concepto que tenía de su propia importancia y del mando impregnaban la atmósfera, contrastando con el gimoteo de Miedo. Enseguida tuve que demostrar mi autoridad sobre él, de otro modo hubiera impuesto su dominio sobre mí y sobre toda la sesión. Cuando vio que no me intimidaba, empezó a obedecer cada una de mis órdenes, pero siempre con actitud desafiante y con arrogancia.
Conocimiento y resistencia eficaz:
Por qué es el engaño la estrategia clave del diablo
—Ah, yo conozco a Thadius —dijo una joven sentada al otro lado de la mesa.
El muchacho que estaba a su lado era uno de mis alumnos. Procedía de un hogar judío. Y me dijo:
—Dr. Murphy, perdone que no le haya presentado a mi esposa Ruth. Ella también es de familia judía y tuvo algunos problemas con demonios antes de convertirse a Cristo.
—Ruth, has dicho que conoces a Thadius. Cuéntanos tu historia —le pedí.
—Hace varios años, antes de creer en Jesús como el Mesías, estaba comprometida con un joven que tenía relación con algún tipo de secta; algo como brujería o parecido a esta . Intentaba convencerme para que aceptara sus espíritus en mi vida. Decía que si íbamos a casarnos teníamos que creer las mismas cosas y que su principal espíritu guía se llamaba Thadius.
»Como soy judía me causaban problema sus palabras, y aunque creía que le amaba y quería ser una con él en el matrimonio, aquel asunto de los espíritus guías me inquietaba.
»Cierta noche, ya acostada, luchaba con todo aquello cuando me di cuenta de que había otra presencia en la habitación. No sé cómo sucedió, pero se me apareció un espíritu. Se llamaba a sí mismo Thadius, y me dijo que quería entrar en mi vida y hacerme una sola persona con mi prometido.
»Me sentí aterrorizada y de repente me percaté de lo que sucedía. Recordé mis conocimientos del Antiguo Testamento y a los espíritus malos del paganismo que habían turbado a mi pueblo. Quería que aquello se fuera de mí, y súbitamente me encontré gritando en alta voz: “En el nombre del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, te digo que no quiero tener nada que ver contigo, espíritu malo. Vete de mi vida y no vuelvas”.
»Desapareció de inmediato y no volvió nunca más. No sé quién es Thadius —expresó la joven —, pero sí que se trata de un espíritu religioso maligno.
Este relato ilustra mi argumento de que incluso alguien como Ruth, que en ese tiempo no creía en Jesús como Cristo y Señor, puede resistir la entrada de demonios en su vida si sabe lo que está ocurriendo.
De nuevo, esta es una de las razones por las cuales la principal estrategia del diablo es el engaño. Por lo general, los demonios, que son «diablos», en el sentido de que poseen la naturaleza de Satanás y están totalmente identificados con su causa, no utilizan una aproximación tan atrevida como la que empleó Thadius con Ruth. Es una evidencia adicional de que aunque Satanás y sus ángeles caídos poseen una sabiduría que no tiene el hombre, están lejos de ser omniscientes. A menudo meten la pata, como le pasó a Thadius. Por cierto que en ocasiones parecen bastante estúpidos.
Ruth, una mujer creada a imagen de Dios, pudo impedir la entrada de Thadius en su vida. Y esto tal vez sea cierto en cualquier ser humano normal con una mente lógica, ya sea adulto, joven e incluso niño, si ha recibido enseñanza del mundo espiritual; de otro modo los niños, a causa de su inocencia y pasividad, resultan más susceptibles de ser invadidos por demonios que los adultos.
De manera que nadie puede decir ingenuamente: «El diablo me obligó a hacerlo». Sin importar de qué manera logren los demonios entrar en la vida de las personas, ya sea en la tierna infancia o la edad adulta avanzada, la Biblia siempre las considera responsables de sus acciones. Por mucho control que los demonios ejerzan sobre sus víctimas, en determinado momento estas tuvieron la suficiente autoridad para resistir a sus deseos perversos. A más de un demonio le he oído decir mientras sale: «Mejor es que me vaya. De todas formas ya no me escucha … »
Por esta razón, resulta decisivo que en el consejo impartido antes del momento de la liberación29 las personas que nos consultan comprendan bien por lo menos dos cosas: una, que si de verdad tienen demonios, deben reconocerlo; y la segunda, que poseen autoridad sobre ellos. Deben aprender la diferencia que existe entre sus pensamientos y el de los espíritus que moran en ellos. Cuando reconoce cuáles son de cada quien, los demonios, que han ocultado su presencia hasta ese momento, quedan expuestos y el control que tienen sobre determinadas áreas de la vida de sus víctimas se debilita.
La demonización y la evangelización
No sólo echo fuera demonios de la vida de los inconversos. En primer lugar trato de llevarlas a la fe en Jesucristo. Esa es mi misión. Jesús no dijo: «Id por todo el mundo y echad fuera demonios de toda criatura»; sino: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16.15).
Si alguien se niega a venir a Cristo, ¿debo dejarle con sus demonios? Depende del caso. Hasta la fecha, en mi experiencia con sesiones de liberación personal, si va precedida de una orientación cuidadosa, el inconverso siempre vendrá a Cristo. No puedo recordar a nadie que se haya negado a hacerlo.
Sugiero que si a la persona le cuesta trabajo venir al Señor, quizás sea porque los demonios bloquean su mente, sus emociones y su voluntad. El consejero debe ir contra ellos y bien expulsarlos o atarlos para que no interfieran en el acto de fe del individuo. Por lo general se tratará de espíritus de confusión, incredulidad, anticristo, religiosos, de brujería, sexuales, de muerte, de rebeldía o cosas semejantes. Una vez anulada su actividad, la víctima puede fácilmente venir a Cristo si quiere. Esto se hace en el caso de los musulmanes, hindúes, miembros de sectas, satanistas, brujas y hechiceros, o quienquiera que sea.
Con mucha frecuencia, la batalla cuerpo a cuerpo más difícil que tienen que librar los consejeros es con esos demonios que bloquean al individuo. Por lo tanto, siempre que sea posible, debemos asegurarnos de la resistencia de la víctima y no abandonar hasta que cada uno de los espíritus malos hayan sido expulsados. En todos los casos hemos ganado esta batalla cuando las víctimas (que son quienes más sufren a menudo durante este tipo de confrontación) y el equipo de liberación han estado dispuestos a defender el frente hasta que se ha derrotado al enemigo. Si ello es posible sin que los demonios se manifiesten, y por lo general así sucede, mucho mejor.
Conclusiones
Las Escrituras describen a los inconversos como sigue:
1.     Hijos del diablo (Mateo 13.37–39; Juan 8.44; 1 Juan 3.3–10a).
2.     Están en el reino de Satanás (Colosenses 1.12–14).
3.     Atados por el diablo (Hechos 26.18).
4.     Cegados por Satanás de manera que no pueden recibir por sí mismos el evangelio (2 Corintios 4.3–4; para comprender su origen véase 2 Corintios 3.14–15).
5.     Están en poder del maligno (1 Juan 5.19), «en sus garras y bajo su dominio[ … ] dormidos en los brazos de Satanás», afirma John R. W. Stott.30
6.     Son propiedad del diablo (Mateo 12.22–29).
7.     Se hallan esclavizados a un sistema mundial controlado por Satanás (Juan 12.31; 14.30; 16.11; 1 Juan 5.19).
8.     Entregados al príncipe de la potestad del aire: «Su vida es activada por el poder sobrenatural del mal», afirma un comentarista (Efesios 2.2).31
Cuatro conclusiones
A la luz de estas declaraciones escriturales, sacamos la siguiente conclusión cuádruple en cuanto a la situación de los redimidos y de la guerra a la que nos enfrentaremos para traerlos a la fe en Cristo:
1.     Los incrédulos están espiritualmente «perdidos» sin la fe en el Señor Jesucristo (Juan 14.6; Hechos 4.12; 26.18; Romanos 1.3).
2.     Los incrédulos están potencialmente endemoniados en un grado u otro. No afirmo que los demonios han sido capaces de invadir la vida de todos los inconversos. Pienso que en la mayoría de los casos querrían hacerlo si pudieran, pero no pueden. Aquí encaja lo que hemos dicho acerca de los seres humanos como portadores de la imagen de Dios y, por lo tanto, capaces de impedir la entrada a los espíritus malos.
Lo que sí afirmo es que, ya que están espiritualmente perdidos y pertenecen a Satanás, podrían llegar a estar endemoniados. Debemos estar alerta en cuanto a la posible vinculación de los demonios a la vida de los no cristianos, aunque no manifiesten las disfunciones de la personalidad normalmente asociadas con la demonización.
3.     Nuestro ministerio de evangelización mundial incluye la dimensión de la guerra espiritual.
4.     Esta dimensión, en el testimonio cristiano , surge de la resistencia al reino de las tinieblas a cada paso que damos para ganar almas para Cristo y traerlos bajo el gobierno de Dios (Daniel 10.10–21; Hechos 13.6–12; 16.16–24; 19.11–18).
Por lo tanto, debemos comprender el mundo espiritual como nos enseñan las Escrituras (2 Corintios 2.11). No hemos de ignorar las maquinaciones de Satanás, ni contra los creyentes ni contra los incrédulos. Debemos aprender a desafiar, mediante la oración, la Palabra hablada y una fe firme, a los principados y las potestades que imperan sobre los seres humanos individuales, las sociedades y las regiones del mundo (Efesios 3.10; 6.12–18; Apocalipsis 12.11).
Ministrar eficazmente a las personas influenciadas por demonios exige que creamos que el campo sobrenatural del mal ya ha sido derrotado. Satanás y sus demonios han sido destronados de su posición de autoridad en los lugares celestiales gracias a la actividad redentora de Cristo.
El tema clave: la autoridad
El tema básico en la guerra espiritual es el de la autoridad. Tal vez por esta razón nuestro Señor la declaró de manera absoluta en los cielos y en la tierra, así como en su continua presencia con sus discípulos, antes de enviarlos a la evangelización mundial (Mateo 28.18–20). Una paráfrasis de lo dicho por el Señor en Mateo 28.18 podría ser: «Hay poderes, tanto en el cielo como en la tierra, que os opondrán cuando tratéis de llevar adelante mi misión redentora. ¡Tened ánimo! Se me ha dado autoridad absoluta y total sobre los seres cósmicos que están en los cielos, y sus agentes humanos que os resistirán en la tierra. Ninguna autoridad es mayor que la mía: Yo soy el Señor del cielo y de la tierra. Por tanto, podéis ir y ser capaces de hacer discípulos de todos los grupos sociales de entre las naciones de la tierra».
Otra paráfrasis del versículo 20b, sería: «Quiero daros todavía otra palabra de aliento: cuando tratéis de cumplir mi mandato redentor seréis coronados con el éxito. Aunque tengáis que enfrentaros al poder celestial maligno y al terrenal que se os opondrá y os acosará, ¡animaos! Yo, vuestro Señor y Señor del universo, estaré con vosotros; porque por medio de mi Espíritu me encontraré siempre en vuestro interior (Juan 15–17; Hechos 16.6–7; Romanos 8–9; Gálatas 4.6), hasta el final mismo de esta era de redención».
Nuestra autoridad es delegada
La autoridad que tenemos es delegada. En Lucas 10, Jesús la da a todos sus discípulos de manera total, sobre cada una de las dimensiones del área sobrenatural del mal, no sólo a los doce apóstoles (Lucas 10.1, 17–19). Se desconoce la identidad de los setenta. Aquel grupo de hombres era lo suficientemente grande como para que el Señor los formara y los supervisara, y ya que es la única referencia que se hace a ellos, es de suponer que no abandonaron los trabajos que tenían ni sus hogares para seguir a su Maestro —como sucedió con los doce—. Hoy en día los llamaríamos laicos.
Calvino sugiere que, al igual que los doce simbolizan a las tribus de Israel, los setenta representan a los ancianos escogidos por Moisés para ayudarle a administrar los asuntos del pueblo, y que más tarde constituirían el consejo judío de los setenta: el Sanedrín.32
El Señor Jesús los designó junto con los doce. Se les denomina «otros setenta», y fueron enviados «de dos en dos» para seguir el modelo que Jesús había establecido con anterioridad para los doce apóstoles (Marcos 6.7; 11.1; 14.13). Este modelo de ministerio en equipo tenía un sólido precedente histórico en el Antiguo Testamento.
Antecedente bíblico del ministerio en equipo
Cuando Dios estableció sus leyes para el pueblo de su pacto, el principio que dio fue: «Por el testimonio de dos testigos». El castigo nunca había de aplicarse sobre la evidencia de una sola persona (Deuteronomio 17.6; 19.15; 1 Timoteo 5.19). Ese principio pronto se convirtió en: «Por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto» (2 Corintios 13.1; cf. Mateo 18.16). Dios dijo que por su poder «uno [haría] huir a mil y dos a diez mil». El escritor de Eclesiastés lo reforzó al decir: «Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante[ … ] Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán» (Eclesiastés 4.9–12). Sin embargo, Amós aportó un requisito necesario para este ministerio en equipo: «¿Andarán dos juntos [se pregunta] si no estuvieren de acuerdo?» (Amós 3.3).
Jesús reveló la autoridad espiritual que respaldaba a dos hombres piadosos que estuvieran de acuerdo, cuando dijo: «Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18.19–20). A los profetas cristianos se les enseña a hablar dos o tres en cada culto y que «los demás juzguen». Finalmente, cuando lleguen los últimos días del testimonio de Dios sobre la tierra, él levantará a dos testigos —no a uno solo— que hablarán su palabra y manifestarán su poder delante de las naciones (Apocalipsis 11.1ss). Es obvio que Dios no llama ni envía por lo general a llaneros solitarios que sean ley para sí mismos. Y esto ciertamente ha demostrado ser así en un ministerio de guerra espiritual. Siempre llama a hombres para que trabajen en equipo, aunque, como en el caso del apóstol Pablo, uno sea el líder más destacado del mismo (Hechos 13–28). Resulta interesante observar a Pablo en su función de líder de grupo. Sin duda alguna, era el jefe, no obstante, en ciertas crisis, cuando su equipo tuvo que ejercer el liderazgo, lo hizo. Se sometió al consenso del grupo (Hechos 19.30–31).
Jesús envió a sus discípulos «de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde había de ir». Tenían que ser sus heraldos, para preparar el camino para su llegada. No es de extrañar que se toparan inmediatamente con la guerra espiritual (vv. 17–20).
Aunque los setenta no eran apóstoles, dicho en las acertadas palabras de Calvino, fueron «sus heraldos secundarios».33 A ellos, y no a los doce, dio Cristo aquella revelación general y autorizada sobre la guerra espiritual.
Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará (Lucas 10.18–19).34
Demonización, responsabilidad y autoridad: La historia de Pat
Todos tenemos la autoridad «sobre toda fuerza del enemigo» prometida por nuestro Comandante en Jefe en el versículo 19. En su nombre, es decir en su autoridad, también podemos exclamar: «Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre» (v .17).
Mi hija Carolyn vivía en casa y asistía a la universidad, como era nadadora, pasaba las tardes en la piscina. Allí conoció a un joven que estaba en el equipo de natación de la facultad y un día me habló de él.
«Papá», dijo, «en la facultad he conocido a un chico guapo y simpático que se llama Pat. Está en el equipo de natación. He tratado de hablarle de Cristo, pero dice que es ateo. Sin embargo, es uno de los chicos más rectos que jamás he visto: Nunca maldice, su conversación es siempre irreprochable y es un perfecto caballero con las chicas. Me gustaría ganarle para Cristo. ¿Podríamos orar todos por su salvación?<%-1>»
Desde luego accedimos. Las semanas pasaron y la resistencia espiritual de Pat seguía invariable. Estaba dispuesto a hablar de Dios y de Cristo, pero no tenía ningún interés en ello. Sin embargo sí estaba interesado en Carolyn.
Un día, nuestra hija nos preguntó si podíamos invitarle a ir con nosotros a la iglesia el domingo siguiente y luego a comer en casa. Así tendría la oportunidad de pasar un rato a solas con él y hablarle acerca de Cristo. Estuvimos de acuerdo. Dio la casualidad que aquel domingo tenía que dar la clase al grupo de universitarios de la Escuela Dominical y Pat asistió a ella. Era educado y parecía sentirse a gusto con los otros jóvenes estudiantes. Después de comer le pregunté si podíamos hablar a solas, a lo cual accedió gustoso.
Hablamos durante casi una hora, pero sin llegar a ninguna parte. Aunque escuchaba con atención y era muy cortés, mantenía su incredulidad en la existencia de un Dios personal.
—Me gustaría poder creer como usted y Carolyn, Dr. Murphy —expresó,— pero no puedo. No sé por qué, pero me es imposible. Todo me resulta muy confuso. Por lo general, no me cuesta reflexionar sobre las cosas, pero cuando se trata de Dios y de Cristo me quedo en blanco. No tiene ningún sentido para mí.
Más tarde le dije a Carolyn que la mente de Pat era como esa de la que habla el apóstol Pablo en 2 Corintios 4.4.
—El dios de este siglo —comenté— ha cegado su entendimiento hasta tal punto que no puede captar ni siquiera las cosas más elementales referentes a Dios, el hombre, el pecado, Cristo y la salvación. Jamás he tratado con nadie que fuera tan ciego a la verdad espiritual.
»Sé que te gusta. También a mí. Es un joven fino, amable y cortés. Pero a menos que su mente y su corazón se abran a Dios no tienes futuro con él. ¿No querrías pasar el resto de tu vida con un ateo?
Carolyn se mostró de acuerdo, pero decidió seguir testificándole. Me daba cuenta de que se sentía atraída por él, pero confiaba en que llegado el momento tomaría la decisión correcta.
Un par de meses después, me encontraba en un largo viaje por el extranjero, al llegar a Grecia había una carta de Carolyn esperándome. Fue una «bomba».
«Querido papá», me decía, «ha sucedido con Pat la cosa más asombrosa que uno pueda imaginarse. Después de irte empecé a apremiarle acerca de su necesidad de Cristo. Le dije que estaba cansada de sus razones intelectuales para declararse ateo, que yo era tan intelectual como él y, sin embargo, tenía a Jesús como la persona más real en mi vida.
»Le expliqué que su problema no era intelectual, sino moral y espiritual. Que era un pecador, pero demasiado orgulloso para reconocerlo y humillarse delante de Dios, confesar sus pecados y elegir la fe en Jesucristo como Señor y Salvador. Le dije que estaba cegado, confundido y atado por el diablo, y que tenía el deber de volverse contra él y creer a Dios.
»Me había enterado de que Pat procedía de un hogar con muchos problemas. Sus padres se habían separado cuando era adolescente. Quería mucho a su papá, pero no tenía respeto alguno por su mamá. Vio cómo su familia se desintegraba ante sus ojos. Poco después de la separación, su padre murió repentinamente de un ataque cardíaco y su madre mintió acerca de la edad de su hijo de sólo diecisiete años, por aquel entonces, y le alistó en el ejército para sacarlo de casa.
»Pat me preguntó: “¿Dónde estaba ese supuesto Dios tuyo cuando mi hogar se deshacía? ¿Qué clase de Dios es el que permite un mal semejante en el mundo?”
»Le dije que no tenía todas las respuestas para su enfado con Dios y con la vida, pero sí para su confusión. Y esa respuesta estaba en Cristo. Al final le expliqué que a menos que abriera su mente y su corazón, y diera a Dios una oportunidad, tendríamos que dejar de salir juntos. Mi novio tendría que amar a Cristo lo mismo que yo.
»Papá, estábamos sentados uno al lado del otro en un banco del parque Starboard, cerca de casa. Había llovido mucho la noche anterior, el suelo estaba mojado y con charcos de barro. Entonces, delante de mis ojos, sucedió lo más insólito que he visto en mi vida.
»El cuerpo de Pat se levantó en el aire y fue proyectado hacia atrás por encima del respaldo del banco. Cayó sobre un charco y rodó de un lado para otro hasta que estuvo todo cubierto de barro. De repente se levantó de un salto y empezó a dar brincos como un mono. Sus ojos estaban vidriosos y reflejaban odio hacia mí. Sacó la lengua, hizo un siseo y me escupió. Luego, de su garganta salió un torrente de juramentos y blasfemias completamente demoníacas.
»Papá, sabía que no era Pat quien me miraba con ferocidad, me escupía, nos maldecía a mí y a Cristo y saltaba a mi alrededor en el barro. Era un demonio.
»Intenté recordar todo lo que nos habías enseñado en cuanto al trato con los demonio<%1>s que se manifiestan, pero estaba sola y asustada. Empecé a citar la Palabra de Dios contra ellos y eso los enfureció todavía más. Oré, lloré y continué citando las promesas de protección del Señor para mí misma y de salvación<%1> para Pat mediante la sangre de Jesús<%1>. Aquello agitó de veras a los demonio<%1>s. Por último comencé a cantar ese coro de testimonio infantil que dice “Cristo me ama, bien lo sé”, cambiándole la letra y declarando por fe la salvación de Pat, ya que no podía hacerlo él mismo.
Cristo ama a Pat, bien lo sé; su Palabra me hace ver que Pat es de Aque[ … ]
»Mientras lo hacía, comencé a marchar en círculo alrededor de Pat, cantando con toda mi fuerza. Los demonios jamás me quitaron los ojos de encima, pero siguieron saltando en el barro mientras los rodeaba.
»Después de una hora así, estaba tan cansada que apenas podía caminar. Sabía que necesitaba ayuda. Recordé que dos de los líderes de nuestra misión, los cuales tenían experiencia con demonios, vivían cerca, de modo que me metí en el coche de un salto y fui a buscarlos. Gracias a Dios que ambos estaban en casa y accedieron a volver conmigo para ayudarme a liberar a Pat.
»Cuando llegamos al parque, Pat no estaba allí. Vive en un piso no demasiado lejos, de modo que fuimos a su casa. Al llegar, encontramos la puerta abierta y a él sentado en el sofá, medio aturdido pero en su cabal juicio.
»Los dos hombres oraron con él. Todavía quedaban algunos demonios, pero básicamente estaba libre.
»“Carolyn”, me dijo,” no recuerdo nada de lo sucedido desde que empezaste a hablarme con firmeza acerca de mi pecado de orgullo y mi necesidad de arrepentirme, humillarme y aceptar a Cristo como Señor y Salvador. De repente, todo se quedó en blanco. Lo siguiente que sé es que estaba sentado en un charco de barro del parque, cubierto de lodo y que te habías ido. No podía entender lo que me había sucedido ni por qué te habías marchado. Volví a casa completamente confundido.
»“Me quité la ropa sucia y comencé a ducharme. Al mirar hacia arriba para ajustar la ducha, tuve una visión: La cruz de Cristo aparecía superpuesta a la misma. De repente me sentí libre. Lo único que recorría mi mente era:
Cristo me ama, bien lo sé;
Su Palabra me hace ver[ … ]
»“Me confesé a Dios llorando y me escuchó. Clamé a Jesús” entró en mi vida y limpió todos mis pecados.
»“Ahora sé que hay un Dios y que Él es mi Padre. Sé que Jesucristo es real y que es mi Señor y Salvador"».
Aunque he contado esta historia docenas de veces, todavía me hace saltar las lágrimas y llena de alegría mi corazón. Cuando volví del extranjero pasé horas enteras con Pat en oración y estudio bíblico. Se había incorporado ya a un grupo universitario de cierta iglesia local y estaba testificando de Cristo.
¿Había estado endemoniado? Sí, de manera grave. ¿Cuándo salieron los demonios? No lo sé. Quizás en el parque, mientras Carolyn les mandaba que lo hicieran y proclamaba con un cántico la salvación de Pat por la fe. Lo he visto suceder de esa manera.
O tal vez salieran cuando el Señor vino a Pat en la ducha y, por primera vez en su vida, pudo creer y proclamar su propia salvación.
¿Fue aquel el último problema que tuvo Pat con demonios? No, le atacaron una y otra vez. Tenía que aprender la autoliberación continua. Le fue necesario acudir a cristianos más fuertes que él para recibir oración e incluso liberación suplementaria. La liberación es más un proceso que un suceso crítico para la mayor ía de las personas gravemente endemoniadas. Y así fue para Pat.
¿Cómo está Pat hoy en día? Lleva muchos años caminando fielmente con el Señor. Es un maravilloso esposo y padre, al igual que un líder de iglesia destacado y uno de mis más íntimos amigos cristianos.
1 1.     John Murray, «Fall The» en ZPEB, Merril C. Tenney, ed., Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977, 2: 492–494.
2 2.     Murray, p. 493.
3 3.     Adam Clark The Holy Bible: Commentary and Critical Notes , Applegate and Company,Cincinnati, OH, 1828, 2: 420.
4 4.     Juan Calvino, Calvin’s Commentaries , Baker, Grand Rapids, MI, 1989, 21: 220 y 221.
5 5.     Esta frase no implica duda, sino que se trata de una constatación. Véase Calvino 20: 191 y 192; Clark, 315.
6 6.     Algunos comentaristas forcejean con la aplicación de theós (dios) a Satanás. Uno de ellos es Adam Clark, quien argumenta que «el dios de este siglo que ciega a los incrédulos a la luz del evangelio es Dios mismo». Clark dice que según San Agustín tal era la opinión de todos los antiguos, «incluyendo a Ireneo, Tertuliano, Crisóstomo, Teodoreto, Focio, Teofilacto y, desde luego, Agustín» (Clark 2: 315–326). Sin embargo, al estudiar a los grandes padres de la iglesia, a menudo nos sentimos perplejos ante algunas de sus interpretaciones de la Escritura. Por lo general hay razones históricas que aclaran sus raras ideas ocasionales. Al comentar acerca de las extrañas interpretaciones de algunos de los Padres, Calvino escribía: «Vemos cómo influye el calor de la controversia en la continuación de las disputas. Si todos estos hombres hubieran leído con calma las palabras de Pablo en 2 Corintios 4.3 y 4, jamás se les habría ocurrido a ninguno de ellos torcerlas de esta manera para forzar su sentido; pero al verse acosados por sus oponentes, tuvieron más interés en refutarlas que en investigar el sentido que les daba Pablo» (Calvino 20: 193). Al igual que la mayor parte de los comentaristas modernos, estoy de acuerdo con Calvino.
7 7.     Ibid. 20: 192.
8 8.     Ibid. 20: 193 y 194.
9 9.     Lewis Sperry Chafer, Systematic Theology , Dallas Seminary Press, Dallas, Texas, 1974, 2: 51.
10 10.     Michael Green, I believe in Satan’s Downfall , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1981, p. 54.
11 11.     Neil Anderson, The Bondage Breaker , Harvest House, Eugene, OR, 1990a.
12 12.     Tom White, The Believer’s Guide to Spiritual Warfare , Servant Publications, Ann Arbor, MI, 1990, p. 22. Veo cuatro niveles: cósmico, personal, pastoral y evangelístico.
13 13.     Merrill F. Unger, What Demons Can Do to Saints , Moody, Chicago, 1977, p. 90.
14 14.     No es ese el nombre que yo escogería para mí mismo, pero es el que otros nos dan a mí y a mis colegas, de cualquier convicción teológica que sean, los que estamos ministrando continuamente liberación a aquellos que sufren, los afligidos por demonios, y por lo general a nuestros semejantes angustiados mental y emocionalmente. Cuando se me critica por mi ministerio, yo a menudo repito las famosas palabras de D. L. Moody: «Prefiero mi manera de hacerlo a su manera de no hacerlo».
15 15.     Digo «muy alejados» porque ninguno de los escritores bíblicos describe sus propias experiencias con demonios, sino sólo las de otros. Esto significa que el traductor y comentarista modernos de la Biblia está a casi dos mil años de distancia de los relatos presentados por los escritores sagrados. También vive en un contexto de cosmovisión bastante distinto al de aquellos que escribieron la Biblia.
16 16.     J. Warwick Montgomery, ed., Demon Possession , Bethany Fellowship, Minneapolis, MN, 1976.
17 17.     Más adelante trataremos el tema tan controvertido de la posible demonización de algunos verdaderos cristianos.
18 18.     Timothy M. Warner, Spiritual Warfare , Crossway, Wheaton, IL, 1991, pp. 79 y 80. Para otras críticas excelentes de las expresiones poseído por demonios, posesión demoníaca y algunas parecidas, y la preferencia de demonización, véa nse Fred C. Dickason, Demon Possession and the Christian , Crossway, Westchester, IL, 1989, pp. 37–40; Murphy en Peter C. Wagner y Douglas F. Pennoyer, Wrestling With Dark Angels, Regal, Ventura, CA, 1990, pp. 20–22; Mark Bubeck, The Adversary , Moody, Chicago, 1975, pp. 83–92; The Satanic Revival , Here’s Life Publishers Inc., San Bernardino, CA, 1991, 45s; Anderson, The Bondage Breaker; White, pp. 44–46; Unger, 86 s; Green, p. 126. Desgraciadamente otros libros excelentes como Counseling and the Demonic, de R. Bufford, Word, Dallas, Texas, 1988, utilizan constantemente la expresión «posesión demoníaca»; véanse las páginas 102s.
19 19.     Unger, 86s.
20 20.     William Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, Londres, 1953, 1: 291 y 292.
21 21.     Unger, pp. 86 y 87.
22 22.     Unger, pp. 86 y 87.
23 23.     Dickason, pp. 37 y 38.
24 24.     Las únicas personas que pueden estar realmente “poseídas por demonios” son aquellas que, como los mediums espiritistas, invitan real y conscientemente a los malos espíritus a tomar posesión de ellas. Esta posesión voluntaria no se parece a la demonización involuntaria registrada en las Escrituras. Tal vez el anticristo y la bestiadel Apocalipsis (en caso de que se trate de individuos) serán ejemplos de personas verdaderamente poseídas por Satanás u otros espíritus malos poderosos.
25 25.     Rodger K. Bufford, Counseling and the Demonic , Word, Dallas, Texas, 1988, pp. 110 y 111.
26 26.     Por lo general no permito que los demonios se manifiesten ni los mantengo en ese estado, sino que trato de que guarden silencio y hablen sólo a la mente de su víctima. Otras veces, al igual que hicieron Jesús y Pablo, cuando salen a la luz, los mantengo así con ciertos propósitos que luego diré. Si esto se hace como es debido, es algo que los aterroriza y los debilita.
27 27.     El tema de los demonios de miedo y de otros que adoptan tanto nombres funcionales como de otra clase se trata más adelante. Aquí sólo relato lo que sucedió. Grabé toda la sesión, de modo que la voz del demonio y las de otros varios pueden distinguirse fácilmente de la de la joven.
28 28.     Digo «por lo general» debido a que no descubrirán todo lo que sucede en la vida de su víctima, sino sólo una verdad parcial. Esconderán cuanto puedan. Asimismo, lo que revelen puede muy bien no ser cierto al 100 por ciento en todos sus detalles. La esencia de lo que se vean obligados a revelar responderá generalmente a la verdad si uno sabe cómo constreñirles a que no mientan.
29 29.     Algunos «ministros de liberación» tienen un concepto tan negativo del consejo que se niegan a darlo tanto antes como después de que la persona haya sido liberada. Dicen que Jesús no lo hizo y que por lo tanto ellos tampoco necesitan hacerlo. Siguen lo que un pastor amigo mío llama el método del «tirón y la sacudida». Sacan de un «tirón» a los demonios más fáciles y consiguen que los difíciles salgan mediante una serie de “sacudidas”; luego despiden al individuo, quizá con unas pocas instrucciones escritas, y dan por terminada su misión. Me pregunto qué sucede pocos días o pocas semanas después con esa pobre gente, pero ya que no he hecho ningún estudio científico preciso al respecto no puedo decirlo. Sin embargo tengo la suficiente experiencia personal con este procedimiento como para saber que en muchos casos el último estado de esas personas es peor que el primero (Mateo 12.43–45).
30 30.     John R. W. Stott, The Epistles of John, TNTC, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1983, p. 193.
31 31.     Francis Foulkes, Ephesians, TNTC , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1982, pp. 69 y 70.
32 32.     Juan Calvino, Commentary on the Gospel of Luke , Baker, Grand Rapids, MI, 1989, pp. 16: 24.
33 33.     Calvino, 24.
34 34.     Véase mi estudio en profundidad de Lucas 10.17–21 en el capítulo 40.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

Sección II
La vida cristiana normal
9
Abundante y victoriosa
Juan 10, Romanos 6–7
Para comprender las dimensiones de la guerra espiritual debemos primero descubrir lo que vino a hacer Cristo en nuestra vida. Ya nos hemos referido a la salvación y al plan de redención de Dios en la historia. También hemos mencionado la justificación de nuestros pecados y la regeneración para novedad de vida.
Cuando hablamos de la vida cristiana nos movemos en el área de la santificación. Este término procede de la palabra griega hagiasmós, utilizada muy corrientemente en el Nuevo Testamento. Vine dice que se refiere a una vida de separación para Dios y a la vida santa que resulta de dicha separación.
[Es en] esa relación con Dios en la que entran los hombres por la fe en Cristo, Hechos 26.18; 1 Corintios 6.11, y a la que sólo tienen derecho por la muerte de Jesús, Efesios 5.25–26; Colosenses 1.22; Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 10.10, 29; 13.12.
El término santificación también se utiliza en el Nuevo Testamento para hablar de la separación del creyente de las cosas malas y los malos caminos. La santificación es la voluntad de Dios para él, 1 Tesalonicenses 4.3, y su propósito al llamarle mediante el evangelio, versículo 7, debe aprenderse de Dios, versículo 4, como la enseña en su palabra, Juan 17.17, 19; cf. Salmos 17.4; 119.9, y debe ser buscada por el cristiano de un modo ferviente y constante, 1 Timoteo 2.15; Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 12.14.
[ … ] El carácter santo, hagiosyne, 1 Tesalonicenses 3.13, no es vicario; es decir, no puede transferirse ni imputarse. Es una posesión individual, conseguida poco a poco como resultado de la obediencia a la Palabra de Dios y de seguir el ejemplo de Cristo, Mateo 11.29; Juan 13.15; Efesios 4.20; Filipenses 2.5; en el poder del Espíritu Santo, Romanos 8.13; Efesios 3.16.1
A esta vida santificada la llamo vida cristiana normal. Dios quiere que tengamos una vida santa y el enemigo se opone a nuestros esfuerzos por obedecer. Así que la vida cristiana normal se practica en el contexto de una guerra espiritual continua.
Entre las muchas características de la vida cristiana, he escogido dos: una mencionada por Jesús y la otra por el apóstol Pablo. Tal vez juntas abarquen todas las demás dimensiones generales de la vida cristiana normal. Ellas son: vida abundante y vida victoriosa.
En Juan 10.1–18, Jesús se presenta a sí mismo como el Buen Pastor y en el versículo 10b afirma, de forma escueta, el propósito de su encarnación: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia».
La vida abundante
Una de las consecuencias de esta vida abundante en Cristo Jesús es que nosotros, sus ovejas, andamos ahora en la luz. Con frecuencia cantamos: «Antes era ciego, mas ahora veo. La luz del mundo es Jesús». Y al hacerlo testificamos de que antes de la venida de Cristo buscábamos la vida pero no la encontrábamos. Llevábamos una lucha ficticia por «autorealizarnos» y por conseguir una aparente felicidad; pero en realidad vivíamos y caminábamos en tinieblas, aunque las llamáramos luz. Eso es lo que quiso decir Jesús cuando expresó: «Si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?» (Mateo 6.23).
Las tinieblas en las que andábamos tenían un origen doble: humano, la dureza del corazón del hombre (1 Corintios 3.19; Efesios 4.17–19), y sobrenatural (2 Corintios 4.3–4).
Ya fuera que nos sintiéramos desdichados o felices, preferíamos nuestra desventura o nuestra felicidad antes que a Dios. Como me dijo un joven en cierta ocasión: «Sé que no vivo como Dios quiere, pero, francamente, resulta divertido. El mundo tiene mucha atracción para mí». Este es el origen natural y humano de las tinieblas.
Luego está el origen sobrenatural: la obra de enceguecimiento mental del «dios de este siglo», Satanás (2 Corintios 4.3–4). Pablo no se anda con remilgos en su gráfica descripción de las operaciones del diablo en la mente y la vida de los incrédulos. Añádale a esto Efesios 2.1–3 y el cuadro se hace aún más oscuro. Satanás no quiere que los hombres vean «la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios».
En una ocasión intentaba guiar a Cristo a cierto hombre, sobre el que sospechaba que estaba endemoniado, cuando de repente se manifestó un demonio furioso protestando por mis esfuerzos para llevar a su víctima a la fe.
«¡Cállate!», me gritó. «No le digas eso. Es mío; me pertenece. No dejaré que crea en tu Jesús. Le estoy impidiendo que comprenda tu presunto evangelio. Te odio».
Silencié al demonio y no lo dejé que interfiriera en el derecho de aquel hombre a aceptar o rechazar a Cristo. Aunque el individuo en cuestión no estaba del todo consciente de lo que ocurría en su vida, sabía que una personalidad extraña había tomado control parcial de su mente y sus cuerdas vocales. Eso lo asustó tanto que se entregó a Jesús con toda su alma. Durante varios meses ese demonio y otros muchos fueron expulsados del hombre, que había estado involucrado en brujería y se hallaba gravemente endemoniado.
En contraste con su salvación inmediata, su liberación total no fue ni instantánea ni automática. Una cosa es la salvación y otra la santificación, ésta puede incluir el ser liberado de las ataduras de poderes demoníacos. Aquel hombre se salvó de forma instantánea, pero liberado de manera progresiva. Ambas cosas pueden ocurrir a menudo al mismo tiempo, pero no siempre.
Volvamos a nuestra experiencia como inconversos. Cierto día milagroso la gracia soberana y salvadora de Dios apartó las tinieblas y «por su gran amor con que nos amó[ … ] nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)» (Efesios 2.4–5).
Las escamas cayeron de nuestros ojos (Hecho 9.18) y vimos lo que nunca antes habíamos podido entender: el «tesoro» que es Jesucristo mismo (2 Corintios 4.5–11). Entonces, como el ciego del relato bíblico, exclamamos: «Habiendo sido ciego, ahora veo» (Juan 9.25).
Aunque todos hemos tenido nuestros altibajos espirituales desde el día en que Dios nos abrió los ojos, nunca hemos vuelto a ser los mismos. Ya no vivimos en tinieblas, sino en la luz de su presencia. Este es el testimonio universal de los que amamos a Dios con sinceridad (¿Y no es cierto que le amamos de veras?) Con este telón de fondo, consideremos ahora una de las más profundas descripciones que hace Jesús de la vida cristiana normal.
Yo he venido para que tengan vida
«Vida» es una de las palabras características del apóstol Juan, quien la usa de dos formas distintas en su Evangelio. La primera para referirse a todo tipo de vida como la conocemos en el universo (Juan 1.3–5). Esa vida tiene su origen en el Señor Jesús. Juan dice que «sin Él [Jesús, el Logos de Dios] nada de lo que ha sido hecho fue hecho» (1.3).
Más importante todavía: vida significa existencia eterna. León Morris dicel que «vida, en San Juan, se refiere de manera característica a la vida eterna, al don de Dios por medio de su Hijo».2 También es muy característico de Juan el uso de esta palabra con o sin el artículo determinado, para referirse a «la vida» o «la vida verdadera»; la vida del Señor Jesús con los creyentes cuando por su Espíritu viene a morar en ellos (Juan 14–17).
Para Juan, por tanto, la verdadera vida humana es la eterna; una vida dada, sólo por Dios, sólo a los creyentes en Cristo (Juan 1.4; 3.15–16, 36).3 El apóstol intercambia más de quince veces «vida» y «la vida» por «vida eterna». El hecho de que para Juan la verdadera vida humana sea la eterna, resulta evidente en Apocalipsis. Allí esta palabra se utiliza casi exclusivamente para referirse al «árbol de la vida» (2.7; 22.2, 14), «la corona de la vida» (2.10), «el libro de la vida» (3.5; 13.8; 17.8; 20.12, 15; 21.27; 22.19) y el «agua de vida» (21.6; 22.1, 17). La asociación del hombre con estas fuentes de vida, le une al don de Dios de la vida eterna (1.17–18; 2.7, 10, 11; 11.11; 21.6; 22.1–12, 17).
Pero «vida eterna» no es un término que indique sólo duración ilimitada, sino también la calidad de una vida que posee el creyente en la actualidad. En A Theology of the New Testament [Una teología del Nuevo Testamento], George Eldon Ladd observa este énfasis de Juan.4
La vida eterna, es el tema central de la enseñanza de Jesús según Juan, sin embargo, en los Evangelios sinópticos [Mateo-Lucas], lo constituye la proclamación del reino de Dios. Además, el principal énfasis en San Juan se hace sobre la vida eterna como experiencia presente, un énfasis marcadamente ausente en los Evangelios sinópticos y el judaísmo.
Ladd no niega el carácter orientado hacia el futuro de la vida eterna, y señala que cuando Jesús dijo: «El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida» (Juan 3.36), se estaba refiriendo al destino final de la humanidad. Este carácter escatológico de la vida se percibe de manera más clara en Juan 12.25: «El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará».5
Ladd afirma que en la anterior declaración y en otras citas de Jesús, Juan «expone con mayor claridad la estructura antitética de las dos eras que los dichos de los Evangelios sinópticos en que aparecen esos mismos pensamientos» (Marcos 8.35; Mateo 10.39; 16.25; Lucas 9.24; 17.33). C. H. Dodd, por su parte, dice que sólo Juan ha dado a esas declaraciones «una forma que alude obviamente a la antítesis judía de las dos eras». En Juan 4.14, 6.27 y 5.29 se hablan de «vida», «vida eterna» y «resurrección de vida», todo ello con la vista puesta en la era futura, lo cual se relaciona demasiado con Daniel 12.2: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua». Como expresa C. H. Dodd, todos estos dichos «presentan la vida como una bendición escatológica»; es decir, una bendición dada en el tiempo del cumplimiento de las promesas de Dios.6 A la vez, lo que distingue a Juan de los demás evangelistas es la vida eterna como posesión presente del cristiano.
Por último, dice Ladd, esta vida no sólo viene por mediación de Jesús y su Palabra, sino que reside en su misma persona (5.26). Él es el pan de vida (6.51ss) y el agua de vida (4.10, 14). Dios es la fuente final de la vida; pero el Padre ha concedido al Hijo tener vida en sí mismo (5.26). Por lo tanto, Jesús podía decir: «Yo soy la vida» (11.25; 14.6).
En Juan 10.10, Jesús expresa que los creyentes pueden poseer la vida de la era venidera en el tiempo presente y en abundancia. He aquí la vida cristiana normal.
… Y para que la tengan en abundancia
Una de las ventajas de esta vida abundante es que los cristianos en problemas podemos volver una y otra vez a la Palabra, arrodillados solos ante Dios. Allí, en voz alta, podemos leerle al Señor, y a nosotros mismos, sus promesas. Necesitamos oírselas decir a nuestros propios labios y escucharlas con nuestros propios oídos incrédulos. A su debido tiempo, su impacto viviente encenderá nuestra alma con la seguridad de lo que ya somos y tenemos por la simple fe en Cristo. El Espíritu Santo de Dios, que mora en nosotros, llenará nuestros corazones de gozo y confianza.
También podemos hablar en voz alta al mundo espiritual: a los demonios de la duda, la incredulidad, la dureza de corazón, el derrotismo, la ira, la autocompasión, la depresión, el rechazo y la vergüenza, que han mentido siempre a nuestro pensamiento.7 Nos han dicho que somos unos frustrados, demasiado pecadores, incrédulos; que estamos muy heridos, desilusionados y que otros nos rechazan, incluso el mismo Dios, a causa de nuestros antiguos fracasos; que somos extremadamente tercos, rebeldes y duros de corazón para lograr algún día disfrutar la vida cristiana normal.
Como sucede siempre, esos demonios son unos mentirosos. Nos han estado mintiendo acerca de nuestra identidad en Cristo. Todas las promesas de Jesús se refieren a cada uno de nosotros. Fueron hechas a nosotros o para nosotros (Juan 6.33–58), a fin de ayudarnos a vivir abundantemente.
La vida abundante nos asegura lo que somos en Cristo. Es una realidad porque Jesús, que es nuestra vida, mora en nuestro interior. Cuando comprendemos quiénes somos en Cristo, y que mora en nosotros, en primer lugar lo afirmamos ante Dios en oración. Mi íntimo amigo, el Dr. Mark Bubeck, llama a esto oración doctrinal,8 una compañera de lo que a menudo se denomina oración de guerra.
A continuación, nos declaramos a nosotros mismos quiénes somos en Cristo y la realidad de la plenitud de su presencia en nuestras vidas. He hecho mi propia declaración de oración de fe la cual llevo conmigo en mi agenda diaria. La dirijo tanto a Dios como a mí mismo para mantener apartado, por un lado, mi propio sentido de debilidad, insuficiencia e inutilidad, y por otro, los necios sentimientos de orgullo y autosuficiencia.
Luego, pronunciamos nuestra palabra de testimonio ante todas las potestades del mal que se nos hayan asignado. Y cuando declaramos quiénes somos en Cristo, lo que ha hecho y hace, que ahora mora en nosotros en su plenitud y por lo tanto estamos «completos en Él» (Colosenses 2.6–10; véase 2 Pedro 1.2–4), comenzamos a fortalecernos en Él mismo y en el poder de su fuerza (Efesios 6.10). Entonces somos capaces de afirmar con autoridad: «Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí? Soy abrumadoramente vencedor por medio de Aquel que me amó».
La clave de la vida abundante
¿Cómo entramos en esta vida abundante? ¿Cómo hemos de vivirla en nuestra experiencia diaria? Aunque se trata de preguntas sencillas, las respuestas a las mismas, evidentemente, no lo son, a pesar de que uno pueda pensar que deberían serlo. Después de todo, si se trata de la vida que Jesús vino a darnos (y así es) y si Él es esa vida (como sucede), ¿dónde está lo difícil?
La dificultad es al menos doble. Por un lado, reside en el interior de cada uno de nosotros, como sucedía con los discípulos. Al igual que ellos, también arrastramos, como vimos en los capítulos anteriores, eso que llamamos carne. La vida de la carne (o del yo) y la vida de Cristo luchan de continuo entre sí. De modo que cualquier intento de practicar la vida abundante en este mundo implica guerra espiritual.
En segundo lugar, todos tendemos a fijarnos en alguna dimensión de la vida abundante revelada en la Escritura, «darle un nombre» y declarar que esa es la clave para vivirla a plenitud. Hace años, el fallecido Dr. V. Raymond Edman, presidente entonces de la Universidad Wheaton, escribió un libro fascinante llamado They Found the Secret [Encontraron el secreto].9 Se trata de una serie de biografías cortas de algunos de los hombres y mujeres más piadosos de la historia que vivieron la vida abundante de una forma clara. Edman señala que todos describían esa vida en sus propios términos. Algunos ejemplos son: vida victoriosa, vida abundante, vida transformada, vida llena del Espíritu, vida rendida a Dios, vida obediente, vida de permanencia, vida fructífera, vida apacible, vida de reposo, etc.
Edman explica que todas esas son descripciones diferentes de la misma realidad; y dicha realidad consiste en que la vida cristiana normal es la existencia del Señor Jesucristo vivida en la experiencia del creyente. Él es nuestra vida abundante.
Jesús implica esto en Juan 10 cuando se presenta como la puerta a la vida abundante (vv. 7–9). Sus ovejas le pertenecen (vv. 14, 16) y dice que le conocen como Él conoce al Padre (vv. 14, 15, 27–30). Él es uno con el Padre. Sus ovejas son también uno (aunque en un nivel distinto, ya que se trata de seres creados) con Él.
Él da a sus ovejas «vida eterna» (vv. 27–29). Esto es calidad, no duración. Se trata de la vida de Dios que Jesús tiene con el Padre y que comparte con sus ovejas (Juan 5.26; 10.28–29). Por último, Jesús dice repetidas veces en el evangelio de Juan que esta vida es resultado de su presencia en ellas mediante la morada del Espíritu Santo (Juan 4.13, 14; 6.41–58; 7.37–39; 11.25–26; 14.1–18, 25–27; 15.1–11; 17.1–23).
Creo que todos estaríamos de acuerdo con lo dicho hasta ahora. La cuestión es: ¿De qué manera entramos en esa vida?
Tal vez se trate de una de las preguntas más difíciles y polémicas que hayan confrontado los creyentes durante los dos mil años de la era cristiana. Desde luego, no espero contestarla a gusto de todos mis lectores. Hay cientos de libros que intentan resolverla. En mi propia biblioteca tengo una sección entera dedicada al asunto compuesta por más de cien libros. Todos ellos excelentes; todos contienen parte de la respuesta; sin embargo, ninguno es la respuesta.
Algunos hacen hincapié en la crisis: uno entra en esta vida abundante mediante una crisis subsiguiente a la salvación. Otros destacan el proceso: la vida abundante se vive creciendo progresivamente en Cristo. Otros aun, enfatizan la crisis y el proceso a la vez.
Veamos si puedo hacer que todos coincidamos descubriendo aquellas áreas comunes en Cristo. En primer lugar, se trata de una crisis. Comienza con la crisis de la salvación. Nacemos de nuevo. Cristo, por su Espíritu, viene a vivir en nosotros. «Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!» (Gálatas 4.6).
A continuación viene el proceso. Pablo lo describe de esta forma, dando su testimonio personal en cuanto al secreto de la vida abundante: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2.20a).
Esto conduce a un proceso de crisis. El apóstol lo expresa de esta manera: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gálatas 4.19). Es Cristo naciendo en nosotros (Gálatas 4.6). Es Él viviendo su vida en nosotros (Gálatas 2.20). La meta es que Cristo «sea completa y permanentemente formado y moldeado en» nosotros, como parafraseaba Gálatas 4.19 hace tanto tiempo el obispo Lightfoot.10
Esta perspectiva es lo bastante bíblica y amplia como para ajustarse a todos los énfasis particulares acerca del camino a la vida abundante dados por los creyentes de todos los tiempos. La vida abundante conduce a la vida victoriosa, que es el tema del resto de este capítulo y de los dos siguientes.
La vida victoriosa
Si contara sólo con los pasajes bíblicos de Juan 3 y Romanos 8, tendría casi todo lo necesario para comenzar y vivir la vida cristiana. Aunque puede que esto sea una simplificación excesiva, revela la importancia de estos dos capítulos. Romanos 8 es uno de los más espléndidos de toda la Biblia.
Romanos 1–5
Resulta decisivo ver la relación que existe entre Romanos 8 y los capítulos anteriores de ese libro.11 Pablo comienza Romanos dando la prueba de su apostolado (1.1–15). Como no se le conocía de vista en la iglesia de Roma, ni era contado entre los doce apóstoles, esto resultaba importante. Después de ello, el apóstol introduce su tema: el evangelio y la necesaria respuesta de fe a su mensaje (1.16).
Sigue con una gráfica descripción de la necesidad desesperada de este evangelio que hay tanto entre los gentiles (1.18–32) como en la nación judía (2.1–3.8), y termina diciendo que ambos, judíos y gentiles, están completamente perdidos en el pecado y separados de Dios (3.9–18). Incluso los judíos, que pensaban que por tener la ley habían escapado al pecado y al juicio que reposaba sobre los gentiles, se encuentran «sin excusa» (3.19–20).
Todo esto pone el cimiento para una enseñanza detallada sobre el tema principal de la primera parte del libro: la justificación por la fe, aparte de las obras de la Ley, para los judíos y el resto de la humanidad (3.21–5.21). Así los cinco primeros capítulos se concentran casi únicamente en la salvación por medio de la fe en Jesucristo.
Romanos 6
Este capítulo abre un nuevo tema en la epístola: el de la santificación; es decir, los efectos de la salvación en la vida del creyente que habita en un mundo hostil y pecaminoso. A la mayoría de nosotros, quizás, se nos educó en el concepto de la doble naturaleza del cristiano. Así, en cierto sentido, cuando fuimos regenerados no lo fuimos de manera absoluta; no se nos dio una vida totalmente nueva en Cristo. Se nos enseñó que nuestra naturaleza pecaminosa quedaba intacta. En nuestro cuerpo había sido implantada una nueva naturaleza que coexistía con la vieja. De modo que éramos medio regenerados y medio degenerados. En un momento, la antigua naturaleza (el viejo yo) tomaba el control, y en el siguiente, la nueva (el nuevo yo en Cristo) hacía lo propio.12
Pero el apóstol Pablo dice algo distinto en Romanos 6, cuando explica que «hemos muerto al pecado por nuestro bautismo en la muerte de Jesús, y sido sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de la muerte por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva» (Romanos 6.2–4).
La afirmación «andemos» no implica duda alguna. Se establece una nueva cláusula. El apóstol dice que hemos muerto al pecado con Cristo, y hemos sido resucitados con Él para el siguiente propósito: tener una vida totalmente nueva.
Y luego continúa con otra: Esto ha ocurrido «para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos (y Pablo se incluye con todos nosotros) más al pecado» (v. 6b) como en otro tiempo. Hemos muerto a la vieja naturaleza pecaminosa; de modo que estamos libres del pecado (vv. 7, 18, 22a) y somos siervos de Dios (v. 22b).
«Ahora bien», sigue diciendo Pablo (parafraseamos sus palabras), «ya que hemos muerto con Cristo, en el sentido de que nuestra naturaleza humana expiró con Él, creemos que también estamos vivos con Él. Considerad lo que significa “con Él”, continúa el apóstol. «La muerte, que es la consecuencia del pecado (v. 23), no tiene ya más poder sobre Él (Cristo), puesto que murió al pecado de una vez por todas, después de lo cual fue resucitado de los muertos (v. 9). La vida que ahora vive, la vive para Dios.
»Al identificarnos con Cristo mediante la fe, entramos en una unión con Él en el sentido de que su muerte al pecado es también la nuestra. Nosotros también vivimos ahora para Dios. Esto ya ha sucedido. Declaradlo así. Llevadlo a la práctica presentándoos a vosotros mismos y los miembros de vuestros cuerpos a Dios como instrumentos de justicia, así como anteriormente os habíais presentado, al igual que vuestros miembros, como instrumentos de iniquidad».
¿Significa esto que entramos en un estado de perfección sin pecado? ¿Somos incapaces de pecar más? «No», responde el apóstol. «Sabemos que no es así. Nuestra experiencia revela que tal cosa es falsa. Todavía vivimos en un cuerpo mortal (vv. 12–13) que está formado por “miembros”, los cuales son a su vez esclavos del pecado. De hecho, descubro al pecado batallando en mi cuerpo mortal».13
Romanos 7
De nuevo nos encontramos con el tema bíblico de la guerra espiritual; en este caso de la lucha contra la carne. Las palabras de Pablo en Romanos 7.14–25 son de lo más claras:
Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
¡Qué increíble pasaje de la Escritura! ¿A qué otro lo podemos comparar? Incluso el más piadoso de los santos, en momentos de profunda batalla interna contra el pecado, ha llorado en la presencia de Dios al saber que este texto descriptivo de Pablo era también su autobiografía.
El Dr. Mark Bubeck cuenta una interesante historia, referente a este pasaje, ocurrida en un estudio bíblico en una vecindad.14 Se pidió a un profesional con gran preparación académica que leyera en voz alta Romanos 7.14–25. Y escribe el Dr. Bubeck: «En ese momento, su esposa, que se hallaba en otra parte de la sala, preguntó a la señora que tenía al lado si su marido estaba haciendo una confesión, por lo bien que describían aquellas palabras las luchas de su esposo».
Y sigue diciendo Bubeck:
El que leía este pasaje me dijo más tarde que no podía creer que esas palabras se encontraran en la Biblia. Estaba seguro de que los que dirigían el estudio bíblico habían escogido deliberadamente el pasaje para que él lo leyera. Como era una persona agresiva y vocinglera, así se lo dijo a ellos, y todos se rieron de buena gana del incidente.
Bubeck comenta entonces: «¡Qué oportuna es la Palabra de Dios! ¡Con qué precisión nos habla acerca de las experiencias por las que pasamos!»
Dos usos del término «carne»
Creo que es importante destacar que en Romanos 7 Pablo utiliza la palabra «carne» de dos maneras distintas.15
En una de ellas dice: «Mientras estábamos en la carne» (v. 5). Aquí la carne es algo del pasado. Quizás se podría equiparar a la vieja naturaleza, el viejo yo, el «cuerpo del pecado» que fue crucificado con Cristo (cf. 6.6).
En la otra, Pablo expresa una vez: «yo soy carnal» (v. 14); y dos veces hace referencia a «mi carne» (vv. 18, 25). Aquí no se trata de algo que ha muerto, sino que el creyente debe enfrentar a diario mediante el Espíritu, y que constituye el tema de Romanos 8.1–17 y de otros pasajes de la Escritura tales como Gálatas 5.13–21.
En este capítulo el apóstol contrasta la ley de la mente con la del pecado, la cual opera en su cuerpo. He tratado de mostrar ese contraste en el siguiente cuadro.
Figura 9.1
La ley de mi mente contra la ley del pecado
1. «Sabemos que la ley es espiritual», v. 14a.,
1. «Yo soy carnal», v. 14b.
2. Quisiera actuar de un modo distinto a como «lo hago», v. 15a.,
2. Estoy «vendido al pecado», v. 14c.
3. «Lo que hago» lo «aborrezco», v. 15d.,
3. «Lo que hago, no lo entiendo», v. 15a.
4. «Lo que no quiero, esto hago», v. 16a.,
4. «No hago lo que quiero», v. 15b.
5. «Apruebo que la ley es buena», v. 16b.,
5. Hago «lo que aborrezco», v. 15c. Hago «lo que no quiero», v. 16a.
6. No soy yo quien hace lo que hago, v. 17a.,
6. «El pecado que mora en mí» hace esto, v. 17.
7. «El querer el bien está en mí», v. 18b.,
7. «El hacer el bien no está» en mí v. 18b.
8. «Quiero» hacer el bien», v.19a.,
8. «No hago el bien que quiero», v. 19a; «hago lo que no quiero», v.20a
9. No soy yo quien hace lo que hago v. 20b.,
9. «El pecado que mora en mí» hace «lo que no quiero», v. 20b.
10. Yo deseo «hacer el bien», v. 21.,
10. «El mal está en mí», v. 21.
11. «Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios», v. 22.,
11. «Otra ley en mis miembros[ … ] se rebela contra la ley de mi mente», v. 23a.
12. «La ley de mi mente» (lo opuesto a la ley del pecado), v. 23.,
12. Esa ley distinta «me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros,» v. 23b. Soy un «miserable,» v. 24a. Soy un prisionero «de este cuerpo de muerte», v. 24b
13. «Con la mente sirvo a la ley de Dios», v.25.,
13. «Con la carne (sirvo) a la ley del pecado», v.25b.
Antes de concluir la revelación de sus propias luchas internas por encontrar en Cristo la victoria sobre la carne (el tema del capítulo 8), el apóstol contesta a su propio grito desesperado de libertad de «este cuerpo de muerte», declarando que hay una victoria segura «por Jesucristo, nuestro Señor» (v. 25a).
Romanos 6–8. Repaso general
El pensamiento de Pablo parece progresar del capítulo 6 al 8. En el capítulo 6, habla de nuestra muerte al pecado mediante la identificación y unión con el morir al pecado del propio Cristo. También se refiere a nuestra presente resurrección espiritual para novedad de vida, por medio de la identificación y unión con Él en su resurrección (6.1–13). El capítulo 7 revela la guerra que el verdadero creyente tiene que librar con la carne en su esfuerzo por vivir esa vida de resurrección, un tema común en las epístolas paulinas. El hijo de Dios se regocija de que la naturaleza de pecado haya muerto con Cristo. Tiene una existencia resucitada totalmente nueva, no dos vidas o naturalezas contrarias. Así que, potencialmente, es capaz de considerarse a sí mismo como «muerto al pecado pero vivo para Dios en Cristo Jesús» (v. 11).
Sin embargo, cuando comienza a hacerlo, descubre que el pecado aún mora en él. Está unido a su carne. Esta carne, a diferencia de su viejo yo o naturaleza de pecado, no fue crucificada con Cristo de una vez por todas. Se halla en guerra con la ley de Dios escrita en su mente. El cristiano anhela descubrir la forma de vivir en victoria sobre las concupiscencias de la carne, tema de, por lo menos, los 17 primeros versículos del capítulo 8.
Este es el significado del «ahora pues» de Pablo en Romanos 8.1: nos introduce naturalmente en el tema de cómo conseguir la victoria sobre «la ley del pecado y de la muerte» descrita en el capítulo 8. Yo lo llamo el éxtasis de la vida cristiana normal.
1 1.     William Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, Londres, 1953, 2: 317.
2 2.     Leon Morris, The Gospel According to John, NICNT, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1977, p. 82.
3 3.     Véanse también Juan 5.24, 26, 29, 40; 6.33, 35, 48, 58; 8.12; 12.25; 14.6; 20.21; 1 Juan 1.1–3; 3.14 y 15, 5.11–13, 20; Apocalipsis.
4 4.     George Eldon Ladd, A Theology of the New Testament , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1983, p. 254.
5 5.     Ibid. . 257
6 6.     Ibid. . 257
7 7.     Más tarde trataremos de la base bíblica que tienen dichos «demonios» y los contrastaremos con los estados emocionales.
8 8.     El Dr. Mark Bubeck es un pionero en combinar el avivamiento respecto a la guerra espiritual y el ministerio de la oración en Estados Unidos. Sus tres libros son obligados para cualquier enseñanza equilibrada, bíblica y pertinente en estas tres áreas. En los tres importantes libros de Bubeck —The Adversary, Moody, Chicago, 1975, p. 93s; Overcoming the Adversary , Moody, Chicago, 1984, pp. 26, 27, 42, 43, 63, 71, 72, 81, 90, 91, 101, 102, 110, 111, 120, 136, 137; y The Satanic Revival , Here’s Life Publishers, Inc., San Bernardino, CA, 1991, pp. 110–113, 130–133, 145–147, 160–163, 181–184, 205–207, 220–223, tenemos ejemplos de oración doctrinal, algunos de ellos mezclados con oración de guerra.
9 9.     Dr. V. Raymond Edman, They Found the Secret , Zondervan n. d. , Grand Rapids, MI, . Véase también su libro The Disciplines of Life , World Wide Publications, Mineapolis, MN, 1948.
10 10.     J. B. Lightfoot, Saint Paul’s Epistle to the Galatians , MacMillan, Nueva York, 1902, p. 180.
11 11.     Juan Calvino, Romanos , Baker, Grand Rapids, MI, 1989, Vol. xix, xxxiii.
12 12.     David C. Needham, Birthright , Multnomah, Portland, OR, 1982, pp. 69–86, 239–258. Véase su discusión con una persona anónima sobre las dos supuestas naturalezas del creyente; la cual, no sólo resulta una lectura interesante, sino que constituye un vigoroso discurso acerca de nuestra identidad en Cristo. No somos dos personas, ni tampoco una personalidad dividida, sino una nueva persona en Cristo.
13 13.     Para un estudio en profundidad de las palabras referentes al lado oscuro de la naturaleza inmaterial del hombre, véase Needham. Considérese asimismo su excelente tratamiento de nuestra unión con Cristo y la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, pp. 119–206. Su parábola del programa lascivo de televisión reviste especial inte pp. 25–26.
15 14.     En el 6: 19 el apóstol habla de la “debilidad de vuestra carne”, traducido acertadamente por “vuestra humana debilidad” en la Reina-Valera 1960. Su misma naturaleza humana hacía difícil que comprendieran la verdad espiritual profunda. Creo que el uso en ese pasaje es semejante al de 2 Corintios 10.3 y 4, donde Pablo emplea el término no precisamente en un sentido moral —aunque también puede inferirse dicho sentido— sino como expresión de la debilidad humana en sí.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

10
Su éxtasis
Romanos 8
La victoria descrita en Romanos 8 se experimenta en el contexto de la guerra espiritual. Presento aquí un triple bosquejo natural de las enseñanzas de Pablo en ese capítulo: primeramente, el éxtasis de la vida cristiana normal (vv. 1–17a); en segundo lugar, su agonía (vv. 17b–27); y, por último, la agonía dentro del éxtasis en la misma (vv. 28–39).1
El Éxtasis
El apóstol Pablo comienza su estudio sobre el éxtasis de la vida cristiana normal con tres de las verdades más fundamentales que puedan encontrarse en el Nuevo Testamento. La primera es la unión del creyente con Jesús; la segunda, la vida en el Espíritu Santo del cristiano y la tercera, la interrelación entre ambas (vv. 1–4).2
En Cristo
En primer lugar, el apóstol declara: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús». Cuando era un recién convertido y luchaba por obtener la victoria en mi vida cristiana, escuché al Dr. J. Vernon McGee, pastor de la Iglesia de la Puerta Abierta, en Los Ángeles, predicar sobre este texto. Aunque no recuerdo los detalles de su enseñanza, jamás he podido olvidar el impacto que ese sermón causó en mi vida, ni tampoco una frase que repetía continuamente.
«La palabra más importante para el creyente en el Nuevo Testamento», decía, «es la preposición en, en Cristo y en el Espíritu». Esta verdad cayó sobre mi reseco corazón como la lluvia sobre la tierra árida. Todo lo que necesitaba o pudiera necesitar jamás para vivir la vida cristiana normal ya era mío en la persona del Cristo que moraba en mi ser y en su Espíritu que me habitaba. A raíz de aquello comencé un estudio personal de cada pasaje del Nuevo Testamento que hablaba de mi unión con Cristo mediante su morada en mi vida en la persona del Espíritu Santo (8.9).
Al orar sobre los pasajes de la Escritura que trataban de Cristo y del Espíritu Santo morando en mí, mi vida empezó a transformarse. Y aunque esa transformación continúa y seguirá adelante hasta que esté definitivamente con Él, la experiencia personal de aquella doble verdad llegó a ser una «segunda bendición» o una «segunda obra de gracia» real para mí.
Jesús no sólo es mi Salvador y Señor, es también mi vida. El Espíritu Santo no sólo mora en mí a fin de sellarme para el día de la redención, sino que también me llena con la persona del Hijo de Dios. Mediante sus dones me capacita para una vida santa y un ministerio eficaz. Y aunque muchos destacan lo uno y pasan por alto lo otro, la vida cristiana normal es tanto santidad de vida como poder en el ministerio; ambas cosas proceden del Espíritu del Hijo Amado de Dios morando en nosotros (Gálatas 4.6).3
Esta es la razón por la cual Pablo insiste en que lo único que necesitamos para vencer al mal interior (la carne), exterior (el mundo) y de arriba (el campo sobrenatural del mal) es la unión con nuestro Señor (Efesios 1.3–2.10; 3.14–21; Colosenses 1.13–3.4) mediante el Espíritu Santo (Romanos 8.1–17a). Sin embargo, también insiste el apóstol en que nada es automático o mágico. Si un creyente no conoce su identidad en Cristo y en el Espíritu ni lo que Cristo es en él por morar en su interior mediante el Espíritu Santo, será derrotado durante la mayor parte de su vida cristiana.4
El ser aceptados delante de Dios no tiene nada que ver con nuestra actuación como cristianos, ni tampoco con el nivel de victoria sobre la carne que hayamos alcanzado, sino únicamente con el estar «en Cristo Jesús». Todo lo necesario para traernos a Dios ya ha sido hecho. Ningún mérito personal nos lleva a Él; ni desmerecimiento personal alguno puede mantenernos lejos de Él. Si estamos en Cristo, somos «aceptos en el Amado». No hay condenación para nosotros. Como escribe John Murray:5
Que se nos recuerde nuestra unión con Cristo[ … ] no es menos pertinente que el que se nos asegure la libertad de la condenación, debido a que la fuerza del pecado y de la carne evidentes en el conflicto de Romanos 7.14–25 lo hace tanto más necesario para apreciar la victoria que pertenece al creyente en los lazos de Cristo Jesús. Se trata de una forma sucinta de referirse a toda la gracia implícita en el argumento del pasaje anterior.
Los versículos 2 y 1 están estrechamente relacionados. De nuevo ambos se refieren a nuestra unión con Cristo. Murray dice al respecto: «No sólo están unidos por la partícula “porque”, sino también por la repetición, en el versículo 2, de la expresión “en Cristo Jesús”. Este versículo revela el significado de nuestra unión con Cristo subrayada al final del versículo 1».6
Dunn, por su parte, al escribir sobre Romanos en el World Biblical Commentary [Comentario Bíblico Mundial], explica:7
Lo que cambia las cosas es la expresión «en Cristo». El hecho de identificarse con Cristo siendo aún de este mundo estaba destinado a precipitar o aumentar la tensión existencial, pero ese estar «en Cristo» es lo que nos da la seguridad de que el resultado final será la absolución. El «en Cristo» triunfará sobre el «en Adán»; la tensión de vivir entre los dos es algo temporal, el solemne realismo de Romanos 7.14–25 es igualado por la seguridad reafirmada de Romanos 8.1.
Dos leyes
A continuación, en el versículo 2, Pablo habla de dos leyes: «la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús» y «la ley del pecado y de la muerte». ¿Qué leyes son esas?
«El Espíritu de vida» se refiere al Espíritu Santo y no a una mera influencia impersonal. El Espíritu es la persona principal de la Trinidad mencionada en los versículos 4–16 y en el 23, 26 y 27. Algunas versiones, en el versículo 10, lo llaman «el Espíritu [que] es vida». Esto, según Murray resulta coherente tanto con «el uso paulino como con el neotestamentario[ … ] La ley del Espíritu de vida» sería entonces el poder de la vida que actúa en el Espíritu. Se trata de un poder dominante y con autoridad, ya que la ley no está respaldada sólo por «un poder que regula y activa» sino también por una «autoridad legal».8
En Romanos 7.22–23, Pablo menciona dos leyes opuestas: «la ley del pecado» y «la ley de mi mente». La ley del pecado actúa en la carne. La ley de la mente, por su parte, resultaría inútil en sí misma para ayudar al cristiano que lucha de no estar activada por «la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús». De modo que el poder del pecado no es comparable al poder del Espíritu. El creyente que anda en el Espíritu (8.4s) es liberado de «la ley del pecado y de la muerte», la ley del pecado que conduce a la muerte, la cual actúa en su carne.
Es importante, por tanto, que entendamos que la expresión «ninguna condenación» del versículo 1 no es sinónimo de liberación de la culpabilidad y del castigo del pecado, sino del poder del pecado. Pablo ya ha tratado lo anterior en los primeros capítulos de Romanos, y desde el 6 habla de la liberación del poder del pecado; es decir, de «la ley del pecado y de la muerte».
Esta interpretación es además apoyada por el versículo 3 e incluso por todo el resto de esta primera parte de Romanos 8. En el versículo 3, Pablo habla de la ley del Antiguo Testamento. Esta jamás podría liberarnos del poder del pecado debido a la debilidad de nuestra carne, en este caso de nuestra naturaleza humana. Pero Dios lo hizo por nosotros: «Enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, naturaleza humana débil e incapaz de hacer la voluntad de Dios y a causa del pecado, condenó al pecado> en la carne».
Murray repite una vez más que «el pensamiento dominante de este pasaje tiene que ver con la liberación de la ley del pecado y de la muerte, y por lo tanto del pecado como poder imperante y regulador».9 El tratamiento que hace John Murray de este acto de Dios en Cristo, por el cual «hizo que el pecado perdiera su dominio» sobre los creyentes, constituye una interpretación del pasaje desde una perspectiva de guerra espiritual.10
Por lo tanto, puesto que se aplica un lenguaje judicial a la destrucción del poder del mundo y del príncipe de las tinieblas, y puesto que el término «condenación» es utilizado aquí con relación a la obra de Cristo, está justificada la conclusión de que la condenación del pecado en la carne tiene que ver con el juicio legal que fue ejecutado sobre el poder del pecado en la cruz de Cristo. Dios dictó sentencia y destronó al poder del pecado. No sólo declaró que el pecado era lo que era, sino que pronunció y ejecutó juicio contra él.
Juan Calvino adopta una posición similar y dice que «al haberse puesto sobre Cristo la carga del pecado, ésta fue despojada de su poder, para que ya no nos mantuviera sujetos a sí misma y el reino del pecado en el que nos tenía cautivos fuera destruido».11
El editor de Calvino escribe que por la fraseología empleada deberíamos «sacar la conclusión de que el tema que se trata aquí es el poder del pecado y no su culpabilidad».12
El término «ley» significa aquí un poder que gobierna, aquello que ejerce autoridad y consigue obediencia. «La ley del pecado» es el poder dominante del pecado. «La ley del Espíritu de vida» es el poder del Espíritu autor de la vida. «La ley de la muerte» es el poder que ejerce la muerte. De modo que «andar en la carne» es vivir en sujeción a la carne del mismo modo que «vivir en el Espíritu» significa llevar una vida de sumisión a Él. Todas estas cosas guardan relación con el poder del pecado y no con su culpabilidad. Desde el versículo 5 del capítulo 8, hasta el versículo 15 del mismo, se sigue hablando de este tema.
La batalla: el pecado activado por la carne contra el Espíritu
Vemos por lo tanto que la batalla de Romanos 7–8.15 es contra el poder del pecado activado por la carne del creyente. Y la respuesta de Pablo a la guerra que libramos con la carne es la misma que da en Gálatas 5.16: «Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne».
En el versículo 4 del capítulo 8, el apóstol dice que los creyentes «no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu». Y añade: «Porque los que son de la carne [los inconversos] piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu [los redimidos], en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz».
A continuación describe la situación de los no regenerados. Puesto que tienen la mente puesta en la carne, viven en hostilidad contra Dios. No sujetan ni pueden sujetar sus mentes carnales a la ley divina, y por tanto no agradan, ni pueden, a Dios (vv. 7–8).
Por último, Pablo vuelve a los creyentes que no viven «en la carne sino en el Espíritu». Estos están en guerra con la carne y la carne con ellos. Tales creyentes no ganan todas las batallas, si lo hicieran jamás pecarían ni dejarían de alcanzar el plan de Dios para sus vidas en ninguna dimensión, aun así no viven en la carne sino en el Espíritu. ¿Cuál es la prueba de esto? El Espíritu de Dios mora en ellos; en caso contrario no han sido regenerados (v. 9).13
En el versículo 10, Pablo dice: «Pero si Cristo está en vosotros[ … ]» Lo que antes había afirmado que era cierto del Espíritu, ahora lo dice del Hijo. Esto es así porque el Espíritu es «el Espíritu de Cristo» (v. 9). De modo que el apóstol expresa: «Si Cristo está en vosotros» (v. 10), y a continuación: «Si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros» (v. 11). Aquí tenemos una perfecta unidad entre el Hijo de Dios y el Espíritu en nuestra vida.
En el versículo 10, el apóstol, que ha afirmado que el Espíritu de Cristo que mora en nuestro ser trae vida y victoria sobre el poder del pecado que actúa contra nosotros a través de la carne, afirma que hay una parte de nosotros mismos donde ese poder vivificante del Espíritu no está aún en plena operación: nuestro cuerpo mortal. Aunque éste sea el templo de Dios y Cristo more en él por su Espíritu, el apóstol explica que «el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado». Esto no lo dice para desanimarnos. A continuación expresa que «el espíritu vive a causa de la justicia». Con estas palabras Pablo no formula un dualismo negativo de cuerpo y espíritu. Ambos existen juntos en este mundo y ambos se unirán en el mundo venidero con la Resurrección (1 Corintios 15.35–37; Filipenses 3.20–21).
Por lo tanto, la redención provista para la persona completa se experimenta en dos fases: por la fe, nuestro espíritu nace de nuevo y recibe vida eterna gracias a la morada del Espíritu de Cristo en nosotros, pero no así nuestro cuerpo (Romanos 8.10). Esta es la primera fase. La segunda sólo tendrá lugar en «la manifestación de los hijos de Dios», el momento de nuestra adopción plena como hijos (19, 23). Sólo entonces recibirán estos pecaminosos y mortales cuerpos la totalidad de los beneficios redentores de la cruz; y además experimentaremos «la redención de nuestro cuerpo» (v. 23).14
En el versículo 11, el apóstol Pablo promete esperanza para este cuerpo pecaminoso. Luego, los versículos 12 al 17 constituyen un resumen y una aplicación de todo lo que se ha dicho hasta el momento. En ellos se nos recuerda una vez más que debemos andar en el Espíritu, lo que considero sinónimo de ser «guiados por el Espíritu de Dios» (v. 14).15
En cuanto a la contundente advertencia de Pablo en el versículo 13a, «porque si vivís conforme a la carne, moriréis», Calvino comenta muy acertadamente: «Aprendan, pues, los fieles a abrazarle, no sólo para su justificación, sino también para su santificación; ya que Él nos ha sido dado para ambos propósitos, no sea que lo dividan en dos por su carne mutilada».16
El Espíritu Santo versus los espíritus de esclavitud y temor
El versículo 15 es uno de los grandes textos de la Escritura que enfrentan al «Espíritu de adopción» (el Espíritu Santo) con «el espíritu de esclavitud» que conduce al «temor». Pablo da a entender que aunque el Espíritu de Dios es el mismo de convicción de pecado, siempre nos confirma que pertenecemos a Dios y a su reino. Él edifica, anima, bendice, ilumina, hace a Jesús más y más precioso a nuestros ojos. Nos capacita para que podamos derrotar a la carne, al mundo y a Satanás y sus demonios. Es Él, y sólo Él, quien clama dentro de nosotros: «¡Abba, Padre!»
El otro espíritu, sin embargo, nos dice mentiras.17 El escritor de Hebreos expresa que ese otro espíritu, Satanás, nos ata mediante el temor (Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 2.15). Sin embargo, hemos sido liberados de su dominio, de modo que no debemos temerle ni a él ni a los suyos.
No afirmo de manera dogmática que el apóstol pensara aquí específicamente en un demonio, aunque Dunn dice que quizás sea así. Digo que Satanás y sus malos espíritus son espíritus de temor y esclavitud, bien que edifiquen sobre esas emociones humanas negativas ya existentes o que inicien ellos mismos el intento de esclavizar. Cualquier cosa que nos ate mediante el temor o nos ponga bajo esclavitud o servidumbre constituye ese otro espíritu.
El Espíritu Santo es el de libertad, de adopción. Nos hace saber que pertenecemos a Dios. «Da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (v. 16). Los otros espíritus, bien nos susurran negaciones de nuestra calidad de hijos, bien nos dicen que somos inaceptables para Dios aunque seamos sus hijos. Por eso Jesús expresa que el otro espíritu, «cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8.44). Si nos dice mentiras, debemos callarle, como hizo Jesús (Mateo 4.10; 16.23). Debemos resistirle con las palabras de verdad (Efesios 6.17; Santiago 4.7–8).
Crisis y proceso en la liberación total: La historia de James
En cierta ocasión me encontraba aconsejando por teléfono a un turbado cristiano de otra localidad. Mi agenda estaba tan repleta que no me era posible recibirle para una sesión de consejo, sin embargo el hombre sufría mucho y me sentí constreñido a ministrarle de esa manera.
James era un recién convertido que había sido mago en un tugurio de su ciudad. Su esposa era bruja en el mismo grupo. Tenían un hijo, un niñito llamado Tommy de unos seis años de edad. James procedía de una familia con problemas y había sido víctima de abuso físico y sexual por parte de su padre siendo pequeño. Creció con un profundo sentimiento de vergüenza, impotencia, inutilidad y rabia. La magia le proporcionaba una sensación de poder sobre los demás, sobre las circunstancias y, por encima de todo, sobre su propia vida.
Cuando era joven había tenido algún contacto con el cristianismo y tenía amigos creyentes. En ocasiones había ido con ellos a la iglesia, pero no entendía el evangelio. La persona de Jesucristo le había impresionado mucho, sin embargo no sabía cómo apropiárselo para sí mismo.
Iniciación en la magia
Conoció a su mujer mientras estaba en la secundaria y ella le introdujo en la magia. Parecía una actividad perfecta para él. Después de su boda, James y su esposa dedicaron sus vidas al mundo espiritual. Pero aunque había cosas «divertidas» en las prácticas mágicas, también turbaban su espíritu sensible. Todo el mundo trataba de conseguir poder. Cada uno intentaba lograr control sobre los demás. Los espíritus, aunque útiles para una persona herida como James, eran también perversos. Promovieron el sexo libre entre los componentes del grupo. A James no le gustaba ver a su mujer manteniendo relaciones sexuales con otros, tanto hombres como mujeres, y se sentía degradado cuando participaba él mismo en dichas actividades.
El odio a los demás, en particular a los cristianos, era una característica dominante en su ámbito. Siempre pronunciaban maldiciones contra los creyentes e invocaban a los espíritus para hacerles daño. Pero francamente, a él le caía bien un compañero de trabajo cristiano que había comenzado a darle testimonio acerca del gozo de la vida en Cristo.
El espíritu que controlaba al grupo le recordaba lo que había leído del diablo y lo que le hablaba ese amigo cristiano. Se preguntaba si no estaría Satanás manipulándolos entre bastidores sin saberlo él, su esposa y otros miembros de su grupo. Pero como James uno de los líderes del tugurio, no se atrevía a expresar sus inquietudes.
El testimonio cristiano y el deseo de cambiar
Cierta noche, él, su mujer y sus hijos volvían a casa después de una reunión en especial perturbadora, caracterizada por expresiones de odio profundo hacia los cristianos. Los espíritus estaban enfadados con el grupo por no esforzarse más en conseguir un puesto de aceptación para la brujería como «religión» buena que, en contraste con el cristianismo, subrayaba los valores de la felicidad, la paz y la hermandad terrenas. Al mismo tiempo, James reconocía que estaban llenos de odio hacia todos aquellos que se les opusieran.
Le manifestó a su esposa su preocupación y también le habló de su compañero de trabajo cristiano, de lo amable, alentador, bondadoso y moral que era. Todos sus compañeros sabían que creía en Cristo; no porque les predicara constantemente o discutiera con ellos, sino por el tipo de vida que llevaba. Mientras comía su almuerzo con los demás, no participaba de su sucio lenguaje o conversación; y de vez en cuando, si se sobrepasaban con sus maldiciones, les recordaba que tomaban en vano el nombre de su Señor y les rogaba, de la mejor forma, pero con firmeza, que dejaran de hacerlo. Ellos se disculpaban y su lenguaje y sus temas de conversación se moderaban de veras cuando él estaba presente. James se sentía profundamente impresionado por su amigo cristiano.
Su mujer se puso furiosa. «Los cristianos son nuestros peores enemigos», replicó. «Ellos dicen que adoramos a Satanás, lo cual es mentira. También dicen que su Dios es el verdadero y Jesús el único Salvador. Eso tampoco es cierto: hay muchos dioses. Nuestra religión es la respuesta a las necesidades de la humanidad. No vivimos para un cielo futuro, disfrutamos de la vida ahora; y cuando muramos llegaremos a ser uno con los espíritus, de modo que tenemos lo mejor de ambos mundos. ¿Cómo puedes pensar siquiera por un momento que tu amigo cristiano tenga razón?»
El momento de la libertad
Un domingo, mientras su esposa estaba fuera, James asistió a la iglesia con su amigo. Le encantaron los himnos, las oraciones y el sermón de la Biblia. Pero sobre todo se sintió atraído por la persona de Jesús y lloró al empezar a comprender que Dios le había amado hasta el punto de enviar a su propio Hijo para que muriera por sus pecados.
Sin importar lo que le hubieran enseñado y lo que él estuviera enseñando a otros, James sabía que el pecado era algo real. Todo el sexo, el odio, el orgullo, la ambición y la falta de respeto hacia sus semejantes que su grupo promovía eran pecado, estaba convencido de ello. Quería salir de aquellas cosas. La presión para promover el mal en nombre del amor era demasiado fuerte. Quería hacer bien a todos los hombres, quería ser libre.
Día tras día, a la hora del almuerzo, hablaba con su amigo cristiano, hasta que en una ocasión inclinó la cabeza, oró y recibió a Jesús como Salvador. No podía seguir llamando bien a la maldad, ni mal a la bondad de Cristo y de Dios.
Ultimátum en casa
Cuando le contó aquello a su mujer, se puso fuera de sí. «Siempre has sido una persona débil» le dijo. «Ni siquiera sé por qué me casé contigo. A menos que vuelvas al grupo te abandonaré y me llevaré conmigo a Tommy». Hablaron durante horas o más bien intentó hablar, pero ella se mofaba de él, añadiendo insulto tras insulto. Al día siguiente, cuando volvió a casa del trabajo, su esposa se había ido y, cumpliendo su amenaza, se había llevado consigo a Tommy.
No dejó ningún número de teléfono donde localizarla, de modo que James llamó a uno de los líderes del grupo para ver si conocía su paradero. Este lo sabía, pero no estaba dispuesto a revelárselo. «Te has hecho cristiano», le dijo. «Eres un traidor. Te has unido a nuestros enemigos. A menos que renuncies a tu cristianismo y vuelvas al grupo, jamás verás de nuevo a tu mujer y a tu hijo». Dicho esto, colgó.
Ataque continuo y liberación progresiva
Fue entonces cuando James empezó a sufrir ataques demoníacos. Los espíritus bombardeaban su mente con amenazas e insultos. No le dejaban dormir por la noche, confundían sus pensamientos de tal manera que tenía dificultad para concentrarse en su trabajo. Estaba desesperado. Hasta que su amigo lo llevó a ver a uno de los dirigentes de su iglesia que tenía el don de echar fuera malos espíritus y otros dones especiales de discernimiento que le ayudarían a identificar a los demonios que actuaban en la vida de James. Muchos demonios fueron expulsados y al principio experimentó un gran alivio. Con el tiempo, sin embargo, aquellos mismos demonios volvieron u otros nuevos llegaron para atormentarle. Eran espíritus de «esclavitud al miedo» (Romanos 8.15).
James se sentía aterrorizado, ya que los demonios amenazaban con matarlo y temía que lo hicieran.
Fue entonces cuando me llamó para pedirme ayuda a fin de liberarse de sus miedos y de la esclavitud de aquellos espíritus acusadores. En vez de eso, repasé con él las Escrituras para hacerle comprender cuál era su identidad en Cristo. Quería que reconociera que el Hijo de Dios ya había derrotado a Satanás en su lugar. Le dije que aunque podía ser que el diablo no se retirara enseguida de un modo total, a la larga tendría que cesar en sus acusaciones y tácticas intimidatorias. Siempre lo hace; no tiene elección (Santiago 4.7–8).
Llamo a esto «consejo de preliberación». Hubiera sido inefectivo tratar sólo de expulsar a los espíritus de una vida tan seriamente afectada por demonios poderosos de brujería, miedo y esclavitud; y ya que James había practicado la magia durante años, incluidos varios como hechicero, su liberación no fue inmediata sino progresiva.
Liberación completa
En más de una ocasión los demonios se manifestaron mientras hablábamos por teléfono. Yo los sujetaba y continuaba con la orientación bíblica. James estudió el libro The Adversary [El adversario], del Dr. Mark Bubeck, y comenzó a hacer oraciones doctrinales y de guerra.
Compró y siguió con mucho cuidado mi serie de 16 cassettes, con su programa de estudios adjunto, llamada Spiritual Warfare [Guerra espiritual].18 Con el tiempo empezó a experimentar cómo los demonios aflojaban la presa que tenían en su vida y su mente. Aunque fue cuestión de varios meses, por último, una noche, cuando estaba en la cama, se produjo la autoliberación final. De repente, se dio cuenta de la huída de los últimos espíritus de esclavitud. Gritaron sus protestas en su mente: «No es justo. Tú nos pertenecías, pero tenemos que marcharnos. Jesús nos está diciendo que salgamos ahora mismo. No es justo, no es justo … »
Y dicho esto, salieron.
Cuando Santiago se acercó al Señor en adoración, oración y acción de gracias, Él se acercó a Santiago (Santiago 4.7–8). Nunca antes había experimentado un sentimiento tal de la presencia de Dios. Por fin estaba libre. Ahora comprendía aquellas palabras de Pablo: «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu [el Espíritu Santo] de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!» (Romanos 8.15; Gálatas 4.6). Ahora estaba seguro de que era hijo y heredero de Dios así como coheredero con Cristo (v.17). Sabía que sus sufrimientos eran con Cristo. Que todo le ayudaba a bien. Y también que algún día «sería glorificado con Él» (vv. 16–17).
He aquí un repaso general de las enseñanzas de Pablo acerca del éxtasis de la vida cristiana normal. Aunque el mismo implique cierta agonía el foco de atención está en el éxtasis; en la libertad de la ley del pecado y de la muerte mediante la morada de Cristo y de su Santo Espíritu en nosotros. El siguiente capítulo tratará del repaso general del apóstol sobre las agonías de la vida cristiana normal.
1 1.     Juan Calvino, Romans , Baker, Grand Rapids, MI, 1989, dedica 57 páginas a Romanos 8. Para unos estudios eruditos, profundos y pertinentes sobre Romanos 8:1–17, remitimos al lector a John Murray, The Epistle to the Romans , Baker, Grand Rapids, MI, 1989. También son excelentes Romans, de E. H. Gifford ( The James Family, Minneapolis, MN, 2500 James Avenue North, 1977); Romans, de H. P. Liddon James and Klock Christian Publishing Co. (Minneapolis, MN. 1977); y The Epistle to the Romans, de William Barclay , Westminster, Filadelfia, 1958–1960.
2 2.     La segunda cláusula que encontramos en la Reina-Valera 1960 —«los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu»— no tiene el respaldo ni de la mayoría ni de los más antiguos manuscritos. Su lugar está donde se repite: al final del versículo 4. El edi-tor de Calvino lo admite así, pero dice: «El que se coloque aquí no afecta, sin embargo, al significado del texto» (Calvino, 275).
3 3.     Para quienes deseen consultar algunos estudios excelentes sobre estas verdades en el contexto de la guerra espiritual, recomendamos a Mark Bubeck, Overcoming the Adversary , Moody,Chicago, 1984, pp. 36–63; Neil Anderson, Victory Over Darkness , Regal, Ventura, CA, 1990b, pp.37–67, y The Bondage Breaker , Harvest House, (Eugene, OR, 1990a), pp. 75–91; así como Tim Warner, Spiritual Warfare , Crossway, Wheaton, IL, 1991, pp. 60–67. Y aunque el estudio de George E. Ladd en A Theology of the New Testament , Eerdmans, Grand Rapids, MI. 1983) no sea necesariamente desde una perspecti-va de guerra espiritual, su presentación de la vida cristiana es magnífica ( pp. 479–494, 511–530).
4 4.     El tratamiento que el doctor Neil Anderson hace del tema de quién es el creyente en su unión con el Cristo que mora dentro de nosotros por su Espíritu y cómo apropiarnos de la victoria que esto trae a nuestra vida cristiana es excelente (Anderson, 1990b, pp. 9–67). Y el estudio de George Ladd sobre esta cuestión es muy profundo, aunque teológico y en cierto modo imponente. Ladd considera las expresiones «en Cristo» y «en el Espíritu» en relación con este mundo y nuestra experiencia presente del mundo venidero. Se trata de un texto minucioso, emocionante, aunque para algunos controvertido ( pp. 479–494).
5 5.     Murray, p. 275.
6 6.     Ibid. p. 276.
7 7.     James D. G. Dunn, Romans 1–8, WBC , Word, Waco, Texas, 1988a, p. 435.
8 8.     Murray, p. 276. Véanse también Romanos 8:6, 10, 11; Juan 6.63; 1 Corintios 15.45; especialmente 2 Corintios 3.6, 17 y 18; Gálatas 6.8.
9 9.     Murray, p. 277.
10 10.     Ibid. p. 278.
11 11.     Calvino, 282.
12 12.     Editor de Calvino, p. 282.
13 13.     El versículo 9 es uno de los textos clave de toda la Escritura en cuanto a la morada del Espíritu de Dios en nosotros. El Espíritu mora en cada creyente verdadero por inmaduro en la fe que éste pueda ser. La existencia en el Espíritu es vida, y sin el Espíritu muerte. El gráfico bosquejo que hace Judas de la condición de los que profesan ser cristianos sin haber sido regenerados, concluye con estas palabras «Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu» (Judas 19). Romanos 8.9 equipara «el Espíritu» con «el Espíritu de Dios» y «el Espíritu de Cristo»; de ahí mi afirmación de que Cristo está ahora exaltado a la diestra de Dios como cabeza sobre todas las cosas referentes a su iglesia (Efesios 1.20–23). Él, sin embargo, sólo mora en cada creyente y en su cuerpo mediante la persona del Espíritu Santo (Juan 14.16–18 con Gálatas 4.6; Hechos 16.6 y 7 con Romanos 8.9). Este versículo, así como otros semejantes, constituyen algunos de los argumentos de más peso en toda la Escritura a favor de la Santa Trinidad.
14 14.     Así que cualquier doctrina de sanidad física basada en que nuestros cuerpos ya han sido redimidos, como sucede con nuestras almas y nuestros espíritus, es contraria a la Escritura. Se puede practicar y enseñar un eficaz ministerio bíblico de sanidad sin edificarlo sobre una distorsión obvia de la Palabra de Dios.
15 15.     Véase la excelente exposición que hace Murray de estos versículos ( pp. 292–299). También Calvino ( pp. 292–302); Dunn ( pp. 446–464); Gifford ( pp.151–154); Denny en W. Robertson Nicoll es excelente (The Expositor’s Greek New Testament [ Eerdmans, Grand Rapids, MI.] 2–647-6648). Lo mismo sucede con F.F. Bruce en el TNTC (Romans [ Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1983], pp. 164–168).
16 16.     Calvino, 294.
17 17.     Dunn explica “El uso puede reflejar la forma que tenían entonces de expresar la oposición entre Dios y el mal en términos de buenos y malos espíritus, como vemos en el DSS … “espíritu de verdad” y espíritu de falsedad —especialmente IQ53, 18ss; espíritu de fornicación, celos, envidia, error, etc.—. Aquí Pablo equipara la situación de Israel bajo la ley a la de los gentiles bajo la influencia de los espíritus elementales … Gálatas 4.9 y 5.1 ( pp. 449–450). Esta es una cita importante en vista de la presencia de malos espíritus de fornicación, celos, error, etc. ,descubierta en las vidas de gente de nuestro tiempo.
18 18.     Puede conseguirse por 40 dólares más 4 de gastos de envío al escribir a OC International, P.O. Box 36900, Colorado Springs, CO 80936–6900.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

11
Su agonía
Romanos 8
El tratamiento que hace Pablo en este capítulo de la angustia de la vida cristiana normal comienza en el versículo 17, con la afirmación de que la vida del cristiano es de sufrimiento con Cristo y se extiende hasta el 27. El contraste entre esta porción de Romanos 8 y la anterior (vv. 1–17a) resulta extraordinario. Por esto llamo a los versículos 1 al 17a el éxtasis de la vida cristiana normal y a esta segunda parte la angustia de la vida cristiana normal.
Si el apóstol hubiera concluido su tratamiento de la vida cristiana normal con la presentación del «éxtasis», habría sido poco realista, aun en lo que respecta a su propia vida cristiana. Pero cuando llega al momento del mayor de los éxtasis, el de nuestro verdadero status como «herederos de Dios y coherederos con Cristo», empieza a ocuparse de la angustia del sufrimiento (v. 17b).
Sufrimiento con gloria
Pablo, siempre dispuesto a alentar, hace una de las afirmaciones más consoladoras de toda la Biblia con relación a nuestro sufrimiento en Cristo: «Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse».
John Murray observa al respecto:
Este versículo es una llamada de atención a la gran desproporción que existe entre los sufrimientos que se soportan en esta vida y el peso de gloria reservado para los hijos de Dios, las aflicciones presentes se vuelven insignificantes hasta el punto de desaparecer al compararlas con la gloria que ha de revelarse en el futuro. El apóstol hace esta llamada para estimular a una aceptación paciente de los sufrimientos.1
En Romanos 8.18–27, Pablo menciona tres gemidos: el gemido del universo o de la creación natural (vv. 18–22); el de la iglesia (vv. 23–25) y el del Espíritu Santo (vv. 26–27).2
El apóstol personifica aquí a la creación física, comparándola con una mujer que tiene dolores de parto (v. 22). El universo anhela con vehemencia «la manifestación de los hijos de Dios» (v .19). Al igual que tuvo que participar en los efectos negativos de la caída humana, no por deseo propio sino por la voluntad de Dios (v. 20), será también partícipe de los efectos positivos de la entrada de la humanidad redimida en «la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (v. 21). La iglesia (es decir, los hijos de Dios) y la creación gimen juntas, esperando con ansia las mismas cosas, nuestra adopción de hijos (vv. 22–23a).
Esta adopción es totalmente distinta a la que ya han experimentado los hijos de Dios (Gálatas 4.5; Efesios 1.4–5), aunque no está desvinculada de aquella por completo. La adopción en la que ya hemos entrado es espiritual, no incluye todavía a nuestro cuerpo físico (v. 15);3 la que aún aguardamos es «la redención de nuestro cuerpo» (v. 23b), y sólo ocurrirá «en la final trompeta», tanto para aquellos que han muerto en Cristo como para los que estén vivos en su venida (1 Corintios 15.50–57; 1 Tesalonicenses 4.13–18).
El Espíritu intercede
Mientras la creación gime, y nosotros con ella esperando que llegue el día en que nuestros cuerpos serán redimidos (v. 23) y nos manifestaremos como lo que en realidad somos, «los hijos de Dios» (v. 19), otro gemido se está produciendo: «El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (v. 26).
Son innumerables las interpretaciones sugeridas para este versículo. Muchas de ellas encomiables, sin embargo otras sin mucha importancia. En mi opinión, la más objetable de todas es aquella que afirma que la intercesión del Espíritu a nuestro favor «con gemidos indecibles» se refiere a la oración en lenguas. De ser esto así, tendríamos que decir que Jesús nunca oró en el Espíritu Santo, ya que jamás se menciona que hablara u orase en lenguas. También significaría que cuando uno se dirige a Dios con el entendimiento (1 Corintios 14.14–19), es decir, utilizando todas sus facultades (lo cual es característico de todas las oraciones registradas en la Escritura), no está orando en el Espíritu Santo. Si tal es el caso, la persona lo está haciendo en la carne, una conclusión repugnante para la mayoría de los cristianos.
Esto querría decir, asimismo, que los creyentes que no cuentan con lo que comúnmente se denomina un «idioma de oración» no tienen el beneficio de que el Espíritu interceda por ellos «con gemidos indecibles». Lo cual implica que la mayoría de los cristianos de la historia se habrían visto privados de lo que Pablo atribuye aquí a un ministerio del Espíritu a favor de todos los creyentes, debido a que no hablaban en lenguas.4
Juan Calvino dice que la interpretación correcta tiene que ajustarse al contexto:5
[Pablo] pone ante ellos la ayuda del Espíritu, que es en gran manera suficiente para superar todas las dificultades. Nadie tiene, por tanto, razón alguna para quejarse de que el llevar la cruz esté más allá de sus fuerzas, ya que nos sostiene el poder celestial. Y la palabra griega (utilizada aquí) tiene una gran fuerza, lo que significa que el Espíritu toma sobre sí una parte de la carga[ … ] de tal manera que no sólo nos ayuda y socorre, sino que nos levanta como si se pusiera con nosotros debajo de la carga.
Debilidades y sufrimientos
El editor de Calvino comenta que la palabra traducida por debilidad «está tomada metafóricamente de [aquella fragilidad la cual precisa de] la ayuda que se presta a los bebés incapaces de sostenerse a sí mismos o a los enfermos tambaleantes y apenas capaces de andar». ¡Un cuadro en verdad hermoso! La «debilidad» del versículo 26 es plural y hace referencia a la gran variedad de cargas y sufrimientos (agonías) que experimentamos. Calvino dice acerca de esto:6
Porque como demuestra la experiencia, a menos que seamos sostenidos por las manos de Dios, pronto nos abruman innumerables males. Pablo nos recuerda que[ … ] todavía hay suficiente protección en el Espíritu de Dios para preservarnos del desfallecimiento e impedir que seamos agobiados por la cantidad de males que sea.
Estas debilidades y sufrimientos no tienen por objeto desalentarnos, sino hacernos mirar arriba. Convierten la oración profunda y sincera en algo tan necesario como nuestro pan cotidiano. No obstante estas cosas suelen tener un doble efecto sobre los elegidos. A algunos corazones cargados, la reacción puede hacerles más duros, amargados y quejosos. En otros casos, la respuesta es acercarnos a Dios con oración sincera.
A menudo nos sentimos desconcertados en cuanto a cómo o qué debemos orar y lo único que podemos hacer es venir ante Dios de rodillas, confusos y llorando. Nos faltan por completo las palabras. Parecen absolutamente limitadas para expresar lo que sentimos en nuestro abrumado espíritu o nuestro turbado corazón. De igual forma, dice el apóstol, el Espíritu «intercede por nosotros con gemidos indecibles [inexpresables en nuestras propias palabras]».
Y debemos tener la seguridad de que la intercesión del Espíritu siempre llega al corazón del Padre. Dios está de continuo escudriñando «los corazones» para comprender nuestros clamores y, al mismo tiempo, conoce la intención del Espíritu, ya que lo que éste pide por nosotros está siempre de acuerdo con su voluntad (v. 27).
Más adelante, en esta misma epístola, Pablo nos dirá que Jesús está a la diestra de Dios intercediendo por los creyentes (v. 34); aquí el apóstol nos muestra al Espíritu pidiendo por nosotros desde su morada en lo más profundo de nuestro ser. ¿Cómo puede entonces fallar nuestra oración o nuestras verdaderas necesidades quedar sin ser atendidas? Delante de su trono y en nuestros corazones, Dios está intercediendo ante sí mismo a nuestro favor. ¡Qué asombrosa es la vida cristiana! En medio de nuestras angustias siempre debemos contemplar los éxtasis.
La Agonía En El Éxtasis
Ambos términos, agonía y éxtasis, describen bien la dramática línea de enseñanza que encontramos en Romanos 8.28–39. Casi todas las facetas de la redención de Dios en Cristo y de la guerra espiritual a que nos enfrentamos al vivir esa redención la tenemos aquí.
Pablo empieza en primer lugar con el propósito eterno y soberano de Dios de glorificar a todos sus elegidos (vv. 28–30). ¿Qué sabemos? «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (v. 28a).
¿Y quiénes son esos? «Los que conforme a su propósito son llamados» (v. 28b).
¿Cómo sabemos tal cosa?
1.     Dios nos conoció de antemano. El previo conocimiento de Dios es un tema de interminable controversia. ¿Significa únicamente que el Señor sabe las cosas antes de que sucedan, es decir, equivale a la omnisciencia divina o más bien que ha ordenado de antemano lo que debe suceder?7
Creo que, a pesar de los problemas intelectuales que implica, el peso de la evidencia está claramente del lado de la segunda interpretación. Como dice John Murray, «conocer “de antemano” es saber las cosas con particular consideración y amor desde antes de la fundación del mundo (cf. Efesios 1.4) y el “antes conoció” (Romanos 8.29) puede tener a las personas como complemento directo sin necesidad de más calificación».
2.     Dios nos ha «predestinado para que seamos hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos». La predestinación de Dios no consiste sólo en que escapemos del infierno y ganemos el cielo, sino en que seamos conformados «a la imagen de su Hijo Jesús», aunque siempre en un nivel distinto y en una categoría más alta que sus hermanos, es llamado a ser el jefe de muchos «Jesuses», hombres y mujeres que llevan su imagen.
3.     «A los que predestinó, a éstos también llamó». Eso es lo que significa ser los escogidos de Dios. Él nos ha llamado a sí mismo y a su Hijo; de otro modo no hubiéramos podido venir a Él en absoluto (Juan 6.37–40, 44, 64, 65).
4.     «A los que llamó, a éstos también justificó». Dios ha imputado plenamente su propia justicia a sus escogidos.
5.     «Y a los que justificó, a éstos también glorificó» (v. 30). Calvino comenta que Pablo nos habla como creyentes, todos los cuales «nos encontramos ahora bajo el peso de la cruz», para que sepamos que su esta también conduce a nuestra glorificación. Es una glorificación que todavía no poseemos, sólo Él la tiene, sin embargo, dice Calvino, «su gloria nos trae tal convicción respecto a la nuestra, que esa esperanza puede compararse con una posesión presente».8
Luego comenta que Pablo utiliza el tiempo pretérito para referirse a todas esas bendiciones y su editor añade: «El apóstol habla de estas cosas como pasadas, porque ya están decretadas por Dios y a fin de mostrar la certidumbre de su cumplimiento».
La seguridad de nuestro llamamiento
A continuación, Pablo enfatiza la seguridad del llamamiento que Dios nos ha hecho (desde su conocimiento previo de nosotros hasta nuestra glorificación) con una serie de siete preguntas retóricas, las cuales empiezan con las palabras qué, quién y cómo (vv. 31–39).
«¿Qué, pues, diremos a esto?» En otras palabras: Ya que hemos sido conocidos de antemano, predestinados, llamados, justificados y glorificados, ¿qué más puede hacer Dios para asegurarnos que está dirigiendo todo lo bueno y también lo malo que acontece a nuestras vidas para nuestro bien y el cumplimiento de sus propósitos? (vv. 28–32a).
«¿Quién [está] contra nosotros», si Dios está por nosotros? (v. 31b). ¿Tenemos a alguien en contra? En circunstancias así, qué poca es su importancia, puesto que Dios se halla de nuestro lado. ¿Nos presenta el campo sobrenatural del mal una oposición frontal? Desde luego que sí. ¿Pero qué pueden hacernos en realidad Satanás y sus espíritus malos? Armar barullo, afligir, amenazar, asustar, magullar … pero no dañarnos de veras. A la larga, Dios los utiliza para ayudarnos.
Todos nos fatigamos en la batalla y con frecuencia proferimos quejas: «Estoy cansado», decimos, «de la presión que Satanás me aplica continuamente». Cuando eso sucede, podemos neutralizar el ataque al volvernos a Satanás y a sus demonios y declarar que hemos sido aceptados por Dios (v. 31b) en el Amado (Efesios 1.3–8); que el Rey de reyes y Señor de señores los ha derrotado (Juan 12.31–32); que tenemos autoridad sobre ellos en el poder de Cristo (Lucas 10.17–19); y que su destino es el infierno, el lago eterno de fuego (Mateo 25.41; Apocalipsis 20.10). Creo que eso es lo que significa resistir al diablo hasta que huya (Santiago 4.7–8).
Cuando resistimos de ese modo estamos cumpliendo Efesios 3.10 y Apocalipsis 12.11, donde Pablo y Juan afirman respectivamente:
Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales (Efesios 3.10).
Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte (Apocalipsis 12.11).
¿Cómo no nos dará «todas las cosas» que necesitamos para vivir la vida cristiana normal? Mirad lo que ha hecho por nosotros: ¡«No escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros»! (v. 32). ¿Cómo podría dejar de darnos todo lo demás que necesitamos para vivir la vida que nos ordena que vivamos?
«¿Quién acusará a los escogidos de Dios?» La acusación puede venir sólo de tres fuentes: de los demás, de nosotros mismos y de Satanás. Este último es el principal en acusarnos (Zacarías 3.1–3; Apocalipsis 12.10). Él no sólo nos acusa delante de Dios, sino también ante nuestras emociones y conciencia deterioradas; asimismo utiliza a otros para acusarnos. Pablo responde a esto: «Dios es el que justifica». Ya ha justificado a todos los suyos (vv. 29–30). De modo que cualquier otra condenación es simple basura; no tiene valor alguno ante Dios, ni debería tenerlo tampoco para nosotros.
«¿Quién es el que condenará?» Aquí Pablo da una respuesta múltiple que elimina toda base para que Satanás u otro cualquiera condene a los que son de Dios:
1.     «Cristo es el que murió» por los que pertenecen a Dios. Y Calvino dice: «De igual manera que nadie puede prevalecer acusando cuando el juez absuelve, tampoco queda condenación alguna cuando se ha satisfecho la deuda[ … ] y pagado el castigo».
2.     «Más aún el que también resucitó». Aquí el argumento de Pablo es que el sacrificio que Jesús hizo con su vida para justificar a sus escogidos era lo único requerido por la ley de Dios. Él lo levantó de los muertos como «vencedor de la muerte y triunfó sobre todo su poderío».9
3.     «El que además está a la diestra de Dios ». Uno de los temas de regocijo de Pablo es Cristo sentado en el lugar de gloria, poder y dominio; es decir, a la diestra de Dios (Efesios 1.20; Colosenses 3.1–4; Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 1.3, 8–13; 8.1; 10.12; 12.2). ¡Él es el Señor! ¡Él gobierna! ¡Él reina! ¡Toda autoridad le ha sido dada en el cielo y en la tierra! Lea Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 1.3, 8–13 y lo verá a través de los ojos del Padre, y en el versículo 6 tal y como le ven los ángeles. En Efesios 2.6, el apóstol declara que estamos sentados «en los lugares celestiales con Cristo Jesús». ¿Quién se atreve a condenarnos?
4.     «El que también intercede por nosotros». Dicho de otro modo, su misma presencia delante del trono de Dios, a la diestra del Padre representándonos, constituye en sí una intercesión eterna a nuestro favor.
Dunn llama a todo esto «la metáfora del tribunal de justicia».10
El Cristo resucitado alega el sacrificio de su muerte ante el Juez a favor de aquellos que han muerto con Él[ … ] El veredicto de absolución o condenación lo tiene sólo Dios; y el compromiso del mismo Dios con los suyos en Cristo es la forma en que se efectúa[ … ] La «diestra» del Juez está de nuestra parte: un abogado más poderoso y mejor dotado que cualquiera que pueda argumentar contra Él[ … ] El éxito de su defensa contra cualquier desafío está asegurado, ya que su resurrección y exaltación a la mano derecha de Dios ha sido su propia obra[ … ]
¡Qué bendición! ¡Qué consuelo! ¿Quién se atreverá a condenarnos cuando Él aparezca en la presencia de Dios para defendernos? Satanás, necio de él, lo intenta, pero en vano (Apocalipsis 12.10). En cuanto a sus demonios, cuando el Padre resucitó a Jesús de los muertos y le sentó a su propia diestra, lo hizo después de haberle sujetado «ángeles, autoridades y potestades» (1 Pedro 3.22). Esto incluye a los ángeles caídos de todo tipo, así como a los ángeles de Dios que se someten gozosos a Él (Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 1.3–14).
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (v. 35). La expresión «el amor de Cristo» es poco común en la Escritura; por lo general el punto de atención es el amor de Dios (v. 39). ¿Por qué se utiliza aquí?
Aunque Pablo no lo dice, podemos arriesgarnos opinando. En los versículos 33 y 34 el centro de atención ha estado en el hecho de que Dios diera a su Hijo para que muriese, resucitase, fuera glorificado e intercediese por nosotros. Ahora, el apóstol quiere que veamos el amor de Cristo por nosotros en todo ello. En realidad, hasta el final de este capítulo seguirá presentando, no sólo el amor de Dios, sino también el de Jesucristo por nosotros.
Jesús mismo había dicho que nadie, ni siquiera el Padre, le quitaba la vida, sino que Él la ponía por voluntad propia (Juan 10.18). Ahora, Pablo nos explica la razón por la cual Cristo dio su vida por nosotros: y es que nos ama. Si el creyente permite que esa verdad penetre en su corazón, mente, alma, emociones y en su mismo ser, jamás volverá a ser como antes. En cierta ocasión, un amigo le preguntó al gran teólogo Karl Barth cuál era la verdad teológica más importante que jamás había entrado en su mente, a lo que él respondió en seguida con las palabras del himno:
Cristo me ama,
Cristo me ama,
Cristo me ama,
La Biblia dice así.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?» ¿Acaso la tribulación o la angustia, o la persecución o el hambre, o la desnudez o el peligro, o la espada?
Calvino comenta que Pablo:
prefería atribuir personalidad a cosas inanimadas, con el siguiente fin: poder enviar con nosotros a la lid a tantos paladines como tentaciones que prueban nuestra fe.11
Al igual que antes había personificado la creación que cayó con el hombre y clama con el gemir de la iglesia, ahora hace lo propio con las cosas que prueban con tanta severidad nuestra fe. Considérelas. Piense en lo que han hecho, hacen y harán todavía a nuestra confianza en Dios y a la de nuestros seres queridos. ¡Qué perversa lista!
Tribulación
Angustia
Persecución
Hambre
Desnudez
Peligro
Espada ¿Nos separará alguna de estas cosas, o todas ellas, del amor de Cristo? No, dice Pablo; en medio de cualquiera de ellas, o de todas, «somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (v. 37). Sin embargo, cuando pasamos por esas pruebas, sentimos casi como que Él nos ha abandonado.
Perpetua y Felícitas
Piense en la historia del martirio de Perpetua, la joven aristócrata romana de 22 años, y de su esclava Felícitas. Se nos narra en un escrito del siglo tres llamado pasión de Perpetua y Felícitas.
La fidelidad a Cristo de ambas nunca deja de conmover mi corazón. La siguiente paráfrasis y las citas que siguen están sacadas del interesante libro de Ruth Tucker From Jerusalem to Irian Jaya [De Jerusalén a Irian Jaya].12
Vibia Perpetua era madre de un bebé varón, y ella y su esclava, Felícitas, embarazada de ocho meses, fueron encarceladas en la ciudad romana de Cartago, en el Norte de África. Su arresto sucedió bajo el reinado de Septimio Severo, el vil emperador que puso en marcha la primera persecución de cristianos en todo el ámbito del imperio, en el año 202 a.C. Tucker dice de él: «El mismo emperador adoraba a Serapis, un dios egipcio de los muertos, y temía que el cristianismo fuera una amenaza para su propia religión».
En aquel entonces, el cristianismo se estaba extendiendo muy rápido por Cartago y la persecución en dicha ciudad fue la más intensa de todo el Imperio Romano. Perpetua, Felícitas, tres hombres y su líder, un diácono llamado Saturio, fueron arrestados. El padre de Perpetua, noble respetado, tuvo que soportar la angustia y la humillación cuando «se le informó que su única hija había sido arrestada y encarcelada como una vulgar criminal. El hombre fue a verla y le rogó que renunciara a su nueva fe … [cosa que] ella no aceptó». Cuando más tarde oyó que Perpetua iba a ser arrojada a las fieras en el circo, se presentó en la cárcel y trató de rescatarla por la fuerza, aunque no lo consiguió y fue apaleado por los oficiales romanos. Perpetua escribiría: «Me entristeció la difícil situación de mi padre como si me hubieran golpeado a mí misma». De nuevo le rogó que considerara la vergüenza y el sufrimiento que estaba trayendo a su familia y que renunciara a su fe cristiana. A lo cual respondió: «Esto se hará en el patíbulo que Dios ha ordenado, porque sé que no hemos sido puestas en nuestro propio poder sino en el suyo».
Los mayores sufrimientos de Perpetua mientras estaba en la cárcel a la espera de ser ejecutada fueron debidos a la ansiedad que sentía por su familia y en particular por su bebé. Decía que estaba «atormentada por la ansiedad» casi hasta el punto del quebrantamiento. Finalmente se permitió que su bebé estuviera con ella en la prisión hasta el día de su muerte. «En seguida recuperé mi salud», escribió, «aliviada de mis temores y ansiedad por el niño».
Cuando se acercaba el día de su ejecución, los creyentes condenados se reunieron para orar y disfrutar un ágape o comida de amor, «más preocupados por su dignidad y fidelidad a Cristo que por el sufrimiento que les aguardaba». Perpetua y Felícitas habían experimentado ya cinco de los siete males peores que mencionara Pablo: «tribulación, angustia, persecución, hambre (la comida de la cárcel apenas bastaba para mantenerlas con vida) y peligro». Y pronto habrían de pasar por las dos últimas fuentes de pruebas: la desnudez y la espada.
A los hombres se les torturó antes de su ejecución para el entretenimiento de la multitud, «sometiéndolos a las laceraciones causadas por “un oso, un leopardo y un jabalí”. Por último los mataron. A las mujeres las reservaron para el final».
Perpetua y Felícitas, que había dado a luz a su hijo en la cárcel, fueron despojadas de sus ropas (desnudez) y enviadas a la arena para enfrentarse a una novilla loca. La gente pronto no pudo soportar más aquella sangrienta tortura y comenzó a gritar: «¡Basta! ¡Basta!»
Una vez terminada la exhibición preliminar, las jóvenes fueron llevadas al verdugo, momento en el que Perpetua gritó a algunos amigos cristianos entristecidos: «Pasad la palabra a los hermanos y hermanas: estad firmes en la fe, amaos los unos a los otros, y que el sufrimiento no se convierta en piedra de tropiezo para ninguno».
A continuación la llevaron al gladiador para ser decapitada, y como el primer golpe no resultó suficiente, Perpetua gritó de dolor y tomando la temblorosa mano de su verdugo dirigió la espada hacia su garganta y acabó con su sufrimiento.
Tucker dice que aquello terminó la ola de persecución en Cartago. La iglesia creció de manera firme y muchos fueron atraídos a la fe por la serenidad y el valor de Perpetua y sus compañeros. Incluso Pudens, el alcaide de la cárcel, se convirtió más tarde a Cristo y llegó a sufrir el martirio.
Las jóvenes Perpetua y Felícitas experimentaron por Cristo la totalidad de aquellas siete maldiciones. ¿Sintieron que Dios las había abandonado? ¿Que habían sido separadas de Cristo? No. Sabían, como Pablo, aquello de «por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero» (v. 36).
La cálida nota del apóstol a todas las angustias de nuestra vida cristiana está en ese grito de éxtasis: «Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (v. 37). Los traductores y comentaristas bíblicos luchan por captar toda la fuerza de la exclamación triunfante de Pablo en este versículo. Williams lo traduce de la siguiente manera: «Y sin embargo, en todas estas cosas seguimos venciendo gloriosamente». Y la versión de Phillips, reza: «No, en todas estas cosas obtenemos una victoria abrumadora».
El éxtasis en la agonía
Por último llegamos a los dos versículos más vigorosos del testimonio de victoria en la guerra espiritual que existen en toda la Biblia:
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8.38–39).
«"Por lo cual estoy seguro"», dice Murray, «es una declaración expresa de la confianza que se alberga respecto de la imposibilidad de ser separados del amor de Cristo».13 William Barclay explica en su estilo característico: «De manera que Pablo continúa, con el fervor de un poeta y el embelesamiento de un amante, cantando cómo nada puede separarnos del amor de Dios en nuestro Señor resucitado».14
Las nueve expresiones enumeradas en Romanos 8.38 y 39 tienen como objetivo universalizar, de la forma más enfática, que nada nos separará del amor de Cristo, y también reforzar la declaración dogmática de que triunfamos abrumadoramente por medio de aquel que nos amó.
Algunas de dichas expresiones aparecen emparejadas con sus antónimos: «muerte–vida, presente–porvenir, alto–profundo». Hay otras que no están constituidas de la misma manera, pero proporcionan unas imágenes vívidas de poderes mayores que cualquier fuerza humana, tales como «ángeles–principados–potestades». Por último, Pablo agota todas las demás posibilidades al decir: «ni ninguna otra cosa creada».
El primer par: «ni la muerte ni la vida».
Barclay expresa al respecto: «En la vida vivimos con Cristo y en la muerte morimos con Él. También resucitamos con Jesús, y la muerte lejos de constituir una separación es sólo un paso más a su presencia. La muerte no es el fin, sino únicamente “la puerta en el horizonte que lleva a la presencia de Cristo”».15
El segundo par: «ni ángeles ni principados»
Una interpretación de esto es que ambas palabras se refieren a los agentes de Dios y por lo tanto no revelan expresiones opuestas entre sí. Ellas se refieren a los ángeles de Dios (incluyendo tal vez las «potestades»).
Una segunda interpretación es que, como en el caso de «ni la vida ni la muerte», constituyen un par de palabras contrarias. «Ángeles» se referiría a los ángeles escogidos de Dios de todas clases, mientras que «principados» indicaría a todos los tipos de ángeles caídos.
Una tercera opinión, más agnóstica, afirma que no sabemos si Pablo estaba tratando en realidad de contrastar los poderes angélicos buenos con los malos en su utilización de «ángeles» y «principados» y, más tarde, «potestades». Lo que sí sabemos es que ninguno de estos seres creados sobrenaturales pueden separarnos del amor de Dios en Cristo.
James D. G. Dunn representa esta posición más agnóstica, y dice que no podemos saber con certeza lo que Pablo tenía en mente cuando habla de ángeles y principados (y después de «potestades»). No conocemos en detalle las ideas de Pablo referentes a las diferencias esenciales entre los ángeles buenos y los malos. Lo único que sabemos es que, sea cual fuere el caso, ninguno de estos espíritus creados, etéreos y sobrenaturales puede separarnos del amor de Dios en Cristo.16
Pablo utiliza términos que abarcarían la gama completa de fuerzas espirituales, se conciban como se conciban, buena o mala, cada posibilidad y eventualidad se halla incluida (como en el caso de la muerte y la vida)[ … ] Sin embargo, su preocupación aquí es pastoral y no tanto especulativa. Cualesquiera sean los nombres que sus lectores den a estas fuerzas anónimas que amenazan la obra del Creador y su propósito, en última instancia son impotentes delante de Él, que es Dios sobre todas las cosas.
Puesto que nos hallamos en el terreno de la opinión, también daré la mía. A mi modo de ver Dunn tiene razón.17 En este versículo, el apóstol está hablando de la vida cristiana normal y, por lo tanto, declara que nada en el universo podrá separarnos «del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (v. 39b). Si, hipotéticamente, los ángeles intentaran efectuar esa separación (Gálatas 1.8), lo cual no hacen, fracasarían. Si las potestades demoníacas probaran a hacerlo (y de hecho lo intentan), fallarían también. No obstante, aquí el apóstol no está hablando en hipótesis, ya que en otro lugar enseña que tal objetivo es coherente con los propósitos demoníacos.
El antiguo archidiácono de Londres y canónigo de la catedral de San Pablo, Rvdo. E. H. Gifford, escribió un libro acerca de Romanos, publicado por primera vez en 1886, donde dice que la familiaridad de Pablo con la poesía hebrea le llevó a esbozar diez posibles fuentes que amenazan con separar al creyente de Dios. Y luego pone dichas fuentes en forma poética numerándolas de la siguiente manera:18
Se trata de una hermosa disposición. Gifford mismo sostiene la opinión más agnóstica:19
En el presente pasaje, dice, los términos ángeles y principados deben tener la aplicación más amplia posible: el asunto en cuestión no es la disposición moral, sea buena o mala, sino el poder del orden angélico de las cosas creadas.
A continuación, Gifford afirma que la distinción entre ángeles y principados no es de carácter moral, sino sólo de rango. «Los principados son ángeles de mayor fuerza y poder» (Efesios 6.12; 2 Pedro 2.11).20 Vale la pena estudiar todo el tratamiento que hace de estos versículos.
El tercer par: «ni lo presente, ni lo porvenir».
Aquí tenemos una dimensión lineal: el tiempo. Pablo, tan humano como el resto de nosotros sabe que lo pasado es pasado; aunque nos afecta en el presente y el futuro, no podemos cambiarlo en realidad. Lo que sucede en el presente y en el futuro, sin embargo, sí que nos causa verdadera aprensión.
Nada de lo que está ocurriendo en la actualidad o va a suceder, ni nada en el incierto futuro, puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús Señor nuestro. Sin embargo, hay una palabra todavía digna de ser considerada. William Barclay expresa: «ninguna era en el tiempo puede separarnos de Cristo», recordándonos así la noción hebrea del tiempo. Los judíos lo dividían en la era (o el siglo) presente y la era (o el siglo) venidera. Así, según Barclay,21 Pablo dice: «En este mundo presente nada nos puede separar de Dios en Cristo; llegará el día en que el mundo se hará añicos y amanecerá la nueva era. No importa; incluso entonces, cuando este mundo haya pasado y llegue el nuevo, el vínculo seguirá siendo el mismo».
El cuarto elemento: las «potestades».
Las «potestades» parecen aisladas del resto. Quizás deben conectarse con el segundo par, a menos que el apóstol tenga en mente alguna otra cosa que los comentaristas no han sido capaces de comprender hasta el momento. No veo razón alguna por la que no pueda querer decir, como lo hace en Efesios y Colosenses, poderes cósmicos malignos de alto rango. Aunque no quiero ser dogmático, creo que Pablo piensa en ellos.
El quinto par: «ni lo alto ni lo profundo».
Dunn dice que Pablo «utiliza deliberadamente términos astronómicos de la época para expresar todo el espectro de las cosas del cielo, tanto visibles como invisibles para el ojo humano». También afirma que estas cosas incluirían «todos los poderes astrológicos conocidos y desconocidos que pudiera creerse determinaban y controlaban la suerte y el destino de los seres humanos. Cual fuese la “fuerza” con que éstos pudieran atacar a los creyentes,22 el amor de Dios es todavía mayor».23
Las palabras finales: «ni ninguna otra cosa».
Mientras prosigue su razonamiento hacia el clímax de las últimas palabras de Pablo, Romanos 8 es como un sermón, un poema o una porción de encantadora prosa. Cual si de un coro se tratase, las expresiones van en un crescendo cada vez mayor y aumentan de belleza hasta alcanzar su expresión final: «ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro». Lo único que cabe añadir es «Amén».
Los comentarios de Murray, Dunn y Barclay son, sin embargo, dignos de destacar. Murray expresa: «Esta negación final tiene el propósito de no dejar brecha alguna: ningún ser o cosa en todo el ámbito de la realidad creada queda excluido».24 Dunn, por su parte, dice:
Para que no pueda decirse que se ha omitido de la lista anterior ninguna cosa o poder real, Pablo redondea la misma con un apéndice que todo lo abarca. Ya que sólo Dios es el Creador y Él es uno, cualquier otra criatura significa ¡todo lo demás! Nada, nada en absoluto, puede separarnos del «amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro».25
Y Barclay escribe:
He aquí una visión que aparta toda soledad y temor. Lo que Pablo está diciendo, es: «Puedes pensar en toda cosa aterradora que este mundo o cualquier otro sea capaz de producir. Ninguna de ellas tiene poder para separar al cristiano del amor de Dios que es en Cristo Jesús, el cual es Señor de todos los terrores y dueño de todos los mundos. ¿De qué temeremos?»26
La conclusión del comentario de Dunn sobre Romanos 8 es:27
En este misterio, Dios por nosotros en Cristo Jesús el crucificado como Señor, se encuentra la esencia de la seguridad de Pablo. Esta enorme confianza descansa plenamente en Cristo, en el compromiso de Dios con los suyos en Él y en el de éstos con Jesús como Señor, dueño y soberano de todo. Habiendo dicho esto, no es necesario añadir nada más, y tanto el coro como el solista quedan en silencio.
E. H. Gifford escribe que Romanos 8.31–39 «es un noble himno de victoria (el cual) aunque surgiendo de su contexto inmediato (vv. 28–30) y refiriéndose principalmente al seguro triunfo de aquellos que aman a Dios, forma al mismo tiempo una magnífica conclusión de toda esa porción doctrinal de la epístola». Y enseguida cita a Godet:28
Es la coronación de ese edificio de salvación en Cristo del que San Pablo había puesto el fundamento en su demostración de la justicia de la fe (1–5) y levantado la superestructura en su exposición de la santificación (6–8). Después de esto sólo nos queda a nosotros ver la salvación así estudiada en su esencia, desarrollarse en el escenario de la historia.
Esta salvación sólo puede desarrollarse «en el escenario de la historia» cuando el pueblo de Dios manifiesta su vida cristiana abundante y victoriosa a un público incrédulo y que duda.
Pasión por la pureza y el poder
Mientras vivimos en este mundo nos vemos constantemente afligidos por la extensión del pecado y la iniquidad. Anhelamos que «venga su reino» y que se haga su voluntad «como en el cielo, así también en la tierra» (Mateo 6.10). Sabemos que esto jamás se realizará del todo hasta que Dios haga unos nuevos cielos y una tierra nueva donde sólo more la justicia. Por lo tanto, ansiamos su venida, y al mismo tiempo tratamos ser «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual [resplandecemos] como luminares en el mundo» (Filipenses 2.15). En esencia, esa es la vida cristiana abundante pero normal (Juan 10.10b).
El Rvdo. Keith Benson, misionero en Argentina desde 1957, trabaja en el interior de un inmenso país donde Dios se está moviendo en la actualidad con un poder tremendo después de años de terrible resistencia al Espíritu Santo.29 El área en la que Keith está trabajando es el centro de la adoración demoníaca indígena llamada Difunta Correa. «La superstición, la lujuria, el demonismo y el espiritismo constituyen la experiencia diaria», escribe Benson. Hace poco me escribió una carta que expresa bien su carga por ver a los cristianos vivir una vida abundante de santidad y poder.
Mi carga, en una palabra, es la evangelización con santidad. Anhelo que la gente se convierta al ver la santidad de Dios, no meramente porque tiene necesidad. Mi oración, mi carga, es que se sientan necesitados de santidad.
He leído que Gandhi dijo en cierta ocasión:
Me gusta tu Cristo pero no tus cristianos.
Quiera Dios trabajar con tal profundidad en nuestras vidas que la gente que nos conoce diga:
Me gusta tu Cristo y me inspiran tus cristianos.
1 1.     John Murray, The Epistle to the Romans, NICNT , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1977 , pp. 300–301.
2 2.     Véanse 1 Pedro 1.3–9, 13; 4.12, 13, 19.
3 3.     Tengo nuevamente que señalar el error de muchas aplicaciones modernas de una teología de la «sanidad en la expiación». La sanidad está comprendida en la expiación del mismo modo que lo están los nuevos cielos y la nueva tierra, pero aún no hemos experimentado esas dimensiones de la misma. La segunda (la «sanidad» de la creación física) y la primera (la sanidad completa de nuestros cuerpos) tendrán lugar en el futuro y al mismo tiempo.
4 4.     No es necesario recurrir a este mal uso de las Escrituras para defender la práctica personal del hablar u orar en lenguas. Si dicha práctica es bíblica, podrá fácilmente defenderse utilizando otros pasajes de la Palabra de Dios.
5 5.     Juan Calvino, Calvin’s Commentaries , Baker, Grand Rapids, MI, 1989, p. 311.
6 6.     Ibid. pp. 311 y 312.
7 7.     El artículo de John Murray «Foreknow, Foreknowledge» en Merril C. Tenney, ed., ZPEB , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977, 2: 590–593, es sin duda uno de los mejores resúmenes de estas dos interpretaciones divergentes que están a la venta hoy en día.
8 8.     Calvino, p. 320.
9 9.     Ibid. p. 325.
10 10.     James D. G. Dunn, Romans 1–8, WBC , Word, Waco, Texas, 1988a, pp. 510 y 511.
11 11.     Calvino, p. 327.
12 12.     Ruth Tucker, From Jerusalem to Irian Jaya , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1983, pp. 34 y 35.
13 13.     Murray, p. 332.
14 14.     William Barclay, Romans, The Daily Bible Study Series, Westminster, Filadelfia, 1958–60, p. 123, en serie de 20 vols.
15 15.     Barclay, p. 123.
16 16.     Dunn, p. 513.
17 17.     Y de igual manera Murray, p. 333.
18 18.     E. H. Gifford, Romans , The James Family, Minneapolis, MN, 2500 James Avenue North, 1977, p. 163.
19 19.     Ibid. p. 163.
20 20.     Ibid. p. 163.
21 21.     Barclay, p. 124.
22 22.     El hecho de que Dunn admita la posibilidad de tal «fuerza» contra los creyentes es algo que habla en su favor. La descripción que hace Barclay de las palabras elegidas por Pablo en el contexto de las ideas astrológicas de su tiempo es excelente (124), sin embargo, él no aplica dichas palabras del apóstol a la realidad espiritual que hay detrás de la astrología como lo hace Dunn.
23 23.     Dunn, p. 513.
24 24.     Murray, p. 334.
25 25.     Dunn, p. 513.
26 26.     Barclay, pp. 124 y 125.
27 27.     Dunn, p. 513.
28 28.     Godet en Gifford, p. 164.
29 29.     Véase el emocionante capítulo del pastor Ed Silvoso, nacido en Argentina, sobre el presente movimiento del Espíritu Santo en ese anteriormente reacio país (donde pasé mis primeros años de misionero, 1958–1962), en C. Peter Wagner, ed., Territorial Spirits, Sovereign World Limited Chichester, Inglaterra, 1991b, pp. 109–115.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

12
La realidad de una actuación deficiente
A los que asisten a uno de los seminarios de Bill Gothard sobre «Conflictos cristianos básicos» se les da una chapa que lleva impresa la extraña cadena de letras PBPWMGINTWMY, iniciales de la frase: Please Be Patient With Me. God Is Not Through With Me Yet [Por favor, tenga paciencia conmigo, Dios aún no ha terminado de trabajar en mi vida].
El apóstol Pablo era muy consciente de este problema en su propia vida, de modo que escribió a los filipenses:
No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús 3.12–14.1
Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
La vida cristiana normal, como se describe en los capítulos anteriores y en todo el Nuevo testamento, no es común entre la mayoría de los cristianos. ¿Por qué?
Los creyentes siempre nos quedaremos cortos tratando de alcanzar el ideal bíblico hasta el día de nuestra glorificación en el reino de Dios. Lo utópico siempre debe considerarse así: el objetivo hacia el que nos movemos sin alcanzarlo jamás. En otras palabras, nunca ha de faltar el progreso: nuestra vida cristiana no debe jamás quedarse estancada. Necesitamos conocer mejor a Cristo, ser más semejantes a Él, amarle más, obedecerle de un modo más completo, andar más a plenitud en el Espíritu, haciendo morir todas las obras de la carne y cumpliendo con mayor entendimiento su Santa Palabra. En cierto sentido, este ideal resulta siempre inalcanzable en la vida presente.
En una ocasión Jesús expresó el ideal de la vida cristiana normal con estas palabras: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto».2 Este es nuestro propósito o ideal. De este lado de la gloria, jamás podremos decir: «Por fin he llegado a ser perfecto en mis relaciones con Dios (Mateo 19.21a) y con los hombres (Mateo 5.48). ¿Qué hay que hacer ahora?»
El ideal es la meta absoluta o el propósito hacia el que todos avanzamos. Debemos ser continuamente transformados a la imagen de Cristo, nos dice Pablo en Romanos (8.28–30). De este lado de «la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8.18), en esta vida terrena, esa meta jamás será alcanzada a cabalidad. Siempre nos quedaremos cortos en lograr el propósito de Dios para nuestras vidas. De modo que, así como Dios es paciente con nosotros, debemos también serlo con nosotros mismos y unos con otros (Efesios 4.31–5.23; 1 Corintios 11.1; 1 Pedro 2.21; 1 Juan 2.6 con Juan 8.29; Santiago 1.2–4 con Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 12.10–14).
Barreras De La Vida Cristiana Normal
Muchos cristianos, incluso líderes, dejan de alcanzar el ideal bíblico. ¿Por qué? Es posible que haya tantas razones distintas como cristianos que se empeñan en conseguirlo.
Considerar la salvación como un escape del juicio por el pecado
Tal vez muchos creyentes no interpreten totalmente la norma bíblica porque no están en verdad interesados en alcanzarla. Para aquellos que pertenecen a esta categoría, el enfoque de su encuentro con Cristo es a menudo el de su salvación personal de la culpabilidad y el castigo por los pecados. Aunque este énfasis armoniza con la Escritura cuando uno empieza a caminar con Dios, no es suficiente para una vida que pudiera llamarse «cristiana» en todo el sentido de la palabra.
La experiencia de uno de mis compañeros de instituto ilustra bien este caso. Cuando era un sincero católico romano con una profunda conciencia de Dios, tenía hambre por conocer al Señor de una forma personal, pero no lo encontraba en mi iglesia. Llevaba una vida muy moral y era conocido como uno de los «buenos chicos religiosos» del centro.
Las únicas iglesias protestantes de las que sabía algo eran las que llamábamos de los holy rollers (santos revolcones). ¡Y vaya si se revolcaban! Recuerdo una congregación que se reunía a algunas manzanas de mi casa. Cuando pasábamos cerca de ella durante los cultos de la noche, podía oír su «adoración» a la distancia.
Al principio aquello me divertía, pero más tarde llegué a sentir repulsa hacia su frenesí emocional. Me parecía misterioso, casi aterrador. Me alegraba de no pertenecer a aquel tipo de iglesia. De vez en cuando un grupo de amigos nos asomábamos por una de las ventanas para contemplar el espectáculo. El ruido era increíble. Hombres y mujeres gritaban y caían al suelo. Todo parecía una completa confusión.
Uno de mis compañeros de escuela era un simpático protestante «inconverso», como yo lo era católico romano. Él también llevaba una vida muy recta. Disfrutábamos de nuestra amistad, amábamos el aire libre, los deportes y las cosas buenas que los chicos hacían en la escuela sin verse envueltos en actividades «pecaminosas».
Cierto día oí que mi amigo había «sido salvo» en una reunión de los holy rollers.
John —le preguntamos un grupo de compañeros —hemos oído que «fuiste salvo» el domingo pasado. ¿Qué significa eso?
Bueno —respondió —el pastor predicó sobre el infierno y me dio tanto miedo que decidí no ir a aquel lugar si podía evitarlo. Dijo que si pasábamos al frente y confesábamos nuestros pecados «seríamos salvos». De modo que lo hice. No quiero ir al infierno.
—¿Qué más te dijo?
—Me explicó que ir al cine y a los bailes es pecado contestó —. Debo permanecer al margen de esas cosas o todavía podría acabar en el infierno.
Aquello fue demasiado para nosotros. Aunque comprendía lo del pecado y creía en el infierno, nunca había oído decir que el cine y los bailes fueran cosas pecaminosas y pudieran enviarte allí. Todos le dijimos que dejara la iglesia de los holy rollers y así lo hizo después de algún tiempo.
Según él mismo explicó, había pasado al frente para «ser salvo» «escapar del infierno».3Evidentemente allí no se presentaba el amor y la belleza del plan de salvación de Dios; o por lo menos él no lo había comprendido.
¿Había encontrado en realidad al Señor? No lo sé. Tal vez fuimos nosotros la voz del maligno y a través de quienes la Palabra sembrada fue quitada de su corazón (Mateo 13.19). O quizá jamás le dieron la «palabra del reino» y no hubo en realidad una verdad firme que arrebatar de su vida.
Considerar la salvación como recibir a «Dios el siervo»
Otros que encajan en la categoría de creyentes que no desean de veras una vida totalmente agradable a Dios han abrazado el evangelio de «Dios el criado», como he decidido llamarlo. Se les ha dicho, de forma directa o indirecta, que si acuden a Cristo tendrán una vida agradable de allí en adelante. Todo irá bien. Dios se convertirá en su divino criado. Proveerá para todas sus necesidades. «Dios quiere que seas feliz», les dicen, «y está disponible para hacerte prosperar en la vida».
Si no les gusta su trabajo actual y quieren uno mejor, Dios se lo proporcionará. Si están enfermos, los sanará. Si necesitan un coche más nuevo y cómodo, no tienen más que pedirlo. Él posee «los millares de animales en los collados», les explican. «Él es tu Padre y compartirá contigo sus riquezas materiales».
Cuando tres años después de convertirme tomé la decisión de vivir a totalidad para el Señor, las cosas no me fueron demasiado bien. En realidad me sucedió exactamente lo contrario: mi madre renegó de mí como hijo, una especie de deber sagrado en aquellos días para los padres católicos cuyos hijos se hacían protestantes; fui directo a la escuela bíblica, pero con tan poco dinero que apenas tenía para hacer una comida diaria los fines de semana cuando se cerraba la cafetería del centro.
Mi novia rompió nuestro compromiso. Estaba convencido de que Dios me había llamado a las misiones, pero ella no quería estar casada con un misionero. Me dijo que tenía que elegir entre ella y la voluntad de Dios. La quería, sin embargo también deseaba obedecer a Dios. Por último escogí hacer lo segundo y el dolor acompañó a mi decisión.
Poco después me vi atacado de frente por demonios. Pensé que estaba volviéndome loco. El foco del ataque se hallaba en las palabras de un sacerdote católico, el cual me dijo que si abandonaba la Iglesia de Roma para hacerme misionero protestante estaba condenado al infierno. Cierta mañana me desperté con la sensación de una presencia maligna en mi dormitorio. Estaba atemorizado. Pensé que veía al diablo o a un demonio en mi habitación. «Vas a ir al infierno», me decía, «has dejado la verdadera iglesia de Jesucristo. Estás perdido».4
El miedo me invadió. Sentía náuseas y temblaba de la cabeza a los pies. El terror palpitaba dentro de mí. Mi mente se volvió confusa e intenté asegurarme a mí mismo que se trataba de una mentira. Sabía que Jesús había dicho: «El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida» (Juan 5.24).
El Espíritu Santo había utilizado aquel versículo tres años antes para traerme a la seguridad de la salvación como don de Dios mediante la fe en el Señor Jesucristo. Lo había significado todo para mí hasta entonces. Ahora no me decía nada. Eran sólo palabras; palabras sin el poder que antes tenían. ¡Estaba perdido! ¡No había esperanza para mí! ¡Me dirigía al infierno!
Oré. Mi compañero de cuarto, un creyente vigoroso, pidió por mí al Señor. Nada me ayudaba. Sentía que me deslizaba cada vez más en un pozo de oscuridad. Era un pozo de miedo, ansiedad y puro terror.
Aunque sabía que todo aquello procedía del diablo, eso no cambiaba las cosas. No podía resistirle. No podía encontrar la fe ni la fuerza necesarias para contraatacarle. Intenté utilizar «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios», pero parecía como si la misma estuviera embotada y el Espíritu me hubiese abandonado.
Clamé a Dios, pero parecía no oír ni me contestaba. Se escondía de mí. Mi desesperación no comenzó una mañana temprano y terminó aquella misma noche, sino que continuó día tras día y noche tras noche durante una semana entera. Llegué a sentirme tan mal y tan asustado que apenas podía levantarme de la cama o asistir a mis clases. Estaba convencido de que iba camino al infierno. El terror me dominaba. Mi piadoso compañero de cuarto informó a los diversos grupos de oración que se reunían en la universidad y oraron fielmente por mí; pero nada ayudaba, en realidad las cosas se ponían peor.
Por la providencia de Dios, con el final de aquella semana llegó el día de oración semestral y, aunque la asistencia a las reuniones era obligatoria, no acudí. Tenía demasiado miedo. Sin embargo, más tarde, mientras estaba tumbado en la cama, sentí de repente el impulso de levantarme e ir a una de las salas donde los estudiantes varones estarían orando. Tenía la seguridad de que si Dios había de liberarme lo haría tal vez allí con ellos, en oración.
Al entrar en la sala todavía tenía miedo. Los hombres se levantaban de uno en uno y dirigían a los demás en oración. Jamás había orado hasta entonces en voz alta en una reunión pública; sin embargo, antes de que me diera cuenta de ello, estaba de pie orando con toda mi alma. Clamé sin reparos al Señor y le recordé que era su hijo. Le amaba, quería que llenara mi vida de su amor y su paz, y que me quitara todos mis temores. Le repetí sus promesas de vida eterna en su Hijo Jesucristo.
Seguí orando y orando, asustado pero decidido a ser libre de mis miedos. Cuanto más oraba, recordando a Dios sus promesas de vida y paz en su Hijo, tanto mayor se hacía mi convicción de que me estaba escuchando e iba a contestarme. Poco a poco la paz fue inundando mi alma y las tinieblas retrocedieron. Hasta que por último todo se volvió resplandeciente. Las tinieblas habían desaparecido por completo y supe que Dios me había oído y restaurado el gozo de mi salvación (Salmo 51.12).
Dios el proveedor soberano
Algún tiempo después de aquella terrible experiencia, escuchaba a un evangelista rogar a la gente que se entregara Cristo, su mensaje era lo que ahora llamo un sermón de «Dios el criado». Uno de mis amigos que estaba conmigo lo calificó de teología del «capullo de rosa»: Ven a Cristo y la vida será para ti un lecho de rosas. Recuerdo haber comentado entonces: «El único problema es que las rosas tienen espinas». Esto no quiere decir que Dios no sea el proveedor. Uno de sus nombres es Jehová Jireh, que significa: «el Señor es nuestro proveedor» o «el Señor proveerá». Es nuestro ayudador, libertador, sanador. Pero es Dios, no nuestro criado. En su sabiduría y soberanía, no siempre provee como esperamos; ni ayuda del modo que creemos que debería hacerlo; ni nos libera como suponemos que ocurra; ni sana de la manera que deseamos.
En Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 11.4–35a leemos el relato de aquellos que recibieron provisión, fueron ayudados, liberados, sanados e incluso resucitados de los muertos. Estas son las «buenas nuevas» desde un punto de vista humano. Las «malas nuevas» según esa misma perspectiva aparecen en los versículos 35b–40. Allí se habla de los que no recibieron provisión, no fueron ayudados, liberados ni sanados. Y las palabras que separan a los dos grupos las tenemos en el versículo 35b: «Mas otros fueron[ … ]»
Las barreras de la ignorancia, las malas decisiones y la ceguera
La tercera observación acerca de por qué tantos creyentes no viven la vida cristiana normal es bastante distinta. Muchos están en verdad interesados en hacerlo, pero se enfrentan con problemas en su propia vida que los desconciertan y confunden. Millones de cristianos quieren seguir a Cristo de todo corazón. Lo aman de verdad y desean obedecerle. Sin embargo parecen obstaculizados en su vida cristiana y no saben por qué. No tiene nada que ver con la sinceridad, estos creyentes no podrían ser más sinceros.
Hace poco tuve el privilegio de participar en un estudio bíblico para líderes cristianos dirigido por Bill Lawrence, profesor adjunto de Estudios pastorales del Seminario Teológico de Dallas, hablaba de la «capacidad e incapacidad en la vida cristiana».5 Su mensaje era en parte autobiográfico y relataba sus luchas para aprender a vivir la vida cristiana normal.
«Traté durante muchos años de practicar la vida cristiana», explicaba Bill. «Leía en la Palabra de Dios que hemos de ser obedientes e intentaba serlo. Observaba que había que tener fe y trataba de tenerla. Descubría que debíamos someternos al señorío de Cristo e intentaba someterme. Me enseñaron que lo único que necesitaba era aprender sus mandamientos en la Biblia y decidir ponerlos en práctica, y que sería capaz de hacerlo. Lo intenté pero fui incapaz de lograrlo.
»¿Qué resultó de todo aquello? Un enorme encubrimiento. Como no quería que la gente me conociera, edificaba muros alrededor de mí para mantener a los demás alejados. Me esforzaba en dar la impresión de que era un cristiano victorioso (especialmente como pastor) e intentaba demostrar a todo el mundo el gran valor que tenía para Dios. No sabía que el Señor me estaba preparando para que pudiera fracasar».
Al utilizar el relato de la alimentación de los cinco mil que hace Lucas 9.12–17, Bill desarrolló su tema para mostrar cómo todo aquel incidente fue «preparado» por Jesús para enseñar a sus discípulos su incapacidad y la capacidad del propio Señor para hacer de ellos lo que deseaba que fuesen.
«Somos como jugadores de waterpolo», expresó Bill. «Vivimos casi siempre en la parte honda de la piscina sin que se nos permitan “tiempos muertos”. Debemos aprender que nunca somos capaces de alimentar a las multitudes.
»Se nos adjudica una responsabilidad imposible de llevar, con recursos totalmente inadecuados para enfrentarnos a problemas abrumadores y todo ello en el contexto de la guerra espiritual. De modo que nuestro ministerio es siempre sobrenatural.
»En nuestras vidas, Jesús sigue el principio del “bendecir y partir” como hizo con los panes y los peces (Lucas 9.16). Primero se les dijo a los discípulos que hicieran lo que pudieran con los recursos que tenían (vv. 13b–15). Y cuando obedecieron, Jesús tomó aquello con lo que contaban y lo bendijo (v. 16a).
»Él tomará los dones y la experiencia que ya tenemos y los bendecirá. Debemos bendecirle por lo que nos ha dado, continuó Bill. Y luego nos amonestó. No juguéis al juego de las comparaciones. No digáis: “Cómo me gustaría ser alguien distinto”; ni tampoco: “Quisiera tener lo que otros tienen”. Eso no es más que una crisis de identidad. Dios nos ha hecho a cada uno un hombre nuevo en Cristo y Él obrará a través de cada uno.
»Tenemos tres cosas: aptitudes, limitaciones y defectos. Él bendecirá y multiplicará los dones y las experiencias que nos ha dado. Estas son nuestras aptitudes. Dios nos ha dado también limitaciones, las cuales ha definido de manera soberana. El conocer mis limitaciones es tan importante como saber cuáles son mis aptitudes. Mis defectos son las debilidades de la carne y constituyen aquellas áreas de mi vida en las que necesito crecer».
Me interesó mucho su referencia a los defectos, ya que estaba trabajando en este capítulo cuando asistí al estudio bíblico. Al preguntar a Bill sobre el origen de ellos, respondió que hay tres fuentes de defectos: la ignorancia, las malas decisiones y la ceguera.
A menudo los creyentes no saben quiénes son en Cristo.6Cuando descubrimos nuestra identidad en el Señor, empezamos a confiar verdaderamente en Él y tenemos libertad para correr riesgos por Él, e incluso para caer y aprender de nuestros fallos.
Decidir mal es desobedecer de manera intencional a la Palabra de Dios.
Por último, la ceguera consiste en no reconocer nuestras propias debilidades. Mucho de esto procede de la manera en que hemos sido educados, tanto en nuestros hogares como en nuestras iglesias. No somos capaces de reconocer la realidad del pecado que hay en nuestra vida; es decir, lo echados a perder que estamos realmente. Construimos nuestra vida sobre fundamentos defectuosos.
Hablando de la forma de salir de nuestra ceguera, Bill sugería tres cosas:
La primera es que debemos andar en el Espíritu de Dios. La segunda, que hemos de abrir la Palabra de Dios. Y la tercera, que necesitamos ser receptivos a la ayuda y la amonestación de los demás.
Como afirmaba Bill Lawrence, en la mayor parte de la enseñanza acerca de la vida cristiana normal se presenta con fuerza el ideal: escuchamos sobre la clase de vida que debemos vivir y se nos dice que hemos de someternos al señorío de Cristo y esforzarnos por seguir el modelo bíblico.
Sin embargo, el problema es el siguiente: La vida cristiana normal consiste en algo más que resolución humana o actitudes correctas; es incluso más que un asunto de sumisión a Dios y al señorío de Cristo. El elemento que se omite en muchas de las enseñanzas sobre la vida cristiana normal es toda la dimensión bíblica de la guerra espiritual. Y parte de ella incluye un tratamiento realista de las dificultades que plantea la vida cotidiana.
Resista Las Heridas De La Batalla
La vida cristiana está llena de aparentes contradicciones. Se nos dice que la manera de descansar en Dios es estar sometidos por entero a su voluntad (Romanos 12.1 y 2). Sin embargo, el creyente que lo hace, descubre de inmediato que se halla en una guerra. Es asediado, resistido, afligido, atormentado, zancadilleado, saboteado y, con demasiada frecuencia, derrotado, desde dentro, desde fuera y desde arriba.
Cuando esto nos sucede durante un largo período, aunque se nos diga que no nos cansemos de hacer bien (Gálatas 6.9), lo cierto es que nos cansamos. Caemos en el desánimo, comenzamos a sufrir la fatiga de la lucha, nos volvemos críticos, amargados e incluso cínicos y muy a menudo pecamos deliberadamente.
Cómo tratar con el fracaso
El práctico artículo de Peter E. Gilquist titulado «Spiritual Warfare: Bearing the Bruises of the Battle» [Guerra espiritual: cómo soportar los golpes de la batalla], toca esta área.7En dicho artículo, Gilquist comenta: «La vida cristiana fructífera debe llevar incorporada una cierta expectativa de fracaso».
Nuestro orgullo dice: «Otros fallan, es cierto[ … ]¡pero yo no!» Sin embargo, la verdad y la realidad reconocen:
«Sí, incluso yo». Somos demasiado orgullosos para admitir o aceptar cualquier fracaso en nuestra vida personal, nuestra familia o ministerio.
Hace varios años participaba en un retiro de hombres dando las sesiones de enseñanza con otro buen amigo mío. En el transcurso de su clase sobre la familia, utilizó la ilustración de una hija suya adolescente y dijo: «Si ha habido alguna vez una hija perfecta, esa es mi Mary». Sus palabras me atravesaron como un cuchillo. Había sufrido durante varias semanas al tratar de aconsejar a uno de mis hijos, adolescente también, quien aunque era un buen muchacho estaba muy lejos de la perfección. Sentí que sus luchas repercutían en mí como padre y dirigente cristiano. El sentimiento de culpabilidad por descuidar a mi hijo a causa del programa tan irregular que llevaba hizo que me retorciera.8
También estaba preocupado por otro amigo íntimo mío que asistía a la conferencia. Él y su esposa eran dos de los padres cristianos más cariñosos, bondadosos, piadosos y consecuentes que jamás había conocido. Su hija se graduó en la universidad, se casó y tenía un hogar cristiano ideal. El chico, sin embargo, se había metido en líos cuando era estudiante universitario y fue de tragedia en tragedia. En aquel momento estaba viviendo cualquier cosa menos una vida cristiana victoriosa: era alcohólico.
¿Cuál sería el sentimiento de aquel hermano al escuchar a mi compañero de ministerio hablar de su «perfecta» hija? No podía soportar preguntárselo.
Nuestras iglesias están llenas de personas heridas. Muchas de ellas, como el amigo al que acabo de referirme, son padres con el corazón partido, que han visto a uno o más de sus hijos apartarse del Señor, de la iglesia e incluso de una vida moral estable, bien en la juventud o bien más tarde siendo ya adultos. Cada vez que otro da testimonio acerca de cómo todos sus hijos andan con el Señor citan Proverbios 22.6: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él», mueren un poco más por dentro. Su sentimiento de fracaso se hace casi insoportable.
«¿Qué hemos hecho mal?», se preguntan. «Hemos debido fallar como padres. Seguramente hay pecado en nuestras vidas. ¿Por qué vale esa promesa para todo el mundo menos para nosotros?»
A menudo, estas personas heridas sienten tanta vergüenza que no se atreven a hablar con nadie de su problema. Piensan que son las únicas que sufren tal sentimiento de culpabilidad y de fracaso. Si tan sólo conocieran la verdad, descubrirían que no están solas en su angustia.
Pocas veces, si es que alguna, se preguntan los hermanos que alardean de su éxito como padres reivindicando este versículo, quién fue el que lo escribió. Fue Salomón. ¿Y qué sucedió cuando el mismo Salomón se hizo «viejo»? La Biblia nos lo dice en términos inequívocos:
Pero el rey Salomón amó, además de la hija de Faraón, a muchas mujeres extranjeras; a las de Moab, a las de Amón, a las de Edom, a las de Sidón, y a las heteas[ … ] Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con Jehová su Dios, como el corazón de su padre David (1 Reyes 11.1, 4).
El que Salomón se apartara de Dios y de una vida moral ¿fue culpa de su padre David o de Betsabé su madre? Aunque ellos tuvieron su propia culpa delante del Señor, Él jamás señaló a sus fallos como los causantes del fracaso de Salomón. El único culpable fue el propio Salomón (y el diablo), y sólo él recibió el castigo por sus pecados.
El Señor siempre presenta a David como el hombre de Dios y el gobernante piadoso ideal. Recuerde que 1 Reyes 15.5 declara: «David había hecho lo recto ante los ojos de Jehová, y de ninguna cosa que le mandase se había apartado en todos los días de su vida, salvo en lo tocante a Urías heteo».
Sin embargo, el pecado de Salomón, el extraordinario hijo de David, el hombre escogido por Dios mismo para sentarse en el trono de su padre, aquel a quien el Señor «se le había aparecido dos veces» (1 Reyes 11.9), tuvo consecuencias tan devastadoras para Israel que sería difícil exagerar sus efectos.
Perspectiva de la responsabilidad de los padres
Además, si la piedad y la consecuencia de los padres se mide principalmente por el tipo de vida que llevan sus hijos, Dios mismo es el más fracasado de todos los padres, ya que Adán era su hijo (Lucas 3.38) y sin embargo se rebeló contra Él arrastrando consigo hasta el borde mismo del infierno a toda la raza humana.
Dios más tarde llamó hijo a Israel (Oseas 11.1). Lea los lamentos del Padre Dios acerca del descarrío de sus vástagos rebeldes (vv. 2–12); lamentos que me recuerdan a otro posterior que habría de proferir por Israel en Isaías 1.2–4:
Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento. ¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás.
Creo que Proverbios 22.6 es la expresión de un principio general. Cuando enseñamos a nuestros hijos el camino en que deben andar, puede que tengan sus altibajos, pero generalmente volverán a los caminos del Señor. Esto es lo que ha sucedido con mis cuatro hijos, incluyendo al que antes mencioné, pero no siempre ocurre así.
Cuando hijos criados en un hogar cristiano piadoso y feliz se rebelan y se apartan del Señor, Proverbios 22.6 no es el versículo que necesitan sus angustiados padres, sino más bien otros de aliento, promesas que puedan reclamar, ejemplos que puedan seguir. Yo mismo he seguido la práctica de Job (Job 1.4–5). Reclamo promesas para mis hijos y nietos como Isaías 43.25; 44.3–5, 21–23; 55.2 y 3; 59.21 y otras parecidas. Cada persona puede hacer su propia lista de promesas cuando Dios le habla al corazón por su Espíritu.
En el caso de aquellos cuyos hijos u otros seres queridos han muerto ya, en aparente rebeldía contra el Señor, es posible descansar en Génesis 18.25b: «El juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?»
Hay que mencionar aún otra dimensión en lo referente a las heridas de la batalla. Un número cada vez mayor de hogares cristianos, antes modelos, están siendo sacudidos; algunos son destruidos por la infidelidad, el divorcio, el incesto y otras formas de abuso infantil. ¿Hacia quiénes se volverán los inocentes en busca de ayuda? ¿A quiénes acudirán los culpables cuando se arrepientan y regresen al Señor? ¿Podrán encontrar su sitio entre todos esos «cristianos con éxito» que esconden su propia pecaminosidad y sus fracasos?
Gilquist escribe: «Quiera el Señor darnos victoria sobre la creencia de que tenemos que ser siempre victoriosos». A la larga ganaremos la guerra, pero no venceremos en cada batalla. Si no fuese así, entonces la guerra no sería una verdadera guerra. Pero lo es. Aunque su ferocidad no sea siempre constante, mientras estemos en este «cuerpo de pecado» la guerra jamás terminará. A los creyentes deben enseñárseles las tácticas de la guerra espiritual tan pronto como entran a formar parte de la familia de Dios.
La Guerra Espiritual En La Santificación Del Creyente
El último punto importante que quiero tratar en este capítulo resulta difícil destacarlo demasiado. Para el inconverso, la guerra espiritual es un asunto de salvación. El dios de este siglo ciega el entendimiento de todos los incrédulos «para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Corintios 4.4).
Sin embargo, no sucede lo mismo con el creyente: para el hijo de Dios la batalla espiritual no tiene que ver con la salvación, sino con la santificación.
La salvación del creyente es segura
Nuestra salvación ya ha sido asegurada por la gracia de Dios y la sangre de la cruz. La salvación del creyente tiene su origen, exclusivamente, en la soberana actuación de la gracia divina en la cual se entra sólo por la fe (Efesios 1.3–14; 2.1–22). Cuando se trata de esta salvación, el énfasis de la Biblia recae sobre:
1.     La elección soberana de Dios (Efesios 1.3–12; 2.10).9Sea cual fuere nuestra forma de definir esa elección, somos los escogidos de Dios y punto.
2.     La gracia de Dios (Efesios 1.6 y 7; 2.5–9).
3.     El amor de Dios (Efesios 1.4–5; 2.4).
4.     La misericordia de Dios (Efesios 1.5, 9; 2.4).
5.     La muerte sustituta, propiciatoria y redentora del Señor Jesucristo por nuestros pecados; es decir, su sangre preciosa vertida en la cruz por nosotros (Hechos 20.28; Romanos 3.23–25a; 5.9).10
6.     El ministerio regenerador de su Santo Espíritu; es decir, el nuevo nacimiento producido por el Espíritu de Dios que mora en nosotros (Juan 3.3–8; Romanos 8.1–4, 9, 15).11
7.     El ministerio intercesor del Espíritu de Dios dentro de nosotros y el de su Hijo glorificado a la diestra del Padre por nosotros (Romanos 8.26 y 27; 8.34; Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 7.25; 9.24).
De ahí la firme nota de seguridad de salvación, redención, vida eterna, «la vida del siglo venidero» en el Nuevo Testamento. Ella es proporcionada a cada creyente sin considerar su madurez o inmadurez en Cristo (Efesios 1.4–8a, 13–14; Filipenses 1.6).
El amargo fruto de la inseguridad de la salvación
El no entrar en el reposo que constituye la seguridad de la salvación conduce al desastre en la vida del cristiano. El escritor de Hebreos daba tanta importancia a esto que escribió: «Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Y esto haremos, si Dios en verdad lo permite» (Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 6.1–3).
En una ocasión estaba dando unos estudios sobre la guerra espiritual en una iglesia grande de una de las principales ciudades de Estados Unidos. Los cultos del domingo eran televisados y un teléfono de consulta funcionaba durante y después de cada uno de ellos. Entre las llamadas hubo una de la esposa de un antiguo pastor. Aquella señora y su marido buscaban con desesperación ayuda y preguntaban si podía aconsejarles. Aunque se había anunciado que no estaría disponible para consultas, puesto que se trataba de un caso de líderes cristianos necesitados y yo iba a estar en el área durante varios días, accedí a verlos.
Me hice acompañar por algunos laicos maduros de la iglesia, a fin de que la pareja pudiera recibir más consejo cuando lo necesitase; así que me encontré con ellos. La mujer procedía de una familia con problemas. Había crecido con una mala imagen de sí misma convirtiéndose en una perfeccionista: trató siempre de descollar, pero sin lograr jamás sus expectativas. Tenía graves problemas sexuales. Amaba a su marido y le era fiel, pero nunca estaba satisfecha con sus relaciones íntimas. Tomó la iniciativa de guiar a su esposo a prácticas sexuales inmorales y él, que la quería mucho, aceptó cualquier cosa que ella sugiriera. Sin embargo, nada de aquello resultaba. Su sentido de indignidad y culpabilidad no hacía sino aumentar.
Tampoco podía la mujer encontrar reposo en su relación con Dios. Parecía que nada de lo que hacía le agradaba a Él. Pensaba que el Señor estaba siempre airado con ella y que jamás la aceptaba; a pesar de buscar constantemente formas de complacerle. Como resultado de esto, empezaron a ir de iglesia en iglesia en busca de algún tipo de experiencia espiritual que pudiera satisfacer su anhelo interior.
Por último, encontraron una congregación que parecía estar a la altura de sus necesidades. La mujer tuvo allí una experiencia dramática con el Espíritu Santo, la cual le dijeron que transformaría su vida y le daría paz personal y poder a fin de vivir para Dios. Y hasta cierto punto así fue … durante algún tiempo.
Por desgracia, aquella congregación hacía mucho énfasis en la «culpabilidad», la «indignidad» y tenía un concepto de la vida cristiana de «yo soy gusano, y no hombre» (Salmo 22.6). La revelación de pecados era algo central en su mensaje y se recordaba continuamente a los creyentes su pecaminosidad e indignidad. Cuando confesaban sus faltas tenían que recibir de nuevo a Cristo, ya que el pecado los había separado de Dios. La última parte de cada culto dominical estaba dedicada a animar a los creyentes a arrepentirse de sus pecados y a volver al Señor. A aquellos que lo hacían se les pedía que dieran testimonio público de cómo Dios estaba actuando en sus vidas. Esos testimonios siempre parecían centrarse en la pérdida de la salvación a causa del pecado y en el renacimiento espiritual cuando era confesado, abandonado, y Cristo nuevamente recibido.
La perturbada mujer siempre había forcejeado con la seguridad de la salvación y el escuchar aquellos testimonios no hacía sino aumentar sus sentimientos de culpa e indignidad. Perdió la poca certeza de salvación que tenía de modo que cuando fue a buscar consejo, sus líderes no pudieron ayudarla. Cayó en la desesperación y su marido también, ya que no sabía qué hacer por ella.
La guerra espiritual y la restauración del alma
Cuando escuchaban el mensaje televisado aquel domingo por la mañana, se abrió para ellos una dimensión totalmente nueva de la vida cristiana. Aunque siempre habían creído en Satanás y en los demonios, tenían poca percepción práctica de la guerra espiritual. Se preguntaron si el campo sobrenatural maligno tendría algo que ver con los problemas de la mujer y solicitaron una reunión conmigo.
Las dificultades a que se enfrentaba ella no eran necesariamente demoníacas. Quizás en la mayoría de los casos como ese, si es que hay demonios, no constituyen el principal problema, ni al expulsarlos se cura forzosamente la aflicción.12 En estecaso, sin embargo, existía una actividad demoníaca directa en por lo menos tres áreas de la vida de la mujer: su deficiente auto imagen de sí misma, que había comenzado cuando no era más que una niña y se criaba en un hogar con problemas; su incapacidad para descansar en la promesa de salvación de Dios; y sus problemas sexuales.
El consejo espiritual que había recibido anteriormente resultó ineficaz por varias razones: el consejero no estaba lo bastante preparado para ayudar en casos complicados como el suyo; las sesiones de consejo no duraron lo suficiente, después de unas pocas veces la mujer se había desanimado y no había vuelto más; y por último, no se había considerado la dimensión demoníaca del asunto. Nadie sospechaba que los demonios tuvieran nada que ver directa o indirectamente con su problema.
Sus problemas se intensificaron tanto que no pudo seguir comportándose de manera satisfactoria, ni como persona ni como cristiana, al punto que perdió su seguridad de salvación. Aunque durante años había luchado con el asunto, siempre lograba reunir la suficiente fe para continuar su vida como creyente. Sin embargo, la cultura eclesiástica a la que se había cambiado recientemente sólo había servido para hacer más crítica su situación.13
Mientras la aconsejábamos, salieron a la luz muchos aspectos de sus heridas tempranas y su dañada vida sexual empezó a hacerse patente. Fue en ese momento cuando apareció el primer contingente de demonios, los cuales la abandonaron de uno en uno o por grupos sin mucha dificultad. A pesar de su vida cristiana de altibajos, la mujer amaba de veras al Señor y tenía un gran deseo de andar en santidad y restauración.
El relato de su pérdida de la seguridad de salvación no tardó mucho en pasar a primer plano. La mayor parte de nuestros consejos se dirigieron entonces a ayudarla a comprender quién era ella en Cristo, y después de contribuir a liberarla de la opresión demoníaca y de muchas horas de orientación, ella y su marido se fueron con un sentimiento de seguridad y varias directrices nuestras sobre cómo obtener más consejo.
Para experimentar la victoria en el terreno de la guerra espiritual, el creyente debe descansar en el hecho de que su salvación depende totalmente de Dios. La parte que le corresponde hacer a él es arrepentirse de sus pecados y poner su fe en el Señor Jesucristo como Salvador y Señor (Hechos 20.21). La persona que ejerce tal fe está segura en Cristo, ya sea un cristiano fuerte o débil.
La guerra espiritual se libra en base a la seguridad de la salvación
La guerra espiritual en el caso de los creyentes pertenece sólo al ámbito de la santificación y de ninguna manera al de la salvación.14 Antes de conocer a Cristo, este es un asunto de salvación; después de ello, se convierte en una cuestión de perfeccionamiento. Satanás sabe que no puede llevarnos consigo al infierno una vez que hemos creído en Jesús, sin embargo trata de perturbar nuestra vida cristiana de tal modo que no vivamos como verdaderos hijos de Dios.
En cierta ocasión estaba ministrando a un cristiano afligido por demonios, los cuales le habían dicho que no era un verdadero creyente, que Dios le había abandonado y que iba a ir al infierno. Mientras trataba de ayudarle a que se aceptara a sí mismo en Cristo como hijo redimido de Dios, una voz demoníaca me gritó a través de sus labios: «Él no es cristiano, nos pertenece a nosotros. No irá al cielo, vendrá con nosotros al infierno. Déjalo en paz, es nuestro».
Le impedí que mintiera más y decidí dejarle hablar en voz alta sólo el tiempo necesario para obligarle a decir la verdad para el beneficio de algunos de los confundidos creyentes que se encontraban conmigo en la reunión. En pocos minutos, el demonio confesó que estaba mintiendo y vale la pena considerar algunas de las cosas que dijo.
—¿Es un verdadero creyente? —le pregunté.
—Sí», contestó el demonio—. Ama a tu Jesús igual que tú.
—¿Por qué le has mentido acerca de su salvación? —inquirí.
—Nosotros somos mentirosos. No queríamos que supiera que de veras es creyente; de ese modo podíamos estropear su vida.
—No puedes llevártelo al infierno como le has dicho. Él ha sido limpiado de todo pecado por la sangre de Cristo y su destino es el cielo, ¿verdad? —¡Sí, sí, lo sabemos! ¡Lo sabemos! —replicó el espíritu malo. —Sabemos que va a ir al cielo. Sabemos que no podemos llevárnoslo al infierno, pero queremos que su vida sea un infierno en la tierra.
De ahí la importancia de la seguridad de nuestra salvación eterna. Debemos comprender de una vez por todas que:
1.     Un cristiano sigue siendo cristiano aunque esté luchando con un grave problema de pecado en su vida (1 Corintios 5.1–5; 11.30–32; 1 Juan 2.1 y 2);
2.     Un cristiano sigue siendo cristiano aunque esté luchando con un grave problema mundano en su vida (2 Timoteo 4.10); y
3.     Un cristiano sigue siendo cristiano aunque esté luchando con un grave problema de demonios en su vida (Hechos 5.1–10; 1 Timoteo 5.9–15).
Un creyente afligido me escribió en cierta ocasión: «Soy un evangélico conservador que ha comprendido que tiene problemas de demonios. He expresado dichos problemas a algunos de mis hermanos en la fe, los cuales han cortado la comunión conmigo. Afirman que los cristianos no pueden tener demonios; por lo tanto no debo ser cristiano. Tenían verdadero temor de mí. El rechazo me resultó muy doloroso, pero ahora sé que en parte fue debido a la influencia de Satanás».
El negar que los verdaderos creyentes puedan tener graves problemas demoníacos es susceptible de afectar de forma devastadora a los cristianos afligidos. Cualquier doctrina que socave la fe y la seguridad de la salvación de los creyentes nacidos de nuevo debe ser rechazada. Y vuelvo a repetir: Un cristiano sigue siendo cristiano aunque esté luchando con un grave problema de demonios en su vida.
Un creyente puede andar en el Espíritu en muchas áreas de su vida y al mismo tiempo ser derrotado en una o varias de ellas. Esa era la situación de muchos de los cristianos de Corinto y Filipos en los días de Pablo, según las propias palabras del apóstol (1 Corintios 1.4–13; 3.1–4; Filipenses 1.12–18; 2.19–21).
Cualquier pastor o consejero cristiano que realice una labor un poco seria de orientación sabe que esto es verdad. La última cosa que uno debe hacer con los creyentes débiles es poner en tela de juicio su salvación en Cristo. Sólo basándose en su relación con el Señor hay esperanza de victoria para ellos sobre los espíritus malos que los atormentan.
Y por último, resulta importante que comprendamos que la guerra espiritual es un asunto multidimensional relativo al pecado el cual atormenta a todo creyente. Como soldados cristianos combatimos sin cesar en tres frentes distintos: la carne, el mundo y el diablo. Ha llegado el momento de examinar estos frentes con más detalle.
1 1.     Véase Delling en Gerhard Kittel, TDNT, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1977–1978) 8:73 y 74. El tratamiento que hace Delling de la palabra téleios traducida como «perfecto» en Mateo 5:48 vale la pena estudiarlo. Delling expresa que el contexto en el que se utiliza dicha palabra para indicar nuestro ser «perfectos» o «completos» así como el Padre es «perfecto, completo e indiviso» en ese pasaje, se refiere a las relaciones del creyente con sus semejantes, mientras que en Mateo 19.21a el centro de interés es nuestra «indivisa» relación con Dios.
2 2.     El infierno es una realidad. El Nuevo Testamento está lleno de referencias a él; muchas de los labios del propio Jesús. Pero no era ese el tema principal del Señor, sino el mensaje del Reino de Dios y la vida eterna.
3 3.     Nadie en mi círculo de contactos hablaba de demonios en aquellos días; o si lo hacían, yo no les oía. Ninguno de mis profesores o compañeros los mencionaba. Se creía que Satanás estaba vivo, pero habitaba principalmente en las épocas bíblicas, en el «campo misionero» y en los libros de teología. No se nos enseñó de qué manera los demonios tratan de resistir y engañar a los creyentes. Se nos dijo que debíamos resistir al diablo, pero no teníamos «agarraderos» reales para saber lo que eso significaba.
4 4.     De las notas del autor tomadas mientras participaba en el estudio bíblico.
5 5.     Véase Neil T. Anderson, Victory Over the Darkness , Regal, Ventura, CA, 1990b), pp. 51s, un excelente estudio de nuestra identidad en Cristo también en un contexto de guerra espiritual.
6 6.     Peter E. Gilquist, «Spiritual Warfare: Bearing the Bruises of the Battle». Christianity Today, 8 de agosto de 1980.
7 7.     Dios es soberano, y no dudo que Él utilizaba aquel doloroso incidente para ayudarme a sentir el fracaso y que aprendiera así ciertas lecciones que no hubiera podido aprender de ningún otro modo.
8 8.     Véanse también Hechos 13.48; Romanos 8.28–30; 9.6–24; 11.1–36; 1 Pedro 1.1–9.
9 9.     Véanse también 1 Corintios 10.16; 11.25; Efesios 1.7; 2.13; Colosenses 1.12–14; 2.9–13; Hebreos 9.13–28; 10.10–14, 19–22; 1 Pedro 1.2, 18–21; 1 Juan 1.7; .:1 y 2; Apocalipsis 1.5.
10 10.     Véanse también Gálatas 4.6; Efesios 2.18, 22; 3.16–21; Tito 3.4–7.
11 11.     Véase el capítulo 59 de nuestro estudio, donde intento tratar en mayor profundidad la relación que existe entre los demonios y las disfunciones de la personalidad. Esta es una de las áreas más gravosas del ministerio de orientación y guerra espiritual.
12 12.     No juzgo la validez de las experiencias con el Espíritu Santo; ni siquiera aquella que la mujer buscaba y encontró. Lo que sí cuestiono es la enseñanza de que tales experiencias por sí solas curarán a las personas heridas. El aprender a andar en el Espíritu, apropiarse las promesas de Dios, resistir al diablo y recibir una sanidad continua por el Espíritu son cosas que llevan tiempo. En el caso de personas dañadas emocional, física y espiritualmente muy graves, se requerirá la intervención de un consejero bien preparado y dotado espiritualmente que lleve a cabo una orientación meticulosa y continuada. Esto se aplica de un modo especial a aquellos casos en que ha tenido lugar un desdoblamiento de la personalidad.
13 13.     Nuevamente diré que aunque la salvación puede entenderse como el cuadro completo del trato de Dios con nosotros, el cual incluye la santificación, no estoy utilizando el término en su sentido más amplio, sino como la obra inicial de Dios por la cual perdona todos nuestros pecados en Cristo y nos saca del reino de las tinieblas transladándonos al reino de su amado Hijo (Colosenses 1.13). La santificación es el proceso de vivir como un hijo del reino.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

13
¿Qué me sucede?
Una guerra multidimensional
contra el pecado
Siempre he tenido un profundo anhelo de conocer a Dios. Sabía muchas cosas acerca de Él, pero no lo conocía personalmente. Por desgracia mi iglesia católica flaqueaba en ese punto. Nos enseñaban acerca de Dios de Cristo y seguíamos las estaciones del via crucis como si estuvieran marcadas en los bajorrelieves que había a cada lado del templo; lo cual nos ayudaba a grabar en nuestra mente y emociones los pasos de Jesús mientras cargaba con la cruz por las callejuelas de Jerusalén hasta el Calvario.
Él lo había hecho por nosotros y le amaba por ello. Pero ¿cómo podía llegar a conocerle personalmente? Por desgracia, los sacerdotes y las monjas que me enseñaban tampoco lo sabían o no eran capaces de ayudarme a encontrarlo. Quería que se convirtiera en mi Salvador personal.
Cuando por fin le conocí tuve una gran alegría. Ahora Él era mío y yo suyo.
Siempre había llevado una «buena» vida religiosa. Me había mantenido apartado de la gente «pecadora». No la evitaba, pero me negaba a participar en sus prácticas pecaminosas. Todos los que me conocían sabían que era un buen católico que, como dice el estribillo, no «fumaba, bebía, maldecía, mascaba tabaco o salía con chicas que lo hicieran».
Ahora que Jesús vivía en mí quería que lo hiciera de veras. Deseaba llevar una vida santa. Leía la obra clásica de Santo Tomás de Kempis titulada La imitación de Cristo, la cual constituía mi libro devocional favorito después de la Biblia. Y durante un rato todo iba bien; hasta que, antes de que pudiera darme cuenta de ello, empezaba a imaginar cosas que no agradaban a Dios.
Luego estaba el mundo que me rodeaba. Afortunadamente, cuando era adolescente el uso de la pornografía no estaba tan extendido como ahora. ¡Cuánta compasión me dan los jóvenes de hoy en día, obligados a vivir en un ambiente saturado de obscenidad! Los adultos hemos creado un mundo cuyo único propósito parece ser estimular sexualmente a otros, desde los niños hasta las personas mayores, en todas partes y durante todo el tiempo. Luego nos preguntamos por qué los jóvenes se meten en líos.
Sin embargo, aunque no de una manera tan notoria, la pornografía estaba presente en mi pueblecito rural. La incitación al pecado y a satisfacer al yo atacaba mi mente de modo continuo desde el «mundo». Y si bien trataba de rechazarla, la lucha persistía.
También había veces que sentía como si unas fuerzas sobrenaturales me hicieran tropezar tentándome al mal. En ocasiones dichas fuerzas parecían superiores a Dios. Sabía que se trataba del diablo, pero no conocía el modo de combatirlas.
«¿Por qué siendo Dios mi Padre, Jesús mi Salvador y viviendo el Espíritu Santo dentro de mí, no puedo vencer al pecado?», me preguntaba.
En aquel tiempo no sabía que estamos en guerra, y que, como ahora sé, se trata de una guerra multidimensional contra el pecado.
Con este testimonio personal comenzamos una nueva sección de nuestros estudios sobre la guerra espiritual. Sin embargo, todo lo que examinemos a partir de ahora descansará sobre los fundamentos filosóficos y teológicos establecidos anteriormente. Los capítulos pasados destacaban que el origen del pecado se encuentra en el campo sobrenatural del mal. Empezó con la actividad engañadora del mismo Satanás contra los ángeles de Dios, la humanidad y, especialmente, los hijos de Dios. Aunque entonces no lo sabía, eso era lo que me estaba sucediendo como recién convertido adolescente.
También hemos visto que el pecado procede de la carne y del mundo. De modo que surge de cualquiera de estas tres fuentes o de cualquier combinación de ellas a la vez. Eso era lo que me sucedía aunque no lo supiera.
La perspectiva histórica de la iglesia
La iglesia ha entendido siempre la guerra del creyente contra el pecado según esta perspectiva. La batalla del cristiano con la carne, el mundo y el diablo ha sido reconocida, tratada en libros y predicada desde los púlpitos de nuestras iglesias durante siglos. ¿Por qué doy tanta importancia a un hecho casi universalmente aceptado como este?
En primer lugar, porque es el fundamento de lo que llamamos santificación; es decir, el proceso por el que aprendemos a vivir como hijos de Dios en un mundo pecaminoso. Pablo escribe lo siguiente a los creyentes de Filipos acerca de la santificación:
Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida[ … ] (Filipenses 2.14–16a).
Vivir como el apóstol nos exhorta a hacerlo no es fácil. Un estilo de vida según el reino de Dios cuando vivimos en medio del reino de Satanás (el mundo) implica guerra espiritual. Muchos creyentes se desaniman tanto (como me pasaba a mí) luchando con el mal que hay dentro de sí mismo (la carne), el mal que intenta seducirlos desde fuera (el mundo) y el mal sobrenatural que asalta sus mentes desde arriba (sobrenaturalismo malo), que comienzan a dudar de su propia salvación. Eso me sucedía en ocasiones.
Santificación, no salvación
En segundo lugar, como ya mencionamos en nuestro anterior capítulo, es imprescindible que los creyentes reconozcan que la guerra contra el pecado en la cual están comprometidos no tiene nada que ver con la salvación, sino sólo con la santificación.
El diagrama de la siguiente página es un intento de representar este hecho. En su parte superior vemos el continuo conflicto que hay en la mente del cristiano con las dudas, los malos pensamientos, los deseos de independencia del estilo de vida del reino, el orgullo, las concupiscencias, el materialismo, los temores y diversas tentaciones. Estas cosas no tienen nada que ver con la salvación: son asuntos relativos a la santificación; temas de casa. Los implicados son el hijo de Dios y su tierno Padre celestial, conocedor de todas nuestras debilidades. Como escribiera el salmista hace ya tanto tiempo:
Como el padre se compadece de los hijos,
Se compadece Jehová de los que le temen.
Porque él conoce nuestra condición;
Se acuerda de que somos polvo. (Salmo 103.13–14)
De ahí el título que le he puesto al diagrama: «La guerra del creyente: Un asunto multidimensional relativo al pecado y a la vida cristiana».
Figura 13.1
La guerra del creyente:
Un asunto multidimensional relativo al pecado y a la vida cristiana
En la parte inferior de dicho diagrama aparece una representación visual del tema de este capítulo e incluso de todo el libro. El pecado es personal, viene de adentro, por eso libramos la guerra con la carne. El pecado es social, viene de afuera, de ahí la guerra con el mundo. El pecado es sobrenatural, viene de arriba, por ende la guerra con el campo sobrenatural maligno.
En tercer lugar, aunque la realidad doctrinal de esta guerra multidimensional contra el pecado sea bien conocida, sus implicaciones para la lucha del cristiano con el pecado no suelen tratarse de una manera bíblica holística y sistemática. Esto es lo que intento hacer en este libro.
En cuarto lugar, la guerra multidimensional contra el pecado pocas veces se considera desde la perspectiva de una cosmovisión escritural. Ya he afirmado repetidamente la dimensión de guerra espiritual que hay en una cosmovisión bíblica. La guerra espiritual proporciona el contexto completo donde tienen lugar la autorrevelación de Dios y su actividad redentora, así como donde se desarrolla la vida cristiana.
Guerra entre los dos reinos
Cuando hablo de guerra espiritual en el contexto de las cosmovisiones, por lo general me refiero al sentido original y más restringido del término, es decir, a la guerra entre el reino de Dios y el reino del diablo, no a su significado más amplio de guerra multidimensional contra el pecado. Debemos comprender que ella existe sólo debido a que la guerra espiritual tuvo su nacimiento en la esfera cósmica.
Por ejemplo, si consideramos el tipo de vida que llevaban nuestros primeros padres antes de la Caída, según el relato de Génesis, resulta cuestionable que Adán y Eva hubieran llegado a rebelarse contra la Palabra de Dios de no haber existido el engaño externo de la serpiente.
Ellos no estaban asediados por la carne: eran completamente inocentes en cuanto a cualquier incitación interna al pecado. Tampoco vivían en el mundo, sino en el paraíso de Dios. Obviamente sólo eran vulnerables al engaño externo del pecado procedente de arriba, del diablo.
Desde que tuvo lugar la Caída hasta nuestros días, la revelación que Dios hace de sí mismo y su actividad redentora se producen en este contexto de guerra espiritual. ¿En qué sentido lo digo? ¿En el más amplio o en el más restringido del término? Tanto en el uno como en el otro, pero la atención principal debe enfocarse en la definición más estrecha de la guerra entre los dos reinos. Después de todo, los otros dos aspectos (la guerra contra la carne y contra el mundo) se originaron a causa de la guerra que libraba el reino de Satanás contra el reino de Dios. El engaño del diablo dio lugar tanto a la carne como al mundo. Mató a la raza humana mediante la mentira (Juan 8.44; Génesis 2.15–17; 3.1s), estableciéndose como dios y príncipe de este mundo (Juan 12.31; 14.30; 16.11; 2 Corintios 4.3–4).
Esa guerra entre los dos reinos continuará hasta la eterna destrucción del mal sobrenatural personalizado en el lago de fuego (Apocalipsis 20). Entonces, y sólo entonces, será el mal abolido de la experiencia de los hijos de Dios para siempre. ¡Qué día tan maravilloso!
La Necesidad De Equilibrio
Ya que el término guerra espiritual se graba de inmediato en las mentes de los cristianos, en el sentido más restringido de lucha contra Satanás y sus malos espíritus, es fácil dejarse arrastrar al desequilibrio sobre este punto. Tradicionalmente, la iglesia ha tratado el problema del pecado de los creyentes sobre todo desde la perspectiva del mal interior: la carne; y también ha prestado cierta atención al mal externo: el mundo. Satanás y sus demonios, por su parte, han recibido algo de atención, aunque la cosmovisión de la iglesia haya sido por lo general borrosa en cuanto a la medida en que los demonios pueden controlar parcialmente a los creyentes; esta área de la santificación no se ha desarrollado en el mismo grado que las dos primeras: la carne y el mundo.
Ahora, sin embargo, somos testigos del diluvio de literatura sobre la guerra con el campo sobrenatural maligno. El peligro que corremos es irnos al otro extremo y demonizar todo pecado en la vida del creyente, convirtiendo a Satanás y sus demonios en la fuente principal del actual problema de la humanidad con el pecado, y de hacerlo hasta el punto de destacar insuficientemente la carne y el mundo.
Por esta y otras razones resulta decisivo que consideremos ahora la guerra espiritual como un conflicto multidimensional contra el pecado. En capítulos posteriores examinaré por separado estas tres dimensiones.
Por último, el énfasis de la parte final del libro se pondrá principalmente en la guerra del cristiano contra el campo sobrenatural perverso, aunque sin dejar de lado la carne y el mundo, que son los dos canales acostumbrados que utiliza Satanás para seducir a la humanidad, incluidos los creyentes.
¿Cuál es Cual?
Aunque resulta útil considerar nuestro problema con el pecado desde tres dimensiones distintas, esto también tiene sus inconvenientes. El pecado es demasiado dinámico (en el sentido negativo) para categorizarlo. Su energía se libera contra la humanidad, continuamente, desde cada una de esas tres dimensiones; de modo que aunque nos concentremos en una de ellas, debemos recordar que las otras dos se hallan también activas en cada situación. Desde la Caída, el pecado es multidimensional y nunca de una sola dimensión.
Si la incitación al pecado viene de la carne, inmediatamente se verá reforzada por el mundo y su energía nos asaltará también por la actuación de espíritus malos que robustecerán el mal procedente de ambos. Cuando dicha incitación proceda del mundo, la carne responderá de inmediato, al tiempo que los poderes demoníacos intentarán influir en nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad para que sigamos las perversas seducciones del mundo. Y si la energía pecaminosa que nos bombardea viene directamente del área sobrenatural maligna, la carne responderá favorablemente a la misma, mientras que el mundo, por su parte, reforzará dicha respuesta. Las tres dimensiones del pecado están siempre activas al mismo tiempo.
A menudo, cuando aconsejo a cristianos, éstos expresan su confusión sobre el asunto: «¿Será mi problema causado por la carne, el mundo o el diablo?», preguntan. A lo que siempre respondo: «Sí», y luego les explico que, según la Escritura, la fuente principal de su problema, en determinada situación, puede ser uno de los tres y, en otras, otro o los otros dos restantes. En todos los casos deberían tratarse las tres dimensiones del asunto, aunque el énfasis más importante se ponga sólo en aquel de los tres niveles que cause en ese momento el problema mayor.
Ya hemos expresado que el foco de mayor atención de la Escritura en lo concerniente al pecado es la carne. Resulta interesante, sin embargo, observar que en Efesios 2.1–3, Pablo vincula el problema que el hombre tiene con la carne con el problema multidimensional del pecado al que nos enfrentamos. El apóstol escribe:
Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. (Efesios 2.1–3).
Pablo comienza con la afirmación de que estábamos «muertos en [nuestros] delitos y pecados» (v.1), y seguidamente revela un origen triple de este triste estado espiritual: el mundo (v.2a), el diablo (v.2b) y la carne (v.3a). ¡Nuevamente vemos que nuestra guerra es multidimensional!
La Fuente Principal: Satanás
En última instancia, como escribe el finado Donald Grey Barnhouse, Satanás es la fuente principal del terrible problema de pecado que tiene el hombre. Barnhouse habla acerca de la estrategia de seducción del diablo con el pecado, y dice que «él es el autor de la confusión y las mentiras» y que «ha hecho uno de sus mejores papeles de engaño al crear la perplejidad, incluso entre muchos cristianos, respecto a sus métodos de ataque». Luego añade: «[Estos] son triples. No sabemos cuál fue el primer estudioso de la Palabra de Dios que acuñó la expresión “el mundo, la carne y el demonio”. El uso más antiguo de esta división triple del terreno de ataque se encuentra en el Libro de oración común, en un ruego por un niño: “Concédele poder y fortaleza”, dice la misma, “para obtener la victoria y triunfar sobre el diablo, el mundo y la carne”».1
C. Fred Dickason expresa eso mismo: «La utilización demoníaca de la carne y el mundo es obvia. Satanás gobierna el sistema mundial e influye en la carne, el agarradero que tiene en el corazón del hombre, para lograr sus rebeldes y destructivos propósitos».2
D. Martyn Lloyd-Jones, por su parte, escribió un asombroso estudio en siete volúmenes sobre la Epístola de Pablo a los Efesios,3 en cuyo primer tomo comenta acerca del énfasis en el poder que se hace en Efesios 1.19, y pregunta:
«¿Por qué es esencial este poder?»
Su respuesta es: «A causa del poder que tienen las fuerzas que se nos oponen resueltamente». Y continúa con una larga disertación sobre la energía demoníaca del pecado (término mío) liberada contra nosotros directamente por Satanás y sus demonios, así como indirectamente a través del mundo y la carne.4
Acerca del mundo dice: «Nada hay más peligroso para el alma, a causa de su sutileza, que la mundanalidad con que nos topamos a cada paso[ … ] con toda seguridad la mayor lucha que la iglesia cristiana tiene que librar en la actualidad[ … ] Pero no sólo hemos de pelear con el mundo, sino también con la carne». Y después enumera algunos de los pecados de la carne para comentar luego: «A continuación tenemos al diablo. A veces pienso que la causa de no comprender la grandeza del poder de Dios en nosotros es debido a que jamás hemos entendido el poder que tiene el diablo. ¡Qué poco hablamos de él! Y sin embargo, en el Nuevo Testamento se hace hincapié constante en sus actividades[ … ] el poder del diablo se presenta con terrible claridad en la historia de Adán y Eva. Ambos son perfectos. El hombre fue hecho a la imagen y semejanza de Dios[ … ] Estaba en el paraíso, un entorno perfecto. Jamás había pecado, ni había nada dentro de él que lo arrastrara hacia abajo: ni lujuria, ni corrupción[ … ] Y sin embargo cayó; y ello debido al poder y a la sutileza del diablo». Lloyd-Jones declara entonces que «nada puede capacitarnos para resistir a las artimañas del diablo» sino el poder de Dios.
Al concluir este capítulo acerca de la guerra multidimensional del creyente contra el pecado, vuelvo a referirme al excelente libro de Ray Stedman sobre la guerra espiritual.5 Su primer capítulo se titula «Las fuerzas a las que nos enfrentamos», y en él, Stedman, después de repasar Efesios 6.10–13 dice que está claro que la opinión de Pablo en cuanto a «las características fundamentales de la vida, puede resumirse en una palabra: luchas. La vida, prosigue, es un conflicto, un combate, una lucha continua». Luego expresa que esto es confirmado por la experiencia. «Quisiéramos pensar que vivimos en un mundo ideal, donde todo va bien y podemos pasar nuestros días en disfrute y relajación. El apóstol Pablo no trata de esa clase de vida. La aborda como realmente es ahora y la califica de lucha, conflicto y batalla contra fuerzas antagonistas».
Stedman inquiere acerca del origen verdadero de esta vida de batalla y lo identifica como demoníaco (Efesios 6.12). Reconociendo la forma tradicional cristiana de entender la fuente del mal como la carne, el mundo y el diablo, Ray Stedman hace una interesante observación acerca de la relación que existe entre los tres: «A menudo oímos que “los enemigos del cristiano son el mundo, la carne y el diablo”, como si se tratase de tres enemigos igualmente poderosos. Sin embargo, los enemigos no son tres, sino uno solo: el diablo, como Pablo expresa en Efesios 6; aunque sus canales indirectos para acercarse a los hombres sean el mundo y la carne».6
Para algunas personas esto puede parecer una exageración, pero … ¿lo es de veras? El autor admite el papel que desempeñan tanto la carne como el mundo en nuestra batalla contra el pecado, sin embargo también afirma que el único verdadero enemigo es el diablo y que éste utiliza tanto lo uno como lo otro.
Lo que digo es perfectamente coherente con el origen cósmico del pecado en sí y el origen satánico del pecado humano (Génesis 3.1s), así como con la guerra diaria que el creyente tiene que librar contra el pecado (1 Corintios 7.5; 1 Tesalonicenses 3.5).
Neil Anderson dice algo parecido cuando escribe que «Satanás está en el centro de todo pecado (1 Juan 3.8). Engaña a las personas para que crean una mentira y les aconseja que se rebelen contra Dios».7
Naturalmente, eso es lo que suele hacer a través de la carne y del mundo. Con esta premisa, consideremos por separado cada dimensión del pecado reconociendo al mismo tiempo la interrelación existente entre ellas. Comenzaremos con la guerra que libra el creyente con la carne.
1 1.     Donald Grey Barnhouse, The Invisible War , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1965, p. 172.
2 2.     C. Fred Dickason, Demon Possession and the Christian , Crossway, Westchester, IL, 1989, pp. 63 y 64.
3 3.     D. Martyn Lloyd-Jones, Exposition of Ephesians , Baker, Grand Rapids, MI, 1978–88, 1:418 y 419.
4 4.     Ibid. pp. 417–420.
5 5.     Ray Stedman, Spiritual Warfare , Multnomah, Portland, OR, 1975, pp. 13 y 14.
6 6.     Ibid. p. 47.
7 7.     Neil T. Anderson, Victory Over the Darkness , Regal, Ventura, CA, 1990 , pp. 81 y 82.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

Sección III
La guerra del creyente con la carne
14
La carne, el creyente y lo demoníaco
En su excelente libro Counseling and the Demonic [Consejería y lo demoníaco], el sicólogo Rodger K. Bufford reconoce que los pecados de la carne «abren el camino a la influencia demoníaca».1 El siguiente caso ilustra este hecho.
Los pecados de la carne: puerta de entrada a lo demoníaco
A menudo, cuando descubrimos una nueva dimensión de la realidad espiritual solemos excedernos en su aplicación y verlo todo a través de esa perspectiva. Es probable que a la mayoría de los que hemos experimentado un cambio radical en relación con la consejería y ministración de las dimensiones demoníiacas de la guerra espiritual nos haya ocurrido. A mí me sucedió.
Era nuevo en el ministerio de orientación respecto a la guerra espiritual cuando se produjo el siguiente incidente. En cierta ocasión vino a verme una mujer que estaba bajo los cuidados de un sicólogo cristiano, el cual no había avanzado mucho en lo referente a su sanidad. Como no queria interferir en los consejos que estaba recibiendo, pregunté a su especialista si accedería a que la orientara desde una perspectiva espiritual mientras continuaba con sus procedimientos regulares. El sicólogo estuvo conforme.
Por aquel entonces llevaba a cabo todas mis sesiones de consejo sobre guerra espiritual acompañado de un pequeño equipo y uno de mis colaboradores más eficaces era Tom, un joven que se contaba entre las personas más endemoniadas a las que había ministrado en el pasado. Tom y yo, acompañados de otro ayudante, dedicamos varias horas a aquella afligida mujer pero sin ningún progreso. Ni siquiera teníamos la certeza de que estuviera endemoniada. Utilizaba mi probada «metodología» de ponerme en contacto con cualquier demonio que pudiera haber, pero no conseguía nada.
Acordamos celebrar otra sesión de consejo pocos días después, pero no pude asistir a la misma debido a otras responsabilidades que tenía; y otros miembros del equipo se hicieron cargo de ministrarla.
Comenzaron a investigar su trasfondo y descubrieron que había crecido en una familia disfuncional y tenido un terrible conflicto con su madre, sus hermanos y sus hermanas. Pronto quedó claro que estaba llena de resentimiento e incluso de odio hacia todos ellos, en particular contra su madre.
El equipo se dio cuenta en poco tiempo de que, aparte de algún tipo de actividad demoníaca que pudiera estar ligada a su vida, su principal problema era la carne. Llena de rabia, orgullo, amargura y rencor, la mujer se negaba incluso a considerar la posibilidad de que la actitud que tenía hacia su madre fuera pecaminosa.
Rehusaba abiertamente obedecer a la Palabra de Dios en Santiago 4.1–3 y 3.14–16. El equipo por fin tuvo que decirle que si no quería humillarse delante del Señor ni estaba dispuesta al menos a aprender a perdonar, aunque en ese momento no «sintiera» el deseo de hacerlo, no podía ayudarla. La mujer se levantó y se fue, declarando que no volvería.
«Dr. Murphy», me dijo luego Tom, «no podemos esperar que ningún demonio ligado a su vida salga, cuando tiene todo el derecho de permanecer allí».
Aquel día aprendí una importante lección de mi compañero más joven. Nuestro fracaso en ayudar a aquella mujer resentida contribuyó a que yo volviera a un equilibrio más bíblico.
Además del énfasis y el análisis teológico resulta útil examinar el papel que desempeñan la carne, el mundo y el diablo por separado. Sin embargo, debemos recordar que la Biblia no hace una distinción tan clara, sino que nos enseña que la guerra espiritual se libra contra nuestra humanidad entera, tanto individuos como miembros de grupos sociales, y que debemos aprender a ser fieles y victoriosos soldados del reino de Dios contra el reino del mal.
Bufford hace algunos comentarios interesantes acerca de la guerra contra el pecado en la cual están comprometidos todos los cristianos; la interrelación entre la carne, el mundo y el diablo; y cómo la carne puede abrir la vida de una persona a la influencia demoníaca. Tras advertirnos que el vivir para las cosas de este mundo «sexo, poder, riqueza, posición social, fama, influencia y popularidad» puede llevarnos a una posible demonización, Bufford dice que:
en el centro de todo pecado está el no amar a Dios plenamente y el no querernos someter a su divina voluntad y a su guía para nuestras vidas. Esa falta de sumisión equivale a aliarse con Satanás y adoptar la idea de que somos más sabios que Dios y por lo tanto podemos decidir por nosotros mismos cómo debemos vivir nuestras vidas. Al ponernos de parte del diablo en el conflicto cósmico entre el bien y el mal, corremos el riesgo de quedar bajo el control de sus agentes demoníacos.2
Satanás siempre está envuelto en el pecado y también los demonios. Donde fluye el pecado, fluyen ellos; el pecado los hace prosperar; es su vida misma; ellos son el pecado personificado.
Aunque en este capítulo y en los siguientes enfocaremos de manera especial la guerra contra la carne, el pecado es tan falaz, el engaño demoníaco a menudo tan completo y el mal emanado del mundo tan abrumador, que en realidad no pueden categorizarse los tres como hago aquí. Con esto sólo me propongo destacar y analizar mejor las cosas.
¿Qué es La Carne?
La palabra carne se utiliza tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Sin embargo, su uso en este último tiene una mayor importancia teológica y representa un desarrollo más detallado de la explicación que Dios da acerca del problema del pecado de la humanidad que el que encontramos en el Antiguo Testamento. Todo está allí, pero en el Nuevo Testamento se explica con más detalle. Al escribir acerca del uso de la palabra «carne» en el Antiguo Testamento, R. K. Harrison, dice:3
La teología del Antiguo Testamento acerca de la personalidad humana[ … ] es de un orden dinámico que destaca la unidad sicofísica de la naturaleza del hombre. Aunque esta «carne» se consideraba generalmente débil en el Antiguo Testamento, no hay ningún elemento particular en el pensamiento hebreo que corresponda al concepto que aparece en el Nuevo de «carne» como principio central de la humanidad caída. A pesar de que la carne para los hebreos era frágil, no se la consideraba pecaminosa.
En ese mismo volumen, W. A. Elwell escribe sobre el uso de esta palabra en el Nuevo Testamento:4
Hay tres formas fundamentales de utilizar la palabra sarx (carne) en el Nuevo Testamento. En un extremo están los casos en los que no se implica ningún juicio moral, ni el término tiene connotación negativa alguna. En el otro, aquellos que implican juicio moral negativo y sarx llega a describir la naturaleza más baja del hombre o se define como pecaminosa. Tendiendo un puente entre ambos extremos hay una serie de usos en los que sarx no es pecaminosa en sí, pero se inclina en esa dirección.
William Vine enumera trece usos distintos de la palabra sarx [carne], los cuales encajarían en la triple clasificación de Elwell.5 Para un estudio histórico casi exhaustivo del término, no hay nada mejor que el trabajo de Eduard Schweizer en el Theological Dictionary of the New Testament (TDNT) [Diccionario teológico del Nuevo Testamento] de Kittel. Schweizer presenta el significado que tuvo esta palabra durante seis períodos diferentes de la historia. Para alguien que desea consultar un estudio profundo y complejo, su trabajo es excepcional.6 El estudio de Schweizer sobre los diversos usos de la palabra carne en el Nuevo testamento concuerda con las opiniones de Elwell; de modo que citamos estas últimas por ser más breves:7
La carne se convierte así en la parte más baja del hombre que define, ya sea la propia incitación al pecado o, por lo menos, la sede de la misma (Romanos 7.18, 25; 8.5b, 12–13; Gálatas 5.17, 19; 6.8; 1 Pedro 3.21; 2 Pedro 2.10, 18; 1 Juan 2.16)[ … ] Una ampliación de la presente correlación entre pecado y carne puede verse allí donde sarx equivale a pecado (Judas^<1034,Times New Roman>Judas 23), o donde por extensión la palabra carnal se convierte en un adjetivo que significa pecaminoso y califica otras ideas. De ahí que uno pueda tener un cuerpo carnal (Colosenses 2.11) o una mente carnal (Romanos 8.7; Colosenses 2.18)[ … ] Respecto a esto resulta significativo que Pablo no diga en ninguna parte que la carne será resucitada; para él es el cuerpo el que experimentará la resurrección para novedad de vida (véase p. ej., 1 Corintios 15.44). Y esto porque para Pablo sarx tenía una connotación de pecado, mientras que cuerpo era un término más neutral. La carne, la naturaleza caída del hombre no será resucitada[ … ] Es necesario recordar que también la mente puede engendrar deseos pecaminosos (Efesios 2.3), y que hay una inmundicia del espíritu, como la hay de la carne (1 Corintios 7.1).
Ray Stedman define la carne, cuando este término se emplea en un sentido moralmente negativo, como «el instinto de egocentrismo que hay dentro de nosotros; esa deformación de la naturaleza humana que nos lleva a desear ser nuestro propio dios. Ese ego orgulloso, ese yo sin crucificar que es la sede de la rebeldía y del desafío obstinado a la autoridad».8
Mi propia definición de la carne es nuestra humanidad defectuosa que se inclina hacia el egocentrismo, tiene su sede en nuestros cuerpos pecaminosos, y que incluye nuestra mente, emociones y voluntad.
La Carne Y La Naturaleza De Pecado
La carne con la que luchamos a diario no equivale a ese viejo yo que antes controlaba nuestra vida, pero que ahora está permanentemente crucificado con Cristo (Gálatas 2.20). Antes de conocer a Jesús, nuestra existencia era dominada por esa naturaleza pecaminosa heredada de Adán. Estábamos separados de Dios y muertos en lo espiritual. Ese era el «viejo hombre» y el «viejo yo».
Jesús se llevó consigo a la cruz a nuestro viejo hombre –yo quien murió allí con Él. Las palabras del apóstol Pablo son las siguientes: «Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él[ … ]» (Romanos 6.6). Pablo pudo exhortar así a los creyentes: «Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Colosenses 3.2–3).
El viejo yo está muerto y los creyentes somos nuevas personas como consecuencia de la vida de Cristo morando en nosotros (Romanos 6.5–8; 8.9; 2 Corintios 4.7–11; Gálatas 2.20; Colosenses 1.27; 3.1–4). Esto ayuda a explicar por qué el apóstol Juan es tan enfático cuando dice que los verdaderos creyentes no son ya esclavos del pecado ni lo practican. ¿Por qué no? Porque hemos nacido de Dios (1 Juan 3.4–19).
Ser «de Dios» (1 Juan 5.19) y ser «nacido de Dios» (1 Juan 5.18) significa que nuestra nueva naturaleza proviene del Señor. La naturaleza de Dios permanece en nosotros. «La simiente de Dios permanece en [nosotros]; y no [podemos] pecar [practicar el pecado, vv. 7–8], porque [somos] nacidos de Dios» (1 Juan 3.9).
El apóstol Pedro nos dice que mediante la fe en la promesa de salvación de Dios en su Hijo, somos «participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia» (2 Pedro 1.4b). El apóstol Pablo, además de enseñar esta verdad en sus epístolas, da su propio testimonio al respecto: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2.20).
El viejo «yo» (el hombre natural) fue crucificado con Cristo, dice Pablo, y un «yo» nuevo ha tomado su lugar. Ese «yo» es Cristo que ahora vive en mí. Y ya que Cristo vive en mí en la persona del Espíritu Santo, Dios vive en mí en la persona de su Hijo y del Espíritu (Juan 17.21–23; 14.16–18; Romanos 8.1–17; 2 Corintios 13.5; Gálatas 2.20; 4.6; Efesios 2.19–22; Colosenses 1.27; 2.6–12). Por lo tanto, ya no soy esclavo del pecado: mi nueva naturaleza «responde naturalmente a Dios».9
Como creyente ya no ando conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8.4). Ya no estoy «en la carne, sino en el Espíritu» porque el «Espíritu de Dios», el «Espíritu de Cristo» mora en mí (Romanos 8.9).10 Esto es verdad aunque no me dé cuenta de ello; por esta razón Pablo dice que cuando comprendo quién soy en el Señor, tengo que aceptar el hecho de que estoy muerto al pecado, pero vivo para Dios en Cristo Jesús (Romanos 6.11). Todo esto gracias a la obra redentora de Cristo a mi favor.
¿Significa esto que el verdadero creyente tiene resuelto el problema del pecado? ¿Que no podemos ya pecar o ser tentados a ello? Desde luego que no. Esto iría en contra tanto de la Escritura como de la experiencia de los cristianos. Aunque soy hijo de Dios todavía vivo en un cuerpo sin redimir; el Señor Jesús ha comprado mi nuevo cuerpo con su sangre, pero aún no lo he recibido. No lo tendré hasta el momento de la resurrección, en su gloriosa segunda venida (Filipenses 3.20–21; Romanos 8.18–25).
Mientras tanto, durante el tiempo que viva en esta tierra, lo haré en un cuerpo al que Pablo llama «el cuerpo del pecado» (Romanos 6.6); «este cuerpo de muerte» (Romanos 7.24); «cuerpo mortal» (Romanos 8.11). El apóstol dice que debo aprender a hacer morir por el Espíritu las obras pecaminosas del cuerpo (Romanos 8.13).
Así que mi problema continuará existiendo mientras siga en este mundo y en este cuerpo; pero Pablo nos informa que ahora somos capaces de hacer morir las obras de la carne, ya que nuestro viejo yo en Adán ha sido crucificado con Cristo (Romanos 6.1–23). Podemos recibir como nuestra la exhortación que Pablo hizo a los creyentes de Roma:
No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. (Romanos 6.12–13).
Cuando Pablo habla de los miembros de mi cuerpo, es obvio que quiere decir algo más que el cuerpo material: se refiere a mi mente, mi imaginación, mis emociones, mi voluntad y mi cuerpo físico. Dios quiere que le rinda todo lo que soy a fin de hacer su voluntad en mi vida (Romanos 6.12–23; 12.1–2). Puesto que vivo en mi cuerpo, si Él lo posee realmente, me posee por entero a mí.
Sin embargo, hasta que no se rompen las ataduras de la carne no es posible para los creyentes demonizados obtener una liberación eficaz. Y si ésta se produce, por lo general, no es duradera. La expulsión de un grupo de espíritus malos de la vida de una persona conduce casi siempre a la entrada de otro nuevo grupo, a menos que se quite de en medio el pecado al que los anteriores espíritus demoníacos se habían vinculado. El cristiano debe empezar por hacer morir las obras de la carne en su vida si quiere llegar a tener victoria en la guerra contra el pecado en la cual participa; de no ser así pronto se convertirá en una víctima de guerra.
1 1.     Rodger K. Bufford, Counseling and the Demonic , Word, Dallas, Texas, 1988, p. 143.
2 2.     Ibid. p. , 143.
3 3.     R. K. Harrison, «Flesh (in the O.T.», en Merrill C. Tenney, ZPEB, , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977, 2:548.
4 4.     W. A. Elwell, «The Flesh in the New Testament» en ZPEB 2:548 y 549.
5 5.     Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, London, 1953, 2:107 y 108.
6 6.     Eduard Schweizer en TDNT de Kittel, Eerdmans. Grand Rapids, MI, 1977, 7:98–151. Schweizer estudia el uso de sarx en el mundo griego, el Antiguo Testamento, el judaísmo —incluyendo los Rollos del Mar Muerto, los Targums, el Talmud y la Midrash—, los apócrifos y los pseudoepígrafos, Filón y Josefo. En el Nuevo Testamento explora su utilización en los “evangelios Sinópticos y Los Hechos”; en “Pablo”; en “Colosenses, Efesios y las Epístolas Pastorales”; en “Juan”; en “Hebreos”; en “Las Epístolas Universales” y hace un estudio de los adjetivos sárkinos y sarkikós. Continúa con un resumen de nueve páginas del uso de sárx en el «Período Postneotestamentario», los «Hechos Apócrifos», los «Apologetas» y finalmente el «Gnosticismo».
7 7.     Elwell, 549.
8 8.     Stedman, Spiritual Warfare , Multnomah, Portland, OR, 1975, p. 48.
9 9.     Neil T. Anderson, The Bondage Breaker , Harvest House, Eugene, OR, 1990a, 69–85; David C. Needham, Birthright , Multnomah, Portland, OR, 1982, pp. 39–86, 239–272.
10 10.     Véanse Romanos 6–8; 2 Corintios 2–5; Efesios 2:1–22; Colosenses 2–3.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

15
Andad en el Espíritu
Gálatas 5
El Viejo Yo, El Nuevo Yo Y La Carne
¿Cómo es posible que la carne tenga aún tanta fuerza en la vida del creyente? ¿Cómo puede el Espíritu Santo habitar en el mismo cuerpo que la carne impía? Hemos visto que las Escrituras enseñan que el cristiano verdadero no está ya en la carne, sino en el Espíritu (Romanos 8.1–9). ¿Por qué entonces sigue actuando en su vida junto con el Espíritu Santo? Esta contradicción es tan evidente como que el Espíritu cohabite con un demonio en el cuerpo de un cristiano.1 ¿Cómo es posible todo esto? Lloyd-Jones sugiere lo siguiente:
Mi viejo yo, ese que estaba en Adán, era esclavo del pecado por completo. Se ha ido y ahora tengo uno nuevo, soy un nuevo hombre[ … ] No soy yo quien hace esto o aquello, sino el pecado que permanece en mis miembros. El pecado ya no está en mí [en mi nuevo yo en Cristo], únicamente en mis miembros. Esto es lo más liberador que uno pueda escuchar.2
A este «pecado que permanece en mis miembros», para utilizar el término de Lloyd-Jones, el apóstol Pablo lo llama «la carne» en Gálatas 5.16–24. Neil Anderson, por su parte, al escribir sobre la guerra del creyente contra la carne, concuerda con esto y dice:
La carne es la tendencia, que hay en cada persona, a actuar independientemente de Dios y centrar su interés en sí misma. El inconverso trabaja completamente en la carne (Romanos 8.7–8), adorando y sirviendo a la criatura antes que al Creador (Romanos 1.25)[ … ] Cuando usted experimentó el nuevo nacimiento, su viejo yo murió y nació el nuevo[ … ] [pero] durante los años que había estado separado de Dios, sus experiencias mundanas le habían programado meticulosamente el cerebro con pautas de pensamiento, indicios de memoria, respuestas y hábitos que son extraños al Señor. De modo que aunque su viejo jefe ya no esté, su carne sigue opuesta a Dios en la forma de una propensión a pecar programada de antemano que vive independiente de Él.3
¿Quién no puede identificarse con las palabras de Anderson? Yo, desde luego, sí. Crecí en un hogar trastornado por el alcohol, y debido a ello adquirí una imagen deficiente de mí mismo. El hecho de no haber recibido un cuidado dental adecuado hizo que detrás de mis dos dientes delanteros crecieran otros dos que empujaban hacia afuera a los primeros, y aunque mi problema no era exagerado a mí me lo parecía y me consideraba feo.
Era un amante de la libertad, no un estudiante, y puesto que mamá tenía bastante con tratar de mantener unida a la familia, no le quedaba tiempo para corregir mis descuidados hábitos de estudio. Mi hermano, más estudioso, obtenía casi siempre calificaciones sobresalientes, mientras que yo apenas obtenía C, D y una que otra B. De modo que me consideraba tonto.
Cuando a los diecinueve años sometí mi vida al señorío de Cristo, el Espíritu Santo me llamó inmediatamente a la obra misionera.4 Eso implicaba ir a la universidad y al seminario. A mí me aterraba la idea de tener que prepararme en un contexto en el cual no bastaba aparentar que estudiaba. Programado para tener poco éxito en los estudios, fui a la universidad Biola únicamente porque Dios me dijo que lo hiciera, y allí empecé a aprender acerca de la vida cristiana. El Señor utilizó las obras de L. E. Maxwell y Hudson Taylor, y comenzó a liberarme de aquella dirección al fracaso.
Cuando supe que Cristo era mi vida, empecé a tener esperanza; y cuando aprendí a negarme a la carne con sus pautas de pensamiento, sus indicios del pasado, sus respuestas y sus hábitos extraños a Dios, empecé a cambiar. Me gradué magna cum laude y descubrí que no era un tonto. Lo único que tenía que hacer era descansar en Cristo y ser constante en el trabajo.
En Gálatas, el apóstol Pablo utiliza la palabra «carne» (sarx) diecisiete veces, tal vez la más mencionada en un libro tan pequeño, y ello de las tres formas anteriormente descritas por Elwell que se emplean en el Nuevo testamento.5
Gálatas: La gracia, la fe y el Espíritu
En su epístola a los Gálatas el apóstol destaca que a la vida cristiana se entra sólo por gracia y mediante la fe, sin las obras de la Ley (Gálatas 1.6–2.21; 3.6–4.31), y que ella se vive únicamente en el Espíritu Santo, el cual, asimismo, es recibido por la fe y no por obras ni por ninguna otra actividad asociada a la carne (Gálatas 3.1–5; 5.1–6.18).
En Gálatas existe una íntima relación entre la gracia, la fe y el Espíritu Santo, tanto en lo referente a la regeneración como a la santificación, y en oposición a las obras de la Ley y de la carne. Pablo habla por primera vez del Espíritu que va siempre asociado a la gracia y la fe en Gálatas 3.1–5, 13–14. El apóstol tiene en mente tanto la regeneración como la santificación.
¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la Ley o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu ahora vais a acabar por la carne? ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? Si es que realmente fue en vano. Aquel que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la Ley o por el oír con fe?
Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.
Recibimos el Espíritu por fe, no por las obras de la Ley ni por ninguna otra actividad de la carne. Él obra también en y entre nosotros por esa misma fe, y no por ninguna actuación religiosa meritoria. Comenzamos nuestra vida cristiana por la fe en el Espíritu que nos regenera y la vivimos en el Espíritu que nos santifica.
Gálatas 5: Libertad por la fe mediante el Espíritu
El creyente no sólo es libre de la ley como medio de salvación y santificación, sino también de la esclavitud de la carne en cualquier área de su vida. Este tema de la libertad del cristiano lo menciona Pablo primeramente en Gálatas 5.1:
Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo firmes, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.
En un antiguo pero inspirador estudio de Norman B. Harrison sobre Gálatas, titulado His Side Versus Our Side [Su posición contra la nuestra], Harrison escribe:6
El cristiano, nacido de Dios, es de Dios nacido libre. Es su hijo, su heredero, todo lo que Dios tiene es suyo[ … ] él ya nos ha bendecido «con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efesios 1.3). Y estas bendiciones incluyen su favor incondicional, su justificación plena, la concesión de su vida, el don de su Espíritu, el acceso a su presencia en oración[ … ] Todo cuanto se pueda desear.
La libertad cristiana es una vida llevada de tal manera que las provisiones de la gracia siguen obrando. Salvos por gracia en un principio, debemos ser guardados por la misma continuamente. La vida impartida por gracia ha de ser sostenida por ella misma. Justificados por gracia (Romanos 3.24), debemos ser santificados también por ella. Estando firmes en la gracia (Romanos 5.2), debemos andar en ella. Y hemos de ser enseñados, adiestrados y disciplinados por la gracia (Tito 2.11–14). Tenemos que crecer en gracia (2 Pedro 3.18) y experimentar las riquezas de su gracia (Efesios 1.7), no sólo ahora sino eternamente (Efesios 2.7). En la prueba más severa, su gracia se muestra suficiente para nosotros (2 Corintios 12.9), y cuando nos humillamos Él sigue añadiendo más de ella (Santiago 4.6). Se llama a sí mismo el Dios de toda gracia (1 Pedro 5.10), capaz de hacer que abunde en nosotros para que tengamos siempre en todas las cosas todo lo suficiente (2 Corintios 9.8).
Resulta evidente que Dios tiene un minucioso programa de gracia: ella nos libera y nos mantiene en una experiencia continua de libertad. He aquí la libertad cristiana: permanecer a su lado, en su favor, donde su gracia libertadora actúa continuamente. En esta libertad debemos «estar firmes» a toda costa.
Tal vez las diversas operaciones del Espíritu que mora en cada creyente puedan resumirse en una sola expresión de Gálatas 5.5: Practicamos nuestra vida cristiana «por el Espíritu[ … ] por la fe», a la espera del día venidero del Rey de Gloria en el cual el conocimiento de la gloria del Señor cubrirá la tierra como las aguas cubren el mar (Isaías 11.9). ¡Qué gran día será !
Gálatas 5.16–25
En Gálatas 5.13, antes de empezar a contrastar las obras del Espíritu con las de la carne en los versículos 16 al 25, Pablo da un toque de advertencia: «Sólo que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros».
Richard Longenecker dice en su espléndido comentario sobre Gálatas, que la expresión «oportunidad para la carne» significa «un punto de arranque», «una base de operaciones» y un «pretexto» u «ocasión».7
Longenecker hace dos comentarios excelentes acerca del Espíritu y la carne, los cuales nos prepararán para nuestro estudio de los versículos 16 al 25. Primeramente, explica que «puesto que el “Espíritu”’ y “la carne” aparecen yuxtapuestos a lo largo de la exhortación que va desde el 5.13 al 6.10, podemos dar por sentado que así como Pablo pensaba en el uno como personal, pretendía que el otro fuera también concebido, al menos, como semipersonificado».8
¿Qué es la «carne»?
En segundo lugar, Longenecker comenta sobre el sentido de sarx, la carne, que antes de Gálatas 5.13–6.10 Pablo utilizaba principalmente para referirse a «la naturaleza humana caída, corrupta o pecaminosa, distinguiéndola de la del hombre tal y como fue creada por Dios en un principio».9
Para desanimar cualquier idea de dualismo antropológico10 que pudiera surgir de la traducción de sarx por «carne» en el contexto ético, algunos traductores han interpretado el término de varias formas descriptivas.11
Así [en inglés] han aparecido traducciones como «naturaleza física» (AMUT), «naturaleza humana/deseos naturales/deseo físico» (GNB), «naturaleza inferior» (NEB), «naturaleza corrupta» (KNOX) y «naturaleza pecaminosa» (NIV), u otra más libre como «falta de moderación (JB)[ … ] Quizás las mejores de ellas sean las que añaden el adjetivo «corrupta» o «pecaminosa» al substantivo «naturaleza» (p. ej. KNOX, NIV), para sugerir así un aspecto esencial de la condición presente de toda la humanidad, opuesta al «Espíritu», y evitar la idea de que el cuerpo humano sea malo en sí mismo.
Como conclusión de su tratamiento a este pasaje, Longenecker comenta que «el cristiano puede escoger entre usar su libertad en Cristo “como oportunidad para la carne” o para responder al “Espíritu”».12
William Barclay expresa acertadamente la idea de sarx en el sentido ético con las siguientes palabras:13
La carne es aquello en lo que el hombre ha aceptado convertirse, opuesto a lo que Dios quería que fuese. La carne representa el efecto total sobre el hombre de su propio pecado, el de sus padres y el de toda la gente que le ha precedido[ … ] La carne es la naturaleza humana debilitada, viciada, contaminada por el pecado. La carne es la naturaleza del hombre que no tiene a Jesucristo y a su Espíritu.
Todo lo que hemos estudiado hasta ahora es decisivo para comprender la descripción que Pablo hace de la guerra del creyente contra la carne, y que comienza en Gálatas 5.16. En ese versículo, el apóstol da un mandamiento seguido de una promesa.
La Carne Contra El Espíritu
Digo, pues: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne.
El mandamiento es «Andad en el Espíritu».
Aunque está ciertamente relacionado con lo que antes se dijo (vv. 13–15), la exhortación al amor fraternal, también introduce lo que viene a continuación. El versículo 15 tal vez implica que la iglesia de los gálatas estaba profundamente dividida. En realidad, el carácter de la epístola revela a una iglesia en discordia a causa de los legalizantes, quizás judíos cristianos celosos de la Ley mosaica. Las tensiones debieron ser profundas entre los creyentes como lo son en tantas iglesias hoy en día. Por lo tanto, Pablo les dice cómo experimentar el amor fraternal que Dios quiere que exista entre ellos. Dicho amor viene, expresa el apóstol, de «andar en el Espíritu».
El proceso clave: Andar en el Espíritu
Referente a lo que sigue, es decir, a la guerra entre la carne y el Espíritu, Pablo expone ante ellos el mismo y único secreto para la victoria: «Andad en el Espíritu».
Longenecker señala:14
La palabra traducida por «andad», peripatéo (caminar, transitar) aparece con frecuencia en las cartas de Pablo, y de vez en cuando en las de Juan, en el sentido figurativo de «vivir» o «conducirse»[ … ] el uso figurativo de peripatéo procede del hebreo (halak), término utilizado reiteradamente en el Antiguo Testamento para expresar el «caminar» o el «conducir la propia vida» [ … ]El presente del imperativo peripateite, que denota una exhortación a la acción en progreso, implica que los gálatas debían continuar con lo que habían estado haciendo hasta entonces, es decir, experimentar la presencia y la operación del Espíritu en sus vidas (cf. 3.3–5) y vivir por la fe (cf. 5.5).
La victoria sobre la carne es, pues, un proceso: vivir, andar y ser guiados por el Espíritu. El énfasis está puesto en el proceso y no en la crisis.
¿Y qué de las experiencias dramáticas?
Es muy importante para nuestros días, cuando tanto se destacan las experiencias dramáticas con el Espíritu como la puerta a la santificación, al poder en la vida del cristiano y a un nivel único en la fe del cual fluirán todas las demás bendiciones prometidas al creyente. Ciertamente las experiencias con el Espíritu suceden y deberían suceder. Hay veces en las que Él «cae sobre» los creyentes tanto individualmente como en grupos; «viene con sanidad»; visita a su pueblo dirigiendo períodos de avivamiento durante los cuales se hace más por el reino de Dios en unas pocas semanas o meses que en las décadas anteriores.
Todos deberíamos anhelar esas visitaciones del Espíritu de Dios. Yo lo hago. Vivimos en una hora peligrosa, pero también en un momento de oportunidades sin precedentes para cumplir el mandato redentor de llevar el evangelio a todos los sectores de la humanidad (Mateo 28.18–20); y tal vez no completaremos esa tarea sin una visitación divina de este tipo a escala mundial. En algunos lugares e iglesias ya ha empezado.
Las experiencias auténticas con el Espíritu Santo se están multiplicando, especialmente en el Tercer Mundo. En mi ministerio con dirigentes cristianos en el extranjero, me siento constantemente humillado por los muchos dones y experiencias del Espíritu que Dios está dando a cristianos sencillos que leen acerca de ellos en su Palabra, reclaman por la fe sus promesas y se ponen en marcha obedeciendo sus órdenes.
Una de mis mayores preocupaciones es, sin embargo, el énfasis exagerado que se pone en esas experiencias con el Espíritu, las cuales llevan de una euforia espiritual a otra. Los creyentes se reúnen buscándolas y a menudo dan rienda suelta a sus emociones inflamadas por líderes de púlpito que explotan los deseos que tiene la gente de experiencias especiales con Dios porque apelan a sus necesidades emocionales.
«Hermanos y hermanas, Dios nos va a visitar hoy de una manera excepcional». (¡Si así ocurre en cada reunión ya no es excepcional!) «¡Levantemos nuestras manos y voz al Señor! Oremos todos para que el Espíritu venga sobre nosotros y el caer al suelo bajo su poder sea algo que se contagie en nuestro medio».
Ni desde una perspectiva bíblica, ni históricamente, ni tampoco desde el punto de vista de la experiencia cristiana contemporánea tengo ningún problema con una verdadera visitación del Espíritu Santo que subyugue a su pueblo hasta el punto de hacerle entrar en un estado casi de éxtasis durante un tiempo. Después de todo fue eso lo que le sucedió a Pedro en la azotea de Jope (Hechos 9.9s; 11.5), y lo mismo ha ocurrido en la mayoría de las grandes visitaciones del Espíritu a lo largo de la historia de la iglesia. A mí me ha sucedido.15
Las experiencias dramáticas no pueden ser una meta
Sin embargo, cuando este acontecimiento se convierte en objetivo de nuestras reuniones de iglesia tenemos dificultades. Si se busca que ocurra y se hacen promesas de que la experiencia en sí conducirá a la persona a un nivel más alto de la vida cristiana en el futuro, pongo objeciones. Esto no es lo que enseña la Escritura. Pablo no dijo: «Sed bautizados o caed bajo el poder del Espíritu y no satisfaréis los deseos del Espíritu», sino: «Andad, vivid y sed guiados por el Espíritu y no satisfaréis los deseos de la carne».
Se trata más de un proceso que de una experiencia especial. La vida de la fe, día a día y momento a momento, en la presencia del Espíritu que mora en nosotros; la comunión continua con Él y la obediencia a su voluntad es el secreto de la vida cristiana normal. Sólo esto produce los resultados que Dios quiere ver en nuestra vida. Esto es lo que el Espíritu Santo mismo ordena y promete por medio del apóstol: «Andad en el Espíritu [el mandamiento], y no satisfaréis los deseos de la carne» [el resultado prometido] (v. 16). Cuando se exaltan las experiencias espirituales especiales en detrimento del proceso diario de andar en el Espíritu, la carne puede seguir manteniendo el control y en efecto lo hace.
Algunos años atrás ministré durante un mes en Argentina y cierto domingo por la mañana un pastor me pidió que participara del púlpito con un líder de ese país muy metido en el tema del avivamiento y el despertar espiritual. Puesto que la iglesia se encontraba en medio de una campaña evangelística para alcanzar a su ciudad, hablé sobre el tema.
El hermano argentino que predicó después de mí lo hizo con relación al ministerio del Espíritu Santo, su mensaje fue preocupante, pues utilizó un pasaje del Antiguo Testamento completamente fuera de contexto, de manera que dijera lo que él deseaba y violando así el sentido del mismo. Pronto quedó claro que su objetivo era guiar a la congregación a la búsqueda de una determinada manifestación del Espíritu.
Cuando hubo terminado el mensaje, comenzó a « motivar» a la gente diciéndoles que Dios los iba a hacer caer bajo el poder del Espíritu. Hizo que se pusieran de pie, y pidió a aquellos que querían que Dios los bendijera que pasaran al frente a fin de imponerles las manos y el Espíritu vendría. Más de la mitad de las personas allí reunidas fueron adelante y con el toque de su mano se desplomaron.
Una vez terminada la reunión, el pastor y yo comimos juntos; pero por mi condición de invitado no quise decir nada acerca de lo ocurrido aquella mañana en el culto. Era bien sabido que la iglesia en cuestión estaba abierta a todas las operaciones del Espíritu, así que di por sentado que lo sucedido era totalmente aceptable para mi hermano pastor. No me correspondía hacer comentarios sobre un área de experiencia espiritual como aquella que era objeto de profunda controversia entre los creyentes a nivel mundial. Además, la actuación del Espíritu debe juzgarse desde dentro, no desde fuera. Hay una serie de factores socioculturales y espirituales que forman el verdadero contexto en el cual Dios, el Espíritu Santo, opera siempre, y los forasteros por lo general no están capacitados para juzgar lo que está ocurriendo en movimientos extraordinarios del Espíritu.
Sin embargo, en medio de la comida, el pastor dijo:
—No me ha gustado la forma de ministrar del hermano durante el culto, y pienso decírselo cuando esté a solas con él.
—¿Por qué? —le pregunté. ¿No cree usted que el hecho de que el Espíritu venga sobre su pueblo y produzca el tipo de fenómeno que ocurrió esta mañana sea válido?
—Sí, creo en ello me respondió—. El Espíritu Santo es Dios, y cuando lo toca a uno directamente puede verse superado por su presencia, como vemos en la Biblia y en la historia de la iglesia. Pero como congregación ya hemos dejado atrás la fase en la que necesitamos experiencias dramáticas con el Espíritu Santo para reforzar nuestra fe.
—Por favor— le rogué, —explíqueme lo que quiere decir.
—Creo que cuando empezamos a permitir que el Espíritu haga cualquier cosa que desee con nosotros como iglesia, Dios a menudo se manifiesta de una forma dramática y visible. Es como si extendiera sus brazos hacia nosotros y nos diera “un abrazo” para alentarnos. Es su forma de decirnos: “Os quiero. Estoy aquí. Ahora andad en la obediencia de la fe”.
¿Un ansia carnal del Espíritu?
»Nosotros ya pasamos por ese período y nos sucedió lo que con demasiada frecuencia ocurre en nuestras iglesias: Dios manifiesta la presencia del Espíritu de esta manera “perceptible” y, egoístas como somos, empezamos a esperar que se repita lo mismo cada vez que lo pide nuestra gente. Los creyentes vienen a las reuniones buscando esta o aquella manifestación particular del Espíritu, y si no se produce caen en el desaliento. Piensan que cualquier culto donde no haya manifestaciones espectaculares de poder es inferior a otros donde se da este tipo de fenómenos.
»El resultado, en nuestro caso, fue que empezamos a andar por vista y no por fe, hasta que Dios nos dijo a los líderes que enseñásemos a su pueblo una vida de fe y de obediencia a Él, y no nos quedásemos anclados en ninguna experiencia particular de su presencia. Lo que ha ocurrido hoy representa un paso atrás para nuestra iglesia».
En el caso de aquel pastor la cuestión no era si su iglesia aceptaba o no las manifestaciones de poder del Espíritu, sino más bien el significado que se atribuía a las mismas. Irónicamente, la ansiedad por esta o aquella manifestación del Espíritu puede ser carnal, y siempre lo es cuando se busca pasando por alto el proceso de andar en el Espíritu.
La meta es andar en el Espíritu
Al escribir acerca de la exhortación a «andar en el Espíritu», Longenecker dice:16
Detrás del creyente individual Pablo ve dos fuerzas éticas que buscan controlar su pensamiento y actividad. La primera es la fuerza personal del Espíritu de Dios; la segunda, la «carne» personificada. ¿Qué debe hacer el cristiano ante tan ético dilema? Como proclama el apóstol, la promesa del evangelio es que la vida en el Espíritu anula aquella controlada por la carne. En realidad, esa promesa se declara enfáticamente mediante el uso de la doble negación ou me «no nunca» con el subjuntivo aoristo telesate.
Así que, Gálatas 5.16 puede traducirse en parte como: «Andad en el Espíritu, y de ningún modo haréis los deseos de la carne». En el versículo siguiente (v. 17), Pablo trata por lo menos cinco temas relacionados con el mandamiento y la promesa del 16:
1.     La razón fundamental del dualismo carne y Espíritu: librar una guerra entre sí dentro de la vida del creyente.
2.     Esta guerra entre la carne y el Espíritu no cesa. No hay paz ni compromiso posible entre los dos.
3.     La carne está personificada al igual que el Espíritu Santo es un solo ente. Se presenta a aquella con vida propia, incluso con mente, emociones y voluntad. Y como tal se compromete en una feroz batalla para intentar vencer al Espíritu Santo.17
4.     La meta de cada uno de estos agentes es controlar la vida del creyente. El Espíritu pelea contra la carne para anular el control de su poder maligno en la vida cristiana. La carne, a su vez, lucha contra el Espíritu para anular su control sobre ella.
5.     El campo de batalla se encuentra dentro del creyente, en su corazón, la parte más íntima de su ser.
Este versículo resume el principal problema de la humanidad desde la perspectiva paulina. Longenecker se refiere al versículo 17 por considerarlo una declaración resumida de la «antropología soteriológica fundamental [del apóstol] que subyace no sólo a lo que decía en el versículo 16, sino también a toda su comprensión de la humanidad delante de Dios desde que «el pecado entró en el mundo“»18 (cf. Romanos 5.12).
La fluida traducción que hace Barclay del versículo 17 es excelente:19
Porque los deseos más bajos
de la naturaleza humana son exactamente al revés
de los del Espíritu, y los deseos
del Espíritu igualmente contrarios a aquellos
de la parte más baja de la naturaleza humana,
ya que se oponen radicalmente entre sí
para que no podáis hacer lo que queréis.
Algunos pueden objetar con relación al uso del término dualismo según el apóstol lo describe aquí. Sin embargo dicho término es apropiado si comprendemos que se trata de un tipo modificado: Ni fue así en la creación del hombre ni seguirá siéndolo después de su glorificación. Además nos referimos a un dualismo ético, no cosmológico o antropológico.
Antes de describir los frutos producidos por la carne (vv. 19–21) y aquellos del Espíritu (vv. 22–23), en el versículo 18, Pablo resume lo que ha estado enseñando; y lo hace en el contexto de los esfuerzos subversivos de los judaizantes por apartar a los creyentes de la vida en el Espíritu y esclavizarlos al legalismo.
Los gálatas habían comenzado a vivir la vida cristiana por la fe mediante el Espíritu (3.1–5) y habían estado «corriendo bien» (5.7). No obstante, después se habían desviado para vivir según una serie de normas legalistas. Lo único que tenían que hacer era volver a la vida guiada por el Espíritu y éste quitaría de sobre ellos el yugo de la ley que los judaizantes habían colocado en sus cuellos (v. 18).
Matthew Henry pone en boca del apóstol Pablo:
Si, en la inclinación y el tenor predominante de vuestras vidas, sois guiados por el Espíritu; si actuáis bajo la dirección y el gobierno del Espíritu Santo y de esa naturaleza y disposición espiritual que ha forjado en vosotros; si convertís la Palabra de Dios en vuestra regla y la gracia divina en vuestro principio; se verá desde ahora que no estáis bajo la ley, ni bajo la condenación, aunque todavía os encontréis bajo su impresionante poder[ … ]20
Quisiera concluir este capítulo repitiendo las palabras del apóstol en Gálatas 5.13, 16, 18:
Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados;
solamente que no uséis la libertad
como ocasión para la carne,
sino servíos por amor los unos a los otros[ … ]
Digo, pues: Andad en el Espíritu,
y no satisfaréis los deseos de la carne[ … ]
Pero si sois guiados por el Espíritu,
no estáis bajo la ley.
.1 1.     A los que objetan a esto diciendo que la carne no es una personalidad y un espíritu sí, les respondo: ¿Qué importancia tiene eso? La cuestión es que hay una parte totalmente mala del ser del creyente que cohabita con el Espíritu Santo. La carne humana, tan mala que no se puede redimir en absoluto, no es mejor que un demonio —el cual también resulta completamente irredimible—. Jesús dijo que los peores males salían del corazón del hombre (Mateo 5.19). Aun así, el Espíritu Santo vive en ese corazón potencialmente malvado que sólo se santifica de manera progresiva. Las consultas de liberación revelan, en plena armonía con la Escritura, que el Espíritu Santo batalla contra los demonios que viven en ciertos individuos exactamente igual que contra la carne que tiene su morada en el hombre.
2 2.     D. Martyn Lloyd-Jones, Exposition of Ephesians , Baker, Grand Rapids, MI, 1987, 1:74.
3 3.     Neil T. Anderson, The Bondage Breaker , Harvest House, Eugene, OR, 1990a, pp. 79 y 80.
4 4.     Véase Dick Hillis, Not Made For Quitting , Dimension Books Bethany Fellowship, Minneapolis, MN, 1973.
5 5.     Véase W. A. Elwell en Merrill C. Tenney, ed., ZPEB , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977, 2:548 y 549. Elwell dice que Pablo utiliza sárx cuatro veces sin implicar ningún juicio moral negativo ni que el término tenga connotación alguna de pecado (Gálatas 1.16; 2.16, 13 y 14); ocho en las que hace un juicio moral negativo y sárx se convierte en término descriptivo de la naturaleza más baja del hombre o es definida como simplemente «mala» (Gálatas 5.13, 16 y 17 [dos veces]; 19, 24; 6.8 [dos veces]); y cinco en las que la palabra no es pecaminosa en sí, pero tiende hacia esa dirección" (Gal. 3.3; 4.23 29; 6.12 y 13).
6 6.     Norman B. Harrison, His Side Versus Our Side , The Harrison Service, Minneapolis, MN. 3112 Hennepin Avenue, 1940, pp. 83 y 84.
7 7.     Richard N. Longenecker, Galatians, WBC , Word, Dallas, Texas, 1990, p. 239.
8 8.     Ibid. p. 239.
9 9.     Ibid. pp. 239–241.
10 10.     Según Longenecker, el dualismo antropológico considera al cuerpo físico como malo en sí mismo. Este debe ser mortificado de alguna forma para lograr una verdadera experiencia cristiana. Tal era la idea que Martín Lutero resistió con tanta firmeza en su época. (Véase el relato que hace William Barclay [Galatians , Westminster, Filadelfia, 1958, pp. 23 y 24] de las experiencias de Lutero sobre este particular.)
11 11.     Longenecker, pp. 239–241.
12 12.     Ibid. p. 241.
13 13.     W. Barclay, Flesh and Spirit , Westminster, Filadelfia, 1978, p. 22.
14 14.     Longenecker, pp. 244 y 245.
15 15.     Véase John White, When the Spirit Comes in Power , Intervarsity, Downers Grove, IL, 1988.
16 16.     Longenecker, p. 245.
17 17.     Con la personificación de una carne que mora y pelea dentro del creyente, la imagen de Pablo de tal entidad impía e irredimible cohabitando con el Espíritu Santo es tan difícil de comprender como un impío e irredimible espíritu morando juntamente con El en un mismo cuerpo —como ya hemos mencionado antes—. El Espíritu Santo no tiene miedo del demonio, ¿o sí? Él ciertamente no se contamina por habitar en el espacio con un espíritu inmundo ¿no cree? Aquí nos enfrentamos de nuevo a un problema de cosmovisión: la espacialidad. Dios existe en su propio universo, que está saturado de demonios, y permite que Satanás se presente delante de su trono, obviamente «a diario» (si es que el término encaja cuando hablamos de Dios), y mienta y nos acuse. Eso no le inquieta al Señor en absoluto. Estoy seguro de que es más molesto para el diablo que para Él. Los demonios que habitan en cristianos están mucho más incómodos con la presencia del Espíritu Santo que éste con la suya. En las sesiones de liberación para creyentes, los demonios se quejan de continuo de la presencia y la guerra que les hace el Espíritu de Dios. ¿Por qué no los expulsa éste inmediatamente cuando entra en un cuerpo humano en el que ellos están presentes? Por la misma razón que tampoco los echa del mismo universo en el que ambos se encuentran. No lo sabemos, porque Dios no nos lo ha dicho (Deuteronomio 29.29; Salmo 139.6; Romanos 11.32–36).
18 18.     Longenecker, p. 245.
19 19.     Barclay, p. 50.
20 20.     Matthew Henry, Matthew Henry’s Commentary on the Whole Bible , Revell. New Yorkl, 1935, 6:676.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

16
Pecados morales
Gálatas 5
En cierta ocasión me encontraba en Asia dando un seminario de adiestramiento en Guerra espiritual y Crecimiento de la Iglesia, cuando durante una de las sesiones un joven líder sufrió una manifestación demoníaca, pero como se trataba de un siervo de Dios piadoso pudo controlar a los demonios hasta el final de la reunión.
Acostumbro a no tratar graves problemas demoníacos de creyentes en público si puedo evitarlo. De vez en cuando, sin embargo, los demonios se manifiestan a la vista de todos y puede ser necesario algún tipo de batalla inicial para tomar control de ellos. Como era un cristiano firme y los demonios bastante fáciles de controlar, lo llevé a un lugar privado para orar con él y ministrarle.
Varios demonios sexuales poderosos se habían internado en la vida del hermano, y aunque por lo general no utilizo el choque directo de poder tratando con espíritus malos en creyentes, permití que en aquel caso se produjera, porque ya era tarde y debía tomar el avión para salir del país al amanecer del día siguiente.
Después de revelarse varios demonios sexuales, los obligué a retirarse al estómago de su víctima a fin de que ésta pudiera tener pleno control de sus facultades.
Luego empecé un proceso apresurado de consejo previo, animándole a hablarme con sinceridad acerca de sus actividades sexuales desde su infancia hasta la fecha.
Siguiendo el principio formulado por el apóstol Pablo en Efesios 4.27b, «Ni deis lugar al diablo», sabía que la actividad de los espíritus malos que ataban su vida seguiría hasta que reconociera, confesara y rechazara los pecados que habían dado pie a los demonios en su vida; lo que llamo «asideros de pecado».
Durante algunas horas se fue desvelando una sórdida historia de esclavitud sexual que había comenzado en la niñez y durado hasta entonces. Su atadura más fuerte en aquel momento era la pornografía.
Dos de los demonios jefes ligados a su vida se llamaban a sí mismos Lujuria y Pornografía. Llevaban allí mucho tiempo, pero habían conseguido afianzarse en la existencia del hermano durante los años anteriores gracias al uso semanal de videos pornográficos alquilados.
Tan vulgar era la actividad demoníaca en su vida que a veces gruñía como un animal durante las relaciones sexuales con su esposa. Y lo peor de todo es que la había obligado a presenciar los videos en su compañía para aumentar las pasiones de ambos.
Al principio le repugnaban a su encantadora y piadosa mujer, pero por miedo a perder el amor de su marido finalmente accedió a sus exigencias de verlos juntos. Con el paso del tiempo, ni ella ni su esposo podían ya sentirse excitado a menos que utilizaran los videos.
Gálatas 5.19–21: Cuatro grupos de pecados
Pablo trata de la esclavitud a los pecados sexuales en Gálatas capítulo 5. Primero examinaremos la lista que hace el apóstol, en los versículos 19 al 21, de quince «obras de la carne». Aunque la clasificación depende de cada comentarista,1 creo que se incluyen en cuatro grupos principales.
En primer lugar se enumeran los pecados morales (v. 19b). Son tres: «fornicación, inmundicia, lascivia». La Reina-Valera presenta cuatro, al añadir moicheia2 (adulterio) al lado de porneia (fornicación). Tal vez la adición es debida a algún escriba, de modo que no se encuentra en los mejores y más antiguos manuscritos.
Enseguida el apóstol menciona dos pecados religiosos: «idolatría, hechicerías». En tercer lugar nueve sociales, comenzando con «enemistades» (v. 20) y terminando con «envidias» (v. 21). Los llanos sociales porque son cometidos contra otros como contra Dios.
Por último, Pablo enumera dos pecados de intemperancia o falta de dominio propio: «borracheras» y «orgías». Esta última palabra es algo como «juergas», «jaranas» u «orgías», e implica la idea de un grupo fuera de control bajo la influencia del alcohol, las drogas o el sexo; o incluso la de los ritos o ceremonias religiosas demoníacas practicadas por ciertas sectas.
La lista que hace Pablo de obras de la carne en este pasaje no pretende ser exhaustiva. Su expresión en el versículo 21, «[ … ] y cosas semejantes a estas» lo confirma. Del mismo modo, las Escrituras, en otros lugares como Mateo 15.19, Romanos 1.24–32 y 1 Corintios 6.9–10, presentan otras listas de pecados de la carne diferentes a esta. No obstante, aunque no hay ninguna idéntica a las otras, la que aparece en Gálatas es quizás la más completa y sistemática de todas.
El Dr. Ronald Y. K. Fung ha escrito uno de los comentarios más destacados sobre Gálatas que esté a la venta hoy en día.3 Forma parte de la excelente serie The New International Commentary on the New Testament [Nuevo comentario internacional del Nuevo Testamento]. Su tabla de las palabras griegas utilizadas en la cuádruple clasificación que Pablo hace de las «obras de la carne» y la manera en que han sido traducidas al inglés en algunas de las principales versiones de la Biblia, aparece en la página 140.
En el versículo 19a, el apóstol empieza diciendo: «Y manifiestas son las obras de la carne[ … ]» El substantivo phanerós, traducido por «manifiestas», significa «abiertas a la observación pública» u «obvias».4 La idea es que se trata de algo tan obvio que uno no necesita que la ley lo señale.
En el versículo 13, Pablo había expresado su preocupación de que la libertad que gozaban los creyentes en Cristo pudiera convertirse en un pretexto para «la carne». Los cristianos tienen que vivir por la ley del amor, resultado ella misma de la obra del Espíritu en sus vidas. Para aquellos creyentes que viven en el Espíritu, son guiados por él y andan en Él, esas prácticas impías deberían ser obvias. Esto es en realidad lo que el apóstol está diciendo aquí.
Inmoralidad
El primer pecado moral (sexual) mencionado por Pablo es porneia.5 William Barclay comenta:6
Se ha dicho, y con acierto, que la única virtud nueva que el cristianismo introdujo en el mundo fue la castidad. La religión cristiana llegó a un mundo en el que la inmoralidad sexual no sólo era tolerada, sino considerada natural e imprescindible para el normal funcionamiento de la vida.
Ridderbos dice que porneia se refiere a «las relaciones sexuales ilícitas en el sentido más amplio del término».7 Esto armoniza con lo que se ha dicho excepto en un punto: que la expresión «relaciones sexuales» es demasiado limitada. Se puede ser culpable de pecado sexual sin tener relaciones sexuales. El Nuevo Testamento revela que ese tipo de pecado puede cometerse con la mente o la imaginación al igual que con el cuerpo.
La batalla por la mente
Como ya hemos mencionado repetidas veces, el verdadero campo de batalla es la mente, la imaginación, la esfera de la fantasía. Las Escrituras dicen de una manera clara que la inmoralidad se comete primero con el pensamiento, antes de ejecutarse con el cuerpo. En el Sermón del Monte, Jesús enseñó:
Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. (Mateo 5.27–28).
En primer lugar descubrimos lo que Jesús no dijo. No dijo que es pecado mirar a una mujer atractiva (o, en el caso de las mujeres, a un hombre apuesto). Las mujeres atractivas lo son para cualquier hombre normal.
Lo que sí dijo el Señor es que si uno mira con lujuria a una mujer, se hace culpable de adulterio (v. 28). En esto consiste la inmoralidad del corazón, de la mente, de la imaginación. John Broadus comenta:
Jesús no condena el simple acto exterior del pecado, sino también el alimentar deseos pecaminosos. Stier dice al respecto: «Aquel que experimenta este deseo a primera vista y luego, en vez de volver la cabeza y retirarse del pecado (2 Pedro 2.14), mira de nuevo con intención lasciva para retener y aumentar tal impulso, peca».8
Como vivimos en un mundo donde la desnudez, parcial o completa, y la forma de vestir incitante están por todas partes, la batalla de los hijos de Dios por la pureza mental es más intensa que nunca. Aquellos cuyos ministerios implican un viajar constante y la separación de su cónyuge, pueden ser especialmente sensibles a esta contaminación del pensamiento.
En una ocasión, viajé durante varias semanas con otro misionero dando charlas de adiestramiento a líderes del campo de la misión, cuando llegamos a una importante ciudad europea. Después de pasar la aduana, nos recibió un dirigente cristiano del Viejo Continente que debía llevarnos en coche al lugar de nuestra próxima conferencia.
Para ir al aparcamiento subterráneo tuvimos que tomar un ascensor; cuando llegamos a nuestra planta, las puertas se abrieron y, delante de nuestros asombrados ojos, apareció un grupo de tiendas pequeñas con un cartel que decía en inglés: «Sex Shops» [Tiendas de sexo]. Debajo del mismo, a lo largo de todas ellas, había fotos de mujeres hermosas pero casi desnudas tamaño natural.
Mi compañero y yo nos quedamos tan pasmados que no podíamos ni hablar. El hermano alemán, por su parte, estaba de espaldas a las tiendas y nos indicaba que la forma más rápida de llegar al automóvil era en línea recta, para lo cual tendríamos que pasar ante esas tiendas y sus tentadoras fotografías. «O también podemos ir por otro camino», expresó, «aunque más largo».
«Vayamos por el más largo», proferimos casi al unísono mi compañero de viaje y yo.
Mientras salíamos, me dije: «Rechazo todas las imágenes de desnudez femenina que han llegado a mi mente. Rechazo todos los pensamientos impuros. Niego todas las fantasías sexuales que quieren imprimirse en mi mente. Soy un hombre de Dios y no permitiré que ningún pensamiento inmoral ocupe un lugar en mi pensamiento o imaginación».
Al hacerlo, no pedí perdón a Dios por las imágenes sexuales que habían atacado mi mente. No tenía poder sobre ellas. No había colocado allí aquellas fotos sensuales, ni era responsable de las imágenes que traían naturalmente a mi imaginación. Mi única responsabilidad consistía en rechazarlas y no dejar que ocuparan lugar alguno en mi pensamiento. Así lo hice y quedé por tanto libre de cualquier culpa delante del Señor.
Cuánta verdad encierra el dicho: «No podemos impedir que los pájaros vuelen sobre nuestra cabeza, pero sí que nos hagan un nido en el pelo».
Hace algunos años, durante una de sus campañas, el Dr. Billy Graham expresó: «En cualquier batalla entre la imaginación y la voluntad, esta última siempre sale perdiendo». ¿Qué quería decir con ello? Sus palabras significaban que la batalla ha de ganarse al principio, cuando los malos pensamientos o imágenes llegan a nuestra mente. Si los albergamos en el pensamiento en vez de rechazarlos de inmediato, nuestra voluntad no tendrá la fortaleza necesaria para vencer a una imaginación inflamada.
A menudo digo a mis estudiantes: «Si me veis andando por el recinto de la universidad y de pronto digo: “¡Rechazo ese pensamiento!”, no penséis que me he vuelto loco. Simplemente acabo de expulsar en forma enérgica alguna idea o imagen pecaminosa que ha atacado a mi mente desde la carne, el mundo o el diablo».
El Pozo Sin Fondo De La Pornografía
Uno de los principales instrumentos que utiliza Satanás para atacar sexualmente a la humanidad en general (mayormente a los hombres) y a los creyentes en particular es la pornografía, la cual existe en un grado epidémico en los Estados Unidos y el resto del mundo occidental.
La palabra «pornografía» viene de dos palabras griegas muy antiguas. La primera es porné, que originalmente significaba prostituta, y se traduce como «ramera» en el Nuevo Testamento. Aunque el término se refería más que todo a las mujeres prostitutas, también era aplicado a los varones. Y la segunda es graphé, que quiere decir imagen, pintura o escritura, y que abarca a toda clase de símbolos físicos externos que producen excitación sexual en aquellos que los utilizan.
Tanto en el mundo occidental como en otras naciones, la pornografía está invadiendo no sólo la cultura en general sino también los hogares. Y los hogares cristianos no son una excepción.
En otras épocas, la pornografía se encontraba sólo en ciertas tiendas de mala fama de los barrios chinos; ahora se vende abiertamente. Los autoservicios ofrecen entre sus artículos pornografía blanda, fotografías y relatos estimulantes centrados en la desnudez y en una sexualidad normal, muchas veces colocada justo al lado del puesto del cajero. En la mayoría de las bibliotecas públicas, los niños al igual que los adultos pueden conseguir libros sobre sexo muy explícitos con fotografías de hombres y mujeres desnudos. Los medios de comunicación, en particular las revistas, las películas, los videos y la televisión, promueven la desnudez y las actividades sexuales ilícitas a una velocidad alarmante, y se jactan de que las imágenes y los relatos se harán cada vez más explícitos en los meses siguientes.
La pornografía, del mismo modo que la prostitución, no es un crimen inofensivo como a veces se afirma. Sus víctimas están por todas partes. Incita a la imaginación a cometer adulterio mental; produce deseos contrarios a la voluntad que Dios tiene para nuestra vida; aviva las pasiones y la excitación sexual especialmente en los hombres, haciéndolos peligrosos en potencia para las mujeres y los niños.
Aunque algunos «expertos» lo nieguen, el hombre promedio sabe que esto es cierto. Muchos varones, incluso cristianos, han sido estimulados por la pornografía y se han visto tentados a buscar relaciones sexuales aun con mujeres o niños que no las querían. ¡Cuántos incestos y violaciones hay como resultado de la excitación sexual causada por la pornografía!
La pornografía es un juego que implica a la mente, la imaginación y la fantasía. Conduce a la lujuria mental para con las mujeres, la cual el Señor Jesús condenó en Mateo 5.27–29. Constituye una industria que factura más de ocho mil millones de dólares anuales en Estados Unidos. Y aunque en la actualidad incursiona en el sector femenino de la sociedad, es un problema de hombres, sobre todo de solteros.
El efecto negativo de la pornografía sobre el concepto que el varón tiene de las mujeres y del lugar que ocupa el sexo en la relación hombre-mujer es devastador incluso en opinión de muchos científicos seculares. La investigadora Harriet Koskoff hace notar que:
La pornografía motiva las fantasías[ … ] permitiendo que los hombres conviertan mentalmente en masilla la carne de las mujeres. De manera más exacta, la pornografía es una ayuda para la masturbación[ … ] creo que la pornografía tiene algo que ver con la sociedad indulgente en que vivimos[ … ] es parte de la mentalidad del «yo, me, mi, soy el centro del universo» que se ha apoderado de nosotros.
El tema principal de la pornografía es la masturbación, sea mental o física. Y la estrella de la masturbación es al mismo tiempo el director y el espectador[ … ] Hoy en día, los consumidores de material porno entran en una tienda de videos del vecindario y seleccionan uno de los 7.000 títulos disponibles.9
Otro investigador añade:10
«La pornografía tiene que ver con la descripción gráfica del sexo anatómico. No hay lugar en ella para los sentimientos humanos[ … ] para dos personas que comparten lo más profundo de sí mismas. Si lo único que (el espectador) tiene en su mente son imágenes de individuos apareándose como animales de granja, ¿cómo aprenderá jamás que el amor es lo que estimula la vida sexual?»
El Dr. James Dobson, que en 1986 fue elegido para formar parte de la Comisión del Fiscal General del Estado para el Estudio de la Pornografía en Estados Unidos, dio una visión panorámica completa de la epidemia que azota a América, en la edición de agosto de ese año de Focus on the Family [Enfoque a la familia].11
Un pastor investiga
El Rvdo. Bill Hybels, pastor de Willow Creek Community Church en South Barrington, Illinois, EE.UU., ha escrito un libro chocante sobre la pornografía titulado Christians in A Sex Crazed Society [Los cristianos en una loca sociedad sexual]. Algunos extractos de su excelente obra fueron publicados en un artículo de la revista Moody Monthly en abril de 1989, bajo el título de «The Sin That So Easily Entangles» (El pecado que nos asedia).12El citado artículo es riguroso pero chocante, sobre todo en lo que se refiere a la irrupción de la pornografía en nuestros hogares cristianos. Lo que transcribimos a continuación ha sido sacado de dicho artículo con permiso del editor.
Bill Hybels comenzó a tomar conciencia de la irrupción de la pornografía en las iglesias aconsejando a cristianos «piadosos», incluso líderes, cuyas vidas eran asoladas por la esclavitud a los materiales pornográficos. Se sintió sacudido en lo más profundo de su ser ante los descubrimientos que hizo.
Primeramente, Hybels descubrió que la pornografía ha cambiado para peor. Se preguntaba si su perturbadora experiencia al aconsejar a los miembros de su iglesia esclavizados por los materiales pornográficos sería la excepción. «¿No estaremos armando demasiado alboroto respecto de la pornografía?», pensaba.
Tengo cientos de preocupaciones más urgentes que la de arrancar Playboy de las manos a quienes lo compran una que otra vez. Además, yo miré algunas de esas fotos desplegables retocadas del centro de la revista cuando estaba en el instituto y no arruiné mi vida por ello. Tengo un matrimonio feliz, dos hijos. ¿A qué tanto jaleo?
Durante los últimos años he oído los gritos de aquellos que pretenden que la pornografía está proliferando y que deberíamos hacer algo al respecto. Incluso ha habido líderes de zona que se han puesto en contacto conmigo para pedirme que les ayudara a cerrar las librerías «para adultos» de nuestra comunidad. No dejaba de preguntarme: «¿Por qué tanto drama?»
Sin embargo, cuando investigué el asunto tuve uno de los despertares más bruscos de mi vida.
Conseguí ejemplares de revistas pornográficas y descubrí que aquellas que solía mirar a hurtadillas cuando estaba en el instituto ni siquiera existen ya. No pude hacerme con ninguna publicación que presentara mujeres parcialmente vestidas, el tipo de pornografía moderada que era normal hace quince años.
En cambio, me di cuenta de que la pornografía moderada actual, la que podemos comprar en cualquier tienda del barrio, contiene surtidos de fotos que desafían a toda imaginación e incluye imágenes de mujeres que están siendo atadas y amordazadas, violadas, azotadas y maltratadas. Lo normal es una serie de múltiples compañeros de relación en poses heterosexuales, homosexuales y lesbianas, y el tema subyacente lo constituyen casi siempre la dominación o la violencia.
Las revistas más crudas describen escenas de violaciones por pandillas, torturas y bestialismo. Algunas de las más populares presentan a hombres y mujeres manteniendo relaciones sexuales con niños de edades comprendidas entre los tres y los ocho años. Al descubrirlo me sentí horrorizado y ultrajado.
Luego supe del sector más degradado de la industria pornográfica: las librerías «para adultos». Hay más de éstas en los Estados Unidos que sucursales de McDonald’s (veinte mil). En ellas se venden revistas y accesorios eróticos, pero su mayor atracción son las cabinas de películas. Un oficial de policía miembro de mi iglesia que se infiltró en este sector de las librerías para adultos me ha contado cosas no aptas para publicar.
No hay ningún tipo de pornografía como la de hace quince años; pero lo que más me preocupa es el daño que la misma causa a los que quedan atrapados en ella.
En segundo lugar, Hybels descubrió que la pornografía produce adicción.
Cuando cedemos a nuestros apetitos sexuales y comenzamos a ver videos, películas y revistas explícitas, descubrimos que la pornografía causa adicción. Nos hace desear más y más materiales, y al igual que el alcohol y las drogas, destroza vidas. Esta semana he recibido una carta de alguien de mi iglesia que está luchando con esta adicción, y dice:
«Soy un inválido emocional. La adicción que tengo a la pornografía paraliza mi vida espiritual, pervierte mi visión del mundo, deforma mi vida social y destruye cualquier posibilidad de que Dios me utilice. Y sin embargo no puedo dejarla. La lujuria me consume, aunque no me satisface. La pornografía me promete todo, pero no da nada».
Hace algún tiempo intenté ayudar a una mujer cuyo marido era adicto a la pornografía. Me trajo un recibo de teléfono de más de trescientos dólares, el hombre hacía entre veinte y treinta llamadas a los teléfonos eróticos cada noche y también tenía una pila de revistas de metro y medio de altura y cajas llenas de películas pornográficas.
Aquellos que no hemos tenido nunca adicciones jamás comprenderemos la intensidad del deseo que sienten los adictos; pero debemos ser lo más comprensivos y compasivos posible, ya que personas que tienen importancia para Dios y se sientan a nuestro lado en la iglesia han cruzado sin querer esa línea invisible. Son esclavos de una forma de vida que los conduce a la aflicción y la ruina, y no saben cómo dejarla.
En tercer lugar, Hybels comprendió que la pornografía degrada a las mujeres.
Mostrar cómo las mujeres son seducidas, desnudadas y tratadas como animales de granja constituye un repugnante ataque contra su dignidad. Jesús elevó el papel y la dignidad de las mujeres, de modo que los cristianos sienten repulsa cuando se atenta contra su dignidad en los materiales pornográficos.
Pero todavía me preocupa más el ataque sutil de la pornografía contra la naturaleza y el carácter del sexo femenino. Los materiales pornográficos presentan a las mujeres con un apetito insaciable de sexo. Si hay un hilo conductor que da cuerpo a todo el contenido pornográfico, es el énfasis continuo, en docenas de formas distintas, en que incluso cuando las mujeres indican que no están interesadas en las propuestas sexuales de un hombre, en realidad lo están[ … ] Hay miles de hombres en nuestra comunidad que son adictos a la pornografía y que vagan por los lugares públicos convencidos de que todas las mujeres se pasan el día ansiando mantener relaciones sexuales. Si una mujer se resiste, lo que quiere en realidad es que el hombre se imponga a ella y la tome por la fuerza.
En cuarto lugar, Hybels comprendió que la pornografía destruye insidiosamente el matrimonio.
Sé que muchas parejas casadas de mi iglesia ven juntas videos pornográficos para añadir algo de estímulo a sus vidas sexuales. En un principio, ver pornografía puede excitar y estimular a los cónyuges; pero no son los resultados iniciales los que me preocupan.
Hace poco aconsejé a una mujer que era líder en su iglesia y cuyo marido tenía el cargo de anciano. Ambos habían empezado a usar pornografía hacía algunos años como estímulo para sus relaciones maritales, y ahora ella venía a verme porque su matrimonio estaba arruinado.
Dios diseñó la sexualidad marital para que brotara en el contexto de una relación íntima y cariñosa donde siempre estuvieran presentes el cuidado del otro, la comunicación, el servicio y la ternura. Cuando esos valores se cultivan en el matrimonio, despiertan la atracción sexual, y entonces el coito se convierte en una expresión de interés y amor, una forma de decir: «Me importas. Te quiero y deseo comunicártelo con ternura».
La pornografía frustra todo esto, reduciendo la dimensión sexual del matrimonio a un acontecimiento atlético biológicamente inducido, hasta que por último ya no se hace demasiado énfasis en la parte tierna de la vida de pareja. Cuando ésta se escapa de una relación, desaparecen el corazón y el alma de la sexualidad marital. La mujer empieza entonces a sentirse usada y agraviada, y el hombre frustrado y vacío.
Una mujer me dijo: «Mi marido y yo no podemos tener experiencia sexual sin empezar viendo pornografía. Pero luego nos sentimos sucios, culpables y vacíos».
En quinto lugar, Hybels descubrió que la pornografía es devastadora para los niños.
La pornografía cae de una u otra manera en manos de los niños (y de los adolescentes), conduciéndolos a menudo a la experimentación sexual equivocada cuyos resultados son muy destructivos.
Cierta mujer dijo que ha pasado los últimos veinte años tratando de recuperarse de los daños que le causó su hermano. Este comenzó a mirar pornografía cuando tenía doce años de edad, y ya que no sabía sobre qué enfocar su excitación sexual utilizó a su hermana de diez.
Si la pornografía deforma la perspectiva sexual de los adultos, piense en lo que les hará a los niños, que son incapaces de tomar decisiones prudentes aun sobre cosas sencillas, ¡cuánto más en temas tan complejos como la sexualidad humana!
Los niños se convierten en víctimas de la pornografía también de otra manera: al caer en manos de adultos cuyo uso de la misma les ha despertado un repugnante interés en la explotación de los pequeños. Un hombre de mi iglesia, en una carta anónima, admitió ser adicto a la pornografía y haber hecho proposiciones a una niña de doce años de edad.
Cierto grupo de la Costa Occidental [de Estados Unidos] tiene este lema: «El sexo antes de los ocho; para que no sea demasiado tarde». Hay libros a la venta que ofrecen claras instrucciones a quienes abusan sexualmente de los niños sobre cómo seducirlos.
Los productores y comerciantes de pornografía están enfocando hacia los niños de edades comprendidas entre los doce y los diecisiete años de edad su estrategia de venta para la siguiente oleada de materiales sexualmente explícitos. ¿Quién los detendrá?
En mi ministerio a nivel mundial con líderes cristianos he aconsejado a cientos de ellos que tenían graves disfunciones sexuales. En la mayoría de los casos, sus problemas comenzaron bien por haber sido víctimas de abusos sexuales en la infancia, bien por estar esclavizados a la pornografía desde la adolescencia o la juventud.
Quisiera complementar las observaciones de Hybels acerca de la amenaza que representa la pornografía para el matrimonio con un ejemplo reciente.
Durante mis conferencias sobre la vida y la guerra espiritual, intento estar disponible para aconsejar personalmente a matrimonios o individuos. En cierta ocasión aconsejaba a una preciosa pareja misionera acerca de varias necesidades que tenían, y una vez terminada la sesión, la esposa se quedó un poco rezagada y me pidió una consulta en privado para el día siguiente, a lo cual accedí.
—Tengo dificultades para responder sexualmente a mi marido — me confesó.
—¿Cree usted que puede identificar la raíz de su problema?
—Sí — contestó, sé cuando empezó el problema. Hace algún tiempo estaba ordenando el armario de mi esposo y descubrí algunas revistas escondidas entre sus pertenencias personales.
»Por lo general no suelo examinar sus cosas; sólo descubrí aquellas publicaciones de manera accidental. Cuando las abrí me quedé pasmada al verlas llenas de fotografías de hermosas mujeres totalmente desnudas.
»Estaba aturdida. Jamás había sospechado que se interesara en ninguna otra mujer aparte de mí. Aquello me horrorizó y me puse a llorar.
»Cuando volví a mirar los cuerpos de aquellas mujeres tan bien dotadas y luego me fui al espejo para verme a mí misma, no pude sino exclamar: “Dios mío, ¿es eso lo que él desea de mí? Jamás podré satisfacerle. No tengo todo lo que esas mujeres pueden ofrecerle”. Desde entonces no he vuelto a disfrutar de las relaciones sexuales con él.
No puedo menos que advertir a mis lectores varones que utilizan casualmente la pornografía que esto mismo podría suceder en sus matrimonios. Tal vez el 99 por ciento de las mujeres del mundo no están físicamente dotadas como esas otras dispuestas a vender sus cuerpos a la industria pornográfica. Cuando uno empieza a superponer tales fantasías sexuales al papel de su esposa en su unión marital está poniendo en peligro la intimidad de su matrimonio.
Michael J. McManus, autor de la columna «Etica y Religión» publicada en tantos periódicos americanos, dice lo siguiente acerca de la pornografía:13
Entre 1960 y 1985, se ha cuadruplicado el número de hijos ilegítimos, triplicado el de abortos y divorcios, y centuplicado el abuso sexual de niños. En mi opinión, la causa de estos aumentos puede encontrarse en la pornografía, que justifica el liberarse de toda restricción.
El hombre necesita disciplina en el terreno sexual de la misma manera que para triunfar en la vida.
La pornografía tiene dimensiones transculturales. Algunas personas que no cuentan con la posibilidad de acceder a la página impresa, los videos y/o los cines pornográficos, tienen sus propias formas potenciales de esclavitud a la pornografía. El joven que rompe con un tabú local y practica regularmente el voyeurismo en un entorno tribal está participando en un tipo de pornografía de su propia cultura tanto como aquél que tiene a su disposición literatura, películas y tiendas porno.
Por último quisiera compartir otro ejemplo que me proporcionó uno de mis antiguos alumnos de la Universidad Biola, el cual escribió:
Desde mi niñez había quedado atrapado en [la pornografía] y no era capaz de liberarme de ella, por mucho que orara o confesase. Había escondido este pecado de todo el mundo. Me avergonzaba y azoraba tanto que no podía confiárselo a nadie, ni dentro ni fuera de la iglesia. Sólo recientemente logré descubrir a mi mujer esta área pecaminosa de mi vida. No aspiraba al ministerio, ya que no era capaz de acabar con tal adicción y no quería deshonrar a mi Señor. Siempre temía ser descubierto. Estoy agradecido de poder decir que ahora soy libre.14
La inmoralidad, naturalmente, implica mucho más que la pornografía. No obstante, en la batalla por la mente, ella representa una de las principales puertas abiertas a la estimulación ilícita de la imaginación, lo que siempre llamo la esfera de la fantasía.
Una súplica
Concluyo este capítulo con una súplica encarecida: Si tiene usted algo que ver con la pornografía, rompa su hábito ahora. Busque un compañero de oración con el cual pueda expresarse y que le ayude a obtener la sanidad (Santiago 5.16) orando por usted y animándole. Busque a alguien ante quien ser responsable de sus actos, que le vigile, y a quien pueda acudir cuando la tentación intente dominarle.
Si no lo deja ahora y busca ayuda, su esclavitud no hará más que aumentar. Si es usted un consumidor ocasional, rompa por completo en este momento con esa costumbre. Controle lo que ve en el cine, la televisión o los videos. Niéguese a comprar, ver o leer cualquier literatura sexualmente estimulante. La libertad que experimentará habrá valido la lucha inicial. «El Hijo del Hombre le libertará y será verdaderamente libre». Lo sé. Yo mismo disfruto de esa libertad y vale más que todo el oro del mundo.
17
La edad de Eros
Sólo en 1988, cinco de mis amigos pastores del norte de California fueron descubiertos en adulterio. Aunque pueda parecer casi increíble, así es. Por otro lado, los cinco eran hombres piadosos, buenos pastores y tenían esposas guapas y cariñosas.
Todos dejaron sus iglesias y hoy en día sólo uno de ellos ejerce de nuevo el ministerio pastoral.1 ¿Cuántos más de mis colegas habrán estado o estarán todavía involucrados en relaciones sexuales ilícitas, sin que se les haya descubierto hasta la fecha? ¡Sólo Dios lo sabe!
Estamos sufriendo una plaga de inmoralidad en el terreno del sexo a nivel mundial, incluso entre los cristianos, aunque el problema, naturalmente, ha existido siempre. Basta con echar un vistazo tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento para confirmarlo. Y este problema seguirá con nosotros hasta que la carne del creyente sea suprimida en la segunda venida de Cristo. Sin embargo, estamos presenciando dimensiones nuevas e inquietantes de dicho problema en todo el mundo y, especialmente, en los países occidentales.
Perspectiva histórica: El rechazo a la ética revelada por Dios
Desde una perspectiva histórica humana, la situación que vivimos no es sino el resultado predecible de la Ilustración del siglo dieciocho. El Siglo de las Luces rechazó a Dios y cualquier ética normativa basada en la revelación divina. El individualismo y el progreso humano, fundado en la razón y no en el testimonio de Dios, así como un compromiso total con la ciencia naturalista, socavaron la fe religiosa y, particularmente, la cristiana. Todo fundamento objetivo de moralidad fue desechado, haciéndose aceptables cuantas cosas gustaran a los seres humanos, o fueran consideradas como importantes para sus vidas, siempre que no dañasen directamente a otros.
La Ilustración engendró a su vez a esos trillizos que son el naturalismo, el humanismo y el materialismo. Estas cosmovisiones rechazan la realidad objetiva de lo sobrenatural, o por lo menos toda participación en la vida humana de lo sobrenatural que pudiera existir, y afirman la capacidad del hombre para realizarse por sí mismo mediante la razón (racionalismo) y el empirismo del método científico (cientifisismo). Lo único que existe es el mundo natural (naturalismo) y, por lo tanto, el hombre está solo en su universo (ateísmo).
Del naturalismo, el humanismo y el materialismo ha surgido el nihilismo: la opinión de que todo valor o creencia restrictiva tradicional carece de fundamento. No hay base objetiva para la verdad, sobre todo para la verdad moral. El nihilismo lleva inevitablemente a la conclusión, consciente o inconsciente, de que la existencia humana no tiene ningún significado objetivo y que podemos vivir para nuestra satisfacción personal como única realidad. El lema del nihilismo es: «Si te agrada, hazlo».
Ya sea descaradamente, sobre todo a través de muchas instituciones educativas, o de un modo encubierto, principalmente por los medios de comunicación, se está condicionando a la generación adulta actual y a la juvenil emergente para que crean que las únicas limitaciones a la sexualidad son el consentimiento de los protagonistas y las precauciones contra los embarazos indeseados y las enfermedades.
«¡Somos seres sexuales!», se afirma, «¿Por qué no debería permitirse a las personas que consienten en ello tener actividad sexual tan pronto como son capaces de desearla?»
Como consecuencia de esta manera de pensar, la iglesia, que se supone debe cambiar el mundo, está siendo cambiada por este último. Ya en 1959, A. W. Tozer escribía:
El período en que vivimos puede muy bien pasar a la historia como la Edad Erótica, debido a que el amor sexual se ha elevado a la categoría de culto. Eros tiene más adoradores entre los hombres civilizados de nuestros días que ningún otro dios. En el caso de millones de personas lo erótico ha desplazado por completo a lo espiritua[ … ] Las lágrimas y el silencio podrían ser mejores que las palabras si las cosas no estuvieran del todo como están. Pero el culto a Eros está afectando seriamente a la Iglesia. La religión pura de Cristo, que fluye como un río cristalino del corazón de Dios, se contamina con las aguas sucias que chorrean de detrás de los altares de abominación que se alzan en todo monte alto y bajo todo árbol verde desde Nueva York hasta Los Angeles.2
Randy C. Alcorn, cuyo libro Christians in the Wake of the Sexual Revolution [Cristianos en el renacer de la revolución sexual] contiene esta cita de Tozer, dice a su vez:
En la época neotestamentaria, la pureza sexual del pueblo de Dios trazaba una clara línea divisoria con el mundo no cristiano. Y antes de la revolución sexual, lo mismo podía decirse en buena parte de la Iglesia en América. Pero las cosas han cambiado de forma radical. En su libro Flirting with the World [Flirteo con el mundo], John White saca esta seria conclusión: «La conducta sexual de los cristianos ha llegado al punto de no distinguirse de aquella de los que no lo son[ … ] En nuestra conducta sexual, como comunidad cristiana, estamos en el mundo y somos del mundo».
Para corroborar la afirmación de White, Alcorn recurre a una encuesta Gallup de 1984 que reveló que los miembros de iglesia y los que no lo eran se comportaban del mismo modo en cuestiones morales tales como la mentira, el engaño, el hurto y … el sexo; y saca esta triste conclusión:
Cada vez resulta más difícil discernir dónde termina el mundo y donde empieza la Iglesia[ … ] Como la rana a la que se hervía elevando la temperatura grado a grado hasta la muerte, muchos hogares cristianos han ido perdiendo gradualmente la sensibilidad hacia el pecado sexual. El resultado era predecible: la inmoralidad está más extendida entre los creyentes que en ninguna época pasada.3
Sexualidad humana normal y triunfo sobre la lujuria
Soy un hombre común con una sexualidad masculina normal y me he dado cuenta de que las tentaciones sexuales no han disminuido ni siquiera un poco para mí desde que cumplí los cincuenta. Solía pensar que cuando fuera mayor, en cierta forma, la sexualidad disminuiría, y que sería capaz de andar por la playa rodeado de mujeres con sus escasos trajes de baño sin que ello produjera ningún efecto sobre mí. He descubierto que no es así.
Hace años estaba dando un estudio bíblico a algunos de nuestros misioneros más jóvenes sobre 1 Timoteo 6.11 y 2 Timoteo 2.22, donde el apóstol Pablo nos exhorta diciendo: «Huye de estas cosas» … «huye también de las pasiones juveniles».
Naturalmente tuve que mencionar la lujuria, y de repente me acordé que había entre nosotros un anciano de ochenta años o más. Como estábamos en un ambiente informal, me detuve y dije: «Espero con impaciencia el día en que tendré la cabeza cana como nuestro hermano y no habré de preocuparme por la concupiscencia sexual».
Todos rieron menos el hermano en cuestión. Y antes que pudiera continuar, levantó la mano pidiendo permiso para hablar y dijo: «Joven, ese problema le seguirá toda la vida».
Nuevamente todos se echaron a reír. Menos yo. Creía verdaderamente que «ese problema» desaparecería con la edad. Ahora que tengo el pelo cano sé lo que aquel hermano quería decir. «El que haya nieve en el tejado no significa que no haya fuego en el hogar».
No obstante, en Cristo tenemos victoria sobre la lujuria y las fantasías sexuales. No hay razón para vivir en una semiesclavitud mental y emocional a los deseos carnales ni siquiera en esta era de exhibicionismo sexual.
Cuando el apóstol Pablo dijo que huyéramos de esas pasiones, quería decir exactamente eso: los hombres no pueden exponerse a la desnudez o semidesnudez femenina sin experimentar alguna forma de estímulo sexual.4 ¿Cuál es la solución? Simplemente esta: Apartarnos lo más posible de esa clase de exposición erótica.
Esto requiere autodisciplina, especialmente en lo relativo a nuestros hábitos de lectura y al tipo de programas de televisión y a los videos que miramos. Sabemos cuáles son las revistas, los libros y los programas que contienen fotografías, relatos y artículos sexualmente estimulantes, y debemos negarnos a comprarlos, leerlos o mirarlos. Hemos de recordar que el peligroso hábito de mirar, leer, comprar y codiciar aquello que no conviene conduce a menudo a matrimonios frustrados, hijos perturbados, interrupción de la comunión con Dios y vergüenza ante un mundo que espera que los cristianos lleven vidas de pureza sexual.
Una doble moral
La Biblia enseña una doble moral. Hay una norma muy elevada para los cristianos en general y otra todavía más alta para los líderes.
Martín Lutero dijo en cierta ocasión: «Representar a Dios ante los hombres no es cosa menuda». Esto significa ser un líder cristiano. ¿Acaso no es lo mismo que quiso decir Santiago al escribir: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación» (Santiago 3.1)? A aquellos de mis lectores que son dirigentes cristianos o aspiran a serlo, les digo: Dios exige más de ti y de mí que de aquellos a los cuales nos llama a guiar. Debemos calcular el costo. No hemos de aspirar al liderazgo cristiano a menos que estemos dispuestos a morir al yo, a los deseos de la carne y a la vanagloria de la vida (1 Juan 2.15–17).
Si eres esclavo de algún tipo de pecado sexual, permanece fuera del liderazgo cristiano hasta que tengas seguridad de victoria sobre tu problema. La idea de que cuando seas pastor, evangelista, maestro de la Palabra, misionero u otra cosa parecida, podrás obtener la victoria y la vida santa que anhelas, es un engaño para contigo mismo, una completa ilusión. La guerra contra la carne, el mundo y Satanás sólo se intensifica cuando uno se convierte en dirigente cristiano.
Debemos aceptar las responsabilidades del liderazgo espiritual. Las batallas no se ganan en el púlpito, en la plataforma o en el podio, sino en lo secreto, donde nadie nos ve.
¿Qué haces con tu vista? ¿Tus manos? ¿Tus pies? ¿Tu mente? ¿Tu imaginación cuando nadie te observa? Ningún líder cristiano cae en el pecado sexual sin que primero lo haga en su mente y sobre todo cuando nadie lo mira.
Naturalmente que existe el perdón. Eso se da por sentado. Dios siempre perdona a sus líderes caídos, incluso si han deshonrado su nombre. Pero piensa, mientras todavía tienes control sobre tu mente, tus emociones y tu cuerpo, la vergüenza que traerás sobre Dios, sobre ti mismo, tu familia y la iglesia en todo el mundo con tus egocéntricas acciones. Si no puedes estar a la altura de las exigencias y de las normas morales del ministerio, sal de él. Ese no es tu lugar. Ya conoces la expresión: «Si no puedes soportar el calor, quédate fuera de la cocina».
Mi íntimo amigo y colega, el conocido evangelista y maestro de la Palabra Dr. Luis Palau, advierte vez tras vez a los dirigentes cristianos contra la tendencia a las «actividades dudosas».
A menudo los líderes cristianos tratan de permitirse cuanto pueden en el límite mismo de la inmoralidad. Tal vez no se vayan con una prostituta ni tengan una aventura amorosa, pero miran materiales pornográficos. Ven películas en las habitaciones de los hoteles que se avergonzarían de presenciar en sus casas junto a sus esposas. Miran, e incluso tocan y acarician, hasta el punto de estimularse sexualmente, pero frenan en seco ante la inmoralidad abierta. Esas cosas son pecado y no caben en la vida del siervo de Dios.
Las consecuencias del pecado sexual para los líderes
Durante los años que estuve dedicado plenamente a la enseñanza en la Universidad Biola, por desgracia se produjeron algunas caídas en el pecado sexual de profesores varones con sus alumnas. En un mismo año, dos de aquellos sucesos sacudieron al cuerpo docente. Los dos hombres eran amigos míos y ni yo ni el resto de mis colegas habíamos tenido la más mínima sospecha.
A Loretta, mi esposa, le cuesta trabajo aceptar esta clase de inmoralidad de parte de los dirigentes cristianos. Es tan pura de corazón y tan absolutamente sincera y comprometida con el Señor, con las normas bíblicas, con un estilo de vida santo y conmigo como marido y amante, que siempre se deprime cuando ve a los líderes espirituales caer en el pecado sexual.
Después de los incidentes mencionados, me dijo: «Querido, tengo que hacerte una pregunta. No la tomes como muestra de desconfianza, pero he de planteártela. Y empezaré con un comentario acerca de las “chicas” de Biola, como tú las llamas, que asisten a tus clases. Tú eres muy afectivo, como hombre y como profesor, y las consideras “chicas”, como a tus dos hijas; pero ellas no son tus hijas, ni tampoco chicas, sino mujeres plenamente desarrolladas.
»Debes tener mucho cuidado cuando las aconsejas, y recordar que muchas de ellas están solas y hambrientas de cariño. Otras no han tenido en su vida el modelo de un hombre y pueden trasladar a ti su necesidad de intimidad con un varón mayor, llámalo figura paterna si quieres, la cual puede convertirse en una relación sexual sin que os deis cuenta ellas o tú.
»Y aquí viene mi pregunta: ¿Cómo puedo estar segura de que no tendrás tratos con alguna de ellas o con ninguna otra mujer en tus constantes viajes? Nadie sospechaba de tus dos colegas hasta que los descubrieron. ¿Qué me dices de ti?» Que de mi tierna, dulce y callada esposa, viniera aquella interrogante fue como una bomba, y aunque su franqueza me sobresaltó, era una pregunta que tenía que hacer. Al contestarla, le expliqué cómo trato con esta cuestión mientras llevo a cabo mi ministerio.
No es algo acerca de lo cual me mantenga pasivo. Se trata de un peligro constante al que he tenido que hacer frente muchas veces; desde que comencé mi ministerio itinerante hace más de veinte años, cuando sólo tenía diecinueve. Podría haber caído en el pecado sexual en multitud de ocasiones. Las oportunidades se presentaban entonces y aún las hay.
«Primeramente», le dije a Loretta, «sé que si cayera en el pecado sexual mi relación con Dios se rompería, y aunque me perdonara, dicha relación jamás volvería a ser igual.
»¿Cómo podría venir delante de Dios sabiendo lo que he hecho? Ahora mi corazón es demasiado sensible en su presencia. No puedo soportar que ninguna nube se interponga entre los dos. Un pecado sexual socavaría todo aquello sobre lo que he construido mi vida espiritual. ¿Acaso me sería posible orar? ¿Cómo podría tener comunión con Él después de haberle traicionado de ese modo?
»En segundo lugar, en mi caso tendría que dejar el ministerio. Para otros quizá no sea así, pero sí para mí. No podría ponerme delante del pueblo de Dios o de los inconversos y predicar algo que no es verdad en mi vida.
»Lucho con el pecado como todos; pero el pecado sexual es siempre algo premeditado. En todas las ocasiones existe un punto en el que un hombre puede resistir y escapar de la incitación sexual. Nadie cae en pecado sin que el mismo no haya flotado en su imaginación antes de que la oportunidad de convertirlo en experiencia física se presentara.
»Eso es hipocresía. ¿Acaso puedo yo enseñar acerca del tiempo en la guerra espiritual si no estoy andando en victoria? ¿Cómo me es posible predicar sobre la santidad si no llevo una vida santa?
»En tercer lugar, te quiero de veras y no tendría valor para presentarme delante de ti, mi esposa, si hiciera algo tan terrible. ¿Cómo podría mirarte a los ojos, tomarte en mis brazos y darte y recibir de ti un amor íntimo después de haber codiciado a otra mujer o mantenido relaciones sexuales con ella? Me conoces tan bien que sabrías que tal cosa había sucedido antes de decírtelo yo. Además, te quiero tanto que se me hace mucho más fácil huir de la mujer extraña.
»En cuarto lugar, ¿cómo podría enfrentarme a mis dos encantadoras hijas? Si les fallara como ejemplo de padre piadoso y moralmente puro, ¿sería capaz de volver a relacionarme con ellas con una conciencia limpia?
»Lo mismo se aplica a nuestros dos hijos. ¿Acaso puedo ayudar ejerciendo una influencia en su vida moral dentro de nuestra inmoral sociedad a menos que ejemplifique para ellos una vida de victoria sobre las tentaciones sexuales? Y esto es válido también para nuestros nietos».
Desde aquel día, Loretta no ha vuelto nunca más a suscitar la cuestión. Como dijo entonces, necesitaba oírmelo decir para quedarse verdaderamente tranquila. A partir de ese momento me ha ayudado a aconsejar a muchos hombres y mujeres que han roto sus votos matrimoniales. Ella sabe que todos llevamos la carne pecaminosa en nuestros cuerpos mortales y que somos capaces de fallar, pero está en paz encomendándome al Espíritu Santo que ha hecho de mi cuerpo su santo templo. Es también a Él a quien yo mismo me encomiendo.
Si elegimos participar en la contaminación sexual del pensamiento, ello puede conducirnos, y generalmente lo hace, a algún tipo de atadura, incluso demoníaca. La Figura 17.1, «La secuencia del pecado» ilustra de qué manera las malas decisiones son susceptibles de producir ataduras.
Tal vez piense que jamás caerá en la inmoralidad. Todos los cristianos comprometidos deberían pensar lo mismo, como le sucedía a aquella joven cuya historia apareció en la revista Decisión de enero de 1988.5 Confío en que este relato servirá como una seria advertencia acerca de lo vulnerables que somos a la tentación sexual tanto de mente como de cuerpo. El artículo, escrito por Maureen Grant, se titula «I Was Not Immune» [Yo no era inmune]:
Nuestros vecinos de al lado se iban a separar. Elaine había tenido una aventura amorosa con alguien que conoció en su trabajo. Dos hogares se habían roto, y cuatro vidas no volverían a ser las mismas.
«Bueno», le dije simplemente a mi marido, al menos no tendrás jamás que preocuparte de que tu mujer te sea infiel». Nada había entonces más lejos de mi mente que la infidelidad. Pensaba que por ser cristiana estaba a salvo de cualquier tentación. ¡Nunca podría ocurrirme algo semejante! Poco me imaginaba que unos meses después me enfrentaría a una de las tentaciones más fuertes que jamás me habían sucedido en mis diez años de creyente.
Doug, un compañero de la oficina, y yo empezamos a tomar un café juntos de vez en cuando. Me aseguré que no había nada malo en aquellas «citas», se trataba sólo de un colega cuya compañía me agradaba, no obstante comencé a notar con cuánto interés esperaba los encuentros con él. Los muchos cumplidos que me hacía reforzaban mi ego, y pronto me vi haciéndole partícipe de mis problemas personales y revelándole confidencias que sólo hubiera debido expresar a mi marido.
Antes de advertirlo una fantasía había empezado a desarrollarse en mi mente. Al principio era sólo algo ocasional, pero llegó un punto en el cual todos mis pensamientos giraban en torno a aquel hombre y comencé a ensayar mentalmente los detalles de una aventura amorosa con él. La fidelidad hacia mi marido me parecía aburrida en comparación con la agradable relación que podía mantener. Para aumentar la tentación, Doug sugería que nos viéramos fuera de las horas de trabajo.
Luché con sentimientos contradictorios. Quería seguir con aquella relación y también permanecer fiel a mi esposo. Hasta que por último me confesé a una amiga cristiana.
Su consejo fue franco: «Apártate de la causa de la tentación». Citando un versículo de la Escritura, añadió: «"Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar". Resiste a Satanás a toda costa».
¡Qué necia había sido al pensar que el hecho de ser cristiana me hacía de alguna manera inmune a la tentación! Acepté su consejo, aunque ello implicaba cambiar de trabajo. Sabía que me sería difícil no responder a las atenciones de Doug.
Enseguida me di cuenta que necesitaba cambiar mis hábitos de pensamiento. Una aventura amorosa tiene lugar en la mente mucho antes de que realmente ocurra. En la Palabra de Dios leemos: «La concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte». Aunque se precisaba autodisciplina, cada vez que un pensamiento lujurioso me pasaba por la mente no dejaba que se demorara allí.
¿Cómo estaba empleando mis horas de ocio? Pensé en las malas novelas que leía y en los melodramas que veía en la televisión, cuyos personajes saltaban de un amor a otro sin sufrir aparentemente ninguna mala consecuencia. ¿Qué sentido tenía aquel tipo de diversión para una hija de Dios?
Me recordé a mí misma un versículo de Filipenses que decía: «Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad».
Durante el tiempo que empleaba corrientemente para ver la televisión, comencé a hacer un estudio bíblico, cosa que había descuidado. Los versículos que leía me proporcionaban fortaleza espiritual, algo a lo que recurría cuando era tentada.
Examiné mi relación con mi esposo. ¡Con demasiada frecuencia no nos habíamos hecho mucho caso! Me recordé a mí misma que mi marido era un regalo del Señor y decidí convertir nuestro matrimonio en la relación más importante de mi vida.
No me atrevo a pensar en el rumbo que hubiera podido tomar mi vida de haber seguido mis deseos egoístas. ¡Qué importante es que hagamos nuestra la sabiduría de Efesios cuando dice: «Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo!»

Figura 17.1
La secuencia del pecado
(Una sucesión ordenada e ininterrumpida)
Hace algunos años me invitaron como principal orador a un centro cristiano de conferencias, y durante la sesión de enseñanza matutina hablé sobre «La guerra espiritual como una lucha multidimensional contra el pecado». Luego, en una de las sesiones de la noche, enseñé acerca de la posibilidad de actividad demoníaca en las vidas de cristianos atados por la inmoralidad sexual hasta el punto de la adicción.6
Después de aquella última sesión me tomé un tentempié tardío con John, el director del campamento.
«Ed», me dijo John, «después de escuchar tus charlas de hoy tengo alguna idea de cuál puede ser el problema en la vida del pastor del cual yo era adjunto antes de venir aquí. Por lo que has estado enseñando, sospecho que ese pastor está endemoniado».
«Nunca digo que el problema de una persona es resultado de una demonización parcial a menos que entre realmente en contacto con los demonios que pueda haber en su vida», le respondí. «Si estás dispuesto a tener eso en cuenta, yo lo estoy a escuchar tu relato. Puedo ver que te preocupa mucho ese ministro».
«Yo era pastor adjunto en su iglesia», expresó, «una de las más grandes y de crecimiento más rápido de la ciudad por aquel entonces, y probablemente todavía. La gente se convertía a Cristo cada semana durante los cultos. Es un pastor que predica verdaderamente la Palabra de Dios.
»Cierto día vino a pedirme consejo una mujer joven, casada. Tenía el corazón destrozado. Había tenido una aventura amorosa y Dios le había dado tal convicción de pecado que ya había roto con ella y venía a pedirme ayuda.
»Ministré a la mujer con la Palabra de Dios, asegurándola del perdón divino y orando con ella. Por último, después de una de las sesiones, me dijo: “Pastor, lo peor de todo este asunto es que la persona con la cual he tenido relaciones es nuestro pastor principal”».
John se quedó sin habla. Al principio pensó que la mujer mentía; que quizá se había encaprichado con el pastor y al no ser correspondida en sus flirteos había decidido hacerle daño. Pero cuanto más hablaba con ella tanto más se convencía de su sinceridad.
En el transcurso de los meses desde aquella sesión de consejo, varias mujeres más vinieron a verle con la misma historia: todas habían tenido líos amorosos con el pastor principal. John investigó cuidadosamente cada caso, pues necesitaba pruebas irrefutables con las cuales confrontar al pastor. Este poseía un carácter fuerte y John sabía que su propio ministerio peligraba si negaba los cargos. Con el tiempo reunió toda la evidencia necesaria, y había varias mujeres dispuestas a comparecer ante el pastor junto con él y con otros líderes de la iglesia.
John decidió hablar primero a solas con el ministro, como enseña la Escritura. La reunión fue muy desagradable. Negó las acusaciones y John tuvo que preguntarle si estaría dispuesto a repetirlo en presencia de las mujeres. Pero él se negaba a comparecer ante ellas.
«Me encontraba en una situación delicada», continuó John. «De haberse tratado sólo de una mujer las cosas hubieran sido distintas. Hubiera podido resultar una acusación falsa. Aunque parezca increíble, antes de dejar la iglesia había hablado aproximadamente con treinta mujeres con las cuales el pastor había tenido relaciones sexuales a lo largo de los años, y puesto que se negaba a confrontar cara a cara a ninguna de ellas di por sentado que era culpable.
»A continuación, siguiendo el procedimiento bíblico, llevé el asunto a los ancianos de la iglesia. Se enfurecieron conmigo. Dijeron que Dios estaba bendiciendo a la congregación bajo el liderazgo del pastor y por lo tanto aquellas historias no podían ser ciertas.
»Les rogué que al menos examinasen el asunto, pero se negaron categóricamente a ello. Estaban seguros de que la gente no se estaría convirtiendo, ni la iglesia creciendo tan rápidamente, si el pastor no fuera un hombre santo.
»Luego me llegó el golpe final: los ancianos dijeron que debía abandonar la iglesia por estar difundiendo chismes maliciosos.
»No tuve más opción que dimitir. El pastor aún está allí y la iglesia sigue creciendo. Después de escuchar tu enseñanza de esta semana empiezo a preguntarme si su problema no tendrá una dimensión demoníaca».
Naturalmente no había manera de que yo pudiera juzgar basándome sólo en aquella historia. Incluso si existiera una fuerte vertiente demoníaca en su desenfreno sexual, aquel pastor era aún responsable de sus actos. Estaba escogiendo andar en la carne en esta área de la inmoralidad. El pecar o no es decisión de la persona.
1.     No está entre los propósitos de este libro el debatir ese polémico asunto de si se debe o no permitir que los pastores «caídos» vuelvan al ministerio pastoral. Hay partidarios convencidos tanto de lo uno como de lo otro.
2.     A. W. Tozer en Randy C. Alcorn, Christians in the Wake of the Sexual Revolution , Multnomah, Portland, OR, 1985, p. 23.
3.     Alcorn, pp. 24 y 25.
4.     Hablo principalmente a los hombres porque son por lo general más sensibles a una estimulación visual que las mujeres. Sin embargo, cada vez con mayor frecuencia, algunas mujeres se están enfrentando a problemas semejantes.
5.     Maureen Grant, “I Was Not Immune: Temptation Did Come”, Decision, Enero, 1988.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.
6 6.     La esclavitud a prácticas sexuales ilícitas o el ser arrastrado por los deseos sexuales hasta que éstos casi toman control de la vida de uno, puede convertirse en una adicción tan fuerte como la nicotina, las drogas, etc. (véase Patrick Carnes, Out of the Shadows: Understanding Sexual Adiction [ Comp Care Publishers, Minneapolis, MN, 1983]). En tales casos, la vinculación demoníaca directa a la vida del «adicto» es también muy corriente.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

1 1.     Thomas Ice y Robert Dean, Jr., A Holy Rebelion, Harvest House, Eugene, OR, 1990, pp. 81–84.
2 2.     Esta es la opinión de muchos comentaristas críticos. La adición no es en absoluto necesaria, ya que porneia se utiliza a menudo en la Escritura para indicar todo tipo de relaciones sexuales ilícitas. Así, en Mateo 5.32 y 19.9, junto con otros pasajes similares, el término incluiría adulterio además de fornicación (véase William E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words ,Oliphants, Londres, 1953 2:125). Fredrich Hauck y Siegfried Schultz, que escriben sobre el uso de porneia y de otras palabras relacionadas en Kittel, concuerdan con ello (véase Hauck/Schultz en Gerhard Kittel, TDNT , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1977, 6:579–595; en cuanto al uso especial de la palabra en el Nuevo Testamento, consúltense pp. 590–595).
3 3.     Ronald Y. K. Fung, The Epistle to the Galatians, NICNT , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1989, Figura 17.1, p. 254.
4 4.     Richard N. Longenecker, Galatians, WBC, Word, Dallas, Texas, 1990, p. 252
5 5.     Ibid., p. 254.
6 6.     William Barclay, Galatians, Westminster, Filadelfia, 1958–60, p. 51.
7 7.     Herman Ridderbos, The Epistle of Paul to the Church of Galatia , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1976, p. 205.
8 8.     John A. Broadus, Matthew, Judson Press, Valley Forge, PA, 1986, p. 109.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.
9.     Harriet Koskoff, «In Love With Porn», West Magazine, San José Mercury News, Enero, 1989, pp. 11–18.
10 10.     John Hubner, «In Love With Porn», West Magazine, San José Mercury News, Enero, 1989, pp. 11–18.
11 11.     Dr. James Dobson, Combating the Darkness: the Pornography Commission’s Final Report , Focus on the Family, Colorado Springs, CO, Agosto, 1986, pp. 1–4.
12 12.     Rdo. Bill Hybels, «The Sin That So Easily Entangles», Moody Monthly , Abril, 1989.
13 13.     Citado por Hubner, p. 14.
14 14.     El joven explica que encontró la libertad escuchando mi serie de cassettes y guía de estudio llamada Spiritual Warfare (16 cintas de audio y un manual de autoayuda de 112 páginas). Para más información, escriban a OC International, Inc., P.O. Box 36900, Colorado Springs, CO 80936–6900, EE.UU.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

18
La homosexualidad según la perspectiva bíblica
Aborrezco mi homosexualidad! Estas palabras estallaron como pequeñas bombas en la tranquilidad del despacho del pastor. «¡Amo al Señor y quiero servirle! Se que estos deseos homosexuales no le agradan. ¡Por favor, ayúdeme!» El pastor escuchaba atentamente al apuesto joven que se paseaba nervioso por su despacho pidiendo ayuda.
«He venido a verle», decía, «porque es usted un pastor evangélico conocido y pensaba que comprendería mi problema. Cualquier otro me condenaría directamente al infierno. Pero no necesito la condenación, sino alguien que me ayude a salir del infierno de mi homosexualidad».
Mientras aquel joven derramaba la angustia de su desesperación y frustración, el pastor se movió ligeramente en la silla.
«He ido al instituto bíblico, pero sencillamente no puedo entrar en el ministerio con esta amenaza pendiendo sobre mí», y añadió con mirada suplicante. «Por favor, estoy muy confuso, ¿quisiera usted ayudarme?»
¿Condenó el pastor a aquel joven como otros habían hecho? ¡En absoluto! En lugar de ello, traicionó por completo sus votos de ordenación y la ética de toda relación consejero-aconsejado al intentar seducir al atribulado muchacho allí mismo en su despacho!
El joven huyó completamente destrozado. Más tarde, herido terriblemente por aquel incidente y al borde del pánico, me telefoneó. Le aconsejé lo mejor que pude por teléfono y finalmente encontró a un consejero cristiano piadoso en su misma ciudad que le está guiando por el camino de la victoria.
¿Es esto demasiado terrible para ser cierto? No, se trata de una historia real.
El segundo pecado moral mencionado por el apóstol Pablo en Gálatas 5.19 es akatharsía. Fung dice que significa principalmente «inmundicia», como se ha traducido en la Reina-Valera de 1960.1 Este término aparece a menudo en el Nuevo Testamento junto a porneia, «fornicación» (2 Corintios 12.21; Efesios 5.3, 5; Colosenses 3.5).
Vine, por su parte, expresa que la palabra griega en este contexto significa «inmundicia, impureza o suciedad en el sentido moral».2 Akatharsía abarca una gran variedad de prácticas sexuales impuras, pero en nuestro estudio me limitaré sólo a dos áreas: la homosexualidad y la masturbación. Lo hago a causa de la prominencia que tienen en nuestros días entre los creyentes y los líderes cristianos estas dos prácticas sexuales impuras. Comencemos por la homosexualidad.
En su perspicaz libro Eros y el pecado sexual, John White proporciona algunas de las enseñanzas más equilibradas que se hayan publicado sobre los cristianos y los temas sexuales. Su capítulo acerca de la homosexualidad se titula «Dos mitades no hacen una unidad».3 Dentro de un momento volveré a las ideas de White.
La homosexualidad y la Biblia
Las Escrituras consideran pecado toda actividad homosexual y la condenan enérgicamente.
La homosexualidad se menciona por primera vez en relación con las ciudades de Sodoma y Gomorra en Génesis 19 y es de las prácticas perversas de los habitantes de aquellas dos ciudades (v. 5s) de donde se deriva la palabra sodomita, utilizada varias veces en la versión Reina-Valera (Deuteronomio 23.17; 1 Reyes 14.24; 15.12; 22.46; Job^<1034,Times New Roman>Job 36.14 y 1 Timoteo 1.10). La mayoría de las referencias tienen que ver con la práctica abominable de la prostitución idolátrica masculina, corriente entre las naciones paganas que estuvieron en contacto con Israel y, en tiempos de decadencia espiritual, practicada también por los israelitas (Jueces 19.22; 1 Reyes 14.24; 2 Reyes 23.7).
La homosexualidad fue categóricamente prohibida por Dios en las leyes del Antiguo Testamento que regulaban la vida sexual de su pueblo (Levítico 18.22; 20.13; Deuteronomio 23.18). Se la llama «abominación» cinco veces en Levítico 18 (vv. 22, 26, 27, 29–30) y una en Levítico 20.13; lo cual es coherente con su raíz, que significa «abominar», «detestar», «odiar».4 Era un pecado tan abominable a los ojos de Dios que la pena que se infligía a los que lo practicaban era la lapidación (Levítico 20.13).
El Nuevo Testamento describe este pecado sexual en Romanos 1.18–32 como una de las terribles consecuencias de la rebelión de la humanidad contra el señorío de Dios. En los versículos 26 al 28, el apóstol Pablo escribe:
Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen.
La homosexualidad estuvo tan extendida durante los tiempos del Nuevo Testamento como en la época del Antiguo; por eso, Pablo la refiere en Romanos 1.26–28 y 1 Timoteo 1.9–10.
John White escribe que «la homosexualidad es un problema común a ambos sexos. Homo significa “semejante” o “igual a”. No se refiere a la masculinidad. El lesbianismo es solamente una palabra utilizada para describir la homosexualidad femenina».5
La actividad homosexual no se origina principalmente en la constitución biológica de ciertos hombres o mujeres. Es sobre todo una conducta aprendida.6 Y todo lo que se aprende puede, con ayuda si es necesario, olvidarse. Por lo tanto, a los homosexuales les es posible abandonar este comportamiento sexual pecaminoso, del mismo modo que los heterosexuales que se entregan con persistencia a la inmoralidad pueden hacerlo con el suyo.
La Biblia no trata específicamente la cuestión de los orígenes sociales frente a los orígenes biológicos de la homosexualidad, sino que simplemente la presenta como pecado y condena su práctica. Muchas autoridades seculares dejan claro que nadie nace invertido, como afirman buen número de homosexuales. En un artículo muy completo titulado «The Homosexual in América» (El homosexual en América), aparecido en la revista Time del 31 de octubre de 1969, el redactor afirmaba:
La única cosa en la que la mayoría de los expertos coinciden es que la homosexualidad no resulta de ningún gen pervertido ni de predisposición hormonal alguna, al menos que pueda detectarse mediante las actuales técnicas[ … ] Los distintos componentes sicológicos de la masculinidad y la feminidad, «la identidad del rol de género», se aprenden.
«El género es como el lenguaje», dice John Money, sicólogo clínico de la Universidad John Hopkins. La genética ordena únicamente que se desarrolle la capacidad de hablar, no que se hable en anhuatl, árabe o inglés.
Esto no significa que la homosexualidad esté latente en todos los seres humanos maduros, como se ha creído por una mala interpretación de las teorías de Freud. En la cultura americana, el lugar donde los roles sexuales se determinan con más vigor es la familia, y a una edad tan temprana (generalmente en los primeros años de la vida) que la identidad sicológica de la mayoría de los homosexuales, como también de los heterosexuales, se establece antes de que ellos lo sepan.7
La homosexualidad no es un estilo de vida aceptable, aunque distinto, para los seres humanos, y menos aún para los cristianos. A la luz de Mateo 5.27–30, las fantasías homosexuales son pecaminosas y la pornografía homosexual algo a lo que se debe resistir.
Sin embargo, al igual que todo otro pecado, la conducta homosexual es totalmente susceptible de ser perdonada. El Señor Jesús sólo cita un pecado imperdonable y no es la homosexualidad (Mateo 12.31–32).
Los cristianos con fuertes ataduras de homosexualidad necesitan un grupo de apoyo que les ayude a liberarse. El trabajo con homosexuales revela esta necesidad. Pocos de ellos, incluso cristianos, lo conseguirán por sí solos. Necesitan confesar su esclavitud a algún amigo comprensivo y grupo de apoyo.8 Las ataduras homosexuales, tanto en la imaginación como en la práctica, son una de las formas más opresivas de esclavitud sexual que el hombre conozca.
Las ataduras de homosexualidad en los tiempos bíblicos
La homosexualidad era muy común en las épocas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Y aun peor: era respaldada y fomentada por los cultos y las religiones idolátricas de la madre naturaleza y la fertilidad que practicaban.9 Dichos cultos, en su forma más «idealista», incorporaban la prostitución heterosexual, también actividades homosexuales, la bestialidad y otras perversiones casi indescriptibles en el terreno del sexo.10
John McClintock y James Strong dicen que la palabra hebrea traducida por «sodomita» en la versión Reina-Valera del Antiguo Testamento:
se empleaba[ … ] para aquellos que practicaban como rito religioso el vicio abominable y antinatural con el que los habitantes de Sodoma y Gomorra habían definido su duradera infamia[ … ] Esta horrenda «consagración» [de prostituto/prostitutas a los dioses] o, mejor dicho, esta «profanación», estaba extendida de varias maneras por Fenicia (la tierra de Canaán), Siria, Frigia, Asiria y Babilonia. Astarot, la griega Astarté, era su objeto principal. También parece haberse establecido en Roma.11
Algunos de los conversos de las religiones paganas en el tiempo de Pablo habían sido homosexuales practicantes. Escribiendo a la iglesia de Corinto, el apóstol dice:
¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios. (1 Corintios 6.9–11).
En este pasaje, Pablo enumera los pecados comunes en el mundo gentil de sus días, que predominaban de un modo especial en Corinto y otros centros del comercio, así como en santuarios y templos religiosos paganos. Ellicott escribe lo siguiente:
La mención de los pecados sexuales (fornicación, adulterio y dos palabras para referirse a la homosexualidad: «los afeminados» y «los que se echan con varones») en relación con los idólatras, apuntan al hecho de que estaban particularmente asociados con los rituales paganos, lo cual, naturalmente, intensificaba el peligro contra el cual el apóstol advierte a los corintios.12 (Romanos 8.13; Gálatas 5.19–20; 1 Timoteo 1.9–10; Tito 1.12).
La palabra griega μαλακͅς, traducida por «afeminado» ha inquietado a muchos comentaristas. Todos los hombres afeminados no son homosexuales, como tampoco son lesbianas todas las mujeres con características masculinas. Sin embargo, su uso en este contexto implica alguna forma vulgar de pecado sexual y hasta tal vez entrañaría un pecado no heterosexual.
Vine dice que el término se utiliza aquí «no simplemente para indicar a un varón que practica formas de lascivia, sino de personas en general que son culpables de adicción a los pecados voluptuosos de la carne».13 Con esto concuerda G. G. Findlay, quien dice que la palabra en cuestión significa «adicción general a los pecados de la carne».14
F. W. Grosheide asume sin embargo una posición más firme y dice que las palabras «afeminados y los que abusan de sí mismos con los hombres designan respectivamente a los homosexuales pasivos y activos».15
Sin embargo, según John White, la idea de un papel activo y otro pasivo en la homosexualidad constituye un estereotipo incompatible con los hechos. Los homosexuales pueden cambiar de roles a voluntad.16 Pero aunque no sea posible tener la certeza de que tanto μαλακͅς (afeminados) como αρσενοκͅιται (los que abusan de sí mismos con los hombres) se refieran a los papeles pasivo y activo en las relaciones homosexuales, la evidencia apuntaría en esa dirección.
Gordon D. Fee, escribe en su comentario sobre 1 Corintios que la evidencia respalda la posición de Grosheide. «Afeminados» tal vez se refiera a jóvenes que se vendían a hombres mayores como sus «queridas» o que adoptaban el papel más pasivo como prostituto/prostitutas religiosos.17
Sin importar cómo interpretemos algunas de estas palabras, lo más probable es que en este versículo (1 Corintios 6.9) se haga referencia a la práctica de la homosexualidad por lo menos dos veces. Esta lista, junto con la que el apóstol hace en 1 Corintios 5.9–11, formaría el compendio de las conductas pecaminosas de las cuales eran culpables los corintios antes de convertirse a Cristo.
William Barclay dice lo siguiente acerca de la palabra πορνὸ, traducida por «fornicarios» en 1 Corintios 6.9: «El término que se emplea para fornicarios es particularmente desagradable y significa prostituto/prostituta. Debió resultar bastante difícil ser cristiano en la contaminada atmósfera de Corinto».18
Barclay presenta algunas sugerencias interesantes sobre la palabra μαλακͅς traducida por «afeminados». La traduce al inglés como «sensuales» y hace algunos comentarios perspicaces sobre «los que abusan de sí mismos con los hombres» (versión King James) y αρσενοκͅιται, traducida por «homosexuales» en algunas otras versiones, incluso castellanas:19
Hemos dejado para lo último el pecado más antinatural: había aquellos que eran homosexuales. Este era el que se había extendido como un cáncer por toda la cultura griega y que, desde Grecia, había invadido Roma. Apenas podemos comprender lo plagado que estaba el mundo antiguo.
Incluso un hombre tan grande como Sócrates lo practicaba. El Symposion [Simposio], diálogo de Platón, considerada como una de las obras más grandes del mundo en cuanto al amor, se ocupa del amor antinatural y no del natural. Catorce de los quince primeros emperadores romanos practicaban asimismo el vicio antinatural.
En aquel tiempo, precisamente, el emperador era Nerón, quien había hecho castrar a un muchacho llamado Esporo y luego se había casado con él con una ceremonia matrimonial. Después lo había llevado a su palacio en procesión y allí vivía con él como esposa[ … ]
En cuanto a este vicio particular, en los tiempos de la Iglesia primitiva el mundo no tenía ninguna vergüenza, y apenas cabe duda de que fuera esa una de las principales causas de su degeneración y del derrumbamiento final de la civilización que habían levantado.
Liberación de la esclavitud homosexual
El apóstol comienza 1 Corintios 6.11 con las palabras: «Y esto erais algunos». Findlay dice que «kaì tauta tines, etcétera, significa “y estas cosas erais, algunos (de vosotros)”. El neutro tauta es despectivo: “Esta abominación” erais algunos de vosotros».20 Ellicott traduce dichas palabras por «de tal descripción erais algunos».21
Pablo antecede las malas noticias a las buenas, al revelar seguidamente el quíntuple poder transformador de Dios que hace a estas personas libres de la esclavitud de esos terribles pecados de los versículos 9 y 10.
Primeramente, el apóstol expresa: «Ya habéis sido lavados». Y Matthew Henry interpreta este lavamiento como refiriéndose a «la sangre de Cristo y al lavamiento de la regeneración, (el cual) puede quitar toda culpa e inmundicia».22 Leon Morris, por su parte, coincide con esto diciendo que aunque muchos comentaristas ven aquí una referencia al bautismo, no hay nada en el contexto que indique tal relación. Y escribe:23
El verbo apeloúsasthe[ … ] está en voz media, con una fuerza parecida a «te lavaste» (como en Hechos 22.16)[ … ] La palabra puede indicar el tipo de lavamiento que vemos en Apocalipsis 1.5: «Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre». El prefijo apó apunta a una limpieza completa de los pecados. El tiempo es pretérito y el aoristo se refiere a una acción conclusa.
En segundo y tercer lugar, Pablo dice: «Ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados».
Mathew Henry llama a esto «un cambio retórico del orden natural» entre justificación y santificación. Volveré a este punto un poco más adelante.24
En cuarto y quinto lugar, el apóstol expresa que su santificación y justificación la recibieron «en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios».
El uso de «el nombre» en los tiempos bíblicos era mucho más complejo que en el mundo occidental moderno. Puede constituirse en un concepto de difícil comprensión. W. C. Kaiser hijo, necesita siete páginas de la Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible [Enciclopedia gráfica de la Biblia], a doble columna, para explicar su utilización en la Escritura y la cultura del mundo bíblico.25
Tal vez por el momento baste con el breve comentario que hace Morris acerca del nombre de Jesús y del Espíritu Santo. Examinaremos el concepto bíblico del nombre en nuestro estudio de Hechos.26
El nombre nos sugiere todo aquello que va implícito en el carácter del Señor, mientras que el título completo, el Señor Jesús, destaca la dignidad de Aquel a quien servimos. A esto va unido el Espíritu de nuestro Dios, quien nos es dado como un poder manifiesto en la vida cristiana, que no es humano, sino divino.
Resulta curioso que esta referencia siga a la de la santificación. Tal vez Pablo creyera que esta última requería un énfasis especial[ … ] El Dios que los ha justificado les proporcionará, con toda certeza, el poder para llevar a cabo su santificación.
El comentario que hace Matthew Henry al respecto resulta inspirador.27
Se menciona la santificación antes que la justificación — dice y sin embargo el nombre de Cristo, por el cual somos justificados, aparece antes que el Espíritu de Dios que nos santifica. Nuestra justificación se debe a los méritos de Cristo y nuestra santificación a la operación del Espíritu, sin embargo ambas cosas van juntas. Observe que nadie es limpio de la culpabilidad del pecado salvo aquellos que son también santificados por el Espíritu. Todos los que han sido constituidos justos a los ojos de Dios, son también hechos santos por su gracia.
Así que hay esperanza para el homosexual. Aunque la homosexualidad ejerza un terrible poder incapacitador sobre la vida de innumerables hombres y mujeres, la potencia justificadora, santificadora y transformadora del nombre del Señor Jesús y del Espíritu de nuestro Dios es mayor. Concluyo este punto con una hermosa y extensa cita de William Barclay:28
La prueba del cristianismo residía en su poder. Podía tomar a la escoria de la humanidad y hacer de ella hombres. Podía tomar a hombres desvergonzados y hacer de ellos hijos de Dios.
Existe el más absoluto contraste entre la literatura pagana y los escritos cristianos de aquella época. Séneca, contemporáneo de Pablo, exclama que lo que los hombres quieren es «una mano que se tienda para levantarlos». «Los hombres —afirma el sabio— están abrumadoramente conscientes de su debilidad en cuanto a cosas necesarias». «Los hombres aman sus vicios –dice Séneca con una especie de desesperación— al mismo tiempo que los aborrecen». Se miraba a sí mismo y se llamaba homo non tolerabilis: hombre intolerable. En aquel mundo consciente de la marea de decadencia que nada podía detener, entró el poder absolutamente radiante del cristianismo, que fue en efecto capaz de triunfar y hacer nuevas todas las cosas.
Aun sin minimizar el increíble poder esclavizante de la homosexualidad y de las fantasías homosexuales, quiero afirmar enfáticamente que el poder de Dios está disponible para todos los homosexuales practicantes y aquellos que se ven asediados por este tipo de lascivia. El Dios que convirtió en nuevas criaturas a los homosexuales del tiempo de Pablo todavía sigue regenerando en nuestros días (2 Corintios 5.17).
Un ejemplo moderno
Una íntima amiga mía recibió a Cristo cuando era lesbiana practicante. Formaba parte de la cultura callejera que caracterizó a Hollywood durante los años sesenta y había permanecido fiel a su amante durante cinco años. Este es el relato que me hizo de su conversión y de cómo fue sanada gradualmente su sexualidad.
«Un grupo de cristianos estaba testificando cerca de la esquina de Hollywood y Vine, y mientras predicaban el evangelio empecé a anhelar un conocimiento de Dios como el que ellos tenían. Por primera vez en mi vida comprendí que Dios me amaba. Estaba emocionada. Dios me amaba incluso a mí; Jesús me quería tanto que había dado su vida en la cruz por mí, por mí personalmente.
»Recibí a Cristo en el acto y volví a casa llena de paz. Sentía un gran gozo y la realidad de su amor por mí. Como a la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8.1–11), no me condenaba, sino que me otorgaba su perdón. A mí iban dirigidas aquellas palabras: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.
»La gente que me había llevado a Cristo no sabía de mi pareja lesbiana. Nada dijeron en cuanto a la homosexualidad. Sin embargo, mientras volvía a casa, Dios habló a mi corazón. Supe que aquella unión era inaceptable para él y que tendría que romperla si quería vivir en su reino. Aunque fue una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer en mi vida, hice lo que sabía que era la voluntad de Dios. Mi compañera no comprendió, se le partió el corazón, y a pesar de que a mí me sucedía lo mismo me fui.
»Me uní al grupo de jóvenes que me había traído el evangelio, pasado el tiempo pude hablarles de mi problema homosexual. Se convirtieron en mi familia y mi grupo de apoyo. No habría sobrevivido sin su ayuda. Me enseñaron la Palabra de Dios y cómo orar y testificar de mi Salvador.
»Durante casi tres años pasé por una tempestad emocional. No conocía cuán fuertes eran en mi mente, cuerpo, imaginación y en mi mismo ser las emociones homosexuales. Algunas veces no sabía si podría soportarlo; pero, con la gracia del Señor, lo hice.
»Me abstuve de toda relación sexual. Si el anhelo me invadía, clamaba al Señor pidiéndole su fuerza, a lo cual me respondía. También compartía mis luchas con mi grupo de apoyo cuando las tentaciones se hacían casi insoportables.
»Poco a poco Dios empezó a cambiar mi orientación sexual. Esto significaba que tendría que transformarme por completo, sobre todo en el terreno emocional. Nuestra sexualidad está tan entretejida con las emociones, la imagen que tenemos de nosotros mismos, nuestra mente, nuestra voluntad, que dicha transformación llegó hasta la misma raíz de mi personalidad.
»Comprendí que mi orientación sexual no era biológica en su origen, sino ambiental, emocional y consecuencia de malas decisiones que había tomado a lo largo de un período de tiempo. Por la gracia de Dios me di cuenta de que podía cambiar para responder sexualmente a los hombres y no a las mujeres. El cambio pareció pasar por tres etapas que se solapaban entre sí.
»Primeramente empecé a ver a las mujeres de un modo distinto: eran mis hermanas, no mis amantes. Y poco a poco fui perdiendo mi impulso sexual hacia ellas.
»Luego, por primera vez, comencé a “percibir” a los hombres de una manera nueva. Algunos de los hermanos eran tan encantadores, como hombres y como amigos íntimos, que empecé a perder la orientación negativa hacia los varones causada por aquellos que había conocido anteriormente.
»Por último fui sintiéndome poco a poco atraída sexualmente hacia los hombres. Aquello era un milagro. Antes, el pensamiento de mantener una relación sexual con un varón era tan repugnante para mí como para un hombre o una mujer heterosexual hacerlo con alguien de su mismo sexo.
»No es que fantaseara con tener relaciones sexuales con cada hombre atractivo que conocía. Eso también hubiera sido pecado. Pero ahora podía aceptar la idea de casarme algún día con un buen cristiano, y comencé a esperar con interés, como lo haría cualquier mujer “normal”, aquella posibilidad.
»Cuando se inició este cambio, supe que era verdaderamente una nueva criatura en Cristo. El pecado me degradó hasta convertirme en algo que deshonraba a Dios, pero Él me devolvió mi feminidad, y le amo con todo el corazón por ello».
Pocos homosexuales practicantes son liberados súbitamente de su aberración sexual, prometerles que eso sucederá es engañarles. La liberación instantánea en este terreno no tiene base bíblica y es contraria a los dos mil años de experiencia de la iglesia.
Sin embargo hay excepciones a ello, sobre todo cuando en el problema existe una participación demoníaca directa. No obstante, incluso si el homosexual está endemoniado y se expulsan de su vida espíritus de homosexualidad, la restauración de su orientación sexual es por lo general un proceso, no el resultado de unas pocas sesiones de liberación.
Un aspecto importante que destacaba en su testimonio mi querida hermana, es la necesidad que la persona tiene de un grupo de apoyo para conseguir que se rompa la adicción a la homosexualidad en su vida.29«La adicción prospera con el aislamiento —dice un antiguo homosexual— pero si establecemos un sistema de apoyo personal y aceptamos la gracia de Cristo, el poder de cualquier adicción de debilitará, incluso el de la homosexualidad».30
Después de su transformación sexual, mi renacida hermana en Cristo vivió durante varios años como una joven piadosa, y con el tiempo algo asombroso sucedió. Mientras participaba activamente en un ministerio hacia gente con problemas emocionales, un apuesto cristiano entró a formar parte de su equipo, y hace algunos años se casaron. Ahora tienen varios niños preciosos. Ambos siguen siendo utilizados por el Señor para ministrar a personas necesitadas.¡Qué maravillosa recompensa para la obediencia fiel!
1 1.     Ronald Y. K. Fung, The Epistle to the Galatians, NICNT, Eerdmans, Gran Rapids, MI, 1989, p. 255.
2 2.     William E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, Londres1953, 4:166–167.
3 3.     John White, Eros y el pecado sexual, Ediciones Certeza, Buenos Aires, Argentina, 1980.
4 4.     Walter C. Kaiser, Toward Old Testament Ethics , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1983, p. 118.
5 5.     White, p. 94.
6 6.     Estamos presenciando algunos intentos de aprobar la homosexualidad sobre la base de que es causada, primordialmente, por las funciones cerebrales. Así que se trataría de un comportamiento con raíz biológica y no aprendido. Sin embargo, el hecho de que algunos homosexuales de toda la vida presenten en ocasiones formas cerebrales poco corrientes, no demuestra que la homosexualidad constituya un patrón sexual determinado biológicamente. Igual de posible es que esas formas cerebrales (si es que realmente existen) sean el resultado de un abuso homosexual intenso, continuo y de larga duración.
7 7.     Time (31 de octubre, 1969). Aunque me gustaría poder citar un artículo más moderno, su análisis de la homosexualidad en los EE.UU. no ha sido superado y sus conclusiones son sustentadas todavía por muchos consejeros seculares que trabajan con homosexuales. Ya que fue escrito por inconversos, no estaremos de acuerdo con todas las conclusiones éticas a las que llega, al no estar basadas en una moral cristiana sino en la ética de situación.
8 8.     White, pp. 103–139.
9 9.     E. M. Yamauchy, «Fertility Cults», en ZPEB 2:531 y 532.
10 10.     Kaiser, pp. 195–199; véase R. L. Alden, «Sodom» en ZPEB 5:466–468.
11 11.     Rdo. John McClintock y James Strong, Encyclopedia of Biblical, Theological and Ecclesiastical Literature Harper and Brother Publishers, Nueva York, 1891, 9:857 y 858.
12 12.     Charles John Ellicott, A Bible Commentary for English Readers , Cassell and Company, Nueva York, 1954, 7:304.
13 13.     Vine 2:19.
14 14.     G. G. Findlay en W. Robertson Nicoll, The Expositor’s Greek New Testament, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 2:817.
15 15.     F. W. Grosheide, The First Epistle to the Corinthians, NICNT , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1976 p. 140.
16 16.     White, pp. 98 y 99.
17 17.     En la Reina-Valera de 1960, «los que se echan con varones». (N. del T.)
18 18.     William Barclay, First Corinthians, Westminster, (Filadelfia, 1958–60, p. 58.
19 19.     Barclay, p. 60.
20 20.     Findlay, p. 817.
21 21.     Ellicott, p. 304.
22 22.     Matthew Henry, Matthew Henry’s Commentary on the Whole Bible , Revell, Nueva York, 1935, 6:533.
23 23.     Leon Morris, I Corinthians , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1983b, pp. 97 y 98.
24 24.     Henry, 6:533.
25 25.     W. C. Kaiser, hijo, «Name» en ZPEB 4:360–366.
26 26.     Morris, p. 98.
27 27.     Henry, pp. 533 y 534.
28 28.     Barclay, pp. 60–62. Es bueno recordar esto cuando entre los evangélicos de nuestros días ha surgido un nuevo interés en el poder milagroso de Dios. Aunque el extremismo es algo real, parte de la oposición evangélica a este énfasis en el poder es completamente infundada desde una perspectiva escritural y de experiencia cristiana contemporánea (véase Murphy, Spiritual Gifts and the Great Commission, 1975, pp. 100–129; Wm. Carey).
29 29.     Adicción es un término cuidadosamente escogido. El diccionario lo define como “el estado en el cual uno se encuentra entregado o rendido a algo de un modo habitual u obsesivo”. Un antiguo homosexual expresa: “Las adicciones (y la homosexualidad es una de ellas) son degenerativas, cánceres morales. La adicción produce dolor, de modo que la intensidad de aquello a lo que se es adicto debe aumentarse para seguir amortiguando el mismo[ … ] Las adicciones producen frustración y soledad[ … ] Tal es la adicción a la homosexualidad[ … ] . dolor[ … ] frustración y soledad. (Bob Gentles, ”Road Back Home from Homosexuality", The Forum [octubre de 1990]).
30 30.     Gentles, p. 5.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

19
La homosexualidad y el ministerio actual
La guerra contra la homosexualidad es una de las dimensiones más preocupantes del conflicto espiritual que afecta hoy en día a la iglesia. El denominado Movimiento de Liberación Homosexual ha pasado a primer plano como una fuerza sociopolítica organizada que trata de imponer a la sociedad y a la iglesia la aceptación de una homosexualidad declarada.
Como creyentes tenemos que ser justos con los homosexuales y reconocer que su movimiento no los representa en su totalidad. Aunque sería casi imposible obtener cifras exactas, es muy posible que haya muchos más homosexuales que se niegan a participar en este movimiento corrupto que los que lo integran.
La mayoría de los homosexuales o de las personas que luchan con deseos sexuales invertidos, no tienen interés en hacer gala de su orientación sexual ante los medios de comunicación o las masas. No se sienten más interesados en desfilar por la calle principal medio desnudos y cometiendo actos sexuales vergonzosos en público que los heterosexuales. De manera que hay gente que merece nuestro amor, nuestra compasión y nuestro testimonio cristiano benévolo pero firme.
Por otro lado, dicho movimiento no es generalmente una influencia beneficiosa para los confusos homosexuales: se trata de un movimiento demoníaco. Aunque no afirmo que todos los miembros del movimiento tengan demonios, en muchos casos así es. Tampoco digo que todos ellos sean mala gente, aunque hay muchos que sí. Y algunos de sus dirigentes tal vez no estén plenamente comprometidos con el mal moral desenfrenado, pero muchos lo están.
Por último, tampoco niego que algunos miembros de ese movimiento sean personas solícitas, amables y compasivas. Tal vez en muchos casos así sea, pero no en todos.
Lo que sí afirmo es que todos son pecadores, cuya dañada sexualidad se ha convertido casi por completo en el punto central de su vida. Son esclavos de sus instintos desviados del mismo modo que los nazis lo eran de su perversión étnica, la cual les hacía considerarse una raza superior. Todo esto es muestra de manipulación por parte de las fuerzas demoníacas.
Ronald Fung hace sus comentarios acerca del último de los tres pecados morales mencionados por Pablo en Gálatas 5.19. Y ya que hay siempre cierta coincidencia cuando se describen los cuatro grupos de pecados, y como sus palabras son muy apropiadas para la inmoralidad sexual desenfrenada, característica del Movimiento de Liberación Homosexual, las aplico al tema que nos ocupa. Fung dice lo siguiente:
El pecado de «indecencia» [como traducen algunas versiones] puede representar y acercarse a la «fornicación» y a la «impureza» [o «inmundicia»], pues se trata del vicio paseado con flagrante desvergüenza e insolencia, sin respeto hacia uno mismo, ni consideración por los derechos y sentimientos de los demás o la decencia pública. Es por esto, precisamente, por lo que … la indecencia es algo tan terrible. Constituye el comportamiento de una personalidad que ha perdido aquello que debería ser su mayor defensa: el respeto hacia su propia persona y su sentido del pudor.1
¡Qué fiel retrato de la imagen pública de los organizadores del día de los derechos de los homosexuales y de los desfiles por los que tratan de comunicar al mundo sus aspiraciones!
Vivo en San José, California, sólo a 65 kilómetros de San Francisco, la «Ciudad al Borde de la Bahía». San Francisco es físicamente una de las ciudades más encantadoras del mundo. Situada a orillas de la bahía que lleva su nombre, en la desembocadura del imponente río Sacramento, y rodeada de preciosas y verdes montañas, cuenta con dos de los puentes más espectaculares que existen: el grandioso Golden Gate y el espléndido Bay Bridge. La belleza de su horizonte, tanto de día como de noche, va más allá de toda descripción.
Sin embargo, esta joya de ciudad se ha convertido por desgracia en una de las capitales mundiales de la liberación homosexual. No sólo algunos de los funcionarios públicos de San Francisco hacen gala de su homosexualidad ante el mundo, sino que el día de los derechos de los homosexuales, con su celebración y desfile anual, se ha convertido en una de las exhibiciones sexuales más repugnantes de los Estados Unidos.
El desfile anual, con su semidesnudez y sus bailes sensuales callejeros ante las cámaras de televisión, le recuerda a uno a la Sodoma de Génesis 19. La perversidad de sus manifestaciones sexuales es tan repulsiva que una persona sensible no puede contemplarla sin sentirse física y emocionalmente enferma, y también triste y airado en lo espiritual.
Si los heterosexuales hicieran en público y por la televisión nacional algunas de las perversidades que realizan los homosexuales durante esa fecha, tal vez serían arrestados. Pero debido a que esta minoría descarada y sin pudor está tan afianzada en la cultura de San Francisco, las autoridades temen su ira. Así que se les permite violar el sentido público de la decencia sin miedo a serias represalias.
La mayoría del liderazgo y de los miembros del Movimiento de Liberación Homosexual parecen ser personas que han perdido el «respeto hacia sí mismos», el «sentido del pudor» y toda «consideración por los derechos y los sentimientos de los demás», como señalaba Fung. Semejante movimiento, sea cual sea la «causa» de su lucha, debe rechazarse.
Sin embargo, sus miembros individuales son todavía objeto del amor de Dios y por lo tanto deben serlo también del nuestro. Debemos odiar aquello que representan sin odiarlos a ellos como personas.2
Todos son víctimas de una guerra espiritual de múltiples dimensiones. Están esclavizados por los deseos de la carne. Son arrastrados por el mundo que, confuso como está acerca del bien y el mal, los apoya, aplaude su expresión de libertad sexual y alienta su ignominia.
Sin embargo, todos son controlados por el diablo. Los demonios de perversión sexual, rebeldía, ignominia, autoaborrecimiento, amargura y enfermedad pululan dentro y alrededor de ese movimiento inspirando alegremente a sus miembros vicios todavía más flagrantes y destructivos para ellos mismos. Ni siquiera la extendida angustia de muerte que produce el SIDA los detiene en su loca carrera hacia la autodestrucción.
El presente movimiento homosexual está haciendo un esfuerzo tremendo por infiltrar nuestras iglesias, e incluso el pastorado. Sus blancos son las iglesias evangélicas conservadoras. Este es uno de los temas más graves a los que se enfrenta la iglesia hoy en día.
Mientras escribo esto, la Convención Bautista del Sur, la mayor denominación protestante de los EE.UU., acaba de triunfar en contra de los intentos de algunos de sus líderes para que admitan cristianos homosexuales en el ministerio. ¡Tres hurras por los bautistas del Sur!
A los episcopales, en cambio, no les ha ido tan bien. En 1990 admitieron al ministerio a una lesbiana practicante. En una entrevista televisiva emitida en junio de 1991, el presidente George Bush, episcopal y obviamente también un creyente sincero, expresaba su oposición a este paso. ¡Tres hurras por el presidente Bush! ¡Qué lástima de los obispos episcopales que ordenaron a esa mujer!
En el momento de escribir este libro (1991), la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos va a decidir por fin, después de muchos años de controversia, si admite o no los matrimonios homosexuales y la ordenación de invertidos al ministerio.
Es digna de encomio la Iglesia Luterana Evangélica de América por su valor al expulsar de su comunión a dos iglesias de San Francisco que, en 1990, desafiaron las normas denominacionales al ordenar al ministerio pastoral a tres homosexuales practicantes. El Rvdo. Joseph Wagner, director ejecutivo del Departamento de Ministerio de la denominación dijo que ésta discrepa de aquellos que argumentan que la ordenación de homosexuales es un asunto de derechos civiles.
Wagner hace una excelente distinción entre los derechos civiles y la responsabilidad <%1>a la hora de ordenar. En el número del San Jose Mercury News correspondiente al 10 de enero de 1991, expresa: «Esta iglesia<%1> defiende los derechos civiles de todas las personas. Pero la ordenación no es un derecho civil, sino un privilegio otorgado por la Iglesia<%1> a aquellos que cumplen los requisitos estipulados». ¡Excelente razonamiento!
Tal vez uno de los mejores resúmenes de la campaña organizada por ciertos «cristianos» homosexua<%1>l<%1>es para conseguir su plena aceptación como miembros y pastores de las distintas iglesia<%1>s sea el aparecido en un número de Pastoral Renewal.3 Aunque de ello hace ya casi <%-1>diez años, lo dicho entonces está aún vigente. El artículo principal del número corresp<%1>ondiente a abril de 1981 de la mencionada revista se titulaba: «Christian Men and Homosex<%1>ual<%1> Desires» (Los hombres cristianos y los deseos homosexual<%1>es), y una afirmación de este excelente artículo era referente a la posible dimensión demoníaca de las ataduras homosexual<%1>es, un tema que consideraremos posteriormente en nuestro estudio.
Es importante, decía el artículo, orar con el hombre [homosexual]. Y en particular por su liberación de la influencia de espíritus malos. Satanás está muy activo en este terreno. La liberación, por lo general, no produce un cambio en los deseos, pero ayuda al hombre que la experimenta a no ser dominado por ellos.
Ahora debemos dejar atrás la repulsa al Movimiento de Liberación Homosexual y volver con compasión a aquellos que luchan contra los deseos homosexuales o han caído en experiencias de ese tipo.
Aunque la iglesia se emociona con el testimonio de adúlteros, ladrones e incluso asesinos que se convierten a Cristo, cuando un homosexual sale a la luz a menudo la reacción no es la misma. Quiera Dios que aprendamos a amar a los homosexuales con el amor de Jesús: un amor comprensivo y compasivo dirigido a pecadores como todos nosotros.
Debo repetir que no todos los que han estado o están mezclados en la homosexualidad son necesariamente homosexuales. El Dr. John White destaca esto en su franca confesión acerca de sus propias experiencias homosexuales cuando era niño. La fijación homosexual que resultó de ellas le acompañó durante años; sin embargo, jamás fue homosexual, como tampoco lo son muchas personas que participan en esa clase de actividades durante la niñez o juventud.
Por lo general, dichas personas fueron introducidas a tales prácticas por adultos respetados o por amigos con los cuales experimentaban sexualmente. Con frecuencia esos individuos tienen temor de ser homosexuales o bisexuales cuando no lo son.
Hace poco mi esposa y yo aconsejamos a una joven encantadora que se preparaba para ir al campo misionero y sentía mucha inquietud acerca de una breve relación homosexual que había tenido hacía poco tiempo. La joven se encontraba trabajando en un puesto misionero de ultramar, y un descuidado administrador de la misión le había asignado una tarea de oficina que superaba su capacidad o su experiencia. Por lo tanto, ella trabajaba desde el alba hasta la caída de la noche, luchando fielmente por cumplir con sus responsabilidades. Pronto quedó física y emocionalmente exhausta, y empezó a sentirse sola y muy vulnerable.
Una mujer mayor de la misión que trabajaba con ella solía ir a su habitación durante las primeras horas de la noche, cabe suponer que para animarla en cuanto a su difícil tarea, y pronto aquella mujer empezó a tomarla de la mano y a abrazarla presumiblemente preocupada por su bienestar. Al principio la joven no sabía lo que sucedía, pero cuando los abrazos se volvieron cada vez más sensuales, intentó rechazar las proposiciones de la otra mujer.
Cierta noche estaba tan fatigada, confusa y emocionalmente alterada por su difícil labor que no resistió a las caricias de su acompañante. Antes de poder darse cuenta de lo que pasaba se encontró realizando un acto homosexual. Sabía que aquello estaba mal, pero una vez exitada sexualmente ya no hubo vuelta atrás. Tenía demasiada necesidad de amor tierno y cariñoso como para frenarlo.
Aquello continuó sucediendo cada noche durante algún tiempo, hasta que un día la joven partió de la base misionera para descansar y reflexionar. Con horror y vergüenza «volvió en sí», según sus propias palabras, y comprendió la perversidad de la relación en la que estaba involucrada según el punto de vista de Dios. Confesó su pecado y se arrepintió delante del Señor con lágrimas en los ojos y volvió a consagrar su vida, su cuerpo y todos sus miembros —incluyendo su sexualidad— al señorío de Cristo.
La vergüenza y el asco hacia sí misma la abrumaban, de modo que fue a ver a la otra mujer y le dijo que se mantuviera alejada de ella. Cuando se negó e insistió en continuar la relación, la joven no tuvo más remedio que acudir a uno de los líderes de la organización misionera, confesar su pecado y pedir protección de aquella agresiva mujer.
Esta última fue expulsada de la misión y la joven la abandonó por voluntad propia, pues no se sentía apta para seguir como misionera. Las cicatrices emocionales y la vergüenza continuaron haciéndola sufrir durante algún tiempo, hasta que el Señor se encontró con ella de una forma maravillosa y le aseguró que estaba perdonada.
Con el tiempo la joven solicitó el ingreso en otra misión como misionera a tiempo completo, y sintió que debía poner a sus jefes en antecedentes de su pecado y confiar en Dios para el futuro. Uno de los directores de la misión, que sabía de mi ministerio con personas atribuladas, me pidió que hablara con ella. Pedí permiso para que mi mujer fuera conmigo y me lo concedieron.
No fue difícil comprobar que la joven no era homosexual. En realidad se sentía atraída de una forma natural por los hombres y la repelía incluso el recuerdo de su breve relación homosexual. Se trataba de una encantadora cristiana llena del Espíritu y deseosa de agradar al Señor que, aunque oraba para que algún día Dios mandase a su vida a un hombre piadoso, había aceptado su celibato al momento. Como fuera, la joven había aprendido importantes lecciones gracias a su experiencia pasada.
Esto sucedió hace varios años y ahora progresa como misionera célibe. Forma parte de un sólido grupo de apoyo en el que algunas de sus necesidades de amor y amistad están satisfechas. El hecho de haber quedado atrapada en una breve relación homosexual con una mujer mayor agresiva no la convirtió en homosexual. Y lo mismo sucede con otras muchas personas que han caído en la misma trampa.
Si el lector compasivo quiere conocer aun con mayor profundidad la lucha que puede experimentar un cristiano homosexual hasta encontrar la restauración en Cristo, lea el sorprendente relato de Don Baker, publicado en 1985, Beyond Rejection: The Church, Homosexuality and Hope [Detrás del rechazo, la Iglesia: esperanza para la homosexualidad]. Para dar una idea más clara de lo que trata dicho libro, cito directamente de su prefacio:
«Los homosexuales no pueden cambiar».
Esta es una mentira que ha impregnado nuestra sociedad y que muchas iglesias aceptan como un hecho. Pero lo más trágico de todo es que muchos cristianos que luchan con la homosexualidad la han recibido también como algo real.
Sin embargo, el núcleo del evangelio es la esperanza de vida nueva para todos los que la buscan, incluso para los homosexuales. Esta es la historia de cómo un hombre consiguió adoptar esa nueva forma de vida.4
Frank Worthen, director de Love in Action [Amor en acción] y autor de este prefacio, describe la historia que cuenta el libro como un relato de increíble desaliento y derrota, de una esposa amante aferrada a la esperanza, de amigos que se sacrifican y, finalmente, de «un hombre sacado de una enmarañada red de pecado por el poder y la gracia de Dios. Ojalá este libro –añade– sea un faro de esperanza para los miles de hombres y mujeres que han sido derrotados por la homosexualidad, pero que saben en su fuero interno que Jesucristo puede liberarlos».5
Por desgracia, los instintos homosexuales se cuentan entre aquellos peor comprendidos y tolerados por la iglesia.
Ella tiene que amar a los menos queridos. Sin embargo, a los ojos de muchos creyentes, los homosexuales (y los que abusan de los niños) deben ser detestados. Esta actitud deleita a Satanás y a sus espíritus malos. Durante años éstos han dicho a las personas dañadas que luchan con problemas de homosexualidad que la iglesia los aborrece y no los recibirá. Su trabajo no es en absoluto difícil. Muchos cristianos se convierten en sus ingenuos aliados, al repetir como loros la mentira del diablo de que los homosexuales deben ser objeto de burla y de rechazo.
En octubre de 1962, la revista Eternity [Eternidad] publicó un artículo titulado «Homosexuality» [La homosexualidad], del Dr. Lars I. Granberg, Profesor de sic<%-1>ología y sicólogo clínico en Hope College. El tema era tan polémico que a los editores sólo les faltó pedir perdón por haberlo publicado.6
Hace varios meses –escribieron– un joven cristiano nos mandó una carta donde hablaba de su problema de homosexualidad. Poco tiempo después, otro nos escribió sobre el mismo tema. Y más tarde todavía, un misionero que luchaba con este problema se dirigió también a nosotros.
Poco a poco nos fuimos dando cuenta que se trataba de un problema más extendido de lo que nosotros habíamos imaginado … Nos habíamos refrenado durante algún tiempo de abordar la cuestión, e incluso ahora somos conscientes de que se nos acusará de sensacionalismo o de crudeza al hacerlo. Sin embargo, el problema de la homosexualidad –incluso en círculos evangélicos– no puede negarse.
Aunque la receptividad de los creyentes y los líderes cristianos al tema de la homosexualidad ciertamente ha progresado bastante desde 1962, todavía nos queda mucho camino por andar. Como consecuencia de ello miles de homosexuales sin iglesia evitan nuestras congregaciones evangélicas como si fueran la peste y los creyentes con tendencias confusas a la homosexualidad permanecen encerrados en sus prisiones de culpabilidad e impotencia al no saber a dónde acudir en busca de ayuda.
Aunque sería inexacto afirmar, como han hecho algunos hermanos, que todos los homosexuales practicantes están endemoniados, la actividad demoníaca en el movimiento homosexual es muy fuerte.7 Muchos individuos homosexuales son afligidos por demonios y algunos gravemente, incluso entre los cristianos. Todos tienen una necesidad desesperada de encontrar esa libertad completa que es su herencia en Cristo. Quiera Dios que seamos fieles en cuanto a amarlos con el amor de Jesús, ganar su confianza y guiarles a Cristo, para después ayudarles a encontrar grupos de apoyo dentro de nuestras iglesias.

1 1.     Ronald Y. K. Fung, The Epistle to the Galatians , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1989, p. 255.
2 2.     El psiquiatra cristiano Dr. M. Scott Peck, admite en su excelente libro People of the Lie que «a los malos es fácil odiarlos», y luego nos recuerda la advertencia de San Agustín de que debemos «odiar el pecado, pero no al pecador» (M. Scott Peck, People of the Lie , Simon and Schuster, Nueva York, 1983], p. 9).
3 3.     Fung, pp. 255 y 256.
4 4.     Don Baker, Beyond Rejection: The Church, Homosexuality and Hope , Multnomah, Portland, OR, 1985, p. 3.
5
5.     Para las personas que luchan con la homosexualidad o están interesadas en saber dónde buscar ayuda para amigos suyos que la practican, enumero algunas organizaciones cristianas excelentes especializadas en socorrerlos. Aunque probablemente habrá muchos otros grupos, estos son los que conozco mejor:
Love in Action
P. O. Box 2655 l,
San Rafael, CA 94912
Estados Unidos
Metanoia Ministries
P. O. Box 33039
Seattle, WA 98133
Estados Unidos
LIFE Ministries
P. O. Box 353
Nueva York, NY 10185
Estados Unidos
Homosexuals Anonymous
c/o Guest Learning Center
P. O. Box 7881
Reading, PA 19603
Estados Unidos
6 6.     Eternity (Octubre de 1962), p. 22.
7
7.     Los homosexuales practicantes parecen tener más tendencia a la demonización que otros que luchan con el pecado sexual. Tal vez sea porque la homosexualidad es completamente contraria a la sexualidad humana como Dios la creó. También el apóstol Pablo la destaca como una expresión única de la rebelión del hombre contra Dios como Creador y Padre, junto con la idolatría (Romanos 1.18–28).
A menudo hay poderosas entidades demoníacas vinculadas a las ataduras homosexuales, que hacen las mismas todavía más fuertes. Más adelante daré un ejemplo de un líder cristiano habitado por demonios de homosexualidad. He tratado muchos casos de creyentes demonizados por esta clase de espíritus.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

20
Autosexualidad
La inmundicia o impureza abarca no sólo la práctica de la homosexualidad, sino también aquella de la autoestimulación conocida igualmente como masturbación.1 El diccionario define la masturbación como la «estimulación de los órganos genitales hasta el orgasmo, llevada a cabo mediante contacto manual o corporal de otro tipo excluyendo el coito». Quizás esta u otra definición parecida contaría con la aceptación general de los médicos y los consejeros. Dicha práctica, por lo tanto, consistiría en producir el orgasmo por cualquier otro medio que no fuera la cópula sexual.
Hacia una definición práctica
Sin embargo, a mí esta definición amplia me causa problemas. Por eso prefiero el término más limitado de la «autoestimulación sexual», que enfatiza la propia gratificación, una forma de narcisismo. Se trata de una actividad sexual totalmente egoísta, llevada a cabo mediante la autoexcitación, hasta conseguir el orgasmo. También me gusta la palabra que emplea Norman L. Geisler: «autosexualidad».2
La definición dada por el diccionario implicaría que casi todas las parejas casadas practican la masturbación en diferentes momentos de su vida marital, cuando el coito completo no es posible o aconsejable para uno de los cónyuges por distintas razones. También significaría que algunos matrimonios utilizan con regularidad la masturbación, particularmente aquellas mujeres que no pueden alcanzar el orgasmo sin un estímulo manual de su marido. A menudo, cuando se da esta situación ya hay suficiente trauma personal como para añadir la idea de que se está practicando la masturbación.
El sicólogo Earl D. Wilson reconoce esta realidad en el excelente capítulo sobre la masturbación de su libro Sexual Sanity [Sanidad sexual], una obra de gran utilidad.3 Wilson escribe: «Para algunas parejas, la masturbación es necesaria a fin de alcanzar el máximo ajuste sexual».
Cuando aconsejo a matrimonios que tienen esta clase de problema personal, jamás utilizo la palabra masturbación para referirme a lo que ellos hacen. Prefiero llamarlo «estimulación manual». A pesar de que vivimos en una era de supuesta liberación sexual, entre los cristianos sensibles todavía hay un sentido de vergüenza conectado con la palabra «masturbación». El amontonar vergüenza sobre un hombre o una mujer ya angustiados es injusto e imprudente.
La definición que hago de masturbación es, por lo tanto, la práctica de la autoestimulación hasta alcanzar el orgasmo por los medios que sean.4 El centro de atención se halla en esa estimulación. Es una forma de autoerotismo que conlleva la preocupación con los propios órganos sexuales y el orgasmo. La mayoría de los autores cristianos que he leído tienen una opinión en cierto modo más flexible de la autosexualidad que la mía. Sin embargo reconocen muchos de los peligros que entraña.
El silencio de la Biblia
La Biblia no dice nada en absoluto acerca de esta práctica. Earl Wilson comenta acertadamente:5
La masturbación, como otros muchos temas de gran preocupación personal y social, no es ni condenada ni condonada en la Escritura. En realidad, no he podido encontrar ninguna declaración escritural directa acerca de ella. Los cristianos no siempre han sido sinceros en cuanto a este hecho y han tratado de dar la impresión de que sus opiniones sobre el tema estaban respaldadas por imperativos bíblicos. Este no es el caso.
Luego cita la interpretación tradicional católica de Génesis 38.8–10.6
Alcorn dice que a partir de dicho texto la masturbación comenzó a «llamarse onanismo por el supuesto hecho de un hombre llamado Onán». Sin embargo, un estudio de dicho pasaje no revela en absoluto ningún ejemplo de autosexualidad. Onán tuvo coito con la mujer del relato, pero al llegar al momento del orgasmo «vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano» (v. 9). Y sigue diciendo: «La cuestión fue la desobediencia de Onán al negarse a engendrar hijos para su difunto hermano, a lo cual estaba obligado por la ley y la lealtad familiar».7
Una apelación a los principios bíblicos
En casos como este en los que la Biblia guarda silencio, deberíamos guiarnos por los amplios principios escriturales referentes al sexo. La sexualidad es un don de Dios, no sólo necesario para la procreación, sino también como acto particular por el cual el hombre y la mujer se convierten en «una sola carne» de la manera más significativa. El coito es una especie de matrimonio, dice Geisler:8
Si se produce fuera de un compromiso de amor de por vida, es un «mal matrimonio»; de hecho constituye el pecado que la Biblia llama fornicación (cf. Gálatas 5.19; 1 Corintios 6.18). La primera referencia al matrimonio declara que el hombre y la mujer se convierten en «una sola carne» (Génesis 2.24), implicando que cuando dos cuerpos se unen hay matrimonio … El coito inicia un «matrimonio». Si no se entra en el mismo con un compromiso de amor de por vida, entonces constituye una unión perversa, un acto de fornicación.
Geisler considera que la autosexualidad es en general mala y la masturbación pecaminosa: «(1) cuando su único motivo es el mero placer biológico; (2) si la persona permite que se convierta en un hábito compulsivo; y/o (3) cuando dicho hábito es el resultado de sentimientos inferiores y produce sentimientos de culpabilidad». Continúa el autor con una importante afirmación: «La masturbación es pecaminosa cuando se realiza en conexión con imágenes pornográficas, ya que Jesús dijo que la lujuria tiene que ver con los intereses del corazón» (Mateo 5.28).9
Por último, escribe que la autosexualidad:
[ … ]puede ser correcta si se utiliza como un programa temporal y limitado de autocontrol a fin de evitar el pecado sexual antes del matrimonio. Si uno está comprometido a llevar una vida pura hasta el momento de casarse, puede ser permisible en ocasiones hacer uso de la autoestimulación sexual para aliviar la tensión. Siempre que no se convierta en un hábito o en un medio para satisfacer la lujuria personal, la masturbación no tiene por qué ser un acto inmoral (cf. 1 Corintios 7.5; 9.25) … La masturbación utilizada con moderación, sin lascivia, con el propósito de conservar la propia pureza no es inmoral.10
Problemas de la autosexualidad
Estoy de acuerdo con las primeras afirmaciones de Geisler acerca de los tres casos en los que la autosexualidad es mala. Sin embargo, tengo problemas con su autorización (y la de otros autores) en cuanto a la misma como alivio para la lujuria. Primero, ¿debe convertirse la autosexualidad en un esposo o una esposa suplente? Como toda persona con un matrimonio feliz sabe, cuando se entra en una vida de profunda realización sexual con el ser amado, resulta aún más difícil cortarla de repente a causa de la enfermedad, la separación forzosa o la muerte.
En segundo lugar, ¿es la autosexualidad la única forma de evitar la lujuria? ¿No hay otras maneras mucho más en consonancia con las Escrituras y que no implican riesgo, como sucede con la masturbación, de convertirse en un hábito? Earl Wilson y Randy Alcorn, aunque por lo general coinciden con Geisler, hacen algunas observaciones importantes que dan equilibrio al tema que nos ocupa. Wilson defiende el énfasis bíblico en el autocontrol al decir que si la autosexualidad fuera el camino a seguir, el apóstol Pablo lo diría en su enseñanza sobre el autodominio sexual en 1 Corintios 7.8–9. ¿Por qué no expresa el apóstol que si alguien no puede controlar su instinto sexual se masturbe? Esto es lo que muchos autores parecen estar diciendo. Wilson comenta al respecto:11
Hay una respuesta que parece evidente: la masturbación no es una forma de autocontrol, sino a menudo una falta del mismo. Las fantasías sexuales y la masturbación permiten a las personas entrar en una relación erótica con múltiples individuos, lo cual no parece compatible con la exhortación de Pablo a ejercer el dominio propio, como leíamos en 1 Corintios 6.12–13 … Nos engañamos a nosotros mismos cuando decimos que no podemos vivir sin la masturbación. Ese mismo aserto raya en la obsesión. Necesitamos reconocer que somos personas amantes del placer y que la masturbación es una forma de escoger el culto a éste antes que a Dios.
Wilson sigue diciendo que el segundo de los principales problemas en cuanto a la autosexualidad es su despersonalización, y cita el título del excelente capítulo de John White sobre el autoerotismo: «El sexo en una isla desierta». Su argumento completo contra la autosexualidad como un estilo de vida sexual legítimo, es que el sexo lo da Dios para contrarrestar la soledad humana («No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él», Génesis 2.18). La autosexualidad, en cambio, produce mayor soledad. Aquello que fue creado para unir de por vida a un hombre y una mujer, se utiliza erróneamente generando el peor tipo de soledad y aislamiento que pueda darse.12
Tus deseos sexuales están asociados con una necesidad más profunda: que alguien comparta tu isla y termine con tu soledad … La masturbación es estar solo en una isla. Frustra el mismo instinto que intenta gratificar.
Alcorn está de acuerdo con la línea general de pensamiento que siguen Wilson y White, y concluye su capítulo sobre la autosexualidad con dos asuntos importantes.13
El primero es que «la masturbación parece ser una parte natural del descubrimiento que el adolescente hace de sí mismo, particularmente los chicos». Y advierte a los padres cristianos que no deben alterarse si descubren a sus hijos adolescentes masturbándose; ni amenazarlos con que les producirá locura o algún tipo de desajuste físico o emocional posterior.
Y el segundo es que los individuos no deberían permitir que la autosexualidad se convirtiera en «el centro de su vida. Los sentimientos de culpabilidad, vergüenza y autoaborrecimiento, así como el resentimiento contra Dios por haber hecho del estímulo sexual una fuerza tan poderosa en la vida humana, pueden estropear la vida de un creyente», dice Alcorn.
Si hemos cometido pecado de autosexualidad, podemos ser perdonados. Si estamos atados a ese hábito, hay forma de salir de él. Como expresan todos los autores-consejeros mencionados: del mismo modo que uno elige masturbarse, puede también decidir dejar de hacerlo. Si la práctica es obsesiva y de mucho tiempo, tal vez el romper con ella implique una verdadera guerra espiritual; pero en Cristo podemos dejarla. Alcorn, Wilson y White sugieren algunos pasos sencillos que podemos dar a fin de obtener la victoria sobre este hábito potencialmente obsesivo.
Siete razones para resistir a la autosexualidad
Tengo otras razones que me hacen adoptar una posición firme en contra de la autosexualidad. No puedo aceptarla como «la válvula de escape de Dios para el instinto sexual incorporado», una expresión común entre los dirigentes cristianos con quienes he discutido este tema.
En primer lugar, no se trata de algo necesario. Como cualquier otro hombre también tengo un fuerte interés sexual; sin embargo no practico la autosexualidad<%-1>, aunque en ocasiones mi ministerio me haya alejado de mi tierna esposa durante me<%-1>ses. Con el paso del tiempo mi intimidad sexual con ella, en vez de hacerse más superficial, se profundiza. Después de cuarenta años de matrimonio, ella sigue resultándome tan deseable como siempre, e incluso más. La madurez trae consigo un amor más profundo por esta maravillosa mujer que Dios me ha dado y a la que digo continuamente que, después del Señor mismo, es el mayor regalo que he recibido de Él.
Cuando me encuentro lejos de ella, incluso cuando estoy solo y anhelo su amor, no practico la autosexualidad. Decido no hacerlo. Y con este autodominio dado por Dios he recibido una libertad y una paz maravillosas. No hay paz ni libertad en estar esclavizado a la masturbación.
En segundo lugar, la masturbación no disminuye la tensión sexual, sino que la aumenta. Cuando deje de practicarla, su tensión sexual se resolverá por sí sola siempre que lleve una vida activa y realice un ejercicio físico disciplinado. De este modo se sentirá cansado por la noche y no necesitará la autoestimulación sexual para relajarse y dormir.
En tercer lugar, la conducta autoerótica implica casi siempre pecado sexual y lascivia en el terreno de la fantasía, aunque no se centre en ninguna persona en particular.
En cuarto lugar, la autosexualidad produce una fijación en los propios órganos y deseos sexuales, al contrario de lo que sucede en una relación sexual compartida con el esposo o la esposa.
En quinto lugar, la autosexualidad crea hábito. No estoy diciendo que una autoestimulación ocasional se convierta irremediablemente en un hábito obsesivo. La experiencia demuestra que no es así. Sin embargo, nadie llega a ser jamás esclavo de un hábito si no lo inicia en un momento dado y lo continúa practicando cada vez más. Esta es la única forma en que la autoestimulación puede llegar a convertirse en una esclavitud sexual. Por lo tanto, la única manera segura de evitar la posibilidad de contraer dicho hábito y esclavizarse a él es nunca empezar a practicarlo.
En sexto lugar, la autoestimulación erótica desempeña un papel central en casi todas las formas de esclavitud sexual: desde la promiscuidad hasta la homosexualidad pasando por la pornografía. Tal vez todos los «adictos al sexo» tengan el hábito de la masturbación. Que recuerde, en cada uno de los casos en que he tenido que aconsejar a hombres o mujeres con ataduras sexuales, la masturbación ha estado implicada. Algunas personas no pueden disfrutar de una relación sexual sana y satisfactoria con su cónyuge, pero se masturban con frecuencia.
Y por último, la masturbación incontrolada puede tener una clara dimensión demoníaca. He echado demonios de masturbación de la vida de hombres y mujeres sexualmente esclavizados. No digo que los demonios estén vinculados de manera directa a la vida de aquellos que tienen ataduras de prácticas autosexuales, ni tampoco con la mayoría de los que son adictos a tales prácticas, pero sí que pueden asociarse a la vida de cualquiera que esté atado a esta práctica sexual imprudente. Tales personas necesitan consejo, pero también liberación.
La esclavitud a la masturbación implica guerra espiritual. Puede que el deseo venga del interior del individuo, lucha con las concupiscencias de la carne, del exterior, lucha con un mundo enloquecido por el sexo o, como sucede a menudo, de arriba, lucha contra los demonios sexuales que nos tientan a la actividad sexual ilícita o imprudente (1 Corintios 7.5).
Un colega misionero con quien solía viajar experimentaba cada vez una mayor soledad durante las frecuentes separaciones de su esposa. Nunca había practicado la masturbación salvo en algunas contadas ocasiones cuando era adolescente, y al expresarle sus sentimientos de añoranza a dos amigos también misioneros, éstos se quedaron asombrados de que no hubiese probado la masturbación como medio de alivio temporal mientras estaba fuera de casa. Ambos dijeron que la utilizaban y que era la válvula de escape de Dios para contener los deseos sexuales.
Mi amigo empezó a seguir sus consejos, al principio de manera ocasional. Luego lo hizo cada vez con más frecuencia, en particular por las noches, mientras se hallaba en el baño o solo en la cama. Aunque le proporcionaba algo de alivio, en realidad le hacía sentirse muy inseguro. En los momentos más inoportunos, a menudo cuando estaba orando y leyendo la Biblia, o predicando, le cruzaban por la mente las imágenes de su actividad sexual. Sentía que debía dejar de masturbarse, y así lo hacía durante algún tiempo, pero luego el deseo volvía más fuerte que nunca.
A la larga, llegó a sentirse muy preocupado por su incontinencia. En vez de disminuir sus deseos sexuales el hábito que había adquirido parecía aumentarlos. Hasta que una noche, mientras estaba en la cama, le sobrevino el deseo con una intensidad mucho mayor de la que había conocido nunca. De repente se dio cuenta de que una presencia maligna estaba en su habitación. Acababa de empezar a aprender sobre la dimensión demoníaca de la guerra espiritual, pero percibía que se trataba de Satanás. Enseguida recordó el pasaje de Santiago 4.7–8, que dice:
Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.
Entonces empezó a someter otra vez al Señor su sexualidad y sus órganos sexuales, incluyendo su mente, sus emociones y su voluntad; después de lo cual resistió al diablo y a sus demonios sexuales en voz alta. Ocupó su lugar con Cristo en el trono, sobre todos los principados y las potestades del mal, y proclamó su victoria por medio de Aquel que había derrotado a Satanás y a sus espíritus malos en la cruz.
En pocos minutos, la presencia maligna desapareció y su incontrolable pasión sexual quedó dominada. Luego mi amigo se acercó al Señor con alabanza, adoración y acción de gracias. Dios, como había prometido, se acercó también a él (Santiago 4.7–8). Aquella noche no se masturbó; y aunque la experiencia tuvo lugar hace veinte años aproximadamente, jamás ha vuelto a hacerlo. El sigue viajando en un ministerio mundial, casi siempre sin su mujer, pero no ha tenido más problemas con la masturbación, ni siquiera tentaciones fuertes a practicarla, desde entonces. ¿Por qué arriesgarnos a ser esclavizados por la autoestimulación sexual cuando la libertad en Cristo es nuestra?
1 1.     En mi enseñanza y orientación sobre la guerra espiritual a menudo tengo que defender el porqué doy tanta prominencia a esta (en mi opinión) ilícita práctica sexual. Atribuyo importancia a este aspecto de la lucha contra la carne debido a que la autoestimulación erótica está muy extendida entre los cristianos, incluso entre los líderes. Forma parte de la laxitud sexual general que está llegando a obtener un alto grado de control sobre la Iglesia de nuestros días. Aunque deseo evitar el complejo de culpabilidad tan nocivo que producen las ideas rígidas, legalistas y faltas de compasión sobre la masturbación, me temo que el alentar un deslizamiento en el sentido opuesto puede ser igualmente peligroso. Creo que los mandamientos bíblicos en cuanto a la pureza de mente son socavados por nuestra actitud permisiva hacia el autoerotismo.
2 2.     Norman L. Geisler, Ethics: Alternatives and Issues , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1975, p. 200.
3 3.     Earl D. Wilson, Sexual Sanity, InterVarsity, Downers Grove, IL, 1984, p. 63.
4 4.     El psicólogo Randy C. Alcorn, en su excelente libro ya mencionado, da una definición parecida del término. Alcorn dice: «Masturbación es la estimulación de los propios órganos sexuales para obtener placer sexual o alivio» (Randy C. Alcorn, Christians in the Wake of the Sexual Revolution [ Multnomah, Portland, OR, 1985], p. 213).
5 5.     Wilson, p. 61.
6 6.     Para un visión global protestante de la opinión catolicorromana de este pasaje y de las prácticas que no conducen a la procreación, véase John White, Eros y el pecado sexual , Ediciones Certeza, Buenos Aires, Argentina, 1980, p. 36.
7 7.     Alcorn, p. 214.
8 8.     Geisler, p. 199.
9 9.     Ibid. p. 200.
10 10.     Ibid. pp. 200 y 201.
11 11.     Wilson, pp. 63 y 64.
12 12.     Ibid. p. 65; White, p. 36.
13 13.     Alcorn, pp. 216 y 217.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

21
Indecencia
Puede la oleada de sexualidad explícita y visual tener un efecto negativo, incluso peligroso, en un hombre que de otro modo sería un individuo moral? Cuando discutía este asunto con otro líder, me contó lo siguiente: «Sí que puede –dijo– porque me ocurrió así. Siempre he practicado una vida muy moral, tanto de joven como de adulto. Me mantenía apartado de los pecados sexuales cuando era adolescente, a pesar de lo comunes que eran entre los chicos de mi edad. En realidad, aunque todavía no era cristiano, intentaba escoger amigos que tuvieran convicciones morales semejantes a las mías.
»Ahora bien, me sentía atraído por las chicas como cualquier otro adolescente. Había visto muchas fotografías de cuerpos femeninos como para saber lo atractivos que son, aunque me mantenía al margen de todo tipo de pornografía. Sabía que ésta sólo despertaría en mí deseos que no podían satisfacerse fuera del matrimonio, de modo que era algo que rechazaba categóricamente.
»Cierto día llegó a nuestra ciudad una feria, y un grupo de estudiantes la visitamos para divertirnos un poco. Vimos que había muchas personas delante de un pequeño teatro y, como la entrada era gratis, decidimos pasar. Pronto salieron a escena algunas mujeres jóvenes y comenzaron a bailar de una manera muy sensual. Todos nos reímos, mientras algunos de entre el público empezaban a gritar que las chicas «se lo quitaran todo». Para sorpresa mía, ellas comenzaron a mostrar sus cuerpos, y repentinamente la excitación sexual comenzó a recorrer mi cuerpo de una manera que nunca antes había conocido. »Las muchachas de la escuela que estaban con nosotros empezaron a sonrojarse, y algunas de ellas se sintieron tan avergonzadas que se pusieron en pie y salieron. Otras se quedaron, probablemente sin saber qué hacer. Todos los chicos disfrutaban de aquello, y para vergüenza mía debo confesar que yo también.
»De repente las chicas dejaron de bailar y el presentador dijo que por unos pocos dólares cualquiera de nosotros podía pasar detrás del escenario donde las jóvenes bailarinas “se lo quitarían todo”.
»Para entonces estaba tan excitado por lo que había visto que, sólo quería ver más. Pagué el dinero como los demás muchachos y pasé al otro escenario; ninguna de nuestras compañeras vino con nosotros. Allí vi cosas nunca antes vistas. Las bailarinas se desvistieron y danzaron desnudas delante de nuestros lascivos ojos. Eran preciosas. Sentí un deseo sexual como jamás había sentido. No quería que aquello terminase. Daba gritos de aprobación junto con los otros chicos y los hombres que había en el teatro.
»Cuando volví a casa solo en la oscuridad me sentía aún tan excitado sexualmente que no sabía qué hacer. De repente me vino a la mente el pensamiento de buscar una chica, una chica con quien mantener relaciones sexuales.
»Gracias a Dios que ninguna jovencita andaba por aquellas calles oscuras esa noche, porque aunque soy una persona demasiado apacible para pensar en violar a una chica, no sé lo que habría sucedido de haberme encontrado con una sola y disponible en aquella ocasión.
»Esa fue la primera y última vez que me permití exponerme a la desnudez femenina fuera del matrimonio. ¡No me digas que tal exposición no tiene un efecto potencialmente peligroso sobre un varón emocionalmente equilibrado! ¿Qué hubiera pasado de haber sido una persona más propensa a la violencia o a dominar a otros? ¿O si hubiese tenido una hermana que me amara lo bastante como para hacer cualquier cosa que le pidiera? ¿O estuviera citado con mi novia más tarde aquella noche? ¿O si … ?»
La estimulación sexual en un hombre es una fuerza poderosa, tanto para el bien como para el mal. Mantener una vida realmente moral en la cultura saturada de sexo de hoy en día es una verdadera guerra espiritual.
El último de los pecados sexuales con el que todos peleamos, y que el apóstol Pablo menciona en su lista de Gálatas 5.19 es, en griego, asélgeia, que se traduce por «lascivia» en la Reina-Valera de 1960 y por «indecencia» y «libertinaje» en otras versiones.
William Vine dice que la palabra significa «ausencia de cohibiciones, indecencia, desenfreno … la idea prominente es de una conducta desvergonzada».1 Se utiliza varias veces en el Nuevo Testamento con la idea de Vine de entrega al vicio, corrupción y comportamiento sexual ilícito sin restricciones ni consideración por los sentimientos de otros. En Efesios 4.17–19, Pablo habla de personas que:
[ … ]andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza.
¡Qué denuncia del mundo en el que nació Jesús y penetró el evangelio al principio! Parece que estuviese hablando de San Francisco, Los Angeles, Chicago o Nueva York.
El mismo término se utiliza nuevamente en Romanos 13.13, donde Pablo escribe: «Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias» (asélgeia vuelve a traducirse por lascivia como en Gálatas 5.19).
Fung dice que «el término está emparejado con “libertinaje”. La versión [americana] NAS lo llama acertadamente promiscuidad sexual, del término griego que significa cama “especialmente el lecho conyugal, en el sentido de relación sexual ilícita”, adoptando así el matiz particular de exceso sexual».2
Aunque el apóstol Pablo escribía para nosotros, lo hacía en primer lugar para los cristianos de su tiempo, y versículos como los mencionados de Efesios 4.17–19 describen la condición del mundo gentil de Galacia y de todo el Imperio Romano en los días de Pablo. Fung sugiere que el apóstol comienza esta lista con pecados sexuales debido a su predominio en la sociedad de la época:3
Tal evidencia nos ha llegado no por los autores cristianos, sino a través de los paganos asqueados de la indecible inmoralidad sexual. No es sorprendente que se haya dicho: «En nada revolucionó el cristianismo de un modo tan completo las normas éticas del mundo pagano como en lo referente a las relaciones sexuales».
Las últimas palabras de Fung acerca del efecto transformador de la fe cristiana sobre las normas morales del mundo pagano me conmueven en lo más íntimo, al considerar la extendida contemporización sexual existente entre los líderes cristianos actuales con la hipocresía, el adulterio, la homosexualidad y la pornografía.
Como dirigentes han dicho con el apóstol Pablo, al menos por implicación: «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1 Corintios 11.1; 4.16–17). En Filipenses 3.17 y Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 13.7, 17 Pablo expresa que todos los líderes cristianos deben ser modelos para los creyentes, y Santiago advierte: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación» (Santiago 3.1).4
La falta de dominio propio y de santidad en alguna de las áreas de la vida sexual del creyente es el énfasis principal de la enseñanza de Pablo en este pasaje.
¿Y qué decir de los hombres que obligan a sus esposas a practicar actos sexuales repulsivos para la naturaleza más delicada de la mujer? Se trata de algo prohibido. Constituye un pecado contra Dios y contra la propia esposa. He aconsejado a muchos hombres cristianos, algunos de ellos líderes, que han dañado tal vez de manera permanente a sus mujeres con esta forma de dominación sexual masculina.
Pienso en un destacado líder cristiano a quien he aconsejado en varias ocasiones. Procede de una familia conflictiva pero contrajo matrimonio con una chica encantadora, pura y dócil nacida en un hogar cristiano estable.
El hombre tenía un apetito sexual voraz: no sólo quería sexo en todo momento, sino también que su esposa fuera más apasionada e hiciera cosas que a ella le resultaban repulsivas. Comenzó a alquilar los videos pornográficos más agresivos de hombres y mujeres practicando un sexo desenfrenado, y la obligó a verlos. Cuando mi esposa y yo le preguntamos a ella por qué había aceptado, la mujer respondió: «Porque lo quiero y tenía miedo a perderle». Esta es la razón más común que dan este tipo de mujeres maltratadas.
Pronto los videos se hicieron menos repulsivos para ella, y con el tiempo, para excitarse, llegó a depender de los actos sexuales de las películas. Su propia imagen y su sentido de la pureza femenina se deterioró tanto que cayó en una profunda depresión y estuvo a punto de suicidarse. Sólo la tierna gracia y el poder transformador de Dios los rescató a ella y a su marido del pozo al que se habían arrastrado mutuamente. Hoy en día están nuevamente enamorados y gozan de una vida de amor tierno, libres de las ataduras de la perversión sexual.5 No obstante la suya fue una recuperación larga y dolorosa.
El relato anterior, que implicaba el abuso sexual infligido por un líder cristiano, en otros aspectos temeroso de Dios, a su esposa, prepara el terreno para un ejemplo resumido de este examen de los pecados sexuales enumerados por Pablo en Gálatas 5.19. Se trata de un artículo aparecido hace varios años en Moody Monthly, y titulado «Video Seduction» (La seducción del video), que presenta las confesiones de otro líder que cayó en la trampa de los videos pornográficos.6
El mencionado artículo recorre de nuevo el camino que siguió este dirigente cristiano hasta el borde mismo de un abismo de destrucción. La cosa comenzó de un modo bastante inocente, cuando le regalaron un aparato de video que había de servirle en su ministerio.
Al principio, él y su familia no veían otra cosa que dibujos clásicos de Walt Disney. Pero una vez, mientras buscaba películas para los suyos en el videoclub, sus ojos se fijaron con mucha atención en una atractiva selección de filmes de aventuras. De modo que, además de los videos de tipo familiar, escogió uno con un tema más «maduro» para verlo con su esposa después que los niños se acostaran.
Al hombre le gustaba la acción de aquellas películas, pero cuando los actores blasfemaban o interpretaban escenas con mujeres y hombres medio desnudos realizando actos sexualmente inmorales, le venían las dudas. No obstante, la mayor parte de las películas que alquilaba eran en un noventa por ciento de sana diversión.
Un día, sin embargo, la fotografía y el sugestivo título de la carátula de una de ellas le incitaron a alquilar una censurada. Y no tardó mucho en ver un par de aquellos filmes cada fin de semana, y posteriormente en cualquier día. Según cuenta él mismo, pudo observar que «aunque continuaba con mis devociones personales por costumbre, tanto mi lectura de la Biblia como mis oraciones eran una farsa. Mi entusiasmo por enseñar y predicar la Palabra de Dios se desvaneció, y también perdí denuedo para hablar acerca de los mandamientos bíblicos contra la inmoralidad sexual».
A pesar de su determinación de no volver a ver más películas censuradas, los títulos sensuales y las tentadoras fotografías le siguieron arrastrando semana tras semana a contemplar esos videos. Sólo la sensibilidad moral y la presencia de su esposa en el hogar le impedían alquilar las películas catalogadas como «X» que tanto deseaba ver.
Entonces, su mujer se fue a pasar fuera un fin de semana, y en el videoclub justificó el alquiler de una película «X» con el argumento: «Como soy un líder cristiano quizás debería conocer lo que consume el mundo».
Sin embargo, lo que vio en aquel video le repugnó. «Lo que contemplé era repulsivo», dice. «La película degradaba a los hombres y a las mujeres. No había nada de la belleza de la sexualidad humana tal como Dios la ideó y que había experimentado en mi matrimonio. Me sentí vacío, engañado y derrotado».
Despertado a la realidad de que se hallaba en peligro de destruir su vida y ministerio, aquella noche el líder en cuestión rompió su tarjeta del videoclub, escribió una confesión para su mujer, se arrepintió delante del Señor y decidió en la presencia de Dios mantenerse apartado de las tiendas de videos; después de lo cual se sometió voluntariamente a un pastor y amigo respetado para que vigilara su vida espiritual.
Este líder aconseja lo siguiente a fin de evitar un uso indebido del aparato de video: Manténgase alejado de los videoclubes seculares; no vea películas usted solo; limite la cantidad que mira; cultive la actitud que Dios tiene hacia las cosas que aparecen en los videos tales como mentiras, derramamiento de sangre y maquinaciones perversas; utilice la norma establecida por Pablo en Filipenses 4.8 para seleccionar las películas.
Esta es una vigorosa palabra de advertencia para todos los creyentes y una luz de precaución para los dirigentes cristianos. Los ojos son la puerta a la imaginación, y ésta la llave de nuestra vida. «Tengan cuidado, mis ojitos, lo que ven»
La sociedad en la cual vivimos está sexualmente contaminada. Las escenas y palabras eróticas que antes se veían y oían sólo en ciertos grupitos de mala fama dentro de la sociedad occidental, ahora entran en los salones de nuestras casas mediante la televisión y los videos.
Durante el día las telenovelas. Por la noche las comedias de situación sexualmente explícitas. En las horas de mayor audiencia la desnudez parcial o casi total, acompañada de violencia sexual hacia las mujeres. Madonna y Cher7 a cualquier hora del día o de la noche: ¡Sexo! ¡Sexo! ¡Sexo! Nos lavan el cerebro para hacernos creer que «no sólo de pan vive el hombre, sino también de todo acto sexual posible». Sin embargo, muchos «eruditos» e «investigadores» nos aseguran que en realidad todo esto no tiene ningún efecto negativo sobre los niños, los jóvenes o los adultos.
Al parecer, la gente «normal» puede soportarlo sin que afecte a sus valores morales ni a su concepto del sexo, el matrimonio y, especialmente, de las mujeres. Sólo las personas anormales se ven afectadas negativamente por todas esas imágenes, acciones y palabras sexualmente explícitas.
Dígaselo a las chicas y mujeres violadas por hombres y «chicos» estimulados casi más allá de su propio control por la contaminación sexual de las películas, la televisión y la pornografía. O a las esposas y novias obligadas por sus esposos y novios a contemplar relaciones sexuales en videos alquilados. O a los millones de hombres esclavizados por la pornografía y la autosexualidad. O a los adultos supervivientes del abuso infantil perpetrado por sus seres queridos, amigos de confianza y otras figuras de autoridad incitadas por la explotación de su sexualidad que hacen los medios de comunicación. ¡Si esto le ocurre sólo a la gente emocionalmente desequilibrada, entonces nuestro país es una de las instituciones psiquiátricas más grandes del mundo! Hagamos nuestras las palabras de Job cuando dice: «Hice pacto con mis ojos; ¿cómo, pues, había yo de mirar a una virgen [mujer]? ¿No ve él [Dios] mis caminos, y cuenta todos mis pasos? (Job 31.1–4).
Si fue mi corazón engañado acerca de mujer,
y si estuve acechando a la puerta de mi prójimo,
muela para otro mi mujer,
y sobre ella otros se encorven.
Porque es maldad e iniquidad
que han de castigar los jueces.
Porque es fuego que devoraría hasta el Abadón,
y consumiría toda mi hacienda
(Job 31.9–12).
Creo que el comienzo de la victoria en la guerra contra los pecados de la carne se encuentra en Romanos 12.1–2 y 6.12–14. Es Dios quien ruega aquí por medio del apóstol Pablo:
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,
que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios,
que es vuestro culto racional.
No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de
la renovación de vuestro entendimiento,
para que comprobéis cual sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta (12.1–2).
No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal,
de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;
Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado
como instrumentos de iniquidad,
sino presentaos vosotros mismos a Dios
como vivos de entre los muertos,
y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros;
pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.
(Rom. 6.12–14)
¡Sí Señor, escojo la obediencia!
1 1.     W. E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, Londres, 1953, 2:310.
2 2.     Ronald Y. K. Fung, The Epistle to the Galatians , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1989, p. 255.
3 3.     Fung, pp. 255 y 256.
4 4.     Mi comentario no es acerca de si al líder cristiano que ha caído en la inmoralidad sexual o actúa con engaño debe permitírsele ocupar un puesto de relevancia pública o estratégica en la iglesia. Personalmente yo no podría hacerlo. Sentiría que me había descalificado a mí mismo de cualquier liderato visible a la luz de 1 Timoteo 3.1–7 y Tito 1.5–11. Esto es una opinión, no una certidumbre aplicable a todos los casos.
5 5.     La esclavitud sexual del marido tenía unas dimensiones demoníacas muy directas, y hasta que no se reconocieron y expulsaron de su vida los demonios sexuales y otros, a lo largo de un cierto tiempo, no quedó el hombre libre para responder al consejo cristiano no confrontativo. Su guerra espiritual era mucho más que una batalla contra la carne (sus deseos sexuales deformados y perversos) y contra el mundo (el mundo de los medios de comunicación que producen las peores películas sexuales que él veía y el mundo de los negocios que pone a la venta vídeos moralmente tan repugnantes en las video-tiendas abiertas al público). Se trataba de una guerra muy fuerte con el sobrenaturalismo perverso. Desde la infancia, aquel líder cristiano estaba demonizado a causa del grave abuso sexual al que había sido sometido en sus tiernos años.
6 6.     Anónimo, «Video Seduction», Moody Monthly , Mayo, 1987, pp. 28–30.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

22
Pecados religiosos
Una vez enumerados los pecados que puede cometer una persona contra su propio cuerpo, Pablo vuelve su atención hacia aquellos que son contra Dios: la idolatría y la hechicería o brujería. Aun cuando estos pecados se practiquen por ignorancia, invitan a los espíritus religiosos malignos a entrar en contacto con las vidas de los individuos que se mezclan en ellos. En una sección posterior de nuestro estudio tendremos ocasión de ocuparnos de ellos; por el momento vamos a trazar la historia bíblica y la naturaleza de la idolatría y la hechicería, considerándolas principalmente como manifestaciones de las obras pecaminosas de la carne.
Idolatría
La palabra idolatría viene del griego eidololatría, que es un compuesto de la palabra eídolon, «ídolo» y latreía, «adoración» o «servicio».1 Fung dice que idolatría debe su significado, aunque no su origen como palabra, a estos dos términos.2 Y del tratamiento escueto hecho en su comentario sobre Gálatas del carácter de la idolatría, extraigo los diez hechos siguientes acerca del tipo que existía en la época del Nuevo Testamento:
1.     Era un pecado «típico de los gentiles».
2.     Se oponía por completo «al culto del “Dios vivo y verdadero”» (1 Tesalonicenses 1.9).
3.     Su error fundamental consistía en honrar y dar «culto a las criaturas antes que al Creador» (Romanos 1.25; cf. vv. 19–23).
4.     El término «ídolos» podía referirse a las imágenes de los seres divinos (Hechos 7.41; Apocalipsis 9.20) o a los dioses que se escondían tras esas imágenes (1 Corintios 8.4, 7; 10.19).
5.     El término idolatría comparte esta «ambivalencia en su significado». Podía referirse a la adoración del ídolo mismo como un dios o del ser espiritual representado por el ídolo. Ambas cosas son idolatría y están prohibidas por Dios (Éxodo 20.3–5). También tanto la una como la otra invitan a los espíritus religiosos malignos a dar a conocer su presencia.
6.     Pablo considera a los ídolos como «meras cosas inexistentes, y al mismo tiempo reconoce las fuerzas demoníacas que acechan tras de ellos, de manera que participar en una fiesta sacrificial pagana es hacerse partícipes con los demonios» (1 Corintios 10.19–21).
7.     Debido a esta dimensión demoníaca de todas las formas de idolatría, Pablo amonesta a los creyentes a apartarse de ella (1 Corintios 10.14; cf. v. 7; 5.11; Efesios 5.5; Colosenses 3.5).3 Si los misioneros pasan por alto o no disciernen esta dimensión demoníaca de la idolatría, tendrán graves problemas, tanto en la evangelización de los idólatras como en lo relativo a guiar a los nuevos convertidos a la victoria en Cristo. Habrán de producirse tanto choques de poder como de verdad.4
8.     En la Biblia, la inmoralidad sexual y la idolatría están muy conectadas. A menudo es también el caso hoy en día, como lo demuestran los símbolos fálicos en los templos de la India.
9.     A consecuencia de ello, el típico adorador de ídolos de los tiempos bíblicos cometía tanto un pecado religioso como sexual siempre que participaba en determinadas ceremonias religiosas. Y esto era cierto en particular cuando la religión incluía la prostitución cúltico-ritual, como el culto a Afrodita, la diosa del amor de Corinto.
10.     En el sentido más amplio de la palabra, «idolatría es rendir culto a cualquier cosa que usurpe el lugar que sólo Dios merece». Pablo habla de la «avaricia, que es idolatría» (Colosenses 3.5).
La idolatría en el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento tiene mucho más que decir acerca de las prácticas idolátricas del mundo pagano circundante que el Nuevo. La idolatría del Nuevo Testamento no era más que un desarrollo posterior de lo que comenzó en el mundo antiguo. Para hablar de este tema me apoyaré en dos estudios panorámicos magistrales de la idolatría: el primero lo hace P. H. Garber en la International Standard Bible Encyclopedia [Enciclopedia Bíblica Internacional];5 y el segundo, F. B. Huey, hijo, en the Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible.6
Garber examina en primer lugar el término ídolo y luego idolatría. Y ya que estamos enfocando el tema desde una perspectiva bíblica y no de religiones comparadas, utilizaremos muchas citas de la Escritura. P. H. Garber comienza con una larga lista de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamentos que se utilizaban para referirse a los ídolos y la idolatría. Existen unos veinticinco términos hebreos para la primera palabra y cuatro para la segunda. El Nuevo Testamento se limita a unos pocos términos básicos tanto para el concepto de ídolos como para el de idolatría. Examinemos los cinco más corrientes.
En primer lugar tenemos eídolon, la palabra utilizada con más frecuencia para ídolos y «algunos términos de la misma familia». En segundo lugar eidolóthyton, que se emplea de manera específica para la carne sacrificada a ídolos. En tercer lugar está eidololatría, la palabra que ya consideramos en Gálatas 5.20, se utiliza también en la polémica bien desarrollada de Pablo contra los ídolos y la idolatría en 1 Corintios 10.7–33. En cuarto lugar tenemos kateídolos, que aparece sólo en Hechos 17.16, en el contexto del difícil ministerio del apóstol en Atenas, cuando vio «la ciudad entregada a la idolatría».
Y por último, está la palabra eikónos, que se utiliza en Romanos 1.23: una de las condenas más firmes que hace el apóstol Pablo de toda idolatría y adoración de imágenes. Allí el apóstol dice que la humanidad en general cambió «la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen (eikónos) de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles».
Garber explica que una palabra hebrea empleada para los ídolos se deriva de zana, que significa «tener relaciones sexuales ilícitas. Sus connotaciones sexuales sugieren la participación de prostitución idolátrica, una característica habitual de la adoración pagana cananea (y más tarde de los cultos grecorromanos)».
En el Antiguo Testamento, los peligros de los ídolos y la idolatría constituían la mayor preocupación para Dios y los líderes por Él nombrados. Incluso la firme prohibición de los matrimonios mixtos con los pueblos paganos de la tierra de Canaán se debía primordialmente a la corrupción religiosa y moral que esta práctica podía traer y trajo a Israel.
La terrible destrucción de las ciudades y los pueblos de Canaán por los judíos, ordenada por Dios, resultaba esencial a causa de la entrega completa de aquellos pueblos a la idolatría y las increíbles prácticas religiosas y morales asociadas con ella. Dichas prácticas incluían orgías sexuales cúlticas, tanto heterosexuales como homosexuales, y lo más horrible de todo: sacrificios humanos. Al principio los adoradores sacrificaban a sus propios hijos. El abuso ritual satánico (ARS) de niños en el satanismo moderno y en las sectas satánicas tan extendidas por los EE.UU. y otras partes del mundo occidental, parece estar relacionado con un avivamiento popular del paganismo antiguo enraizado en aquellas prácticas antiguas y malignas.
Garber dice que la familiaridad de los hebreos con las diversas formas de idolatría y con los dioses extranjeros se debió a varios factores. Uno decisivo fue el origen pagano del propio Israel (Génesis 11–12.3). La familia de Abraham era idólatra, es probable que fueran adoradores de Sin, el dios luna. Algunos de los centros de culto más importantes de esa divinidad estaban en Ur y en Harán, las ciudades donde se crió el patriarca.
El segundo factor fue la geografía de Palestina en los tiempos veterotestamentarios. Israel se codeaba con pueblos totalmente dados al politeísmo y la idolatría en algunas de las formas más perversas que hayan existido nunca. Los principales eran los sirios, los fenicios, los egipcios, los filisteos y los cananeos. Estos últimos abarcaban a una amplia variedad de pueblos cuyos nombres terminaban en «eos» (Deuteronomio 7.1), pero que a menudo se incluían en el término «amorreos» (Génesis 15.16).
La Tierra Prometida estaba situada en la principal ruta comercial y militar que unía Egipto, en el Sur, con Mesopotamia, en el Norte. Los hititas, los sirios, los babilonios, los asirios y los egipcios atravesaban la tierra de Palestina de un extremo a otro tanto para fines comerciales como guerreros. Si a esto añadimos los cuatrocientos años que Israel pasó en una de las naciones más idólatras de la historia, Egipto, los judíos se vieron expuestos a toda forma de idolatría y de sincretismo religioso existentes.
En cuanto a la batalla de Israel contra la idolatría y el sincretismo idolátrico, no falta material en el Antiguo Testamento que nos la narre. Dicha batalla comienza en el Génesis y continúa hasta los profetas menores, especialmente Oseas, Amós, Miqueas, Habacuc y Sofonías.
Para los protagonistas del monoteísmo ético hebreo, los peores pecados del pueblo de Dios eran la idolatría y el sincretismo idolátrico; es decir, combinar el culto a Yahvé con elementos del paganismo. Esto casi siempre incluía actividad ritual erótica bien de un tipo bien de otro.
El mayor pecado de Israel era el sincretismo y no tanto el rechazo abierto de Yahvé.7 La nación adoraba a otros dioses junto con el Dios verdadero; sincretismo que incluía hacerse imágenes de esos dioses y otras que representaran a Yahvé, inclinarse a ellas y adorarlas.
Eso fue lo que ocurrió con la adoración del becerro de oro después de la salida de Egipto (Éxodo 32). Una vez terminado el mismo, los líderes del pueblo proclamaron: «Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto[ … ] Y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para Jehová» (Éxodo 32.4–5). Todo Israel sabía que había sido sólo Yahvé quien los había sacado de Egipto. El becerro debía ser por lo tanto una imagen o un símbolo de Él.
El Decálogo (Éxodo 20.3–5; Deuteronomio 5.7) prohibía a los judíos hacerse ningún objeto de culto o imagen. No debían inclinarse a ellas ni honrarlas. Y ya que impedía hacer cualquier imagen «de lo que esté arriba en el cielo» (v.4), el mandamiento tenía también que ver con toda imagen física o símbolo de Yahvé. Sin embargo aquello no excluía el arte religioso. Se les dijo que colocaran querubines sobre el arca del pacto; pero no tenían que postrarse ante ellos ni venerarlos de ninguna forma (Éxodo 25.18–22).
No parece que hubiera ningún período en la historia de Israel en el cual el pueblo estuviera libre de la atracción de la idolatría ni del sincretismo idolátrico. Estas cosas se dieron durante la etapa de los patriarcas (Génesis 31) y mientras Israel estaba en Egipto (Josué^<1034,Times New Roman>Josué 24.14; Ezequiel 20.1–32; 22–23).
Más adelante, aunque salieron de Egipto, Egipto no salió de ellos; y justo cuando se disponían a entrar en la Tierra Prometida, su adicción a la idolatría y la inmoralidad que ésta implicaba les hizo «fornicar con las hijas de Moab». Los moabitas los invitaron «a los sacrificios de sus dioses; y el pueblo comió, y se inclinó a ellos. Así acudió el pueblo a Baal-peor; y el furor de Jehová se encendió contra Israel» (Números 25.1–3).
Este fue el suceso culminante de idolatría, inmoralidad y rebeldía contra Dios desde que salieron de Egipto. Y fue entonces cuando Dios juzgó a la nación manteniéndolos fuera de la tierra hasta que toda la generación rebelde, excepto Josué y Caleb, murió en el desierto (Número 26).
Por último, justo antes de que la nueva generación entrase en la Tierra Prometida bajo el mando de Josué, Moisés les dio su largo mensaje de despedida (Deuteronomio 1–33). Y una parte importante de dicho mensaje versó sobre no hacerse ninguna imagen de Jehová ni de ningún otro tipo. Tampoco debían contraer matrimonios mixtos con las naciones del país. Los pasajes de Deuteronomio 4.15–20 y 7.1–6 son ejemplos excelentes de las apasionadas advertencias de Moisés:
Y no emparentarás con ellas [las naciones]; no darás tu hija a su hijo, ni tomarás a su hija para tu hijo.
Porque desviarán a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos; y el furor de Jehová se encenderá sobre vosotros, y te destruirá pronto.
Mas así habéis de hacer con ellos: sus altares destruiréis, y quebraréis sus estatuas, y destruiréis sus imágenes de Asera, y quemaréis sus esculturas en el fuego (Deuteronomio 7.3–5).
Moisés afirmó además que cualquier persona que intentase seducir la fe de un judío para guiarle a la idolatría o al sincretismo debía ser ejecutada (Deuteronomio 13.6–16) y cualquier judío que adorase a algún otro dios distinto de Yahvé, o le sirviese, también debía ser muerto (Deuteronomio 17.1–7).
Huey escribe que los judíos:
[ … ]no obedecieron a las amonestaciones de Moisés en cuanto a destruir a la gente por completo, sino que se establecieron entre ellos. Continuaron adorando a los dioses extranjeros que habían traído de Egipto (Josué^<1034,Times New Roman>Josué 24.14, 15, 23) y fueron también seducidos por los de los cananeos una vez que se hubieron asentado en el país (Jueces 2.11–13; 6.25–32; véase también Jueces 17–18).8
La continua rebelión de Israel contra Dios y su contemporización con la idolatría y el sincretismo no hace sino empeorar en el resto del período histórico y en el profético. Samuel tuvo que luchar contra ella durante toda su vida (1 Samuel 7.3–4). Garner escribe al respecto:9
La tensión entre la idolatría y el espíritu esencial de la religión israelita está reflejada en la protesta profética temprana de Samuel, cuando dice: «Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación» (1 Samuel 15.23). En esta afirmación, Samuel coloca la desobediencia a Dios y la idolatría en la misma categoría. En último análisis, la idolatría era rebelión, ya que constituía una violación de los mandamientos de Dios.
El período más brillante fue durante el largo reinado de David. Sin embargo, su hijo Salomón, que comenzó muy bien, en su vejez fue arrastrado a las peores formas de idolatría y paganismo por sus muchas mujeres (1 Reyes 11.1–9). Llenó sus jardines reales de repulsivas imágenes de los dioses de sus esposas y concubinas, y Dios tuvo que juzgarle y arrancarle de la mano diez de las doce tribus de Israel (1 Reyes 11.11s).
Jeroboam se convirtió entonces en el líder de las diez tribus separadas, a las que ahora se llamó Israel. Él también parecía empezar con buen pie (1 Reyes 11.26–40), pero pronto erigió dos becerros de oro, uno en Bet-el y otro en Dan, y obligó al pueblo a que adoraran allí en vez de ir al templo de Jerusalén (1 Reyes 12.25–14.19). De ahí en adelante se le llegó a conocer en la historia de Israel como «Jeroboam, el que hizo pecar a Israel».
Roboam, el hijo de Salomón, no fue mejor que él. También hizo que Judá pecara (1 Reyes 14.21–24). El escritor bíblico revela que bajo este rey, no sólo construyó Judá para sí misma lugares altos, estatuas e imágenes de Asera [símbolos de diosas asociadas con la fertilidad y la sexualidad] en todo collado alto, sino que «hubo también sodomitas [prostituto/prostitutas religiosos] en la tierra, e hicieron conforme a todas las abominaciones de las naciones que Jehová había echado delante de los hijos de Israel».
De allí en adelante, hasta el tiempo del exilio babilónico, la historia de Israel y Judá se caracteriza por una guerra espiritual continua e intensa. Tal guerra había sido muy fuerte durante toda la existencia del pueblo desde el momento de su salida de Egipto, pero ahora Israel se comprometía por entero en las maldades de la carne, el mundo y el diablo. Todos sus líderes eran perversos, sobre todo Acab y Jezabel (1 Reyes 16.29–22.40; 2 Reyes 9).
Al principio Judá permaneció más fiel al pacto que Israel. Aunque algunos de sus reyes anduvieron en los pecados de las otras diez tribus, otros hicieron volver al pueblo a Dios, destruyeron los ídolos y abolieron la prostitución idolátrica y los sacrificios de niños. Los avivamientos más notables tuvieron lugar bajo los reinados de Ezequías (2 Reyes 18–20) y Josías (2 Reyes 22–23.28).
Sin embargo estos avivamientos llegaron demasiado tarde, y Judá se envileció tanto como Israel; por esta razón Dios determinó que ellos también irían a la cautividad babilónica (2 Reyes 24–25) a causa de su idolatría, inmoralidad y rebelión contra Él. Esta fue la derrota final de Judá en su larga historia de guerra espiritual.
Durante este período, los profetas combatieron la idolatría y los males asociados a ella. En primer lugar lo hicieron los profetas predicadores tales como Elías y Eliseo; luego los profetas escritores. Desde el siglo VIII a.C., y a lo largo de todo el exilio, dichos profetas hablaron y escribieron la Palabra de Dios con valentía y pasión.
Oseas denunció la terca infidelidad física y espiritual de Israel (Oseas 2.16, 17; 8.4–6; 13.2). Amós habló contra los lugares altos cananeos que existían entre el pueblo y el culto a las imágenes por parte del pueblo de Dios. Isaías se lamentó de la idolatría de Israel.
Sofonías «advirtió contra la adoración a las deidades astrales, contra Milcom y contra las supersticiones paganas (Sofonías^<1034,Times New Roman>Sofonías 1.2–9)», dice Huey.10 «Habacuc pronunció ayes sobre los que adorasen a un dios que hubieran hecho con sus propias manos (Habacuc 2.18–19). No hubo otros profetas que combatieran las apostasías de Judá con más vehemencia que Jeremías y Ezequiel, este último denunciando ardientemente los sacrificios de niños a los dioses» (16.20–21).
Luego vino el período postexílico: Esdras, Nehemías y Malaquías se opusieron con vigor a cualquier matrimonio de judíos con extranjeros, y aquellos que ya lo habían contraído tuvieron que dejar a sus esposas paganas. El pueblo respondió, y al final aprendieron la lección de su historia pasada. Escribiendo acerca del período intertestamentario, Huey dice:
En el siglo II a.C., los reyes seléucidas de Palestina intentaron revivir el culto a los dioses locales de la fertilidad y las deidades helenísticas. Antíoco IV Epífanes (175–164 a.C.) promulgó un edicto estableciendo una religión para todos sus súbditos. Erigió un altar a Zeus sobre el del holocausto en el templo de Jerusalén. Exigió de los judíos que tomaran parte en las fiestas paganas bajo amenaza de muerte. Sus opresivas medidas produjeron la revuelta de los Macabeos, la cual dio como resultado un breve período de libertad religiosa y política para los judíos.11
Garber comenta: «Nunca más volvieron los judíos a tomar en serio la idolatría. Antes bien, el culto a los ídolos se convirtió para ellos en un asunto de sátira y ridiculización semihumorística (cf. Bel y el Dragón)».12
La idolatría en el Nuevo Testamento
Todo el mundo del Nuevo Testamento se hallaba sumergido en la idolatría y en la inmoralidad sexual que ésta conlleva. La prostitución sagrada estaba por todas partes. Algunos de los ritos religiosos paganos eran incluso más inmorales que aquellos de las naciones paganas del Antiguo Testamento, incluyendo a los cananeos. Roma gobernaba al mundo, pero la cultura griega dominaba. Grecia tenía su panteón de dioses mayores y sus innumerables deidades y espíritus menores. Los romanos adoptaron como suyo el panteón griego y le añadieron su propio laberinto de divinidades y espíritus inferiores, así como aquellos de todos los pueblos conquistados.
A esto vino a sumarse el culto al Emperador y más tarde los cultos de misterios. Dioses, diosas y espíritus, tanto buenos como malos, estaban por todas partes y lo penetraban todo. La religión abarcaba desde el politeísmo y henoteísmo hasta el animismo y el panteísmo. Siempre que la gente honrara también a los dioses del panteón grecorromano y venerase, y más tarde adorase, al Emperador, podía creer lo que quisiera y hacer lo que deseara en el culto excepto sacrificios humanos. Los romanos mataban a menudo a quienes ellos querían y cuando querían, pero los sacrificios humanos directos no formaban parte de su cosmovisión religiosa.
Al emerger como salía del ferviente monoteísmo de un Israel postexílico, la iglesia cristiana primitiva, aunque nacida en un mundo tan idólatra, tenía fuertes raíces monoteístas y opuestas a la idolatría. Por lo tanto, aunque existía y constituía siempre una amenaza, ya no resultaba tan peligrosa como lo había sido para el pueblo de Israel antes del exilio .
Los miembros de la iglesia que vivían en comunidades paganas recibieron sus primeras advertencias acerca de la contemporización idolátrica, de los líderes de la iglesia primitiva que se habían reunido en el gran concilio relatado en Hechos 15 (vv. 26–29). Lucas describe el encuentro de Pablo con la idolatría y el paganismo en Hechos 13–20.
El apóstol tuvo que tratar el problema de los convertidos gentiles y el comer carne sacrificada a los ídolos en 1 Corintios 8.1–13 y 10.14–22. Y aunque negaba que los ídolos tuvieran ninguna existencia real en sí mismos (1 Corintios 12.2; Gálatas 4.8; 1 Tesalonicenses 1.9), sabía que la participación en el culto ofrecido, incluso por ignorancia, significaba tener parte con los demonios (1 Corintios 10.20–21). Por lo tanto reconocía plenamente las dimensiones de guerra espiritual demoníaca de la idolatría.
También el apóstol Juan advirtió a los creyentes contra la idolatría (1 Juan 5.21). El libro de Apocalipsis tiene mucho que decir sobre la misma, tanto en relación con las iglesias como con los incrédulos.
Apocalipsis 2–3 habla de la idolatría y de la morada de Satanás entre las iglesias de Asia. En el capítulo 9, versículo 20, dice que todos los incrédulos, de un modo u otro, participan de la adoración a los «demonios» y a «las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver ni oír ni andar», citando el Salmo 115.4–7. Ese mismo libro advierte contra la adoración de la imagen de la bestia y promete la gloria a aquellos que se niegan a darle culto (Apocalipsis 13.14–15; 14.9–11; 20.4).
Para terminar, cito el libro de F. B. Huey WHy Idolatry Is Condemned in the Bible [Por qué la Biblia condena la idolatría].13
[La idolatría] niega la existencia del verdadero Dios que creó el mundo y a la humanidad, y cuya gloria no puede ser representada adecuadamente de ninguna manera tangible. Resulta absurdo que una persona pueda tallar un ídolo con sus propias manos y luego tener miedo de lo que ha hecho, o utilizarlo como un objeto de culto … Una representación visible de la deidad tiende a limitar el concepto que la persona tiene de Dios, ya que de manera consciente o inconsciente basará dicho concepto en la imagen o el cuadro que ve.
Finalmente, el hombre acaba por ser como aquello que adora (Oseas 9.10). Si su dios no tiene vida y es frío, no puede darle ni esperanza ni consuelo real algunos. Sólo el Dios vivo y verdadero puede satisfacer la esperanza de vida eterna.
Hechicería o brujería
Ahora debemos considerar la segunda clase de pecado religioso contra el cual Pablo advierte una y otra vez que luchamos. El término griego es extraño: pharmakeía, que se traduce por «hechicería» o «brujería». Fung dice que esta palabra en principio «indicaba el uso médico de drogas».14 El término farmacia procede de esta palabra. Vine explica que «en primer lugar se refería al uso de la medicina, drogas y encantamientos, y luego [tomó el sentido] de envenenamiento, brujería (o) hechicería».
Enseguida hace otro comentario. Antes de afirmar que posteriormente la palabra se aplicó a la brujería y la hechicería, expresa:
En la hechicería, el uso de drogas, sencillas o fuertes, iba acompañado por lo general de encantamientos e invocaciones a los poderes ocultos mediante diversos hechizos, amuletos, etc., supuestamente ideados para guardar al solicitante o paciente de la atención y el poder de los demonios, pero en realidad era para impresionarlo con los misteriosos recursos y poderes del hechicero.15
Ronald Fung afirma paralelamente a las perspicaces palabras de Vine, y añade que el valor de los libros de artes mágicas que quemaron los cristianos efesios «son un testimonio elocuente del predominio de tales prácticas en aquellos tiempos» (Hechos 19.19; cf. 8.9–11; 13.8–10) a pesar de que la hechicería era un delito grave según la ley romana».16
Resulta difícil encontrar la palabra idónea para lo que Pablo está condenando aquí. La mayor parte de las traducciones varían entre «brujería» y «hechicería», inclinándose más por esta última. Tal vez el término más amplio de «ocultismo» sería más apropiado, ya que la práctica en cuestión, en tiempos del Nuevo Testamento, abarcaba la mayoría de lo que hoy se realiza en las distintas ramas de las artes ocultas: hechicería, brujería, espiritismo, adivinación, magia, encantamientos, maldiciones y prácticas relativas a los médiums para entrar en contacto con los espíritus de personas muertas y proyección astral o espiritual.17
Esta actividad de la carne en la esfera espiritual abarca por lo menos nueve áreas:
1.     Cualquier clase de práctica que tiene como meta entrar en contacto con el mundo espiritual (ángeles, espíritu [fantasmas] de muertos y otros) con propósitos egoístas, tales como la furia del «channeling» (canalización) popularizada por la actriz Shirley MacLaine.
2.     Intentar lo anterior incluso sólo por curiosidad.
3.     Tratar de manipular el mundo espiritual para que haga lo que uno quiere.
4.     Intentar obtener conocimiento del mundo espiritual fuera o más allá de lo que Dios ha revelado en su Palabra.
5.     Conseguir poder del mundo espiritual sobre la vida propia, la de otros y/o sobre las circunstancias y acontecimientos de este mundo.
6.     Conseguir poder del mundo espiritual para hacer el bien a uno mismo u otros, como por ejemplo: sanar, mejorar las finanzas u obtener placeres; o para dañar a quienes obstaculizan el bien que uno desea y busca.
7.     Obtener protección de los buenos espíritus contra los espíritus malos y perversos.
8.     Entrar en contacto con los espíritus [fantasmas] de los muertos.
9.     Entrar en contacto o servir a Satanás en oposición al verdadero Dios o al Señor Jesucristo, por el motivo o idea, cualquiera que sea, que uno tenga sobre la persona y actividad del diablo.
La hechicería incluye la esfera de la magia (no la prestidigitación), es decir, el uso de drogas, salmodias y rituales que poseen en sí mismos poder para producir los resultados deseados o los cambios que se quieren obtener en las personas, circunstancias o acontecimientos, tanto «magia» negra como blanca.
Si los creyentes sinceros quebrantan las normas bíblicas buscando experiencias espirituales, incluso si con sinceridad las buscan del Espíritu Santo, pueden ser engañados por espíritus que falsifiquen al Espíritu de Dios y sus dones (2 Corintios 11.4; Gálatas 1.8; 1 Juan 4.1–4).18
1 1.     W. E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, Londres, 1953, 2:310.
2 2.     Ronald Y. K. Fung, The Epistle to the Galatians , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1989, p. 256.
3 3.     Vine, como Fung, resalta esto en su tratamiento de la idolatría, 2:244 y 245.
4 4.     Véase el libro de la Señora. de Howard Taylor, Behind the Ranges: Fraser of Lisuland , Overseas Missionary Fellowship, 1956.
5 5.     P. H. Garber, «Idol» en G. W. Bromiley, ed. ISBE , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1989–91, 2:794–800.
6 6.     F. B. Huey, hijo, «Idolatry» en Merrill C. Tenney, ed., ZPEB , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977) 3:242–249.
7 7.     Garber, pp. 798 y 799.
8 8.     Huey, pp. 247 y 248.
9 9.     Garber, p. 798.
10 10.     Huey, p. 246.
11 11.     Ibid. p. 248.
12 12.     Garber, p. 799.
13 13.     Huey, p. 248.
14 14.     Fung, p. 256.
15 15.     Vine, 3 pp. :51 y 52.
16 16.     Fung, pp. 256 y 257.
17 17.     Para estudiar el asunto más a fondo, véanse los artículos sobre adivinación, brujería y hechicería en la ISBE y la ZPEB.
18 18.     Dos libros muy útiles sobre la hechicería son: War on the Saints, de Jessie Penn-Lewis y Evan Roberts Thomas E. Lowe, Ltd, Nueva York, 1987, y The Beautiful Side of Evil, de Johanna Michaelsen Harvest House, Eugene, OR, 1982.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

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Pecados sociales
Aquel joven y fiel pastor veía como su iglesia se desintegraba ante sus ojos. El problema principal giraba en torno a una mujer muy competente, maestra de la Biblia, que se había unido a la pequeña y esforzada congregación aproximadamente dos años antes. Parecía muy sincera y asistía siempre que la iglesia abría sus puertas.
«Dijo que quería ayudar de modo especial con un ministerio de enseñanza a las mujeres de la iglesia», me explicó el pastor. «Yo estaba muy emocionado de poder contar con una maestra de la Palabra tan madura y dotada a mi lado. Las señoras disfrutaban de su ministerio y acudían en tropel a su clase. Pero algo extraño sucedió: los ancianos y yo comenzamos a observar que las mujeres se mostraban cada vez más inquietas y descontentas con la iglesia, y algunas con sus propios maridos».
Cuando aconsejamos a aquellas mujeres, los líderes se dieron cuenta de dos cosas: todas las jóvenes habían empezado a resistir la autoridad de sus esposos en casa. Querían controlarlos. Por otro lado, las mayores comenzaban a apartar a los suyos de la iglesia y a unirse a otras congregaciones. Todas las mujeres que manifestaban estas tendencias eran miembros de la clase de estudio bíblico de aquella señora.
El pastor no sabía qué hacer. No tenía ninguna prueba directa de que la maestra perturbara los hogares cristianos y la iglesia. Hasta que por fin él y sus ancianos decidieron pedir a la mujer que renunciara a su clase de estudio bíblico para señoras, a lo que se negó.
El pastor estaba desesperado. Cada domingo perdían gente, bien porque las familias se dividían o porque abandonaban la iglesia. Los ancianos, muchos cuyas esposas asistían al estudio bíblico, tenían miedo de actuar por causa de ellas. La mayoría, sin embargo, apoyó al pastor en su deseo de exponer el tema ante los miembros de la iglesia.
Como la mujer no formaba parte de la membresía no debía asistir a la reunión, pero lo hizo de todos modos. Los hombres presentes tenían tanto miedo de sus esposas que los líderes no pudieron conseguir suficientes votos para obligar a la maestra a renunciar a su clase. De modo que continuó enseñando hasta que no quedó nadie. Entonces, de repente, desapareció. El pastor oyó más tarde que estaba haciendo lo mismo en otra iglesia.
Características distintivas de los pecados sociales (Gálatas 5.20)
Aunque lo que he referido en el relato anterior es un caso extremo, se trata del tipo de división que ocupa a Pablo en Gálatas 5.20, donde el apóstol empieza a enumerar lo que llamo pecados sociales.
Estos pecados los cometen unas personas contra otras. También los denomino pecados cristianos por estar tan extendidos y ser tan tolerados entre nosotros. Muchos predicadores y evangelistas famosos denuncian con vehemencia los pecados morales y religiosos, pero su estilo de vida por entero refleja la esclavitud que ellos mismos tienen a esos pecados sociales o «cristianos».
Con mucha frecuencia estos líderes están llenos de celos y envidia. Viven en constante enemistad y competencia con otros colegas a los cuales consideran más como rivales que como hermanos. Reaccionan con «ira» a ciertos acontecimientos y personas cuando las cosas no marchan como ellos quisieran. Discrepan y discuten siempre con otros creyentes, dividen el cuerpo de Cristo en facciones continuas en torno a sus propias personas y no al Señor Jesucristo o a la iglesia en general.
Los pecados sociales forman la lista más exhaustiva de las tres que hace Pablo y representan las ofensas más aceptadas y practicadas entre nosotros. En ese sentido son las más peligrosas. Aunque puede que los pecados morales y religiosos tengan el mayor efecto negativo inmediato sobre la evangelización mundial, los sociales tal vez producen el peor efecto a largo plazo. En el Nuevo Testamento se enfatizan cien veces más estos últimos que los de los otros dos grupos combinados, especialmente en las epístolas de Pablo.
La gente del mundo vive enfrentada entre sí. Y nosotros sabemos, o deberíamos saber, que sólo los creyentes tenemos la verdadera solución a los problemas desesperados que suponen las relaciones rotas de la humanidad. Esa solución es la paz de Dios la cual se encuentra en Cristo.
Lo que nos negamos a reconocer, por lo menos con nuestro estilo de vida, es que casi siempre los creyentes nos comportamos como el mundo en nuestras relaciones interpersonales. Tal vez el mayor obstáculo particular para la evangelización mundial sean los conflictos existentes entre creyentes, y de un modo especial entre los líderes cristianos.
Como demuestran las epístolas de Pablo, Pedro, Juan y Santiago, en la iglesia primitiva surgieron contiendas. En sus escritos, estos hombres se refieren constantemente a las relaciones interpersonales negativas entre creyentes que existían en las iglesias apostólicas.
El Señor Jesús había dicho que la unidad entre los suyos sería el factor más importante para una evangelización mundial eficaz (Juan 17.18–21), sin embargo las epístolas instan de manera constante a dicha unidad y corrigen la carencia de ella en el pueblo de Dios (Romanos 12–16; 1 Corintios 1–4, 6, 8–14).
He clasificado los pecados sociales mencionados aquí por Pablo en tres grupos: pecados de división, de resentimiento y de codicia entre los cristianos.
Las divisiones entre los creyentes (Gálatas 5.20)
Hay que reconocer que todos los pecados sociales producen división o dan prueba de ella entre los creyentes. Sin embargo ese tipo de pecado es en específico de cuatro clases: «pleitos», «contiendas», «disensiones» y «herejías».
«Pleitos» y «celos» son los únicos pecados de la lista aparecidos en singular en el original, luego veremos por qué. El plural de la palabra traducida por «pleitos» se encuentra en 1 Corintios 1.11, donde se traduce por «contiendas».
Pablo utiliza la palabra griega eris. Y Fung comenta al respecto:1
Eris es el temperamento contencioso que lleva a los «pleitos» y a la discordia. Pablo lo menciona como una característica de la sociedad pagana (Romanos 1.29; cf. 13.13), pero por desgracia muchas veces consigue entrar también en la iglesia, donde produce contiendas e interrumpe la comunión cristiana (1 Corintios 1.11; 3.3; 2 Corintios 12.20).
Fung hace un comentario interesante sobre la palabra eritheiai, traducida por «contiendas», la cual dice es el plural de eritheía, que denota un «egoísmo ruin». El término se deriva de érithos, «mercenario», que originalmente significaba «trabajar por dinero» pero llegó a tener el sentido de «solicitar votos».
En otras partes de las cartas de Pablo aparece en un contexto relacionado con partidos rivales dentro de la iglesia (cf. 2 Corintios 12.20; Filipenses 1.17; 2.3). Por lo tanto, quizás se refiere a la ambición egoísta que produce facciones y rivalidad.2
A «contiendas» le siguen dos palabras con connotaciones parecidas: «disensiones» y «herejías». «Disensiones» es traducción de dichostasíai, que se utiliza en griego clásico para indicar «disputa, desunión y rivalidad en general», e incluso «revuelta» o «rebelión». Es el mismo término que utiliza Pablo en Romanos 16.17 para advertir a la iglesia contra aquellos que causan disensiones o divisiones. Su atención se centra principalmente en los que engendran facciones, camarillas y crean en general discrepancia con la iglesia.
La palabra traducida por «herejías» es haíreseis, en plural aquí, que significa simplemente «opciones». Como ya he mencionado, la mayoría de las palabras que nos ocupan aparecen en forma plural, tal vez para indicar que se refieren a una amplia gama de maneras de causar división dentro de la iglesia.
El singular hairéseos se refiere a un grupo de personas que ha escogido la misma fe o posición, como el partido de los fariseos en Hechos 15.5, donde la misma palabra se traduce por «secta». Utilizado en un contexto negativo, como aquí, el término significa facción (1 Corintios 11.19) , en oposición al grupo oficial, o sea a la iglesia. Fung dice que en este pasaje «se refiere a “facciones” cada una de las cuales demuestra un “espíritu partidista” y está posiblemente implicada en “intrigas partidarias”. La versión [inglesa] King James [al igual que la Reina-Valera de 1960] la traduce como “herejías”».
¿Un nuevo período de rivalidad interpersonal?
La iglesia parece pasar por períodos de rivalidad que van seguidos de momentos de reconciliación y de nuevas etapas de pugna. ¿Dónde nos encontramos hoy en día? Al comienzo de este siglo entramos en un tiempo de tremenda discordia con el nacimiento del movimiento pentecostal. De él surgieron más tarde todas las denominaciones pentecostales que existen hoy. El período inicial fue de gran conflicto entre los pentecostales y los grupos protestantes históricos de donde habían surgido.
Luego vino un tiempo de reconciliación. Los no pentecostales y las iglesias independientes empezaron por lo general a reconocer que, a pesar de lo que ellos consideraban como errores doctrinales, los pentecostales pertenecían al pueblo de Dios. El movimiento pentecostal inició una nueva era en la evangelización, la fundación de iglesias y las misiones internacionales. En muchos países, el crecimiento de las iglesias de tipo pentecostal ha sobrepasado al de las congregaciones más antiguas no pentecostales.3
Luego, en los años cincuenta, cuando las cosas empezaban a calmarse, cayó del cielo una nueva bomba espiritual: el movimiento carismático.4 Aunque se asemeja mucho al pentecostalismo, las diferencias son suficientes para catalogarlo como un nuevo movimiento. Desde luego, el carismático está edificado sobre el fundamento puesto por el pentecostal, del mismo modo que este último lo está sobre el que puso el movimiento de santidad en el siglo diecinueve.
Tanto los pentecostales como los carismáticos tienen una posición muy abierta a la operación de todos los dones del Espíritu. Ambos creen que, sin excepción (o casi todos), esos dones están aún vigentes en el cuerpo de Cristo. La opinión tradicional protestante y católica es que algunos de ellos no actúan ya en la iglesia.
Hay dos diferencias obvias entre los pentecostales y los carismáticos, y ambas han hecho a algunos pentecostales tan desconfiados de los carismáticos como lo son muchos protestantes tradicionales.
En primer lugar, los carismáticos, por lo general, tienen una opinión más flexible en cuanto a la evidencia del bautismo con el Espíritu Santo. La idea tradicional de los pentecostales es que la única señal verdadera del mismo es el hablar en lenguas, y hacen distinción entre las lenguas como don del Espíritu y como evidencia del bautismo con el Espíritu. Los carismáticos creen en el hablar en lenguas, pero por lo general no lo consideran como la única prueba de dicho bautismo.
En segundo lugar, el movimiento carismático se considera a sí mismo como un avivamiento que penetra todas las ramas de la cristiandad: el catolicismo, el protestantismo e incluso el pentecostalismo. Por esta razón no han redactado declaraciones oficiales carismáticas en cuanto a doctrina, como han hecho los pentecostales y, desde luego, el catolicismo romano y las denominaciones protestantes históricas. Uno puede ser carismático y mantener, si no todas, la mayor parte de las doctrinas católicas, protestantes o pentecostales.
Un patrón repetitivo
Durante muchos años los escritores y maestros protestantes tradicionales hablaron y escribieron contra el movimiento carismático, como lo hicieran antes contra el pentecostalismo. Con el tiempo, sin embargo, los evangélicos históricos empezaron a ver a los carismáticos con más tolerancia y comprensión, igual que había sucedido antes con los pentecostales. Su celo por Dios, su trabajo de evangelización, su deseo de llevar una vida santa, eran pruebas de que Dios estaba actuando por medio del movimiento carismático a pesar de lo que algunos consideraban inquietantes errores doctrinales dentro del movimiento.
Los protestantes tradicionales, los pentecostales y los carismáticos comenzaron a trabajar juntos, en particular en la evangelización y la renovación de la iglesia. Por otro lado, tanto pentecostales como carismáticos empezaron a servir como misioneros bajo distinguidas juntas misioneras que no eran ni carismáticas ni pentecostales.
Y ahora, cuando todo parecía asentarse, ha tenido lugar una nueva explosión espiritual. Al igual que sucediera tanto con el movimiento pentecostal como con el carismático (desde una perspectiva norteamericana), ésta se ha originado en California. Ha nacido la Tercera Ola.5 Esta Tercera Ola es el movimiento de renovación que se está produciendo entre los líderes de las iglesias evangélicas conservadoras que no quieren ser ni pentecostales ni carismáticos, prefieren seguirse llamando evangélicos conservadores, pero están abiertos a la renovación del Espíritu Santo, e incluso a la operación de la mayor parte de sus dones, si no de todos.
Sea cual fuere el énfasis que dan a las experiencias con el Espíritu Santo, no creen en un bautismo especial con el Espíritu de una vez por todas y adicional y subsiguiente a aquel que incorpora al creyente al cuerpo de Cristo (1 Corintios 12.13). Utilizarán términos tales como «unción», «plenitud», «revestimiento» del Espíritu, pero no «bautismo» del Espíritu. Tal vez acepten también la declaración tradicional evangélica conservadora que dice: «Hay un solo bautismo del Espíritu pero muchas experiencias de plenitud». Estos evangélicos dan lugar a los llamados dones milagrosos y no sólo a las manifestaciones más tradicionales.
Sin embargo, creo que estamos entrando en una nueva época de rivalidad en el cuerpo de Cristo, principalmente en los Estados Unidos. Para algunos evangélicos, la Tercera Ola es la gota que colma el vaso. Algunos se han armado de papel y lápiz y han escrito (y escriben) libros que afirman que el abanico completo de los dones del Espíritu no está vigente en la iglesia de hoy en día. Lo que estamos viendo en estos movimientos de renovación, dicen, son falsificaciones de los dones verdaderos: algunas de ellas demoníacas y otras de carácter sicológico o abiertamente fingidas.
Se está reviviendo la culpabilidad por asociación tras mucho tiempo de mantenerse latente. Si uno trabaja con pentecostales, carismáticos e incluso con renovados de la Tercera Ola, es sospechoso. En aras de la pureza doctrinal, la rivalidad surge de nuevo debido a las palabras y al ministerio escrito de algunos líderes evangélicos tradicionales muy conocidos.
De esta manera se promueve una nueva división. Las juntas misioneras que habían abierto sus puertas a los pentecostales, carismáticos y renovados de la Tercera Ola son amenazadas con el corte del apoyo financiero por parte de las iglesias controladas por algunos de estos predicadores y maestros de la Biblia. Por desgracia, se adopta una nueva línea dura en el nombre de aquel que oró: «Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (Juan 17.21).
Es una experiencia sensata leer las palabras de Jesús y más tarde de Pablo y hacer un examen de la propia vida y ministerio. Si soy un sembrador de pleitos, un líder de contiendas, disensiones y herejías en el cuerpo de Cristo, entonces estoy andando en la carne y no en el Espíritu. Todas mis afirmaciones de que lo único que estoy haciendo es contender «por la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Judas^<1034,Times New Roman>Judas 3) son un completo abuso de este versículo. No era eso lo que Judas tenía en mente cuando lo escribió. También los pentecostales, carismáticos y renovados de la Tercera Ola son defensores y abogados de la verdadera fe bíblica.
No sólo está relacionada la carne con dichas actitudes, sino también los espíritus demoníacos. Se trata de esos espíritus que se ocultan tras la mayor parte de las divisiones reavivadas dentro del cuerpo de Cristo. El Espíritu es el Espíritu de paz y unidad en el cuerpo, los espíritus son los espíritus de división y falta de armonía dentro del mismo. ¿Qué espíritu está influyendo en mi vida en cuanto a la actitud hacia los hermanos de diferentes convicciones doctrinales o eclesiásticas?
1 1.     Ronald Y. K. Fung, The Epistle to the Galatians , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1989, p. 257.
2 2.     Fung, p. 258.
3 3.     Si desea conocer la historia del pentecostalismo vista por un erudito pentecostal, le refiero a John Thomas Nichol, Pentecostalism , Harper & Row, Nueva York, 1966. Otro excelente libro sobre el tema, que incluye al movimiento carismático y escrito por alguien que no es ni pentecostal ni carismático, es el de C. Peter Wagner, How to Have a Healing Ministry Without Making Your Church Sick , Regal, Ventura, Calif, 1988b.
4 4.     La mejor información tanto sobre el movimiento carismático como sobre el pentecostal puede obtenerse de Stanley M. Burgess y Gary B. McGee, Dictionary of Pentecostal and Charismatic Movements , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1989.
5 5.     Según los investigadores, la primera ola de avivamiento generalizado en este siglo fue el movimiento pentecostal, la segunda el movimiento carismático, y a la tercera se le ha empezado a llamar la Tercera Ola. El nombre probablemente tuviera su origen en la mente imaginativa del experto en crecimiento de la iglesia C. Peter Wagner, de la Escuela de Misiones Mundiales del Seminario Teológico Fuller. Véase The Third Wave of the Holy Spirit , Vine Books Servant Publications, Ann Arbor, MI, 1988a y How to Have a Healing Ministry.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

24
Resentimiento e intemperancia
Una madre joven y encantadora vino a verme a causa de ciertos problemas graves que tenía con su pequeño. En la primera sesión de consejo ella dio muestras de heridas profundas en su propia vida, y cuando cuidadosamente hube creado el ambiente en el cual la mujer pudo sentir libertad para hablar de su propia vida, exclamó de repente:
—¡Odio a mi abuelo! ¡Odio a mi abuela! ¡Odio a mi padre! ¡Odio a mi madre! Era mucho odio junto. Después de su esposo e hijo, aquellas eran las cuatro personas que más debería amar en su vida.
—¿Por qué odia a su abuelo? le pregunté.
—Porque es un pervertido sexual.
—¿Y a su abuela?
—Porque es tan pervertida como él — contestó. Ambos son ya mayores y sin embargo hablan del sexo como los chicos de la calle.
—¿Qué le hizo su abuelo?
La mujer puso la cabeza sobre mi escritorio y comenzó a llorar fuera de control. Dejé que lo hiciera hasta que estuviese en condiciones de contestar.
—¡Lo odio porque ha abusado sexualmente de mí desde que era niña! —exclamó. Volvió a esconder la cara entre las manos y siguió llorando.
Sentí una profunda compasión por ella, pero me abstuve mucho de tocarla de ninguna manera, aunque sólo contaba la edad de una de mis hijas. En mi espíritu notaba que tenía profundos problemas sexuales a consecuencia del abuso sufrido y que cualquier contacto físico de mi parte podía ser malinterpretado. Además era muy hermosa y sexualmente atractiva, y no estaba dispuesto a dar lugar alguno al diablo.
Cuando logró controlar sus emociones dijo:
—Mi abuelo es tan perverso que cuando era pequeña solía sentarme en sus rodillas y tocarme. Y a medida que fui creciendo me hizo todo tipo de cosas. Incluso ahora, aunque estoy casada, me persigue. Cuando me abraza tengo que cruzar los brazos sobre el pecho o de otra forma me tocaría de un modo sensual. ¡Lo odio! ¡Lo odio!
—¿Por qué odia a su abuela? — inquirí.
—Porque sabe lo que hace su marido y parece deleitarse en ello casi tanto como él. ¡Los odio a ambos!
¿Y a su padre?
Sus ojos lanzaron una llamarada de odio y rabia.
—Lo odio por no protegerme del suyo. Debió ser mi protector, pero no me defendió. Cuando su padre me tomaba en brazos y me tocaba de un modo impropio, lo miraba implorando con mis ojos su protección, pero lo único que hacía era ignorarme o reírse. ¡Lo odio! ¡Lo odio!
De nuevo se echó a llorar desconsoladamente. Y cuando recobró la compostura, continuó:
—También odio a mi padre porque no me mostró amor cuando más lo necesitaba. Me abrazaba y besaba cuando era pequeña, pero una vez que comencé a crecer y necesitaba su cariño jamás me lo dio. Por lo tanto nunca conocí un amor de varón que no fuera sexual.
Para concluir, le pregunté por qué odiaba a su madre.
—Ella es doña Perfecta, una conocida maestra de la Biblia para mujeres. Viaja y habla por todas partes. Cuando la necesitaba como amiga y consejera nunca tuvo tiempo para mí. No ha cambiado nada, sigue siendo doña Perfecta y yo no soy perfecta.
Luego me miró con perplejidad y expresó:
—¿Qué pasa conmigo, Dr. Murphy? Dondequiera que voy los hombres se me quedan mirando y quieren tocarme; pero sólo desean hacerlo con deseo sexual. ¿Estoy tan sucia que saben lo que me ha sucedido? No quiero que me vean así.
Después de varias sesiones de consejo con aquella joven mujer vi que algunos aspectos de su problema necesitaban más ayuda de la que podía darle, de modo que traje a otro consejero.
Llegó el momento en que ella pudo enfrentarse al hecho de que debía perdonar a aquellos que la habían dañado de un modo tan terrible. Su vida se había caracterizado por el conflicto interpersonal con muchas figuras de autoridad y su sentimiento de haber sido traicionada precisamente por quiénes deberían haber sido sus auxiliares era tan profundo que desconfiaba de toda autoridad.
Le pedimos que hiciera una lista de las personas a las que odiaba, guardaba rencor o con las que tenía conflictos profundos. ¡Para asombro nuestro volvió a la siguiente sesión con una hoja de papel tamaño holandesa con nombres por ambas caras!
Hizo una copia para mí y otra para mi colega. Cuando estuvo preparada para ello, puso aquellos nombres delante del Señor uno por uno y confesó su pecado reaccionario1 (véase la Fig. 24.1) contra ellos, declarando por fe que en ese momento los perdonaba a cada uno individualmente. Cuando llegó al nombre de su abuelo, lo pasó por alto y siguió con otros.
Esperé para ver si volvía a él, pero no lo hizo. Sabía que era el más importante de todos y que la mujer eludía el principal obstáculo para su restauración, de modo que le dije:
—Se ha olvidado de su abuelo.
Ella dejó su oración y confesión por un momento, y volviéndose hacia mí me respondió bruscamente:
—Todavía no estoy lista para perdonarle.
Una vez dicho esto, continuó sin que yo hiciera ningún comentario.
Por último regresó a su abuelo y entonces se entabló una terrible batalla emocional. Sólo con recordarlo la mujer se ponía a sollozar. Apenas podía soportar la vista de su nombre en aquella lista. Era quien le había causado el daño más profundo. La malograda relación con él había afectado a casi todas las áreas de su vida, incluso al trato con su marido.
Quería que fuese castigado, no perdonado. Hasta que por fin clamó al Señor, perdonando a aquel hombre cruel como Dios la había perdonado a ella. Aquello le produjo una liberación emocional como jamás he visto otra y resultó ser el comienzo de su sanidad interior, la que se produciría a lo largo de varios meses.
Ocho formas de vencer el resentimiento
¿Cómo podemos descubrir en nuestras vidas esas raíces profundas, y a menudo inconscientes, de resentimiento, vergüenza, rechazo y otras emociones negativas semejantes que guardamos la mayoría de nosotros y acabar con ellas? Me gustaría hablarle de ocho ideas en particular.2
1.     Exprese los sentimientos negativos en vez de enterrarlos y suprimirlos. Si le atormenta la vergüenza, el rechazo, la falta de autoestima,3 el resentimiento o la rabia contra los demás y contra Dios, reconózcalo.
Eso es lo que el Dr. William Backus llama «decirse la verdad a uno mismo».4 Exprese: «Estoy enojado con». «Me siento rechazado por». «Sufrí abusos sexuales de mi padre, madre, hermano, tío, abuelo, etc.». Dígase la verdad sea cual fuere. Reconozca lo que sucede en su interior.
A continuación, cuéntele a Dios esa verdad. Él ya la sabe, pero espera oírla de sus labios, aunque se sienta enojado con Él. David, Jeremías y otros héroes de la fe se enojaron con Dios y no sólo se lo dijeron, sino que lo escribieron para que todo el mundo lo leyese.
Luego, dígale la verdad a su compañero de oración, confesión y sanidad según Santiago 5.16. Luego hablaremos más acerca de la necesidad de contar con esa clase de ayuda.
2.     Acepte la responsabilidad de sus sentimientos negativos y rencorosos. He tenido que hacerlo muchas veces. No podemos culpar a los demás de nuestros pecados reaccionarios. Los responsables somos nosotros. Este es el tema constante de la Escritura. A la gente siempre se le pide cuentas por sus pecados, aunque hayan sido provocados por las acciones injustas de otros.
En Efesios 4.31–5.2b el apóstol incluye a todos los creyentes, incluso a aquellos que han sufrido abusos desde la infancia o se hallan endemoniados desde su nacimiento y tal vez antes. Los que le hirieron tienen su propia culpa, pero delante de Dios, no de usted. Usted no es responsable de sus acciones, sino sólo de su propia manera de reaccionar a las mismas.
3.     Confiese su pecado reaccionario, si fuera posible en tres niveles distintos: Primero, al Señor. Acepte por la fe su fidelidad y justicia para perdonarle, y la promesa que le hace de limpiarle de toda maldad (1 Juan 1.6–2.1).
En segundo lugar, a su compañero de oración, confesión y sanidad (Santiago 5.16), de este modo se verá obligado a expresar con palabras a un semejante de confianza lo que ha estado oculto dentro de usted la mayor parte de su vida. Esto no sólo abre paso a la oración eficaz del otro por usted, sino que también resulta terapéutico para usted mismo al sacar a la luz las tinieblas de su vida interior.
En tercer lugar, siempre que sea necesario y posible, confiese sus sentimientos a aquellos contra quienes siente usted ese enojo y resentimiento (Mateo 5.22–24; 6.12–15; Marcos 11.25–26; Mateo 18.21–35). Si ellos han cometido algún mal contra usted, esto les dará la oportunidad de reconocer sus pecados, recibir perdón y ser restaurados a la vida en Cristo. Hay que decir, sin embargo, que no siempre es posible ni aconsejable hacerlo. Es ahí donde su consejero o compañero según, Santiago 5.16, puede ayudarle a discernir entre lo provechoso y aquello que hará más mal que bien.
4.     Pregúntese a sí mismo si desea en realidad ser sanado de su daño emocional. Aunque esto pueda parecer algo obvio, no lo es. Algunas personas se han acostumbrado tanto a su autocompasión, enojo, sentimientos de inferioridad, rechazo, que en realidad no quieren cambiar. En el caso de muchos individuos, estas cosas se han convertido en una excusa para cometer otros pecados que no desean abandonar. Quieren ser restaurados, pero no están dispuestos a pagar el precio que ello requiere.
5.     Decida por la fe perdonar a todos aquellos que le han herido. Otra vez digo que esto hay que hacerlo por fe, por un acto voluntario de obediencia a la Palabra de Dios. Las emociones no son el factor clave, ya que pueden cambiar. El acto de la voluntad, «la obediencia de la fe», es estable. Con el tiempo, dichas emociones tal vez se pongan más en línea con la voluntad de la fe, pero si no sucede así no importa. Su voluntad habrá obedecido en fe al mandamiento de Dios. Alguien ha dicho que «perdonar es renunciar al derecho de odiar a aquellos que nos han herido». Sin duda alguna esta es la parte más difícil del perdón.
En una ocasión, cierta jovencita de quince años de edad que había sido víctima de incesto durante muchos años por parte de su padre, fue a la consulta de un consejero cristiano, y cuando éste abordó el tema de la necesidad que ella tenía de perdonar a su progenitor por el mal que le había hecho, la muchacha reaccionó con enojo contra su sugerencia y le dijo:
—¿Por qué he de perdonar a mi padre por haber arruinado los quince primeros años de mi vida?
A lo que el consejero, sabiamente, respondió de inmediato:
—Para que no arruine también los siguientes quince años.
¡Qué palabras tan sabias! Pablo dice que la raíz de amargura contamina a muchos y esto es cierto, en especial, de aquella persona que la alimenta (Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 12.15).
6.     Decida por la fe extender a los culpables el amor redentor de Jesucristo. Con esto no quiero decir que intente ganarlos para Cristo. Tal vez la parte culpable sea ya una persona cristiana; en ciertos casos son incluso líderes famosos y eficaces ganadores de almas.
Aunque algunos quizá rechacen la posibilidad de que los culpables de tal maldad sean en verdad cristianos «nacidos de nuevo», hemos de aceptar el hecho de que algunos lo son. Por lo menos han aceptado a Cristo como Salvador y quizá le han servido fielmente excepto en esa oscura área de su vida.
Cuando uno perdona y puede orar de veras por la salvación y la transformación de aquellos que le han hecho más daño, va camino de la sanidad. Dios actúa en respuesta a las oraciones de sus santos.
7.     Decida perdonarse a sí mismo y aceptar el perdón de Dios por sus pecados. No permita que el diablo le siga acusando ni le llene de vergüenza, autorechazo o sentimiento de insignificancia o suciedad.
Un pasaje clave para esto es 2 Corintios 2.6, 7, 11. Pablo temía que el creyente arrepentido de Corinto no fuera capaz de recibir el perdón de Dios y se dejara consumir por demasiado remordimiento (v. 7). Sentía que esto era lo que iba a ocurrir, a menos que los creyentes, quienes le habían disciplinado, le reafirmaran y le asegurasen de su perdón y su amor para con él.
Con frecuencia, los creyentes que en su infancia sufrieron abusos tienen luchas para entrar en esa dichosa paz que produce la certeza de haber sido plenamente limpiado y restaurado. Atormentados por la culpabilidad, se sienten en cierto modo algo responsables de lo que les hicieron a ellos, aunque saben que fueron víctimas de la maldad de otros.
8.     Por último, rechace toda intromisión de Satanás en su vida que haya podido ser causada por el abuso o el opresor. Muchos de los que abusan de niños están endemoniados, y los espíritus malos vinculados a sus vidas a menudo se emparejan y asocian con la vida de sus víctimas; o pueden aprovecharse del pecado reaccionario y reforzar el sentimiento de enojo, vergüenza, insignificancia, resentimiento y rabia de éstas. El creyente debe, por lo tanto, aprender la práctica de la guerra espiritual eficaz (Santiago 4.7–8; 1 Pedro 5.8–11).
En la vida de algunas personas, las raíces de amargura, vergüenza, rechazo y antipatía no responderán a las sugerencias anteriores; o si hay respuesta, puede que sea superficial y de corta duración. Casi en el cien por ciento de tales casos ha habido un abuso grave durante la infancia, por lo general antes de que el niño comenzara a ir a la escuela, y bien dicho abuso está bloqueado por completo de la memoria del paciente o bien éste recuerda algunas imágenes fugaces, extrañas y desconectadas, de algún trauma temprano. Por desgracia, esta situación parece requerir a menudo que se revivan angustiosamente tales experiencias dolorosas a fin de que los recuerdos puedan salir a flote y ser tratados por el Espíritu de Dios.
En el contexto pastoral, a menudo a esas personas dañadas se les dice que la oración y una lectura fiel de la Biblia producirán la sanidad necesaria. Esto es una simplificación exagerada del asunto. Por lo general, la sanidad no resulta ni de un culto de sanidad de una hora con imposición de manos, ni de una breve sesión con un consejero. A veces esto puede suceder, del mismo modo que una persona con una enfermedad incurable puede ser sanada de inmediato, pero no es esa la manera normal que Dios tiene de sanar.
Lo mismo sucede con las personas terriblemente dañadas por prolongadas situaciones de dolor en la niñez. En un contexto así, la supervivencia sólo ha sido posible mediante alguna forma de disociación o separación completa incluso del recuerdo de dicho trauma. Esto, por lo general, requiere que un «sanador» bien adiestrado ayude al paciente a descubrir las causas fundamentales de los problemas que experimenta.
Debemos preguntar a Dios qué casos deberíamos aceptar y cuáles sería mejor referir a otros consejeros. Por cada uno que acepto, envío muchos otros a personal más preparados y que tienen el tiempo, la formación y la experiencia necesarios para convertirse en los sanadores de Dios para sus hijos heridos.
Los pecados de codicia (Gálatas 5.20, 21)
El último grupo de pecados sociales está formado por los «celos» y las «envidias». Los llamo «pecados de codicia».
El término «celos» es zelos en griego, que se usa a menudo en el Nuevo Testamento con el sentido positivo de «celo» (Romanos 10.2; Filipenses 3.6; Juan 2.17). Fung dice que cuando está asociado con éris, «contiendas», como aquí y también en Romanos 13.13, 1 Corintios 3.3, 2 Corintios 12.20, significa celos.
Según él, son «un celo egoísta que se siente agraviado por el bien que otro disfruta pero se le niega a él (cf. Santiago 3.14, “celos amargos”) y puede tratar activamente de hacer daño a la otra persona».5
«Envidias», en griego phthónoi, tiene un significado parecido a zelos. Pero Fung dice que «mientras que zelos puede tener el sentido positivo de “celo” a la vez que el negativo de “celos”, phthónos sólo posee el innoble significado de “envidia” que mira con malos ojos a otra persona por lo que tiene o es. Esto no resulta muy diferente de zelos como se utiliza aquí».6
Dos pecados de intemperancia
El substantivo plural méthai se traduce por borracheras en la mayoría de las versiones (Gálatas 5.21). Fung dice que aunque «el tomar vino no es pecado en sí (cf. Juan 2.10; 1 Timoteo 5.23), su consumo excesivo en forma de ebriedad y “borracheras” aparece repetidamente en el catálogo de los vicios (Romanos 13.13; 1 Corintios 5.11; 6.10). En los dos últimos pasajes la palabra utilizada es méthysos, “borracho”».7
La práctica corriente de los borrachos es embriagarse por la noche, una vez realizado el trabajo diario. El apóstol se refiere a este hecho en su apasionada exhortación a la actitud sobria de los creyentes en Tesalonicenses 5.4–11.
En cierta ocasión Pablo tuvo que corregir a la iglesia de los Corintios por permitir la embriaguez en la Santa Cena (1 Corintios 11.20–22). Aunque esto parece inconcebible, supone una evidencia de cuán extendidas estaban las borracheras en el mundo gentil de la época.
El Nuevo Testamento expresa una opinión muy negativa de la adicción al vino, a las bebidas alcohólicas y las borracheras. El apóstol Pablo dice que esto último es «disolución» (Efesios 5.18a). El término en griego es asotía, un compuesto de dos palabras: a, «negativo», y sozo, «salvar».8 En distintas versiones del Nuevo Testamento en inglés se traduce por varias palabras muy expresivas.
Así la versión King James la traduce como «disipación»; la Revised Standard Version lo hace como «desenfreno»; Beck utiliza la expresión «vivir desordenado». J. B. Phillips hace una de las mejores traducciones funcionales de este versículo: «No os estimuléis con vino (porque siempre corréis el riesgo de beber demasiado)». Según Pablo, debemos estimularnos bebiendo del Espíritu Santo (Efesios 5.18).
En su comentario sobre Efesios 5.18, Fung hace referencia al culto heleno de Dionisio, el dios del vino, demasiado conocido para los cristianos de Efeso.9 Sus ceremonias de adoración terminaban en fiestas de embriaguez con las consabidas orgías. En la Escritura, las borracheras y la inmoralidad aparecen juntas a menudo (Génesis 9.20–27; 19.30–38).
La siguiente palabra es otro plural: κομοι (Gálatas 5.21). Vine dice que se trata de «la circunstancia concomitante o la consecuencia de la embriaguez».10 Fung, por su parte, expresa que κομοι «es la compañera natural de la “borrachera” (cf. Romanos 13.13), un rasgo característico de la forma de vida pagana (1 Pedro 4.3) y un ejemplo concreto de lo que significa ser “amadores de los deleites más que de Dios” (philédonoi, 2 Timoteo 3.4)».11
Un equivalente funcional en la cultura juvenil americana de nuestros días sería el «party» [la fiesta], cuyas borracheras, pérdida de autocontrol e inmoralidad atraen a los espíritus demoníacos. En cierta ocasión me enfrenté a un espíritu mentiroso de «party» que alardeaba de que iba a convertir al infierno en una gran orgía y a «bailar sobre las llamas».
Y eso no es todo
El apóstol termina su catálogo de vicios de la carne con la expresión «y cosas semejantes a estas» (Gálatas 5.21). Fung dice al respecto que como la lista tenía por prólogo hátina (el tipo de), llega a su clímax con kaì tà hómoia, «y cosas semejantes». Ambas expresiones muestran que la enumeración es representativa, no exhaustiva. De los quince pecados mencionados aquí, Fung dice que los tres primeros (fornicación, inmundicia y lascivia) y los dos últimos (borracheras y orgías) son «cometidos en la esfera del cuerpo, pero el resto … podrían ser consumados por espíritus incorpóreos, mostrando así que “las obras de la carne” no son necesariamente físicas o sensuales, sino que abarcan también a los vicios espirituales».12
La declaración final de Pablo: «Acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios» (Gálatas 5.21b), no se refiere a un acto ocasional sino a un estilo de vida. El apóstol utiliza el participio prássontes, bien traducido en la Reina Valera como «los que practican tales cosas».
Fung afirma que el participio «denota, no un desliz esporádico, sino una conducta habitual».13
No existe tal cosa como la justificación por Cristo sin una regeneración por el Espíritu Santo. Como expresa Fung, «el evangelio que ofrece justificación y libertad de la ley por medio de la fe en Cristo nunca da a los creyentes ninguna libertad a fin de que la conviertan en libertinaje para “las obras de la carne” (v. 19; cf. v. 13)».14
El apóstol hace referencia a heredar «el reino de Dios». El reino de Dios, de Cristo y de los cielos es el tema central de la Escritura. Como dice George Ladd: «Los eruditos modernos se muestran bastante unánimes en cuanto a que el mensaje central de Jesucristo era el reino de Dios».15 I. H. Marshall concuerda con esto y dice que significa «la actividad soberana de Dios como Rey salvando a los hombres y venciendo al mal, y el nuevo orden establecido de este modo».16
Parece haber tres aspectos del reino revelados en las Escrituras: el reino que llegó con la venida de Jesús; el reino que continúa viviendo en el ministerio de la iglesia; y el reino que está por venir con la parousía, la segunda venida de Cristo.
El ministerio de liberación de nuestro Señor era algo exclusivamente del reino. Jesús dijo a los judíos que su poder para atar al hombre fuerte y echar fuera demonios constituía la prueba de que «ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mateo 12.22–28).
Un ministerio eficaz de guerra espiritual, en el sentido de lucha victoriosa con el campo sobrenatural maligno en la autoridad del nombre de Jesús, constituye de un modo único la evidencia de una venida continua del reino de Dios. Esto es lo que infunde gozo en lo que por otra parte es un ministerio difícil.


1 1.     Pecado reaccionario es la reacción pecaminosa de una persona que ha sufrido abusos en contra de sus opresores, contra terceros e incluso contra Dios. El diagrama de la página 6 muestra cómo actúa dicho pecado. Siga las flechas desde (1) Activador hasta (2) Víctima. La víctima se convierte a su vez en un activador de pecado (3) contra su opresor (4) o, si se encuentra en una posición de menos poder que él, vuelve su rabia hacia otras personas inocentes (5). Esto produce una reacción en cadena que difunde el pecado a menudo durante generaciones enteras. Dicha reacción debe ser detenida por libre decisión de las víctimas de perdonar a quienes abusaron de ellas, como Cristo las ha perdonado a ellas mismas, aun en el caso de que sus opresores no soliciten el perdón. Ese es el ejemplo que estableció Jesús según los pasajes de 1 Pedro 2.21–25; 3.8–18.
2 2.     Lea los provechosos libros de David A. Seamands, profesor de Estudios Pastorales en el Seminario Teológico Asbury, Healing for Damaged Emotions , Victor, Wheaton, IL, 1985a y Healing Grace Victor, Wheaton, IL, 1988.
3 3.     Seamands dice que la deficiente estima hacia uno mismo es la táctica principal de engaño que Satanás utiliza con los cristianos (Healing for Damaged Emotions, pp.48–96).
4 4.     Los dos libros de William Backus, Telling Yourself the Truth , Bethany House, Minneapolis, MI, 1980) y Telling the Truth to Troubled People , Bethany House, Minneapolis, MI, 1985, son excelentes.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.
5.     Ronald Y. K. Fung, The Epistle to the Galatians, NICNT , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1989, p. 258.
6.     Fung, p. 259.
7.     Ibid. p. 259. No todo el mundo estará de acuerdo con la actitud más liberal de Fung respecto del vino. Que cada uno esté persuadido en su propia mente.
8.     W. E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, Londres, 1953 2:57.
9.     Fung, p. 260.
10 10.     Vine 2:295.
11 11.     Fung, p. 260.
12 12.     Aunque entiendo lo que Fung trata de decir, debo afirmar que los “pecados cometidos en la esfera del cuerpo” pueden ser igualmente realizados por espíritus incorpóreos que actúan a través de seres humanos e incluso de animales. Además, como sucede en los casos de íncubos y súcubos, ciertos espíritus son capaces de cometer pecados sexuales groseros por contacto sexual directo con el cuerpo de su víctima. Yo he tratado varios casos de estos, resultan grotescos y las víctimas sufren mucho, pues lo que experimentan es una violación cruel.
13 13.     Fung, p. 261.
14 14.     Ibid. p. 262.
15 15.     George Eldon Ladd, A Theology of the New Testament , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1983, p. 571.
16 16.     I. H. Marshall en Merrill C. Tenney, ed., ZPEB , Zondervan, Grand Rapids, MI, 1977, 3:801–809.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

Sección IV
La guerra del creyente con el mundo
25
El evangelio y la cultura
El sincretismo como dimensión de «el mundo»
Alguien ha dicho que «la iglesia de África es como un río de dos kilómetros de ancho pero con sólo dos centímetros de profundidad». En una conferencia reciente salió a la luz la magnitud del sincretismo practicado por los líderes eclesiásticos de cierta nación africana y me sentí constreñido a enseñar, una y otra vez, sobre Josué^<1034,Times New Roman>Josué 24.14–23, donde el líder hebreo desafía al pueblo de Dios a decidirse en cuanto a quién servir: si al verdadero Dios o a los que «no son dioses» (Gálatas 4.8).
Nos inquietó descubrir que muchos de los pastores «piadosos» asistentes a las conferencias de adiestramiento y sus esposas tenían doble ánimo. Aunque se habían comprometido verdaderamente con Cristo en cuanto al perdón de sus pecados y la seguridad de la vida eterna en el reino venidero de Dios, todavía recurrían a los dioses tradicionales, la magia, el servicio a los espíritus de los antepasados, los buenos y malos espíritus populares, los espíritus naturales y cósmicos para satisfacer sus necesidades diarias. Este era el «mundo» con el que ellos seguían contemporizando.
En las sesiones de la mañana yo era el orador principal y enseñaba acerca de la guerra espiritual y el señorío de Cristo. Hombres y mujeres asistían juntos a dichas sesiones. Por la tarde, dividíamos a los líderes en grupos para llevar a cabo diferentes talleres, mientras las mujeres se reunían todo ese tiempo con mi esposa Loretta y diversas maestras de la Palabra, sobre todo africanas.
Hacia el final de la semana, después de haber puesto el suficiente fundamento bíblico, utilicé Josué^<1034,Times New Roman>Josué 24.14, 15, 23 para desafiar a los pastores y sus esposas a seguir al Señor de todo corazón. Invité a aquellos líderes a manifestar públicamente su decisión de acatar el consejo de Josué: «Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón a Jehová Dios de Israel» (v. 23). Cierto número de hombres se pusieron en pie e hicieron pública su decisión de seguir al Señor rechazando completamente todos los demás dioses. Después de eso, algunos pasaron al frente para que se orase por ellos y se les aconsejase.
No obstante, ninguna de las mujeres respondió. Ya habíamos descubierto que por lo general son ellas quienes se aferran a los dioses y a los espíritus antiguos, y quienes practican la magia tradicional. También sabíamos que, por un condicionamiento cultural, las mujeres de aquel país no suelen responder en público cuando hay hombres presentes.
Durante la sesión de la tarde con las mujeres, le tocaba enseñar a mi esposa. Loretta repasó mi enseñanza de la mañana y cariñosamente, pero con firmeza, señaló que como esposas de pastores a menudo ellas eran más culpables de practicar la magia tradicional y de servir a los espíritus para obtener protección y bendiciones para sí mismas y sus familias.
Nos habían dicho que muchas de ellas llevaban cordones mágicos atados a la cintura y que se los habían puesto también a sus hijos en los brazos o los pies. Loretta las desafió a que se quitasen dichos cordones y siguieran las enseñanzas bíblicas en cuanto a sanidad, protección y bendiciones para sus necesidades diarias.
De repente un desasosiego espontáneo acompañado de un ruido de protestas recorrió el grupo de mujeres y los demonios empezaron a manifestarse por todos lados rechazando las enseñanzas recibidas. Loretta se quedó tan sobrecogida que no sabía qué hacer, y empezó a declarar al mundo espiritual que Jesús era el Señor y tenía autoridad sobre todos los espíritus, y que sus siervos compartían con él esa autoridad. Así calló a los espíritus.
Entonces, una líder de JUCUM, temerosa de Dios, que trabajaba con ellas, se levantó y habló en su lengua nativa chechewa; así puso bajo control a las mujeres. Luego ambas empezaron a ministrar a aquellas que querían seguir al Señor a plenitud.
Buen número de mujeres estaban endemoniadas por haber honrado a los espíritus y practicado la magia tradicional. Necesitaban liberación. Dios fue fiel y las maestras presenciaron grandes victorias. Sin embargo, no todas aquellas mujeres respondieron, aunque eran ellas quienes tenían la llave de la verdadera vida espiritual para sus familias e iglesias.
¿Por qué utilizo este ejemplo para iniciar nuestro estudio sobre la guerra con el mundo? El sincretismo no es sólo un asunto relacionado con el campo sobrenatural maligno, sino con el mundo en general. Las esposas de los pastores de este relato todavía estaban enamoradas de la magia espiritual, uno de los principales rasgos culturales del mundo en que vivían. Necesitaban romper con el mundo en ese aspecto.
Cuando centramos nuestra atención en la guerra contra el pecado que tiene sus raíces en este «mundo malo», contemplamos dicho pecado en su dimensión social. William Vine define el mundo desde esta perspectiva social como «la situación presente de los asuntos humanos separados de Dios y en oposición a Él».1
Al hablar de asuntos humanos nos vemos obligados a pensar en las sociedades y cada una de ellas se convierte en «el mundo» en el cual viven los miembros de la misma. Para el creyente, ese mundo llega a ser su enemigo espiritual de un modo tan verídico como su carne. Eso fue lo ocurrido en el caso de aquellas mujeres de pastores africanas que acabamos de mencionar. La dimensión social de la guerra del creyente, su lucha con el mundo, puede convertirse en algo todavía más difícil de reconocer y vencer para él que la dimensión personal de dicha guerra: su lucha contra la carne. El mundo es mucho más sutil que la carne: nos toma por sorpresa.
El Dr. Martin Lloyd-Jones escribe que la mundanalidad:
[ … ] es con toda certeza la mayor lucha que tiene que librar la Iglesia cristiana en el momento presente.
Ha habido un descenso de las normas morales por todas partes … El límite entre la Iglesia y el mundo es casi imperceptible y el pueblo de Dios ya no se destaca como algo único a diferencia del pasado. El Nuevo Testamento está lleno de advertencias acerca de este poder sutil y tremendo que tiene el mundo, el cual quisiera arrastrarnos lejos de Cristo, en quien creemos, y hacer que le negásemos en la práctica reduciéndonos al estado descrito en 2 Timoteo 3.5: «Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella».2
Aunque nada fáciles de vencer, los pecados de la carne, más concretos y reconocibles, resultan menos difíciles de detectar. No sucede así con el mundo y como consecuencia de ello la mayoría de los creyentes somos más mundanos de lo que quisiéramos reconocer.
Las culturas, las religiones y el evangelio
Puesto que cada creyente forma parte de un grupo cultural, muchas de las normas de esa unidad se convierten en su mundo pecaminoso. El estilo de vida egocéntrico del grupo trata de imponerse inexorablemente sobre el cristiano para conformarlo según su molde. Sin embargo, los cristianos, como ciudadanos del reino de Dios, deben reconocer el mal inherente en muchas dimensiones de su cultura y resistir a sus engaños sutiles.
Los componentes culturales y el evangelio: neutrales, compatibles e incompatibles
Las culturas humanas no son totalmente malas. Aunque el mal impregna todos los aspectos de la vida del hombre a causa de la Caída, las culturas en sí resultan buenas para la humanidad en su presente estado terreno. Ellas conciben e imponen leyes y valores que hacen posible la supervivencia del grupo.
Tienen diversos componentes, cada uno de los cuales existe en una relación determinada con otros. Cuando hay armonía entre ellos, la estructura social es relativamente estable; si por el contrario existe una falta de armonía grave, la continuidad de la cultura se ve amenazada.
Por lo general, desde un punto de vista bíblico, existen tres grandes grupos de componentes culturales: aquellos compatibles con la fe cristiana, los que son incompatibles con ella y los neutrales.
La forma de vestir, el tipo de viviendas, la alimentación y otros componentes culturales semejantes son neutrales. El evangelio tiene poco o nada que decir respecto a ellos. Las personas pueden hacerse cristianas y mantener además dichos componentes culturales.
Muchos componentes culturales resultan compatibles con el evangelio. En realidad, algunos característicos de las culturas no occidentales son más «cristianos» que sus homólogos del mundo occidental. Por ejemplo: el amor a la familia, la fidelidad conyugal de la mujer, el amor por los hijos y su protección, el respeto, amor y cuidado de los ancianos y los disminuidos, y la aceptación de un estilo de vida sencillo constituyen buenos ejemplos de ello. El evangelio refuerza esos componentes culturales buenos de las culturas que lo reciben, al reconocerlos como una evidencia adicional de la revelación general de Dios que se extiende a toda la humanidad.
Otros componentes culturales, en cambio, no son compatibles con el evangelio. En tales casos, el mensaje cristiano desafía a la cultura receptora y puede perturbar el equilibrio cultural. Esto es especialmente cierto si la cultura en cuestión está estructurada en torno a una cosmovisión que choca con la de la Biblia. El choque se producirá aunque la cosmovisión de dicha cultura sea espiritualista o religiosa. La religión, o su sustituto funcional, suministra ingredientes a la cosmovisión de los individuos y como tal constituye la esencia misma de las culturas.
El cristianismo no es compatible con ninguna otra religión,3 pero a menudo las religiones no cristianas le proporcionan un puente para entrar en otras culturas.4 No obstante, con la misma frecuencia, la religión se convierte en la mayor barrera para que las culturas acepten el evangelio. El Islam es un buen ejemplo de ello.5 Sea como fuere, cuando una cultura o subcultura responde al evangelio, a menudo, y como consecuencia de esto, se producen grandes cambios en la misma. Con el tiempo, el evangelio desafiará al «mundo» de la cultura o subcultura de que se trate.6
El cristianismo es exclusivo. Sólo él proporciona el camino que lleva a la vida eterna. Jesús dijo de sí mismo:
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. (Mateo 7.13–14).
El evangelio es autoritario y dogmático. No contemporiza con el mal ni con el error moral, social o religioso. Prescribe normas en cuanto a la fe y a la conducta, y cuando éstas chocan con los componentes culturales de la sociedad a la que se dirige, éstos cambiarán o la cultura no llegará a ser bíblicamente cristiana. El evangelio desafía al «mundo» dentro de la cultura y el «mundo» cultural lo resiste en una lucha continua. De modo que cada generación debe ser guiada a la fe personal en Jesucristo.
Esto sucede con la cultura occidental tanto como con las del resto del mundo. En realidad, algunos de los componentes principales de la cultura de Occidente son cada vez más incompatibles con el cristianismo bíblicamente puro. Este es el mundo con el que está en guerra la iglesia occidental.
Componentes culturales: los cambios que exige el evangelio
Cada componente cultural importante cumple una función en la sociedad. Si uno de ellos choca con la Escritura, la gente tiene que tomar una decisión y desde la perspectiva de la Biblia sólo puede ser una: el rechazo de los componentes culturales pecaminosos por parte de la gente y su sustitución por otros compatibles con el evangelio.
El resultado será tanto positivo como negativo. Desde un punto de vista positivo, la gente agradará a Dios; desde una óptica negativa, trastornará el equilibrio de su propia cultura y producirá un vacío en la misma que no puede quedar desocupado, sino que debe llenarse con un sustituto cultural eficaz y pertinente.
¿Cómo se descubren esos sustitutos funcionales?7 En el trabajo de misiones, el misionero puede ayudar a los creyentes de las culturas receptoras a reconocer la función que los componentes culturales pecaminosos cumplen en su cultura.8 Juntos deben buscar o crear sustitutos funcionales compatibles con la verdad bíblica pero pertinentes para la cultura en cuestión y que puedan llenar ese vacío cultural. Tanto el papel del misionero como el de la población autóctona son decisivos en este asunto. Los misioneros no deben imponer su propia inclinación cultural al pueblo anfitrión en nombre de un evangelio supracultural.
Cuando digo supracultural, me refiero a «aquel que surge directamente de la Palabra de Dios y obliga a todas las culturas, en contraste con el que está limitado a un contexto cultural dado o surge del mismo». Juan 3.16, por ejemplo, es un pasaje supracultural, mientras que 1 Corintios 11.5, 6, 10, 13–15 muy probablemente sea cultural ante todo.
El misionero, asimismo, es simplemente un abogado del cambio cultural, pero puede producirlo. Como forastero, no comprenderá del todo el papel que juegan los componentes culturales pecaminosos ni cuáles pueden ser los sustitutos funcionales más aceptables. Los cambios deben surgir de la misma gente de la cultura anfitriona; ellos son los verdaderos innovadores y únicamente ellos comprenderán plenamente qué sustitutos funcionales son susceptibles de llenar los vacíos culturales en cuestión.
Como todas las culturas son pecaminosas, tienen que producirse cambios culturales. Las concupiscencias sexuales y mundanas, por ejemplo, son siempre contrarias a las Escrituras. La inmoralidad está mal en cualquier cultura, aunque al presente parezca cumplir una función esencial en la misma. El odio y los conflictos interpersonales, las rivalidades y las guerras entre grupos humanos antagonistas no agradan a Dios. Él ama a toda la gente y desea para ellos, por igual, el mayor bien. La venganza es prerrogativa divina (Romanos 12.18–21). La religión que no se somete al señorío de Cristo disgusta al Señor y si no da como resultado compasión por los oprimidos, por los que sufren, por los afligidos y los solitarios, no es «religión pura y sin mácula delante de Dios» (Santiago 1.27).
Además, Jesús no es uno entre varios, ni siquiera el mejor entre otros dioses y seres espirituales que en último término conducen a la salvación y a la paz con Dios. Él mismo afirmó: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14.6).9
Los desafíos del sincretismo
El sincretismo es una de las principales barreras para la evangelización mundial a las que se enfrenta la iglesia hoy en día.10 En muchas partes del mundo la gente se ha hecho cristiana sin romper con su miedo precristiano a los espíritus o a los que «no son dioses», ni con su obediencia a ellos (Gálatas 4.8). Esto es en especial cierto si la «versión» del evangelio que han recibido no proporcionaba sustitutos funcionales para las necesidades que con anterioridad eran suplidas por esos espíritus o los que «no son dioses». Por lo general, dichas necesidades pertenecen al área de la sanidad física, la fertilidad, las bendiciones sobre el trabajo personal, a fin de proveer para uno mismo y su familia, la ayuda en los esfuerzos diarios del individuo y la protección de enemigos reales o imaginarios.
Lo peor de todo es cuando la iglesia trata deliberadamente de combinar el evangelio con creencias de religiones tradicionales o magia espiritual. Cierto periódico local publicaba el siguiente extracto en un artículo titulado: «Traditional Mayan Life Challenged: Evangelical Church, Catholics Compete» (Desafío a la vida maya tradicional: La iglesia evangélica y los católicos compiten):11
En la última década, los misioneros católicos han trabajado con ahínco para ayudar a los indios a combinar los elementos de su religión tradicional con la enseñanza católica, a fin de convertir a los mayas, los cuales constituyen casi la mitad de los nueve millones de habitantes que tiene el país[ … ] El obispo Efraín Hernández, secretario del arzobispo de Guatemala, Próspero Penados del Barrios, dice que la Iglesia Católica no trata de destruir las creencias indígenas, sino solamente intenta mezclar dos formas de pensamiento.
En el caso de Guatemala, los evangélicos habían adoptado una posición firme contra cualquier tipo de sincretismo. Por lo tanto, el clero católico y la iglesia evangélica representaban puntos de vista distintos en el caso en cuestión. Ojalá que todos los protestantes siguieran el ejemplo de sus hermanos evangélicos guatemaltecos. Algunos, sin embargo, han contemporizado tanto como los católicos del artículo sobre Guatemala.
La iglesia primitiva era inflexible en su declaración: «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4.12). Esto debe ser aceptado y confesado por la gente que recibe el evangelio, de otro modo el resultado será un sincretismo o cristiano-paganismo.
El vivir para nosotros mismos y no para la gloria de Dios y el beneficio de nuestros semejantes, no es nunca aceptable para el Señor (Marcos 12.29–31). Vivir en desobediencia a Dios y a la revelación que nos ha dado en su Palabra y en el Señor Jesucristo supone una rebelión contra su señorío. Los hombres crean dioses a su propia imagen: idolatría, espiritismo, espiritualismo, religiones centradas en actividades de médiums, animismo, o se hacen ellos mismos dios. De un modo u otro, declaran su independencia del señorío del único Dios verdadero, y por ende siguen al mundo y viven en un estado de separación de Él.
Este es «el mundo» que se da en todas las culturas; el mundo que trata de imponer a diario sus valores no cristianos a nuestras mentes, emociones y voluntad como creyentes. Con este mundo, estamos en guerra. Es nuestro enemigo porque es enemigo de Dios. Y como pronto veremos, se trata también de un mundo endemoniado.
Gálatas 1.4
El apóstol Pablo expresa la idea neotestamentaria del mundo y su relación con el cristiano en dos pasajes de la carta a los Gálatas. El primero de ellos es Gálatas 1.4. Allí Pablo escribe que Jesús «se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre».
Pablo utiliza la palabra griega aión («siglo») para indicar «el mundo». Aión significa literalmente «edad o período de tiempo». Vine dice al respecto: «En el uso del Nuevo Testamento está marcado por características espirituales o morales y en ocasiones se traduce por “mundo”».12
Trench describe gráficamente el aión, el siglo al que hace referencia Pablo en este pasaje, como el enemigo mortal de Dios y del creyente, y escribe que representa:
[ … ] toda esa masa flotante de pensamientos, opiniones, máximas, especulaciones, esperanzas, impulsos, objetivos, aspiraciones actuales en cualquier momento en el mundo, que puede resultar imposible captar y definir con precisión, pero que constituye el poder más real y efectivo, ya que se trata de la atmósfera moral o inmoral que respiramos en cada momento de nuestras vidas para exhalarla de nuevo de un modo inextricable.13
Así que Pablo afirma que este siglo, este mundo, es malo. Amenaza a la relación del creyente con Dios tanto que, mientras se vea obligado a continuar viviendo en él, el cristiano debe ser librado de su poder y control.
También dice el apóstol que este mundo es tan absolutamente perverso que uno de los principales propósitos de la obra redentora de Cristo fue «librarnos del presente siglo malo». Wuest expresa al respecto que el verbo traducido por «librar» (exaireó) significa «arrancar de un tirón, sacar, rescatar, liberar».14
Esta palabra fija la tónica de la carta. El evangelio es un rescate, la emancipación de un estado de esclavitud. Aquí el término indica, no un ser apartados del poder que tienen las características éticas del siglo presente, sino un rescate de dicho poder.
Wuest comenta sobre la palabra griega escogida por Pablo en este pasaje para expresar el mal, ponerós, y la contrasta con un sinónimo más gráfico y utilizado en el Nuevo Testamento: κακͅς. Ponerós es el término más fuerte para expresar la maldad y revela el mal que no sólo busca manifestar su naturaleza perversa, sino que trata también de arrastrar a otros a su maligna red.15
El hombre κακͅς puede contentarse con perecer en su propia corrupción, pero el ponerós no está satisfecho a menos que corrompa también a otros y los arrastre a la misma destrucción que él. A Satanás no se le llama el κακͅς, sino el ponerós. Pablo describe a este siglo presente como ponerós[ … ] Por lo tanto el siglo presente no se contenta con perecer en su propia corrupción, sino que trata de hacer caer consigo a todos los hombres en su inevitable destrucción de sí mismo.
Gálatas 6.14
La segunda referencia principal al mundo que Pablo hace en la carta a los Gálatas se encuentra en el 6.14, donde el apóstol escribe: «Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí y yo al mundo». El mundo (aquí kósmos) es tan perverso, dice Pablo, que la única manera de liberarse de su poder es mediante una doble crucifixión. El mundo nos ha sido crucificado a nosotros y nosotros al mundo.
La idea de nuestra unidad con Cristo en su muerte y en su crucifixión es una enseñanza bien conocida de Pablo (Romanos 6.1s; Gálatas 2.20; 5.24; Colosenses 2.20s; 3.1–4). En Gálatas 6.14 la idea es la misma, esta vez con la atención centrada en el mundo. «El mundo —señala Pablo— lucha por esclavizarnos a sus filosofías y valores declarados, ya sean seculares o religiosos. Nosotros rechazamos a ambos. Somos liberados del punto de vista del mundo mediante nuestra identificación con Cristo en su crucifixión. Él murió en nuestro lugar a las formas de pensar y actuar del mundo y nosotros hemos sido unidos a Dios en sus formas de pensar y actuar. El mundo, por su parte, ya no tiene ningún derecho sobre nosotros. Está muerto para nosotros; nos ha sido crucificado».
John Eadie centra sus palabras en la experiencia personal de Pablo en Gálatas 6.14, la cual es aplicable a todos los creyentes:16
Cada uno había sido clavado en la cruz; cada uno estaba muerto para el otro. La cruz de Cristo efectuó aquella separación. No había sido el resultado ni de una morbosa decepción, ni de aquel lamento amargo de «vanidad de vanidades»; como tampoco lo había sido de un sentimiento de fracaso en la búsqueda de las cosas del mundo, ni de las persecuciones que había experimentado: azotes, prisiones, hambre, sed, ayunos y desnudez. Por ninguna de estas cosas había muerto al mundo, sino por la unión con el Crucificado. La muerte en Cristo y con Cristo fue su muerte al mundo, y la muerte del mundo para Él.
Estas palabras tienen garra. Nos presentan la verdad de que, como Jesús, no somos de este mundo (Juan 15–17). Él nos ha hecho libres de la esclavitud al mismo. Cuanto más tiempo vivo la vida cristiana en este mundo y más aconsejo a hermanos heridos y afligidos, tanto más resuenan en mi mente y en mi corazón las palabras de Jesús en Juan 16.33:
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.
Aunque vivo en este mundo, no es mi verdadero hogar. Soy un ciudadano del reino de Dios, no de los reinos de este mundo. Él ha vencido a este mundo perverso por mí y me ha traído a su reino. En el mundo nunca encontraré verdadera paz, sino sólo en Él. En Cristo puedo, diariamente, ganar la batalla contra el mundo.
1 1.     William E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, Londres, 1953, 4:233.
2 2.     D. Martin Lloyd-Jones, Exposition of Ephesians , Baker, Grand Rapids, MI, 1987–88, 1:417 y 418.
3 3.     Dick Hillis, Is There Only One Way? , Vision House Publications, Santa Ana, CA, 1974, Alan R. Tippett, Verdict Theology , Lincoln Christian College Press, Lincoln, IL, 1969, 3–94.
4 4.     Don Richardson, Hijo de paz , Editorial Vida, Miami, Florida, 1976, y Eternity in Their Hearts , Regal, Ventura, CA, 1982b.
5 5.     Don M. McCurry, ed., The Gospel and Islam , MARC/World Vision, Monrovia, CA, 1979. George Otis, hijo, The Last of the Giants , Revell, Tarrytown, NY, 1991.
6 6.     Casi todos los grupos culturales o humanos están constituidos por subgrupos que se consideran distintos a la gente de la cultura anfitriona; es decir, que tienen la mentalidad del “nosotros y ellos”. Pocas veces un grupo cultural o humano principal se convierte a Cristo, a diferencia de los subgrupos, que si se hacen frecuentemente cristianos. A falta de una palabra mejor, utilizo el término subcultura para referirme a tales grupos.
7 7.     El concepto de sustitutos funcionales fue uno de los principales temas de la enseñanza y los escritos de mi maestro y mentor, el finado Dr. Alan Tippett, antiguo profesor de Antropología de la Escuela de Misión Mundial de Fuller. Véase Alan R. Tippett en la bibliografía; 1967; 1970, 28s; 1971; 1973, 167 y 168; 1975; 1987, 144–221.
8 8.     Defino misionero como «cualquier cristiano que lleva el evangelio a una cultura diferente a la suya». Esto incluye tanto a los misioneros del Tercer Mundo como a aquellos de los países más organizados.
9 9.     En cuanto a la exclusividad de Jesucristo, véase Robert E. Speer, The Finality of Jesus Christ Fleming H. Revell, Londres, 1933, W. A. Visser’t Hooft, No Other Name , Westminster, Filadelfia, 1963; Lesslie Newbigin, The Finality of Christ , John Knox, Richmond, VA, 1969; y Hendrick Kraemer, The Christian Message in a Non-Christian World , Kregel Publications, Grand Rapids, MI, 1961.
10 10.     Webster define sincretismo como «la combinación de diferentes formas de creencia o práctica».
11 11.     «Traditional Mayan Life Challenged: Evangelical Church, Catholics Compet», San José Mercury News, 20 de marzo, 1991.
12 12.     Vine 4:233.
13 13.     Trench, Galatians, en Kenneth S. Wuest, Wuest’s Word Studies , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1983) 1:33.
14 14.     Wuest, p. 33.
15 15.     Ibid. p. 34.
16 16.     John Eadie, Commentary on the Epistle to the Galatians , James and Klock Christian Publishing Company, Minneapolis, MN, 1977a, pp. 467 y 468.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.

26
El poder del mundo: su carácter y nuestra victoria
¿Actitudes contradictorias hacia el mundo?
Muchos creyentes se sienten desconcertados por una aparente contradicción en la actitud de Dios para con el mundo. En Juan 3.16, el apóstol pone en boca de Jesús que Dios ama al mundo, mientras que Pablo declara la opinión negativa que tiene de ese mismo mundo, como también lo hace el apóstol Juan en sus escritos.
La palabra griega más común que se traduce por «mundo» en el Nuevo Testamento es κͅσμος, utilizada más de doscientas veces por los escritores sagrados; el resto se divide en partes iguales entre αιͅν, «siglo», y οικουμ́νε, «el mundo habitado».1
Kósmos significa literalmente ornamento. Según Vine: «orden, disposición, ornamento, adorno». De ese término griego viene la palabra castellana χοσμ́τιχο (1 Pedro 3.3). ¿Cómo es posible que una palabra cuyo sentido era «ornamento» llegara a significar «el mundo»? Leon Morris sugiere que el ornamento excepcional es el universo, pero que para la humanidad la parte más importante de dicho universo la constituía el mundo en que ella vivía. El siguiente paso, en una sucesión natural, sería considerar al mundo como toda la humanidad; pero este mundo en general crucificó a Jesús. «No es sorprendente que “el mundo” de la Escritura se utilizase también para hacer referencia a “la humanidad que se opone a Cristo”».2
Luego Leon Morris hace una importante afirmación, la cual encaja muy bien en nuestro estudio sobre la guerra del creyente con el mundo. El mundo llega a ser, dice:
[ … ] la suma total de la creación divina que ha quedado destrozada por la Caída, está bajo el juicio de Dios y en la cual aparece Jesús como Redentor. [El mundo, por tanto, se] personifica como el gran adversario del Redentor en la historia de la salvación.3
Como tal, el mundo es también el gran adversario de los redimidos en esa misma historia de la salvación. Este uso negativo de la palabra κͅσμος es exclusivo del Nuevo Testamento. No se utiliza así la misma en la versión griega del Antiguo Testamento ni en los escritos seculares. Morris cree que «para Juan y Pablo lo pasmoso era que los hombres que habitan este hermoso y ordenado universo actuaran de una forma repugnante e irracional al encontrarse cara a cara con Cristo»4 (Juan 1.10; 7.4–8; 8.12, 23; 9.5; 12.31, 45–46; 14.17, 27–30; 15.18; 16.7–11, 20, 33; 17.6, 9, 13–18; 25).
Sin embargo, aún hay esperanza. Este mundo de seres humanos, aunque malogrados por la Caída y viviendo una vida hostil a Dios, es objeto del amor más intenso del Señor. ¿Acaso no dijo Jesús: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito»? Morris comenta: «Es cierto que el mundo no se interesa por las cosas de Dios, pero no lo es que Dios haga lo mismo con el mundo … La obra completa de redención que hizo en Cristo se dirige al mundo»5 (Juan 1.29; 3.16–17; 4.42; 6.33; 6.51; 12.47).
Luego, Leon Morris señala que el éxito del ministerio de salvación de Cristo hacia el mundo se revela en las referencias que se hacen al destronamiento de Satanás, el príncipe de este mundo, por el Señor (Juan 12.31; 14.30; 16.11). Por tanto, Jesús puede afirmar que ha vencido al mundo (Juan 16.33). Esta victoria del Señor Jesucristo sobre el diablo y el mundo no altera el hecho de que éste, fundamentalmente, se le oponía y todavía se le opone.
Quizá la relación de Dios con el mundo podría definirse como una de amor y odio al mismo tiempo. El Señor ama a los hombres y las mujeres mundanos, a toda la raza humana, a pesar de lo pecadora que es y de que vive su propia vida de separación y rebeldía contra Él. Dios ha provisto perdón completo para los pecados del mundo en la cruz de su Hijo (2 Corintios 5.18–21).
Sin embargo, Dios odia el sistema del mundo y éste le odia a Él (Juan 7.7; 14–17). Las filosofías de la vida que el mundo tiene ciegan a los hombres al amor divino y refuerzan su separación pecaminosa de Dios. En cierto sentido, podríamos definir a nuestro enemigo, el mundo, como la expresión social y colectiva de las actividades de nuestros otros dos enemigos: el interno, la carne, y el de arriba, el campo sobrenatural maligno. Una vez más vemos que tanto el pecado como la guerra espiritual son multidimensionales: guerra contra la carne, contra el mundo y contra la perversión sobrenatural.
1 Juan 2.15–17
Por último, para comprender mejor el poder maligno del mundo en su guerra contra el creyente, debemos examinar la descripción que hace de él Juan en su primera epístola, capítulo 2, versículos 15 al 17.
El mandamiento
Juan comienza con un doble mandamiento: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo» (v. 15a). Wuest, comentando este pasaje, dice que según Vincent el doble negativo y el doble uso de la palabra κͅσμος se refieren a la visión bíblica del mundo como «la suma total de la vida humana en el mundo ordenado, considerada aparte de Dios, separada de él y hostil a Él; y a las cosas terrenas que apartan de Dios»6 (Juan 7.7; 15.18; 17.9, 14; 1 Corintios 1.20–21; 2 Corintios 7.10; Santiago 4.4).
Más adelante comenta que «buena parte de este sistema del mundo es religioso, culto, refinado e intelectual, pero también antidios y anticristo». De modo que resulta comprensible que Juan continúe con esta pasmosa afirmación: «Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Juan 2.15b).
La palabra traducida por amor en este versículo es 〚γαπε, pero sin el significado cristiano único que tiene cuando se refiere al amor de Dios y de los verdaderos creyentes: el amor de autosacrificio. Según Wuest, en el griego secular la palabra significa «cariño o afecto por un objeto debido a su valor [para el que lo ama]».
Wuest afirma luego: «Así es como Juan está utilizando aquí el término para referirse al amor que se tiene al mundo. Se trata de un amor de aprobación, de estima. Se dice que Demas había amado al mundo presente. Le parecía precioso y llegó a amarlo» (2 Timoteo 4.10). Y luego indica que el principal verbo de la frase es un presente de imperativo y habla del «acto de impedir la continuidad de una acción que ya está teniendo lugar».7 Para algunos de los cristianos del tiempo de Juan, el mundo era todavía precioso. ¿Lo es aún en nuestros días? Me temo que sí.
Luego el apóstol afirma que cuando se sigue considerando precioso, bien el mundo bien las cosas que hay en él, ello revela que para uno Dios no es en verdad precioso.
Dos razones para no amar al mundo
Seguidamente Juan ofrece dos razones fundamentales por las que el cristiano debe amar a Dios y a su hermano (1 Juan 2.5, 10; 4.19–20), pero no al mundo. En primer lugar dice que el amor al Padre y el amor al mundo son incompatibles: «Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (v. 15).
John Stott comenta al respecto: «Si un hombre está absorbido por la perspectiva y los intereses de ese mundo que rechaza a Jesús, es evidente que no tiene amor al Padre»8 (Santiago 4.4; Mateo 6.24).
A continuación, Juan señala la transitoriedad del mundo contrastada con la eternidad del que hace la voluntad de Dios: «Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2.17).
Cuatro aspectos del sistema del mundo
Juan da entonces lo que tal vez sea la descripción cuádruple más profunda que hay en toda la Escritura del sistema del mundo, tan aborrecido por Dios y tan en guerra con el creyente. El apóstol dice: «Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2.16).
Esto nos devuelve al versículo 15, donde Juan manda que no amemos «las cosas que están en el mundo» y nos hace una descripción cuádruple de esas cosas, de todo lo que el mundo nos ofrece, comenzando por «los deseos de la carne».
Los deseos de la carne
Como ya vimos antes, estos deseos representan la dimensión personal del pecado: la guerra que se libra dentro de nosotros mismos (Gálatas 5.17). La palabra δεσεο significa literalmente «deseo intenso» y puede referirse a los buenos deseos, incluso al anhelo que Dios tiene de nosotros (Santiago 4.5). No obstante, por lo general en la Escritura se utiliza con una connotación negativa. Wuest expresa lo siguiente: «El deseo de la carne es el anhelo apasionado o ansia procedente de nuestra naturaleza pecaminosa».9
Lo único que hay realmente «en el mundo», según explica Juan, es esclavitud a los deseos de la carne. Aunque con frecuencia el mundo alabe de boca las normas morales elevadas, no tiene poder para vivir según ellas. Casi toda la gente las quebranta, en todas partes y todo el tiempo. Naturalmente, si la idea no teísta de la realidad es la correcta, no puede haber absolutos morales y uno es en verdad libre de satisfacerse a sí mismo. Esto es lo que nos dicen a diario los medios de comunicación en la mayor parte de los países.
Sin embargo no es así para la iglesia, ni tampoco para el cristiano. Nosotros tenemos absolutos morales dados por Dios. Él ha hecho que dichos absolutos se escribieran en la Biblia para nuestro beneficio. Aunque el mundo grite para atraer nuestra atención y socavar nuestra moralidad, lo único que el creyente tiene que y puede hacer es decirle: «¡No!» Esto resulta posible porque «los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos» (Gálatas 5.24). Así es como ganamos la batalla contra los deseos de la carne que se ven estimulados a la acción todos los días por este mundo perverso, explica Pablo. Nosotros decimos «¡NO!» al mundo y a la carne, y por el contrario «¡SI!» al Espíritu Santo (Gálatas 5.16–17).
En su excelente apéndice titulado «The Term Flesh in Galatians 5.24» [El término carne en Gálatas 5.24], Needham desarrolla esta verdad con gran detalle y escribe:10
Un cristiano es alguien que, por ser «de Cristo», ha declarado muerta, necesariamente, la vida «en la carne» en cuanto a las pasiones y deseos de ella. Ya que mediante la crucifixión de Cristo Dios ha acabado con la persona que era en otro tiempo, ahora, como hombre nuevo, he hecho mi declaración referente a la muerte de mi carne.
En otras palabras: Dios mismo ha efectuado ya la muerte de mi viejo yo, mi vieja personalidad, al unirme con Cristo en su muerte. Esto es algo que Pablo afirma tanto en Romanos 6 como en Gálatas 2.20. Ahora, como nueva persona en Cristo, puedo decir «no» a los deseos de la carne. Soy capaz de crucificar la carne con sus pasiones y deseos.
También por esta razón el creyente puede ganar la batalla contra los deseos del mundo. En efecto, se le garantiza la victoria sobre dichos deseos porque él le ha sido crucificado al mundo y el mundo a él (Gálatas 6.14), y porque es nacido de Dios (1 Juan 5.4–5). Por la unión con mi amante Señor en su crucifixión, estoy muerto para el mundo y sus deseos, y él está muerto para mí. Como al parecer expresara Charles Spurgeon: «Ven mundo con todas tus seducciones. ¿Qué puedes hacerme a mí, que soy un hombre muerto?»
Λος δεσεος δε λος ὀος
Luego Juan describe el mundo como sistema activado por «los deseos de los ojos». Los deseos anteriores, aquellos de la carne, venían de nuestro interior; éstos, de afuera, del mundo que nos rodea.
C. H. Dodd expresa que «los deseos de los ojos hacen referencia a la propensión que tenemos a ser cautivados por la apariencia externa de las cosas, sin inquirir en su valor real».11 William Barclay lleva esta idea todavía un paso más allá y escribe:12
Se trata del espíritu que no puede ver nada sin desear adquirirlo, y el cual, una vez que lo ha conseguido, hace ostentación de ello delante de los hombres. Es el espíritu que cree que la felicidad se encuentra en las cosas que el dinero puede comprar y los ojos ver.
Los «deseos de los ojos» fueron la ruina de muchos personajes de la Escritura. En realidad, el pecado original del género humano fue causado, en parte, precisamente por esos deseos. Génesis dice: «Y vio la mujer[ … ] era agradable a los ojos[ … ] y tomó[ … ]» (Génesis 3.6).
Todos estamos familiarizados con el pecado de Acán. Por propia confesión, las cosas iban bien hasta que «vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé» (Josué^<1034,Times New Roman>Josué 7.21). «Vi[ … ] codicié[ … ] tomé».
¿Y quién no conoce la historia del doble pecado de David: adulterio e indirectamente asesinato? Todo ello comenzó con el deseo de los ojos de David (2 Samuel 11–12).
Los «deseos de los ojos» siguen siendo una de las principales piedras de tropiezo para los cristianos en general y para sus líderes en particular. Uno de los mayores problemas con la esclavitud a los «deseos de los ojos» es la insatisfacción que producen. Obtenemos aquello que nuestros ojos han codiciado sólo para darnos cuenta de que el apetito que sentíamos no está satisfecho, de modo que volvemos a mirar y codiciamos más. El autor del Eclesiastés escribió hace mucho que «nunca se sacia el ojo de ver» (Eclesiastés 1.8), y el libro de Proverbios dice que «los ojos del hombre nunca están satisfechos» (Proverbios 27.20).
Esto es lo que hay «en el mundo», expresa Juan, «los deseos de los ojos». Wuest llama a esos deseos «las ansias apasionadas de satisfacción que tienen los ojos».13 ¿Qué sabemos de esas ansias apasionadas? ¿Cuán culpables somos todos de esa codicia de los ojos? ¿Qué hacemos con nuestros ojos cuando estamos solos, cuando nadie nos está mirando? Si obedecemos la Palabra de Dios en Romanos 6.13 y presentamos los miembros de nuestro cuerpo «a Dios como instrumentos de justicia», eso incluye también nuestros ojos. Es entonces cuando empezamos a gozar de la victoria sobre los intentos del mundo por cautivarlos mediante la codicia.
Λα ́αναγλορια δε λα ́ιδα
A continuación, Juan revela que «las cosas que están en el mundo» incluyen «la vanagloria de la vida», y Wuest hace el comentario de que esta frase se refiere a la «vanagloria que pertenece a la vida presente».14 Dice que la palabra ́ιδα se utiliza aquí para designar aquellas cosas que sostienen la existencia, tales como comida, ropa y cobijo. La imagen es la del hombre y la mujer que buscan una vida basada en lo que el mundo puede ofrecer.
John Stott escribe lo siguiente acerca de «la vanagloria de la vida»:15
La vanagloria de la vida es[ … ] una arrogancia o jactancia relacionada con las circunstancias externas de uno, ya sean de riqueza, posición o vestido; «ostentación presuntuosa» (Plummer); «el deseo de brillar o de destacar sobre otros en una vida de lujos» (Ebrad).
En nuestros días ha surgido una nueva y repulsiva teología para justificar un estilo de vida lujoso. Su énfasis se centra en la prosperidad de este mundo. Es una teología del «todo esto y también el cielo». «Algo bueno le va a suceder». «Siembre dinero». «Nómbrelo y reclámelo». «Dios quiere que usted prospere». «La riqueza es un don del Señor». «La salud y la riqueza son siempre la voluntad de Dios para sus hijos». «Dios posee los millares de animales en los collados. Él quiere compartirlos con usted. Visualice lo que desea, pronuncie la palabra de fe, y será suyo».
Tal doctrina de prosperidad sólo es posible en una economía de clase media avanzada. Me gustaría ver a sus defensores proclamarla entre los cristianos que mueren de hambre en África, Asia y América Latina, o entre los miles de creyentes que forman parte de los desamparados del mundo occidental.
Ese νο es el evangelio supracultural de la Escritura, con su énfasis en un estilo de vida sencillo. Se trata de un mensaje culturalmente distorsionado que se fundamenta en la exégesis deficiente de unos pocos pasajes de la Biblia deformados para abogar por la salud y la prosperidad como norma para todo el pueblo de Dios. El mensaje de la prosperidad choca con la enseñanza de Jesús en Mateo 6.19–21 y 19.16–26. Es contradicha por las palabras del apóstol Pablo en 1 Timoteo 6.6–14 y por Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 13.5, 13, 14. En 1 Timoteo 6.6–11, Pablo escribe:
Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
El conocido columnista Cal Thomas resume la vanagloria de la vida de gran parte de la cultura americana y de la contemporánea teología de la prosperidad religiosa con estas palabras:16
Un despertador moral está sonando en América, y no muchos políticos lo escuchan[ … ] Nuestros dirigentes, políticos, economistas, tecnócratas e incluso predicadores, nos han convencido de que el tener más es mejor y mucho más λο excelente. Sin embargo, a un número cada vez mayor de nosotros no nos gusta adónde se nos ha llevado[ … ]
La humildad es uno de los rasgos del carácter que menos se enseñan y estiman. No podemos especializarnos en él en Harvard, ni tampoco comprarlo por correo. Es algo casi extinguido entre el liderazgo político, científico y en gran parte religioso. Nadie vería (en la televisión) una serie que se titulara «Estilos de vida de los pobres y humildes». Es a los ricos y famosos a quienes queremos imitar. Incluso algunos predicadores han contraído esa enfermedad y viven como reyes, y no como aquellos siervos que su Líder quiso que fueran.
La corrupción cultural que nos amenaza es más peligrosa que los misiles (enemigos). Las naciones no caen a causa de la adversidad, sino por la prosperidad y el orgullo.
Las drogas, el crimen, las relaciones sexuales de los adolescentes, el SIDA y todo el resto no es tanto el resultado de una política equivocada como las consecuencias de una decadencia moral y de una política que se ha aislado de las preocupaciones espirituales.
Ni siquiera los predicadores están a salvo del derrumbamiento cultural. Si no nos volvemos de nuestros malos caminos, y pronto, ese despertador moral[ … ] muy bien pudiera convertirse en una bomba de tiempo.
El mundo está pasando
Por último, Juan afirma que «las cosas que están en el mundo» son transitorias, cuando escribe: «Y el mundo pasa, y sus deseos» (v. 17a).
Si el mundo mismo está pasando, es obvio que sus cosas se irán con él. De nuevo el apóstol resume el mundo y todo lo que éste puede ofrecer en una palabra: «deseos».
Para un cristiano, ser vencido por «el mundo [y] las cosas que están en el mundo» es una de las peores tragedias. Descubrirá que ha vivido para aquello que es sólo pasajero. Cuando el trabajo de su vida sea probado por el fuego, como afirma el apóstol Pablo, verá como ese trabajo se quema. Aunque es cierto que «él mismo será salvo, aunque así como por fuego» (1 Corintios 3.13–15). ¿Quién quiere salvarse de ese modo?
Este es el mundo con el cual estamos en guerra. Es nuestro enemigo al igual que lo es de Dios. Debemos tomar la decisión de ser obedientes al Señor y rechazar los engaños del mundo. Por último, no debemos nunca olvidar que el dios de este mundo es el diablo (2 Corintios 4.4). Se trata de un mundo endemoniado por completo.
Pero Dios ha hecho plena provisión para nuestra victoria sobre el mundo mediante la cruz de Cristo (Gálatas 6.14) y el nuevo nacimiento (1 Juan 5.4). Esa victoria es nuestra a diario cuando elegimos de manera continua el practicar la fe obediente (1 Juan 5.5). Si andamos en la obediencia de la fe que vence al mundo, nuestro final será el mismo que promete el apóstol: «El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2.17b).
1 1.     William E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words , Oliphants, Ltd., Londres, 1953, 4:233 y 234.
2 2.     Leon Morris, The Gospel According to John, NICNT, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1977, p. 126.
3 3.     Ibid. p. 127.
4 4.     Ibid. p. 127.
5 5.     Ibid. p. 128.
6 6.     Kenneth S. Wuest, Exegesis of I John , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1983, 2:125.
7 7.     Ibid. pp. 126 y 127.
8 8.     John R. W. Stott, The Epistles of John, TNTC , Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1983, p.99.
9 9.     Wuest, p. 127.
10 10.     David C. Needham, Birthright , Multnomah, Portland, OR, 1982, apéndice, pp. 265 y 266.
11 11.     C. H. Dodd en Stott, The Epistles of John, p. 100.
12 12.     William Barclay, The Letters of John, The Daily Study Bible, Westminster, Filadelfia,1960, p. 68.
13 13.     Wuest, p. 127.
14 14.     Ibid. p. 128.
15 15.     Stott, p. 100.
16 16.     Cal Thomas, «A moral Alarm Clock», San José Mercury News , 28 de enero de 1988.
Murphy, E. F. (2000, c1994). Manual de guerra espiritual (electronic ed.). Nashville: Editorial Caribe.


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